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Desvirgando a Alba, noche de bodas de mi bisabuelo

en Hetero: Primera vez

Desvirgando a Alba: El manuscrito secreto de mi bisabuelo

Me he dedicado desde hace un par de años a abrir viejos baúles de la buhardilla del viejo caserón familiar. Una de las sorpresas ha sido encontrar varias libretas con textos de mi bisabuelo don Carlos, fallecido hace muchos años. En la memoria de la familia tiene fama de libertino y putero, pero parece que era al mismo tiempo culto y amante de la música y la literatura y miembro de alguna sociedad secreta. Una de las libretas está destinada, para mi asombro, a textos, poesías y relatos eróticos. Me ha impresionado e impactado especialmente éste, en el que mi bisabuelo narra su noche de bodas con mi bisabuela Alba, que fue su segunda esposa, un matrimonio de conveniencia pactado entre familias, con la que se casó al parecer cuando él tenía alrededor de sesenta años y ella no llegaba a los  dieciocho, cosa no muy extraña en aquella época en determinados ambientes sociales y este tipo de matrimonios. Con unas pocas correcciones que yo he introducido para darle continuidad al texto, éste es su relato:

En la habitación me espera la que ya es mi esposa, Alba. Pelo largo y rubio, ojos azules, piel blanca, y cuerpo esbelto y delicado, aunque con unos pechos como peras con la punta hacia fuera, claro,  y un culito respingón.  En la lejanía veo los relámpagos de una de las primeras tormentas de este verano.

Ha sido muy excitante todo el día, desde que le he dado el beso nupcial en la ceremonia de la iglesia, notar que Alba está complaciente y atenta conmigo, pero claramente muy asustada, pues justo aún sin acabar los estudios en el internado de las Madres Clarisas,  ha aceptado por consejo de su familia contraer matrimonio conmigo antes de que retire yo mi propuesta a sus padres por encontrar una muchacha más dispuesta. Me explicaré: he enviudado hace un año de Alina, mi primera esposa, nuestro único hijo murió hace mucho tiempo en un estúpido accidente de equitación cuando tenía diecisiete años, y he heredado la amplia fortuna de ella, tierras de cultivo y casas en las poblaciones de la comarca e incluso en la capital provincial. Necesito una bella y complaciente muchacha que caliente mi cama y mi cuerpo por las noches, y no he esperado mucho para proponérselo a la más bella jovencita de las familias que conozco, a mi edad es mejor no perder el tiempo. Con Alba consigo una esposa muy joven, bella, inocente (su familia es de moral muy estricta), educada en el mejor convento de la comarca,  con la que a partir de esta noche puedo fornicar siempre que quiera, y, a su vez, ella se asegura la tranquilidad económica, un buen nombre, un lugar en nuestra cerrada sociedad rural, y el bienestar de todos los hijos que desde esta misma noche intentaré que tengamos.

Cierro el balcón por si se acerca la tormenta. Oigo todavía el ruido del servicio acabando de hacer limpieza de la fiesta nupcial y ordenarlo todo en la planta inferior, cruzo el salón noble del caserón. Me paro unos momentos delante del cuadro en el que estoy yo mismo cuando tenía poco más de veinte años, disfrazado de demonio en una fiesta de Carnaval, la época en la que enamoré a Alina, mi primera esposa, una bella mujer mayor que yo. Miro mi retrato,  me hago un saludo obsceno a mi mismo, y salgo por el pasillo que conduce al dormitorio principal. Recuerdo divertido que siempre que sor Rosaura, la tía monja de Alina pasaba delante de este cuadro se santiguaba. Supongo que la buena religiosa me imaginaba con cuernos, cola y olor a azufre. Y tal vez no se equivocaba demasiado.

Estoy ya en la habitación, sentado en un enorme y cómodo butacón, vestido únicamente con un batín de seda roja y unas zapatillas azules, bebiendo el mejor brandy de mis bodegas en una copa de cristal  maravillosamente tallada. Alba viste una deliciosa combinación de dormir, un deshabillé,  que le traje de una excelente casa de moda de la capital pensando en esta noche. Una tela blanca y transparente sostenida por unos delgados hilos tirantes en el cuello, un corte a nivel de la braguita, de raso también blanco, todo ello dejando al aire los deliciosos muslos y piernas, el cuello, los pechos casi hasta los pezones, los brazos.

Alba me mira nerviosa, demasiado joven e inexperta para aceptar con tranquilidad lo que viene ahora, nuestra noche de bodas. Yo tengo casi cuatro veces su edad y se que ya no soy ningún atleta, me ha crecido una feliz barriga, luzco una buena barba y ronco por las noches. Pero la jovencita me pertenece, es ya mi esposa. Como  marido ella sabe que debe abrirme sus muslos y dejar que la penetre siempre que lo desee, y ahora lo deseo mucho, después de unos meses de abstinencia ya que el duelo por mi señora me autoobligaba moralmente a no acudir a mis habituales y bellas putas de la capital. La conducta de Alba ha sido hasta ahora típicamente adolescente,  y debo hacer que tenga un aprendizaje ejemplar de esposa.  Esta noche haré de ella una mujer completa de verdad, una mujer que deseará comerme el pene cada noche antes de que la folle por delante o la encule por  detrás. En una sola noche tengo planeado convertir a mi dulce Alba en una de mis habituales putitas de la casa que regenta Madame Teresa en la ciudad, pero esta sólo para mi disfrute personal, naturalmente.

Otro trago de brandy. Miro fijamente las llamas que arden en la chimenea, me ayudan a concentrarme. Alba está sentada en la cama mirándome con ojos temerosos. Está deliciosa. Cuerpo de mujer, cara casi aún de niña.  Me pongo en pie y dejo caer al suelo el batín, quedándome completamente desnudo en medio de la habitación. Alba, con los ojos abiertos como platos, no puede apartar la vista de mi cuerpo expuesto frente al suyo. Sabe que tengo vía libre para comportarme fuera de todos los límites morales sin que nada ni nadie pueda poner freno ya a mis deseos de sexo con ella, tengo todo el derecho, es mi esposa.

Si tengo que describir mi actitud a partir de este momento, reconozco que posiblemente he sido violento, grosero, cínico y tal vez algo sádico. Solo me importa mi propio placer y bienestar, y  Alba, en estos momentos, sólo existe para que yo pueda conseguir mis propósitos y deseos de sexo salvaje, y si no me sirve para eso no me sirve para nada más, para sólo acompañarme  oficialmente a misa y al teatro había elecciones de otras muchachas más adecuadas y socialmente asumibles como esposa. Además mi físico concuerda perfectamente con los tópicos que acompañan a mi  personalidad en la comarca. Tez de rasgos muy marcados, de piel envejecida por tantas orgías vividas, ojos negros y hundidos tras unas bolsas de oscuras ojeras. Barba espesa y negra, salpicada de canas, poco pelo en mi cabeza asomando la incipiente calva que nace en mi coronilla. Bajo mis pechos una prominente barriga de piel lechosa. Y, eso sí, en el vientre, en mi pubis, se alza, vigoroso, mi veterano pene, que si bien no es exageradamente largo, sí que es muy ancho, tanto en el tronco como aún más en el capullo que rápidamente desborda el prepucio. Unos testículos grandes se alargan colgando en unas bolsas hacia mis muslos. Todo ello cubierto por un bosque de vello de color negro como el humo de las mil batallas en la que mi sexo ha participado mezclado con canas blancas procedentes de la pureza que he absorbido de la piel de cien vírgenes.  Esta es la posiblemente dantesca imagen que soy consciente que Alba ve, paralizada, cuando me acerco a la cama donde yace desnuda y temblorosa, incapaz de reaccionar. Me siento junto a ella y acariciándole por primera vez los muslos le digo:

-Eres mi esposa, Alba, es hora ya de que sea de verdad tu marido…

Alba asiente con la cabeza, mientras yo paso mis dedos por sus pezones, pellizcándoselos con suavidad… Me mira con cara de pánico, está muy pálida, lo que aumenta su belleza y el morbo de acariciar su piel. Sé que mi mirada debe ser en estos momentos fría y dura, pienso gozar de cada segundo antes de desvirgarla. La elegí porque es absolutamente bella y virginal,  ideal para hacerme compañía en la cama cuando lleguen las largas noches de invierno aquí en el campo. No sólo es virgen, sino que me consta que nunca ha salido sola con ningún chico, sus padres no se lo habrían permitido y el convento de las Madres Clarisas tiene fama de ser una especie de prisión con normas muy rígidas. Supongo que uno de los motivos por los que aceptó la propuesta de sus padres de contraer matrimonio conmigo fue porque de esa manera ha salido por fin del convento, aunque por insistencia suya ha asistido a la boda sor Carlota, una monja muy mayor, a la que considera una segunda madre.  El otro motivo, claro, es que su familia tiene una situación económica bastante precaria a causa de unos años de malas cosechas, y conmigo Alba sabe que se transforma en la señora de una de las principales haciendas de la comarca, que yo he heredado de Alina, mi difunta primera esposa.

Pero, como adivinándome el pensamiento, Alba me mira fijamente, esboza una sonrisa, y tímidamente me dice:

-Gracias por sacarme del convento de las Clarisas, don Carlos,

-Ya lo supongo… Pero ya estamos casados, te lo he dicho muchas veces, llámame Carlos, no don Carlos -comenté sonriendo

-Sí, Carlos, me cuesta tutearle, pero me acostumbraré… Siempre estábamos rezando en la capilla, o estudiando, o trabajando. Nos levantábamos a las seis y no parábamos hasta casi las doce de la noche… -me dice

-Ya sé, –le comento- desde maitines a completas, ¿verdad?

Alba asiente, y me un suave beso en la mejilla que me sorprende, hasta ahora siempre se ha mostrado muy tímida conmigo. Y le digo:

-No te preocupes, conmigo precisamente conmigo no te vas a encontrar en un convento. No sé si ya te lo imaginas, pero yo soy todo lo contrario, los curas no tienen muy buena opinión de mí, pero se tienen que aguantar. Ya sabes, no les ha gustado mucho que te eligiese para ser mi esposa, preferían verme con una mujer mayor que tu…

Alba me mira, expectante, mientras sigo hablando:

-No te gustaba el internado, no te preocupes, hasta ahora las monjas te han hecho rezar y hablar con los ángeles, pero te juro que yo te voy a mostrar los placeres del infierno… Yo soy el infierno.

Alba me mira, se acerca, y me da ahora un tímido beso en los labios, como aceptando mi promesa. El contacto con los suyos me enloquece y ya ha pasado el tiempo de hablar… Paso los dedos por sus labios. Mi mano, lo sé, hace olor a tabaco y al intenso perfume con el que me he frotado el cuerpo al desnudarme. Tomo su cuello con la mano. Le musito que ya es mi jodida perrita, y ella me mira entre divertida y sorprendida. Empiezo a unir mi cuerpo al suyo, noto como se estremece al sentir el contacto de mi piel en la suya. Poco a poco le levanto el deshabillé y la dejo desnuda, sólo con la braguita.

Sus pechos quedan libres, al descubierto. Sí, son maravillosos, exactamente como dos pequeñas peras puntiagudas, con los pezones en el lugar de los rabitos de la fruta. Y es una fruta deliciosa, juego con ellos y luego los muerdo suavemente como si le fuera a arrancar los pezones con los dientes. Alba gime, empieza a dejar de estar pálida porque se está ruborizando, no se si de vergüenza, miedo o porque le gusta lo que he empezado a hacer. Supongo que de todo un poco.  Gateo por la cama, poniéndome a su lado mientras hago que se estire completamente. Acercó mi cara a la suya, toco con mis labios los suyos y presiono, besándola con gran pasión por primera vez como amante y marido. Hace de pronto una pequeña arcada, tal vez le debe resultar repulsivo mi aliento a tabaco y alcohol, pero debe acostumbrase a todo lo que yo soy, y vuelvo a besarla con más fuerza que antes.

Me encanta utilizar los dedos para jugar con las chicas. La acaricio. Se los paso por los labios, el cuello, bajo a los pechos, aprieto más fuerte que antes los pezones, recorro el estómago, juego con el ombligo y, por fin llego al  pubis, meto la mano dentro de la braguita y le acaricio el sexo dejando que uno de mis dedos empiece a penetrar lentamente, con cuidado, en él. Al darse cuenta, Alba deja ir un pequeño grito de sorpresa, y gime de angustia, aunque quiero creer que, más allá del miedo a lo que voy a hacerle, esto empieza a gustarle. Poco a poco, muy lentamente, estiro las cintas laterales de la braguita y se la voy bajando, las caderas, las nalgas, el sexo, los muslos, las rodillas, las piernas, los tobillos, y finalmente se la saco por los pies y la deposito en la almohada al lado de su cabeza mientras ella sigue con los ojos mis movimientos. Alba ya está completamente desnuda, tengo a mi entera disposición su cuerpo de diosa adolescente. Acaricio el escaso vello que cubre su pubis y su sexo, unos pelitos tan dorados como los de su rubia cabeza.  

Me agacho, paso la lengua por la cara interior de sus deliciosos y enloquecedores muslos, le lamo el sexo, introduzco mi lengua en el inicio de su vagina presionando el botoncito de carne que encuentro enseguida, la jovencita gime y se estremece, ahora ya estoy seguro de que esto le está gustando y le desconcierta que sea así, ya lucha entre el miedo y el placer, y abro sus piernas colocándome en medio, me dejo caer encima de ella, choca el olor a sudor agrio de mi cuerpo con el aroma a jabón de jazmín que exhala el suyo. Siento sus tetas bajo mi tórax, la beso de nuevo pero ahora le abro la boca e introduzco mi lengua más allá de sus dientes jugando con la suya, fresca y jugosa, mi aliento penetra profundamente en ella, se debe acostumbrar, gusto a tabaco, alcohol, comidas con ajo, cebolla y cominos… Mi pene está sobre su vientre, entre mi cuerpo y el suyo, pronto, muy pronto lo va a tener dentro, voy a consumar nuestro matrimonio, pero no, todavía no, todavía  debe conocer bien mi miembro antes de tenerlo dentro de su cuerpo…

Le he separado completamente los muslos, tiene las piernas bien abiertas, y estoy ahora encima de ella medio arrodillado. Dejo caer de nuevo mi cuerpo sobre el suyo y ronroneo de placer como un gato en celo, al tiempo que le musito unas palabras terriblemente obscenas y pervertidas sobre lo que voy a hacer con ella enseguida, para que se prepare… Alba me mira con estupor, se niega con la cabeza a lo que le estoy diciendo, pero sabe que no va a poder evitarlo… Su cara ya ha enrojecido del todo, está completamente ruborizada. Me incorporo, me arrodillo delante de su cara dejándome caer hacia atrás de manera que quedo medio sentado sobre sus pechos, apoyado en las piernas que tengo dobladas en sus costados y coloco mi pene delante de su boca. Sus ojos se abren como si fueran a salirse de las órbitas, y grita con horror ante lo que ve que voy a hacer. Pero es necesario que conozca las cosas que más le gustan a su marido, faltaría más. Y, como no soy nada clerical, sino todo lo contrario, me río de los límites que los curas que conozco ponen en sus sermones privados de Cuaresma a las cosas permitidas y las que no en las relaciones conyugales. Para mí todo está permitido, mis deseos no tienen límites ni fronteras, para eso me he casado con ella, para practicar en casa lo que disfruto haciendo con las jóvenes putas de Madame Teresa en la ciudad.

Le tomo la cara con las manos y la llevo hasta mi miembro. La obligo a vencer su asco y a besarlo, para que conozca su aroma agrio a sudor y orín seco. Presiono con el pene, y ella aprieta los labios. Le pido de forma seca que abra la boca de una puta vez. Se asusta por mi tono, cesa la resistencia, separa los labios y abre la boca. Rápidamente el tronco caliente de mi miembro entra en su boca mientras sonrío y jadeo de placer. Noto que me estoy crispando, esto empieza ya a ser demasiado, le sujeto la cara y muevo el pene dentro de su boca adelante y atrás, voy perdiendo el control y le introduzco todo el pene, hasta el cuello, de forma que noto enseguida que a la muchacha le vienen arcadas y está a punto de vomitar. Supongo que para ella es una especie de alucinación, una pesadilla de la que espera despertar. Pero se acostumbrará muy pronto a satisfacer todos mis deseos. Más le vale, claro, hay muchas camas en las que yo puedo pasar las noches de forma enloquecedora. Pero ya no aguanto mucho más, ya ha llegado el momento de empezar a gozar del placer máximo de desvirgar a esta bella adolescente, mi esposa Alba.

Voy por fin a lo que tantas horas llevo hoy esperando. Llega el momento que ella teme y tal vez incluso desea. Me incorporo un poco, saco el pene de su boca, la miro echando fuego por los ojos, le murmuro al oído otra serie de frases obscenas, Alba me escucha y creo adivinar que disimula una sonrisa, y dejo ir un grito salvaje. Hundo mi cara en su cuerpo, le muerdo el cuello  y ella gime, ahora ya claramente de placer. Vuelvo a situarme medio arrodillado entre sus muslos, palpo su sexo con los dedos, le sorbo los pezones como si tuviese los pechos llenos de leche maternal y yo fuese su bebé, aprieto sus tetas en forma de pera como si fueran pelotitas de goma… Y veo bien que en su mirada el horror, el deseo y el placer se le marcan en una confusa expresión. Su cara está empapada de sudor... Gime y tiembla. Me abraza pasando los brazos por mis costados, mi espalda, mi culo.

Mi pene toca por fin su sexo, con la mano lo coloco en la entrada de su vagina y empiezo a hacerlo penetrar dentro de su cuerpo. Se da cuenta y noto que tiene de nuevo miedo, mucho miedo. Me he transformado tal vez en un ser repulsivo, mis ojos la devoran, mis dientes muerden sus pechos, sus labios, su lengua, su cuello, pero soy su marido, tengo el derecho y la obligación de hacerla mujer…

Y, entonces, con un impulso irresistible al sentir como mi pene está entrando en ella, de forma inesperada, tiene una especie de ataque de pánico, grita, grita y grita, como desesperada, aterrorizada, pero no puede moverse, la inmovilizo y la sujeto con toda mi fuerza. Y ya no puedo perder tiempo ni esperar  más, de manera violenta, haciéndole daño, pego un empujón hacia delante y le meto de golpe el pene en el vientre, le rompo el himen, Alba grita con un alarido desgarrador al sentirse rota por dentro y darse cuenta de que el monstruo que soy yo ya la he desvirgado, y empiezo ahora a moverme frenéticamente encima de ella, con todo mi pene dentro de su vagina.

Alba sigue gimiendo, paseo mi boca y mis dientes por su cuerpo y su cara, quiero que se de cuenta de que la estoy follando y puedo hacerlo todas las veces que desee porque soy su marido, cabalgo violentamente encima de su cuerpo como un caballo salvaje. Con la pelvis doy tremendos empujones hacia adelante, como si quisiera atravesar su cuerpo con el pene. Yo lo siento grande, enorme, hinchado, dentro de ella, le hago daño cada vez que empujo para metérselo más adentro, gime, suplica, llora… No puede respirar, jadea, le vuelvo a apretar el cuello, se asfixia y suelto la presión cuando se ahoga, pero me doy cuenta de que precisamente esto le da placer, gime de forma diferente, ya casi como una de mis putitas habituales de la ciudad…

Entonces insisto en mis penetraciones terriblemente violentas, ella vuelve a gritar pero creo que casi completamente de placer, relincho como un caballo, y me muevo de forma monstruosa, exploto, aúllo y empiezo a eyacular, mi semen está entrando en su cuerpo, y dura mucho, mi placer es tremendamente infinito y prolongado, grito, reniego, muero y renazco, la sacudo, la muevo como a un pelele, reviento, soy de nuevo el demonio furioso que tantas mujeres conocen, temen y desean, Alba parece gemir en un estertor que hace que se le escape saliva por la comisura de los labios,  parece sufrir una imposible mezcla de agonía y placer  infinitos... En ese momento cuando parece que Alba se está ahogando, noto que se produce en ella una especie de explosión que bien conozco en las mujeres, algo nuevo revienta en ella, y me doy cuenta de que a la adolescente la enloquecen unas tremendas sensaciones de placer bestial, actúa de pronto como una perra, pega su boca a la mía besándome con  fuerza al tiempo que clava sus uñas en mi espalda y mi culo apretándolo contra ella, salta, muerde, gime, llora, ríe,  y grita, grita de placer jadeando de forma agónica y me grita algo así como “¡¡¡Sííííííí, Carlos, oooh, asíííííí, me muerooooo, Carloooosssss, bieeeeen… Sííííí…!!!”

Mientras la adolescente sigue musitando nuevos gemidos inhumanos, sudando y resoplando como una puta, yo empiezo a dejar de moverme y me dejo caer encima de la jovencita, quedando poco a poco en reposo sobre su cuerpo, casi aplastándola. Su cara queda junto a la mía, me parece que ahora, agotada, sin respiración, reventada, lleno de sudor, el suyo y el mío, se desvanece, rota, ahogada, enloquecida…  Después de un rato de reposar encima del suave y cálido colchón que es ella, me incorporo poco a poco. MI pene se desinfla lentamente y abandona el interior del vientre de Alba mientras separo poco a poco mi cuerpo del suyo y al final y me quedo acostado a su lado. Veo que la adolescente, ya mi esposa por completo, va  recuperando el aliento, pero se queja de que le duele el vientre… Paso mi mano por ella acariciándola, y noto que tiene el sexo y los muslos mojados, por un líquido viscoso y caliente,  evidentemente mi semen que se escapa de su vagina.

Una media después, me incorporo del lecho, me pongo de pie y orino en un recipiente que hay en una esquina apartada de la habitación. Me vuelvo a sentar, desnudo, y aún sin recuperar la respiración del todo, en el butacón que hay junto a la cama. Alba no duerme, se ha girado hacia mí y me mira con los ojos muy abiertos.  Le hago un gesto obsceno señalándome el pene, en su mirada fija veo que se da cuenta de que mi pene está manchado con un líquido blanquinoso mezclado con sangre, mi semen y su sangre, igual que su sexo y la parte superior interna de sus muslos, y la parte central de la sábana… Alba se hace a un lado y arregla la cubierta de la cama y las sábanas, ahora arrugadas. Me mira y yo entiendo su invitación de ir a dormir con ella. Me pongo en pie, me acerco, me acuesto a su lado, la beso con gran pasión y me satisface notar que me corresponde y es ella la que ahora busca mi lengua con la suya.  Nos abrazamos, con los cuerpos enganchados, y yo noto que mi pene vuelve a empezar de nuevo a inflarse y prepararse para penetrar de nuevo a la adolescente. Apago la luz y, cuando por la ventana entra la luz del relámpago de la tormenta ya muy cercana, mi pene empieza a entrar de nuevo en el sexo de mi esposa, Alba…

A pesar de su edad, mi bisabuelo, casado con mi bisabuela por deseo sexual y conveniencia social, no perdió el tiempo. Tuvieron tres hijos, un chico y dos chicas,. El hijo  –tal vez el fruto de la noche que acabo de transcribir ya que nació prácticamente nueve meses después del día de la boda- fue mi padre, yo soy la nieta mayor. MI bisabuelo murió a los 93 años, aferrado a su botella de brandy y sus habanos,  y mi bisabuela, muchísimos años después, a los 86. Según mi abuelo y mi padre, mi bisabuelo siempre fue un libertino con fama de putero y donjuán, y mi bisabuela una dulce y cariñosa mujer. Dicen que físicamente yo me parezco a ella.  En el caserón familiar se conserva el cuadro que don Carlos contempla al inicio del relato, él disfrazado de demonio en una fiesta de Carnaval. Reconozco que a esa edad, supongo que poco más allá de veinte años, mi bisabuelo era un hombre muy atractivo, si la pintura es fidedigna. No he podido concretar con exactitud sus edades el día de la boda, pero todo me indica que ella debía tener claramente menos de dieciocho, y él alrededor de los sesenta, poco más o menos. Mi padre decía, medio en broma medio en serio, que casando a mi bisabuelo, entonces ya un viejo cacique rural,  con una jovencita, los hombres de la comarca intentaban asegurarse de que no se dedicase como entretenimiento principal a perseguir a sus esposas o hijas, como afirmaban ciertas leyendas, supongo que bastante ciertas.

 

 

 

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