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Abandonada 04: flashback

en Dominación

-          ¿Y les pillaste?

-          Fue más que pillarles. Me choqué con ellos.

Me había despertado trayéndome el desayuno a la cama: pan tostado un poco quemado; un zumo de naranja sin azúcar; una taza de café… Desayunábamos juntas, sentadas sobre el colchón, ella desnuda, yo con un batín ligerito, casi de aire, abierto, de flores grandes de todas las variedades del rojo al rosa y ramas verdes. Estaba dolorida, pero me sentía bien. Nos reíamos como niñas.

-          ¡Menudo mosqueo te pillarías!

-          Pues no me dio tiempo.

Si una semana atrás alguien me hubiera dicho que estaría hablando de aquello entre risas, no le hubiera creído. Laura tenía ese don de reconfortarme que se imponía a todo.

-          Verás: era sábado, como hoy. Yo me había ido al gimnasio, y al ir a entrar decidí que no me daba la gana, y me volví pensando en pillarle despierto, comerle la polla hasta que se despertara, y dejar que me follara como a una perra.

-          ¡Vaya con la señora de su casa!

-          Boba… Bueno, el caso es que venía contenta, y un poco cachonda… Bueno, bien cachonda, qué coño. Por el camino me crucé con unos chavales que debían venir de fiesta, y se volvieron para mirarme pasar en mallas y top, toda sexi.

-          Y te los follaste.

-          Nooooo… Entonces yo no hacía esas cosas.

Me quedé parada un momento. No era el recuerdo, si no el significado de aquella frase “…yo no hacía…”. Fue como encontrarme de repente conmigo misma y no reconocerme.

-          Venga, tonta, sigue ¿Cómo es eso de que no te dio tiempo?

Sacudí levemente la cabeza. Lo hago desde niña cuando quiero ahuyentar un pensamiento. Es como un sortilegio. Sacudí la cabeza y retomé mi historia:

-          Lala es mi hermana. Vivía… Vive en la puerta de al lado. A mis padres les pareció una buena idea regalarnos dos pisos juntas, como si fuéramos a llevarnos bien toda la vida. En realidad, nunca nos llevamos bien.

-          ¿La zorra que chilla por las noches…?

-          Sí… con el cabrón de mi ex.

-          ¡Huy la ostia! ¡Sigue!

-          Bueno, pues llegué tan contenta que me quité las zapatillas por el pasillo y, al abrir la puerta, me los encontré…

-          ¿Cómo?

-          Ni te imaginas: Lala estaba sentada en ese sillón de allí, casi desnuda, con unas medias puestas y despatarrada, y Carlos de rodillas, con las muñecas atadas a la espalda, le comía el coño como un poseso. Me quedé de piedra. Le chorreaba la polla en el suelo.

-          Hija puta…

-          Yo les dije que qué hacían sin gritar ni nada, medio balbuceando, porque me había quedado helada. Es que era muy fuerte… Y ella, ni corta ni perezosa, se levantó dejando allí al imbécil de mi marido, se vino para mí con cara de enfadada, se me plantó delante, y me dio dos ostias como de película, así, cruzándome la cara: plis, plas.

-          Y os liasteis a ostias.

-          No, qué va… Me metió un rodillazo en el coño que me hizo ver las estrellas. Era como si fuera ella la que tuviera razones para estar enfadada. Me agarró del pelo, me tiró encima de la cama, me bajó las mallas, y empezó a darme azotes como una loca. Me chillaba y me daba una vez tras otra. Me tenía en shock. Ni reaccioné.

-          ¡Joder! ¿Y qué te decía?

-          Pues me gritaba que estaba hasta el coño de mí, que era doña perfecta, que ya se había cansado de escuchar a todo el mundo hablar de lo buena y lo lista que era, que esta vez me iba a joder, porque me iba a dejar sin marido…

Laura me miraba con las mejillas encendidas. Yo misma, me sentí excitada por su excitación. Continué con mi narración y yo misma comprendí la brutal sexualidad de la escena que le contaba. Sentada en posición de loto, podía ver los labios de su chochito pálido abrirse como floreciendo. Tenía los pezones apretados.

-          Cuando me quise dar cuenta, me tenía con las manos atadas a la espalda a mi también, y me estaba atando los tobillos a los pies de la cama.

-          ¿Pero no te resistía?

-          Lo intenté varias veces, pero me daba unas ostias… Puñetazos en la tripa, bofetones… Me tenía superada.

-          ¡Qué tía!

-          Y entonces empezó lo bueno.

-          Cuenta, cuenta… No te hagas de rogar…

-          Pues empezó a sobarme el coño. Me había quitado las mallas y empezó a sobarme el coño. Estaba como loca, me decía barbaridades.

-          ¿Qué te decía?

-          Pues empezó a decirme que estaba harta, que yo me había hecho novia del bueno y ella se había tenido que hartar a joder con papá, y que yo me hacía la loca, como si no me enteraba.

-          ¿Se la follaba vuestro padre?

-          Pues por lo visto sí, pero te juro que yo no lo saía. Ni se me hubiera ocurrido imaginarlo.

-          ¡Joder qué familia!

-          La muy cabrona me metía los dedos y me pegaba. Lo mismo me daba un palmetazo en el coño que dos bofetadas, o me pellizcaba los pezones, o me los mordía. Hasta me puso el coño en la cara. Se lo tuve que comer para no ahogarme mientras me daba palmadas y palmadas en el coño. Como no podía cerrar las piernas…

-          ¿Y tú…?

-          Pues cuando me quise dar cuenta me tenía encendida. No sé lo que me pasa, pero me pone mucho que abusen de mi… Bueno, tú ya lo has visto…. Empecé a jadear, y ella a llamarme puta y a hablar con él sobre el asunto, y a contarme cómo se la metía papá, y cómo se le corría en la boca mientras yo andaba por ahí con mi chico super guay. Me contaba la primera vez que la folló, y me metía los dedos en el coño como si me lo quisiera arrancar; me contaba que le había dado por culo, y lo mismo, pero por detrás, y yo cada vez más cachonda, chillando y culeando como una zorra desesperada, sin parar de llorar y mirando a mi marido.

-          ¿Y él qué hacía?

-          Pues él no hacía nada: estaba de rodillas, justo ahí, junto a la cama, con las manos atadas a la espalda y la polla como una piedra y chorreando. La muy puta le había metido mis bragas en la boca y le llamaba cabrón y maricón, y cornudo, y al tío parecía que le ponía.

-          ¡Qué fuerte! ¿Y te corriste?

-          Me estuve corriendo más de tres horas. La primera vez, Lala empezó a reírse de mí y a llamarme puta. Te juro que me corría como en la vida, y ella me daba bofetadas y palmetazos en las tetas.

-          - ¡Jo… der…!

-          Y luego empezó lo fuerte.

-          ¿Más?

-          No sé de donde sacó una polla de goma como de dos palmos, gorda como un vaso, y se la sujetó con unas correas. Era de color negro. Yo todavía estaba conmocionada, entre las ostias y que acababa de correrme como una perra, y me asusté pensando que me iba a destrozar el coño.

-          ¡Ufffff…!

-          Pero no. Estaba como loca. Te juro que nunca la había visto así. Se lo puso mirándome con una rabia… Y entonces fue, se colocó de rodillas entre mis muslos, me dio otro par de bofetadas para que me estuviera quieta, y me la clavó en el culo de un solo golpe. Creo que me debieron oír chillar hasta en la calle.

-          ¡Qué cabrona!

-          Ni te imaginas… Empezó a follármelo como una loca. Me decía que era para que viera lo que ella había tenido que pasar. Me agarraba por las caderas y me culeaba como una salvaje, y me palmeaba las tetas, me las estrujaba, y me tiraba de los pelitos.

-          ¿Del coño?

-          Me los arrancaba a mechones. Yo no podía parar de llorar.

-          Pobrecita…

-          Y cuando me quise dar cuenta, me estaba corriendo otra vez. No me lo podía creer. Me hacia un daño horroroso, y de pronto estaba balbuceando, lloriqueando y culeando como si quisiera que me lo acabara de partir. Eso sí, sin parar de llorar.

-          ¡Vaya con Lalita!

-          Pues no te creas que se conformó, no. Me tuvo tres horas como una loca. Hasta me desató, por que ya veía ella que ni fuerzas iba a tener para resistirme. Me hizo comerle el coño y el culo, me sacudió por todas partes, y me metió aquella verga de goma todas las veces que quiso y por donde le dio la gana. Te juro que me corrí cuarenta veces. Al final ya es que me corría que no tenía ni fuerzas para moverme, y la muy cabrona se reía.

-          Hasta que se cansó…

-          Al final llamó al maricón de Carlos. Yo estaba caída en el suelo, y me incorporó hasta dejarme sentada con la espalda en la cama. Estaba medio muerta. Le hizo meterme la polla en la boca y empezó a follarle a él. El hijo de puta gimoteaba como una maricona, y cada vez que se la metía, me la clavaba hasta la garganta. Se me corrió enseguida. Yo no me había tragado su leche en la vida, y me la soltó en la boca lloriqueando, pero no creas que se paró, no. Siguió follándole, y al muy maricón debía gustarle, por que ni se le puso blanda. Le llamaba zorra, maricón, cornudo, y se la metía a lo bestia. La segunda vez le hizo sacármela cuando comprendió que volvía a correrse, y me la echó toda en la cara ¿Te puedes creer que me corrí? No me di ni cuenta de que me estaba metiendo los dedos. La vi palpitándome delante de la cara y echándome la leche encima y me volví a correr.

-          ¡Impresionante tu hermanita!

-          Lo último que recuerdo es como en sueños: yo estaba tirada en el suelo y Lala de pie con los pies a los lados de mi cabeza, y me meaba en la cara riéndose. La recuerdo impresionante.

-          Oye, eso va a haber que repetirlo.

-          Pues no será hoy, porque me duele hasta el pelo.

Me miraba con aquella sonrisa suya pícara y alegre. Avanzaba hacia mí despacio, a cuatro patas, como una gatita ronrroneando. Me besó los labios y comenzó a recorrerme entera a besos breves, pequeños mordiscos, lametones que me hacían temblar.

-          Te has depilado el chochito.

-          Lo hice en cuanto te fuiste, para cuando volvieras.

Me lamió durante horas. Me mantenía en una angustia interminable de placer. Me besaba, me lamía, me acariciaba suave, y me mantenía exasperantemente excitada sin dejarme terminar, deteniéndose a veces, ofreciéndome su coñito liso y sonrosado, poniéndome en la boca sus pezoncillos pequeños y duros. Se corría en mi boca mojándome la cara, me besaba, me llevaba hasta el borde mismo, y ahí se detenía riendo, matándome de deseo y de placer inacabado. Jugó durante horas a volverme loca, a hacerme suplicar, a lloriquear mimosa para que no se detuviera, para que terminase de hacerme estallar.

-          ¿Quieres correrte ya?

-          Por… favor…

-          ¿Seguro?

-          Cómemelo…

-          ¿No quieres seguir otro ratito?

-          Quiero… correrme… yaaaaaaaaaaaaa…

Estallé cuando ella quiso. Me corrí sin fin, interminablemente, sintiéndome sacudir por convulsiones violentas, salpicándole la cara con chorritos intermitentes de pis que se me escapaban involuntariamente. Se reía. Me corrí hasta apagarme con la imagen de su cara de ángel en la mía besándome. Sonreía.

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