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Merche 01: cuarenta y dos

en Grandes Relatos

Titubeé antes de pulsar el botón del portero automático. Me detuve un momento frente a la puerta del chalet, nervioso, o inquieto, no se, antes de decidirme a apretar el botón plateado, situado bajo una cámara evidente.

- ¿Sí? -respondió una voz de mujer evidentemente centroamericana al cabo de unos segundos-.

- Hola, soy Andrés Gallardo, estoy citado con Marco.

- Adelante.

Un chasquido, y el portón de hierro se abrió para franquearme el paso. Caminé hasta la puerta por la vereda de losas de pizarra negra entre grava blanca admirando la áspera belleza del jardín de roca y ágaves que me rodeaba. Un grupo de enormes cactus columnares, de tres o cuatro metros el mayor, conformaba el eje hacia el que convergían todas las líneas de perspectiva.

Bajo el marco de la puerta, una mujer madura, morena, de rasgos latinos, bajita, pero de aspecto fuerte y enormes senos embutidos en un uniforme de criada anticuado de color gris y delantal blanco me indicó que la siguiera rodeando la casa hasta la piscina, discretamente situada en la parte trasera, junto a un alto muro, en la esquina de una explanada de losas de arcilla casi vacía, de no ser por un par de tumbonas y dos sillones de jardín de teca.

Un hombre joven, de unos treinta años, nadaba bajo el sol inmisericorde. Observé que estaba desnudo. Me saludó desde el agua y permanecí en pie, ligeramente incómodo, esperándole mientras la mujer se situaba al pie de la escalera portando un albornoz blanco que le ayudó a ponerse.

- Gracias, Lupe, puede retirarse ya.

- Como mande.

La mujer se alejó por donde había venido sin mirarme, con paso breve y rápido, contoneando un culo amplio que, por alguna razón, se me antojó apetecible. El hombre se acercó hacia mi saludándome.

- Deber ser Andrés ¿No?.

- Sí, y tu Marco, claro.

- Normalmente no te hubiera recibido en casa, pero Carlos me ha insistido mucho en que lo hiciera. Dice que necesitas absoluta discreción y que prefieres que no nos vean por la calle.

- Sí… Bueno, No me puedo permitir escándalos…

Sonrió mirándome mientras se acomodaba en una de las tumbonas dejando que el albornoz se abriera y mostrara su cuerpo atlético, de piel morena, sin líneas de moreno, perfecto. Sirvió dos vasos de la jarra de zumo de limón helado que descansaba a la sombra de una pequeña sombrilla sobre una mesita auxiliar de madera decorada con latón oscurecido por la intemperie.

- Te vas a asar. ¿Por qué no te desnudas y te das un baño?

Obedecí un poco avergonzado. Aunque me mantengo en forma, mi cuerpo, desde luego, no podía compararse con el suyo, y mi piel pálida de principios del verano se me antojaba que me dejaba en una situación de evidente inferioridad ante mi interlocutor. Pese a ello, pensé que resultaba más ridículo e incómodo permanecer sudando bajo el sol con mi traje mientras Marco se asoleaba. Toda la situación me parecía ridícula. Me arrepentía de haber pedido ayuda a Carlos para aquello.

Después de refrescarme me sentí mejor. Sentado junto a Marco, paladeé el zumo frío y dulzón procurando disimular mi interés por él. Realmente era un hombre atractivo. A Merche le iba a encantar.

- Así que quieres dar una sorpresa a tu mujer…

- Sí… Bueno… Un regalo de cumpleaños en realidad.

- ¿Y ella va a estar de acuerdo?

- Hombre… Hemos hablado de ello alguna vez… Lo que pasa es que nunca nos hemos decidido…

- Ya, entiendo… ¿Y tú?

- ¿Yo?

- Si, quiero decir que si tú participarás, ya me entiendes…

- Bueno, en principio no, aunque luego… Pues ya veremos.

- O sea, que estarás mirando.

- Sí…

Sentí el calor del rubor en las mejillas. La situación se me antojaba absurda: allí, en el jardín de un desconocido, desnudo y con la piel todavía mojada, negociando con él para que se tirara a mi mujer… Observé que su polla comenzaba a inflamarse, sin que pudiera decirse que experimentara una erección.

- ¿Como se llama?

- ¿Quién? ¡Ah, claro! Merche, se llama Merche.

- ¿Y cómo es?

- Es… es de mi edad…

- ¿Cuarenta?

- Cuarenta y dos.

- Perdona, sigue.

- Tiene el pelo muy negro. Es guapa. No sé cómo decirte… Tiene curvas, y la piel muy blanca…

- ¿Y las tetas?

Parecerá una tontería, pero me violentó que me preguntara por “ellas” tan abiertamente. Observé que su polla seguía endureciéndose. Ya mostraba algo más que una semierección. La mía también estaba ganando consistencia. Crucé las piernas tratando de disimularlo, pero se dio cuenta.

- Anda, no te preocupes por eso. Estamos hablando de follárnosla juntos ¿No?

- Sí… Claro… -respondí sintiéndome idiota-.

- Venga, dime, cómo son.

- Pues… Las tiene grandes. Un poco caídas, claro, aunque no demasiado… Y tiene los pezones grandes, muy areolados, oscuros, de color café…

- ¿Blancas?

- Muy blancas.

- ¿Con venitas?

- Sí, tiene venitas muy finas, azuladas.

Su polla ya mostraba una erección notable. Era grande, oscura, de capullo descubierto y ligeramente curva. Parecía florecer entre la mata de vello negro de su pubis, la única parte del cuerpo que no tenía depilada. La mía, mucho menor, también estaba dura. Vi que una gotita de fluido preseminal brillaba en la puntita.

- ¿Y el culo?

- Ufffff… Pues lo tiene grande, y blanco también… Bueno… Ya te he dicho que es de piel blanca…

- Ya… ¿Y podré follarlo?

- ¿Su culo?

- Claro.

- Bueno, yo a veces…

- ¿Grita?

- No… Gritar no… Bueno, no sé… Tu polla es más grande…

- ¿Se depila?

- Sí.

- ¿El coño?

De repente comprendí que la situación me excitaba, y me sentí relajado, confiado. Aquel tipo me preguntaba por detalles de mi mujer que no hubiera consentido a nadie. Hablaba de su coño, de follar su culo, de sus tetas, y lo hacía desnudo, apenas a un metro de mi, sin molestarse en disimular la erección de aquella polla enorme. Visualicé a Merche abierta de piernas, con los ojos en blanco mientras el muy cabrón la follaba, jadeando…

- Sí, el coño también… No hemos tenido hijos ¿Sabes? Así que tiene un coñito precioso, sonrosado, una preciosidad.

- ¿Y tú?

- ¿Yo?

- Sí, tú ¿Lo has hecho con un hombre? ¿Querrás también…?

- Yo… No sé…

- ¡Venga, hombre, no te pongas tímido a estas alturas!

- No, claro… Yo… Bueno, en el instituto, ya sabes, con algunos amigos, unas pajas… Como todo el mundo ¿No?

- ¿Se las chupabas?

- Una vez…

- Ya. ¿Y querrás?

- No sé. Supongo que según vaya surgiendo…

- Ven, vamos a bañarnos.

Solo entonces me di cuenta del calor. Supongo que estaba demasiado centrado en la conversación, demasiado excitado por la conversación como para darme cuenta de que sudaba. Sobre su piel morena brillaban también diminutas gotitas transparentes. Observé que otra mayor resbalaba por su polla hasta la base. Su capullo violáceo brillaba, y una vena azul se dibujaba en ella ramificándose en un par de puntos.

El agua templada al sol me alivió sin reducir la excitación. Dimos unas brazadas antes de sentarnos en el borde, con las piernas colgando, sintiendo la caricia en las pantorrillas, y seguimos conversando.

- O sea, que es muy posible que acabemos los tres jugando juntos…

- Bueno, ya veremos ¿No?

- ¿Te vas a sentar a ver cómo la follo?

- Sí, en principio sí…

- ¿Te imaginas? Merche a cuatro patas, mirándote, con sus grandes tetas blancas balanceándose mientras clavo mi polla en su culo grande y pálido…

- Uffffffff…

- ¿Te pone ser un cornudo?

- La verdad es que siempre he fantaseado con ello.

- Y dime… ¿Cuando se la chupabas a tu amigo te excitaba?

- Jajajajajajajaja… Hombre, ya sabes como son esas cosas… dieciséis, sexo…

- O sea, que sí…

- Sí, la verdad es que sí.

Resultaba evidente hacia donde conducía la conversación. Exhibía una erección evidente. Incluso una gotita de lo que parecía fluido preseminal asomaba en la punta. Yo también me sentía excitado. Allí, recién bañados, observaba su cuerpo musculoso, su piel casi lampiña, morena y limpia, y me excitaba la idea, aunque me sentía incapaz de tomar la iniciativa. La vergüenza y la excitación pugnaban en mi interior, y comprendí que haría falta muy poco para que aquella última venciera.

- ¿Crees que tu mujer se excitaría viéndote chupármela?

- Pues… No sé…

- ¿Estáis de acuerdo en lo que me has contado o es una sorpresa?

- Bueno, un poco de todo… Ya te dije… Hemos fantaseado con ello alguna vez…

- Ya… ¿Y se ha puesto muy caliente tu putita mientras la follabas hablándole de verla follar con otro hombre?

- Pues sí, la verdad es que sí.

- Anda, prueba. Es mejor estar seguros que hacer el ridículo después.

Me pareció una buena excusa. En cierto modo, me proporcionaba una explicación… digamos que digna para lo que hacía tanto rato que deseaba. Me zambullí en el agua y me instalé entre sus piernas. Sentado al sol, su polla parecía mirarme. Titubeé un poco.

- ¿No puedes?

Me incliné sobre ella e introduje su capullo entre mis labios. Tenía un tacto suave y estaba increíblemente dura. Comencé a chuparlo despacio. Me acariciaba la cabeza con la mano enredando sus dedos en mi cabello. Me empujó muy suavemente, como invitándome, y me la metió más adentro.

- Muy bien… así… Tu mujer se va a poner como una perra cuando te vea portarte como un cornudo bueno… Sigue, sigue así…

Me excitaba escucharle, y me excitaba sentir su polla en la boca. Apenas, a veces, la abandonaba un momento para tragarme sus pelotas. Entonces gemía, y la sentía palpitar en la mano. La mía, dura como una piedra, parecía pedir un favor a gritos. Había enloquecido de excitación.

- No pa… res… No… pares… aaaa… hora…

No me pilló por sorpresa. La había sentido palpitar, hincharse más todavía en mi boca, y lo esperaba. Mis manos, sobre sus muslos, percibieron el modo en que los músculos se tensaban. Emitió un ronquido sordo y comenzó a derramarse, a estallar en mi garganta. Ni siquiera me planteé apartarme. Comencé a tragarla desde el principio casi con ansia, muy excitado. Sentí en el paladar su textura densa y bebí aquella crema insípida y templada, cada chorro que escupía, excitado sintiendo su placer.

- Bueno, pues, si nos ponemos de acuerdo no hay problema.

- Pero…

- Mira, yo te voy a cobrar 250 euros. Si quieres, puedo llevar a un amigo. Seguro que te pones como loco viéndonos follarla a los dos. Eso te costaría 400.

- ¿Y… y yo?

- ¿Tú? ¡Ahhhh! No, yo no como pollas. Eso es cosa de maricones, y yo no…

Creo que me puse rojo hasta los tuétanos. Me quedé mirándole con cara de idiota, limpiándome con el dorso de la mano una gotita de leche de la comisura de los labios, con la polla como una piedra.

- Entonces… ¿Hay trato?

- Sí… Claro… Y trae… trae a tu amigo…

- Pues deja tu dirección a Lupe. Yo voy a asearme y a descansar un rato. Si quieres, puedes quedarte aquí y darte un baño, o meneártela...

Me quedé solo en el jardín, desconcertado junto a la piscina. Busqué una toalla con que secarme, me vestí deprisa y me marché de allí desconcertado y confuso, con la polla como una piedra y sin terminar de asimilar que acababa de comerle la polla a un tío que me había dejado a dos velas mientras me llamaba maricón y que le había contratado para que, junto con un amigo, se follaran a mi mujer.

_____________________________________________________

A los postres, Merche estaba un poco achispada. Tenía los ojos brillantes y una sonrisa deliciosa en los labios. Se había puesto guapísima para cenar en “Coquette” y habíamos disfrutado de una botella de Château Latour exquisita. Pedimos una copa de un malta viejo tras el postre.

- Bueno, galán ¿Y cual es la sorpresa? ¿Me vas a llevar de fiesta?

- No… la sorpresa está en casa, y me muero de ganas de ver la cara que pones cuando la veas.

- ¿En casa?

Durante el viaje en coche, se puso coqueta. Estaba muy graciosa, un poco borracha. Me enseñaba las tetas por el escote del vestido rojo y acariciaba mi paquete por encima del pantalón. Cuando llegamos a casa, dejé el coche en el jardín, frente al porche, y le vendé los ojos con un pañuelo suyo que había cogido al efecto antes de salir.

- ¡Pero Andréees!

- Shhhhhh… Tú obedece. Ten cuidado, que empiezan las escaleras.

En la sala, Marco y el otro hombre, tan apuesto como él, aunque más moreno de piel, mulato, nos esperaban impecablemente vestidos. Se mantuvieron en silencio. La dejé entre ellos y me aparté discretamente unos metros. Marco tomó mi lugar. La abrazó y besó sus labios apasionadamente. Ella respondió con entusiasmo dejándole agarrar su cintura. Se contoneaba con esa elegancia suya, preciosa, dejándose besar el cuello y acariciando su polla con el muslo mientras parecían bailar en silencio.

- Pero… ¿Qué…?

Se quitó el pañuelo al sentir en la cintura una tercera mano y una segunda polla apoyándose en su culo. Me miró a los ojos alucinada, como sin saber qué hacer. Temí que pudiera tomarlo a mal y, de repente, me sentí inseguro.

- Es… es tu sorpresa…

Tras un instante de desconcierto, su rostro entero se iluminó con una sonrisa. Me miró a los ojos. Estaba radiante. Volvió a abrazar a Marco. No había soltado su cintura. Se apretó contra él y comenzó a besarle en los labios, literalmente a morderle la boca.

- Se llaman Marco y…

- Max. Yo me llamo Max.

Max se había apretado también contra ella. Su cuerpo se perdía entre aquellos hombretones jóvenes y fuertes. Se movían al unísono con inusitada lascivia. Se frotaban en ella. La recorrían entera con sus manos, y ella respondía con gemidos de deseo y de placer.

- Nos han dicho que eres una zorrita y que tu marido quiere ver cómo le pones los cuernos…

- Sí…

- Y hemos venido a follarte…

- Síiii…

- Delante de él…

Marco le hablaba junto a su boca, junto a su oído, y Max le mordía el cuello mientras desataba las cintas del vestido rojo largo que sujetaban el escote descubriendo sus tetas pálidas, que ambos comenzaron a acariciar. Merche buscaba sus pollas con las manos. Maniobraba torpemente tratando de sacarlas de sus alojamientos mientras se contoneaba.

- ¿Quieres hacerlo?

- Sí… Síiii… Ahhhhh!

- ¿Quieres hacerle cornudo?

- Síiii…

Me temblaban las piernas. Me senté en el sofá observándoles. Mi polla parecía de piedra. No tardaron en guiarla hasta la alfombra. Merche, desnuda ya de cintura para arriba, arrodillada, con el peto de su vestido rojo derramándose en el suelo sobre la falda, ahora sí, sacaba sus pollas a través de las braguetas de sus pantalones. Pronto se la comía a Max, que todavía la tenía mayor que Marco, mientras se la pelaba a este último. La animaban insultándola, insultándome a mi.

- Tenía razón tu marido… Eres una puta.

- …

- Una perfecta puta tragapollas, sí…

- …

- No me explico qué haces con ese maricón…

- …

- ¿Sabes que me ha comido la polla hoy mismo?

- …

- Tenías que haberlo visto tragándose la leche con la polla como una piedra ¿Verdad, Andres?

- …

- Vamos, díselo, cornudo…

- Sí…

Ni siquiera me miró. Seguía comiéndoles las pollas, tocándoselas, meneándoselas como una posesa. Tenía los pezones endurecidos y tragaba con auténtica ansia.

- Mírale.

Marco, agarrándola del pelo, la hizo girarse para mirarme. Tenía la polla tiesa, asomando por la bragueta del pantalón, y me la meneaba ante sus ojos mirándoles.

- Le gusta verte. ¿O es a mí?

- …

- ¿Te gusta mi polla, cornudo?

- …

- Sí…

Max se había acercado a mí. Merche, ignorándome, había vuelto a comerse la polla de Marco, que se reía.

- Toma, anda, ponte esto.

Me dio las bragas de mi mujer. No me había siquiera dado cuenta de que se las quitaba. Apenas podía apartar la mirada de su boca, que recorría la polla entera del chulo tragándosela hasta la garganta. Se le saltaban las lágrimas, y dibujaban regueros de rimmel en sus pómulos. Le miré sin comprender.

- Póntelas.

Me desnudé ante ellos sin dejar de mirarles. Me puse sus bragas de fantasía de color humo, elegantísimas, como ella, sintiéndome ridículo y excitado al mismo tiempo. Era imposible que mi polla cupiera allí. Opté por colocarla recta, hacia delante. El pequeño triángulo de viscosa gris parecía una tienda de campaña. Una mancha de humedad se dibujó al instante sobre el tejido elástico y liviano.

- Ven.

Obedecí sin titubeos. Ya estaba hecho. Me sentía terriblemente excitado. Excitado y humillado, pero la humillación, de alguna manera, no hacía si no reforzar aquella calentura enfermiza que me consumía. Me arrodillé junto a ella y comencé a comérsela a Max. Nos las tragábamos casi al mismo ritmo. Traté de acariciarla, pero me apartó la mano con la suya sin mirarme siquiera. Aquella gruesa polla negra apenas me cabía en la boca. A mi también se me saltaban las lágrimas.

- Trágatela así, mariconcita… No pares…

- …

- ¿Has visto cómo le gusta a la zorra de tu mujer la polla de mi amigo?

Quería hacer que se corriera. Quería beberme su leche al mismo tiempo que Merche la de Marco. Quería que me viera degradándome ante ella, excitado, caliente tragándomela, viéndola tragársela.

- Vamos, anda, puta, siéntate en el sofá.

- …

- Y tú, zorrita, entre sus piernas, a cuatro patas.

- No, eso no. Lame su culo.

Sentí un estremecimiento de miedo al escucharles. Merche, obediente, comenzó a deslizar su lengua entre mis nalgas causándome un temblor de placer. Tras ella, Marco arrebujaba su vestido en la cintura. Sentí su aliento caliente en mis pelotas cuando gimió al sentir su polla clavándose en su coño. Sus lametones se hicieron más intensos. Jadeaba. Su cabeza iba y venía empujándome. Max, a mi lado en el sofá, se reía. Llevó mi mano a su polla y comencé a pelársela.

- Vamos, no pares, maricón.

- …

- ¿Has visto su cara? Está caliente como una perra. Seguro que no ha tenido clavada una polla como esa en la vida.

Efectivamente, cuando veía su rostro estaba descompuesto, con los ojos entornados, inflamados quizás, y los pómulos congestionados. Jadeaba y gemía entre mis piernas, y me causaba un placer terrible. La polla de Max, enorme, negra y rugosa, terriblemente dura, parecía de piedra en mi mano. Deslizaba la piel sobre ella sintiendo su relieve.

- Quita, puta.

La empujó a un lado y quedó junto a mi, apoyada con las manos en el sofá. Marco se había desplazado con ella y seguía follándola. Sus tetas se balanceaban en el aire como lunas blandas y pálidas. Max, arrodillado entre mis muslos, me miraba riéndose.

- Te voy a hacer una mujercita de verdad.

Apartó a un lado las bragas y empujó suavemente su polla contra mi culo lubricado causándome un intenso punto de dolor que no bastó para ablandar la mía, que permanecía erguida , con la punta oculta por la tela, que se veía atravesada por un flujo ya continuo. Poco a poco, iba clavándome aquel rabo monstruoso, taladrándome con él, haciéndome gimotear, quejarme. Merche, a mi lado, gemía al ritmo acelerado al que Marco la follaba. Me miraba con los ojos entornados y los labios entreabiertos. Me sentía humillado dejándome follar en bragas junto a ella, que se corría a mi lado, y la idea parecía incrementar mi deseo. Mi polla, inflamada y rígida, goteaba sobre mi vientre.

- ¿Te gusta, mariconcita?

- Sí… sí…

- ¿Quieres que siga?

- Síii…

- Explícaselo a esta puta. Dile lo que quieres.

- Quiero… que me folle… Quiero… que me meta su polla… asíiiii…

El dolor iba cediendo, y lo sustituía un placer nuevo. Sentía presionando en mi interior aquella polla enorme. Acaricié los pectorales oscuros del mulato cabrón aquel que me enculaba junto a mi esposa. Sus tetas se balanceaban. A veces, parecía que se le interrumpía la respiración. Marco, de cuando en cuando, azotaba su culo grande y blanco. La huella de su mano se dibujaba en rojo sobre la piel y Merche chillaba. Culeaba como una perra, con ansia. Se escuchaba el chapoteo de la polla al clavarse en su coño.

- ¿Quieres más, puta?

- Sí… dame… dame… más… fo… lla… me…

- ¿Ves cómo se hace, cornudo?

Marco, sin dejar de insultarme, me follaba ya deprisa. Me llamaba maricona, cornudo, puta… Cada insulto parecía proyectarse en mi polla. La suya se me clavaba dentro, hasta el fondo, grande, negra, dura. Cuando la metía entera, presionaba en algún punto que me causaba un calambre intenso que se trasladaba a la mía. Literalmente chorreaba. En algún momento, las bragas habían cedido a un lado. Se mantenía rígida, moviéndose apenas adelante y atrás cuando enterraba la suya en mi culo, como impulsada por un resorte.

- Ma… ri… cón… Ma… ri… cóoooooon… Mari… cóoooooooooon…!!!

Lo dijo mirándome a los ojos, como un mantra, en el preciso instante en que su cuerpo entero empezó a convulsionar. Temblaba espasmodicamente, violentamente. Cayó al suelo presa de un temblor incontenible. Marco se corría sobre ella. Boca arriba, presa de aquel orgasmo brutal, su esperma la salpicaba. Tenía el rostro descompuesto, contraído en un rictus dramático. Su pelvis se movía a golpes arrítmicos, frenéticos. No pude evitar correrme. Mi polla manaba esperma que me salpicaba entero, que la salpicaba a ella. Max sacó la suya de mi culo y, aún así, seguía latiendo, seguía disparando aquella cantidad anómala de esperma. Me corría como no recordaba haberlo hecho antes mientras que el mulato, sujetando con fuerza su cabeza, la clavaba en su garganta. La ahogaba. Un reguero de esperma manaba por su nariz.

- Parece que estaba necesitada, la puta.

- Pues no vamos a dejarla a medias ¿No?

No le dieron tregua. Olvidándose de mi, la rodearon y comenzaron a manosearla, a masturbarla con fuerza. Merche no dejaba de correrse. Clavaban sus dedos en ella, en su coño, en su culo, y la follaban con ellos deprisa, casi violentamente, haciéndola jadear y temblar. A veces, escapaban de su coño pequeños chorritos de pis. Estrujaban sus tetas. Pellizcaban sus pezones y tiraban de ellos deformándolos. Los retorcían, y mi mujer seguía corriéndose, quejándose de dolor y corriéndose. Emitiendo grititos agudos entre estertores, tratando de apartar sus manos en un movimiento automático inútil. Fue Max quien, agarrándola del pelo mientras Marco seguía destrozándole el coño con los dedos, escupió en su cara, y ella abrió la boca. Mi polla no había llegado siquiera a ablandarse. Me fascinaban aquella violencia y el modo en que Merche la asumía. Se corría sin control, temblando y chillando.

- Ahora vas a ver lo que es bueno, maricón.

Max la levantó en volandas agarrándola por la cintura. Era un pelele tembloroso. Suplicaba que pararan en voz muy baja y temblorosa, entre jadeos. La sentó a horcajadas sobre Marco, que la esperaba, y gimió al sentir su polla cayendo sobre su pecho exangüe. El mulato, a su espalda, clavó la suya también en su coño. Chilló al sentirlo dilatado de aquella manera. La follaban deprisa. Sus pollas se alternaban, se clavaban en ella a veces al mismo tiempo, arrancando gemidos agotados de su garganta. Max azotaba su culo, que ya estaba enrojecido. Comencé a masturbarme. Me excitaba verla así: degradada, follada como una zorra, extenuada y, sin embargo, gimiendo casi sin fuerzas. Los dos hombres la usaban como si no importara, como a un trozo de carne, y ella se dejaba hacer ante mis ojos.

- Vamos, puta, mueve el culo!

- … ahhhh!

- ¿Esto era lo que querías, zorra?

- …

La escena alcanzó su climax cuando Max, inesperadamente, arrancó la verga de su coño. Estaba dura, brillante, húmeda y venosa, magnífica. La clavó en su culo de un solo golpe, sin prepararlo. Sencillamente, la clavó arrancándole un chillido de dolor. Trató de debatirse, pero la sujetaban con fuerza. Seguían follándola deprisa, y ahora, cada vez que la enorme tranca negra se clavaba en su culo, Merche chillaba. Lloriqueaba, gemía. Sus ojos se llenaron de lágrimas. La barrenaban como animales. Su cuerpo se movía impulsado por sus empujones, por sus azotes, sin fuerzas, rendida, y, aun así, temblaba.

- No… paréis… no… paréis… Destrozadme…

Marco bramó como un animal. Merche gemía ya en voz muy baja. Un reguero de esperma empezó a manar de su coño. Max, agarrándose con fuerza a sus caderas, la penetró como si quisiera atravesarla y se quedó profundamente clavado en ella. Adiviné que su polla inundaba el culo de mi mujer. Mi polla estaba rígida. Apenas mi pellejo tenía recorrido. Mi mano resbalaba sobre su superficie. Seguí masturbándome cuando la dejaron en el suelo como muerta, rebosando leche por todos sus agujeros y con el culo enrojecido. Me masturbaba cuando, entre risas, de pie junto a ella, mirándome, comenzaron a orinar sobre ella, que ni siquiera se movió más allá de cerrar los ojos. Incluso mantuvo la boca abierta. Sus chorros de pis chisporroteaban en sus tetas, en su coño y en su cara. Me corrí a borbotones viéndolos. Ignoré sus burlas y sus insultos y me corrí agarrándomela con fuerza, dejando la piel tensa hacia atrás y permitiendo que mi leche tibia manara derramándose sobre mi mano.

- Bueno, maricona. Ahí te dejo mi tarjeta, por si quieres otro día que le demos lo suyo a tu zorra.

Cuando se fueron, preparé el baño. Añadí sales de lavanda al agua muy caliente y conduje a mi mujer hasta allí. Por el interior de sus muslos goteaba la leche que rezumaba de su coño y de su culo. Cuando la metí en la bañera, sonreía. Se dejó lavar. Lo hice con cuidado, tratando de no hacerle daño, aunque gimió de dolor al enjabonar los labios inflamados de su sexo. Sonriendo, acariciaba mi polla, nuevamente erecta. Nos besábamos los labios.

- ¿Te ha gustado?

- ¿Verlo?

- Sí…

- Me follaban muy fuerte.

- Terriblemente fuerte.

- Me hacían daño.

- Pobrecita mía.

- Y me gustaba…

- Putita…

- Maricón…

Me acariciaba besándome, hablándome en tono suave, muy sensual, de lo que había sentido, del modo en que notaba sus pollas destrozándola, de cómo se le iba la cabeza al correrse una y otra vez, agotada y dolorida. Mi polla volvía a estar dura como nunca. Su mano resbalaba sobre ella en el agua jabonosa.

- ¿Donde los encontraste?

- Carlos… Carlos me presentó a Marco…

- ¿Carlos?

- Síii…

- ¡Hijo de puta!

- …

- ¿Sabes?

- Dime.

- Ahora ya puedo contártelo.

- ¿El qué?

- Carlos y yo… Bueno… Ya sabes…

- ¿Qué?

- Hace tiempo que de vez en cuando…

- ¿Te folla?

- Si quieres… Uno de estos días…

- ¡Ahhhhhhhhhh!

Una vez más,me corría, ahora bajo el agua, imaginando a Merche correrse con la polla de mi mejor amigo clavada, abierta de piernas, llamándome cornudo y culeando con los ojos en blanco. Una vez más, me corría, y Merche me besaba los labios sonriendo, sin dejar de mover su mano lentamente sobre mi polla, observando como mi leche dibujaba volutas en el agua.

- Hijo… de… putaaaaaaaa… ¡Ahhhhhhhh!

 

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La Flaca 03: Lola

La Flaca 02: sin tapujos

La mamá de Carlos 02: no era un sueño

On the road 01: tímido

La mamá de Carlos 01: Introito

Elena 02: después

Elena 01: el pasado

La Flaca 01: abajo, junto al mar

Mercado laboral 04: las que tienen que servir

Anorgasmia

Al servicio de don Jaime 05

Al servicio de don Jaime 04

Mi noche más feliz

Al servicio de don Jaime 03

Al servicio de don Jaime 02

Al servicio de don Jaime 01

Poder 07: el crimen y el castigo

Poder 06: crescendo

Poder 05: por sorpresa

Poder 04: metamorfosis

Poder 03: vínculo

Poder 02: camino

Poder 01: arriba y abajo

La posesión de Ana Gayarre 02: consumación

La Posesión de Ana Gayarre 01: viaje de novios

Terapia de choque

Ana 02: normalización

Nadia 04: Interludio

Bella 05: crossover (Doña Luisa 06)

Bella 04: Nocturno

Bella 03: castigo

Bella 02: flashback

Por la rendija

Intimacy 07.2: Vergüenza

Intramuros 01: esperanza

Intimacy 07: amante

Intimacy 06: penumbra

38 grados

Zoraida, la perrita

Nadia 03: inevitable

Nadia 02: presencia

Nadia 01: ausencia

Intimacy 04: pulsión

Intimacy 04: nocturno breve

Colette

Intimacy 01: Verano

Intimacy 02: alcohol

Intimacy 03: viene a verme

Doña Luisa 05:

Doña Luisa 04: venganza

Doña Luisa 03: black mail

Doña Luisa 02: romance

Doña Luisa 01: de repente

Honor 01: venganza

Ana 02: Crisis

Sala Magallanes

Cornudo 01: Nino