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Desvirgué a Cristina, orgía en el club de Baba

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Desvirgué a Cristina: orgía en el Club de Baba

Noche de inicios de Julio de 2009. Calor tropical en la costa catalana. Luna llena que se refleja en el mar, más allá del acantilado. Este verano… Sudor y mar, sudor y música, sudor y chicas, sudor y sexo…

Estamos estrenando nuestras nuevas canciones en el Club de Baba. Una presentación privada, en un ambiente de lujo, organizada por nuestro representante, para amigos y gente del show business. Creo que es el mejor material que hemos hecho, mezclamos el reggae original con tonos eróticos de la salsa más caliente. Regatón total , nos vamos a comer las listas de éxitos.

Mis rizos de rastafari negro del Caribe están llenos de sudor, me entrego al máximo en cada pieza, canto y bailo de la forma más sexual que se haya visto en cualquier actuación anterior de nuestro grupo, The Wild BlackSex Devils.

Sí, sudo, mientras llevo el ritmo y la música al paroxismo y nuestros invitados beben, bailan y nos aplauden arrebatados por el frenesí del ritmo erótico de mi voz y mi cuerpo. Los focos verdes y rojos, la vegetación abundante mediterránea del jardín, me llevan en un viaje astral a mi Jamaica natal mientras imagino la sonrisa cómplice de Bob Marley… Oh, sí... Reggae night…

Nuestra pícara amiga, la hermana de Baba, el dueño del Club, ha traído a la presentación a las muchachas de su escuela de danza moderna, encantadas porque ver actuar a nuestro grupo es uno de los sueños prohibidos más reconocidos de miles de jovencitas y adolescentes. Muchas llevan mi foto y la de mi grupo enganchadas en sus carpetas de estudio… Y verlas delante del escenario que hemos improvisado, bailando al ritmo que yo marco, moviendo sus cuerpos medio desnudos, a la moda de este verano de 2009, cubiertos tan sólo por pantaloncitos que dejan todos los muslos y piernas al aire, y corpiños que revelan los pezones enseñando parte de los pechos y dejando la espalda desnuda, nos acababa de poner a mil, a mí y todos los otros cuatro hermanos negros de los Wild Devils…

En una de las últimas canciones, ya no pude más, bajé de la tarima, agarré del brazo a una deliciosa muchachita de larga melena rubia y esbelto cuerpo blanco sonrosado casi desnudo que llevaba todo el tiempo bailando justo delante de mi, y la subí al escenario, formando con ella una pareja de baile perfecta mientras yo cantaba y sonaba la música. Bailando junto a ella, noté como me excitaba como un perro, sintiendo la presión en el vientre de algo mío que se había puesto grande, muy grande y duro.

Cuando acabamos de presentar las nuevas canciones, todo el mundo acudió a felicitarnos, mientras sonaban por los altavoces nuestras anteriores composiciones mezcladas con las nuevas, y empezaba la gran fiesta, el party que duraría hasta la salida del sol, en el espléndido jardín con piscina del Club de Baba, cerrado esta noche para nosotros y nuestros invitados e invitadas. Música sensual, cadencia caribeña, iluminación oscura, roja con algunos fondos verdes, baile, bebidas a discreción, mojitos, ron, caipiriñas, cubatas, whisky, cervezas, cuba libres, bandejas de marisco, y otras cosas, algunas de ellas típicas de las noches de Jamaica…

Yo no lo dudé ni un momento, no dejé que la rubita se separara de mi, me dijo que se llamaba Cristina, y la llevé de un lado a otro de la fiesta como mi pareja de aquella noche. Bailábamos al ritmo de nuestras canciones, estaba a mi lado cuando los invitados me felicitaban, y le hacía compartir las copas que me iban ofreciendo. Sus ojos brillaban, su cara había enrojecido y llenado de sudor, y a veces parecía que se tambaleaba y yo la sujetaba por su desnuda cintura. Sentir su piel en mi mano me enloquecía cada vez más, y yo también cada vez estaba más excitado por las cosas que iba tomando, que hacía que ella compartiese conmigo, y por el contacto con el cuerpo medio desnudo de la jovencita. Sus muslos… Blancos, perfectos, esbeltos… Sus pechos, con los pezones en punta hacia adelante como montañitas… Sí, aquella muchachita que tanto me admiraba, que era una de mis fans, iba a estar contenta aquella misma noche de obtener lo que tantas deseaban, tener mi cuerpo dentro del suyo… Todos continuábamos bebiendo y fumando, y cada vez el aire y el ambiente eran más calientes… Creo que Cristina estaba ya bastante tocada, porque cada vez tenía que apoyarse más en mi, y yo aprovechaba para, al sujetarla por la cintura, deslizar mi mano por sus pantaloncitos y apretar sus nalgas, probar aquel culito que pronto, muy pronto, había de ser todo mío… Y comprobé que su braguita era sólo un minúsculo tanga.

Entonces un sobrino de Baba, que hacía de disc-jockey, pinchó una de las piezas lentas más conocidas que tenemos, de letra muy caliente y ritmo sexualmente muy explícito, que se baila bien agarraditos y apretados cuerpo contra cuerpo. Ahí ya no pude más. La llevé a un rincón del jardín, la sujeté contra mí, apreté su culo contra mi sexo, aplasté su pecho en el mío, tomé luego su cara con una de mis manos en su nuca, y la besé, la besé con desesperación, sus labios eran dulces, jugosos, con un cierto gusto al mojito de mango y maracuyá que le acababa de dar… Ella mostró una cierta sorpresa y resistencia cuando introduje mi lengua en su boca buscando la suya, pero al final abrió los dientes y pude probar las mil delicias del contacto de las dos lenguas, la mía en invasión y la suya en tímida retirada. Introduje la mano por su camiseta y apreté uno de los pezones de sus pechos, y la muchachita dejó ir un sonido mezcla de queja y ronroneo de gatita… Y bajé la otra mano del ombligo al interior del pantaloncito, la pasé por dentro del tanga y toque la obertura de su sexo, su rajita directamente. Ella dio un gritito de sorpresa, yo la miré a la cara, creo que ya estaba fuera de mi, porque consideré que no podía esperar más, que me iba a correr sin metérsela, que desperdicio, y la agarré de la mano y medio la arrastré detrás de mi porque la muchachita ya casi no podía caminar sin tambalearse. En la puerta del jardín estaban Baba y su hermana, que al ver lo evidente de mis intenciones, sonrieron pícaramente. Interrogué a Baba con la mirada, y éste me señaló el piso superior, donde había las habitaciones del Club. La hermana de Baba, Carmen, me musitó al oído: cuídame bien la pibita, que todavía es virgen, aunque veo que lo será por pocos minutos… Y me hizo el conocido gesto de meter un dedo en el círculo formado por otros dos…

Le pellizqué un pecho a Carmen, Baba intentó sonriendo tocarme los huevos, cosa que consiguió, y me llevé arriba a la rubita, creo que se enteraba poco de lo que estaba pasando. Abrí la primera habitación. ¡Uy! Había nuestro representante, Negro Pontbuick, follándose a otra de las jóvenes bailarinas de Carmen. Me hizo un gesto de que marchase, que estaba ocupado, sonreí y probé de nuevo fortuna en la siguiente habitación. Estaba libre. Yo no quería interrupciones como la que acababa de hacerle a mi mánager, así que entré, llevando a la muchachita arrastrada por la cintura, y cerré el pestillo interior de la puerta, de manera que nadie me podría interrumpir. Abrí la ventana, había el reflejo de las luces rojas y verdes del jardín y llegaba la música caliente que enervaba el ambiente. Me acerqué a la cama sin soltar a mi presa, que ahora apoyaba su cara en mi hombro, y la estiré sobre la cubierta de las sábanas, dejándola en cómoda posición horizontal. Tenía que darme prisa, porque la rubita se estaba durmiendo por momentos.

De pie al lado de la cama me quité la camiseta sin mangas empapada de sudor, me bajé los pantalones cortos, y, por fin, el slip, los calzoncillos con decoración de selva, y mi pene saltó hacia delante y arriba, feliz de haber sido liberado de la prisión de la ropa de hombre civilizado. Ahora la bestia ya estaba suelta, era como un perro o un mono, con el pene ansioso de clavarse en el interior de la joven hembra que tenía delante de mi, iluminada tenuemente por la luz roja del jardín que entraba por la ventana.

Me incliné hacia la rubita. Sí, cerraba los ojos, con esfuerzo los entreabría para mirarme, creo que sin acabar de comprender bien lo que yo estaba a punto de hacer. O tal vez sí, no lo sé ni me importa. Y lo primero era desnudarla. Me liberé de las zapatillas y me coloqué en la cama junto a ella. La acaricié la cara para tranquilizarla y le besé suavemente los labios. Así, casi sin que se diera cuenta, pasé las manos por su espalda y le fui sacando la camiseta por el cuello y cabeza. Sus pechos quedaron libres, y los besé y apreté los pezones con mis dientes hasta obtener de la chiquilla gemidos de dolor y placer. Bajé la mano de los pechitos al ombligo, y al pantaloncito. Poco a poco le bajé la cremallera y deslicé hacia abajo la ropa, hasta sacársela por los pies. La rubita ya estaba casi desnuda del todo, sólo el tanga impedía aún que mi pene corriese ya a esconderse dentro del cuerpo de la muchachita. Era una maravilla, una delicia, una visión increíble, una de las jovencitas más atractivas que yo había desvirgado, y ya había perdido la cuenta, muchos de nuestros conciertos acababan con sangre de virgen o sudor de putitas en las sábanas de mi cama en los hoteles de las ciudades en las que acabábamos de actuar…

Poco a poco, agarré las cintitas del tanga de la rubita y fui bajándolo. Ya tenía delante de mis ojos la línea de la entrada de la vagina de la chica, blanca, con pelitos rubios alrededor. Le saqué el tanga por los tobillos y me lo puse en la cabeza, en mis rizos de rasta negro, a la manera de los pañuelos piratas. Las braguitas de la chiquilla en mi cabeza era mi primera recompensa de aquella noche. Pero ahora venía la más importante.

Acaricié repetidamente el cuerpo de la chica, pezones, pechos, cuello, muslos, besos en la boca, en los ojos, en la lengua, lametones, chupones, y, por fin empecé a lamerle la rajita, la entrada de la vagina, y a apretarle el pequeño botoncito de carne que ella tenía en aquella entrada. La jovencita se estremeció, y empezó a gemir claramente de placer. Le separé los muslos y me coloque en medio, con el cuerpo encima de ella, piel contra piel, la mía negra, la de ella blanca, sonrosada, con mi sudor mezclándose con el suyo. La besé, le mordí el cuello, froté y restregué mi cuerpo contra el de la chica dejándome caer con todo mi peso hasta casi ahogarla, y, por fin, agarré mi pene con la mano para dirigirlo a la entrada del sexo de la jovencita. Y la encontré. Puse la punta de mi pene en la rajita y empecé a introducirlo en el vientre de la rubita. Su respiración se agitaba, y vi que sus ojos se abrían como sorprendidos mirándome con una súbita expresión de pánico. Claramente ahora sí que se acababa de dar cuenta de que yo había empezado a penetrarla, y que lo que estaba haciendo con ella no era un juego ni una fantasía de las que son habituales en todas las chicas de su edad, hasta que se queman, como estaba a punto de pasarle a ella…

Y no debía darle tiempo a pensar ni a reaccionar. Es un momento peligroso, a veces las jovencitas que es la primera vez que lo hacen empiezan a revolverse y a intentar escapar cuando se dan cuenta de que estoy a punto de desvirgarlas, y entonces la cosa se complica bastante, porque tengo que elegir entre dejarlas ir o sujetarlas por la fuerza y continuar. La primera cosa es frustrante al máximo, y la segunda peligrosa, alguna vez he tenido que pasarme la madrugada consolando y conformando alguna muchacha que no dejaba de llorar porque decía que yo la había violado, cuando nunca he forzado a ninguna chica a meterse en la cama conmigo. Ahora bien, cuando ellas me han calentado dejando que las empiece a follar, es casi imposible que pueda dar marcha atrás y renunciar a los mil placeres del cielo y del infierno.

Por ello, cuando vi la sorpresa aparecer en la cara de Cristina al iniciar la penetración, no lo dudé ni un instante, y empuje mi pelvis hacia delante, sujetando el culo de la muchacha y apretándolo contra mi cuerpo, de manera que noté una pequeña resistencia que enseguida cedió, y mi pene se introdujo profundamente en el cuerpo de la jovencita. Ella gritó al ser desvirgada, se estremeció, arqueó su cuerpo tensando sus músculos, emitió un gemido de queja casi infrahumano. Era evidente que así como muchas de mis chicas casi ni se enteran cuando las desvirgo, Cristina era de las que había sentido algo de dolor, supongo que, como me habían explicado algunas de ellas a veces, era como si un cuchillo les hubiese cortado algo por dentro. Es igual, fuese lo que fuese, yo ya había introducido mi pene todo lo que podía en la vagina de la chica, ya había llegado hasta el fondo. Y ahora ya todos los caballos de mi cuerpo quedaban desbocados, todos los tigres que hay en mi se lanzaron feroces a devorar el cuerpo de la muchachita. Al fin y al cabo, ella se lo había buscado, quien juega con fuego se acaba quemando, como dije antes. Y yo puedo ser un incendio terrible en el que Cristina iba a sentir arder hasta el último centímetro de piel de su joven cuerpo.

Y la cogí bien cogida. La agarré por el culo, y mientras mi pene entraba y salía de su vientre, hice que aprendiese a colocarse, hice que abrazase con sus muslos mi cadera y mis muslos, mientras apretaba con fuerza sus pechos como si quisiese exprimirlos, aplastaba y frotaba mi cuerpo contra el suyo, mordía sus pezones –eso le gustaba mucho, gritaba, pero no de dolor, cada vez que lo hacía-, mordía y lamía su cuello, su cara, la besaba hundiendo sus labios con los míos, introducía mi lengua en su boca, probando su lengua jugosa y joven, sus dientes con sabor a goma de mascar de vainilla y melón, mientras ella gemía y daba pequeños gritos, su piel se había puesto muy caliente, sus mejillas habían enrojecido, yo saltaba ya encima de ella, entrando y saliendo, entrando y saliendo, cada vez más rápidamente, cada vez con más frenesí, aplastándola y liberándola, aplastándola y liberándola, dejándola sin respiración, mientras ella ya apretaba con fuerza sus muslos contra los míos, me abrazaba, llevaba sus manos a mi culo –bastante gordo, por cierto, como le gusta a las hembras-, y me apretaba contra ella, respondía a mis besos, clavaba sus uñas en mi espalda, ¡ufff!!!! ¡Aprendía muy rápidamente la rubita!!!

.Sus pechos, sus pezones, sus mórbidos muslos, su cintura, la marca de sus costillas, su larga melena rubia libre en mis manos y en la almohada, sus labios, cada vez más húmedos y jugosos respondiendo a mis besos, su lengua, buscando ya la mía, y mi pene, que a veces salía del vientre de la chiquilla y lo tenía que volver a colocar con la mano para meterlo de nuevo por completo, hasta el fondo, parecía mentira que pudiese entrar del todo dentro del cuerpo de ella, su vagina estaba húmeda, tal vez sudor, o sangre de virgen desflorada, o el lubricante natural de su sexo, o, lo más probable, la mezcla de todo ello, yo también gemía, ya había enloquecido, ya no era yo un ser humano sino aquella bestia salvaje que aparece en mi cuando follo a muchachas que me excitan de verdad como Cristina, cara de niña, cuerpo de diosa, cabalgaba sobre ella, la devoraba, los dos bañados de sudor, y, entonces, grité, di un rugido que debió resonar por todo el edificio, cuando no pude esperar ni aguantar más, y oí el sonido de las trompetas del Apocalipsis y, aparecieron en mi los caballos desbocados de los Cuatro Jinetes, exploté, y empecé a eyacular dentro del vientre de la jovencita, borbotones de semen empezaron a inundar su cuerpo como un manantial, el hecho de haber estado una semana sin follar, concentrado en los ensayos, había llenado de esperma mis testículos, que ahora se estaban vaciando dentro de la vagina de la rubita, mientras yo rugía, gritaba, gemía, saltaba, la estrujaba como a una muñeca de trapo, la aplastaba, la mordía, la poseía de mil maneras diferentes cada segundo, y ella también gritaba y gemía, llena de espanto y placer, asfixiándose y gozando de sensaciones que nunca había soñado ni imaginado, conociendo lo que podía hacer con ella un hombre como yo que sabía que hacer y como cogerla para llevarla también al paroxismo de los placeres más secretos y eternos de la humanidad… Y seguí gritando y rugiendo… Yo era el tigre, el perro, el gorila… Mi perrita…

Poco a poco, acabé el mejor y más largo orgasmo que recordaba de los últimos meses, tal vez años… Creo que ella también llegó, pero no lo puedo asegurar, estaba demasiado enloquecido por mi propio placer como para estar pendiente del suyo. Me fui quedando quieto encima del cuerpo de la jovencita. Cristina me miraba intentando respirar, desquiciada, con ojos desorbitados, todavía jadeaba, le faltaba aire por los movimientos de su propio cuerpo y por el peso del mío que la aplastaba, mientras los dos estábamos empapados de sudor, cuerpo contra cuerpo, como si saliésemos de una piscina, las sábanas y la almohada mojadas, igual que sus hermosos cabellos rubios.

Me aparté de lado pero sin separar su cuerpo del mío, mi pene salió de su vientre de forma natural, quedé en posición horizontal en la cama, arrugada y llena de sudor, y abracé a la rubita colocándomela de lado casi encima de mí, acariciándole los pechos, el sexo –el semen desbordaba la vagina, lo noté por la viscosidad del líquido, pasé la mano por su cara y sus labios para limpiármela-, apreté su culo, redondo y tierno pero firme y rotundo, pellizqué sus pezones, todavía enhiestos y en punta, llevé su mano a mi pene haciendo que lo agarrase, y pasase su muslo por encima de mis piernas, la besé en los labios, lamí su mejilla y acaricié sus cabellos, mientras su respiración se iba normalizando poco a poco, igual que la mía… Y no recuerdo más, supongo que la excitación y el esfuerzo del día y del fenomenal sexo que había tenido con la jovencita hicieron su trabajo y me quedé profundamente dormido, supongo que más o menos igual que ella, no sé…

Cuando me desperté entraba ya el sol por la ventana y el balcón que daba a la piscina. Miré a mi lado y vi a Cristina durmiendo de espaldas a mí. Su melena rubia extendida en la almohada, su espalda, con las vertebras marcadas, su estrecha cintura, sus nalgas, que pedían volverla a poseer… La cadenita que adornaba su tobillo y su cintura…

 

Salí de la cama y miré por la ventana. Había parejas repartidas por el jardín, en las tumbonas o directamente en el césped, durmiendo abrazados desnudos. Reconocí a varios de mis amigos con las jovencitas del ballet de la hermana de Baba. Parecía que todo el mundo había follado a tope aquella noche, todos habíamos quedado bien servidos. Adiviné en un rincón algo alejado en las sombras del jardín a mi batería Mustapha follándose a una deliciosa jovencita algo friki amiga de Cristina, creo que se llama Marina. Me apeteció entonces un buen baño en la piscina, me noté lleno de sudor y otros fluidos del sexo con la rubita, y empezaba el día ya con mucho calor, llegaríamos igual que ayer a 34 grados o más de temperatura a la sombra… Me acerqué a la cama, me arrodille junto a la jovencita, y la besé. Abrió sus ojos, y al ver mi cara junto a la suya se le escaparon dos lágrimas de sus bellos ojos, lágrimas que limpié con mi lengua.

"Vamos a la piscina, niña, que hace calor y estamos muy sudados", le dije, y me puse en pie, de forma que ella recorrió con los ojos mi cuerpo desnudo. La ayudé a levantarse de la cama, y entonces la agarré y la besé de nuevo apretándola contra mi cuerpo. Me excité enseguida, y ella lo notó y se separó con los ojos espantados fijos en mi pene que cuando está en plan guerrero es enorme, envuelto por ensortijados cabellos y con dos grandes testículos colgando debajo. Sonreí, aquella rajita debajo del ombligo, aquellos muslos, aquellos pechos, aquellos labios, todo en ella llamaba al sexo, a follármela de nuevo. Y pronto lo iba a hacer, seguro… La llevé a mi lado, agarrándola por la cintura y pellizcándole los pezones, bajamos la escalera y llegamos al jardín. Todo en la casa estaba en silencio, con restos de las mil orgías de la noche en cualquier lugar, con hombres y chicas durmiendo desnudos bien juntos en los grandes butacones de la planta baja. El servicio no había empezado a limpiar todavía para no molestarnos.

Al atravesar el jardín sonreí al ver la mirada alucinada de Cristina al contemplar las parejas de negros y blancos desnudos durmiendo abrazados a sus compañeras de ballet y las demás chicas que había venido a la fiesta. Era evidente que todo el mundo había follado con todo el mundo, y ella había tenido la suerte, de momento, de haberlo hecho sólo conmigo, que además me dormí después del primer lechazo. La introduje conmigo en la piscina, nos bañamos juntos, la apreté contra la pared y puso de nuevo cara de gran sorpresa cuando allí mismo, de pie con ella en la pared de la piscina, le abrí las piernas y la penetré de nuevo… Me di cuenta de que Baba, el dueño del Club, un jamaicano negro, gordo, enorme y en aquel momento completamente desnudo, nos estaba grabando con una cámara digital, y exageré los movimientos al tiempo que la sacaba del agua y la acababa de follar hasta la exasperación sobre el césped del jardín, bajo el sol de aquella mañana de verano.

Cuando acabé con ella, vi que Baba le entregaba la cámara a uno de sus guardaespaldas, y se agachaba para agarrar a Cristina por la mano y levantarla. Empezó a llevarla hacia el edificio, y ella se giró hacia mí con mirada desconcertada. Yo sabía lo que iba a pasar, y sonreí. Era el pacto de nuestras orgías, bueno, en realidad de todas las orgías, nada de parejas fijas, todos para una y una para todos, como los Mosqueteros del Rey de Francia. Le hice un gesto a Cristina de que fuese con él, que no pasaba nada. Baba la agarró por la cintura y la arrastró con él, ayudado por su guardaespaldas, hasta la puerta del edificio del Club.

Momentos después Baba apareció con la rubita agarrada por la cintura en el balcón de la habitación donde yo la había desvirgado. En el obeso cuerpo desnudo de Baba aparecía ahora un enorme pene erguido pidiendo acción inmediata. Al lado había el guardaespaldas con la cámara en la mano, ayudándole a sujetar a la jovencita que parecía querer escaparse. Baba me saludó, como dedicándome el placer que le esperaba follándose a mi amiguita, y yo le correspondí al saludo, ya sabéis, nada de parejas fijas en las orgías, eso causa siempre problemas. Baba salió del balcón, entrando en la habitación con Cristina y su ayudante con la cámara. Esperé. Al cabo de poco más de un minuto, oí los gritos de la muchacha, que ya conocía de la noche anterior. Después nada, el silencio, tal vez el eco de unos jadeos, unos gemidos… Sonreí de nuevo. Me divertía pensar si Baba se había colocado encima de la chica, aplastándola con su enorme peso, o si, lo más lógico y probable, la había colocado encima de su cuerpo y se la estaba follando con toda comodidad, con él debajo de ella. Pronto lo sabría, Baba no tardaría en pasarnos la grabación que debía estar haciendo su ayudante…

Me volvieron a entrar ganas, con el sol y la imaginación de pensar en Baba haciéndolo con la rubita, se me puso el pene de nuevo bravo. Vi que mi batería Mustapha dormía en el césped, después de haberse follado a la amiguita friki de Cristina, la tímida y delgadita pero bien proporcionada Marina, que estaba ahora bañándose en la piscina. Me acerque y volví a entrar en el agua. Me acerqué a Marina, que me miró con ojos de curiosidad, retrocediendo hasta la pared, donde al final la arrinconé. Me abalancé sobre ella, que no opuso ninguna resistencia, y allí, dentro de la piscina, la abracé, me abrazó, la besé, me correspondió, la agarré por el culo, la apreté contra mi vientre y la penetré hasta el fondo… Y adelante…

Y el día continuó, no teníamos nada mejor que hacer que descansar, bajar a la playa, tomar el sol, comer, ensayar nuestra actuación, y follar, follar hasta reventar, como le decía Nicole Kidman a Tom Cruise en la escena final de Eyes Wide Shut…

Escrito en la isla de Formentera y en Barcelona,

Julio de de 2009

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