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Tía Mayca 02: curiosidad

en Transexuales

Jugaron durante toda la tarde y hasta bien entrada la noche. Carlos había resultado ser mucho más animoso y alegre una vez superada aquella primera vergüenza, y su vitalidad no tenía límites. Las primeras dos o tres veces, su pollita pequeña y pálida permaneció permanente erecta sin intervalos.

Mayca estaba fascinada, y hacía cuanto podía por atenderle, pese a que ya no gozaba de aquellas envidiables facultades juveniles. Jorge la ayudaba en cuanto podía. Después, incluso el muchacho comenzó a necesitar de una pausa entre sus ansiosos requerimientos.

Se sentía excitada por su entusiasmo y la naturalidad con que había aceptado aquella situación que, aunque resultara evidente que constituía una novedad para él, parecía no haberle supuesto ningún problema tampoco. Creyó advertir un aire “especial” en el sobrino que, de alguna manera, la recordaba a sí misma, a su primera juventud.

Al despertar por la mañana, dormía entre ellos, desnudo, bellísimo. Contempló su cuerpo delgado y largo, musculado, aunque sin estridencias, de piel dorada y casi lampiña, con aquella banda pálida que enmarcaba su culito y aquella pollita que no medía más de cuatro dedos en sus mejores momentos y que era asombrosamente blanca.

Recordó el último encuentro nocturno, allí mismo, en su cama, Jorge había vuelto a sodomizarle. A su espalda, clavaba en aquel culito su polla gruesa y oscura y le mantenía arrodillado y semierguido sujetando sus brazos. Gimoteaba como una niña, y la pollita se le movía arriba y abajo cómo si tuviera una conexión directa con la de su marido, y vertía aquel interminable fluido transparente que parecía capaz de producir en cantidades inagotables. Se había acercado a él. Arrodillada frente a su cara, había mordido en sus labios sintiendo el calor de su aliento cada vez que lanzaba uno de aquellos grititos que la volvían loca. Había acariciado su pollita envolviéndola con la mano, casi sin rozarla, y dejándola resbalar al ritmo persistente con que Jorge le follaba. Parecía imposible que resultara tan dura después de tantas horas. Había perdido la cuenta de cuantas veces le había visto correrse. No pudo evitar ayudarle a incorporarse. Le sostenía así, de rodillas, sintiendo los empujones de cada envite con que su marido le taladraba. Agarró al mismo tiempo las de ambos. Le volvía loca notarla resbalando sobre la suya. Jorge, entonces, empujó con fuerza clavándose en él con los ojos cerrados y resoplando como un animal. Carlos gimió y pareció quedarse en suspenso, sin respirar. Notó que la pollita palpitaba con fuerza y, al instante, el calor de su esperma estallando en su vientre. Se corrió con él, al mismo tiempo, sin soltarlas, El muchacho temblaba y emitía en su boca un quejidito ahogado que no parecía tener fin mientras ambas resbalaban en su mano.

El recuerdo despertó en ella una nueva erección y una especie de deseo irracional. Hacía siglos que no recordaba haber follado tanto y, pese a ello, quería más. Se deslizó cama abajo hasta encontrarla ante su cara y la lamió deslizando la lengua plana sobre ella desde las pelotitas hasta la punta de aquel capullito redondeado, ligeramente violáceo, causándole un respingo que no llegó a despertarle.

Se detuvo apenas un instante. Quería mantenerle dormido hasta que ya no pudiera más, que amaneciera desconcertado y loco de deseo, cómo en una prolongación agónica del sueño.

La tomó delicadamente entre los dedos y la condujo a su boca. La engulló entera envolviéndola delicadamente, y notó que tensaba las piernas un instante para, al momento, relajarlas de nuevo. Permaneció quieta, sintiendo el sabor salado de toda la noche de sueño, antes de empezar un lento movimiento sacándola y metiéndola en su boca, acariciando con sus labios el duro tronco nervudo.

Aun sin despertarse, el muchacho comenzó a acompañar sus caricias con un leve movimiento de caderas que terminó por despertar a Jorge que, observando la escena con los ojos todavía entornados, miró a sus ojos haciendo con el dedo sobre los labios un gesto de silencio. Sentado sobre el colchón, junto a ellos, su polla volvía a cabecear magnífica. Pensó que su sobrino parecía excitarle más que ella.

La dejó observando que se mantenía erguida y brillante, y descendió un poco más hasta bajarse del colchó y meterse entre sus piernas para comenzar a recorrer con su lengua el breve espacio entre las pelotitas apretadas del chaval y su culito. Separaba las nalgas pálidas con las manos y hurgaba en su agujerito como si lo follara con ella para, inmediatamente, lamer su perineo hasta alcanzarlas y jugar a metérselas en la boca. Todavía dormido, gimoteaba. Trataba de agarrarse la pollita, y Jorge tenía que sujetarle las manos para conseguir que no lo hiciera.

A la cuarta o quinta vez que repitió lentamente aquella maniobra, Carlos se despertó desconcertado, como esperaba, gimiendo y jadeando tembloroso, mirándoles con los ojos muy abiertos, como si no comprendiera, o soñara todavía. Acentuó entonces sus caricias empapándole, dilatando su culito con la lengua antes de arrodillarse bajo sus piernas y, apuntando la suya al agujerito estrecho y húmedo, penetrarle.

Gimió de placer al sentirla dentro. Comenzó un lento vaivén, un exasperantemente lento vaivén que terminaba con toda su polla enterrada en aquel culito pálido arrancando un gemido dulce de sus labios. Había vuelto a cerrar los ojos y se dejaba follar como una putita en celo. Volvió a sentirle como una nena dulce y guapa.

Carlos, incorporándose, acercó la suya a los labios carnosos de su sobrino, que le miró cómo si quisiera ofrecer alguna resistencia que no pudo ser. Mayca reparó en que la tarde anterior, aunque se la había comido a ella y había permitido que su marido le follara, no se la había chupado a él, y sintió una extraña mezcla entre ternura y placer obsceno al ver cómo abría los labios y envolvía aquel capullo grueso entre ellos. Sus gemidos se volvieron ahogados, pero no cesó el movimiento de caderas con que respondía a sus delicados empujones.

Comenzó a follarle más fuerte, más deprisa, haciéndole jadear. Jorge le ahogaba empujando su verga hasta la garganta, atragantándole algunas veces. Luchaba un momento, la sacaba de su boca como si le faltara el aire y, unas inspiraciones agónicas después, él solo volvía a lanzarse sobre ella mamándosela cómo si quisiera tragársela.

Le vio sujetar su cabeza rubia con fuerza y levantar la cabeza mirando hacia el techo. No podía dejar de clavársela como una loca, casi con rabia. El muchacho abrió lucho los ojos y vio el movimiento de su garganta, el chorrito de leche que se le escapaba entre los labios y, simultáneamente, la explosión con que respondía a la excitación de sentirlo. Su pollita se tensaba, parecía restallar en el aire, y disparaba sus tremendos chorros de esperma que salpicaban a los tres. La notó sobre el vientre, sobre las tetas… Ella misma no pudo contenerse y, empujando con fuerza, se vertió en el culito del muchacho que seguía manando a borbotones. Sintió que la envolvía su propio calor y que el roce ya suave de la carne apretada del muchacho se volvía sedoso y húmedo. Le llamaba putita empujando con fuerza mientras se deshacía en su interior.

Después de comer, Carlos tuvo que marcharse. El lunes tenía una reunión en Barcelona muy a primera hora, y no le gustaba viajar temprano para llegar con prisas y sin certeza de hacerlo a tiempo. Decía que le desconcertaba y después le costaba concentrarse. Mayca y Carlos se quedaron solos en el jardín, dormitando en la tumbona grande y dejando pasar el tiempo. Pese al calor, el muchacho, girado hacia ella, hacía descansar el muslo plegado sobre su cuerpo en un medio abrazo encantador. “Como si fuéramos novios”, pensó ella. No le desagradaba.

- Tía Mayca, y tú… Cuando tú…

- ¿Cuando yo?

- Cuando… Por que tú…

Parecía tener miedo de formular la pregunta. Mayca sonrió. No era la primera vez que se encontraba con alguien muerto de curiosidad y con dificultades para encontrar la fórmula precisa. Lo prefería a quienes lo hacían con soltura y riendo, como si su vida fuera una broma. Sintió ternura hacia él y decidió ahorrarle el mal trago.

- Yo antes era un chico, como tú. Hasta tu edad más o menos. Bueno, un poco más joven.

- Y cómo fue?

Se sintió invadida por una oleada de melancolía. Aquel muchacho era tan tierno… Le vinieron a la mente recuerdos que no solía avivar, y una sonrisa iluminó su rostro.

- Pues… No fue difícil. Para algunas otras de las chicas… Para muchas de las chicas que son como yo, la vida es muy difícil, pero para mi no lo fue. Lo peor fue antes, por que siempre fui muy nena. En el colegio, los demás chicos me llamaban cosas feas, ya sabes, y no querían ser mis amigos. Estaba mejor con las chicas, pero tampoco tenía mucho éxito.

- Y cómo hiciste?

- Pues se lo dije a mi madre. Al terminar en el colegio, se lo dije a mi madre. Le dije que quería ser una chica, que no me gustaba como era.

- Uffff! Y qué te dijo?

- Pues casi fue más sorpresa para mí que para ella. Se lo dije con mucho miedo, temiendo que fuera un disgusto tremendo, que me echaran de casa… No sé…

- Y?

- Imagino que ella ya se había dado cuenta, que lo intuía, o lo sabía desde siempre. Ya te digo que siempre fui muy nena. Era como si hubiera esperado toda la vida aquel momento. Sonrió y me dijo que no me preocupara, que ella se iba a encargar de todo, y que todo iría bien.

- Y qué hizo?

- Fue como si estuviera preparada para aquel momento. Mis padres son gente muy acomodada, y papá podía trabajar casi en cualquier sitio, por que era el dueño de su empresa y tenía oficinas en muchas ciudades. En cuatro días decidieron que lo mejor iba a ser marcharnos a otro lugar, y elegimos Barcelona. No me dio pena. No puede decirse que tuviera grandes amigos, ni amigas… Fue un verano maravilloso. Mamá encontró un colegio estupendo donde se podía estudiar bachillerato. Era una especie de palacete de una cooperativa de profesores, una gente muy abierta. Viajó hasta Barcelona para hablar con ellos y lo dejaron resuelto. Cuando volvió, traía muchísima ropa para mi. Estuvimos días arreglándola para que me valiera, y hasta me enseñó a andar con tacones… Cuando llegamos a Barcelona, ya era Mayca, y nadie me conocía, y en el colegio nadie habló de ello. Mis compañeros no sabían quien había sido yo antes. El director, al recibirme, me dijo que era preferible, que a nadie le importaba quien hubiera sido, que lo mejor era que conocieran a quien era entonces.

- Fue difícil?

- No… Quizás un poco… En cierto modo, fue maravilloso. No sé… Me sentí muy libre. Hubo que acostumbrarse, claro, y al principio resultaba un poco desconcertante, un cambio muy radical, pero mamá me ayudó mucho, y luego…

- ¿…?

- Verás, das por descontado que tus padres te quieren, pero hay algunos momentos en la vida en que, de repente, eso no es una suposición, si no que lo sabes a ciencia cierta, que lo ves, que casi lo puedes tocar… Ya te digo que para mí fue muy fácil. No sufrí rechazo, apenas tuve experiencias desagradables...

A Mayca le tembló la voz por un momento y se le empañaron los ojos. Carlos se abrazó a ella con fuerza y ella besó su cabeza rubia ensortijada.

- Anda, vamos a darnos un chapuzón, que me tienes sofocadita!

Tontearon en el agua excitándose de nuevo. Jugaron a perseguirse, a tirarse de los bañadores (por alguna razón desconocida, quizás por la costumbre, seguían usándolos), a coquetear… Al salir, se echaron en una toalla sobre el césped para secarse al sol. Se tumbaron juntos, rozándose. Veían sus flamantes erecciones bajo la tela elástica y se sentían excitados y alegres.

Carlos aprendía deprisa. Tomó la iniciativa. Descendió a entre sus piernas y comenzó besando la cara interior de sus muslos. Lo hacía deliberadamente despacio, delicadamente, y Mayca emitía un quejido cada vez que sentía el contacto de sus labios. Jugó así con ella hasta ver la mancha oscura en la braguita azul de su bikini. Deshizo de un tirón la lazada izquierda provocando que el tejido se elevara por la presión incontenible de su polla. Mayca gimió bajito, coqueta y expectante. Cuando hizo lo propio con la derecha, volvió a encontrar ante sus ojos aquella pollita clara, algo mayor que la suya, perfectamente lampiña, recta y de glande descubierto. Volvió a besar sus muslos, rozándolos ahora con los dientes, haciéndola gemir de angustia. Le miraba con una súplica en los ojos, muy seria, mordiéndose el labio inferior.

- Por favoooooor…

El muchacho ignoró la súplica. Mayca había doblado sus rodillas y, apoyándose en los talones, elevaba la pelvis ofreciéndole su polla congestionada, que manaba un hilillo de fluido que alcanzaba ya la base y dibujaba un surco brillante. Separando sus nalgas con las manos, introdujo la lengua en el agujerito arrancando un gritito de sus labios. Acariciaba su cabello. Estaba agitada, al borde de la histeria, y cada caricia le resultaba más exasperante. Carlos, deslizando los brazos bajo sus piernas, sujetaba con fuerza sus muñecas impidiendo que pudiera acariciarse. Inclinó la cabeza levemente para rozar con los dientes su perineo y ascendió hasta alcanzar sus pelotas apretadas, pequeñitas, para succionarlas introduciéndoselas en la boca una por una alternativamente. Mayca ronroneaba, chillaba desesperada, suplicaba que se la comiera, que mamara su pollita, y su sobrino ignoraba sus súplicas y repetía el breve trayecto desde allí hasta el culito, que besaba apasionadamente arrancando un sinfín de quejidos jadeantes. Temblaba como una doncella culeando cada vez con más ansia, suplicando. Carlos lamió el regerito de fluido cristalino que se deslizaba ya entre los muslos goteando en la toalla. Vio su capullo amoratado y supo que había llegado el momento. Volvió a succionar sus pelotas, esta vez ambas, y jugó con ellas en su boca haciéndola chillar desesperada y suplicante.

- Por favoooooor… por… favor…

- ¿Lo quieres?

- Por favor…

Había preguntado arrodillado entre sus muslos, sujetando todavía sus muñecas y exhibiendo ante ella su polla diminuta, dura como una piedra. La deseaba tanto como no recordaba haber deseado. Le excitaba hasta el paroxismo aquella mirada ansiosa, con los ojos entornados, aquella contracción de su rostro ansioso.

- Por favor…

Se acercó más, y apoyó su pollita entre las nalgas presionando apenas. La sintió deslizarse dentro. Seguía sujetando sus manos, y la vio cerrar los ojos y relajarse cómo en un desmayo dulce de placer. Permanecieron quietos un instante, como cerciorándose de que estaba sucediendo, o reconociéndose. Pronto fue Mayca quien comenzó un lento movimiento como buscándolo. Casi un giro suave de sus caderas que se interrumpía con un quejido cuando conseguía que la polla de su sobrino presionara en aquel lugar concreto que provocaba un latido y hacía que el fluido manase como de una fuente. Gimoteaba y ronroneaba. Carlos se dejaba hacer. Permanecía inmóvil, disfrutando del calor de su interior y del bellísimo espectáculo de su deseo y su placer. Pequeñas perlas de sudor habían sustituido a las gotas de agua sobre su piel dorada. Se estremecía, temblaba, y sus movimientos se hacían más intensos, más rápidos. No perseguía aquel traqueteo de otras veces. De hecho, su polla apenas salía un centímetro de aquel agujerito estrecho y cálido antes de volver a ser engullida. Era más bien un contoneo, una caricia intensa y suave que le hacía sentir una angustia deliciosa. La veía estremecerse, contonearse tan delicadamente… Observaba cada gesto suyo empapándose de aquella sensualidad que emanaba. Miraba sus pezoncillos erizados, su piel erizada, su polla rígida que manaba sin cesar, el modo en que su capullo se oscurecía pasando de sonrosado a rosado, a violeta, a morado. Brillaba.

- ¡Sí… sí… sí…! ¡Síiiiiiiiiiiiiii…!

Comenzó a derramarse suave y lentamente. Su esperma pálido y muy fluido manaba a borbotones, sin estridencias, y se derramaba mansamente sobre su polla sin salpicar. Se corría con los ojos en blanco y la espalda tensa, formando un arco. Temblaba y se estremecía, y cada uno de sus músculos aparecía tenso bajo la piel. Notó la presión de sus glúteos y sintió que se perdía en ella, que su pollita chapoteaba de pronto en su propia lechita tibia, que se vertía en su interior al mismo tiempo que en su pubis se formaba aquel charco blanquecino y cálido.

Terminó en ella y sintió el deseo de beberlo. Inclinándose, con la polla todavía dura al aire ya, escupiendo aquellos últimos chorritos mansos, se inclinó sobre ella y lamió su esperma en la base sobre el pubis pálido. Lo hizo ansiosamente, desesperadamente y, al terminar, envolvió entre sus labios aquella pollita pálida que empezaba a flojear. Comenzó a mamársela con ansia, provocando un chillido y un temblor convulso en ella, que peleaba por apartarle, por poner fin a aquella sensación agónica. Sujetó su culo con las manos resistiéndose hasta que Mayca no pudo más y se dejó hacer chillando. Había recuperado la consistencia entre sus labios. Ahora culeaba y temblaba enloquecida. Jadeaba muy deprisa. Notaba en la boca la suavidad de su piel y la firmeza rugosa que se deslizaba bajo ella. Presionaba su capullo con la lengua contra el paladar y la succionaba con fuerza. Sentía su estremecimiento, aquel violento temblor de piernas. Ya sujetaba con fuerza su cabeza y la empujaba dentro. Parecía fuera de sí. La escuchó chillar, y su boca se llenó de lechecita tibia e insulsa. La bebía enfebrecido, con ansia. Sentía su polla ardiendo. Le dolía.

Mayca quedó exhausta, caída sobre la toalla arrugada sobre el césped, con los ojos cerrados. Su pecho se hinchaba y deshinchaba lentamente, en largas inspiraciones que parecían animar sus tetillas breves y picudas. Observó los pezoncillos oscuros, todavía duros, y la pollita que, ya blanda, permanecía inflamada. Sintió un deseo arrollador.

La volteó enérgicamente hasta dejarla boca abajo, sorprendida, y se lanzó sobre ella. Busco ansiosamente el agujerito entre sus nalgas pálidas, que tan vivamente contrastaban con la piel oscura del resto de su cuerpo. La penetró con fuerza arrancándole un quejido, y comenzó a follarla con rabia, como si quisiera hacerle daño, como un animal. Clavaba su polla en ella una y otra vez y su cuerpo apenas respondía a los empujones como desmadejado, gemía en voz muy baja, casi quejidos. Se sentía extraño, desatado. Escuchaba el cacheteo rápido y violento de su pubis y el roce fuerte de su polla al entrar y salir de ella una y otra vez a gran velocidad. No se movía más allá de la inercia del golpeteo que le propinaba. Se tensó. Empujó con fuerza clavándose hasta dentro, apretando las nalgas, aplastándolas, y se corrió en ella gruñendo. No parecía él.

Permanecieron quietos, tumbados, ella boca abajo, como dormida, él a su lado, durante un periodo de tiempo indeterminado. Se sentía raro.

- Ufffffff… Me has dejado rota…

- Yo… Lo siento… No sé…

- Tonto…

Besó sus labios sonriendo, llena de ternura. Cada vez le gustaba más aquel muchacho inseguro. Apoyó la cabeza en su pecho. Su pollita volvía a estar dura, pero no hizo ademán de buscarla. Se sintió agradecida. No hubiera podido negarse.

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