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Desvirgadas en Barcelona 3 y 4

en Hetero: Primera vez

DESVIRGADAS EN BARCELONA 3 y 4

Nuevas aventuras y desventuras sexuales de Celia

Relato de Tatiana 19752

Desvirgadas en Barcelona -3-

Celia y don Humberto, el cubano

BAJO LA MIRADA PROTECTORA DE OCHUN,

Y CON RESPETO A LOS ORISHAS DEL PUEBLO YORUBA

Barrio de las Playas de Barcelona.

Atardecer del Jueves.

Don Irving sacó su pene de mi vientre y se quedó jadeando a mi lado. El ruido de los truenos de una tormenta de verano se mezclaba con la cegadora luz de los rayos que iluminaban el ennegrecido cielo de Barcelona. A mi me costaba respirar, aún sentía todo el peso de su cuerpo encima del mío, su sudor se mezclaba con mi sudor, notaba como su semen caliente y abundante inundaba mi sexo.

Al cabo de una media hora, cuando yo estaba medio dormida y notaba que su mano jugaba con mi cuerpo, el hombre me habló suavemente, me dijo que tenía que marchar al día siguiente fuera de Barcelona, a Moscú, a resolver unos negocios y que volvería en unos días. Me dijo que si necesitaba algo hablase con don Humberto, el cubano.

Era ya tarde, tenía que volver a casa. Don Irving había jugado de nuevo con mi cuerpo toda la tarde, de todas las maneras que se le antojaron. Hacía ya una semana de aquella tarde que él y don Humberto nos desvirgaron a Nuria y a mí.

Don Irving está loco por mí desde el día que me desvirgó. Él puede tener todas las tías que quiera, pero le vuelven loco mis trece añitos, mi cuerpo, soy altita, esbelta, delgada pero con las formas ya bien marcadas, con la piel muy blanca, unos muslos muy bien formados, unos pechitos como montañitas en punta hacia delante…

Todos los chicos del instituto y del barrio dicen que estoy muy buena... A don Irving, mi amigo peruano, le vuelve loco especialmente el momento en que, ya sea en la playa para tomar el sol, o en su apartamento para que me toque y me folle, me quito la parte de arriba del minibikini que llevo y me quedo sólo con la parte de abajo, la braguita que de hecho es un minitanga.

En un brazo llevo un pequeño tatuaje que me ha hecho un amigo de don Irving y que según él significa que le pertenezco: un cóndor de los Andes, el ave mágica de su pueblo. Ahora don Irving quiere que lleve un piercing en el ombligo, y dice que ha encargado una pequeña pieza de oro para que me la ponga. Ya veremos, si a él le gusta…

Me vestí. Antes de salir y dirigirme a mi casa, don Irving volvió a besarme y me dio un sobrecito con aquellos billetitos que me daba para que me comprase cosas muy lindas, como decía él. Me dijo que me traería algo muy bonito de su viaje a Moscú.

Nuria había marchado de vacaciones, y estaba yo sola en casa. Mi madre todavía no había vuelto del trabajo. Y, entonces sonó el teléfono.

Era don Humberto, el cubano.

Me dijo que al día siguiente, por la mañana, no estaría en Barcelona, pero que por la tarde me recogería en mi casa y me llevaría a ver un sitio muy chulo, el Ashé’s Resort un club suyo en la costa de Castelldefels, a unos veinte kilómetros de Barcelona y con unas extensas playas de fina arena dorada.

 

Ashé’s Resort, Castelldefels Playa

Tarde del Viernes

Don Humberto y yo bajamos de su BMW, su chofer o guardaespaldas o lo que sea nos había abierto la puerta. Estábamos dentro, en los jardines del club.

Mucha gente saludó con gran respeto a don Humberto, que parecía conocer a todo el mundo. Él les sonreía a todos, y parecía saludarles con una extraña frase, algo así como "ashé broder", no lo entendí muy bien. Predominaban hombres maduros, incluso bastante mayores. Había una piscina, y una serie de chicas muy guapas parecían ser las camareras. Algunos señores tenían chicas sentadas encima de ellos en los sillones de piscina, y parecían estar tocándolas y besándose con ellas.

Don Humberto me dio un vasito, y me tomé lo que él definió como mi primer mojito especial de Ashé’s. Una especie de fuego me llenó el estómago, y una extraña sensación de irrealidad me invadió.

Entramos en el edificio. Había una decoración de luces de neón rosadas y azules, una paredes como si fuese una hacienda cubana, imitando un patio interior, la música eran canciones caribeñas, y, en los butacas del interior, había grupos de hombres jugando a las cartas al tiempo que acariciaban los cuerpos de chicas muy jóvenes –aunque no tanto como yo-, que también iban prácticamente desnudas, vestidas sólo con unos tangas diminutos.

A veces, algunos señores se levantaban y subían por las escaleras agarrando a una o dos chicas y desaparecían en la puertas del piso superior.

Don Humberto me tenía sujeta por la cintura, su mano apretaba mi piel, y yo sentía la mano del viejo mulato cubano como más fuerte, recia y cálida que la de don Irving. Don Humberto me hablaba y mimaba de forma tan cariñosa que me parecía una especie de abuelo que me inspiraba seguridad.

Me dijo que subiríamos arriba, que iríamos a sus habitaciones, a descansar un poco, que vería qué cosas más chulas tenía.

Fuimos entonces a su alojamiento, yo me sentía tranquila, con confianza, pero también creo que estaba un poco mareada, don Humberto ya me había hecho beber un segundo mojito, cuando, casi sin darme cuenta, me estaba bebiendo el tercero. Estaba muy bueno, ya no notaba la reacción que me había hecho el primero, pero me apoyaba en el brazo de don Humberto para caminar.

Llegamos, entramos, era lindo, era la primera vez que entraba a un lugar así, yo miraba para todos lados, y me reía, él me abrazaba, me besaba con dulzura, me decía que estuviese tranquila.

Era una habitación especial, yo nunca había visto nada que se le pareciera.

Una habitación con muchas plantas, muebles antiguos, música suave, tambores de fondo, una gran cama enfocada con unas tenues luces rojizas, sin aire acondicionado, calor, el balcón abierto, la piscina debajo, el mar más allá…

En una pared, un gran tapiz representaba una maravillosa joven mulata que parecía ser la señora de una isla. En el tapiz había escrito el nombre de "Ochún", que debía ser como se llamaba la joven y bella señora.

Don Humberto me miró sonriendo, y me dijo unas extrañas frases, que ahora intentaré recordar, aunque no puedo hacerlo exactamente. Me dijo algo así como:

Yo soy el fuego de tu noche,

y tú serás las cenizas del humo de mi aliento,

yo soy el caimán que llega silencioso por el fango,

y me acompañan tempestades, fuego, mar,

yo soy los tambores batá

y la flecha que penetra tu pensamiento…

Ochún, te la ofrezco en sacrificio,

dame tu fuerza, renueva mi vigor…

Después puso música lenta, me abrazó, y empezamos a bailar, me besaba, estabamos muy juntos, y podía sentir como su pene iba creciendo rápidamente en su vientre, seguimos así un rato, después me levantó en sus brazos, , me acerco a la cama, y comenzó a quitarme la ropa, lo hacia muy lentamente, mientras seguía besándome y diciéndome cosas que yo a veces no entendía, parecía un extraño idioma, como africano, que me intranquilizaban y me hacían sentir muy rara, don Humberto casi me daba miedo, hasta que quede casi desnuda, me depositó en la cama, y comenzó a desvestirse, yo lo miraba con sorpresa y nerviosismo, hasta que quedo completamente desnudo…

Su cuerpo se dibujaba en la sombra de las luces rojas, acercándose hacia mí, poco a poco, musitando extrañas palabras, entonces yo vislumbré un gran pene enhiesto en el vientre del viejo mulato cubano… Me quedé mirándolo absorta, sin poder apartar la vista de su verga que continuaba aproximándose a mi…

Se acerco al lecho y se dejó caer lentamente, ocupando casi todo el espacio. Noté el calor, el sudor de su cuerpo ya muy cerca del mío, tocando mi piel en algunos momentos. Continuaba musitando una especie de extraña letanía, y se colocó de costado casi encima mío, puso su rodilla entre mis piernas, las abrió muy lentamente, y me acariciaba y besaba los muslos, y lentamente iba subiendo,

Don Humberto Chalquia, con la mano que le quedaba libre me tocaba los pechitos y los pellizcó… Gemí del placer que sentí, era como si flotara en el espacio, como si estuviese volando por el cielo junto al cubano…. Se había colocado ya encima de mí bañándome con su sudor… Yo, entonces, con mis piernas le rodeaba su cintura mientras él no paraba de meter su lengua en mi boca…

Don Humberto Chalquia tiró hacia abajo con la mano, y me fue bajando la braguita, dejando al descubierto mi coñito, con el que empezó a juguetear introduciendo sus dedos.

Enseguida se inclinó de nuevo hacia abajo, y noté su lengua abrirse paso en mi sexo, yo me retorcía del placer que sentía, gemía de ansias de que me la metiese, .Y allí estaba su polla, tiesa, desafiante, toda para mí en cuanto él decidiese metérmela.

Noté que su pene comenzaba a temblar. Don Humberto Chalquia me colocó boca arriba situando mi cabeza en el centro de la almohada, me abrió bien las piernas mientras yo a mi vez las levantaba para apretar y abrazar con ellas su cadera y sus muslos, como me había enseñado a hacer don Irving, se giró y puso su cuerpo encima del mío.

Sentí su verga caliente frotarse en la puerta de mi sexo y aquel contacto me hacía vibrar de angustia y deseo. La punta de su polla empezó a meterse en mi vientre, mi vagina estaba húmeda esperando a su deseado invitado. Gemí, clavé mis uñas en su espalda, sentí su lengua pasearse dentro de mi boca, gusto a tabaco y alcohol, los pelos mal afeitados de su rostro pinchaban la piel de mi cara,

Yo estaba avergonzada de lo que estaba haciendo, pero a la vez me estaba consumiendo del fuego de mi cuerpo, los gemidos se me escapaban uno tras otro de mis labios. Entonces, el viejo mulato se ayudó con la mano y de con sólo un violento y decidido empujón hacia delante me la metió hasta el fondo, sin ninguna consideración. Sentí daño, como si me cortasen por dentro, casi como la primera vez con don Irving, cuando el peruano me desvirgó. La verga del cubano era más ancha que la de don Irving, se metió en mi vagina ocupando mucho más espacio, con la rapidez de un rayo…

No me podía quejar, yo lo había provocado, yo solita había colaborado con don Humberto, había aceptado sus caricias, había excitado al hombre hasta el paroxismo frenético de la locura, y ahora el viejo cubano tomaba su presa, me devoraba con su boca y su polla se había clavado hasta lo más profundo de mi vientre… y yo, quería de forma inconsciente o consciente quería sentirla dentro de mi cuerpo, así que todo estaba como tenía que estar…

.

Se dejó caer encima de mi cuerpo, aplastaba mis pechitos, hundía mi vientre, me inundaba con su sudor y su aliento a bebida y tabaco, y entonces ya comenzó el mete-saca. Me la metía y casi me la sacaba, me la metía y casi me la sacaba, cada vez con más fuerza, cada vez a más velocidad, cada vez más hacia dentro, yo notaba la presión como si me fuese a reventar…

Nunca hasta entonces había sentido nada igual. Aquello era mucho más violento, más fuerte, más bestial que con don Irving… Me sentía como una ovejita devorada por un lobo feroz, mi carne le pertenecía, prieta, mi coñito, ahora bien dilatado por su enorme pene, era suyo, todo era suyo, todo le pertenecía, me dijo jadeando que me estaba follando como a una perrita, que m iba a follar todo el día, que me iba a meter hasta la última gota de semen en mi sexo…

Parecía que don Humberto se había vuelto loco, que me iba a devorar, pero yo nada podía hacer, lo que me estaba haciendo me dolía, me ahogaba y me gustaba como nada antes en el mundo, esperaba que aquella tortura de mi joven cuerpo acabara lo antes posible, pero dejaba que nunca acabase, que aquello continuase eternamente, que el viejo mulato no sacase nunca la polla de mi vientre, que no se levantase de encima de mi y ojalá que su cuerpo me aplastase toda la eternidad…

.

Y seguía su incesante movimiento, sacando y metiendo su verga en mi vagina…. Notaba como el hombre sacaba toda la polla casi hasta la punta, dejándose caer para meterla dentro de nuevo de un golpe, y así una y otra vez, sin parar ni un segundo...

De nuevo noté como me salía la polla del viejo de dentro de mí, la notaba retroceder hacia fuera, para... de nuevo entrar en ella otra vez de golpe. Don Humberto Chalquia tenía los ojos en blanco, la boca entreabierta jadeaba, y a mi me faltaba la respiración, su peso me aplastaba contra las sábanas, pensé que iba a desmayarme, todo me daba vueltas, los ojos se me inundaron de su sudor y me sentí morir…

¡De qué manera me la había metido! ¡Cómo me estaba follando, sin piedad ni descanso, tenía encima de mi un auténtico monstruo, un caballo desbocado…!Pero que bien, qué placer sentía al tener dentro aquella polla negra que me llenaba el vientre y que yo sentía que me llegaba por dentro tal vez hasta la cintura!

Ni don Humberto ni yo queríamos que ese momento se acabara jamás y grité..."¡¡¡ Oh, no me deje nunca, siga, siga!!!" Entonces comenzó él a moverse aún con más velocidad y fuerza, y ya me quedé prácticamente fuera de mí, como enloquecida. El no paraba de joderme, y yo, yo como ahogándome entre jadeos y sudor, le decía mientras le besaba y abrazaba: "más, más, dame más, por favor, más, no pares, no pares, sigue más, porfa... "y notaba que su polla iba y venía cada vez más mas dura, enorme y fuerte.

Jamás había imaginado que esas sensaciones que el mulato cubano me estaba haciendo sentir existieran, aquello era mucho mejor que la primera vez, cuando don Irving me desvirgó, aquello ahora me parecía mucho más suave en comparación a aquella manera infernal que tenía don Humberto de follar... Ahora entendía lo que me decía Nuria aquel día, cuando me comento el daño que le había hecho el cubano al desvirgarla, pero lo bien que se lo pasaba ella después cuando iba al apartamento de hombre a ser follada por él, igual que yo iba con don Irving…

Don Humberto empezó a gritar, a aullar como un lobo, a relinchar como un caballo, mientras me movía de un lado a otro con unos movimientos violentísimos al tiempo que continuaba medio sacando y clavando su polla hasta el final de mi vagina, y ahora yo notaba como, a cada metisaca de su verga, el espasmo inundaba mi sexo de oleadas de un líquido muy caliente y viscoso. Su polla era como una fuente explosiva que estaba abocando torrentes de semen dentro de mi vientre.

Me quedé de golpe sin respiración, era como si me ahogase, él , al tiempo que daba espantosos alaridos de placer mientras se corría dentro de mí, apretaba mi cuello como si me fuese a estrangular, me faltaba el aire, y, entonces me corrí yo, me ahogaba, pero entré también en un orgasmo tremendo e infinito… me sentía morir de placer, no respiraba, jadeaba, el ya no me apretaba el cuello, sino que impulsaba mi cuerpo arriba y abajo violentamente, con sus manos agarradas a mi culo, su cuerpo aplastando el mío, su pecho hundiendo mis tetitas, yo era un monigote, una piltrafa que el movía a su antojo, yo me hundía en oleadas de increíble placer, lo besaba, le agarraba el culo, le pellizcaba, impulsaba sus nalgas a penetrar su polla más profundamente en mi, quería que me atravesase…

El viejo mulato ya no podía más, ya no salía más semen de su verga, litros de sudor salían de su piel e inundaban mi cuerpo, se dejó caer, vencido, encima de mí, aplastándome aún más, pero yo no me apartaba, el ahogo de su peso me continuaba dando placer … Y oí que el viejo cubana emitía un sonido sordo, una voz, casi como un invocación, dijo, con voz tenebrosa, algo así como: ooochuuunnn…

Pasó un tiempo, no sé cuanto, yo ya no tenía ninguna noción del tiempo, me quedé paralizada, con él como durmiendo encima de mi, inundado mi cuerpo de sudor y semen, respirando con dificultad, jadeando, su peso me aplastaba… cuando de pronto, lentamente, me la sacó y se colocó a mi lado, con una pierna sobre mi vientre, un brazo y la mano jugando con mis tetitas, pasándome la lengua por el cuello y mordiéndome como un vampiro… Yo notaba un líquido viscoso, caliente y pegajoso moverse por mi vientre y muslos… Así, creo que se quedó dormido, y, poco después, tremendamente agotada, yo creo que también me dormí enseguida…

Me desperté cuando había pasado cerca de una hora. Sin darme cuenta, don Humberto se había despertado, y, como no se había separado de mi cuerpo, de nuevo parecía estar excitado. Miré hacia abajo y vi su pene otra vez preparado para atacarme… Oh, no, pensé, dolorida y agotada, otra vez, tan pronto, no, por favor…

Entonces, don Humberto me dio media vuelta y me puso de espaldas, y luego me obligó a ponerme como si yo fuera una perrita. Mis pechitos descansaban en la sábana y, él desde atrás me los apretaba con fuerza, casi haciéndome daño.

Me levantó la parte del culo… Se dedicó a jugar y pellizcar mis nalgas, y pensé que ahora tenía el capricho de follarme como si fuésemos un perro y una perrita. Era algo nuevo, don Irving nunca me lo había hecho de esa manera… Tal vez era divertido, aunque algo incómodo… Don Humberto estaba haciendo algo bastante asqueroso, se había puesto saliva en los dedos e intentaba irlos metiendo en mi culo, no imaginaba yo para que hacía algo tan raro.

Y entonces don Humberto se colocó encima de mí por detrás, tal como me pensaba, como si fuera un perro. Sentí la polla de nuevo, pero,… ¡¡¡Ahora me había colocado la punta en la entrada del agujero del culo!!!…

¡¡¡ Ahora me daba cuenta de lo que don Humberto pretendía!!! ¡Qué tonta que soy! Don Humberto me iba a meter el pene en el culo, cosa que no me había hecho nunca don Irving, y que yo me imaginaba como una cosa sucia y asquerosa, No, eso no, no le iba a dejar, en la vagina lo que quisiese, pero en el culo, ¡No!

Empecé a moverme para ponerme al revés, con la espalda en las sábanas, pero me encontré con la sorpresa de un don Humberto desconocido, fuerte, violento. El viejo mulato sacó una extraordinaria fuerza de no se dónde, y me inmovilizó completamente. Con una de sus manazas aplastó mi cabeza contra la almohada, mientras con la otra levantaba mi culo. Yo gemí e intenté protestar. Entonces el hombre me agarró los dos muslos por el interior, me levantó el culo, deslizó sus manos a las nalgas, apretando mi carne, y con los dos pulgares dejó bien al descubierto el agujero de mi ano.

Intenté desasirme, y volví a sentir la punta de su polla en mi culo. De pronto, mientras yo me agitaba, noté como su polla entraba en mi cuerpo, se abría paso en mi culo. Me la metió de golpe, con un empujón frenético hacia delante, al tiempo que daba un grito monstruoso en la extraña lengua que parecía utilizar aquella tarde. Sentí un dolor terrible, como si una navaja me estuviese cortando por dentro, y dejé ir un alarido espantoso, de dolor y horror por lo que el viejo mulato me estaba haciendo, por el daño tremendo que me estaba haciendo al desvirgar mi culo.

Yo lloraba, gemía, continuaba el dolor, mientras él me follaba exactamente como un perro, se movía de la misma manera, jadeaba, decía palabras incomprensibles, aplastaba mi cara contra las sábanas cuando yo intentaba resistirme o moverme, hasta que llegó un momento en el que sus movimientos fueron espeluznantes, me movía entera, me arrastraba arriba y abajo, y empezó a gritar como si fuese un monstruo inhumano, y me di cuenta de que se estaba corriendo, estaba eyaculando dentro de mi culo, el hombre tenía un orgasmo tremendo que lo había transformado en una fiera, pero pensé que tal vez si ya se agotaba acabaría mi tortura…

Poco después se dejó caer, y yo quedé con la cara, el pecho, el vientre, aplastados contra la sábana, mientras tenía todo su cuerpo, todo el peso de don Humberto encima de mi, su cara hundida en mi nuca, su pecho contra mi espalda, su sexo sobre mis nalgas, su polla todavía metida dentro de mi cuerpo, todavía dura, todavía guerrera… Él jadeaba, parecía ahogarse, aunque empezaba a recuperar la respiración, y yo seguía gimiendo, lloraba sintiendo un gran dolor en mi culo…

Dolor que aumentó unos momentos después, cuando el hombre se apartó de mí poco a poco, cuando su pene se abría paso de nuevo para salir de mi culo…

Don Humberto se quedó a mi lado, extendido sobre la cama, y yo me pude por fin colocar con la espalda en las sábanas, con mis ojos perdidos en los colores rojizos del techo… Él recuperaba la respiración, yo seguía gimoteando de dolor, me seguía doliendo, ahora que tenía el culo contra las sábanas… Y, con sorpresa, me di cuenta de que ahora el hombre estaba roncando, don Humberto se había dormido de golpe, debía estar supersatisfecho, después del polvo que me había echado por delante y de desvirgarme después por el culo…

Me sentía muy mal, pero no me podía mover… Recuperé la respiración, me notaba sucia, bañada de sudor, con todos los olores del cuerpo del viejo mulato impregnando mi piel… Me giré y miré su cuerpo desnudo, el pelo de su cuerpo, su pene grande pero ahora ya blando en medio de sus enormes cojones llenos de unos largos y rizados pelos negros… Roncaba, roncaba como un animal satisfecho y saciado…

Pasó un tiempo, no sé cuanto… Él seguía roncando… Yo reuní fuerzas y me levanté de la cama para ir al baño que había visto al lado de la entrada de la habitación… Donde yo estaba acostada, vi sangre donde reposaba mi culo… No me extrañó, sabía que don Humberto me había hecho mucho daño, era como si me cortasen por dentro, no me extrañó ver allí que me había salido sangre por el culo…

Entré en el cuarto de baño… Decoración muy lujosa, al estilo del Caribe… Encendí la luz, era un tenue fluorescente de neón rosado… Me miré al espejo… Estaba despeinada, con la cara sucia, llena de una mezcla de lágrimas, saliva, sudor mío y de don Humberto… Me vi desnuda, pero me di cuenta de que continuaba teniendo un cuerpo muy bonito, yo ya sabía, por don Irving que mi joven cuerpo de adolescente tenía una magia especial para los hombres… La primera parte no había estado mal, pero después, cuando don Humberto decidió desvirgar mi culo, me había hecho daño… Pero… No sé, tal vez había sentido algo, a pesar del dolor, tal vez, si lo probase otra vez y no me hiciese daño…

Llené la bañera con agua tibia y me introduje en ella… Sentí que las fuerzas volvían a mi cuerpo…

Me di cuenta, al volver a la habitación y ver a don Humberto, que continuaba roncando, que los dos hombres, don Irving y el viejo mulato cubano, ocuparían un lugar primordial en la historia de mi vida… Me entró un cierto temor, un cierto miedo a no encontrar en el futuro, entre la gente de mi edad, a chicos que me hicieran disfrutar, a pesar de todo, tanto como aquellos dos hombres que me habían desvirgado…

Dos horas después, un coche del Ashé’s Resort me llevaba de nuevo a Barcelona. Don Humberto se había quedado en el club, y me sonreía pícaramente cuando me dio un sobre con quinientos euros, para, tal como hacía don Irving, me comprase cosas bonitas que me gustasen…

Cuando protesté un poco de que el culo me hacía daño al sentarme, que no tenía que habérmelo hecho, don Humberto sonrió y me dijo que no me preocupase, que no pasaba nada, que sólo hacía daño la primera vez, igual que cuando me había desvirgado por delante don Irving, y que después ya vería como me gustaría que me lo hiciesen también así… Me dio un medicamento, una pomada, para que me la pusiese en el culo si me hacía daño. Eso sí, me dijo que no fuese al médico si no dejaba de hacerme daño, que los médicos hacen preguntas inconvenientes, que él tiene muchos amigos médicos que me visitarían enseguida con toda discreción, pero que seguro que no haría falta…

También me dijo que a Nuria sólo se lo había hecho hasta ahora por delante, pero que en cuanto ella volviese de vacaciones la llevaría también al Ashe’s Resort, o a su apartamento en el barrio marítimo, y se lo haría también por el culo, como a mi…

Llegué a mi casa. El culo me continuaba haciendo mucho daño, no podía sentarme en las sillas, sólo en el sofá o estirarme en mi cama… Me curé el culo con algodones y agua oxigenada, en la braguita tenía algo de sangre que me había salido con los movimientos del coche… La pomada me calmó lago el dolor, me puse la tele, estaba sola, mi madre estaba trabajando…

Me notaba algo nerviosa… Fui a mi armario, saqué mi cajita de música de cuando era pequeña, y saqué mi tesoro… Allí guardaba lo que no me gastaba del dinero que me iba dando don Irving… Y ahora añadí los quinientos euros que me acababa de dar don Humberto… Yo sabía, que si hacía lo mismo que don Irving, esto era sólo la primera vez, otras veces que nos viésemos me daría cien o ciento cincuenta euros… Pero ya me iba bien, ahora me estaba dando todos los caprichos, ya tenía aquellos pantalones tejanos que estaban de moda y eran tan caros… Y no unos, sino tres…

Salí de casa y me fui a ver a mi madre al trabajo… Estaba mejor caminando o de pie que sentada…

No imaginaba yo entonces que las nuevas sensaciones que me reservaba la vida superarían con mucho lo vivido aquella tarde con don Humberto en su club…

 

 

 

Desvirgadas en Barcelona –4-

El misterio de la cama roja

Dedicado a Ofelia Dracs.

Relato de Celia:

Estábamos sentados en una de las mesas del bar de la playa. Quedábamos en un lugar relativamente tranquilo, relativamente apartado del ensordecedor ruido de la gente.

Aunque me había propuesto no probarlos, me había tomado ya un par de chupitos que me ofreció Ofelia, la señora que me había presentado el día anterior don Irving como su mejor amiga, y me notaba algo alegre, tan sólo algo así como si todo lo que veía y oía me parecía divertido. Ofelia me observaba, y después de hablar de muchas tonterías, empezó a explicarme aquello que había pensado. Yo me quedé primero muy sorprendida, y después pensé que... tal vez era una tonta si me hacía la ofendida... después de todo, ella tenía razón, ¿qué importancia tenía aquello...?

- Si quieres venir y hacer unas horas en la peluquería, cuando salgas del Instituto... Bien, algo tengo por Barcelona, pero poco te puedes sacar, las aprendizas a horas no cobran, aprenden el oficio de peluqueras, sólo algunas propinas, no sé, unos 10 euros cada vez que vengas, poco es al mes...

- Ya, Ofelia, le dije, pero, ya sabe, ya se lo expliqué, ahora no tengo nada, siempre voy con cuatro o cinco euros, en el monedero, mi madre dice que no necesito gastar en nada, menos mal que don Irving y don Humberto me ayudan bastante...

- Pero, puedes ganar mucho más dinero, prácticamente sin darte cuenta, en un trabajo más fácil... - dijo ella

- Si es fácil, no pagarán mucho, cuanto me está diciendo, cuanto puede ser, ¿diez euros cada día?

Entonces Ofelia me cogió del brazo, y me lo apretó, con un destello codicioso en sus ojos, clavados fijamente en los míos.

- No, mi amor. Ya veo que no te imaginas lo que voy a decirte. -Me cogió la mano y me la apretó fuertemente, mirando a don Irving que sonreía.- Estoy hablando de mucho dinero, para que te lo guardes y te lo vayas gastando poco a poco. Te estoy hablando de mil euros. Mil euros, y no creo que de hecho tengas que trabajar más que una hora, o tal vez menos.

Una luz se hizo en mi cerebro, y le contesté rápidamente, sonriendo para que no se enfadara conmigo:

- No, ya sé, pero eso no, ganar dinero haciendo de puta, no...

Ella volvió a apretarme la mano:

- No mi niña, te equivocas, no se trata de que hagas de puta...

- Yo no pienso dejar que me la metan los hombres, el que le deje a don Irving o a don Humberto que me lo hagan no quiere decir que...

-Calla, nena, que ya se que te gusta que Irving te la meta...

Me ruboricé y continué protestando, negando con la cabeza:

- Que me acueste con don Irving o don Humberto no quiere decir que vaya a hacer de puta...

- Te repito que no vas a hacer de puta. Tiene algo que ver con ese tema, pero no es hacer de puta. No ganarías eso de puta, eso sólo lo cobran las supermodelos. Niñas como tu hay muchas en una ciudad como Barcelona, yo te lo digo, y de puta no te sacarías ahora que eres jovencita más de doscientos euros cada vez que lo hicieras, y eso si conseguías una casa con buenos clientes, te lo digo yo, que tengo los mejores...

Ahora estaba revelándome a que se dedicaba en realidad, aunque me parece que siempre lo había sabido, o, por lo menos, intuido. Supongo que debió de ver una sombra de curiosidad en mi expresión por lo que me acababa de decir, porque ahora se lanzó a hablarme.

- Mira, mi niña, ahora que ya sabes lo que es que un tío te folle, ya te das cuentas de que no es para tanto, ¿no? Verdad que pensabas que era algo más impresionante y ahora ves que es sólo restregarte un rato con un tío y pasártelo bien ¿no?

Hice un vago gesto de asentimiento

- Pues piensa que se te ha follado un tío con una polla de las gordas. Ya te das cuenta de que si él no te hacía daño, nadie te lo puede hacer ¿no?

-No sé, - murmuré - a mí sólo me la han metido don y don Humberto... No sé como la tienen los demás...

- La mayoría más pequeñas que las de ellos, te lo puedo garantizar...

Quise cortar la conversación, yo no quería hablar de aquello

- Sí, pero ya le he dicho que trabajar de peluquera o de otra cosa, sí, pero de puta, no.

- No seas pesada, - me dijo - ya te he dicho que no se trata de eso. Tan sólo quería que aceptases que dejar que un tío te la meta no tiene la importancia que antes creías, ¿no?

Me volví a encoger de hombros, con un gesto como aceptando tácitamente lo que ella decía.

- Pues bien, lo que he pensado es un buen negocio, para ti y para mí, claro, no te voy a engañar. Ganaremos lo mismo las dos -era mentira, ahora imagino su parte fue muchísimo mayor que la mía - Y, de paso le tomaremos el pelo a un tío.

Ahora sí que la miré con una curiosidad indisimulada, al tiempo que sorbía el líquido de otro chupito, este con el gusto a licor de melocotón. Ella me pasó la mano por la cara.

- Mira, aunque no te lo creas, a mi me gusta aprovecharme de los tíos, sacarles todo lo que puedo. Tú me has dicho que no tiene tanta importancia que te la meta un tío ¿no?

Me miró y continuó hablando. Yo la miraba, expectante.

- Bien, la cosa es que dejes que te la meta un tío, pero sólo una vez.

Reaccioné, negando con la cabeza, sonriendo:

- No, ya le he dicho que de puta, no. ¿Ve como sí que era eso?

- Déjame acabar, que me estás poniendo nerviosa, ¡no me dejas que te lo explique!

Yo continué negando con la cabeza, sonriendo, pero expresando mi desacuerdo. Ella me cogió las dos manos.

- Mira, y ahora ¡déjame acabar de explicártelo todo y lo entenderás! Se trata de engañar a un tío, de tomarle el pelo. Ya te he dicho que por un polvo con una niña como tu, no se pagan más de doscientos, y ¡yo te he hablado de mil!

Me volvió a pasar la mano por la cara, como acariciándome, y continuó:

- Mira, por lo que sí pagan mucho los tíos es por desvirgar una jovencita. Por eso sí que pagan mucho, les hace mucha ilusión, a los condenados, estrenar una muchachita...

La miré con cara de sorpresa, Y realmente estaba sorprendida:

-Pero, Ofelia, qué dice, yo no soy virgen, don Irving me lo rompió la primera noche... Y me hizo daño...

El hombre asintió sonriendo irónicamente.

- Sí, ya lo sé...

- Ya lo sé, mi niña. Por eso te he dicho que de eso se trata, de que engañemos a un tío y le saquemos la pasta. -Le hacemos creer que eres virgen, le dejas que te la meta, haces un poco de teatro como si te hiciera daño, y cuando se corra, se acabó. Ya te lo he dicho antes, poco tiempo, tal vez menos de una hora, y doscientas mil pesetas para ti.

Me di cuenta de que si ella ganaba tanto como yo, hablaba de dos o tres mil euros. Un dinero que yo no podía ni imaginar junto.

- ¿Tanto dinero por eso? - exclamé sorprendida

- Tanto, mi niña - me miró sonriente, convencida que ya había conseguido captar mi interés. Y posiblemente estaba en lo cierto. Grandes dudas y tentaciones empezaron a asaltarme. Pero la realidad volvió a mi cabeza.

- Pero no puede ser, se daría cuenta enseguida, yo no soy virgen... Por mucho teatro que haga, se dará cuenta...

- De eso se trata, nena, de que se lo creerá - me sonrió enigmáticamente. Yo la miré inquisitiva.

- Hay un médico chino en Barcelona que es amigo mío... Trabaja para mi muchas veces, ya sabes, abortos y cosas diversas, borracheras de clientes, etc. Sabe hacerlo muy bien.

- ¿El qué? - dije, aunque empecé a imaginármelo.

- Tiene una técnica especial, reconstruye el himen con una membrana que da el pego. Ahora ha perfeccionado el invento y cuando el tío rompe la membrana pensando que es el virgo de la niña, incluso se derrama una pequeña cantidad de sangre que coloca en los bordes de la membrana. Queda pegada, como cosida pero sin hilos, y cuando el tío te la mete, incluso notas como se rompe y puedes hacer teatro como si te hiciera daño para que él esté bien convencido que te acaba de desvirgar. Lo sé porque para probar si daba el pego, yo misma hice que me pusiera una y uno de los chavales de mi gimnasio me la rompió follando conmigo. Te lo juro que fue completamente real, tanto para mí como para el chaval. Da el pego de verdad, y le sacaremos la pasta a un tío. Piensa que seremos nosotras las que nos aprovecharemos de él, cuando el piensa que se está aprovechando de ti gracias a su dinero. ¿Qué te parece? ¿Lo entiendes ahora?

Aquella frase se metió en mi cerebro. "Se trata de aprovecharnos de un tío que piensa que se está aprovechando de ti". Y otra idea me asaltó: "Mil euros..." Me parece, que sin darme cuenta, fui aceptando la idea como una especie de revancha contra alguien que quería abusar de ti...

Me quedé turbada, y ya casi no recuerdo las otras cosas que Ofelia me decía y me iba explicando... Recuerdo después el coche, volviendo a casa, con Ofelia pasándome la mano por los hombros muy contenta. Yo había quedado en ir a verla el lunes siguiente a una dirección que me dio del centro Barcelona. Sin haberlo expresado yo oralmente, parecía que las dos entendíamos que aceptaba su propuesta. ¡Mil euros! Yo no conseguía ni siquiera imaginar lo que podría hacer con ese dinero...

Dos semanas más tarde, en una torre de Colinas de Sitges

Estábamos esperando que el señor que había de venir llegara. Ofelia me había recogido en Barcelona - ahora me había dicho que la llamara "madame Ofelia"- hacía tres horas. Me sorprendió ver llegar a la mujer en un coche espectacular, un Porsche de color negro. Lo conducía un hombre fuerte, de mediana edad, con aspecto muy duro, con el pelo largo recogido en una coleta en la nuca. Parecía hablar con acento latino, y se dirigía a la mujer con familiaridad, por lo que no tardé en darme cuenta de que tenían algún tipo de relación. El hombre se dirigía a mí con una extraña amabilidad, sonriéndome con aire de suficiencia y un cierto aire divertido.

Pude entender que le decía a Ofelia algo así como:

- Está bien la pollita, eh, mi amor...

Me estaba acomodando en la parte trasera del coche y no entendí bien lo que le contestó Ofelia.

Me pareció algo nerviosa, fumaba continuamente, llevando la ventanilla entreabierta para eliminar el humo, cuando anteriormente yo casi no la había visto fumar casi nunca. No hablaba tanto como otras veces, se limitaba a recordarme los consejos que me había dado para fingir que me desvirgaban. El día anterior el médico amigo de ella me había dejado preparada. Era increíble, no noté nada y allí, en aquel lugar había una especie de membrana que volvía a semitapar la entrada al interior de mi sexo. Me avergoncé al pensar que aquello podía incluso ser divertido... Algo le había pasado a Ofelia, yo seguí notando que estaba como nerviosa, casi como algo ausente, cosa extraña en ella, siempre tan comunicativa...

Yo no sabía, yo no podía saberlo en aquellos momentos, que aquel hombre, aquel amigo suyo, era algo así como una especie de jefe suyo, alguien a quien yo no conocía, y que había decidido para mi algo bastante distinto a aquello de lo que habíamos hablado Ofelia y yo, algo distinto a nuestros planes, algo que, evidentemente, les iba a reportar a ellos dos, especialmente a él, bastante más dinero del que Ofelia había pensado.

Llegamos a la torre. Nos abrieron la puerta, eran una especie de jardineros con aspecto de vigilantes y Ofelia dejo el coche en el jardín. Entramos. Era como una especie de palacio, una mansión lujosa como las que salen en las películas. Me dijeron que "el invitado" todavía no había llegado, que me pusiese cómoda, que ya me avisarían. Me enseñaron un pequeño cuarto para si quería descansar o ver la tele. Decidí aprovechar la piscina que había visto en el jardín, bañarme y tomar el sol en una de las tumbonas que había junto al agua.

Pasó una hora larga. Yo me esperaba en la piscina de la torre, bañándome en ella. Llevaba puesto el diminuto bikini que había llevado, para que el señor me conociese cuando llegara. Me extrañaba la tardanza, yo también estaba inquieta por hacer la representación. Sin embargo, desde la piscina no se veía la entrada, y llegó Ofelia diciéndome que el señor había llegado hacía un rato, y me había estado observando desde el interior del edificio. Me dijo que le había gustado mucho, y que ahora estaba cenando con unos amigos en el comedor, y que fuésemos a la habitación, para irnos preparando. Yo me levanté, me eché la toalla sobre los hombros y la acompañé. Noté que me latía el corazón. Y que la cara me ardía.

 

 

 

 

 

 

Torre de Colinas de Sitges, habitación de la cama roja

Subí con Ofelia al piso superior. Por las escaleras se oían voces de hombres y música andaluza en el comedor, pero desde la entrada al edificio que venía de la piscina no se podía ver nada de aquella zona. Yo tenía curiosidad por saber qué aspecto tendría el señor que iba a pagar tanto dinero pensando que me había desvirgado, - ya merecía que le engañásemos, eso yo lo tenía ya bien claro - pero no pude ver nada, sólo se oían voces. En la casa había otras personas, unas mujeres con aspecto de criadas y tres hombres de aspecto similar al del amigo de Ofelia, que hablaban como él con acento latino. Debían estar acompañando al señor, debían de ser las voces que se oía.

Subiendo por la escalera hacia el piso superior, pude ver por una ventanita la parte delantera de la torre. En el jardín de la entrada había ahora aparcados varios coches enormes, creo que algunos eran Mercedes y otros parecían todoterrenos, que antes no estaban. A la casa había llegado más gente que el señor que había de acostarse conmigo. Debía haber una reunión, o debía haber ahora otras chicas en la casa que yo no había visto... Había tantas cosas, tantas personas que eran nuevas para mi, tantas cosas que me sorprendían o que yo no sabía...

Ofelia abrió la puerta y entramos en la habitación. Estaba prácticamente a oscuras, Las ventanas tenían los porticones cerrados y unas cortinas las disimulaban. Una luz tenue iluminaba una zona de la habitación, y allí pude ver algo que me sorprendió: la cama era toda de color rojo. Tenía una cubierta roja, y unos muebles antiguos a su alrededor, también de color madera oscura con decoración granate, aunque la oscuridad no permitía apreciarlos en su totalidad. Había diversas cosas encima de ellos, de las usuales en esos muebles, lámparas con una luz muy apagada.

Había dos mujeres dentro, bastante mayores y vestidas de criadas, con su cofia y todo, que me miraron con curiosidad y le dijeron a Ofelia que todo estaba a punto. Ofelia me llevó hacia el lecho, cogida por la cintura, notando en mi piel cálida que sus manos estaban frías. Ella seguía fumando.

Al lado de la cama, junto a lo que debía ser la salida al balcón, que también estaba cerrada, pude ver ahora claramente un trípode con una cámara de vídeo, y, encima del sofá, lo que parecían ser varias cámaras fotográficas. Me giré sorprendida hacia Ofelia, que había visto lo que yo estaba mirando.

- Ah, pequeña, es normal...

- ¿Me van a grabar? - dije yo - No quiero que lo hagan... - protesté

Ofelia me acarició la cara y me apartó un mechón de pelo de la frente. Me besó en el cuello - ahora sé que era el beso de Judas - y me susurró suavemente:

- No te preocupes, nena, es normal... El señor quiere siempre tener un recuerdo de las niñas con las que ha estado, lo hace siempre...

- Pero habrán más personas, y me da vergüenza... No quiero que me vean cuando esté con ese señor...

-Va, pequeña, tranquila, piensa que con lo que paga tiene derecho a llevarse un recuerdo, no podemos decirle ahora que no. Es normal, piensa que no es la primera vez que te graban haciéndolo...

Me quedé helada, sorprendida, la miré fijamente, ahora un pensamiento me vino al cerebro, unas imágenes olvidadas en el subconsciente. Balbuceé, desconcertada:

-Aquel día, en la habitación de don Irving…

-Sí, tu, don Irving, tu amiga Nuria, don Humberto…

-Entonces...

- Sí, allí te estaban grabando cuando os desvirgaban. Don Irving siempre guarda también un recuerdo de las niñas que más le han gustado. Y tú eres una de sus preferidas...

- ¿Él tiene la cinta?

- Sí, claro. Ves, es normal, todos quieren tener un recuerdo de las niñas guapas que les han gustado... Don Humberto también lo grabó cuando te folló por primera vez en el Ashé Resort… Por delante y por detrás… -sonrió- Además, estaremos ellas - señaló a las dos criadas - y yo grabando... - mintió una vez más, para tranquilizarme.

Yo tampoco podía saber entonces que aquella primera cinta les había dado a don Irving y a Ofelia grandes beneficios al introducirla en los algunos mercados de los porno internacionales... La cara de don Irving y de don Humberto siempre aparecía borrada… Y tampoco podía saber que también, con cámaras ocultas porque yo estaba consciente, también me habían grabado otras de las veces que los dos hombres me habían estado follando el mes anterior...

Mientras tanto, las dos criadas con cofia habían entreabierto la colcha roja, indicándole a Ofelia que ya era hora que me introdujera en el lecho, que - habían estado hablando por un interfono - el señor se disponía a subir en diez minutos, que ya había acabado la cena en el piso inferior.

Ofelia retiró la toalla de mis hombros y se la dio a las dos criadas.

- Vamos allá, niña, ¿recuerdas bien todo lo que te he dicho? Ya sabes, es la primera vez, tienes miedo y vergüenza, estás aquí porque quieres, porque vas a cobrar, él lo sabe, pero tienes que demostrar tu miedo, y que te hace daño cuando te la mete, ya sabes...

Asentí, mientras Ofelia me quitaba el sujetador del bikini y se lo daba a una de las criadas.

Me señalé la parte inferior, interrogándola con los ojos, y ella asintió

- Sí, niña, quítatelo, espérale sin nada, ya te ha visto en bikini cuando estabas en la piscina,... Y le gustaste mucho, ya te lo he dicho...

Me bajé las braguitas, se las di a Ofelia, y de acosté en la cama roja, ayudada por una de las criadas.

Me cubrió con la colcha de color granate, dejando sólo mis hombros y la cabeza al descubierto.

Vi que, a un gesto de Ofelia, se acercaba la otra criada. Llevaba algo en la mano. Cuando estuvo al lado del lecho vi que eran unos pañuelos de seda, casi transparentes, muy bonitos.

Me di cuenta de que una música suave y excitante, bajita, sonaba como música de fondo en la habitación. Alguna de ellas debía de haberla conectado. Las sábanas eran frescas, suaves. Me encantó el roce de la colcha en mi cuerpo desnudo. El aire acondicionado mantenía la habitación a una temperatura muy agradable. La música y la oscuridad casi hacían que me entrase sueño, sino hubiera sido por la excitación o inquietud por lo que estaba a punto de pasar...

Vi que Ofelia le hacía una señal a la criada que tenía los pañuelos azules en la mano. Se acercaron las criadas, se descalzaron, y, suavemente, de rodillas, se acercaron a mí. Me indicaron que me corriera hacia el centro de la cama. Sorprendida, lo hice. Llevaban en la mano los pañuelos de seda. Miré interrogativamente a Ofelia.

- El señor tiene sus manías - empezó a explicarme - Le gusta encontrar a las niñas con los brazos sujetos a la cama. Después él las desata y se pone los pañuelitos en el cuello. Te tiene que encontrar como a él le gusta. ¿Es normal, no? - me dijo, encendiendo otro cigarrillo y sonriéndome. Volví a pensar que Ofelia estaba algo nerviosa.

Hizo otro gesto a las criadas, estas me levantaron los brazos y me ataron por las muñecas a los barrotes del lecho. Intenté mirar y más o menos vi que no eran exactamente los barrotes, sino una especie de extraña barra en la que no me había fijado hasta entonces y que parecía estar sujeta a la cabecera del lecho por la parte superior.

Me acomodaron la almohada porque quedé algo levantada, y me volvieron a cubrir con la colcha hasta los hombros. Oí un ruido de personas, cómo gente hablando acercándose por la escalera. Noté unos ladridos, debía de ser alguno de los perros de vigilancia que había visto en el jardín. Al oír los pasos y murmullos acercándose, las dos criadas aplanaron otra vez la colcha y se apartaron hacia un rincón. Ofelia me hizo un gesto de silencio con los dedos, me envió un beso con la boca y se apartó hacia la puerta, desapareciendo de mi vista porque las únicas luces de la habitación estaban concentradas en la cama.

Yo no me había dado cuenta, pero ahora vi que la luz era algo más fuerte y brillante, no veía nada del resto de la habitación, se habían encendido otras luces a los lados, concentradas todas en el lecho, y noté como se encendía otra en el techo. Al mirarla, vi sorprendida que en el techo había también una especie de carril, y en él había otra cámara de vídeo que me enfocaba y se movía. Pensé que tal vez me estarían ya grabando.

Pensé que todo aquello empezaba a ser extraño, muy diferente a lo que yo había imaginado, pero también era verdad que aquel señor iba a pagar bastante dinero por estar conmigo, y Ofelia y sus amigos le respetaban todas sus manías y caprichos. Oí una especie de voces apagadas y unos pasos.

Alguien estaba entrando en la habitación. Por los murmullos me pareció que eran varias personas, que hablaban entre ellas con voz suave.

Alguien acercó un gran butacón al lado de la cama en la que no había las cámaras, y las luces se movieron enfocando más directamente el lecho, de forma que el butacón quedó en la zona de penumbra. Más allá, en la oscuridad, volví a oír pasos y voces.

Volvió a ladrar un perro, aunque esta vez me pareció como si fuese en la parte de abajo de la torre, como si estuviese dentro del edificio. Había como movimiento de personas en la habitación, y pasos, aunque, con las luces del techo y de los lados enfocadas directamente hacia la cama, yo no podía ver nada, porque me deslumbraban.

Empecé a ponerme algo nerviosa. Intenté un pequeño gesto para liberarme de los pañuelitos azules que me ataban a la cama, y comprobé, sorprendida, que estaba bien atada, que los pañuelitos sujetaban mis muñecas y no podía soltarme. Oí la voz de Ofelia, se ve que estaba al lado de la cama. Giré la cabeza y la vi inclinándose hacia mí:

- Tranquila, pequeña, ya viene el señor, se está poniendo cómodo, ya está aquí, en la habitación. -

Y con un pañuelito secó el sudor de mi frente. Ya fuese por nerviosismo, ya porque los focos de luz que me enfocaban daban calor, el hecho era que el sudor empezaba a invadir mi cuerpo. La colcha y las sábanas empezaban a darme calor. Me di cuenta de que se oía el leve zumbido de los motores de las cámaras de vídeo, y el ruido típico de las cámaras de fotografías. Entonces noté que oía el ruido de las máquinas era porque toda la habitación estaba en silencio.

Vi una sombra al lado de la cama. Giré la cabeza. Una figura alta, envuelta en un batín granate estaba junto al lecho, tieso como un palo. Era un hombre mayor, de más de sesenta años. Su cara era seca y angulosa, gran nariz ganchuda, y pude distinguir un color tostado, como de persona acostumbrada a estar junto al mar. Vi unos ojos fríos, duros, acerados, mirándome.

Se sentó en el borde del lecho. Hizo una mueca como si fuese una sonrisa. Noté su mano en mi cara, acariciándola. Pasó los dedos por mis labios. Noté un gusto a tabaco, un olor a colonia intensa de aquella que se ponen algunos hombres. Su mano llegó a mi cuello. Musitó unas palabras que no entendí, tal vez eran en árabe. Empezó a bajar la cubierta. Mis pechitos quedaron al descubierto. Llevó sus manos a ellos y empezó a juguetear con ellos. Entonces vi que junto a la cama se movían personas grabando y fotografiando, pero que había otras, parecidas al señor, tres o cuatro, quietas de pie junto al lecho.

El señor se incorporó, dejando de jugar con mis pechos, y dejó caer el batín al suelo. Entonces le vi completamente desnudo, un cuerpo fuerte, seco, nervudo, con un gigantesco pene enhiesto en el sexo. Estuvo observándome unos momentos, y luego se inclinó sobre mí. Gateó en la cama, poniéndose a mi lado. Pasó una mano suavemente por mi rostro, y musitó unas palabras en algo que ya claramente era el idioma de los árabes.

Vi sorprendida que el dedo meñique de la mano tenía una extraña una, larga y acabada en punta. Entonces pareció acariciarme con ella. Me la pasó por los labios, el cuello, bajó a los pechos, apretó los pezones, acarició mi sexo con aquel dedo, la parte interior de los muslos, me lamió el sexo, y se fue colocando entre mis piernas, hasta quedar encima de mi, notando el extraño olor del perfume de su piel al entrar en contacto con mi cuerpo. Sentí su tórax sobre mis pechos, y su boca me inundó de olor a tabaco y comida con especies cuando apretó sus labios contra los míos e introdujo su lengua en mi boca. Me pareció notar su pene en mi vientre, entre mi cuerpo y el suyo - pronto me lo va a meter, pensé.

Me di cuenta de que, casi sin darme cuenta porque yo estaba inmóvil, algunas personas estaban haciendo con mis pies lo mismo que con mis brazos. Tenía las piernas abiertas, pero me las abrieron más, supongo que para que el señor estuviera más cómodo, y poco después noté que no podía moverlas, me habían atado por los tobillos a la parte inferior de la cama, y ya no podía mover los brazos ni las piernas. No me alarmé, porque pensé en lo que me había dicho Ofelia, que aquel señor tenía sus caprichos, y que por eso pagaba mucho.

Dejó caer todo su cuerpo sobre el mío, y exhaló unos gemidos, como de placer, mientras seguía musitándome unas palabras en una lengua que yo no entendía.

En un momento dado, llevó sus manos al cuello cogió un medallón que culminaba un collar que llevaba, que parecía de oro macizo, y lo besó. Luego giró el medallón hacia mí y me lo puso delante de la cara, al tiempo que musitaba lo que parecía ser una extraña plegaria, con voz como de ultratumba. Yo noté entonces más ruido de las cámaras de fotografiar y de las cámaras de vídeo. No tuve tiempo de pensar en que me estaban grabando. Puso el medallón delante de mis ojos. Representaba un ser horrible, medio hombre y medio tarántula, como un demonio de muchos brazos en forma de araña, con largas uñas en las manos, cuerpo pequeño, ojos de víbora, expresión terrible y un enorme pene en estado de erección.

Llevó el medallón a mis labios. Era evidente que quería que lo besase. Lo hice, notando el frío metal en mis labios. Entonces él sonrió y su cara empezó a parecerse al horrible amuleto. Todo aquello no me parecía real, parecía una alucinación.

Entonces, pasó lo inesperado. Llegó el horror. Se incorporó un poco, me miró como echando fuego por los ojos, musitó otra especie de letanía, que acabó con un grito como el que dejan ir los árabes en las películas de guerra. Entonces levantó la mano del dedo meñique con la uña afilada, y movió el brazo sobre mi hombro, de una forma rápida, pero yo sentí enseguida que la uña arañaba mi carne. Me la pasó por una mejilla y por la parte baja del cuello y pensé que me iba a hacer daño. Empecé a asustarme.

Entonces él hundió su cara en mi cuello y mi mejilla. Separó algo la cara de mí.

Entonces le vi, el horror era superior a lo que había visto en un primer momento.

Su cara estaba empapada de sudor... Tenía una sonrisa, una mueca horrible

Me di cuenta de que su pene tocaba mi sexo, que su mano lo colocaba adecuadamente y que empezaba a penetrar dentro de mi cuerpo. Tuve miedo, mucho miedo. Era un ser repulsivo, sus ojos me devoraban, sus dientes mordían mi cara, mis labios, mi cuello…

Y, entonces, grité, grité y grité, desesperada, aterrorizada, pero no podía moverme, ahora ya sabía porqué me habían atado los brazos y las piernas.

Mientras gritaba, sentí como, de manera violenta, haciéndome daño, como si realmente me estuviese desvirgando, aquel monstruo me metía de golpe el pene en el vientre, rompía con un empujón la membrana que era mi nuevo himen, sentí más dolor que cuando don Irving me desvirgó aquel día en después de estar en la playa, y aquel viejo horrible empezó ahora a moverse frenéticamente encima de mi, con toda su polla dentro de mi vagina.

Yo seguía gritando, el paseaba su cara por mi cuerpo y mi cara, sólo le veía ya como una máscara, creo que cuando llevaba la boca a mi lengua me mordía, seguí gritando mientras él continuaba cabalgando frenéticamente encima de mi.

Con la pelvis daba tremendos empujones hacia adelante, como si me quisiera atravesar con el pene. Yo lo notaba grande, enorme, hinchado, dentro de mi, haciéndome daño cada vez que, después de sacarla un poco, y empujaba para metérmela más adentro, creo que ahora gemía, suplicaba, me pareció ver unos viejos, desnudos, recitando una especie de letanía macabra al lado del lecho, al tiempo que se masturbaban violentamente, me pareció que un perro ladraba en la habitación, se me acercaba, había gente haciéndome fotografías, me pareció ver junto al lecho a Ofelia, mirándome mientras la sujetaba el de la coleta, que sonreía...

Entonces el monstruo me hizo más daño que nunca en sus penetraciones terribles, empezó a gritar, como si relinchase un caballo, y se movió de forma monstruosa, y pensé, gimiendo que ahora estaba eyaculando, pero aquello duró mucho, su orgasmo fue también tremendamente violento y prolongado, el gritaba, relinchaba, me movía, se movía, gritaba, mientras su rostro era más terrible que el de la figura espantosa de su medallón, y su cara similar a un demonio enloquecido se frotaba en la mía...

Con unos gemidos inhumanos, el señor empezó a dejar de moverse y se dejó caer encima de mí, quedando poco a poco en reposo sobre mi cuerpo. Su cara quedó junto a la mía, me pareció desvanecerme, cuando me di cuenta de que el médico chino estaba junto a mí y me tomaba el pulso de una de las atadas muñecas. Me pareció entonces que los viejos que antes cantaban la extraña letanía cogían con toda suavidad al monstruo que tenía encima de mí y lo incorporaban poco a poco. Sentí como su pene abandonaba el interior de mi vientre mientras lentamente separaban de mí aquel cuerpo horrible, y lo dejaban sentado en el butacón que antes habían puesto junto a la cama. Vi que hacía un gesto, mientras el médico me cogía un brazo y me inyectaba algo en una vena.

Entonces, después del gesto del monstruo, oí una voces algo así como "Soltarlo, ¡ahora!", y, al tiempo que oí un ladrido, vi una figura saltar sobre mi y caer encima de mi cuerpo. Grité desesperada, pues el horror podía ser todavía peor. ¡Ahora tenía un perro encima de mí! Era gigantesco, enorme, parecía un pastor alemán con una cara horrible de lobo. Empezó a lamer el sudor de mi cara y mi cuello, y, me moví, intentando desatarme, sin conseguirlo.

Una extraña sensación en mi vientre me alertó. ¡El perro gigantesco estaba intentando meter su pene en mi cuerpo! Desesperada y horrorizada intenté moverme más fuerte para sacármelo de encima, y la horrible bestia gruñó y me enseño los dientes, amenazándome con unos colmillos terribles que colocó en mi cuello.

El pánico hizo que me quedase quieta, y entonces me di cuenta de que aquellos hombres estaban ayudando a que el pene del animal se introdujera en mi sexo. Sentí perfectamente cómo entraba, como se metía rápidamente, cómo llegaba hasta el final, como el perro había conseguido meterme todo su miembro en mi cuerpo, y como ahora se movía encima mío, igual que cuando un perro copulaba con una perra en la calle, cogiéndose a mi con sus patas delanteras, trabadas en mis costados, al tiempo que me lamía la cara y el cuello, cómo si chupase los restos de que me había dejado aquel cruel e inhumano señor desconocido.

El animal también, mientras agitaba violentamente su pene dentro de mi sexo, me mordisqueó los pezones y los pechos, y luego, me pareció que intentaba meter la lengua en mi boca... Apreté los labios para impedirlo, y entonces emitió un gruñido amenazante y me enseñó los colmillos, colocándolos muy cerca de mis ojos.

Más asustada que nunca, aflojé los labios, entreabrí la boca para calmarlo, y entonces sentí como su hocico se depositaba en mi boca, su lengua se paseaba por mis labios… Notaba el movimiento terrible de la parte inferior del cuerpo del animal, moviendo su pene en mi sexo, y fui plenamente consciente de que aquella horrible bestia me estaba violando de la forma más brutal.

El hombre que me había poseído, aquel señor, se me había acercando y me miraba sonriendo. Me pareció que me decía algunas palabras, esta vez en algo así como un primitivo castellano con acento muy extranjero: Goza, perrita, aquí tienes tu macho...

Había gente muy cerca haciendo fotografías, y me pareció que el perro se movía dentro de mí con unas frenéticas ondulaciones de adelante atrás que eran tan violentas como las del hombre cuando estaba eyaculando dentro de mí... El mundo se me iba perdiendo de vista, me fui volviendo como insensible, como si todo lo que me pasaba fuera una película.

Pero no lo era, era real, yo estaba en aquella habitación, y aquel enorme perro estaba encima de mi, follándome, enseñándome los colmillos si yo intentaba moverme y copulando de una manera frenética con su pene, que yo notaba entrando hasta lo más profundo en mi sexo y luego volviendo a salir, y así una y mil veces, siempre más veloz y brutalmente que la anterior… Notaba algún murmullo de voces a mi alrededor, algunas risas, e, incluso, una voz en un extraño idioma, tal vez árabe, que parecía provenir del señor aquel, como estimulando al perro a seguir violándome o algo parecido…

Continuaba aturdida. Debía de ser aquella inyección que me había puesto el médico. Así me pareció que el perro se iba quedando quieto encima de mi, como si ya hubiese eyaculado… de hecho hubo un momento en que el perro, más furioso que nunca, movió su cuerpo de una forma terrible, clavándome el pene y notando yo un calor húmedo en sexo, tal vez era la eyaculación del animal…Durante un rato continué oyendo risas contenidas y murmullos, y seguían los flashes de las máquinas de fotografiar y los ruidos de las de grabar.

Tiempo después, no sé cuánto, noté que unos hombres intentaban separar al animal de mi cuerpo. Me di cuenta de que, al intentar separarlo de mí, me hacían daño en el vientre, y que el perro se les giraba como para morderlos, como si no quisiera separarse de mi o como si no pudiese sacar su pene de mi vientre, como si le doliese como a mi cuando intentaban separarlo. Alguien dijo, creo que con acento latino y en tono de burla, que el perro tenía los trabones bien puesto dentro de mí, que yo le gustaba tanto que no pensaba sacar el pene de mi cuerpo.

Me pareció oír las carcajadas del monstruo que me había hecho aquello, y como el médico le ponía una inyección al perro y se quedaba rápidamente inmovilizado. Aún así, les costó separarlo de mí, y noté claramente cuando consiguieron sacar el pene del animal de mi vientre. Parecía haberse quedado como trabado, como enganchado.

Pero ahora no me hacía daño, lo notaba, pero no me dolía nada, sentía como si flotase en el aire. Vi como se alejaban los hombres, con el perro en la oscuridad. A mi lado ya no estaba el señor. Ya no se oían ruidos de cámaras fotografiando, parecía como si la habitación se hubiese ido quedando solitaria. Todo estaba oscuro, como antes, y las luces que enfocaban la cama habían perdido parte de su potencia deslumbrante.

Me estaban desatando, pero no me podía mover, estaba flotando, como si todo aquello no fuese realidad, pero era consciente de casi todo lo que pasaba a mí alrededor.

Unos hombres me cogieron por los hombros y los muslos, y me sacaron de aquella cama que nunca olvidaré.

Me movían en la oscuridad, y a mi lado iban el médico chino, Ofelia y su amigo. No se porqué, pero busqué con un gemido la mano de Ofelia, como un refugio, y ella me la apretó. Oí que me musitaba:

-Tranquila, pequeña, que ya ha pasado todo, ya ha acabado...

Me entraron en una habitación. Me llevaron al cuarto de baño y me introdujeron en una bañera con agua caliente. Aquellas dos ya no llevaban uniforme ni cofia, sino una bata de trabajo, y me limpiaron con jabón y una esponja, como quitándome las manchas de sudor de la cara. Me lavaron también el pelo, y, lo noté claramente, el interior de mi sexo, lleno de semen del viejo y del perro. Ahora, el baño, junto a los efectos de la inyección del médico, hacía que, aún flotando como si nada fuese verdad, me sentía algo mejor, volvía a respirar, pero me sentía débil, muy débil.

Me habían secado, y me acostaron en una cama limpia. Yo también estaba limpia, y notaba un agradable olor a jabón y colonia fresca. Me dieron algo de beber, y debía tener alguna cosa, porque no recuerdo nada más, me debí de quedar dormida inmediatamente.

Unas horas más tarde

Ofelia me lleva a casa en su coche. Llevo el dinero en el bolsillo. Son mil euros. Ofelia me ha dicho que aquel señor - es verdad, me dijo, tiene costumbres muy perversas, - había quedado muy contento de mí, y había dado, como podía ver, una generosa propina. Yo sabía que aquel dinero, que me parecía una enormidad, sólo para mi, era el pago para que no dijera nada a nadie de lo que me habían hecho aquella noche

-Ofelia... - le dije, suavemente

-Dime, nena

- ¿Puedo preguntar algo?

- No sé, me temo que sea lo que sea, no deberás preguntarlo, ni hoy ni nunca, si es sobre lo que imagino…

Me atreví:

-¿Quien era?

- Eso es lo que te digo, no lo preguntes. Es mejor para ti que nunca lo sepas. Ya te lo he dicho, es una cosa muy peligrosa.

Insistí:

-Es una persona importante ¿no?

Me miró sonriente:

-En su país, sí. Y muy rico, claro. Y no preguntes más. Cállate, deja ese tema, no te interesa saber nada más.

Ofelia me miró sin dejar de sonreír, hizo un gesto con los dedos en los labios de que no pensaba decir nada más, y continuó conduciendo hacia Barcelona.

Una nueva idea me vino a la cabeza. Unas imágenes que me atormentaban aún más que las otras… Aquel animal encima de mi, el perro… Y aún me atreví a preguntar:

-¿Y el perro…? ¿Por qué…? Fue horrible…

Ella me volvió a mirar, y devolvió los ojos a la carretera. Al cabo de un rato, musitó:

- Es otra de sus manías personales. Es su perro. Por lo menos ahora es su favorito. Recuerda que él pensaba que te estaba desvirgando, que era la primera vez que alguien te la metía. Pues dice que cuando él estrena una chica, su perro se la ha de meter antes que cualquier otro hombre. Cree que, después de él, sólo su perro es digno de ser el segundo en metérsela a una chica que él considera ya una "perrita"… Y olvida ya todo eso, niña, ya es solo el pasado…

Pasó un rato. Me dio la impresión de que ella dudaba en decirme algo. Yo la miré, expectante. Al final habló, en voz baja, como si hubiera alguien con nosotros…Como si me explicase un máximo secreto….

-¿Sabes, pequeña? - musitó - Mañana vuelve ese señor a la torre…

La miré, alarmada.

-No te preocupes - me dijo, sonriendo al ver mi cara de pánico - Recuerda que sólo quiere chicas vírgenes… -Y esta vez… - dijo con voz fría y seca - Esta vez las va a tener de verdad…

La volví a mirar fijamente, como interrogándola o animándola a seguir hablando.

-Esta vez sí que lo son… -continuó diciendo, mirando hacia adelante- Se trata de dos niñas de catorce años que se habían fugado de su casa en el sur y llegaron en un tren hasta Barcelona… Unas señoras que trabajan para mi amigo, ya sabes, las encontraron perdidas sin saber que hacer en la estación del tren y las recogieron… Ellas no querían volver a su casa, y les parecía muy bien que las ayudaran aquellas señoras tan serias…

Giró la cabeza y me miró, con una sonrisa cínica en los labios, y me dijo:

-El resto es fácil de imaginar, ¿verdad, pequeña?

Miró hacia adelante y condujo en silencio un rato.

Cuando llegamos a la puerta de mi casa, Ofelia me puso una mano en el muslo y paró el motor del coche. Empezó a hablar, mirándome fijamente:

- Mira, pequeña... He pensado que...

La miré interrogante:

- No pienses mal, lo de ese señor no se repetirá, ya sabes que sólo lo quiere hacer con chicas vírgenes, eh...

Ya me pareció intuir por donde iba. La miré expectante:

-Otra vez, ¿otra vez lo mismo?

-No, nena, ya te he dicho que no. Ahora sería normal, como con don Irving, ya sabes, pero ganando algunos euritos...

La miré diciendo que no con la cabeza.

-Mira, conozco algunos señores, muy finos, y sin manías extrañas -recalcó esta última parte- que agradecerían generosamente estar con un niña tan bonita como tu... Mira, qué te parece, las veces que tu quieras, si quieres una vez a la semana, o al mes, como quieras, cuando quieras... Creo que no tendría problemas para que te llevases unos quinientos euros cada vez… Ahora la miré con picardía y le contesté con ironía:

- Y hacer de puta, ¿no? Al final sí que quieres que haga de puta.

Me sonrió:

- Nena, no te lo mires así... En todo caso sería de putita, de una deliciosa putita. Y al fin y al cabo ¿Qué tiene de malo hacer de puta? Yo lo he sido toda la vida ¡Y ahora, como puedes imaginar, estoy forrada de dinero!

Yo miré hacia delante. Yo ya había pensado donde guardaría el dinero en casa para que mi madre no lo encontrase, al no poder abrir una cuenta por ser menor de edad. Había sitios perfectos. Y ahora podía conseguir quinientos euros cada vez que quisiera...

Me mantuve en silencio.

Al cabo de un rato, Ofelia me dijo:

-Cuando quieras, empezamos, ¿te parece?

Yo asentí con la cabeza.

Así decidí iniciar mi carrera de "putita", como decía Ofelia.

Pero esa ya es otra historia.

 

ESCRITO EN BARCELONA, EN NOVIEMBRE Y DICIEMBRE DE 2004.

No todo es verdad, no todo es mentira.

En todo caso, lo que es verdad, que es bastante, pasó hace unos quince años.

Ya lo he integrado en mi vida.

Celia soy yo.

Y ese es mi nombre auténtico.

No os diré, claro, mis apellidos.

Los demás nombres, los he cambiado, pero son parecidos a los reales.

Irving es actualmente el padrino de mi hija. Es un viejito encantador. Puede que además de padrino, sea el padre de mi hija, pero os dejaré esa incógnita. No estoy casada ni pienso hacerlo.

Humberto marchó hace cinco años a vivir en Miami. Irving me ha dicho que con él viven dos jovencitas que recogió en Habana en uno de sus viajes de negocios a Cuba. Humberto será un gran amante hasta el día que muera… Es también bastante mayor, pero, según Irving, aún funciona perfectamente…

Ofelia ha pasado el "negocio" a su hija. Ella vive retirada en Ibiza, aunque, a veces…

Mi vida es bastante feliz, dentro de lo que cabe.

Os deseo que seáis también felices, y vuestros deseos se cumplan…

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