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Isabel, Isabel, tu suave piel me enloquece...

en Sexo con maduros

ISABEL, ISABEL, tu suave piel me enloquece…

Me llaman Pep el de Ca la Barca, hace poco que he pasado de los sesenta años, y hoy he vuelto a practicar mi deporte favorito… Tener sexo con una muchacha, sentir su temblor, su gemido, notar su placer…

Resonaban en la lejanía los primeros compases de la tormenta que tal vez se acercaba. Sin embargo, la mar estaba llana como un espejo, la barca casi no se movía cuando llegamos a la playa que hay junto al puerto pesquero y deportivo de la población de Tarragona en la que nací, vivo y pienso morir, si el destino me deja. Es mi barca de pescador, a la que nunca renunciaré, pero además soy el alcalde del pueblo desde hace veinte años y el dueño de un hotel y varios edificios de apartamentos turísticos, todo heredado de un tío soltero que había hecho fortuna de joven en América y había vuelto retirado a morir al pueblo.

De pie miré a la deliciosa muchacha que mi nieta me había presentado dos días antes en la discoteca de mi hotel, y con la que hoy me había bañado toda la tarde en la playa de Cala Pineda. Isabel tiene un maravilloso cuerpo de mujer joven al final de la adolescencia con su piel suave y cálida de color blanco de Luna, algo coloreada por el sonrosado tono de llevar ya un par de días tomando el sol en la playa y la piscina de mi hotel, donde está alojada con sus tíos.

Entramos en mi edificio de apartamentos de Cala Pineda y la llevé al que tengo reservado para mí en el último piso, con una vista espléndida sobre todo el paisaje de la costa. Isabel aún tenía el bikini puesto, pero sonreí al pensar que sería por poco tiempo.

Me la imaginé ya desnuda encima de la cama mientras yo me liberaba de mi ropa... La sujeté por su cintura desnuda y la llevé tranquilamente a mi dormitorio. Estaba en penumbra, pero la luz que entraba por las cortinas permitía ver perfectamente la cama de matrimonio que nos estaba esperando. La jovencita me miraba con una mezcla de nerviosismo y ansiedad que yo bien conocía en las muchachas que aún no habían probado las delicias del sexo compartido pero anhelaban descubrirlo. Me arrodillé a su lado. Me acerqué a ella. Y pasé mis brazos por sus hombros. Mi piel morena y curtida, fruto del sol del mar, contrastaba con la inmensa blancura sonrosada de la muchachita. Sus ojos eran de color azul claro, sus largos cabellos oscuros los llevaba sueltos, su piel sabía a las gotas de sal del mar cuando pasaba mi lengua por su cuello…

Lentamente, poco a poco, con la gran delicadeza que te dan los años y la experiencia en seducir muchachitas, la coloqué en la cama besándole el cuello y dándole pequeños mordiscos como si yo fuera el conde Drácula, y me desnudé por completo viendo que sus ojos se desorbitaban de angustia o tal vez miedo al ver emerger mi pene en gran erección hacia arriba dominando mi vientre por encima de mis también enormes testículos recubiertos por ensortijados pelos canosos. Me senté en la cama, me estiré junto a ella, puse mi mano en la suya, acaricié su muslo y me giré de costado hacia la chica. Le quité suavemente a Isabel el sujetador del bikini, acaricié sus pechos, pellizqué sus pezoncitos, los chupé como si fuera mi mamacita y yo su bebé, mientras ella me miraba, apretaba los labios, entornaba los ojos y gemía. Me incliné más hacia la jovencita, musitándole las más dulces palabras que me podía inspirar la magia del deseo y del sexo. Deposité mis labios en los de Isabel, la besé e introduje mi lengua en su boca para jugar con la suya… Nunca había notado aquel jugoso dulzor a goma de mascar con gusto a melón y vainilla en la boca al tocar la lengua de la adolescente. Era como estar tocando y poseyendo una joya de museo. Después de unos momentos besando , lamiendo y acariciando la boca, la cara, el cuello, los pechitos, y los brazos de la jovencita, fui poco a poco bajándole la braguita del bikini por sus muslos, las rodillas, los tobillos, hasta dejarla por fin completamente desnuda. Pasé mi mano por su sexo, y noté como ella volvía a gemir y se estremecía. Lo acaricié suavemente, introduciendo un poquito mis dedos hasta localizar y apretar con delicadeza su clítoris... La respiración de Isabel se agitó... Empecé a lamer su sexo, frotando mi lengua contra su pequeño y sonrosado clítoris y pasándola luego por la parte interior de su sexo… La jovencita gemía y su cuerpo ardía mientras temblaba y apretaba mi cabeza contra su vientre… Mojé mis dedos en mi saliva y los introduje suavemente en el sexo de la chica, humedeciendo su interior para poder penetrar en ella más dulcemente.

Los gemidos fueron un poco más fuertes, y me miró con los labios abiertos esperando los míos. Separé sus encantadores muslos poco a poco, suavemente, y con naturalidad me coloqué en medio, y fui descendiendo hacia su cuerpo mientras la besaba y acariciaba. Isabel ardía, me abrazaba y correspondía a mis caricias. Con la mano orienté la punta de mi pene y la coloqué en la entrada de la vagina de la adolescente. Isabel cruzó sus muslos abrazando mi cadera y mis piernas. Pensé en mi abuelo materno, también un antiguo pescador -curioso pensamiento mientras me estaba follando una chavala-, y en honor suyo, empujé hacia adelante y empecé a introducir mi pene, mi largo pene, en el cuerpo de la muchacha...

Mi verga se deslizó suavemente dentro de su vientre, Sin gran resistencia, noté que cedía un leve obstáculo, rompiendo aquella pequeña barrera que obstruía mi penetración... Sentí que el cuerpo de la jovencita se estremecía, se tensaba y dejó ir un grito seguido de unos gemidos al sentir el desgarro que mi pene acababa de provocar en su sexo… Ahorita Isabel ya no era virgen, ya no tenía ningún himen que romper, lo acababa de hacer en aquel momento mi verga... ¡Ay, carajo, la muchachita estaba buenísima! ¡Qué gusto me dio sentir su gritito al desvirgarla! Isabel es una chiquilla deliciosa, su piel suave, cálida, huele a flores, a ternura, a hogar dulce... Sus labios jugosos aplastados en los míos, su lengüecita frotándose con la mía... Mis manos apretándole el culo, presionándole los pechos, pellizcándole los pezoncitos... Mi cadera moviéndose adelante y atrás, haciendo retroceder mi pene y volviendo a clavarlo cada vez más profundamente...

Ella gemía de ansiedad, de gozo, me abrazaba, apretaba sus muslos contra mi cuerpo... ¡Qué locura de dioses de placer, que agonía de posesión y éxtasis...! Y llegué al final, no pude esperar mucho, llegué a la culminación. Me estremecí, y moviéndome como un joven potro salvaje sentí los mil placeres de los dioses, gocé como pocas veces había gozado, al tiempo que notaba como borbotones de semen brotaban de mi cuerpo para inundar el interior del sexo de la muchachita. Y, supongo que por la violencia de mis movimientos, mis gritos, y al sentirse inundada, Isabel pegó también de nuevo un grito, seguido de otros mezclados con gemidos, y una serie de convulsiones que me revelaron que la adolescente también había llegado a un supongo que inolvidable orgasmo.

Unos minutos después estábamos los dos estirados en la cama, abrazados de costado. Descansábamos, nos tocábamos, mientras nos dábamos besitos tiernos y nos lamíamos la cara mutuamente, como gatito y gatita ronroneando en la oscuridad. El mar había vuelto a su silencio habitual. Pronto tendría que marchar, a Isabel le habían dado sus tíos tiempo libre sólo hasta las diez de la noche, y eso por ser el día del concierto de las fiestas del pueblo...

Mirando a su cara mientras nos vestíamos, mientras ella se volvía a poner el tanguita del bikini, hice por fin la pregunta que me quemaba desde hacía rato:

Eres una gran chavala, pero no sé si debía haberlo hecho contigo… ¿Te ha gustado, te he hecho daño?

Isabel me miró abriendo los ojos. Por primera vez vi una especie de destello de tristeza o duda en sus maravillosos ojos. Miró hacia mí, se encogió de hombros, y musitó con voz muy floja:

Oh, no fue desagradable, no te preocupes, me ha gustado mucho... Olvidemos eso...

Se giró hacia mí, me besó de nuevo en los labios con más dulzura que nunca, me miró a los ojos con un destello de picardía y me dijo.

Tenía ganas de hacerlo, ¿Sabes?, La mayoría de mis amigas ya lo han hecho con chicos de la discoteca o tíos mayores como tú que han conocido en el barrio…

En todo esto, mi pene se había erguido de nuevo pidiendo guerra, tal vez excitado al conocer su edad, yo suelo ser muy cuidadoso en estas cosas, no olvido que soy el alcalde y además tengo mis obligaciones familiares de abuelo... Pero pudiendo follar con jovencitas como Isabel nadie necesitaría utilizar Viagra a mi edad… La agarré por la cintura, la desnudé de nuevo y con un gesto duro, la arrojé encima del sofá de la habitación. La coloqué encima de mí, le abrí los muslos y froté mi verga en su sexo, sus muslos y su estómago... Ella sabía lo que íbamos a hacer otra vez, me sonrió y me abrazó besándome con toda su pasión. Le musité al oído, mordiéndole la oreja:

Volvamos a follar, mi pequeña golfa...

Y deslicé de nuevo mi pene en el interior de su cuerpo y ella correspondió enseguida a mis caricias apretando con fuerza su vientre contra mi sexo y mi cuerpo mientras de nuevo se ponía a respirar con dificultad y gemía de placer y deseo...

Le dije casi sin voz:

Te quiero, princesa…

 

Y los dos nos perdimos de nuevo en las profundidades de los preparativos del más intenso de los orgasmos que los dos recordamos...

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