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Desvirgadas en Barcelona 5 y 6

en Hetero: Primera vez

DESVIRGADAS EN BARCELONA – 5 -

DESTINO MARCADO

Prólogo:

En un camping de la Costa Brava, al Norte de Barcelona, al inicio del verano

Gloria intentó soltarse y salir de la litera. Agitó los brazos, movió los muslos intentando evitar lo que estaba intentando hacer don Irving. Pero él la sujetó aún con más fuerza y consiguió inmovilizarla.

Gritó, pero nadie la escuchaba, No había nadie más en aquella zona del camping. Todos los otros bungalows de la zona alta estaban todavía sin ocupar. Su madre trabajaba toda la noche en una discoteca lejos de allí, en Blanes, no volvería hasta la mañana siguiente, si es que volvía….

El hombre le estaba mordiendo el cuello, y después introdujo la lengua en su boca. Olía a tabaco, vino y comida picante. Como temía, notó que algo se movía ahora en su sexo, algo empezaba a entrar en su cuerpo.

Y gritó cuando sintió el dolor, aquella especie de desgarro que rompía algo en su vientre. Intentó escapar de nuevo, moverse, pero él se dejó caer sobre ella, con todo su peso sobre su pecho, su estómago, al tiempo que notaba que aquella cosa grande y dura se metía profundamente en su vagina…

Gloria dejó de resistirse… Él se había transformado en un ser desconocido que se movía como una bestia encima de ella…

Dejó que don Irving continuase… Le abrazó… Apretó el cuerpo del hombre con sus piernas… Ahora ocupaba el puesto de su madre en la cama de don Irving, el viejo inca amante de su madre…

A lo lejos, se oía algo de la música del Festival de Habaneras en la playa, concierto tradicional que siempre estrena el verano de la buena sociedad de Barcelona en Calella de Palafrugell…

 

BADALONA, (Barcelona). Un mes después

Capítulo 1.

Una vez en el piso se quitaron las ropas mojadas y las colgaron en el lavadero para que se secaran. Alba vio que Gloria, Sandra y don Irving Altachua estaban conversando animadamente preparando algo para cenar. Les dijo que aprovecharía para bañarse y ellas le dijeron que ya irían después.

Se metió en el cuarto de baño y llenó la bañera con agua tibia. Se quitó la ropa y se metió en ella. El calor del agua era una bendición después de la tormenta que les había caído encima mientras volvían de la playa por la calle Prim.

Cerró los ojos y se relajó. Aquello era agradable. Estar en casa y sentirse al abrigo mientras la lluvia golpeaba con impotencia las paredes en el exterior del edificio y el tejado transparente del patio interior al que daba el cuarto de baño.

Recordó la tarde en la playa, tomando el sol con Sandra y Gloria, mientras don Irving cumplía el encargo de las madres de Gloria y Alba de encargarse de ellas durante la semana que iban a estar ellas de vacaciones en Ibiza.

Era más divertido estar en Badalona sin las madres que aguantándolas todo el día en Ibiza, ya que el amigo de la madre de Gloria, don Irving, parecía un hombre divertido que no les daría mucho la lata y les dejaría hacer lo que quisieran.

Aquella mañana habían ido en el enorme todo terreno de don Irving al aeropuerto de Barcelona, a despedir a su madre y a la de Gloria, en el vuelo a Ibiza, y después habían vuelto a Badalona sobre la una del mediodía. Habían llamado a Sandra que bajase, porque la madre de Sandra la dejaba que fuese a pasar con ellas la semana, habían traído la comida del restaurante de la esquina, y después, sobre las cuatro de la tarde habían bajado a la playa.

Fueron a la parte nueva de la playa, la que queda entre Prim y el paseo de Montgat. Alba y Sandra llevaban un bikini diminuto, mientras Gloria uno de una pieza, pero muy ajustado, que marcaba todos los contornos del cuerpo como una segunda piel.

Don Irving llevaba una camiseta y un slip, y en los momentos en que se quitaba la camiseta para irse a remojar al mar, su traje de baño era prácticamente un tanga, y Alba no había podido evitar que sus ojos siguieran la figura del amigo peruano de la madre de Gloria, ruborizándose internamente cuando se dio cuenta que estaba observando el bulto enorme que se veía en el bajo vientre del hombre.

De todas maneras, Alba notó que también don Irving no dejaba de mirarlas a ellas, y que, en cierto momento, estando a su lado, el hombre miraba directamente su cuerpo prácticamente desnudo, y que al cruzar las miradas, él la sostuvo y continuó mirándola descaramente, consciente de que ella se había dado cuenta, e, incluso, apareciendo una irónica sonrisa en los labios de él al tiempo que encendía un cigarrillo sin apartar sus ojos de su cuerpo.

También le había chocado la sorprendente familiaridad con la que don Irving accedía al cuerpo de Gloria, extendiendo la crema protectora de solar en la espalda de ésta, cuando lo lógico habría sido que lo hubieran hecho ella o Sandra. Era extraño, porque don Irving no era su padre, sino sólo un amigo de su madre que salía con ella o las visitaba habitualmente...

La primera noticia de la tormenta había sido un trueno lejano, pero se acercó tan rápidamente, por la montaña de La Conreria, que no les dio tiempo a llegar a casa, y desde el cruce de la Rambla con Prim, hasta llegar a la calle Francesc Layret, se les desplomaron encima las cortinas de agua, de forma que llegaron al piso de Gloria completamente remojados.

Alba salió de la bañera y empezó a secarse tranquilamente. Se miró en el espejo y se sintió satisfecha de las formas que había ido adquiriendo su cuerpo. Sonrió y se quedó como embobada mirando en el espejo su mojada y rubia melenita, la blanca piel enrojecida por el efecto de los rayos solares, los pequeños pechos, que crecían puntiagudos, la estrecha cintura, el vientre...

Hasta que, de pronto, se dio cuenta de que detrás suyo, en la penumbra, la puerta del cuarto de baño estaba abierta, y en ella se recortaba, oscura, una silueta humana. Se giró, sorprendida, suponiendo que eran Gloria o Sandra.

 

Capítulo 2

Don Irving estaba apoyado en el vano de la puerta observándola divertido. Alba, en una primera reacción instintiva, se tapó el sexo, y se quedó como paralizada. No se sentía atemorizada en absoluto al sentir la mirada del peruano. No había en ella amenaza ni agresividad, sino un evidente deseo lascivo que se regodeaba lujurioso en la contemplación divertida de la adolescente desnuda.

Alba se sentía sorprendida, pero ni alarmada ni confundida, aún cuando los ojos de él le recorrían los senos, el pubis, los muslos y la cabeza al tiempo que saboreaba el humo del cigarrillo que colgaba de sus labios. Alba se preguntó, en algún recodo de su mente, por qué no gritaba, no se cubría con la toalla, no iba a cerrar la puerta con un portazo.

En un instante fugaz, por el pensamiento de Alba cruzó la imagen del hombre entrando y cerrando la puerta, dirigiéndose hacia ella y desnudándose...

Entonces Alba retrocedió algo hacia la bañera, mientras las imágenes prohibidas se le agolpaban en el cerebro y empezaba a balbucear una especie de palabras incoherentes en tono muy bajo.

Y la situación se quebró por fin. Los ojos de él adquirieron un brillo sardónico y una sonrisa irónica apareció en sus labios. Sin decir palabra, don Irving Altachua se volvió al pasillo y cerró la puerta tras él.

Un momento después oyó la voz de él conversando con Gloria y Sandra en la cocina diciéndoles que Alba ya estaba a punto de dejar libre el cuarto de baño.

Y, sin que hubiera una razón determinada para ello, Alba se sintió terriblemente culpable por todos los pensamientos que le habían cruzado el cerebro cuando el hombre la estaba mirando desnuda.

Se puso unos estrechos pantalones tejanos y una camiseta corta que le dejaba la cintura al aire. Fue a la cocina, donde Gloria y Sandra estaban preparando algo de cenar, y, hablando con ellas, sentía como don Irving la continuaba mirando con aquella sonrisa divertida y aquellos ojos brillantes que le recorrían el cuerpo como si estuviesen palpando su piel.

Y lo peor era que Alba no conseguía sentirse molesta, sino que continuaba notando una sensación especial, mezcla de inquietud y satisfacción, al comprobar como aquel hombre se sentía tan interesado en su cuerpo, sensación que ya había experimentado por la tarde, en la playa, cuando el la miraba de forma descarada.

 

Capítulo 3

Sandra, Gloria y Alba dormían en la misma habitación. Después de cenar, don Irving las había llevado a la fiesta mayor de Montgat, que tenía una verbena en la playa, y sobre la una de la mañana habían vuelto al piso. Don Irving las había invitado a unos tacos mexicanos, y como picaban mucho, habían bebido champán.

De modo que, al volver, se habían ido a dormir enseguida, porque estaban un poco mareadas. Y, sin embargo, Alba no conseguía dormirse del todo, tenía una extraña ansiedad. Vio levantarse de la cama a Gloria y salir de la habitación. Supuso que iba al lavabo. Sandra sí que dormía como un tronco.

Diez minutos después se sorprendió de que Gloria no volviese del lavabo. Pensó que se encontraría mal, al haber bebido, y se levantó para ayudarla si era necesario.

En el lavabo no había nadie. Alba se alarmó, porque no veía ninguna luz encendida, pero se dirigió hacia el comedor por si se había estirado en el sofá.

Al pasar delante de la habitación de la madre de Gloria. donde ahora dormía don Irving, vio una luz tenue en el quicio de la puerta, y algunos sonidos apagados cómo de voces, pero extraños. La puerta no estaba cerrada, y Alba, intrigada la entreabrió muy lentamente.

Cuando pudo ver el interior, sus ojos se desorbitaron de sorpresa y su pulso se aceleró hasta faltarle la respiración.

 

Capítulo 4

Había una luz encendida en la mesita de noche. Don Irving estaba delante de ella, ya que la puerta daba al pie de la cama, desnudo, estirado boca arriba.

Sentada encima de su pubis estaba desnuda Gloria, con la morena cabellera oscilando al viento, y moviéndose encima del hombre como si estuviese montando a caballo.

Alba notó como una ola de calor sofocante la invadía cuando se dio cuenta de lo que realmente estaba viendo: Gloria estaba follando con el inca, que debía tener su pene metido en el cuerpo de la chica.

El cuerpo de Gloria se movía tan rítmicamente que parecía una bailarina, dado que Gloria tenia un cuerpo proporcionado pero algo rellenito, sin llegar a la adiposidad, y su piel blanca y su melena negra hacían pareja perfecta con el cuerpo del peruano, que en aquellos momentos apretaba los pechos turgentes de la niña con sus dos manazas, como si intentase extraer el jugo de dos naranjas maduras. Don Irving dejaba ir también suspiros y musitaba palabras en algo que debía de ser un idioma diferente, algo personal suyo.

De pronto, Alba sintió terror y pánico. Don Irving la había visto, y tenía los ojos fijos en ella. Gloria no podía hacerlo, porque quedaba prácticamente de espaldas, pero don Irving la miraba con unos ojos duros y peligrosos. Alba no supo que hacer, tal vez habría tenido que salir corriendo, pero se sintió paralizada por los ojos del peruano, y fue incapaz de mover un sólo músculo del cuerpo.

Después de unos segundos que parecieron horas, Alba vio como el inca sonreía hacia ella, le enviaba un beso con la boca mientras Gloria continuaba jadeando y cabalgando imperturbable sin darse cuenta de nada y le hacía un gesto obsceno con el dedo señalando después a Gloria, como para confirmarle que tenía clavada toda su espada en el sexo de la adolescente.

Y, entonces, don Irving continuó de forma espectacular, como si representase una obra de teatro que tenía como única destinataria a Alba.

Agarró a Gloria por la cintura y la espalda, la atrajo hacia su pecho uniendo completamente sus cuerpos y haciendo que la niña lo abrazase, besase y envolviese con su melena, mientras la agarraba por el culo e iniciaba unos movimientos salvajes, de forma que cada vez que el peruano elevaba su culo del lecho, el cuerpo de la chica saltaba hacia arriba, para después volver a caer sobre el cuerpo del hombre, y así Alba pudo ver como el pene del hombre salía y volvía a entrar profundamente en el sexo de Gloria.

Y llegó un momento en que tanto don Irving como Gloria jadearon y gritaron al mismo tiempo, y unas convulsiones tremendas agitaron el cuerpo del peruano arrastrando al de la chica. Alba entendió que por lo que le habían explicado, el inca estaba soltando su semen en el cuerpo de su amiga.

Después, se fueron calmando, quedando Gloria completamente extenuada y extendida sobre el cuerpo del hombre, que le hizo un gesto a Alba de que se fuese, como indicándole que ahora Gloria, si se giraba, podría verla.

Y Alba, sin aliento y sin pulso por lo que acababa de ver, pero completamente sofocada y enrojecida, entornó la puerta y volvió hacia su habitación. Cuando se introdujo en el lecho, no acabó de creerse lo que acababa de ver, pensó que podía haber sido un extraño sueño o una imaginación.

Pero, al cabo de un rato, vio en la penumbra que Gloria volvía a la habitación con ellas y se acostaba.

Un cuarto de hora después, Alba notó como Gloria dormía profundamente, como si nada hubiese pasado. Y Alba empezó a darse cuenta de que aquella no debía ser la primera vez, ni mucho menos, que su amiga se entregaba a aquel hombre.

 

Capítulo 5

Don Irving estaba despierto. Posiblemente su cuerpo necesitaba dormir, después de haberse pasado el día paseando a las tres jovencitas y después de acabar de follarse a Gloria hacía unos minutos, pero su mente estaba hiperactiva, barajando posibilidades abiertas en sus negocios y que debía atender en los próximos días, recordando también las sensaciones de disfrutar del cuerpo de Gloria, pensar en las delicias que prometía, si podía conseguir, y se juró a sí mismo que lo haría, el cuerpo de la putita rubia…

Los pensamientos se le hacían cada vez más agradables

Y el pensamiento del clímax le trajo el reciente recuerdo de Gloria una vez más; su cara encima de la de él, sus pechos como frutas maduras, los ojos apretadamente cerrados por el placer para abrirse luego y mirarle con deleite, la boca en permanente jadeo... y la putita rubia -¡cómo le había gustado que la mirase, tanto en la playa como en el cuarto de baño!-, observando estupefacta desde la puerta como se follaba a su amiga...

Dos mil euros de comisión mensuales le daba a la madre de Gloria, que trabajaba para él, y esta había sobreentendido enseguida que ello incluía entregarle a la niña, que le gustaba por tener un cuerpo muy bien proporcionado... No había tardado excesivo tiempo en apropiarse de su compra, con la complicidad de la madre y la tía de la jovencita...

Nunca se había permitido sumergirse en lo sentimental. Estaba tan inmerso en su éxito personal que se sentía aún más libre para satisfacer sus instintos. Incluso se permitía fantasear jugando y divirtiéndose con aquellas putitas que pedían a gritos un hombre que las sacrificara en el altar del gran falo.

La jovencita rubia penetraba en sus pensamientos con vívidos colores e imágenes que no podía controlar. Vio sus ojos azules que se clavaban en él mientras la miraba en la playa, su silueta saliendo del mar casi desnuda, con un pequeño bikini de escasa tela que mostraba la perfección de sus formas adolescentes, sus pequeños senos puntiagudos observados cuando ella estaba desnuda en el baño y se tapaba el sexo con las manos mientras él devoraba su piel con los ojos.

Las imágenes se convertían ya en fantasías, se vio a sí mismo en el cuarto de baño entrando, cerrando la puerta, separando los brazos de la chica, levantándola por los sobacos y dejándola caer sobre su pene que la penetraba y el la gozaba aplastándola contra la pared mientras ella gritaba...

Trataba de recordar cuantas chicas había desvirgado en su vida. Era imposible, Tal vez más de cien. Era más fácil recordar las más jovencitas, su debilidad. Aquí sí que pudo sumar mentalmente unas veinte. Y ahora lo obsesionaba una de ellas, aquella putita rubia amiga de Gloria.

Soltó un suspiro. Estaba permitiendo que aquella niña le excitara especialmente. Se sintió fastidiado. Despreciaba aquellas putitas que tenían el poder de hacerle perder la tranquilidad hasta poder satisfacer sus instintos poseyéndolas. Imaginó con deleite a la putita rubia amiga de Gloria, -no conseguía recordar su nombre y tampoco le importaba saberlo- penetrada por su miembro.

El hecho de pensar en la jovencita rubia y las otras dos niñas bailando desnudas la ancestral danza de las vírgenes en el Altar del Cóndor del Sacrificio del legendario Machu Pichu, antes de ser desvirgadas por el Gran Inca de la Montaña Sagrada, lo excitó y notó como se le endurecía el pene. Hacía años, él era joven, había desvirgado una deliciosa muchachita limeña en aquel lugar, mientras la niebla bajaba por la quebrada… Oh… Como no consiguiese dormir, tendría que ir a la habitación de las chicas a llevarse a Gloria nuevamente con él.

Sonrió al pensar que no estaría bien la imagen que ahora le ofrecía su cerebro: entrando en la habitación de las niñas, echándose encima de la putita rubia y violándola delante de Gloria y su otra amiga.

 

Capítulo 6

Alba también estaba despierta. Y escuchaba. Había poco que escuchar. Algún ruido de la escalera, algún coche que pasaba por la calle. Dentro de la habitación había más sonidos: la respiración regular y lenta de Gloria, que a veces llegaba a insinuar un ronquido y la respiración más acelerada y menos profunda de Sandra, que musitaba de vez en cuando alguna palabra incoherente, señal de que estaba soñando.

"Estos ruidos no me dejan dormir -pensó Alba; pero, luego, inmediatamente-: No es verdad, no hay ruidos". Su vigilia estaba causada por el recuerdo de lo que había visto, mezclado con el de don Irving mirando su cuerpo desnudo en el cuarto de baño y en la playa.

Y el hombre estaba ahora en la cama de la habitación de la madre de Gloria, posiblemente durmiendo profundamente, y seguramente desnudo.

Por un momento se vio a sí misma entrando en el cuarto de don Irving a verlo dormir desnudo. "No, ¡qué locura! Qué cosas estoy pensando" Pero el pensamiento se negaba a desaparecer e incluso se le apareció como algo factible, nada peligroso y agradable. "Todo el mundo está durmiendo, sería chulo ir a espiarlo y ver si la tiene tan grande como me ha parecido cuando se la metía a Gloria".

Aquella idea le provocaba una ansiedad excitada que la impelía a la aventura de hacerlo. Igualmente se daba cuenta de que en la cama no se iba a dormir.

Se dio cuenta de que no sabía mucho acerca de don Irving. Lo único, en realidad, era que era un amigo de la madre de Gloria. Su propia madre también se había hecho amiga de don Irving, y decía que era un tío muy cachondo y muy divertido. Alba sabía que las vacaciones de la madre de Gloria y la suya en Ibiza eran una salida de trabajo, antes lo imaginaba, ahora lo sabía… aunque no tenía muy claro el porqué de ser él tan generoso.

Bueno, algo podía intuir. En una ocasión, hacía unos meses, que sus madres habían pasado la noche del sábado en Barcelona, divirtiéndose en las discotecas y ellas dos se habían quedado solas en el piso, quisieron probar las bebidas, y se tomaron un vaso de whisky.

Se habían puesto muy alegres, posiblemente algo borrachas, y aunque había querido borrar aquel recuerdo, Gloria, que había bebido más que ella, le había dicho algo así como " Sí, mi madre hace de puta, lo sabe todo el mundo, pero la tuya también, no te creas, y por eso se van juntas tantas veces a Barcelona... Nuestras madres son putas, y nosotras lo seremos también…"

Nunca habían hablado de aquellas palabras de Gloria, ni tan siquiera sabía si Gloria recordaba haberlas pronunciado, pero desde aquel día Alba entendía una serie de cosas que le parecían extrañas del trabajo de su madre, aunque no le gustaba explicitarlas en sus pensamientos, Eran algo que flotaba en el subconsciente, pero real. Su madre y la de Gloria eran prostitutas.

Sabía también que don Irving era de Perú.

Alba seguía pensando en el hombre. ¿Qué ropas usaba cuando estaba en Perú? ¿Se vestía allí de inca, con plumas y todo aquello? Por un momento se lo imaginó vestido de rey inca y le entró la risa. ¿Viviría solo? ¿Con una mujer? ¿Tendría hijos? Entonces recordó que los indios poderosos tenían varias concubinas, y le vino a la cabeza la imagen de ella vestida de indiecita entrando en el palacio de él, que la cogía de la mano y, vestido de rey, le quitaba los vestidos y se la llevaba hacía un lecho como salido de una película de fantasías de los Andes. Y entonces...

Alba volvió a sentir que aquel calor extraño le invadía el cuerpo, No sabía qué le pasaba. Siempre, pensase lo que pensase, acababa en imágenes del peruano violándola. Y la imagen se transformó, sin ningún paso previo, en la otra fantasía que la perseguía aquella noche: imaginar que él había entrado en el cuarto de baño y, aprovechándose que ella estaba desnuda, la violaba.

Siguió viendo en su imaginación a don Irving desnudo persiguiéndola, y se dio cuenta -lo aceptó, al fin- de la verdad: no dejaba de pensar en la escena del inca follando con la Gloria, pero deseando, sí, deseando, ocupar ella el lugar de la Gloria.

Después de tantos años de hablar y pensar en "aquello", ahora resultaba que la tonta de la Gloria ya lo hacía y parecía pasárselo muy bien, y ella no podía dormir por ganas de saber también como era hacerlo de verdad con un hombre. Y Alba pensó: "¿Tengo pensamientos de puta? ¿Soy también yo una puta, como Gloria y nuestras madres?"

Y aquella idea de ser una puta la excitó aún más, en lugar de hacer el efecto contrario.

Intentó convencerse a sí misma de que aquello era absurdo. Que debía de pasar de Gloria y esperarse unos años a hacer el amor con un buen chico que fuera como ella, como el Eric, el Alberto o algún otro que conociera y no entregarse al primer hombre que se cruzara en su camino. Y se dijo que ella no podía ser de esa clase de chicas que se dejan desvirgar a las primeras de cambio, como la Gloria.

Esas cosas no se hacen en la realidad, lo de Gloria era un caso aparte, era una putarra como su madre, y si ella, Alba, lo hiciera, nunca tendría que ser con un tío como el inca, El no sería amable, bueno ni considerado, y la violaría por ofrecérsele como una puta barata.

Se revolvió en la cama, disconforme con sus propios pensamientos. ¿Cómo era posible saber de antemano que él la despreciaría y la maltrataría? Hacía poco que se conocía, y él se había pasado todo el día anterior observándola con deseo pero tratándola con toda amabilidad y corrección, incluso diría que mimándola.

Pensó que le gustaría que él volviera a mirarla con aquella expresión de deseo teñida de diversión e ironía que le había dedicado desde la puerta del cuarto de baño, cuando ella, desnuda, se tapaba el sexo con los brazos. Y volvieron las imágenes perturbadoras.

Sería divertido sentir las manos del hombre recorrer su cuerpo, apretarse contra aquel cuerpo desnudo, sentir como sus pechitos se aplastaban en el torso del peruano mientras él la agarraba por el culo, y notar como aquello entraba en su vientre...

Advirtió que su cuerpo estaba respondiendo de forma acelerada a las imágenes de su mente. Estaba pasando sus manos por sus pechos debajo de la camiseta, la cintura, los muslos, y sintió el impulso de tocarse "allí" y no lo resistió, metiendo la mano dentro de la braguita e introduciendo poco a poco uno de sus dedos en el sexo, y pensando que era "aquello" tan grande que tenía el inca. "Estoy muy caliente-pensó- esto es demasié...". El dedo se movía en el sexo…

Cambió sus piernas de posición, cruzándolas como si abarcasen las de él. Suspiró mientras una sensación de sofoco y deseo se esparcía por su cuerpo. Aquello se estaba volviendo una locura. Gloria se lo había pasado muy bien con el hombre. Algo muy fuerte impulsaba a Alba a ser atrevida, muy atrevida.

Sintió que necesitaba seguir tocándose pero haciendo aquello que había pensado hacía un rato, mirando el cuerpo desnudo del inca. Sí, era una locura, pero tenía que atreverse a hacerlo. O se demostraba que era valiente, o no podría dormir en toda la noche. Se volvió a tocar y gimió.

Entonces, completamente excitada, acabó de decidirse. Sin acabar de creerse lo que estaba haciendo, se puso de pie sigilosamente para no despertar a Gloria y Sandra, salió al pasillo, seguida en la penumbra, sin saberlo, por los ojos de Gloria que se había despertado hacía unos minutos a causa del ruido de un camión que había pasado por la calle, caminó unos pasos, tropezó con algo en la oscuridad haciendo algo de ruido, se quedó quieta unos segundos, y volvió a caminar en dirección a la habitación de don Irving.

No pensaba volverse atrás, quería entrar y tocarse viendo al inca dormir desnudo. Tal vez, después de explotar, conseguiría dormir al volver a la habitación.

Al verla salir de su cuarto, Gloria, oculta en las sombras, se decidió a seguir a Alba. Seguro que iba al lavabo, y ella también tenia ganas. Si Alba no podía dormir, igual se ponían la tele muy bajita, porque era la hora que daban aquellas películas guarras que a veces habían visto.

 

Capítulo 7

Don Irving, que seguía sin dormir y prácticamente ya decidido a ir a traerse nuevamente a Gloria a la cama, oyó un ruido en el pasillo. Se puso alerta. Después, acostumbrado como estaba a detectar cualquier sonido inhabitual en las soledades de los Andes, notó claramente que unos pasos lentos y precavidos se acercaban al dormitorio. Entonces reaccionó automáticamente.

Alba se paró delante de la puerta de la habitación de don Irving. Escuchó atentamente. No se oía nada.

En la mente de Irving se incrementaron los pensamientos lascivos con que se había estado entreteniendo. Bajó sus pies al suelo sin hacer el más mínimo ruido, con un solo movimiento se deslizó de la cama, se puso el tanga negro que utilizaba para dormir, - más bien para excitar a sus amantes- y, luego, silenciosamente, dio unos pasos y permaneció junto a la puerta, resguardado al amparo del armario. Seguro que Gloria había decidido volver, y pensó en darle emoción a la cosa propinándole un pequeño susto.

"Ahora,-pensó Alba sintiéndose muy valiente- no tengo más que continuar, la puerta no está cerrada, sólo entornada, no se oye ningún ruido, está durmiendo, es como si estuviese haciendo una película, tengo que entrar poco a poco..."

Irving oyó que se abría la puerta, oyó que alguien penetraba en su cuarto, y que la puerta volvía a entornarse, notó una presencia humana justo a su lado, un poco por delante de él. Quien había entrado intentaba acostumbrar sus ojos a la oscuridad total de la habitación, antes de orientarse y caminar.

"Mierda, -pensó Alba- está ahora muy oscuro, antes había la luz de la mesa de noche, tendré que esperarme a ver si me acostumbro y puedo ver algo." Y Alba sintió de pronto irritación al pensar que estaría tan oscuro que su atrevimiento no le serviría de nada

La figura humana que había entrado dio un pequeño paso vacilante. Don Irving escuchó la respiración de la sombra que tenía delante de él, un leve jadeo situado ahora entre él y la cama, a menos de dos palmos de su cuerpo. Don Irving pensó que había llegado el momento de pasar a la acción.

Alba notó que su pierna había tocado la orilla de la cama de don Irving. Ya no podía acercarse más. No veía nada. Y, de pronto, se dio cuenta de que en realidad no había nada que ver. Horrorizada se dio cuenta de que sólo veía las sábanas de la cama. No veía a don Irving porque no estaba. Y el lavabo tenía la luz apagada. ¿Dónde estaba el hombre? El terror hizo que le temblaran las piernas, al apercibirse claramente de una respiración detrás de ella.

 

Capítulo 8

La agarró por detrás, dispuesto a darle el susto a la chica. Le cerró la boca con una mano para evitar que gritase y despertase a las otras dos jovencitas, y la levantó por la cintura con la otra, lanzándose con ella hacia la cama. La chica quedó boca abajo, con él encima.

La aferró por detrás, tapándole la boca y sujetándola con su brazo entre el ombligo de la chica y la sábana.

El peso de su cuerpo impidió que ella se moviese cuando don Irving detectó un cierto intento de resistencia.

En una milésima de segundo, sorprendido, reconoció su identidad. Su pelo, mas corto que la melena negra de Gloria, y, sobretodo, su olor, le reveló que no era quien se pensaba, sino la putita rubia. Precisamente la deseada putita rubia. El Gran Cóndor era misericordioso con los buenos incas, pensó, sintiendo una exuberante sensación de triunfo al tiempo que todo su cuerpo se erizaba de excitación.

Aflojó la presión sobre el cuerpo de la jovencita, estiró la mano y encendió la luz de la mesilla de noche.

-No grites, soy yo, tranquila -dijo don Irving con voz muy baja.

Ella asintió con la cabeza, y él, poco a poco para asegurarse de que no gritaría, retiró su mano de la boca de Alba,

La giró boca arriba, y ella le miró con cara de sorpresa y miedo, mientras él se le sentaba a horcajadas sobre la pelvis y la miraba con aquella expresión divertida, ansiosa e irónica que Alba recordaba del cuarto de baño.

De pronto, la mirada de él hizo que Alba sintiese como desaparecía de golpe la sensación de horror, miedo y pánico de cuando se sintió sorprendida, y notó como el súbito ataque del hombre la estaba incomprensiblemente excitando aún más que cuando todo eran fantasías en su habitación, y, entonces, al verlo allí, sentado encima de ella, efectivamente desnudo como ella había imaginado, aunque con una especie de tanga o taparrabos en el sexo, de pronto, se lo imaginó como un gorila, don Irving se le transformó mentalmente en King Kong e imprudentemente le vino una especie de ataque de risa y empezó a reírse entrecortadamente.

-¿Qué te hace reír, nena?- dijo don Irving curioso ante la reacción de la chica.

Y Alba, continuó sintiéndose libre de cualquier sensación de miedo o respeto. Quiso demostrarle que ella ya no era una niña y no le tenía miedo.

-Eres muy raro, pareces un gorila, tío.- le espetó Alba mirándolo fijamente a los ojos en muestra de seguridad. No quería que él se pensase que la impresionaba.

Don Irving se sorprendió ante el desparpajo de la putita rubia. Ninguna chica se había atrevido a decirle cosas como aquella. Pero, bien mirado, era igual. Así sería más divertido enseñarle a la putita rubia como debía tratarlo y respetarlo. Cada vez pensaba que aquello iba a ser más divertido. La iba a desvirgar de una manera gloriosa.

-Así que te parezco un gorila, eh!- le contestó el peruano, en un tono ya sardónico y con una cierta agresividad que Alba no detectó

-Sí, tío, a ver si te afeitas un poco, ¿no? - continuó Alba sonriendo, segura ya de su control de la situación.

-Oye, aún no me has explicado qué haces aquí. Por cierto, supongo que venías a lo mismo que antes, cuando me estaba follando a tu amiga, venías a estar conmigo en mi cama, ¿verdad?

-¡No!-dijo Alba insegura por saber que no tenía explicación- ¡La buscaba a ella!- protestó

-¿Ah, sí? ¿La buscabas en mi habitación? - dijo él sonriendo.

-Había salido del cuarto, yo pensé que no se encontraba bien, no estaba en el lavabo, y oí ruidos aquí, la puerta estaba abierta... -musitó Alba

-Y te gustó lo que viste, ¿no?, tanto que has vuelto a hacer lo mismo que ella, eh? -dijo el peruano, con una voz insinuante y atravesándola con la mirada.

La sangre afluyó rápidamente a las mejillas de la chica, ruborizándola. Don Irving se dio cuenta de que captaba lo que pasaba por la cabeza de la jovencita.

La putita rubia llevaba una camiseta corta y estrecha, que resaltaba sus pechos pequeños y puntiagudos, la cintura y el ombligo al aire, y unas pequeñas braguitas negras que contrastaban con su blanca piel sonrosada por los efectos del sol.

Al notar que ella se movía el hombre volvió a sujetar el cuerpo de la niña con sus brazos y su peso.

-Estás muy buena, putita. -dijo don Irving lentamente clavando sus ojos en los de ella.

Ahora Alba se sintió ofendida y lo miró desafiante. Había recuperado la seguridad.

-¡No soy una putita! Me llamo Alba, y no soy ninguna puta. ¡Qué te has creído, tío!

-Entonces, quieres decir que eres virgen todavía, eh, nena ? -comentó él, con tono inocente pero sintiéndose cada vez más excitado, empezaba a molestarle el slip, ya que su pene pugnaba por exhibirse enhiesto y potente.

-Pues claro, qué te habías creído, tío? - dijo ella mirándolo fijamente.

-Pues mira, -continuó el peruano- la primera parte sigue siendo verdad, estás muy buena, y la segunda, lo de virgen, va a ser por poco tiempo... Está claro que para eso has venido, ¿no?

Alba volvió a sonrojarse y apartó su mirada de la de él. No sabía que contestar. Tendría que gritar y salir corriendo ya mismo, le decía una parte de ella misma, pero la otra, la que la había llevado al final a aquella situación, la Alba atrevida, imprudente y aventurera, le exigía que se quedase, que era verdad lo que él decía, que quería conocer lo que Gloria ya conocía y que tenía que ser decidida y no hacerse la estrecha, hacerlo también con ganas y pasárselo lo mejor posible.

Don Irving se dio cuenta de la lucha interna que se desarrollaba en el interior de la chica. Su cabeza le pedía salir corriendo, y su cuerpo le exigía entregarse a él. Decidió empezar a abreviar la espera.

-Va, nena, que lo vas a pasar muy bien, tranquila, ya verás como te va a gustar!

-No, tío, que he leído que hace daño, deja que me vaya a mi cuarto, va!

-Conmigo nunca hace daño, no te preocupes, nunca te lo habrás pasado tan bien cuando te tocas que haciéndolo de verdad. Porque tú te tocas, ¿no? -dijo él, sabiendo que le estaba deshaciendo las últimas defensas.

Alba sintió que cada vez que él le decía algo, adivinaba sus pensamientos. Todo lo que él decía eran cosas que ella ya había pensado. Precisamente estaba allí, en aquella situación por la audacia de aproximarse de la fantasía a la realidad, y se dio cuenta de que el hecho de estar a punto de ser violada por aquel hombre le continuaba provocando una angustiosa sensación doble y contrapuesta, terror y excitación al imaginarse aquello entrando en su cuerpo.

Y él se daba cuenta de que ella no se iba a resistir. Alba estaba segura que él estaba jugando con ella como el gato con un ratoncito que no va a intentar escapar.

-Pareces un gorila, tío, seguro que me harás daño. Déjame ir ¿no?

Él volvió a sonreír sarcástico:

-Pues mira, no. No te voy a dejar ir. Si crees que te voy a hacer daño, vamos y le preguntamos a Gloria si le hice daño la primera vez, eh! -don Irving continuaba divirtiéndose con los prolegómenos del momento de follarse a la putita rubia, prolegómenos que se complacía en hacer durar lo máximo posible.

Era muy divertido porque realmente, cuando había desvirgado a Gloria le había hecho daño, bastante daño, porque la putita resultó un poco estrecha para su enorme miembro. Las otras veces, ya se le había ensanchado y la niña se lo pasaba muy bien. Habría que ver si también la putita rubia era de las estrechitas que había que ahormar.

-No! Qué dices tío! Como vamos a ir a preguntarle a Gloria! Está loco! -dijo Alba mirándolo alarmada.

. Era evidente que ya era el momento más oportuno para iniciar el trabajo final. Mientras hablaban, había ido a poco a poco inclinándose sobre ella, de forma que ahora la cogía por los hombros.

Al ver que él se le acercaba, Alba cerró los ojos.

Gloria había llegado a la puerta de la habitación de don Irving. Solo abriéndola un poquito, vio a don Irving sentado encima de Alba. No estaban haciendo nada, pero era evidente lo que estaba a punto de pasar. Desde allí lo podía ver todo. Se quedó expectante en la puerta. Iba a ser chulo ver como don Irving desvirgaba a la presumida de Alba, como hacía algunas semanas lo había hecho con ella, Y Gloria introdujo su mano en la braguita, llegó al sexo y empezó a tocarse...

 

Capítulo 9

Don Irving se inclinó y la besó en los labios. Alba cerró los ojos y le dejó hacer. Con las manos, la tomó de los hombros, le acarició el cuello y las orejas.

Recorrió los labios de la chica con la punta de los dedos, medio introduciéndolos en su boca. Alba sintió una especie de vértigo, al tiempo que se deslizaba debajo de él. don Irving volvió a unir su cara a la de ella, unió los labios y la volvió a besar durante largo tiempo, exploró su boca con la lengua y empezó a saborear su intimidad.

Alba sintió dentro de su boca el gusto a tabaco y alcohol que exhalaba la de él, y por primera vez en su vida una sensación inicial de asco no le resultó repulsiva y no rechazó la lengua del hombre. don Irving se dio cuenta que podría tomarse tiempo para hacer que la putita rubia experimentase todos los detalles de los placeres del sexo, y con ello sabía que lograría crear una fijación de la chica en él que no se conseguía con una violación pura y simple.

Iba a ser mucho mejor de lo que pensaba desvirgar a la putita rubia. El peruano notó los brazos de la chica deslizándose en su espalda, al tiempo que jadeaba suavemente y se le aceleraba la respiración.

"Ha llegado el momento, -pensó Alba abrazándose al cuerpo del hombre- he de seguir adelante, no puedo ser cobarde, que vea que no le tengo miedo, que no soy una niña boba..."

Aún besándola, don Irving se apartó levemente de ella y se quitó el slip. Su enorme miembro saltó enhiesto, dispuesto a una nueva batalla apenas un par de horas después de haber salido del cuerpo de Gloria.

El peruano pensó que era una suerte haberse cogido antes a la otra putita, porque ahora no tenía urgencia en eyacular y se podía tomar el cuerpo de la putita rubia con toda calma y tranquilidad para desvirgarla de la manera que le produjese a él todo el placer posible durante el máximo de tiempo.

Rápidamente, de modo que ella no tuviera tiempo de pensar en qué estaba haciendo él, le sacó la camiseta y la dejó solo con la braguita.

Empezó a jugar con sus pechos, todavía pequeños, pero erguidos y puntiagudos. Pellizcó los pezones y la jovencita se estremeció. Él se dio cuenta que el cuerpo de la niña estaba brillante por el sudor, aunque la noche no era especialmente calurosa, después de las tormentas de la tarde.

Reclinado de costado a su lado, siguió acariciando el cuerpo de la chica, que continuaba incrementando su ritmo de respiración al sentir como el peruano exploraba su cuerpo.

Y así, con toda suavidad, encaró el momento que tradicionalmente resultaba más difícil cuando estaba con chicas vírgenes, el momento en el que siempre se producían las resistencias.

Con una mano la cogió debajo de los hombros, besando sus labios, cara y dándole pequeños mordiscos en el cuello, al tiempo que con la otra mano recorría el pubis de la chica y, muy lentamente le fue bajando las braguitas hasta dejarle el cuerpo completamente desnudo.

Era una sensación inigualable tocar el sexo de la putita rubia y acariciar la parte interna de sus muslos, pero para ella también lo era, porque al hacerlo, Alba dejó ir unos leves gemidos de excitación. El peruano pensó que no se había equivocado con la chica, era una putita, pero ahora iba a encontrar lo que buscaba...

Ahora, lentamente, como una caricia más, fue pasando las braguitas por la cara de la jovencita.

-¿Sabes lo que es esto? -dijo él en un susurro

Alba entreabrió los ojos y vio las braguitas recorriendo ahora sus pechos, que sorprendentemente aparecían como más grandes y puntiagudos que lo que ella recordaba. Sonrió y dejó escapar un sonido que era una mezcla de risa vergonzosa y gemido de placer.

-Te lo estas pasando bien, ¿no? - le musitó el hombre al oído al tiempo que le mordía suavemente la oreja

Ella apenas logró articular unas palabras:

-Sí, es tope guay...

-Ya te lo dije, -dijo él- y ¿que te parece, sigo?

Y Alba no pudo evitar contestar en plan chulo, al tiempo que se le escapaba la risa, ya que la excitación y el deseo de aventuras no le permitía acabar de ser consciente de lo que estaba a punto de sucederle:

-Sí, no pare, siga, ya puede seguir!

Don Irving casi se desconcertó al notar la risa de la niña. No se acordaba de ningún momento como aquel, con una niña a punto de que la desvirgase riendo y haciendo bromas. Parecía que la putita rubia no se lo tomaba en serio.

"Ríe, ríe, -pensó el peruano-, pero dentro de nada te la voy a meter toda dentro..."

Sandra, que se había despertado, llegó junto a Gloria en la puerta de la habitación de don Irving. Gloria le hizo un gesto con los dedos en la boca para que no dijese nada. Sandra miró dentro de la habitación y se dio cuenta, muy sorprendida de lo que estaba pasando. Imitó a Gloria y empezó a tocarse.

Don Irving llevó su cuerpo hacia el de Alba.

 

Capítulo 10

El peruano se colocó al lado de Alba, la besó de nuevo profundamente en los labios y siguió mordiéndole y lamiéndole el cuello y los pezones.

Luego la movió suavemente hasta que quedó bien colocada en la cama, a su gusto para lo iba a hacer. Le mordió algo más fuerte el cuello, al tiempo que le musitaba que era un vampiro, y le acarició las caderas y los muslos. Ella su puso a temblar de excitación.

Entonces, el inca con su mano hábil y sus dedos expertos llegó al bajo vientre de Alba, jugueteando con los pelitos rubios del vello que le estaba naciendo en la entrada del sexo. Ella, al sentirlo, se arqueó hacia arriba, como si su cuerpo pidiese que él presionara con más fuerza.

El llevó su cara a la de ella, unió los labios besándola con su boca abierta y mojada de con gusto a tabaco y cerveza y volvió a introducir su lengua en la boca de ella, explorándola y absorbiendo su húmeda saliva.

Alba se complacía en ello, y la excitación que los manejos del hombre le producían había anulado por completamente cualquier sensación de asco que el gusto de la boca del hombre le pudiese ocasionar.

Las manos del peruano tantearon las entradas del sexo de Alba, empezando a juguetear con sus dedos entrando en la vagina. Ella notó que algo entraba en su cuerpo y sintió un primer indicio inesperado de pánico, pero enseguida se apercibió que eran los dedos del hombre jurado dentro de ella.

Y la sensación era cada vez mejor, aquello era mucho más excitante que lo que nunca había imaginado en sus fantasías cuando se tocaba pensando que Eric o Alberto se la metían dentro.

De todas maneras, sin darse cuenta, de forma mecánica, ella se revolvió levemente y musitó un "No..."

El la miró, y sonriendo divertido le dijo, en voz muy baja.

-Pues, mira, sí, ahora sí. Si al fin y al acabo te lo estás pasando mejor que yo, ¿o no, nena?

Alba sonrió, como asintiendo, y volvió a atreverse a mirarlo fijamente, como desafiándolo para demostrarle que no le tenía miedo y estaba allí porque quería. Y se atrevió a musitar, sonriendo con una forzada suficiencia para demostrarle seguridad:

-Psé, psé, tío, no está mal, es bastante guay hasta ahora, es verdad...

-Pues, ahora vendrá lo mejor, ya verás, -le susurró el peruano al oído.

"Te crees muy macho y que te tengo miedo porque sabes que he visto como se la metías a Gloria, -pensó Alba- pero estoy aquí porque he querido venir y quiero quedarme, quiero hacerlo contigo para saber como es eso de una vez. No soy ninguna niña tonta de las que debes estar acostumbrado a seducir. No te pienses que te estás aprovechando de mí. Yo te estoy utilizando porque quiero, y por eso te dejo que me toques, porque me lo estoy pasando muy guay. Esto es mucho más chulo que lo que me imaginaba..."

Don Irving la miró también a los ojos, adivinando lo que estaba pensando la jovencita, y se dijo a sí mismo notando como se iba sintiendo cada vez más agresivo: " Eso es lo que tu te crees, putita, pronto te darás cuenta que no estamos jugando. Pronto seré tu dueño, y tú no olvidarás nunca lo que te está a punto de suceder. Vas a conocer lo que es el Grito del Cóndor, putita"

 

Capítulo 11

Alba vio con sorpresa que el peruano se apartaba de ella y se deslizaba hacia los pies de la cama. Se colocó, arrodillado, entre sus muslos, abriéndolos con suavidad, y le besó y lamió el vientre. Su lengua entraba y salía, rodeando el ombligo de la jovencita. Era una deliciosa sensación, pensó ella. Cada vez la sorprendía con las nuevas cosas que le iba haciendo.

La cabeza del hombre siguió bajando, sin abandonar sus manejos con la boca. Alba se dio cuenta del lugar a donde se dirigían los labios del inca.

"No pensará besarme ahora ahí... -se dijo ella, sabiendo perfectamente que eso era lo que estaba a punto de hacer él..."

Lo hizo. Sus labios besaron el sexo de la chica, y no sólo fueron sus labios, sino que también su lengua fue tanteando los suaves pliegues de su piel. Ella quedó paralizada por la sorpresa, al sentir que la lengua del peruano empezó a tantear en las hendiduras de su sexo y, luego, mientras con les dedos le iba separando poco a poco los labios de la vulva, introducía su boca más profundamente en el sexo de ella...

Ella notó que se excitaba hasta casi no poder resistirlo, pero continuaba paralizada por la sorpresa.

Al fin, la lengua de don Irving culminó su búsqueda incansable y halló el objetivo, un diminuto lugar sensible, el pequeño clítoris de la putita rubia, tan sensible que al tocarlo la lengua del hombre, al principio la sensación fue casi dolorosa.

Pero, enseguida, la lengua del hombre, empeñada en lamer aquel lugar cada vez con más presión, fue provocando en Alba la más aguda de las sensaciones que jamás había experimentado, desterrando la parálisis que la sorpresa del contacto inicial le había provocado.

Ya incapaz de refrenarse, perdiendo todo control, Alba empezó a mover sus caderas arriba y abajo, cada vez con un ritmo más acelerado, -"Bien, putita, ya empiezas la danza del cóndor, te gusta, eh, -pensó don Irving recordando la sabiduría de sus montañas andinas… " - refregando la piel resbaladiza de su sexo por la boca, la barbilla y frente del hombre, sintiendo incluso como el le metía la nariz en el sexo, totalmente absorta en el placer que estaba sintiendo, que fue acumulándose y acumulándose hasta que se entregó completamente a él, que se había ido colocando encima de ella, abrazándolo con los brazos, besándolo y, ahora ella, metiéndole la lengua en la boca como él le acababa de enseñar a hacer, rodeando con sus muslos las caderas y las piernas de él y empezando a transformar sus gemidos en casi gritos, al punto que el peruano le tuvo que tapar suavemente la boca poniéndole la mano en la cara.

Don Irving vio que la putita rubia ya estaba perdiendo el control, acercándose a la explosión final, y que ya no la podría retardar mucho más tiempo.

Se colocó bien encima de ella, aplastando sus pechitos con su tórax y aprisionando sus labios con los suyos, se dispuso a penetrarla.

Bajó una de sus manos, buscó el sexo de la jovencita para situarlo, agarró su miembro y en un rápido gesto lo colocó en la entrada del sexo de Alba.

Y, suavemente, empezó a introducirlo en el cuerpo de la putita rubia. "Aquí lo tienes, te lo vas a comer todo entero, te lo has ganado... -pensó don Irving llegando también a su momento de máxima excitación"

Alba continuaba abrazando y tocando el cuerpo del peruano. Sentía su olor a sudor a tabaco invadirla, y su cuerpo peludo de gorila aplastar el suyo, con su tórax encima de sus pechitos. El contacto de él con sus pezones hacía que estos casi le doliesen de la excitación que le producía, al tiempo que él continuaba lamiendo su cara y mordiendo su cuello, mientras la besaba de aquella manera tan sucia y ella le correspondía de la misma manera, metiendo su lengüecita dentro de la boca de él, cosa que parecía gustarle y excitarlo mucho. Ahora se debía de estar dando cuenta de que ella ya era una auténtica mujer, no una niña boba como él se había pensado. No estaba quieta, sino que participaba en ello igual que él. Absorta y entregada a aquellos manejos, frotando los muslos de él con la cara interna de los suyos al tiempo que los rodeaba, se dio cuenta de pronto que algo enorme, duro y ardiente estaba empezando a penetrar en su cuerpo. Como un relámpago de luz, vio lúcidamente que el peruano le estaba intentado meter la polla en el sexo. Ahora sí, jadeante, se volvió a quedar quieta, como paralizada, mirándolo fijamente a unos ojos muy cercanos que también estaban clavados en los suyos.

Ya se ha dado cuenta, pensó don Irving, de que se han acabado los jueguecitos. Ahora es cuando intentará soltarse o gritar, pero ya está perdida porque sólo tengo que dar un empujón para desvirgarla.

Aquellos dos o tres segundos de observación mutua parecieron durar una eternidad.

Alba se dijo que el debía estar pensando que ella ahora se volvería atrás. Seguro que él disfrutaba más haciéndolo a la fuerza, pero estaba listo, porque, para chula ella. Lo estaba pasando muy bien, y quería llegar hasta el final. Nunca se perdonaría hacerse la tonta ahora.

Don Irving se sorprendió al sentir de nuevo la boca de la putita rubia en sus labios, metiéndole la lengua en su boca, al tiempo que lo abrazaba más fuerte y colocaba sus manos en sus nalgas apretándolas. Aquello era mucho más fácil y sorprendente de lo que había imaginado.

Alba notó como aquella cosa enorme continuaba intentando entrar, aunque parecía ser muy grande para aquel lugar pequeño. Por primera vez le entró una leve duda, pero duró un instante fugaz, porque entonces el peruano hizo un movimiento rápido, con todo el cuerpo hacia delante, al tiempo que dejaba ir una especie de grito ritual, y Alba notó que el pene de él penetraba en su cuerpo más rápidamente y sintió de golpe un dolor agudo en su vientre, como un pinchazo o un desgarro súbito que la hizo dar un grito de dolor, al tiempo que notaba como algo enorme se abría paso dentro ella, haciéndose espacio donde no parecía haberlo, el dolor que le producía hizo que perdiese por unos momentos la noción de lo que le rodeaba, mientras la zarpa de su violador tapaba su boca para evitar sus gritos de dolor al ir metiéndole todo su enorme miembro en el cuerpo.

Ya no es un juego, eh putita, -pensó don Irving, en la cumbre de la victoria mientras acababa de clavar su espada en el vientre de la jovencita- ahora ya la tienes dentro.

Ahora ya sabes lo que es ir con jueguecitos de niña boba con un macho auténtico como yo. Ahora ya puedes saborearla todo lo que quieras y jugar todo lo que quieras, porque ya te la he clavado y cortado tu flor para el Nido del Cóndor. Ya sabes lo que es la espada de un hombre, y sabes que todas las espadas duelen, pero la mía más, porque las de las montañas son las más grandes. Y ahora déjame acabar, porque ya no aguanto más, putita...

Alba recuperó el sentido de la realidad, sintiendo que aquello enorme se movía dentro de ella, entrando y saliendo, al ritmo que marcaba el peruano, que ahora sí que la asustaba, se había convertido en el animal que parecía ser, en una bestia, en un perro furioso, en una especie de caballo que cabalgaba violentamente encima de ella, aplastándola, no dejándola respirar, sacándosela y metiéndosela con un ritmo frenético, provocándole aún algo de dolor cada vez que se la metía, haciéndole daño cuando alguna vez le pegaba un mordisco en el cuello, el cuerpo o los brazos. Pero, al mismo tiempo, notaba sorprendida como iba recuperando, con los violentos movimientos de él encima y dentro de su cuerpo, aquella increíble sensación de excitación y placer que tenía hasta el momento que apareció el dolor cuando el inca le rompió el himen, desvirgándola al penetrarla.

Don Irving había perdido cualquier sensación humana. Ya no pensaba, ya era sólo una bestia obscena y lujuriosa que copulaba violentamente cabalgando sobre el cuerpo de la jovencita que acababa de penetrar y desvirgar, acercándose al paroxismo que le llevaría a la explosión final que inundaría el cuerpo de la chica.

Los dos sudaban intensamente, y don Irving, fuera de sí como un loco rabioso, ni cuenta se dio que la putita rubia volvía a participar activamente en lo que él le estaba haciendo.

Don Irving no era ya un ser humano sino la personificación de los más terribles demonios. Así lo veía ahora con terror Alba, pero era otra vez aquel terror excitante que la inducía a entregarse al monstruo y colaborar en lo que aquel ser bestial le estaba haciendo.

Alba jadeaba entrecortadamente, casi sin respiración, con la respiración y el corazón acelerados de forma increíble, con él moviéndose encima de ella como las olas de una gigantesca tormenta o como si la atropellasen cien caballos salvajes. Notó como él le ponía las manos en el culo, debajo de las nalgas, agarrándole con fuerza cada mitad del trasero, y mirándole a la cara, vio que había perdido por completo cualquier control, y que también estaba a punto de no poder respirar o de un ataque al corazón. Era el momento anterior a la inminente explosión, cuando él se iba a derramar en la jovencita. Verle la cara, la acabó de excitar aún más, incomprensiblemente, porque se había convertido en una máscara horrorosa, pero, al mismo tiempo, ella sabía que su cuerpo, -sí, se dijo, el suyo-, tenía el poder de transformar de tal manera a un hombre.

Finalmente él arqueó su espalda, con el rostro cada vez más distorsionado, y empezó a gritar al tiempo que se la metía y se la sacaba con movimientos violentísimos, y Alba sintió como borbotones de una especie de líquido denso y muy caliente inundaban el interior de su sexo. Alba, como si fuese una experta, guiada por la intuición, acompañó los movimientos de él, y le puso la mano suavemente en la boca porque los gritos de placer del hombre eran cada vez más altos. Se sentía cada vez más inundada por aquel líquido, al tiempo que los salvajes movimientos del inca se fueron haciendo agónicos y más lentos, mientras los gritos se iban apagando y transformando en gemidos de placer que alternaban con las boqueadas que el peruano daba para llenar de aire su pecho y recuperar el aliento.

Don Irving continuó gimiendo, dejándose ir sobre el cuerpo de la jovencita que acaba de desvirgar, hundiéndose en los pechos y la cara de ella, dejándole la espada, erguida, hinchada y potente, clavada hasta lo más profundo del vientre de Alba, y, entonces ella, con un nuevo impulso inesperado, le envolvió la cintura y la cadera con los muslos y se abandonó a una especie de éxtasis que la estaba invadiendo, como si un hormigueo que le nacía en el sexo la hiciese flotar en una especie de paraíso desconocido.

Alba sintió como una especie de trompetas y timbales le anunciaban algo terrible, y gritó ahogadamente en el momento en que, tal como don Irving había previsto con su larga experiencia, notó el pene de él como un ser que estaba vivo dentro de ella, moviéndose en un extraño y cálido mar, ahora sin provocarle ya dolor, y un placer que nunca había sentido le llegó como una explosión inesperada que le hizo perder, como antes le había pasado a él, cualquier consciencia o sentido de la realidad, mientras gritaba y se movía violentamente en medio de gigantescas convulsiones que le proporcionaban un placer salvaje nunca imaginado ni sentido mínimamente cuando se tocaba en las soledades de la noche. Alba fue experimentando un orgasmo inhumanamente prolongado., y ahora era él quien le tapaba la boca para apagar sus gritos.

"Goza, perra, goza, disfruta, puta, -pensaba don Irving-, disfruta de lo que te puede dar un auténtico hombre, espero que nunca lo olvides, cómetela toda, es tuya, te has ganado..."

Poco a poco, Alba se fue calmando, la explosión de placer se fue apagando, y la jovencita se fue quedando quieta en la cama, con todo el cuerpo del hombre encima suyo, con el miembro de él dentro de su cuerpo, y notándose tan exhausta y paralizada que creyó que nunca más podría levantarse. Pensó que se ahogaba, que no respiraba, que se moría, pero después aquello, pensó que no le importaba.

Durante unos momentos, la cabeza de Alba quedó en blanco. Sabía que él la estaba aplastando con su peso, que lo tenía encima, que aquel viejo rijoso había hecho todo lo que había querido con ella, que todavía no se la había sacado, pero todo le era igual, ya estaba bien todo aquello.

Nunca lo olvidaría, y sabía que siempre buscaría repetirlo, ahora mismo si tuviese fuerzas para moverse... Don Irving pesaba mucho sobre ella, pero no quería que cambiase de posición. Le gustaba sentir su peso y los olores desagradables mezcla de sudor agrio y otras cosas que dejaba ir la piel del peruano.

De vez en cuando el movía la boca y aplastaba sus labios en los suyos, a lo que ella correspondía abriendo la boca y acariciándolo con su lengua.

Gloria y Sandra se miraron, exhaustas y avergonzadas. Se había tocado mientras miraban lo que el inca le estaba haciendo a Alba, y las dos habían acabado también corriéndose. Al ver que él ya había acabado de desvirgarla y follársela y que se podían dar cuenta de que los estaban mirando, se cogieron de la mano y se volvieron hacia la habitación.

Don Irving se retiró poco a poco del cuerpo de la chica. Observó con satisfacción una mancha roja en la sábana, prueba que la putita rubia había sangrado al desvirgarla, hecho que en las lejanas montañas quechuas se consideraba prueba del tamaño de la virilidad de sus hombres.

Vio que ella continuaba respirando con dificultad, aún jadeando, recuperándose lentamente. Tenía que reconocer que pocas veces, en los últimos años, se había excitado y gozado tanto como rompiendo y estrenando a aquella putita rubia.

Alba notaba calor, como si estuviera en combustión. Nunca había sentido tanto calor en su vida, se notaba húmeda de su sudor y del que había recibido del cuerpo del hombre cuando estaba encima de él.

Olía a tabaco, cerveza y, ahora se daba cuenta, a aquel característico olor a perfume exótico que exhalaba la piel desnuda de don Irving.

El inca, pensó Alba, sabía todo lo que tenía que hacer con su cuerpo, no había dejado ni un centímetro de su piel sin explorar, y le había hecho sentir los placeres que nunca podía haber imaginado. Y le había hecho también las cosas más puercas que se podía imaginar, como lamerle con la lengua todo el interior de su sexo, y precisamente eso había sido el inicio de lo mejor.

Y, también, claro, cuando la desvirgó, el pinchazo y el dolor cuando le metía aquello enorme en su vientre.

Pero, incluso el recuerdo de ese dolor le resultaba ahora agradable e incluso excitante al recordarlo, y eso, que ahora, al enfriarse, notaba un cierto dolor lejano en su vientre, como si la enormidad de él la hubiese dejado resentida.

Don Irving había sido fuerte, primero amable y después duro, tal vez como tenía que ser. Pensó, entrando nuevamente en fantasías, que no le importaría casarse o fugarse con él.

Sabía que en lo más profundo él era seguramente un hombre frío, duro y cruel, pero eso lo hacía muy atractivo. Podía ser, pensó Alba, al mismo tiempo, su amante y el padre que nunca había tenido desde que su madre se divorció a poco de nacer ella. Alba se dio cuenta de que era eso. Que un ser tan poderoso como el peruano podía ser al mismo tiempo su amante y su protector.

Ella no sentía ninguna clase de culpa. Simplemente estaba contenta, satisfecha, plena, aunque exhausta y dolorida. No era ninguna cosa horrible, como les intentaban hacer creer, haberse dejado follar por un tío.

Se dio cuenta de que sin ser consciente de ello, hacía mucho tiempo que deseaba hacer aquello. Y ya lo había obtenido. Se giró y miró a don Irving, que también la observaba con los ojos abiertos. Le acarició el pelo de la nuca, disfrutando de la sensación que le producía ese contacto en la punta de los dedos.

 

Capítulo 12

Pasado un momento, Alba volvió a sentir aquel impulso de atrevimiento que la llevaba siempre a intentar ir más allá, a provocar. Segura que él pensaba que ella ahora estaba nerviosa, o asustada, o que se iba a poner a llorar por lo que él le había hecho. Pues se equivocaba, se iba a llevar una sorpresa.

Alba colocó uno de sus brazos por detrás del cuello de él, abrazándole, y llevó la otra hacia el vientre del hombre, hasta conseguir encontrar la polla del peruano, que incluso ahora descansando era enorme, y entonces la agarró con la mano.

Al ver la cara de sorpresa de él, le miró con una expresión de desafío sonriente en sus ojos y una sonrisa en la boca, que quería imitar la de él cuando se ponía irónico al mirarla.

"Pero, bueno - pensó don Irving sorprendido- esta putita es una auténtica zorra! , aún no tiene suficiente! Además de estar buenísima está completamente loca, se cree que va a poder conmigo! ,ahora me está metiendo mano!- y la miró fijamente, al tiempo que empezó a sonreír con las tremendas imágenes que ahora le presentaba su cerebro. Pues va a obtener finalmente lo que no se espera. Va aprender a respetarme! Adelante, don Irving, por la gloria del Cóndor, a por el tercer polvo de esta noche! Y este seguro que sí que la va a dejar servida de una vez! Conseguiré que llores de una puñetera vez, putita!"

Ella siguió mirándolo sonriente sin soltarle el pene. Y le dijo:

-No sabía que era así de bueno hacer el amor, tío! Ha sido fantástico...

-¿Ha sido?,-dijo el sonriéndole pero con un tono agresivo que ella no notó- pero, ¡si no hemos terminado todavía!.

Ella se sorprendió. Sabía que él ya lo había hecho con la Gloria y con ella. ¿Podría hacerlo otra vez? Si era otro desafío para quedarse con ella, iba listo. Le continuaría demostrando que ella no se cortaba ni un pelo.

-¿Otra vez? -le dijo Alba- yo estoy cansada, pero no creo que tu tengas más fuerzas.-añadió la chica, culminando la provocación.

-Solo has visto una forma de hacerlo, putita -dijo él ahora sin sonreír.

Una lucecita de alarma se encendió en la cabeza de Alba. La había vuelto a llamar putita, y sabía que no le gustaba. Pero decidió no darle importancia.

Y con voz áspera don Irving continuó:

-Ahora vas a conocer otra forma de hacerlo, que a mi me parece más divertida que la anterior.- y sus últimas palabras sonaron como una amenaza de algo desagradable.

Capítulo 13

Don Irving cambió ahora de posición de forma brusca, arrodillándose a horcajadas sobre el tórax de la jovencita, con las nalgas encima de sus pechos.

El pene de él se había vuelto a poner enorme de forma sorprendentemente rápida e inesperada, y, al verlo delante de su cara como una manguera que se acercaba a su cara, Alba creyó horrorizada que adivinaba lo que él quería que ella hiciera ahora.

Nuevamente quedó paralizada por la impresión, pero, otra vez, el asco no consiguió ser algo desagradable, sino excitante, al fin y al cabo era una nueva cosa que experimentaría.

Alba pensó que aquello era grande, demasiado grande, y su traviesa imaginación le volvió a presentar una imagen sorprendente: aquello se transformaba en un polo de chocolate o en un plátano de aquellos tan grandes.

Volvió a recobrar su seguridad y el convencimiento de que él no conseguiría que se cortase.

Don Irving vio como la putita rubia sonreía cuando él tocó los labios de ella con la punta de su miembro. Seguía sorprendiéndolo. Parecía no tener miedo a nada.

Alba notó que quería hacerlo, que necesitaba introducir aquello en su boca, para hacerle ver que no se impresionaba por nada. Levantó la cabeza, abrió los labios y los cerró en torno al miembro del peruano, momento en el que él exhaló un leve gemido de placer.

Don Irving sostenía la cabeza de la jovencita entre las manos, moviéndose hacia adelante, y atrás, gimiendo suavemente, metiéndosela y sacándosela de la boca. Ella, mientras tanto, le miraba con ojos desafiantes a la cara, como para demostrarle que no le tenía ningún miedo.

Él la miraba también, realmente sorprendido, realimentado su placer ante la visión de lo que ella estaba haciendo. Notó que empezaba a aproximarse nuevamente al final, ya que aquello le excitaba enormemente.

Barajó mentalmente las posibilidades que tenía. Correrse en la boca de la putita rubia, con lo que sólo disfrutaría él.

Hacer lo que había pensado inicialmente, girarla de golpe y humillarla de una puñetera vez metiéndosela en el culo, pero eso le haría bastante daño, tal vez gritaría demasiado, y la perdería para otras ocasiones, prefería mantenerla así, con esa actitud desafiante que le hacía aceptar todo lo que él le hacía y colaborar para intentar demostrarle que ya era grande y que no le tenía miedo.

Y quedaba la tercera posibilitad, metérsela dentro del sexo, como antes, y hacer que ella se lo pasase bien también, con lo que continuaría teniéndola a su disposición siempre que quisiera.

No lo pensó más. don Irving era un hombre realista y que no desaprovechaba las ocasiones ni estropeaba el futuro. Desechó la segunda, la de metérsela en el culo, -...tal vez en el futuro, con mucha preparación, sin hacerle mucho daño...- y la primera, porque le interesaba que ella se lo pasase bien también.

Cambió rápidamente de postura, notando la sorpresa de ella, al ver que se la sacaba de la boca, se estiró encima de la chica, le abrió los muslos para colocarla bien, y, sin pausa ni descanso, la penetró de nuevo hasta el fondo.

Alba dio un gritito, porque aquello enorme le volvió a hacer algo de daño al meterse en su vientre, algo resentido todavía de cuando la desvirgó.

El la agarró nuevamente por el culo, y sin preámbulos, empezó a cabalgarla frenéticamente, y la chica se agarró a él, sintiéndose nuevamente presa de una excitación indescriptible, perdió el mundo de vista, hasta que al sentir que el había llegado a la explosión final, los mismos movimientos y jadeos del hombre hicieron que ella también explotara, de manera que esta vez los hicieron prácticamente al mismo tiempo, y él, completamente agotado, se fue quedando paralizado encima de ella, que sintió otra vez el placer que le producía, paradójicamente, sentirse aplastada por el peso del cuerpo del hombre.

 

Capítulo 14

Poco después. él se movió y salió lentamente de encima de ella para quedar boca arriba.

Cuando Alba, completamente exhausta, se giró para mirarlo a la cara y ver su expresión, se dio cuenta de que el peruano se había quedado dormido de forma fulminante, e incluso empezaba a dejar ir unos ronquidos.

He podido con él, -pensó Alba- se ha dormido y yo no, yo puedo continuar si quiere. Le he ganado, y ya no podrá mirarme de aquella manera, como si yo fuese una niña boba. Soy más fuerte que él...

Se quedó de lado sobre él, recorriendo su cuerpo con sus manos y aprovechando que él estaba dormido para tocarle el pene -tenía ganas de hacerlo-, besar su cuerpo e incluso -qué guarradas estoy haciendo, pensó Alba- lamerle aquel sudor agrio que cubría el cuerpo del hombre.

Y se dedicó a jugar con el pene de él, volviendo a comprobar lo grande que era incluso sin estar excitado, -todo eso, mucho más grande, ha estado dentro de mí, parece imposible- y jugó por primera vez con los testículos del inca, cubiertos por una espesa selva de pelos negros y ensortijados. -es verdad, volvió a pensar Alba, parecen como huevos o pelotas de ping pong-….

Y, debajo de la tetilla del corazón, vio que el tenía un pequeño tatuaje… Un cóndor volando sobre la cima de una montaña… La silueta de un gran felino…

Alba le frotó el pecho con la palma de la mano y... Se le fueron cerrando los ojos… Una niebla…

 

Capítulo 15

Despertó cuando casi estaba amaneciendo. Se había quedado dormida sin darse cuenta. Miró el reloj de la mesilla de noche y eran casi las seis de la mañana.

El peruano seguía durmiendo, ahora roncando de forma casi escandalosa. Alba se sorprendió de no haberse despertado antes. Oyó unos ruidos en la casa, y recordó que tenía que volver a la habitación antes de que Gloria y Sandra se despertasen y empezasen a buscarla.

Le costó un esfuerzo ponerse de pie, y sintió molestias en el vientre, recuerdo evidente de que el hombre la había desvirgado –¿o tal vez violado?- con aquella polla enorme.

Vio en la sábana la mancha de sangre, pero no se alarmó porque había leído muchas veces que era lo que pasaba cuando lo hacías por primera vez y te desfloraban, cuando te rompían el himen...

Sentía en el sexo una cierta sensación de mojado, como si hubiese algún líquido viscoso en su interior.

Aparte de las molestias en el vientre, se encontraba muy bien, como satisfecha y relajada, sobre todo eso, muy relajada.

Se miró, desnuda, en el espejo del armario del tocador de la habitación y se acarició la cara, los pechos, el sexo, los muslos, pensando en que eran las manos del peruano.

Se sonrió a sí misma, contenta.

Encontró la braguita y la camiseta, se las puso, se acercó a la cama, envió un beso con los labios al inca para no despertarlo, apagó la luz de la mesilla de noche y, a tientas para no tropezar, salió de la habitación y entornó la puerta.

Don Irving la sintió salir de la habitación. Se había despertado cuando ella se levantaba de la cama, pero se notaba demasiado cansado para volver a empezar, y se hizo el dormido.

Realmente, la putita rubia le había sorprendido. Estaba buenísima, y era fantástica para follársela. Era muy ingenua y carente de experiencia, pero su deseo de aparentar todo lo contrario, seguridad y valentía, junto con su cuerpo de doce años, le había proporcionado los mejores placeres de los últimos años.

Sí, realmente le había gustado mucho. Y el peruano volvió a dormirse.

Sandra estaba dormida cuando Alba entró en la habitación. Gloria estaba despierta, vio como Alba se dejaba caer en la cama.

-Te lo has pasado bien con don Irving, eh tía! -le dijo en un susurro Gloria

Alba se quedó parada al oír a su amiga. Se había enterado de todo. Se dio cuenta de que incluso podía haberlos visto desde la puerta. Pero continuó decidida a no cortarse ni un pelo con nadie, y menos con la tonta de la Gloria.

-No digas que no ahora, tía, -continuó Gloria- que la Sandra y yo lo hemos visto todo.

Alba se giró de lado y se acercó a Gloria.

-Pues me lo he pasado igual que bien que tú, tía, - dijo Alba a su amiga- yo también lo vi cuado tu follabas con él.

Las dos amigas dejaron ir unas risitas entrecortadas.

-Que tío, ¿no?, -dijo Gloria- se ha pasado la noche follando, no se como lo aguanta

-Es que es como un gorila, como un oso, -siguió Alba-, pero al final he podido yo más, él se ha dormido y yo no.

-Va, tía, no te hagas la chula, eh!, -continuó Gloria-, que cuando me desvirgó a mi, me lo hizo cuatro veces seguidas, vale!

Alba y Gloria volvieron a reírse abrazadas.

-Sabes qué, -dijo ahora Gloria-

-No, qué -contestó Alba

-Pues que la Sandra me ha dicho que ahora la única que no lo ha hecho de las tres es ella, y que le gustaría saber qué se siente.

Y las dos amigas sonrieron de forma pérfida y cómplice.

-Pues se lo organizaremos con don Irving, ya veras que al él no le importa hacerle ese favor -dijo Alba

Y, mientras amanecía, continuaron hablando de cómo lo harían para que don Irving se tirase a la pija de la Sandra, hasta que, abrazadas, se durmieron.

 

 

DESVIRGADAS EN BARCELONA – 6 –

SANDRA EN LA CAMA REDONDA

Una semana después.

En un club privado de una playa al Sur de Barcelona

Ufff…… Sandra se dejó caer en la cama…. ¡Qué tarde!....

Estaba en un extraño lugar… Era una especie de club… En Castelldefels… Una fiesta divertida… Pero tal vez se había pasado en los chupitos… Don Irving y su amigo, Humberto, un viejo mulato cubano se los iban dando… La discoteca era chula… Gloria y Alba bailaban muy bien… Pero se había mareado…

Don Irving y Humberto la habían llevado a descansar… Era una habitación del club, dos pisos por encima de la discoteca…Se dormía…

Pero…

Los dos hombres estaban a su lado, en la cama…

Oh….. La estaban desnudando….

Ellos…. Ellos estaban desnudos…

No podía ser…

El mulato les estaba chupando los pechitos…

Don Irving jugaba con su sexo… Le metía la lengua… introducía sus dedos…

Era una extraña cama, circular, muy grande…

Y era diferente, flotabas, como si la cama fuera de agua…

Una música caribeña, se perdía en el fondo…

El vértigo, el mareo, cerrar los ojos…

Había alguien más…

Sí, oh, sí, como no las había visto antes…

Gloria y Alba estaban también en la cama, gateaban desnudas…

Y había otro hombre, también desnudo… un negro joven, al que Humberto llamaba sobrino…

Y, de pronto, don Irving estaba encima de ella, la besaba, la sujetaba bien fuerte…

Oh…. Las luces…

Y un dolor fuerte en su vientre, como un corte, como si algo la abriese por la mitad… Y Sandra gritó, desesperada… La estaban violando, don Irving la estaba desvirgando, como aquella noche vio que hacía con Alba…

Algo la penetró, una cosa grande, dura, caliente, se había metido dentro de su vientre… Y se movía…

Y ahora don Irving gritaba, y luego gemía… Y un líquido caliente, hirviendo la inundaba por dentro…

Se hundía, se iba… El sueño…

Y ahora abría los ojos, la misma pesadilla, estaba en el mismo lugar… Era como un infierno… Hacía calor, sudaba, el cuerpo le dolía, especialmente el sexo…

A su lado, don Irving y Alba estaban juntos, abrazados, ella encima de él, se movían lentamente, jadeaban… Al otro lado, oh… al otro lado… el viejo mulato cubano estaba encima de Gloria… Sí, se la estaba follando, el hombre gritaba, Gloria gemía…

Y un cuerpo cayó sobre ella…

El joven negro al que Humberto llamaba sobrino la estaba besando, la agarraba con fuerza, sudaba, la aplastaba con su peso… le hacía daño, y… oh….. de nuevo algo muy grande, mucho más que antes, se metía en su vientre, volvía a sentir que la abrían en dos, aquello se movía dentro de ella, adentro, afuera… el joven negro gritaba…

Una nueva inundación… un río de lava caliente y viscosa se movía de nuevo dentro de su sexo… el joven negro que tenía su enorme pene dentro de ella continuaba gritando mientras seguía eyaculando en el interior de su vientre…

Estaba abrazada al joven negro, este la aplastaba, se había dormido encima de ella, le costaba respirar…

Se le volvían a cerrar los ojos, Sandra se dormía…

Antes de hundirse en la nada, le pareció ver que alguien se movía junto a la extraña cama enfocando una especie de cámara de televisión muy pequeña…

Despertó, no sabía cuanto tiempo había pasado… Estaba en la extraña cama, no había sido un sueño…

Todos dormían… Ahora estaban abrazados don Irving y Gloria por un lado, y don Humberto y Alba por otro… Y a su lado, agarrándola por la cintura, dormía el joven negro…

Sandra tocó su sexo, lo notó lleno de un líquido pegajoso y viscoso…

Llevó su mano al cuerpo del joven negro que dormía a su lado… Encontró el pene… Lo acarició… La niña se giró, y besó al muchacho en los labios… Él abrió los ojos, y sonrió…

Sandra notó en su mano que el pene del chico negro se volvía a hacer grande y duro...

Momentos después, la niña sintió cómo de nuevo el sobrino de Humberto se colocaba encima de ella e introducía el pene en su vagina… Envolvió con sus muslos las caderas de él y se dejó llevar…

(Relato elaborado por Celia-Tatiana a partir de las narraciones que me hace mi viejo amigo peruano Irving Altachua sobre las jovencitas que ha desvirgado, incluida yo, como expliqué en Desvirgadas en Barcelona 1 y 2…)

Barcelona, Marzo de 2005

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