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Proyecto Edén 04: sujeto

en Grandes Series

- Por fin, querida. Temí que no te despertaras.

Entreabrí los ojos aturdida, con la cabeza abotargada Frente a mi, Marina y el muchacho aparecían sujetos por correas en sus muñecas y tobillos a un aspa con forma de equis.

- ¡Hijo de puta! ¿Qué hace con ella?

Traté de incorporarme inútilmente. A medida que me despejaba, comprobé que me encontraba en la misma situación que los muchachos.

- ¿Ya?

- No sé qué pretende, pero no puede tener éxito. Vendrán a buscarme. Vendrá a buscarme un ejército si es necesario.

Blade permanecía a mi lado, sonriendo. Al rededor, un grupo de jóvenes científicos a quienes recordaba haber visto por el laboratorio, me observaba. Algunos colocaban lo que parecían electrodos, o sensores, en diferentes lugares de mi cuerpo. Vi que estaba desnuda. Otros, controlaban los valores que aparecían en las pantallas que me rodeaban y tomaban notas.

- No, en realidad no será necesario, cariño. Pronto volverás a casa. Ya solo nos queda enseñarte nuestro Proyecto C, la síntesis de nuestro trabajo y el objetivo final.

Turbada todavía por lo que deduje que debía ser el efecto de alguna droga, trataba de asociar ideas, de comprender qué podía significar aquella anomalía. Me molestaba el tuteo confianzudo del doctor. Reparé en la ironía de que, encontrándome desnuda e inmovilizada, a merced de aquella gente, pareciera ser el tuteo lo que me ofendía.

- No te preocupes por tus pequeñas zorritas. Las hemos atado por que se han puesto como fieras cuando hemos ido a buscarte. Nadie va a hacerles daño. O no mucho.

- Hijo de perra. Voy a acabar contigo.

- No, no lo creo.

A mi alrededor, a medida que iban completando sus tareas, los jóvenes se apartaban y tomaban posiciones en las mesas de control. Debía ser por la mañana. La luz entraba en el laboratorio horizontal y dura. Debía tener las pupilas dilatadas, y me cegaba, dotando a lo que veía de un aspecto irreal.

- Volverás a casa y no volverás a hablar de nosotros, y dotarás a nuestro programa de los fondos que sean necesarios. De hecho, disfrutarás trabajando para nosotros, por que vas a trabajar para nosotros. En eso consiste, precisamente, el Proyecto C, cuya puesta en práctica vas a tener el honor de contemplar en primera persona.

- Estás loco.

Sentí frío en los brazos. Vi que habían clavado varias agujas en ellos conectadas a tubos a través de los cuales recibía una lenta y constante transfusión de varios líquidos de diferentes colores. Parte de mi sangre parecía fluir hacia una máquina desde la que regresaba en un circuito lento. Me sentía débil. Empecé a comprender. Se me nublaron los ojos de lágrimas.

- No te preocupes, putita. En realidad vas a a ser muy feliz. Además, como recompensa, hoy vas a disfrutar como no lo has hecho nunca. Los muchachos preferían que trabajáramos contigo dormida, pero he pensado que querrías verlo.

Las ideas iban poco a poco hilándose en mi cerebro. Marina me miraba con expresión desolada. Había llorado. Tenía los ojos irritados y una lágrima seca de sal en la mejilla. Me pareció que uno de sus pómulos estaba inflamado. Una pantalla enorme se encendió frente a mi. Mi padre follaba a Marina en un vídeo que no parecía antiguo. La sodomizaba con fuerza, y la pequeña lloraba. El muchacho metía su polla enorme en la boca de mi pobre muñequita, que se ahogaba llorando.

- En realidad, y muy a su pesar, todo esto es idea de papá, querida. Su teoría acerca del valor de poseer nuestro programa fue la que me hizo comprender sus enormes posibilidades. A pesar de su vigor, resultaba demasiado viejo para nuestros planes, probablemente no hubiera resistido las modificaciones, así que decidimos amortizarlo y centrar nuestro trabajo en ti.

Me sentía débil. Lo que fuera que estuvieran haciendo circular por mi torrente sanguíneo, parecía consumir mis energías. Ya ni siquiera forcejeaba. Me dejaba hacer con abandono. Escuchaba sus palabras sin responder, consciente de que todo había terminado. Aquel hijo de puta me había ganado por la mano.

 

- Por... qué me enseñas... eso?

- ¡Oh, por nada! Solo diversión. ¿Por qué no íbamos a pasarlo bien en el trabajo? ¿No? Al fin y al cabo, no hay consecuencias ¿No?

- Ca... brón...

- No parecía molestarte cuando los sujetos eran otros.

Se burlaba de mi. Comprendí que se cobraba la humillación, la altivez de mi amenaza velada el primer día. Como decía, nada de aquello era necesario. Lo que fuera que quisiera hacerme podría haberlo hecho cuando estaba anestesiada. Quería insultarme, humillarme ante los ojos de quienes le habían visto humillarse ante mí.

- Así que hoy vamos a convertir el trabajo en una fiesta.

Colocó lo que parecía una delgada campana de cristal alrededor de la pollita negra de Marina, que lanzó un grito de terror cuando la succión tiró de ella como absorbiéndola. La hizo callar tapando su boca con una mordaza esférica de espuma que sujetó a su nuca con una correa de latex. Sus gritos sonaban ahogados, casi inaudibles. Las lágrimas corrían por sus mejillas a medida que la aspiradora hacía expandirse su sexo oscuro. La tensión de las correas que la sujetaban pareció aflojarse permitíendola una mínima movilidad, que supuse destinada a aumentar el efecto de la escena en mi. Un chillido agudo, amortiguado, escapó de su garganta cuando, sin previo aviso, el cristal se manchó con su esperma, que discurría absorbido por el tubo de plástico transparente. Temblaba llorando, y su miedo me causaba un sufrimiento atroz. El chico, impasible, contemplaba la escena con indiferencia. Su tranca se mantenía erecta, como siempre. Parecía haber crecido.

- Por cierto, se llama GP6, y es uno de nuestros mayores logros. Al principio, contemplamos la posibilidad de generar sujetos completos, pero el desarrollo de la inteligencia resultó ser un objetivo demasiado ambicioso, un esfuerzo innecesario, así que decidimos trabajar a partir de seres humanos acabados. Por economía de medios, fundamentalmente.

La succión había cesado y, en consecuencia, el tubo se desprendió. La pollita de Marina, semifláccida, colgaba entre sus piernecillas flacas inflamada y húmeda. Inyectaron un nuevo líquido en su brazo y recuperó la consistencia. No dejaba de llorar.

- Pero no perdamos tiempo. Voy a tratar de explicarte el proceso de manera que incluso una zorra ignorante como tú pueda comprenderlo.

En la pantalla, papá, sentado en la camilla, recibía los embates del muchacho, que le sodomizaba con evidente placer. Marina se tragaba su polla y el muchacho a quien había visto el día anterior con Luisa, en el laboratorio, recibía, simultáneamente las atenciones de sus labios. Aparté la mirada cuando comenzó a eyacular en la boca de mi pequeña, por el simple efecto de la gruesa polla negra que le follaba, y el chiquillo, al mismo tiempo, cubría de esperma su cara contraída de placer.

- Encantador el viejo maricón ¿Verdad?

- Cerdo...

- Bueno, la idea es que vas a resultarnos tremendamente útil, y tú no saldrás perjudicada por ello. Al fin y al cabo, la fortuna que has heredado solo puede ir a menos en manos de una idiota descerebrada como tú, que careces del talento de papá.

De alguna manera, me parecía sentir trabajar a aquellas máquinas en mi interior. No era nada evidente, tan solo la sensación vaga de experimentar cambios. Incluso me parecía percibir la realidad de otra manera.

- Pero no te preocupes, putita. Seguirás siendo una puta rica. Tendrás más dinero del que puedes imaginar, tu vida será muy muy muy larga, te mantendrás en forma, y hasta serás más inteligente. En realidad, has tenido mucha suerte al encontrarnos. Ser mi esclava no es un alto precio para la vida que te ofrezco y, además...

Me encontraba débil y, pese a ello, comencé a sentir los primeros síntomas de la excitación. Miré hacia mi pecho, y vi que los pezones se habían endurecido. Me costaba centrar la atención. Pensé que me gustaba su aspecto cuando se encogían. Estaban oscuros, apretados, y tenían esa forma oval... Tenía piel de gallina. La humedad empezaba a despegar los labios de mi sexo. Comprendí...

 

- Y, como primer regalo, te vamos a poner un “complemento” que te proporcionará momentos de gran felicidad.

Como había temido, mi clítoris empezaba a desarrollarse. Experimentaba la misma excitación que había visto en las chicas. Mi coño rezumaba, y un escalofrío excitante de una intensidad bestial parecía haberse instalado en mi sexo permanentemente, y parecía en continuo ascenso. No tardé en jadear. Me daba vergüenza hacerlo a la vista de todos. Pude comprender que se reían de mí. Una de las muchachas, la que operaba las máquinas la primera vez, se me acercó y comenzó a acariciarme las tetas. Pellizcaba mis pezones bromeando. Todos se reían. No podía evitar jadear. Debía parecerles ridícula.

- Y, mientras tanto, busquemos una ocupación estimulante.

Liberaron temporalmente a Marina, que se dejaba manejar como un peluche. Estaba aterrorizada. Frente a mi, a escasa distancia, sujetaron sus tobillos a dos argollas en el suelo, ligeramente separados. Sustituyeron la mordaza de su boca por un anillo de plástico que la obligaba a mantenerla abierta. Babeaba. Bajo su cara, se iba formando un charquito de baba cristalina. Sujetaron su cintura a una cadena que pendía del techo con ayuda de una correa y colocaron otra más en su cuello que, anclada a otras que se unían con las tobilleras que la inmovilizaban, la dejaron inclinada hacia delante, completamente expuesta. Ataron sus manitas a la espalda. Sollozaba. Su visión incrementaba la tensión que ya de por sí experimentaba mi polla incipiente, cuyas dimensiones, cuando todavía solo era una masa informe, sonrosada y brillante que seguía creciendo, ya eran mucho mayores que las que habían hecho crecer en las muchachas.

- Me encanta esa putilla ¿A ti no? Sí, lo se.

- Dé... ja... la... Hijo... de... puta...

- No cariño. Vamos a jugar con ella. Me encantaría que el primer orgasmo de tu juguete sea contemplándolo. ¿No quieres?

La sensación iba tornándose extraña. Mi polla incipiente, que comenzaba a tomar forma, era enorme. A medida que se adivinaban en ella los que serían los que serían sus perfiles definitivos: su glande grueso, la curva que dibujaba hacia arriba, sus venas azuladas, y la piel, lisa y blanca, se adueñaba de mi un ahogo, un ansia, que anulaba por completo mi voluntad. Quería agarrarla, quería agarrarla y usarla. Poco a poco, la idea de follar a la pobre Marina, inmovilizada como estaba, se iba convirtiendo en una obsesión.

Uno de los muchachos, desabrochándose tan solo la bragueta del pantalón, se colocó a su espalda y comenzó a follarla. Marina gimoteaba. Su pollita, que se movía arriba y abajo en un balanceo sensual, me resultaba hipnótica. Forzada, como estaba, a mantener la boca abierta, babeaba. No tardó en situarse frente a ella otro de los doctores, que empezó a follar su boca a la vez agarrándola del pelo. Se reían.

- ¿Te gusta verla así?

Blade, a mi lado, acariciaba las gruesas pelotas que, como en las chicas, se habían formado bajo mi polla. A veces, dejaba alguno de sus dedos deslizarse entre los labios empapados de mi sexo, y me besaba. Me susurraba al oído frases que me ponían desesperantemente caliente. Mi nueva polla cabeceaba. Tiraba de las correas que me inmovilizaban en un esfuerzo baldío por arrancarlas, por poder agarrarla.

- Mira a tu putita. Va a correrse ¿Sabes que no hay nadie en la isla que no la haya follado. A tu padre le encantaba su culito de ramera negra. Un día la follamos los dos. Yo partí su culito. Te hubieras vuelto loca escuchándola gritar.

Acuclillada, Fany, la doctora con gafas de empollona, había empezado a acariciar su pollita pequeña y oscura. La ordeñaba haciendo resbalar su mano en el fluido que manaba incansablemente de ella. Un abundante chorreo de esperma comenzó a gotear desde su boca de labios gruesos y sensuales. Otro hombre sustituyó al momento al que había terminado, y otro más tomó lugar a su espalda y, de un golpe, la clavó en su culito respingón arrancando un grito ahogado a la pobrecita. De su coñito goteaba un reguero de leche tibia que le resbalaba por los muslos. Pronto, su pollita comenzó a escupir aquel líquido denso y transparente.

- Es una zorra perfecta. Mira como se corre.

Blade acariciaba la mía de un modo deliberadamente suave, casi sin rozarla. Recorrió su contorno con el dorso de los dedos y los condujo a mi boca para ofrecérmelos. Comencé a chuparlos ávidamente, con ansia. Estaba desesperada, enloquecida de deseo, ardiendo. Mi polla enorme palpitada, parecía convertirse en el centro mismo de mi existencia, en una angustia que me dominaba entera, que me impedía pensar en nada más.

- Cuando acabemos con ella, vas a tener que llevártela en brazos, si es que puedes.

No paraban de follarla. Uno tras otro, todos los hombres del laboratorio clavaban sus pollas en todos y cada uno de sus agujeros. La vi correrse no sé cuantas veces, mientras el doctor me sometía a aquel martirio con una paciencia que solo podía venir del resentimiento. Incansablemente, me susurraba frases que no hacían más que incrementar el calor, el deseo. Transpiraba abundantemente, y mi coño chorreaba, mi polla chorreaba.

- ¿Te gustaría follarla ahora? ¿Te imaginas tu polla destrozando su culito de ramera? ¿Crees que gritaría? Yo creo que no, que ya no tiene fuerzas para gritar.

Decidieron desatarla. Apenas se tenía en pie y rezumaba esperma por todas partes. Jugaban a pasársela unos a otros. Incluso la empollona la agarraba, pellizcaba sus tetillas y reía. Llamaron al muchacho sin nombre y le hicieron sentarse en el suelo. Entre dos de los doctores, la llevaron hasta él sujetando cada uno uno de sus brazos y una de sus piernas, y la dejaron caer sobre su monstruosa polla negra, que se clavó en su culito haciéndola emitir un quejido casi sin fuerza para sonar. Mi pequeña, incapaz de sostenerse, cayó de espaldas sobre el chico, que culeaba como un loco taladrándola. Lloriqueaba mientras su pollita, todavía firme, se balanceaba como un péndulo absurdo.

- ¿La quieres?

- Sí... sí... síiii...

Blade me libero. Sus manos fueron desprendiendo las hebillas de las correas que me sujetaban, y me liberó. Me lancé sobre ella como un animal salvaje. No podía pensar más que en tomarla. Vi sus ojos de miedo al verme acercarme a ella con aquel enorme falo. Gritó cuando lo clavé en su vulva dolorida. Su cuerpecillo se movía como roto entre los dos. Apenas respondía con gemidos inaudibles al brutal ritmo con que la penetrábamos. Nancy se arrodilló a horcajadas sobre su cara. Restregaba su coño velludo en la cara de mi negrita y gemía frente a mi. Levanté su camiseta y comencé a acariciar sus tetas firmes. Me besaba la boca. Jadeaba como una perra liberando la excitación que la escena parecía haberle causado. La pollita de Marina rozaba mi vientre, oscilaba ante mis ojos y golpeaba el aire cada vez que clavaba en su vulva mi polla enorme.

- Vamos, no pares, destrózala. Termina con ella.

Me animaba a penetrarla, y yo era incapaz de responder más que cumpliendo su deseo, que era el mío. El roce desconocido de su interior sedoso y húmedo me causaba un placer incomprensible, frenético. Me sentía forzada a seguir, a clavarla más y más adentro. La doctora, con el rostro contraído se dejaba morder en los labios. Jadeaba y gemía histérica.

Saqué mi polla de la muchacha casi desmayada, que se corría una vez más llenando de cremita tibia su vientre liso. Saqué mi polla de ella y, poniéndome de pie, la clavé por sorpresa en la boca de Nancy, que abrió los ojos desorbitadamente al sentirla. Empujé hasta alcanzar su garganta. Tenía las mandíbulas desencajadas y las mejillas enrojecidas. La sujetaba del pelo, con fuerza. Sus intentos infructuosos por gritar vibraban en mi polla excitándome más. Dos de los doctores trataron de arrancármela, de separarme de ella, temiendo que la hiciera daño.

- No, dejadla.

Blade parecía divertido. Comencé a correrme. Me corría a chorros en su garganta. Era como deshacerme, como si la médula espinal se me escapara a chorros por la polla. La muchacha, con la cara amoratada, ponía los ojos en blanco, y un reguero de esperma manaba interminablemente de su nariz. Su cuerpo se movía como a estertores, de una manera violenta. Poco a poco, sus movimientos fueron haciéndose más flojos. Cuando me separaron de ella, todavía temblaba. Cayó al suelo desmayada. Regurgitaba esperma boqueando.

- Estate quieta, puta, estate quieta...

Me había colocado a cuatro patas, ante Marina, que yacía en el suelo semiinconsciente, y clavaba su polla en mi culo una vez más. Me obligaba a mantenerme casi erguida tirándome del pelo y me culeaba. Su pubis cacheteaba mi culo. Me follaba como con rabia. Me sodomizaba como si quisiera demostrarme que le pertenecía. Me taladraba, y cada vez que su polla se clavaba en mí profundamente, parecía activar un resorte en la mía, que se tensaba hasta el límite. Me causaba un calambre, una pulsión intermitente, exasperante, un ansia agónica que, al consumarse, al cristalizar en un orgasmo brutal, en una efusión delirante de esperma que salpicaba a mi muñeca tendida, me causaba un placer delirante que mi cerebro parecía incapaz de asimilar.

Abrí los ojos y me encontré sentada en su despacho, limpia y vestida. Marina dormitaba a mis pies. Blade, al verme despierta, comenzó a explicarme sin preámbulos:

- Mañana vuelves a casa. No tienes que preocuparte por nada. Haz tu vida normal. Nosotros te haremos saber lo que queremos y, sí, tendrás que hacerlo. Si trataras de evitarlo, comprobarás que es inútil. Los muchachos preferían reprogramarte entera, pero creo que nos vas a resultar más útil si mantienes tu personalidad. Como no queremos que llames innecesariamente la atención, no hemos introducido cambios demasiado visibles en tu aspecto, aunque notarás una mejor forma física y comprobarás que tu inteligencia es más aguda.

Sin responder, toqué entre mis piernas. Aquello seguía allí. No estaba segura de quererlo, aunque recordaba vívidamente el placer que me había proporcionado.

- ¿Y Marina?

- Puedes llevarte a Marina. También a Luisa. Arreglaremos las cosas para que sea tu sobrina. A ella le hemos quitado... Bueno, ya sabes.

Mientras regresaba camino del ascensor, con mis chicas de la mano, al cruzar el laboratorio, comprobé que la fiesta continuaba. Un grupo de hombres rodeaba a María, que aceptaba con entusiasmo sus atenciones. La follaban haciendo temblar su carne exuberante. Pedro, su marido, lloriqueaba mirándolos mientras Nancy chupaba su polla erecta. Luisa no pareció darse cuenta.

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