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Mercado laboral 02: pillado

en Dominación

- Es justamente la clase de yeguas que me gustan a mi…

Raquel se quedó paralizada primero para, a continuación, ardiendo en santa indignación, levantar la mano para descargar una bofetada que, Leo, su marido, detuvo con un grito angustiado.

- ¡No!…

Se detuvo con la respiración agitada y el corazón latiendo aceleradamente. La sangre parecía agolpársele en las sienes. Su anfitrión, don Ricardo, el jefe de su marido, la miraba con una sonrisa malvada en los labios. Bajo el bañador se percibía perfectamente la erección que experimentaba. Se dio cuenta, de pronto, de que en la escaramuza se le había salido un seno del bikini y se recompuso sin comprender lo que había sucedido. Habían bebido un poco de vino en la comida, y tenían a medias el primer gin-tonic, pero no parecía que aquello fuera suficiente como para que aquel cerdo hubiera perdido los papeles hasta ese extremo.

- ¿Es que no te ha contado nuestro trato?

- ¿Trato?

- ¡Pero Leo!

Miró a su marido, que se sonrojó hasta la médula y bajó la mirada, incapaz de confrontarla con la suya. Sintió que la duda anidaba en su corazón.

- ¿Qué trato?

- Ven, vamos a sentarnos.

Don Ricardo tomó asiento al sol, en una de las tumbonas dispuestas junto al agua misma de la piscina. Bebió un nuevo sorbo de su copa sin dejar de sonreír, y comenzó su explicación entre vueltas y revueltas que, poco a poco, fueron concretándose. Parecía disfrutar con aquellas circunvalaciones que conducían, aunque tortuosamente, hacia el punto exacto a donde quería llegar.

- ¿Tú vives bien, verdad?

- Sí… claro… ¿Por qué?

- ¿Nunca has pensado que quizás vives por encima de las posibilidades de tu marido?

- …

- Tu casa no es mucho peor que la mía ¿Verdad?

- No…

- Y el caso es que la empresa es mía y, aunque no soy tacaño con mis directivos, no le pago para tanto.

- …

Su polla seguía obscenamente erecta, y no lo disimulaba. Le dio un poco de asco la idea de estar escuchándole mientras mantenía aquella actitud indecorosa. Una mancha de humedad evidente se iba formando en el bañador rojo desvaído.

- El caso es que a mi sí que me ha extrañado, así que el otro día puse a uno de mis contables a investigar y no te imaginas lo que descubrió…

- …

- Resulta que tu Leo, con esa carita de mosca muerta me ha estado robando todos estos años. Una cosa bastante seria, la verdad. Por eso te preguntaba… ¿Te gusta tu vida?

- … claro… yo…

- Bueno, cariño, pues de eso se trata… Hemos estado negociando, por que yo no quiero perder a un delegado tan notable… Hemos llegado a un acuerdo… La idea es que voy a pagarle mejor, aunque durante un tiempo notarás una cierta pérdida de ingresos, por que, claro, lo robado hay que devolverlo, al menos en parte… Y… además…

Desconcertada, superada por las circunstancias, mientras su marido permanecía quieto en su hamaca, mirando al suelo, se dejó coger de la mano y atraer; se dejó llevar y se sentó a horcajadas sobre la tumbona, sobre su polla, tal y cómo él la llevaba. La sintió dura, presionándole en la vulva, y dio un respingo al sentir sus manos deslizarse bajo la tela breve del sostén de su bikini amarillo, que a duras penas contenía sus senos exuberantes.

- ¿Sabes, Raquel? A mi siempre me habéis gustado las mujeres jaquetonas. Es ver un culo como el tuyo, esas caderas, esas tetazas… Me pones a cien.

- …

- Por eso he decidido perder un montón de dinero en este trato. No me importa mucho el dinero ¿Sabes? Gasto en putas mucho dinero al año… Aunque tú… Tú vas a ser la más cara de todas hasta la fecha…

Leo permanecía inmóvil y en silencio. Raquel, sin decir palabra, tomó la copa de don Ricardo y, mirándole a los ojos, bebió un lento sorbo. Una gota del agua condensada sobre el pie resbaló hasta su pecho haciéndole dar un respingo. Pensó que, pese a su edad, resultaba un hombre atractivo. Movió levemente las caderas y sintió en su vulva la presión de aquella polla erecta. Inclinándose, apoyó las manos en su pecho y juguete con sus dedos enredándolos en el abundante vello gris. Aquella manera suficiente y autoritaria con que le hablaba tenía un no se qué excitante.

- Muy bien, putita. Así me gusta: que entres en razón.

Desató la lazada central del sostén liberando sus tetas abundantes, blancas como la leche, en contraste con el moreno meloso del resto de su piel, y sonrió al contemplar que sus pequeños pezones oscuros se habían endurecido. Las amasó mirando a sus ojos con descaro, pellizcando al mismo tiempo los botoncitos sonrosados, apenas un grado más oscuros que la piel.

- Anda, levántate.

Obedeció. Frente a Leo, don Ricardo, a su espalda, siguió desatando con parsimonia el resto de los lazos que armaban su bikini, haciendo aparecer ante los ojos de su marido su pubis, de vello rizado y dorado, delicadamente recortado. La polla de su jefe, ante sus ojos, resbalaba entre las nalgas pálidas y mullidas de su mujer.

- ¡Estás mojada!

Mientras mordía su hombro, una de sus manos se había deslizado bajo sus nalgas hasta alcanzar la vulva empapada haciendo que emitiera un quejido mimoso.

- Bien, putita… Tú y yo vamos a entendernos. ¡No, eso no! Espera.

Dio una palmada y, al instante, aparecieron en el jardín tres muchachos tremendos, notablemente musculados, depilados, muy atractivos, que la rodearon en el mismo momento en que don Ricardo se apartaba.

- No te preocupes, Raquel, son amigos del gimnasio y van a atenderte bien. Yo prefiero mirarte. A mi edad no podría ofrecerte lo que mereces. Ven, Leo, tú siéntate aquí, conmigo. ¿Te apetece otra copa?

Mirando a su marido a los ojos hasta que este humilló la mirada avergonzado, se dejó hacer. Mientras don Ricardo servía una ronda de gin-tonic, pudo observar cómo los cuerpos enormes de aquellos muchachos la rodeaban. La envolvían en sus brazos grandes y fuertes, la manoseaban… Raquel respondía con gemidos trémulos a sus caricias. Hurgaba con las manos bajo sus bañadores haciendo aflorar sus pollas duras.

- A mi siempre me ha puesto ver cómo follan a las mujeres. Y esta tuya… Mira cómo me pone… ¿Cuantos años tiene? ¿Treinta?

- Treinta y uno…

- Ya veo que también te gusta a ti. Venga, vamos a ponernos cómodos.

El jefe se quitó el bañador ante sus ojos exhibiendo así, en libertad, la erección que no había disimulado. Leo se vio obligado a imitarle. Le avergonzaba mostrar el estado de excitación en que le ponía la visión de su mujer profanada de aquella manera. Uno de los chicos, el más moreno, la abrazaba por la espalda agarrándose a sus tetas blancas, pellizcaba suavemente sus pezones. Su polla asomaba por entre los muslos de Raquel, que movía delicadamente las caderas haciendo que resbalara rozando su vulva. Con las manos, acariciaba las de los otros dos, que se turnaban amasando su culo, mordiéndole los labios, magreándole las tetas. Ella gemía evidentemente caliente.

- Es una zorra divina, Leo. Enhorabuena. Casi podría hacer que me corriera sin tocarme.

- Ya…

- ¿Te ayudo?

- …

Mientras contemplaba cómo Raquel se inclinaba un poquito hacia delante para facilitar la penetración, y escuchaba su gemido al sentir en su interior la polla del moreno, que empezó a culearla lentamente, Leo tuvo que soportar que su jefe le agarrara la suya y comenzara a pelársela. Ni siquiera se permitió dar un respingo. Su mujer, que no dejaba de masturbar a los demás partenaires, e incluso se inclinaba más a veces para comérselas apoyando las manos en sus muslos. Le miraba con sorna cuando su rostro no estaba contraído por el placer. Sus tetas se balanceaban en un movimiento hipnótico.

- ¡Qué dura la tienes, cabrón! Me parece que te gusta esto de los cuernos.

Hubiera querido desaparecer, pero no había nada que pudiera hacer para evitar la triste situación en que se encontraba. Su esposa gemía ya de una manera cadenciosa. Había terminado a cuatro patas y el muchacho la golpeaba con el pubis haciendo ondularse sus nalgas amplias y pálidas. Ante ella, los otros dos chicos se turnaban para meterla en su boca, azotaban su culo, manoseaban sus tetas clavando los dedos en ellas. A veces, cuando la ahogaban, sacaba aquellas vergas de entre los labios y tosía y babeaba.

- Si no quieres no pasa nada…

- ¿Eh?

- Si te molesta verlo… Te vistes y te marchas…

- No… Yo…

- Ya… ¿Te gusta?

- Yo… Sí…

Tuvo que admitirlo. Es espectáculo le estaba poniendo loco. Su polla babeaba sobre la mano de don Ricardo, que seguía con su caricia acompasada y rítmica. Se giró disimuladamente y pudo ver que también la de su jefe chorreaba y cabeceaba en el aire.

- ¡Qué puta es!

- Sí…

- Oye… Tú sabes que en la vida nada es gratis ¿no?

- ¿…?

- Si quieres puedes irte. Te vistes y te marchas. Ella se queda, claro…

- ¿Y… y si no?

- Si hago que te corras me la tienes que chupar.

Eligió un momento crítico para plantearle su trato: su capullo amoratado brillaba y babeaba en un flujo constante, y las piernas empezaban a temblarle. Raquel chillaba como una loca. Había sacado la polla de su boca y emitía un chillido sincopado mientras uno de los muchachos escupía su esperma sobre su rostro contraído. No podía detenerlo. No podía pensar.

- ¿Y bien?

- ¿Eh?

- ¿Aceptas?

- Síii…

- ¿Me vas a comer la polla?

- Síiii… Sí… sí…

- Te vas a tragar mi leche, cornudo maricón…

- Síiiiiiiiiiiiiii…

La sintió contraerse con fuerza. Latió en el aire, se contrajo violentamente, y lanzó su primer chorro. Don Ricardo acariciaba ahora solo su capullo tenso y congestionado haciéndolo resbalar entre sus dedos y la palma de la mano. Le causaba un temblor violento y desesperado como nunca había experimentado, una excitación febril que consumaba corriéndose a chorros, a borbotones. Su esperma fluía entre los dedos de su jefe, que sonreía ordeñándola suave e implacablemente.

- Mira cómo chilla como una cerda, maricón. Está llenándole el coño de leche y se corre como una ramera delante de tus cuernos.

Mientras recuperaba el aliento, todavía temblando, vio cómo el moreno la sacaba del coño de su mujer. Un chorretón de esperma fluyó hasta la toalla sobre el césped donde la habían follado. La muy puta temblaba boca arriba sujetándose el coño con la mano como si fuera a escapársele. Otro de los chicos había empezado a untar su culo con aceite bronceador y ella se lo negaba con un hilillo de voz trémula que no era acompañado por ningún movimiento de fuga.

- No… eso no… por ahí no… por fa… vooooooooooooooor…

Le vio empalarla con los ojos abiertos como platos. Clavó aquella tranca en el culo amplio y pálido cómo él siembre había soñado, arrancándole un chillido de angustia, y empezó a bombearla con fuerza, sujetándola con sus manos poderosas por las caderas mientras otro de sus amigos se la clavaba en la boca y sujetaba sus manos contra el suelo. El espectáculo de sus carnes bamboleándose, tumbada en el suelo boca arriba, el sonido de sus gritos ahogados, hacían imposible que cediera su erección. Un gesto de don Ricardo le recordó su compromiso y se arrodilló entre sus piernas. Venciendo un primer impulso de repugnancia, se la introdujo entre los labios. Estaba dura. No sabía a nada. Se extrañó al comprobar que no le deba asco. Incluso, el latido, el pálpito que parecía endurecer más su capullo a intervalos regulares, le pareció excitante.

- ¡Así… así… así, maricóooooooon…!

Tardó un instante apenas en escupir su esperma en el interior de su garganta. Se sorprendió succionándola con fuerza, tragándosela según manaba. La polla, endurecida, le dolía. La sentía palpitándole en la boca violentamente, y a cada pálpito seguía un chorro más.

- ¡Para, para, para, hombre, que me vas a secar! ¡Hay que ver qué entusiasmo!

Se detuvo y permaneció unos segundos arrodillado entre sus piernas, avergonzado. Raquel ya no chillaba. No hacía falta sujetarla. Culeaba como una loca y le mamaba la polla al gigantón musculado que le frotaba el coño con la mano casi con violencia mientras su amigo la enculaba con fuerza. Les animaba como si hubiera enloquecido. Algunas veces, liberaba su boca, acariciaba aquella verga grande con la mano, y les animaba enfebrecida.

- ¡Fóllame asíiiii! ¡No te pares, cabrón! ¡Mira… mira… mira, maricóooon! ¡Miraaaaaaaa!

Volvía a correrse ante él insultándole. Culeaba como una perra, como poseída por un furor y una rabia indefinibles. Culeaba insultándole, gritando al muchacho que la partiera en dos, que la destrozara con su polla. Se corría como una loca. Su cuerpo temblaba. Su carne se ondulaba. Tenía huellas rojas de manos en las tetas, en el culo, en los muslos, y todavía exigía más.

- ¡Chico, mira que te gusta esto! ¡Quien lo iba a decir! ¡Hay que ver cómo la tienes! Ven, siéntate aquí. ¿Quieres que te la chupe?

Obedeció en silencio, asintiendo con la cabeza, y esta vez fue don Ricardo quien se arrodilló entre sus muslos. Comenzó lamiendo sus pelotas. Raquel gimoteaba ya incapaz de articular palabra. Se fue metiendo sus pelotas en la boca alternativamente. De cuando en cuando, deslizaba la lengua por su capullo sin tragárselo, para volver al instante a sus pelotas o a deslizarla entre sus nalgas.

- Pero… Ya sabes que todo tiene un… precio…

Por fin se la metió en la boca. Comenzó a succionarla, a apretarla con la lengua sobre el paladar mientras la succionaba haciendo que sus piernas temblaran mientras introducía entre sus nalgas un dedo que resbalaba en la saliva con que lo había lubricado. Leo sintió un estremecimiento.

- ¿Cual… cual… es… el… preeeciooo?

- Si te corres en mi boca… Te follaré. Aunque, claro… Siempre puedes vestirte y marcharte…

- Ahhhhh!

- No te preocupes… No tienes que decidirlo todavía… Solo no te corras…

Raquel había perdido ya definitivamente el control. Se dejaba manejar por los muchachos sin ofrecer resistencia alguna. Incluso, colaboraba en la medida de sus posibilidades, aunque le quedaban pocas fuerzas. Entre dos de los chicos, la sentaron a horcajadas sobre la polla del que todavía no se la había clavado mas que en la boca. Lanzando un gemido al sentirla clavándose en su coño, se dejó caer sobre su pecho sabiendo qué vendría a continuación.

- Ahhhhh….! Ahhhhh….!

- ¿Vas a correrte? Te pone cachondo la zorra de tu mujer, ¿verdad?

- Síiii…

- ¿Sí a qué? Ya sabes que, si te corres, te follaré?

- A… to… do… A… to… dooooooooo…

- Así me gusta, mariconcita…

Comenzó a correrse a chorro limpio en la boca de don Ricardo mientras los tres muchachos la zarandeaban como a una muñeca rota jodiéndola por todos sus agujeros. Se dejaba balancear sin fuerzas, corriéndose en un silencio estremecedor, poniendo los ojos en blanco, a veces temblando descontroladamente. Solo cuando alguno de los azotes con que la obsequiaban superaba el umbral del dolor, parecía reaccionar con un gritito. Mientras tanto, se dejaba follar, sodomizar y penetrar hasta la garganta bamboleándose, sin hacer el más mínimo movimiento voluntario. Leo no pudo resistirlo más. Don Ricardo bebía su esperma con avaricia, succionando su polla con fuerza y haciendo que le temblaran las piernas. La visión de su mujer entregada de aquella manera le excitaba de una manera brutal. Se sentía humillado, avergonzado y, aquella vergüenza, parecía actuar como un acicate a su placer, como si la degradación contribuyera a él.

- ¡Bueno, bueno, bueno! ¡Vaya con la mosquita muerta!

Don Ricado había vuelto a sentarse a su lado en el sofá de teca. Raquel no tardó de unirse a ellos. Siguieron bebiendo sus copas, ya aguadas, en silencio. Leo, sentada como estaba frente a él, podía ver los reguerillos de esperma que brotaban suavemente de su culo y de su coño, cuyos labios aparecían inflamados y enrojecidos. Le miraba en silencio. Creyó percibir un desprecio velado en su mirada. No podía sostenérsela.

- ¿Tú no te has comprometido a algo, maricón?

Se lo escupió con desprecio, mirándole a los ojos. Inexplicablemente, aquella frase bastó para que su polla volviese a adquirir consistencia, y con ello la de don Ricardo. Notó el calor en las mejillas y una opresión en el pecho de ansiedad.

- Se te pone dura de pensarlo… ¡Qué engañada estaba contigo!

- No seas dura, zorrita. Aunque no lo creas, casi cualquier hombre se excitaría viendo follar a su mujer.

- Ya… Pero son los cornudos los que lo ven, y los maricones los que se ponen cachondos pensando que les van a dar por culo ¿Te pone pensar en esa polla en tu culito, nenita?

- …

- No hace falta que contestes. Se ve a la legua.

- Anda, no hagas caso, ven…

Don Ricardo le condujo hasta la toalla sobre el césped donde había visto a su mujer follada por los tres muchachos, que seguían por allí y se acercaron a verlo cuando observaron que le invitaba a tumbarse boca arriba. Su polla goteaba. Con suavidad, comenzó a lubricar su culo con el mismo aceite que habían empleado en Raquel. Presionaba con el pulgar su perineo al tiempo que deslizaba el corazón en el agujerito estrecho, causándole una extraña sensación placentera.

- No tengas miedo, mariconcita. Te sorprenderá.

Pronto estuvo gimiendo. Su polla cabeceaba y un hilillo de fluido preseminal manaba de ella incansablemente. Su jefe tenía ya dos dedos en su interior, y los movía en círculos con mucha delicadeza. Pronto colocó su polla, de nuevo brillante y dura, a la entrada y comenzó a presionar. Apenas sintió una mínima punzada de dolor. Don Ricardo se detuvo al ver crisparse su gesto. Vertió un chorro de aceite generoso en sus pelotas, que se deslizó hasta lubricarla más, y empujó de nuevo suavemente. Avanzaba despacio, milímetro a milímetro. A cada mínimo avance, seguía un movimiento breve, un bombeo suave durante el que su polla parecía deslizarse en el interior de la piel mínimamente, causándole placer.

- ¿Ves? Ya está. No tengas miedo.

Ya no tenía miedo. La sentía como algo extraño, pero no le dolía. Parecía presionar en su interior. Su polla se había encogido pero, sorprendentemente, seguía bastante dura, y le causaba placer. Don Ricardo comenzó a moverse con más decisión al tiempo que la acariciaba. Avanzaba apenas un centímetro y retrocedía en la misma medida. Cada nuevo empujoncito, le causaba una nueva punzada de placer. Sintió que recobraba la prestancia en las manos de su jefe.

- Así, nenita, así, mueve el culito despacio, déjate llevar ¿Te gusta?

- Sí… sí…

- ¿Te gusta que te folle?

- Sí…

- Vamos, dímelo…

- Me gusta… que me folles… no… no... pares…

Cada vez era más rápido, más fuerte. Su mirada se cruzó con la de Raquel, que permanecía sentada y parecía reprocharle su falta de hombría. Su desprecio no servía si no como acicate. Hacía que su polla se endureciera más. Gemía sin poder evitarlo, ruborizado, escuchando las bromas que los muchachos hacían a su costa.

- Ven, anda, cielo, ponte ahí.

Raquel obedeció sentándose a horcajadas sobre su cara, dando la espalda a su jefe, que la atrajo hasta reclinarla en su pecho. Comenzó a lamerla, a limpiar de su coño el esperma que todavía rezumaba mientras la veía besándole, dejándose tocar las tetas. La escuchaba gemir como a lo lejos. Sus piernas le tapaban los oídos.

- Vamos, chicos, ¿a qué esperáis?

El ritmo a que le follaba ya era rápido y fuerte. Cada vez que presionaba en el fondo con su polla, sentía un escalofrío de placer, una punzada que parecía trasladarse hasta ella desde la base. Chorreaba. Gimoteaba ahogadamente sin dejar de comer el coño a su mujer, que jadeaba al tiempo que se tragaba la polla de uno de los chicos. Don Ricardo parecía hacer lo mismo con otro de ellos, aunque aquello ya apenas alcanzaba a intuirlo desde su posición.

- Pellizcamelos… así… así…

Veía sus manos amasando la carne mullida de las tetas de Raquel, que parecían mucho mayores desde aquella perspectiva. Sentía su polla clavársele. Había dejado de acariciársela. No hacía falta. La sentía rígida, erguida, despegada del vientre, trempando y chorreando.

- ¡Trágatela, cornudo, cabrón!

Y todo se desencadenó de pronto: su mujer recibió en la boca la primera descarga de esperma del chaval. Dejó que fluyera, que escapara entre sus labios, y vino a escurrir sobre su pubis. Resbalando entre su vello rubio, sintió que alcanzaba su cara, su boca. Siguió lamiéndola, haciéndola temblar. Don Ricardo, casi al mismo tiempo, se clavó en él con fuerza, empujándole como si quisiera atravesarle, y notó que se vertía, que le llenaba. Los otros dos muchachos se masturbaban frente a Raquel, que suplicaba su leche:

- Dádmela, cabrones, bañadme en lechita. La qui… ierooooooo…

Pudo ver cómo disparaban sus descargas en su cara, en sus tetas. Le salpicaban, y él se corría. Se corría por la simple presión de la polla de su jefe. Su polla manaba un reguero continuo de esperma sobre su vientre mientras que Raquel temblaba, se estremecía frotando en su cara el coño empapado, abierto, lubricado, manchándole, restregándoselo.

- ¿Sabes, Raquel?

- ¿Sí?

Cuando llegó a la terraza, apenas quedaba el sillón solitario frente al sofá donde su mujer permanecía recostada sobre el pecho de don Ricardo. Tomó asiento y permaneció en silencio observándoles.

- Como vais a tener que vender la casa para pagarme lo que me debéis… ¿Qué te parece veniros a vivir aquí una temporada, mientras os recuperáis?

- Bueno… así habrá un hombre en casa.

- A Leo habrá que arreglarlo un poco, claro… Depilarle y esas cosas…

- Yo puedo dejarle mis braguitas y el carmín, aunque los sostenes no van a valerle…

- Bueno, sostenes no creo que le hagan falta ¿no? A mi mujer va a encantarle tener compañía…

Mientras oía disponer de sí mismo en aquellos términos, ignorándole como si no estuviera, su polla volvió a levantarse.

- Es increíble el maricón este ¿Por qué no dices a los chicos que le follen, a ver si se calma un poco?

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