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Pandemia 04: perdida

en No Consentido

A primera hora de la tarde, Marge tenía que entrevistarse con el profesor Sanders. Había hecho un mal examen y pensaba que podría llegar a un acuerdo para subir la nota aceptando algún trabajo de investigación. Aunque hubiera tenido un mal rato, era una alumna brillante, y confiaba en la buena voluntad de su profesor.

-          ¿Se puede? Buenas tardes, profesor.

Sanders se la quedó mirando con una expresión desconcertante. Ni siquiera la saludó. Marge, que ya había tenido ocasión de ver por la ventana de su apartamento en el campus alguna de las escenas que comenzaban a prodigarse por toda la ciudad, se sintió inquieta.

-          Yo… quería hablar con usted sobre mi examen. Sé que no ha sido muy bueno. Tuve algunos problemas durante la semana anterior, y quería proponerle algún trabajo… Sé que algunos alumnos están colaborando con usted en los cálculos de su próxima obra… Yo soy buena calculando, ya lo sabe usted… Si pudiera…

-          Si pudiera, si pudiera, bla bla bla bla… Si pudiera chuparme la polla…

Se empujó con los pies en el suelo y su silla se desplazó hacia atrás dejando a la vista un falo de considerables proporciones que el profesor acariciaba lentamente mientras la miraba con un brillo febril en los ojos.

Marge se asustó. Aunque aquel primer año en la Facultad había tenido sus primeros escarceos, desde luego no tenía previsto convertirse en una puta, ni mucho menos comprarse los aprobados a mamadas. Se levantó deprisa y trató de huir hacia la puerta. Al girarse, su mochila golpeo sobre la mesa tirando un vaso de bolígrafos y lapiceros y un montón de exámenes, que se esparcieron sobre el parqué.

-          ¿Dónde vas tú, bonita?

Al abrir la puerta, la señora Windhouse le cerraba el paso con su corpachón enorme. Chocó con ella sin ni moverla y fue empujada de nuevo al interior del despacho, donde el profesor Sanders la esperaba ya de pie apuntándola con su falo inflamado. La secretaria cerró la puerta tras de sí.

-          Hacemos un examen de mierda, tiramos todo por el suelo y salimos corriendo ¿Le parece a usted un comportamiento adecuado, señorita?

-          Yo… perdón… Yo… ya lo recojo…

Bloqueada, como si su inteligencia se negara a aceptar lo que evidentemente estaba sucediendo, se arrodilló en el suelo de madera y comenzó a amontonar los exámenes de una manera febril. Windhouse se reía, y Sanders la observaba en silencio sentado en el borde de la mesa.

-          La polla, idiota, me vas a chupar la polla.

-          Yo… no… de verdad… enseguida lo recojo… yo… no…

Rosa Windhouse la agarró del pelo y medio la arrastró hacia él. Marge sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. No podía asimilar aquella situación ni comprendía cómo había llegado a ella.

-          No… Por favor… Glllllll…

La polla del profesor se clavó con facilidad en su boca abierta en un grito de dolor. Rosa la empujaba con fuerza, y le alcanzó la garganta causándole una terrible sensación de ahogo.

-          Niñatas, zorras chupapollas… Examen de mierda, mamada y asunto solucionado…

Arrodillada detrás de ella. Windhouse le subía la falda. Trató de resistirse, de agarrarle las manos, y recibió un azote terrible. Ni siquiera pudo chillar. Aquella tranca enorme parecía empeñada en clavarse entera en su garganta. El profesor la agarraba por el pelo y tiraba de ella hacia sí, y Rosa le había desabrochado la falda y manoseaba su coño por el borde del diminuto tanga amarillo con que había pensado sorprender a Peter. Se apretaba contra ella, estrujaba sus tetillas juveniles y le hacía sentir la presión de las suyas en la espalda.

-          Señora… por favor… ¡Glllllll…!

Notó como, contra su voluntad, comenzaba a excitarse. Los dedos de aquella zorra gorda chapoteaban en su coño y la sensación de placer que le transmitía el profesor, cuya polla forzaba sus mandíbulas deslizándose adentro y afuera dejándole sentir en los labios su dureza y la nudosa superficie escondida bajo la piel delgada, le causaban una inquietud que podía reconocer.

-          Por favor, por favor… Tienes el coño empapado, putilla.

Supo que era cierto. WindHouse le metía los dedos y presionaba su pubis con la palma de la mano. La masturbaba con fuerza. Podía sentir cómo se deslizaban en su interior con fluidez. Experimentaba un temblor creciente.

-          ¡Traga… te… láaaaaa…!

La empujó con fuerza en su garganta. Sintió que se ahogaba. Notaba el vello púbico en su nariz. Se le nublaba la vista y veía fosfenos, luces de colores causadas por la hipoxia. Empezó a derramarse en su interior. Le salía esperma por la nariz. Sintió que ella también se corría, y aquello no se parecía en nada a los medio orgasmos que había conseguido con Peter. Era una corriente intensa. Se quedó sin fuerzas y su cuerpo delgado y atlético de desplomó en el suelo. Culeaba todavía con los dedos de la secretaria clavados y el profesor disparaba sus últimos chorros de leche tibia en su cara. Babeaba y tosía temblando.

-          Zorritas, zorritas, zorritas… ¿Sabes a cuantas zorritas de primero me he follado? Vienen a subir nota y se abren de piernas por un aprobado. Un polvo y aprobadas. “¿Quiere usted llenarme el chochito de leche, profesor?”; “¿Me rompe usted el culito y me pone un notable?”; “Si quiere se la mamo, profesor”… ¿Quiere un aprobado o un notable, señorita? ¿Un aprobado sólo?

Mientras hablaba como un loco, manejaba su cuerpo delgado colocándola. Marge, que todavía no se había recuperado, apenas tomaba conciencia de lo que estaba sucediendo. Se dejó poner a cuatro patas, se dejó agarrar por las caderas, y sintió clavársele aquella polla grande y dura. Ella había follado con Peter un par de veces. Nada comparable con aquello. Su pollita pequeña le cabía sin esfuerzo, culeaba un poquito, y enseguida la sacaba para no correrse dentro. Aquella la llenaba, parecía caberle a duras penas. Gimió. Aquel movimiento rítmico, aquel golpeteo en sus nalguitas menudas… Sintió como si aquel primer orgasmo fuera renaciendo, como si la ola volviera a inundarla.

Frente a ella, Rosa se desnudaba descubriendo su cuerpo moreno y abundante. Descubrió ante ella sus tetas grandes de pezones oscuros, su culo enorme, sus grandes muslos, y hasta le parecieron atractivos sus rasgos latinos y sensuales.

-          Así, así…

Marge gimoteaba ya abiertamente al recibir los envites del profesor, que seguía recitando su letanía de “putillas”. Rosa, sentada en el suelo frente a ella, que se agarraba a su cuello, había llevado la mano de la muchacha hasta su coño empapado y le comía la boca. Devolvía sus besos y la sobaba clavándole los dedos, terriblemente excitada por sus gemidos. Sus grandes tetas morenas temblaban como flanes. La secretaria pellizcaba sus pezoncillos sonrosados y la masturbaba deprisa, muy deprisa, haciéndola gritar de placer.

-          ¡Sí! ¡Síiiiii…!  ¡Síiiiiiiiii…!

Notó que una corriente la recorría entera en el preciso momento en que comenzaba a verterse en su interior llenándola de calor. Rosa chillaba culeando caída en el suelo con su mano entera clavada entre aquellos muslos enormes temblorosos. Sanders la apretaba fuerte contra sí, y daba breves golpes secos con su pubis al tiempo que la llenaba en oleadas de leche templada que le corría entre los muslos. Casi perdió la conciencia. Su cuerpo se contraía en espasmos violentos. Gemía, le costaba respirar.

Se vistió a toda prisa. Ni siquiera quiso perder el tiempo buscando su tanga. Aprovechó aquel momento de confusión cuando, de repente, Sanders y Windhouse parecían confundidos, como si salieran de un sueño sin recordar lo sucedido y les sorprendiera encontrarse desnudos, para salir huyendo, y ahora se arrepentía. Notaba correrle por los muslos el esperma templado que manaba de su coñito irritado.

Tenía miedo. Recordó que su coche estaba aparcado muy cerca de la entrada de servicio de la cantina y decidió caminar hacia allí por el ala de profesores suponiendo que sería más seguro. Caminaba sigilosamente de escondite en escondite procurando no distraerse observando las absurdas escenas que se prodigaban por doquier. En la biblioteca magna se había desencadenado una orgía brutal, no pudo contar el número de personas de todas las edades que participaban en ella, algunas de las cuales yacían en el suelo inmóviles; en el comedor de profesores, el doctor Benson sodomizaba a un muchacho menudo y afeminado que gimoteaba al correrse y se la mamaba a otro. Llegó a la gran cocina desierta. A través de la cristalera que daba al office, vio un grupo de muchachos violando a una cría que chillaba como una loca. Hans, el jugador de futbol alemán de tamaño gigantesco, la sostenía en el aire clavada en su polla tremenda y culeaba como un animal; por detrás, Peter, su novio, la enculaba mordiéndole el cuello y magreándola las tetillas. Un grupo de doce o quince muchachos más parecía esperar su turno. Se las meneaban y algunos se corrían, o se las mamaban a otros.

Cuando alcanzó su coche, la doctora Robinson trataba de hacerle un puente para huir de allí sin mucho éxito. Al percatarse de su presencia, la encañonó con un revolver.

-          ¡Ni te acerques!

-          Pero… es mi coche…

-          ¡Te he dicho que ni te acerques!

-          Doctora, por favor… Necesito salir de aquí.

La miró de arriba abajo con expresión desconfiada hasta que llegó a la conclusión de que no parecía infectada.

-          ¿Tienes la llave?

-          Sí.

-          Anda, sube, pero como te vuelvas loca te descerrajo de un tiro.

Se pusieron los cinturones de seguridad y Robinsón arrancó el coche y lo sacó del campus a toda velocidad. Derrapaba en las curvas y no se detenía. Atropelló a un muchacho desnudo que se interpuso en su camino. Las noticias en la radio resultaban inquietantes:

-          Nos llegan noticias confusas sobre lo que parece ser una ola de violaciones a lo largo de todo el país. A falta de confirmación oficial, ignoramos las causas, aunque podemos hablar de cientos o miles de casos de violaciones múltiples que podrían estar reproduciéndose a lo largo del mundo entero. Recomendamos a la población que se mantenga en sus casas… ¿Qué?... ¡Oye!... ¡Peter!... ¡Joder!... ¡Josua…! ¡Dejadme!... ¡Déjame!... Gllllll… ¡Jod…!… Glll… ¡Ahhhhhh…!...

Se quedaron en silencio. Marge sintió la mirada inquisitiva de su profesora. Estaba evidentemente preocupada, pero su rostro permanecía impasible, con aquella expresión dura con que acostumbraba a adornarlo.

-          No sé donde ir, joder, si es que vivo en el campus.

-          Mi casa… mi familia vive en Rockwel, al otro lado de la ciudad…

Se encaminaron hacia allí. Por todas partes, los coches abandonados dificultaban la marcha. En muchos lugares se habían reunido muchedumbres que se entregaban a orgías bestiales. Había mucha gente muerta por las calles. Continuamente se veían obligadas a retroceder y buscar rutas alternativas.

-          ¿Te han…?

-          Sí…

-          ¿Sabes quién ha sido?

-          Sanders… y Windhouse…

-          ¡Joder!

-          Doctora… yo no…

-          Anda, no llores, niña. Tú no tienes la culpa.

-          …

-          Oye… Llámame Sara ¿Vale?

Cuando consiguieron llegar ya era de noche. Aunque la densidad de población en el barrio residencial era menor, también se veían por allí escenas preocupantes. Las luces de la casa permanecían apagadas. Dieron dos vueltas a la manzana circulando lentamente hasta asegurarse de que la zona era segura. La cochera estaba abierta y vacía.

-          Cierra el portón, corre. ¿Tiene cerrojo?

-          Sí.

-          Pues échalo.

Sara, con su revolver en la mano, exploraba cada rincón temiendo que alguno de aquellos locos pudiera haberse colado. Atrancaron cualquier posible entrada antes de encender la luz y, al hacerlo, la vieron hecha un ovillo bajo el fregadero.

-          ¡No te muevas!

-          No me haga daño…

-          ¡Judit!

-          Papa… papá quería…

-          Vamos, vamos, tranquila, no te preocupes, ahora estamos seguras. Es mi vecina, Sara. Parece estar bien.

-          Cuando llegue, papá y mamá estaban… Papa me vio y quería… Mamá se reía… Tuve que irme corriendo…

Ya con las luces encendidas, Sara Robinson exploró la casa. Alrededor comenzaba a concentrarse un grupo numeroso de personas atraídas por la luz. Cindy Conors, la vecina de la casa de enfrente se movía entre un grupo de hombres: se inclinaba para mamársela a uno cualquiera, y el que más próxima la tuviera la follaba. Gimoteaba y culeaba como una posesa. Poco a poco, se formaba una gran algarabía a su alrededor. La sobaban y tiraban de ella con fuerza. La zarandeaban y ella trataba de atenderlos con un ansia desesperada. La doctora pensó que no sobreviviría. Marge contemplaba la escena junto a ella. Estaba muy asustada. Uno de quienes la follaban era su propio marido. Marge creyó ver también a Andrew, su hijo.

-          Aquí no podemos quedarnos. ¡Joder! No sé adónde ir.

-          Voy a llamar a mi madre. Mamá siempre…

Con el teléfono en la mano vaciló. Aquella llamada, en cierto modo, tenía tanto de puerta a la esperanza como a la desesperación. Comprendió que podría no tener respuesta. Le temblaba el pulso, pero la casa estaba ordenada y faltaba el coche…

-          ¿Marge? ¡Cariño! Estaba tan preocupada… ¿Dónde te has metido?

-          Estaba en la facultad… No podía… me han…

-          Tranquila, tranquila, escúchame ¿Tienes el coche?

-          Sí… Estamos en casa.

-          ¿Estamos?

-          La doctora Robinson y yo. Y Judit, la niña de los Parker…

-          Bueno, tranquila ahora. Tranquila, mi amor. Pásame a la doctora.

-          Diga.

-          Soy Stacy, la madre de Marge. Escúcheme atentamente: estamos en el centro de control epidemiológico. Voy a enviar un equipo para que las traiga ¿Cree que podrán aguantar un par de horas?

-          No sé. Se está organizando mucho barullo en la calle.

-          La casa tiene persianas eléctricas. Jacob las hizo poner para los huracanes, así que deben resistir. Hay un arma en el armario de mi dormitorio. La llave está en la mesilla de la derecha.

-          Entiendo.

-          Por favor… Cuide de mi hija…

-          Mande a esa gente.

Marge activó las fuertes persianas metálicas. El “arma resultó ser un fusil automático impresionante. Sara Robinson se sintió tranquila. Marge la observó mientras preparaba té y bocadillos. Era una mujer interesante: debía tener cuarenta o cuarenta y cinco años y era delgada, atlética, de rasgos duros y cabello corto y negro; no se maquillaba, más allá de un toque de carmín oscuro y un poco de rimmel; sus movimientos eran rápidos y eficientes, casi felinos, y su mirada oscura escrutaba todo a su alrededor continuamente. Marge pensó que, si tuviera que elegir a alguien para sobrevivir, probablemente pensara en ella.

-          ¿Qué miras?

-          Es que…

La encañonó con su revolver. Marge gritó asustada. De repente, comprendía que estaba sufriendo una crisis. Se habían sentado a esperar en el tresillo. Judit dormía. Se había quedado observando a la doctora como hipnotizada. Estaba abierta de piernas y tenía la mano en su vulva.

-          No… no voy a hacerle nada…

-          ¿Puedes hablar?

-          Sí… ¡Ahhhh…!

-          ¡Estate quieta, joder!

No podía dejar de acariciarse. Comprendía el peligro, pero su cuerpo parecía actuar al margen de su voluntad. La doctora estaba preciosa: armada, tan fuerte, tan… peligrosa… Creyó ver un brillo de duda en su mirada. Sus pezones se marcaban bajo la blusa blanca.

-          No… puedo… parar… No…

Sara no pudo disparar. Le asustaba la idea de contagiarse y, pese a ello, le podía la imagen brutal de la muchacha. Era preciosa, tan rubia, de piel tan morena… Acariciaba su pubis pálido cubierto de vellos dorados y sus labios se entreabrían mostrándole el interior sonrosado y húmedo. La miraba con aquel aire de deseo y respondía a sus preguntas en un susurro sensual. Sostenía la pistola como si se agarrara a ella, sabiendo que no iba a usarla.

-          Quiero… quiero…

Marge avanzaba hacia ella a cuatro patas sobre el sofá. Se movía como una gata en celo. A través del escote de su camisa podía observar sus tetillas pequeñas y picudas de breves pezoncillos sonrosados e inflamados. La dejó subirse a ella. Gimió cuando la muchacha mordió delicadamente su cuello. La abrazó y besó su boca. Se había sentado a horcajadas sobre uno de sus muslos y su chochito dejaba un rastro brillante sobre su pantalón negro. Ronroneaba mientras desabrochaba su camisa y acariciaba sus pezones oscuros sobre el pecho casi liso. Gimió y se dejo caer sobre el respaldo ayudándola a quitarle los pantalones.

-          ¿Le… le parezco… una… putilla…?

No pudo responder. Sonrió comprendiendo la ironía y gimió al sentir sus labios apoyándose sobre su pubis lampiño. Rodeó con ellos su clítoris grande y duro, que asomaba evidentemente inflamado. Observó aquellos preciosos ojos azules que la miraban desde entre sus muslos bien musculados. Acariciaba su cabeza vibrando rendida al juego de su lengua inquieta.

-          Me pareces… un ángel…

La levantó sin esfuerzo hasta el sofá. La subió sobre ella. Presionaba su vulva con la rodilla. Acarició su coñito sonrosado haciéndola gemir. Lamió sus pezoncillos esponjosos y rosados. La muchacha gemía mimosa. Acariciaba su culito. Era como un sueño.

-          Ven…

Se dejó caer y la atrajo hacia sus labios. Arrodillada sobre su cara, Marge dejó caer su cuerpo atrás sujetándose con una mano al asiento del sofá. Se acariciaba las tetillas con la otra y gemía con los ojos entreabiertos. Sandra recorría con su lengua su coñito entero. Jugaba entre sus labios, se colaba en ellos, los besaba como a una boca, buscaba su clítoris pequeñito y duro y lo lamía, lo besaba y jugueteaba con su lengua sobre él, la volvía loca y bebía sus jugos. Se acariciaba, mantenía sus ojos abiertos para contemplar el placer inocente de la chiquilla, que temblaba sobre sus besos gimiendo.

Las sobresaltó el ruido de motores en la calle, al que siguió una algarabía de voces y disparos. Se escuchaban fuertes golpes y gritos en la puerta. Se vistieron deprisa, echándose apenas la ropa por encima, y despertaron a Judit. Llegaron a la puerta en el momento en que estallaba en mil pedazos. Un grupo de hombres vestidos de negro y fuertemente armados entraron en la casa y corrieron hacia ellas. Sujetándolas con fuerza, las inmovilizaron con camisas de fuerza y cubrieron sus bocas con algo que parecían bozales. Las sacaron a la calle casi en volandas y las subieron a un todo terreno negro que arrancó al instante. A escasa distancia les seguía otro igual. Varios hombres sentados en las ventanillas disparaban a su alrededor evitando cualquier acercamiento. El conductor no se detenía. De cuando en cuando, un golpe seco proyectaba un cuerpo a varios metros de distancia. Parecían maniquíes rotos.

-          Disculpe las molestias, doctora. Tenemos que asegurarnos…

-          …

-          Las esperan en el centro de control. No se preocupen por nada. Vamos a llevarlas hasta allí. Sus padres están allí, señorita.

-          …

-          ¡Joder, John! ¿No podemos correr más?

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