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Don Salvador y Ángela, sexo en la Casita Blanca

en Sexo con maduros

Don Salvador y Ángela, sexo en la Casita Blanca

Este relato es la segunda parte del ciclo "Don Salvador". La primera parte fue publicada en Todorelatos el 17 de Noviembre de 2010, en esta categoría "Sexo con maduros" con el título "Don Salvador, el abuelo de Ángela, me desvirgó". Este relato es independiente en sí mismo, pero es conveniente conocer previamente los personajes en la primera parte. Esta segunda parte correspondería también a la categoría "Amor filial" de Todorelatos.

Dedicado a todos los lectores y lectores que en sus comentarios a la primera parte me pidieron que escribiera esta segunda.

Introducción

El mes de Noviembre de 2010 el Ayuntamiento de la ciudad de Barcelona, en su plan de reformas urbanísticas de la zona de Lesseps, ha decidido expropiar y derrocar el próximo mes de Marzo de 2011 el más antiguo y famoso meublé (hotel de citas sexuales) de Barcelona, conocido como la Casita Blanca. Durante los casi cien años en los que ha sido uno de los refugios de los amores secretos de la sociedad barcelonesa, han corrido en voz baja innumerables historias de sexo, ciertas o no, pero que acabaron convirtiéndose en leyendas urbanas de varias generaciones. Escribo este texto como homenaje final a los secretos torrentes de semen que se han vertido en sus habitaciones en casi un siglo.

Me llamo Salvador, vivo en una pequeña ciudad del interior de Cataluña en la que tengo una fábrica que en la actualidad es la única importante que sobrevive en la comarca a causa de la crisis económica que recorre nuestro país. Nuestra situación es aceptablemente buena, exportamos a muchas partes del mundo y recientemente he aceptado una importante participación en el negocio de unos financieros representantes del gobierno chino que me han asegurado la expansión en su país, cosa que nos da tranquilidad y capacidad no tan sólo de supervivencia, sino también de expansión. Y yo he aprovechado los viajes relacionados con este tema para conocer los mil placeres de determinados locales con bellas muchachas que me recomendaron en Hong Kong, Shanghái y Pekín.

De hecho, a mis algo más de sesenta años, he recorrido ya todos los continentes, he respirado todos los aires, y he dormido abrazado a deliciosos cuerpos de todos los colores y edades. Pero yo, que lo he probado todo, me faltaba algo, algo que se me había ido grabando en el cerebro como el máximo deseo del placer prohibido, algo que debía pasar del mundo de los sueños a la realidad, mi nieta Ángela o más bien mi dudosa nieta Ángela, porque una de las amarguras de mi hijo antes de morir en un accidente de automóvil acompañado de una joven modelo, era la duda muy fundada que tenía sobre su paternidad en el caso de Ángela, dada la liberal conducta de su esposa. Pero este tema lo mantuvimos siempre en el secreto más absoluto mi hijo y yo y así debe quedar. Tal vez si esta duda -con mucha probabilidad de ser cierta- no hubiese existido nunca, mi conducta con Ángela no habría llegado jamás a llevarla a probar conmigo los dulces placeres prohibidos que explico en esta especie de memorias que estoy escribiendo y que pronto destruiré.

Me gusta relacionarme con las muchachas que me van apareciendo en el camino, y que, ahora que soy mayor, frecuentemente me quieren adoptar como un osito de peluche, como un abuelo cariñoso de todas ellas. Pero no soy un osito, soy un lobo estepario con los colmillos intactos, un depredador feroz en busca de Caperucita Roja, incluso aunque, como en este caso, esté dentro de mi propia casa. A las chicas parece que sorprendentemente les gusta mi aspecto, nada guapo actualmente, lo sé, grueso y fuerte como un oso, pero puedo ser cuando conviene, lo sé también, muy suave, íntimo y amable, buen conversador, les encanta mi tono cariñoso y familiar, hasta que sin darse cuenta se despiertan y al verme a su lado en la cama, se preguntan cómo es posible que las haya follado, incluso desvirgado en muchos casos, como el de la mejor amiga de Ángela, Gloria, a la que estrené en mi apartamento secreto de la pequeña ciudad, mi picadero, como le llamo en la intimidad de mis amigos más cercanos, tan puteros como yo. Sé ofrecer a todo el mundo lo que espera de mi, nunca me discuto ni peleo con nadie, simulo ser eso que Enzensberger llama un héroe de la retirada hasta que consigo todos mis objetivos, sean profesionales o sexuales, y puedo decir, al estilo del Don Juan de Zorrilla, que dejé en todas partes, especialmente en las camas de mil habitaciones, memoria dulce y a la vez amarga de mi.

Mi nieta – no volveré a hablar de mis dudas sobre este tema- Ángela es una joven encantadora, dulce, supongo que todavía inexperta, nada exuberante, delgada pero con las formas femeninas claramente marcadas, no muy alta, de piel muy blanca, ojos oscuros y cabello castaño generalmente recogido con una cinta formando una cola que le baja por la nuca, aunque a veces lleva unas trenzas que me inquietan porque acentúan su aspecto de estudiante salida de unos dibujos animados japoneses. He notado siempre en sus ojos y en sus besos una admiración o unos sentimientos hacia mi, que van más allá de lo normal como nieta, especialmente desde que le hice también de padre cuando mi hijo murió en el accidente. En su timidez, Ángela me muestra siempre claros síntomas de sentir una atracción especial, tal vez haya sido yo su primer enamoramiento, presiento claramente en ella un interés en mi como hombre, posiblemente el único hombre que conoce alejado de la inmadurez de sus compañeros de clase. Y yo la provoco, lo reconozco, con mil historias que le explico sobre anécdotas y aventuras que he vivido con mujeres en cualquier lugar del mundo y que ella escucha muy atentamente con una inquieta y evidente fascinación.

Una duda tenía últimamente, no sabía si, de alguna manera, Ángela había llegado a saber que su mejor y casi única amiga desde que eran pequeñitas, Gloria, era ya mi amante. Supongo que tal vez se lo imaginó al ver que me la llevé a trabajar a la oficina de la fábrica sin pasar ninguna prueba de selección, tal vez se lo explicó ella misma, o le llegó algún rumor, en una ciudad pequeña como la nuestra hay muchas bocas que hablan y orejas que escuchan. En fin, finalmente, cuando acabó la Secundaria, Ángela fue a estudiar a la capital, Barcelona, Ciencias y Matemáticas en la Universidad. Vivía durante la semana en una residencia para estudiantes de una orden religiosa, donde estaba muy bien controlada, y el fin de semana volvía a casa. A veces yo iba a la ciudad durante la semana, y ella se alegraba mucho al verme, salíamos a cenar y su bolsillo disponía de unos euros más para llegar hasta el viernes. La mayoría de las veces que bajaba, después de cenar con ella y dejarla en su residencia, yo aprovechaba la noche para pasarla saboreando los placeres que ofrece la ciudad. Normalmente acudo a unos locales en los que conocen mis gustos, y después duermo bien acompañado, hasta que vuelvo a mi ciudad bien satisfecho la mañana siguiente.

6 de la tarde del jueves

Habíamos acabado las negociaciones en Barcelona para comprar una nueva máquina robotizada muy pronto aquella tarde del jueves, y llamé a la residencia en la que está Ángela para invitarla a cenar. Ella se sorprendió al ver que yo estaba en la ciudad sin haberla avisado, y aceptó enseguida. Hacía mucho frío aquellos días, un frente polar, el segundo de la temporada, había llegado a Barcelona. Llegó en un taxi, me besó en la mejilla y nos sentamos en la mesa que había tomado en un lugar en el que ya había cenado otras veces con ella, un íntimo restaurante chino situado en la parte alta de Comtes de Bell-Lloc, a unos veinte minutos caminando del estadio del Barcelona. Hua Yan es un lugar encantador para fascinar muchachas que utilizo a menudo, su decoración te transporta inmediatamente al ensueño de un pórtico premonitorio del palacio misterioso de la Ciudad Prohibida al que te propones volar con la mano en la cintura de quien te acompañará en la búsqueda de los mil placeres. Ángela se quitó el abrigo, allí la calefacción mantenía un ambiente agradable. Vestía un jersey oscuro, una falda muy corta de la misma tonalidad y unas medias negras de seda transparente que marcaban perfectamente al sentarse la línea divina de sus muslos huyendo hacia el vientre. Unos zapatos elegantes completaban su aspecto de señorita educada de buena familia, que a mi me excitaba al máximo desde que me di cuenta tiempo atrás que se había transformado ya en una mujer muy atractiva por el aire de inocencia atrevida y curiosa que emanaba la mirada intensa de sus ojos, en los que siempre detectaba una extraña mezcla de inseguridad e ironía. La misma transformación que había experimentado su amiga Gloria, actualmente mi más guapa secretaria además de mi deliciosa amante. El demonio que habita en mi no dejaba de decirme, desde la misma tarde que desvirgué a Gloria aquello de que "Bueno, Gloria, sí, ya es tuya…Pero, ¿Ángela?... ¿Y porqué no?... Al fin y al cabo, ya sabes, es posible que no sea en realidad tu nieta…"

Pedí lo mismo para Ángela y para mi. Una sopa caliente adecuada al clima del día, unos langostinos fritos, abiertos y pelados, y la estrella de la casa, el pato lacado… Poco a poco la cara de Ángela fue enrojeciendo como reacción a la comida, había llegado muy pálida por el frio de la gélida tarde barcelonesa.

Estuvimos hablando de mí, de lo que había estado haciendo todo el día en la ciudad y ella me explicó sus clases de la mañana en la Universidad y la tarde en la escuela de danza, una de sus principales aficiones, especialmente, me explicó, la salsa caribeña mientras observaba mi reacción, ya que sabía que yo conozco perfectamente el carácter de incitación sexual de bailar este ritmo caliente. Viendo sus bellos ojos, fijos en mi esperando algo que ella tan sólo intuía pero que yo sabía, en un momento dado, empecé a decirle que ya era una muchacha muy bella y atractiva y que ella lo sabía perfectamente, que me gustaría verla bailando salsa. Ella sonrió y apartó la mirada, pero me di cuenta de que se ruborizó, las mejillas se le enrojecieron. Entonces le tomé la mano y se la acaricié, ella volvió a mirarme, dejó su mano en las mías y me sonrió de nuevo con unos ojos de complicidad, como si estuviésemos haciendo algo que ella en algún momento hubiese ya imaginado o tal vez soñado. Pasé la mano por su espalda, ella hizo un gesto de apartarse pero se quedó quieta, y estuve unos momentos acariciando su nuca, sintiendo por primera vez el tacto de su piel en mis dedos no como mi nieta de toda la vida, sino por primera vez como una muchacha muy deseable. Luego le pasé un dedo por la cara, y le dije muy suavemente:

-Bueno, Angi, supongo que has de ir a volver a la residencia, creo que tienen un horario muy estricto –ella hizo un extraño gesto de negación con la cabeza-, aunque me gustaría estar más contigo, me encuentro muy bien a tu lado…

Ángela continuó negando y me dijo, con voz bastante insegura:

-No, Salva, -nunca le dejé llamarme abuelo, me hacía sentir viejo-, no tengo ganas de volver todavía. Son muy severas con el horario, tu elegiste esta residencia por eso, ¿no?.

Yo le asentí sonriendo. Y ella continuó.

-Pero eres mi abuelo y te conocen perfectamente, si llamas a la gobernanta y le dices que estoy contigo, naturalmente no pasa nada, tu mandas. De hecho me aburro mucho, sólo puedo estudiar y ver algo de televisión, nos tienen muy controladas por eso saco tan buenas notas, pero eso es lo que querías, claro.

Volví a sonreír. Ángela es tan inteligente y me conoce tan bien que siempre ha adivinado mis pensamientos, aunque muchas veces se ha limitado a mirarme algo inquieta y a ignorarlos. Pero me di cuenta de que ahora era diferente. Lo que me decía que equivalía a una espontánea invitación tácita, tal vez hecha de manera inconsciente, pero que leí muy clara en sus ojos..

-Bueno… -le dije mientras pensaba en lo que podía proponerle para no asustarla-, no sé, si no tienes prisa… Mira, te invitaría a ir a algún espectáculo, algo de música, no sé, pero… Ya sabes, de esos abiertos hasta la madrugada. Acabas de cumplir los dieciocho años, ya puedes entrar libremente.

.Al final me miró con una expresión diferente, como osada y nerviosa:

-Claro, Salva, ya estudiaré mañana. Ya es hora de hacer lo que me viene de gusto, ¿sabes?. Iré contigo.

Y me miró con una expresión muy pícara y atrevida, y me dijo:

-Además, hace tiempo que te quiero hacer una pregunta.

-¿Qué pregunta? –dije yo sorprendido

Ángela volvió a sonreír:

-Ya verás, es algo muy personal y delicado, pero que me intriga mucho saberlo…

-Bueno, pues va, pregunta, Angi… -

Ángela había despertado mi curiosidad, pero ella negó con la cabeza.

-No, ahora no. Después, ya verás, así te dejo preocupado.

Hice un gesto de fastidio y le contesté con tono burlón.

-Vale, nena, ya te estás pasando conmigo, ¿eh?

-Sí, pero te gusta que lo haga, tonto, que te conozco bien desde que nací, ya lo sabes.

-Entonces ¿para qué necesitas mi respuesta a esa pregunta que dices, si me conoces tan bien?

Se volvió a quedar pensativa, y me dijo con su mejor sonrisa:

-Porque es una cosa que he oído en nuestra ciudad, que alguien me explicó en voz baja, me llevé una gran impresión, pero tu me lo tienes que confirmar…

-Bueno, de acuerdo, como quieras, pero quiero oír esa pregunta esta noche –le dije, ya con la curiosidad al máximo,

Ella dijo que sí con la cabeza.

-No te preocupes, Salva, después te lo pregunto, tranquilo.

Ángela llamó con su teléfono a Rosa, la monja gobernanta de la residencia a la que tenía que comunicar cualquier incidencia de horario y justificarla para que no avisasen enseguida a padres o tutores. Me pasó el teléfono y estuve hablando con la severa religiosa. No hizo falta que ella llamase a mi teléfono para confirmar mi identidad, mi voz y expresiones son inconfundibles, y me conoce perfectamente. Y me dijo, la reverenda Rosa siempre tan legalista, que anotaba que desde aquel momento la muchacha quedaba bajo mi responsabilidad.

-Venga, -me dijo Ángela muy contenta-, ¿qué hacemos ahora?. Ya estoy libre. –me dijo alegre y sonriendo- Es la primera vez me salto la noche en la residencia.

Y me atreví a hacer lo que soñaba hacer con ella desde hacía tiempo cuando estaba durmiendo con su amiga Gloria. La miré fijamente y con un gesto cariñoso y rápido, llevé mis labios a su cara y la besé muy suavemente rozando por primera vez sus labios. Me miró fijamente, aunque sin la sorpresa ni enfado que yo me temía. Me señaló con un dedo sin decir nada, y luego sonrió, se acercó a mi y repitió el gesto, rozó mis labios con los suyos. Tácitamente ya estaba todo dicho, la barrera quedaba rota, ella sabía por dónde iba yo, y yo sabía que ella lo iba a aceptar. Tal vez lo deseaba tanto como yo, pero eso ya era mucho imaginar, ya veríamos cómo iban las cosas.

Llamé a un taxi y le di la dirección de uno de los clubs nocturnos que frecuento habitualmente. Ese ambiente sería una nueva experiencia para ella, y después me apercibí de que no la podía llevar al pequeño hotel en el que me alojo siempre que vengo a Barcelona más de un día, establecimiento serio y familiar al que nunca he llevado ninguna muchacha a pasar la noche, no me pareció bien ni siendo mi nieta. Y, claro, pensé enseguida en un lugar que yo conozco perfectamente y en el que he pasado algunas de las mejores noches de mi vida, el meublé o La Casita Blanca. Incluso tenía mucho más morbo pasar la noche –o la madrugada- con Ángela en la casa de citas que en el mejor hotel de lujo de la ciudad…

5 de la madrugada del viernes

Llovía aquella madrugada en Barcelona. Era un final de otoño frío y húmedo.

Salí del club con Ángela prácticamente dormida, no está acostumbrada como yo a vivir a veces de noche y luego dormir hasta mediodía. Tuve que sujetarla por la cintura, porque además durante toda la noche se había tomado algunas copas y cócteles que nos iban sirviendo los camareros. Nos habíamos acomodado al llegar al club en un pequeño sofá con mesa muy cerca de la pista, y ella había alucinado con el ambiente del cabaret, era, claro, la primera vez que estaba en un lugar nocturno como aquel. Incluso el encargado de la sala, Mario, un buen amigo colombiano de más o menos mi edad, muy amable y siempre ofreciéndome de forma reservada atractivas muchachas, hizo que le presentase la joven que me acompañaba, y luego me susurró sonriendo y guiñándome un ojo como si no se creyese que era mi nieta:

-Tiene una nieta muy guapa, don Salvador… . Bueno, ya sabe, si su "nieta" –enfatizó burlona y significativamente la palabra- necesita algún día trabajo, ya me avisará…

O sea, que Mario había tomado a Ángela por una putita más a las que sabe que soy tan aficionado. Me divirtió la confusión, y creo que a Ángela, que más o menos se había dado cuenta al ver la mirada irónica del colombiano, también.

El momento culminante de la noche fue, tal como yo esperaba, la actuación de la pareja porno anunciados como "Irina y Kongo" que actuaban en el local a partir de la una de la madrugada. Un impresionante "machoman" negro, de origen africano, acompañado de una bellísima muchacha rubia de origen supuestamente ruso. Ella vestía de colegiala y él de guerrillero mercenario. El decorado simulaba la selva. Efectuaron un lento striptease, desnudándose al ritmo de una sensual música africana con fondo de tambores rituales, y luego, después de un admirado "oohhhh" de los clientes del local, especialmente las mujeres, al ver el espectacular pene erecto del hombre, Kongo cogía a Irina, la penetraba lentamente, hasta llegar los dos a un largo orgasmo claramente no simulado, por lo menos el de él, ya que no utilizaba preservativo en la actuación y podíamos ver su semen desparramado en los muslos de la chica. La actuación duraba más media hora, desde el inicio del striptease hasta el orgasmo, y como siempre eligen bien las parejas que actúan –otra lo haría una hora más tarde-, el club es uno de los locales nocturnos con actuación porno más concurridos de la ciudad.

Ángela estuvo absorta en toda la actuación. Yo le pasé una mano por los hombros y la apreté contra mi, y ella me agarró la otra mano todo el tiempo. Vi como su cara enrojecía, y como en los momentos cumbres ella respiraba más agitadamente que lo normal, Su piel ardía. Ángela no había follado aún nunca, de eso estaba seguro, la tenía bien controlada en nuestra ciudad y en Barcelona, e imagino que no había visto a nadie follar en vivo, excepto, supongo, algunas navegaciones por webs eróticas de internet, como hacen todos los adolescentes y jóvenes en algún momento cuando están solos o con colegas de la misma edad y sexo.

Cuando acabó la actuación y se recuperó de la impresión que se había llevado, me miró fijamente y me dijo.

-¿Puede hacerte ahora aquella pregunta que te dije antes?

-Claro, Angi, lo estaba esperando, ya me tienes muy intrigado por el misterio…

-No te enfadarás, ¿verdad?... ¿Lo prometes? ¿Sea lo que sea?

-Te lo prometo, nena, sea lo que sea, pero va, dilo ya…

-Pues… No sé si decírtelo… Bueno… Me han dicho en nuestra ciudad que te acuestas con mi amiga, con Gloria… ¿Es verdad, Salva?, ¿Gloria es tu amante?

Sonreí. Se trataba de eso. Bueno, no debía de extrañarme, en una ciudad pequeña como la nuestra nunca existen en realidad secretos que no acaben sabiéndolos todo el mundo. Y contesté:

-Bueno, bueno, bueno… ¿Y tu que crees, que es verdad o no?

Vi que Ángela dudaba antes de contestar. Miró al frente, luego volvió a mirarme a los ojos y me pasó los dedos por la cara. Y habló:

-Creo que sí, recuerdo como la mirabas en la piscina de casa cuando estábamos con aquellos bikinis tan pequeñitos que nos poníamos las dos, las fotos que nos hacías, y ahora es una de tus secretarias, creo que es verdad, que es tu amante ¿Verdad?

Le dije que sí con un gesto de la cabeza.

-Sí, siempre estuvo muy buena, siempre soñé con acostarme con ella hasta que lo hice.

Y ahora sí que me sorprendió la valentía de Ángela al oírla:

-Y conmigo, Salva, ¿también sueñas con acostarte conmigo?

Me quedé parado mirándola unos momentos. Y pensé, que si ella era tan valiente para preguntarlo, yo lo era para contestar, sonriéndole con ironía:

-Vaya cosas que preguntas, nena… Eres una pequeña pervertida, ¿sabes? No me lo imaginaba…

-Lo habré heredado de ti, tu me has educado y dado ejemplo. Soy tu nieta, ¿recuerdas?

La miré fijamente. Siempre he sido muy teatral, y presumo de reacciones rápidas. Por eso contesté a su pregunta con otra pregunta, con cara muy pero seria mordiéndome la lengua para no reírme.

-¿Y tu?. ¿Has imaginado alguna vez que te acostabas conmigo?. Seguro que sí, igual que yo…

Ángela enrojeció de nuevo como un tomate. Me miró desafiante:

-Alguna vez… Alguna vez me he imaginado que yo era Gloria, y tu me violabas… ¿Violaste a Gloria, Salva?

Negué con la cabeza.

-Nunca he violado a ninguna muchacha, Angi, no lo he necesitado. Siempre se han acostado conmigo porque han querido, nunca lo he hecho a la fuerza con ninguna… Desvirgué a Gloria porque ella quiso…

La noche llegaba a su fin y se adivinaba un aún lejano amanecer cuando Ángela y yo abandonamos el club. Ella, ya casi dormida, se abrazó a mi cintura, y yo la tomé por los hombros cuando salimos a la desierta calle. Estaba húmeda, y precisamente en ese momento empezaba a caer de nuevo una fina lluvia que se evidenciaba a través de la luz amarillenta de las farolas de la calle.

Paré uno de los escasos taxis que circulaban libres a aquella hora, y, una vez dentro los dos, le di la dirección de destino, que el taxista, experto en la noche, identificó enseguida como la Casita Blanca. Con toda seriedad, me consultó:

-¿Desea que les deje en la calle o en el interior, caballero?

-Entre en el garaje, por favor, que hace frío y llueve.

El taxista asintió con un gesto de la cabeza y arrancó. Llevaba conectado el GPS, pero evidente no lo necesitaba para dirigirse a la dirección que yo le había dado. Se oía muy bajita la radio con noticias de actualidad, y a veces también las voces de la emisora personal con la que se conectaba a su central. En la comodidad del asiento del amplio vehículo, Ángela empezó a dar unas cabezadas y cerrar los ojos, se estaba durmiendo por momentos. Apenas diez minutos después el taxi entraba en el edificio.

Ángela y Salvador en la Casita Blanca. Amanecer del viernes.

La discreción y el anonimato siempre ha sido el punto más fuerte de la Casita Blanca. Tienes la sensación de estar solo en todo el edificio con tu pareja. En realidad tienes contacto únicamente con una parte muy reducida del personal de la casa, que considera la reserva su obligación más sagrada, respetando la norma clásica de ser ciegos, sordos y mudos, con los únicos límites de la legalidad de las edades. El taxi llegó a un punto de espera en el interior del edificio, en el que unas cortinas mantenían la reserva total del momento de nuestra recepción al local.

Una vez pagué al taxista y marchó el vehículo, un recepcionista de edad madura nos acompañó al hall, donde me encargaría de elegir habitación entre las que en ese momento se encontraban libres. Mi elección era clara, mi preferida estaba disponible, la habitación en la que la decoración del respaldo de la cama es un gran espejo en forma de corazón, al igual que la forma del espejo del cuarto de baño. El empleado había mirado de forma profesional e inexpresiva a Ángela, y ante su aspecto adolescente, se dirigió a a mi con una voz suave y muy respetuosa, yo era un cliente habitual de la casa y hacía años que me conocía:

-Perdone, caballero, –me dijo- usted ya me entiende, cuestiones legales, sabe que debo interesarme por la edad de la señorita que le acompaña.

Hice un gesto de asentimiento. Miré a Ángela, que estaba sacando su documento oficial de identidad de la carterita en la que lo lleva. Se lo facilité al empleado, que comprobó que, hacía poco tiempo, eso sí, pero mi acompañante ya tenía la edad legal para estar conmigo en una habitación del establecimiento. Ángela volvió a guardar el documento dirigiéndome una sonrisa irónica que el empleado, siempre muy en su papel, ignoró con sus ojos educadamente inexpresivos.

Poco después estábamos solos en la habitación de los corazones. El silencio sólo se rompía por una muy suave música de fondo que conecté para dar un tono más romántico a la estancia. Todos los motivos de decoración, barrocos y perfectamente conservados durante décadas, recibían una tenue iluminación, también graduada por mi mismo en los controles de la habitación que contribuía a crear un ambiente agradable y apacible en el que Ángela se encontró enseguida cómoda y relajada. Una luces levemente azuladas de extrañas formas iluminaban suavemente el techo. Un leve toque en la puerta me indicó que otro empleado igual de discreto que el recepcionista me traía el cubo con hielo y una botella de champagne francés que había solicitado al tomar la habitación.

Después de brindar con Ángela, me dirigí al cuarto de baño, me miré en el espejo de corazón que tantos recuerdos me traía, y, como suelo hacer siempre después de una densa jornada, me desnudé y me dispuse a darme un rápido baño, cuando me acerqué al pequeño ángulo de abertura de la puerta y miré hacia el interior de la habitación. Ángela estaba en el borde de la cama, sin la falda, y se bajaba lentamente las medias negras dejando al descubierto sus hermosos y blancos muslos y la braguita también negra que llevaba. Sentí que el nerviosismo de una exasperada excitación me invadía, cerré la puerta y me dirigí rápidamente al baño a meterme en él sin demora.

Fue un gran placer sentir el agua caliente, a la que añadí jabones y sales de esencias que aromatizaron e impregnaron mi piel con olores que se suponen muy masculinos. Al cabo de unos cinco minutos, me sentí de nuevo sereno y preparado para lo que tanto deseaba hacer. Me di un pequeño masaje con un perfume francés que encontré en el armario y que es conocido por contener una importante proporción de feromonas masculinas destinadas a atraer a las mujeres. Saqué del armario un batín de noche, me lo puse encima de mi cuerpo desnudo, me miré en el espejo, respiré profundamente y volví a la habitación.

Ángela estaba en la cama, casi desnuda. Una cara de ángel, piel tierna y tibia. Ojos cerrados, entregada al destino, parecía dormida. Se movió un poco cuando me acercaba a ella en la habitación. Estaba estirada boca arriba, con un brazo reposando en el vientre y el otro en la sábana. Mi vista se perdió en los pechos de la muchacha, y fue descendiendo por el ombligo, las caderas, los muslos, blancos, bien dibujados, mórbidos, obsesionantes…

Más allá del filtro húmedo de la ventana, las gotas de una lluvia que empezaba a ser torrencial acariciaban las calles y tejados de la ciudad. Llegó el sonido lejano de la sirena de una ambulancia.

Me acerqué a la ventana e hice el pequeño dibujo de un corazón en el halo de humedad condensada que se estaba formando en el cristal. Había un ambiente confortable, la calefacción era eficiente y mantenía una agradable temperatura muy diferente del gélido aire de la calle, tal vez incluso me había pasado con el regulador y empezaba a hacer demasiado calor en la estancia.

Respiré a fondo de nuevo, y me giré hacia la cama. Contemplé con avidez el delicioso cuerpo aparentemente dormido de Ángela, cubierto únicamente por las braguitas negras que resaltaban la blancura de su piel. .

Me acerqué al lecho y admiré de nuevo el cuerpo de la muchacha. Suspiré, me encogí de hombros y lentamente me fui quitando el batín de baño y me quedé completamente desnudo. Vi que mi miembro estaba preparado, duro y erguido, y tuve un pequeño sobresalto cuando me di cuenta de que Ángela tenía ahora los ojos abiertos y me observaba, a mi en general y a mi vientre desnudo, a mi pene en estado de erección en particular. Mi movimiento la había despertado, o tal vez su sueño no era lo profundo que me había imaginado, posiblemente me había estado esperando despierta mientras yo estaba en el cuarto de baño. Tanto daba.

Me agaché y me introduje en la cama. Me acerqué a Ángela, que continuaba mirándome con expectación anhelante. Cuando estuve junto a ella, la atraje hacia mi y uní mis labios a los suyos. Estaban tibios, tiernos, húmedos. La abracé contra mi cuerpo, los dos desnudos, los dos ardiendo de deseo del placer prohibido al que nos íbamos a entregar-

-Por fin, nena, ya estamos juntitos…

-Has tardado mucho, Salva, … Me estaba durmiendo… Pero que bien hueles, ¿Qué te has puesto?

Sonreí y me giré hacia ella

-Un baño y jabón, que te hace sentir como nuevo… Bueno, y un poco de colona, ya sabes, va bien después del baño, te tonifica y refresca… Mira, yo ya no tengo sueño ¿sabes?… Vamos a jugar tu y yo ahora… ¿Quieres que lo hagamos…?

Ángela se apretó más fuertemente a mi cuerpo, con un gesto de complicidad, mientras mi pene entraba en contacto con su piel. La abracé, apreté su pecho contra el mío y puse las manos en el culo de ella presionando con fuerza vientre contra vientre. Besé los pechos de la chica, y tuve una sensación inenarrable al acariciar la parte interna de sus muslos. Sí, era delicioso jugar con la piel de Ángela, poseer su cuerpo, sintiendo como ella participaba y colaboraba en todo lo que yo hacía. Ella ardía, parecía cuando la besaba que la piel de la cara le hervía y que sus labios eran fuego.

Entonces, poco a poco, muy despacio, le fui bajando la braguita, hasta sacársela y dejarla encima de la almohada después de pasarla suavemente por su cara. En la semioscuridad, noté que ahora ella temblaba, al sentirse ya desnuda del todo mostraba un cierto nerviosismo o, no sé, tal vez miedo, aquello era real, no un juego ni una broma. Toqué su sexo, explorando el interior con mis experimentados dedos. Ángela gimió al sentirlos dentro de su vientre. Noté ahora más claramente la inquietud de la que iba a ser mi nueva amante. Poco a poco, lentamente, separé los muslos de la muchacha y me coloqué en medio, con el cuerpo ya encima de ella. Descendí, uniendo los cuerpos, pecho contra pecho, vientre contra vientre, sexo contra sexo. Mi pene llegó al paroxismo al aplastarse contra el vientre de Ángela.

Ella me abrazó, gimiendo y jadeando, apretándose contra mi y envolviéndome la cadera con sus muslos. Yo la sujeté con fuerza apretándola contra las sábanas, pensé que era ya el momento de actuar con un poco menos de delicadeza, le sonreía y le decía cosas excitantes, mientras ella se movía y musitaba cosas que no se entendían del todo, mezcla de queja y ronroneo de gatita. Cuando me pareció que la joven se abandonaba ya por completo, aflojé la presión en sus labios e introduje mi lengua en la boca de la muchacha, acariciando la suya y sus dientes –olor agradable a caramelo de vainilla en la joven, mientras ella debió sentir el sabor de otros placeres anteriores, el tabaco y el whisky, en la mía.

Oh, y ahora me llegó por fin la soñada delicia de jugar con los pechos de Ángela, aquellas pelotitas de carne tierna… Sí, por fin le mordía el cuello, le pellizcaba el culo y otras partes de su cuerpo, le chupaba los pezones de los pechos, y ella, abandonada, participaba a fondo en todo lo que yo proponía, me abrazaba, me besaba, se dejaba aplastar, me envolvía con sus muslos, sus brazos, sus besos…Ah, sí, ella ya jadeaba, casi no podía respirar… Yo sudaba, me movía encima de ella, y aproveché por fin la entrega total de Ángela para colocar mi pene, duro como un palo, en la entrada de la vagina de la chica y comenzar a penetrarla de una forma lenta pero decidida.

Enseguida note una pequeña resistencia, y sin dudarlo, sin pausa, apreté hacia delante, la resistencia cedió instantáneamente y el pene continuó avanzando en el vientre de la muchacha, que se contrajo dejando ir un grito que era como un gemido más alto al sentir el dolor del momento en el que yo le había desgarrado el himen.

Sentí una perversa satisfacción al notar que efectivamente, tal como tenía la certeza, Ángela era virgen, nunca nadie la había penetrado hasta aquel momento, ya había cuidado yo de que aquello no sucediese evitando cualquier ocasión. Parecía hacerle daño, tal vez era algo estrecha, porque la muchacha aún gemía y apretaba sus uñas en mi espalda, como en una contracción de dolor, cada vez que yo daba un empujón hacia delante, hasta que conseguí introducir por completo, hasta el fondo, todo mi pene en el cuerpo de la chica. Esto era perfecto, ya tenía a Ángela, fuese o no mi nieta, poco me importaba ya eso, ya me había regalado su virginidad. O más bien yo se la había cogido, tanto da. Y ya tenía mi pene en lo más profundo del vientre de Ángela. La fiera depredadora que sé perfectamente, lo reconozco, llevo escondida dentro de mí, se desencadenó mientras follaba a la muchacha con la rabia del impulso del abismo del horror de los infiernos y la poseía con la más salvaje lujuria del placer.

Empecé a moverme desconsideradamente encima de la muchacha, sin importarme su evidente dolor o su posible sangrado, yo la cabalgaba como un potro salvaje a una yegua, levantándola y dejándola caer cada vez que casi sacaba y volvía a introducir hasta el fondo el pene, al tiempo que ella dejaba de llorar y gemir, y aceptaba sumisa los movimientos violentos con los que estaba gozándola. Y yo ya jadeaba y babeaba, como un perro o un cerdo, hasta que por fin exploté, perdí el mundo de vista disfrutando de un orgasmo intensísimo y prolongado, gritando y aullando, entrando y saliendo del vientre de ella, besándola, pellizcándola, apretando sus pechos, mordiéndola, asfixiándola mientras también yo me ahogaba y moría el el más delicioso paraíso… Ángela sintió como inundaba su vagina un líquido muy caliente, a borbotones, un líquido viscoso y ardiente, al tiempo que experimentaba un tal vez inesperado gran placer, que la hizo gritar y gemir mientras yo, que había dejado de gritar, lancé también un gemido inhumano de satisfacción, con lo que anunciaba la culminación del sacrificio de la jovencita en el altar de mi pene.

Me quedé encima de ella, aplastándola con mi peso, inundándola con mi sudor y mis olores, mientras ella sintió que mi pene iba saliendo del interior de su vagina, y yo me iba separando de ella hasta quedarme a su lado, respirando con dificultad, igual que ella, mientras la agarraba por la cintura y me volvía a acercar a su cuerpo. Estuvimos así, abrazados besándonos y tocándonos un rato bastante largo, y mientras yo acariciaba su cuerpo, ninguno de los dos hablaba. Sobraban todas las palabras. Al cabo de un rato me di cuenta de que Ángela, completamente exhausta y fatigada, se había dormido en mis brazos. Yo continué basándola y acariciándola, a pesar del cansancio y la hora que era, por la ventana se adivinaba el amanecer, no tenía sueño.

Tiempo después, tal vez después de una hora, Ángela se despertó dándose cuenta, sorprendida, de que mi pene estaba otra vez duro, tieso, enorme. Entonces, de pronto, la giré y la agarré por la espalda, le sujeté con una mano los pechos y con la otra el vientre, y entonces la muchacha notó con tremenda sorpresa que mi pene se iba introduciendo por su culo, noté que se metía con dificultad, me costaba, pero entonces le puse saliva de mi boca con los dedos en su culo, y de pronto, oooooohhh!!!!, mi pene le entró perfectamente en una total penetración, ella gritó como si se desmayase, pero yo la sostenía, ahora venia lo mejor, la levanté por debajo de los pechos dejándola caer hacia atrás empalada en mi firme pene, la tiraba hacia detrás y hacia delante, la levantaba y la dejaba caer, ¡era un placer inenarrable!

Y poco después, yo estaba eyaculando en su culo gritando como una bestia. Cuando acabé, la fui dejando de nuevo a mi lado. Ángela se quedó inmóvil, mirándome, con la respiración agitada, asombrada por todo lo que había pasado, hasta que yo, sonriendo complacido, acerqué mi cara a la suya y la besé de nuevo apasionadamente en los labios. Al cabo de un rato me aparté de ella y me dirigí al lavabo, sentía ganas de orinar. Ángela se quedó estirada encima de la cama, desnuda, exhausta y satisfecha, con la boca en un gesto sonriente mientras me seguía con la mirada…

Volví y de nuevo me acosté a su lado. El tiempo fue pasando y yo deseaba que el reloj se parase y aquellos momentos fuesen eternos. La luz del día entraba por la ventana. Los dos descansábamos abrazados. Ángela era consciente de que yo la había desvirgado, que la había penetrado dos veces, que ella estaba preparada para lo de adelante, sabía lo que pasaría aunque le dolió, pero creo que no se imaginaba lo de detrás, supongo que no imaginaba que a mi también me gusta meter el pene en el culo de las chicas…

Finalmente se durmió cuando el día había triunfado y se oía el ruido del tránsito de la ciudad en la calle. Continuaba lloviendo en Barcelona. Yo observaba complacido su cuerpo desnudo y sudoroso, su cabello despeinado, su sexo con manchas de sangre y semen, sentía su olor a hembra, mientras ella dormía desnuda a mi lado.

Despertó sobre las diez de la mañana.

Ángela fue hacia el baño, que yo le tenía caliente y preparado. Sí, las sábanas tenían unas evidentes manchas que eran rastros de sangre y semen, igual que sus muslos, últimos vestigios de su virginidad perdida en aquel templo de Venus Afrodita en los que muchas vestales se entregaban a servir los placeres de los hombres de la vieja y nueva Barcelona. Esa Barcelona eterna, ciudad de rosas, espinas, fuego, misterio y sexo…

Entré en el baño mientras ella me miraba sin decir nada. Fue un placer sentir el agua caliente correr sobre nuestros cuerpos mientras la abrazaba, desnudos los dos, hasta que me di cuenta, y ella también, que mi pene volvía a estar en erección y suavemente lo introduje de nuevo dentro de su vagina, mientras nos acariciábamos con las manos llenas de espuma de mi gel de baño favorito…

Una hora después ya estábamos vestidos, a punto de salir de la habitación. Ángela me miraba y sonreía de forma irónica, como si en cierta forma se estuviese burlando de mi y de mi tradicional severidad y seriedad con las personas de mi entorno. Avisé a la Centralita del establecimiento con el teléfono instalado en la habitación, y se encargaron de avisar un taxi que nos recogería dentro del mismo hotel, tal como hicimos a la llegada.

Seguía lloviendo en las calles de Barcelona y hacía mucho más frío que la noche anterior, seguro que en las montañas cercanas a nuestra pequeña ciudad del interior había empezado a nevar… El taxi se dirigió hacia mi hotel, en el que tenía mi automóvil estacionado desde el día anterior. Dentro del vehículo se estaba mejor, pero de pronto añoré un ambiente más íntimo y tranquilo que el de la ciudad, tuve una de mis ideas rápidas, y le dije a Ángela acariciándole la mano:

-Nos vamos a pasar el fin de semana a nuestra casita en Salardú, que estaremos tranquilos y calentitos junto a la chimenea asando unas chuletas mientras vemos como nieva en la montaña, ¿qué te parece?

Ángela me miró con cara seria y me apretó la mano. Le parecía perfecto, naturalmente, a ella siempre le han gustado más las montañas que las ciudades y le encanta caminar por la nieve en el Aran. Llamé a la reverenda Rosa, la gobernanta de la residencia de Ángela y le dije que volvía a nuestra ciudad conmigo, que no bajaría a Barcelona hasta el lunes o tal vez el martes siguiente. Llamé también a casa, para que supiesen dónde íbamos a estar los dos.

Hicimos un buen almuerzo en el bar de mi hotel, y después de recuperar mi auto en el garaje del establecimiento, salimos de Barcelona por la autovía de Madrid para desviarnos en Tárrega hacia Balaguer y la ruta principal de los Pirineos y el Valle de Aran. Nos pararíamos en la zona comercial de Vielha, la capital del Valle, a comprar todo lo que pudiésemos necesitar… En nuestra casita de Salardú, Ángela y yo teníamos muchas cosas que decirnos en las largos días y noches del fin de semana mientras viésemos nevar más allá de la ventana del dormitorio…

Relato acabado de escribir a las 3 de la madrugada del sábado 18 de Diciembre de 2010, en Vielha (Valle de Aran, Pirineos), mientras la temperatura del termómetro exterior marca 6 grados bajo cero.

Nota de Tatiana: Podéis encontrar más información sobre el destino final de La Casita Blanca en un largo reportaje de la prensa de Barcelona publicado en Diciembre de 2010 que he reproducido en mi web para no ocupar un gran espacio aquí en este relato: http://tatiana19752.blogspot.com

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