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A Adela le gustan las noches de lluvia en Roma

en Hetero: Primera vez

A Adela le gustan las noches de lluvia en Roma

Il Signore miró por la ventana. Llovía aquella noche en Roma. Era un invierno frío y húmedo.

La muchacha dormía desnuda en la cama. Una cara de ángel, piel tierna y tibia. Ojos cerrados, entregada al destino. Se había movido un poco cuando entró en la habitación. Estaba un poco de costado, con un brazo reposando en la almohada. La vista de il Signore se perdió en los pechos de la joven, y fue descendiendo por el ombligo, las caderas, los muslos, blancos, bien torneados, mórbidos, obsesionantes…

Estaba en su viejo apartamento del Trastévere, alquilado cuando era un joven funcionario destinado por primera vez al gobierno en Roma, en el Quirinal, hacía ahora unos treinta años, y al que nunca había renunciado, ni tan sólo después de su afortunado matrimonio con una noble inglesa que había adquirido como residencia un pequeño palacio cerca de Fiumicino.

Pero siempre allí, en el Trastévere, le aguardaba la intimidad de su secreto refugio romano, cerca de la isla del Tíber. Algo que le daba aliciente a la vida. Además, claro, de la casa gruta que poseía en los Sassi, su población natal, Matera de la Basilicata, al Sur de Italia.

Unos lugares únicos, su piso del Trastévere y su gruta de Matera, en los que sólo existía él, fuera del gobierno y de sus inevitables ritos y convenciones, lejos por unas horas de la soledad de los fríos pasillos del Quirinal. Y también lejos de la lady, su esposa, y de los insoportables y ruidosos nietos que frecuentemente invadían todos los espacios de la residencia.

Además, su querido apartamento del Trastévere había sido testigo todos aquellos años de las experiencias amorosas que habían ido alegrando y llenando su aburrida vida romana de casado con la inglesa. Una gran dama y excelente esposa, por otra parte.

Le gustaba perderse los domingos por el mercado del barrio, eligiendo sin comprar entre los miles de objetos de segunda mano que le gustaría llevarse al apartamento. Y adoraba los escasos días en los que podía meditar en soledad, sin apenas turistas, paseando por las termas de Caracalla. O, incluso, gozar de la serenidad de las catacumbas de Domitila.

Acarició el cuello de su gato, TopGun, que se había acercado satisfecho de tener a su amo –si es que los gatos tienen amo-, en casa. TopGun ronroneó satisfecho y se alejó hacia el sofá favorito para continuar durmiendo. Cuando il Signore viajaba, TopGun se añoraba, pero sobrevivía con los mimos y cuidados de la asistenta que cuidaba de la limpieza y orden del apartamento.

Más allá del filtro húmedo de la ventana, las gotas de lluvia acariciaban las calles y tejados de la ciudad. Llegó el sonido lejano de unas campanas, tal vez eran las dos o las tres de la madrugada.

Vittorio –así se llama il Signore-, hizo un pequeño dibujo de un corazón en el telo de humedad condensada que se estaba formando en el cristal de la ventana. Había un ambiente confortable, la calefacción era eficiente y mantenía la temperatura que él había elegido, 22 grados, en la vivienda.

Suspiró y se giró hacia la cama. Vio de nuevo el delicioso cuerpo dormido de la joven, cubierto únicamente por unas braguitas oscuras que resaltaban la blancura de sus muslos. Había tardado más de lo previsto, un problema urgente en un país del Medio Oriente le había retenido con el resto del equipo de crisis del gobierno. Adela había acabado durmiéndose, debía de estar muy cansada. Pero le había esperado, no había marchado.

Adela era una joven estudiante barcelonesa de origen peruano, hija de una guapísima limeña, perteneciente a una organización católica, que formaba parte del equipo seglar que colaboraba voluntariamente en la preparación de una peregrinación de miles de fieles de todas las diócesis españolas a Roma, con motivo de una canonización.

Vittorio coordinaba el equipo formado por el gobierno italiano, la ciudad de Roma, la Santa Sede y las organizaciones españolas. Le gustaban estos trabajos, no en vano le había complacido que el Vaticano le hubiera hecho el honor de aceptarlo en una de las selectas órdenes que históricamente habían heredado la tradición de los caballeros templarios.

Todo había salido razonablemente bien, pero la convivencia cercana entre los dos – a Adela la había colocado alguien en el equipo de secretarias auxiliares de il Signore-, había desarrollado en la muchacha una atracción por él, que a il Signore no le pasó desapercibida. No le importaba, se había habituado a tenerla cerca durante aquellas semanas y también a él le encantaba aquella jovencita... Era una muchacha dulce y agradable, además de bellísima.

Il Signore coincidía con sus amigos en manifestar que a veces era imposible evitar caer en las tentaciones del sexo. Con muchachas como Adela, por ejemplo, a pesar de la gran diferencia de edad. O, mejor gracias a esa diferencia, que era lo que hacía interesante la aventura. Vittorio siempre había pensado que acostándose con muchachas jóvenes adquiría su fuerza y vitalidad, y se mantenía ágil y despierto.

Y se atrevió a hacerlo. Claro que sí. En un momento de la fiesta de despedida, sabiendo que Adela marchaba a España al mediodía del día siguiente, il Signore le pasó disimuladamente un sobre. Adela le miró, sorprendida, se apartó un momento, lo abrió, y encontró una nota y una llave. Al leer la nota, la muchacha clavó fijamente los ojos en él, mientras a Vittorio se le aceleraba el pulso.

Al cabo de unos momentos, Adela sonrió con dulzura, besó disimuladamente la llave, y se la guardó con la nota en la que había la dirección del apartamento del Trastévere. Il Signore se relajó. Todo era como había imaginado. Tenía una larga experiencia en conocer el pensamiento de los demás. Formaba parte de su trabajo de negociador del gobierno italiano.

Y aquella noche, precisamente aquella noche, había tenido que quedarse a trabajar hasta tarde en el Quirinal. Envió un mensaje escrito telefónico a la muchacha advirtiéndole del retraso, y se resignó a su suerte.

Pero ella le había esperado. Se había dormido, pero le había esperado. Tal vez TopGun había cuidado de ella, era un gato muy cariñoso… con quien le caía bien.

Il Signore arropó el cuerpo desnudo de la muchacha, que se giró ronroneando como si fuese el felino. Oh, la espalda de la joven, las nalgas, los muslos…

El funcionario sintió la vida correr por sus venas, tomó aire y lentamente, sin prisas, con la paciencia que la diplomacia de Roma le había enseñado, se fue desnudando y guardando ordenadamente su ropa. La chaqueta, la corbata, la camisa, los zapatos, los pantalones, los calcetines…

Il Signore se observó en un espejo de la habitación. En la penumbra, pensó que aún se conservaba aceptablemente. Tal vez un poco blando, pero en Roma eso era casi inevitable. Y se dio cuenta divertido de que era verdad lo que decía alguna de sus amigas, que cuanto mayor se hacía, más se parecía al actor John Malkovich.

Se acercó al lecho y admiró de nuevo el cuerpo de la muchacha. Suspiró, se encogió de hombros y lentamente se bajó el slip. Vio que su miembro estaba preparado, duro y erguido, y tuvo un pequeño sobresalto. La muchacha tenía los ojos abiertos y le observaba. El movimiento la había despertado, o tal vez su sueño no era lo profundo que él había imaginado.

Il Signore se agachó y se introdujo en la cama. Se acercó a la joven, que continuaba mirándole con sus hermosísimos ojos azules.

Cuando estuvo junto a ella, la atrajo hacia él y unió sus labios a los de la chica. Eran frescos y tiernos.

La abrazó, apretó su pecho contra el suyo y con las manos en el culo de ella presionó también vientre contra vientre.

Besó los pechos de ella, y tuvo una sensación inenarrable al acariciar la parte interna de los muslos de la muchacha.

Era delicioso jugar con la piel de Adela, poseer su cuerpo, sintiendo como ella participaba y colaboraba en lo que él hacía. La muchacha ardía, parecía que la piel de la cara le hervía.

Entonces, poco a poco, muy despacio, il Signore fue bajando la braguita de la joven barcelonesa, hasta sacársela del todo por los pies. En la oscuridad, él notó que ella temblaba, al notarse desnuda al completo mostraba un cierto nerviosismo o miedo…

Il Signore se preguntó: Y si… ¿Y si es virgen?... No se lo había planteado hasta aquel momento, era tan difícil –se lo había dicho un amigo, confesor de una parroquia romana cercana- encontrar muchachas que no conociesen el sexo aunque tuvieran los pocos años de la joven hispano peruana…

Pronto lo iba a saber.

Tocó el sexo de la joven, explorando su interior con dedos hábiles. Adela gimió al sentir los dedos del hombre en su vientre. Había imaginado aquello tantas veces en las últimas semanas… Se había enamorado de aquel hombre, cuarenta años mayor que ella…

Podía ser su abuelo, pero era tan educado, tan elegante, tan considerado, tan alejado de aquellos muchachos groseros y obsesos que trataba habitualmente… Se movió, intranquila, sabía que llegaba el momento…

Il Signore notó el nerviosismo e inquietud de la joven.

Poco a poco, lentamente, separó los muslos de la muchacha y se colocó en medio, con el cuerpo ya encima de ella. Descendió, uniendo los cuerpos, pecho contra pecho, vientre contra vientre. Su pene llegó al paroxismo al aplastarse contra el vientre de Adela.

Ella le abrazó, gimiendo y jadeando, apretándose contra él y envolviéndole la cadera con sus muslos.

Il Signore la sujetó con fuerza aplastándola contra las sábanas, era el momento de actuar con un poco menos de delicadeza, sonreía, mientras ella se movía y musitaba cosas que no se entendían.

Cuando pareció que la joven se abandonaba ya por completo, él aflojó la presión de sus labios e introdujo su lengua en la boca de la muchacha, acariciando la suya y sus dientes –olor agradable a chicle o dentífrico de fresa en la joven, restos de gusto de otro placer prohibido, el tabaco, en la de él.

Oh, y la delicia de jugar con los pechitos de Adela, aquellas pelotitas entrañables…

Ahora él le mordía el cuello, le pellizcaba el culo y otras partes, y ella, abandonada, participaba a fondo en todo lo que proponía él, le abrazaba, le besaba, se dejaba aplastar, lo envolvía con sus muslos, sus brazos, sus besos…Ah, ella ya jadeaba, casi no podía respirar…

Vittorio sudaba, se movía encima de ella, y aprovechó por fin la entrega de la muchacha para colocar su pene, duro como un palo, en la entrada de la vagina de la chica y comenzar a penetrarla de una forma lenta pero decidida.

Enseguida notó una pequeña resistencia, y sin dudarlo, sin pausa, apretó hacia delante, la resistencia cedió instantáneamente y el pene continuó avanzando en el vientre de la muchacha, que se contrajo dejando ir un gritito que era como un gemido más alto al sentir el dolor del momento en el que el hombre le acababa de desgarrar el himen.

Il Signore sonrió satisfecho al notar que efectivamente, tal como había supuesto hacía un momento, Adela era virgen, nunca nadie la había penetrado hasta aquel momento. Parecía hacerle daño, tal vez era algo estrecha, porque la muchacha aún gemía y apretaba sus uñas en su espalda, como en una contracción de dolor, cada vez que él daba un empujón hacia delante, hasta conseguir introducir por completo, hasta el fondo, su pene en el cuerpo de la muchacha.

Sí, la joven ya le había regalado su virginidad. Y ya su pene había llegado al fondo, estaba todo dentro del vientre de Adela. Y la fiera que, a pesar de todo, llevaba escondida dentro de sí, el impulso del abismo del horror de los infiernos, se desencadenó.

Vittorio empezó a moverse desconsideradamente encima de la muchacha, sin importarle su evidente dolor o su posible sangrado, él la cabalgaba como un potro salvaje a una yegua, levantándola y dejándola caer cada vez que medio sacaba y volvía a introducir hasta el fondo el pene, al tiempo que ella dejaba de llorar y gemir, y aceptaba sumisa los movimientos violentos del hombre al que había entregado su virginidad de forma consciente y voluntaria.

Él ya jadeaba y babeaba, hasta que explotó, perdió el mundo de vista disfrutando de un orgasmo intensísimo y prolongado, gritando y aullando, entrando y saliendo del vientre de ella, besándola y mordiéndola…

Y la muchacha sintió como inundaba su vagina un líquido muy caliente, a borbotones, un líquido viscoso y ardiente, al tiempo que experimentaba un inesperado y desconocido gran placer, que la hizo gritar y gemir mientras él, que había dejado de gritar, también lanzó un gemido de satisfacción, con lo que anunciaba la culminación.

Il Signore se quedó encima de ella, aplastándola con su peso, inundándola con su sudor y sus olores, mientras ella sintió que él sacaba su pene del interior de su vagina, y se iba separando de lado hasta quedarse a su lado, respirando con dificultad, igual que ella, mientras la agarraba por la cintura y se volvía a acercar a ella. Estuvieron así, abrazados besándose y tocándose un rato bastante largo, y mientras él acariciaba su cuerpo, ninguno de los dos hablaba.

Tiempo después, tal vez después de una hora, Adela se despertó dándose cuenta, sorprendida, de que el pene de él estaba otra vez duro, tieso, enorme.

Entonces, de pronto, la giró y la agarró por la espalda, le sujeto con una mano los pechitos y con la otra el vientre, y entonces la muchacha notó con tremenda sorpresa que el pene de il Signore se iba introduciendo por su culo, ella notaba que como se metía con dificultad, le costaba, pero entonces él puso algo que parecía jabón o crema de afeitar en su culo, y de pronto, oooooohhh!!!!, otra violenta penetración, ella sintió que se desmayaba, pero el la sostenía, ahora venia lo peor, la levantó por debajo de los pechos dejándola caer hacia atrás empalada en su firme pene, la tiraba hacia detrás y hacia delante, la levantaba y la dejaba caer, era impresionante!!

De pronto ella sintió de nuevo algo caliente la invadía otra vez por dentro, él estaba eyaculando en su culo, y notó después, al cabo de un rato, asombrada, que Vittorio, sonriendo complacido, acercó su cara y la besó apasionadamente en los labios.

Amanecía. Los dos descansaban abrazados. Adela era consciente de que él la había desvirgado, que la había penetrado dos veces, que ella estaba preparada para lo de adelante, sabía lo que pasaría aunque le dolió, pero no se imaginaba lo de detrás, no sabía que al que ahora era su amante también le gustaba meter aquello en el culo de las chicas…

Adela finalmente se durmió cuando la madrugada llamaba al día. Continuaba lloviendo en Roma.

Despertó sobre las diez de la mañana. Más bien dicho, por encargo de él, la despertó Teresina, la vieja y fiel asistenta de Vittorio, para evitar que perdiese el avión a Barcelona. Él no estaba, il Signore había vuelto ya al Quirinal.

Adela fue hacia el baño, caliente y preparado por Teresina. Sí, las sábanas tenían unas evidentes manchas que eran rastros de sangre, últimos vestigios de su virginidad perdida muy cerca de las ruinas y restos de los templos de Venus Afrodita en los que dulces adolescentes vestales se entregaban a servir los placeres de los generales de las Legiones del Imperio y los senadores de la vieja Roma.

Oh, si las termas de Caracalla hubiesen conocido a Adela…

Roma eterna, ciudad de gloria y sexo…

Teresina le acercó una nota de Il Signore: "Hasta pronto, little big woman... Nos veremos pronto en Barcelona, te lo prometo… Good dreams, sweet princess…"

Fue un placer sentir el agua caliente correr sobre su cuerpo, limpiándolo de sudor, semen y sangre…

En el aeropuerto, un muchacho le entregó un paquetito… Era de Vittorio… Lo abrió en el avión… Una bellísima pulserita de oro y un moderno y juvenil reloj de la marca mas prestigiosa del mundo…

Dos semanas después.

Adela estaba en la escuela de danza, en el centro de Barcelona. Habían acabado la clase del día, y mientras se duchaba, pasaba sus manos por el cuerpo recordando las caricias de Vittorio, su maduro amante romano. Necesitaba volver a sentir aquellas sensaciones, aquel placer… aquel momento en el que un trozo vivo de carne penetraba en su vientre.

Pero no conseguía sentirse atraída por los chicos que conocía… Añoraba la voz cálida, el abrazo amoroso y tierno de il Signore… Había recibido alguna llamada de él, entonces disimulaba y hacía ver que hablaba con una amiga, mientras él le decía aquellas cosas tan bonitas que pasarían cuando volviesen a estar juntos… Él continuaba afirmando que pronto viajaría a Barcelona…

Por rutina miró la pantalla del teléfono móvil y vio que tenía un mensaje. Era de Vit, la clave que había puesto para Vittorio. Era corto y escueto, pero suficiente.

Lo volvió a leer exultante de ansiedad: "Estoy en Barcelona. Nos vemos mañana a la 1 del mediodía en la puerta del restaurante Mussol de la calle de Casp. Después subimos a mi habitación, en el Hotel Palace. No te preocupes, en Barcelona no me conoce casi nadie. Te amo y no puedo pasar un día sin pensar en ti. Contesta, please. ;-)"

Il Signore estaba en Barcelona, requiriendo datos sobre la compleja situación política que vivía el territorio catalán, entrevistándose con personas y entidades representativas para elaborar su informe al gobierno italiano. Oyó la llegada de un mensaje a su móvil.

Miró y vio el origen, TopGun. Il Signore había utilizado el nombre de su gato como clave para el teléfono de su joven amiguita latina barcelonesa. Lo leyó y sonrió: "OK. I love you, mio Signore. Always I remember the night of rain in Roma".

Vittorio sonrió, era apreciable el esfuerzo de la jovencita por mejorar su deficiente inglés. Y se disculpó con los presentes, antes de continuar la reunión: -Lo siento, ya sabéis, cosas de Roma...

Aquella noche, Vittorio velaba anhelante la víspera de su reencuentro con la muchacha…

Y pasaron las horas, amaneció, y, después de una eternidad, al atardecer, en su suite del hotel…Oh, sí… Il Signore bajó lentamente la braguita de Adela… Por fin…

Vittorio pensó que sus visitas a Barcelona iban a ser a partir de entonces muy frecuentes.

Y, tal vez, si, tal vez…

Tal vez llevase pronto a Adela –algún pretexto, unas vacaciones, ya vería- a su más querido secreto, a su casa gruta de Matera… Sassi di Matera, en la Basilicata… El Sur italiano…

Pasear con ella saludando a la gente de su misma sangre, por las estrechas calles de la población, mientras los más jóvenes le mostraban su respeto…

Y dormir con ella en la vieja cama de sus padres, que había hecho trasladar de la antigua mansión familiar a la parte más confortable de la gruta…

Poseer su cuerpo allí donde los primitivos habitantes prehistóricos de las cuevas ya se entregaban a las delicias del sexo…

Pero eso ya sería otra historia del futuro…

Barcelona, Enero de 2006

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