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Anabel, la pinche novata, y el chef senegalés

en Interracial

 

Anabel, la pinche novata,  y el chef  senegalés Wenko Mahabwi

1.

A BORDO DEL CRUCERO TURÍSTICO CABO ROKENDI, EN EL PUERTO DE BARCELONA, A FINALES DE JULIO DE 2016, HORAS ANTES DE ZARPAR

Anabel, una de las nuevas pinches de cocina,  era una preciosa chica de piel bañada por el sol, con un pelo rubio recogido en forma de coleta. Destacaban ya desde la distancia unos preciosos y brillantes ojos azules de tonalidad clara combinados con unas armoniosas facciones en el resto de elementos de su rostro: una boquita fina que escondía unos dientes blancos relucientes, una nariz también pequeña y unos pómulos suaves que le daban una cara angelical y tierna, denotando la juventud y la pureza de Anabel. De cuerpo esbelto y recto, la chica era también alta y andaba meneando sus caderas de una forma muy sensual y femenina. Pese a ser una figura tan estilizada, estaba dotada de unos pechos en forma de pera que ya no podía disimular bajo su camiseta. También era evidente el culo que sobresalía de sus cortos shorts tejanos que dejaban al desnudo sus perfectos muslos, cuando no llevaba la ropa obligatoria de pinche de cocina. Anabel poseía también una preciosa voz dulce de terciopelo con la que era capaz de derretir a cualquiera. Daban ganas locas de poseer aquél cuerpo aún adolescente, desvirgarla y derramar su sangre virgen  Su miembro se erguía con fuerza imaginándose el cuerpo desnudo de Anabel, sus gemidos de dolor al sentirse penetrada por primera vez y sus murmullos y ronroneos de placer al disfrutar de un hombre. Y ese hombre iba a ser él… Muy pronto… Sí, él… El chef senegalés Wenko… uno de los mejores cocineros africanos de la tradición francesa… El cocinero jefe del gran crucero… ¿Edad?... Bueno, digamos que confiesa tener algo más de cincuenta… Claramente demasiado grueso, pero eso no es inhabitual en su profesión… Famoso también  por la constante actividad de su pene, en permanente excitación, según las leyendas, hasta el punto de ser conocido en los ambientes gastronómicos del puerto de Marsella como “el chef mandingo”... Sí, un gran gourmet, un excepcional experto en cocina…  Y en saborear cuerpos de muchachas…

 

2.

A BORDO DEL CRUCERO TURÍSTICO CABO ROKENDI, NAVEGANDO DE NOCHE EN RUTA DE MALLORCA AL PUERTO DE CIVITAVECCHIA, ROMA, A PRINCIPIOS DE AGOSTO DE 2016.

 

 

 2 de la madrugada

Camarote privado del chef senegalés Wenko Mahabwi, jefe de cocinas del crucero, en la cubierta de cabinas del alto personal del buque.

Wenko colocó las dos cápsulas y conectó la cafetera. Sacó también dos tazas, una más rústica y otra blanca con retazos rosas que claramente se destinaría a Anabel.

Anabel, la nueva aprendiza, una de las pinches de su cocina,  tomó asiento, sin dejar de observar,  todo alrededor de ella era desconocido para la joven. Wenko, al ver la mirada de Anabel dirigirse a  la cámara del fondo sintió una llamada poderosa de su imaginación, con el cuerpo desnudo de Anabel tumbado en su cama, dispuesto a recibir su miembro… “Mmmm… no queda mucho” pensaba él, mientras miraba lascivamente a la excitante Anabel que no se daba cuenta del motivo de la cita del chef boss de las cocinas, su jefe, a tomar un café en su camarote aquella noche. O tal vez sí, nunca se sabe. Pero, para él, todo estaba planeado.

Mientras Anabel esperaba la taza del café, el hombre deslizó una de las dosis de la esencia mágica que nunca faltaba en las reservas de un nieto de brujo de tribu como él. Ay, esas encantadoras plantitas que tan bien conocían sus antepasados hechiceros y él mismo…  Echó encima la leche y después el café.

También añadió azúcar al café sin preguntar a Anabel cuánto dulce quería, y agitó la taza con la cucharilla para remover su contenido. La taza blanca y rosa miraba a Anabel ya en la mesa. Ella cogió el asa y dio un sorbo.

- Mmmm, está muy dulce Wenko. Pero el café es muy rico.

- Me alegra que te guste, nena – dijo él, enloqueciendo de deseo por dentro al ver cómo el cuerpo de Anabel estaba tan cerca de ser suyo. Esperó unos diez minutos hablando de diversos temas intrascendentes relacionados con su trabajo de pinche novata, y al ver a la muchacha pasarse la mano por la frente, le dijo sonriendo:

- ¿Cómo te sientes?

- Emm, pues no sé, con calor, algo de calor…  Es como un hormigueo, tampoco es calor, es como si tiemblo un poquito…

Wenko se levantó de la silla y agarró a Anabel por los hombros, mirándola fijamente.

-Túmbate en el sofá y descansa hasta que esa sensación se vaya.

Se estiró sobre el cómodo butacón que le indicó el chef  y cerró los ojos, en silencio.

¿Qué ocurría? El corazón le latía muy rápido y hacía mucho calor, parecía un ataque de ansiedad. Incómoda, Anabel decidió desprenderse de su ropa, como solía hacer cuando tenía fiebre. Se quitó las prendas: el pantaloncito y la camiseta quedaron en el suelo mientras una Anabel en braguita tanga miraba al techo, en un intento de calmarse y analizarse…

Su sangre fluía con rapidez, su cuerpo estaba en una tensión tan grande que a su mente le costaba analizar…

En ese momento, Anabel se dio cuenta de sus pezones estaban muy duros. No era la primera vez que los notaba así, a veces también pasaba por el frío, pero esta vez estaban muy duros, como si nunca más volviesen a su estado original. Anabel los apretó pero no pudo cambiar su forma. Al presionarlos, Anabel sentía otra sensación que entraba en conflicto con su cuerpo… Era de alguna forma placentero hacerlo, el resto de sus sensaciones se orientaban hacia ahí. Anabel tocó sus pechos de forma generosa, como si los estuviese enjabonando en la ducha.

Pero la verdadera fuente de calor era otra, cuando Anabel experimentaba con sus senos se dio cuenta de que sus braguitas se sentían muy incómodas. Una simple mirada le reveló que estaban mojadas, como si se hubiese orinado encima sin quererlo.

Y al momento de retirar las braguitas, Anabel notó lo que llevaba un rato sintiendo: que su entrepierna almacenaba una gran cantidad de responsabilidad sobre el estado que recorría su cuerpo. Estaba extraordinariamente sensible, lo notó al ver cómo de ella caían unos líquidos que se daban placer de solo resbalarse por su rendija femenina. Y también estaba caliente, ardiendo, pues no solo los fluidos sino también la pelvis estaban a gran temperatura.

Con sus dedos analizó los fluidos que estaban adheridos a la tela de la ropa interior. Anabel vio claramente que no era pis, que tenía un tacto espeso y olía muy diferente. Sacó las braguitas por sus piernas y las dejó a un lado.

Aún seguía casi en estado de marearse por el calor y las sensaciones, pero deslizó un dedo por la rajita. Sólo con rozar la superficie, se mojó de secreciones similares a las de la prenda que habían salido inequívocamente de su interior.

Había estado provocado por su dedo, que había recorrido el sexo de la joven de abajo arriba, siguiendo el flujo, hasta alcanzar una parte carnosa que coronaba la entrada, una especie de botón fibroso cuyo tamaño crecía. El rozar esa parte hacía que Anabel se sintiese de una forma espectacular, como si las sensaciones desordenadas se alineasen en una sola dirección. Es más, el apartar las manos de su entrepierna le hacía caer en una momentánea frustración, como si se interrumpiese algo importante.

Temerosa pero decidida a poner fin al calor, Anabel se tumbó tranquilamente en la cama, boca arriba. Con su mano seguía explorando los pliegues de su sexo, al que nunca había prestado atención nada más que para higienizarlo. El botoncito de carne se sentía realmente bien, pero los líquidos provenían del interior de la concha. Cada movimiento era tan placentero, tan beneficioso, que resultaba una locura impedirlo… Anabel sentía el calor dentro de ella y en su mano exploradora, y no quería que se apagase de momento.

Curiosa, introdujo el dedo índice por su cavidad, adentrándolo y haciéndolo desaparecer entre los labios vaginales. El roce que experimentaba contra las paredes era tan bueno que le hacía retorcerse, arquear la espalda. Si con la misma mano estimulaba un poco más arriba, el clítoris transmitía una sensación sinérgica que llevaba a que Anabel moviese nerviosa las piernas y a que empezase incluso a musitar gemidos.

De pronto, pareció despertar de aquel extraño sopor, abrió los ojos y se dio cuenta de dónde estaba, el sillón de la sala, con el chef del barco mirándola sonriente con perturbados ojos de lujuria y perversión. Y el hombre pasó  su dedo la barbilla de la joven… Un roce lento, arrastrado pero decidido, que unió más dedos y acarició con calidez la mejilla de Anabel. Su piel se sonrosó ligeramente, y sus ojos adquirieron un resplandor tenue, distinto al de unos segundos antes. La mano descansaba ahora en el cuello de la muchacha, notando como el ritmo aumentaba lentamente.

- Yo… yo no… - dijo la joven – no entiendo muy bien esto…

Miró con sus bellos ojos azules a Wenko. Sus facciones de hombre ya maduro y grueso nunca le habían resultado toscas, sino que tenían el fragor del trabajo del día a día, y para ella resultaba parecer alguien en quien podía y, seguramente, debía confiar sin lugar a dudas. Y sin casi esperar a que ella aclarase su mente, con rapidez, él la besó.

El primer beso de la joven Anabel… Los labios de Anabel recibieron los ansiosos labios del hombre en ellos, imprimiendo con fuerza el sello de un deseo. Anabel, aún atónita, tuvo que ver cómo entre sus labios se colaba una lengua que quería absorberla por dentro, que quería todo lo que ella guardaba en la boca. Era una sensación asfixiante en cierto sentido, pero no mala. Era su primera vivencia, y su primer beso era una tórrida exploración con lengua que la dejó exhausta. La saliva de la boca del chef inundó la suya, y lejos de ser desagradable, le pareció muy excitante y estimulante…

El hombre se separó de la nueva y deliciosa pinche, que abrió los ojos lentamente. Sus mejillas encendidas y su tartamudeo revelaban el estado de Anabel. Se encontraba muy confusa

Él repitió el beso,  a Anabel le gustó muchísimo más esta vez. Ella seguía sentada, pero el chef se fue inclinando hacia arriba y ella se levantó siguiéndole…  Las figuras se entrelazaban, y el hombre no tardó en rodear a su joven vestal por la espalda con sus brazos. La figura de Anabel se pegó más al calor del cuerpo del hombre, cosa que a Anabel no le pareció mal.

El propio Wenko se sorprendió al ver cómo Anabel abría su boca con libertad para recibir el beso, cómo ella se pegaba a él y – oh, sorpresa – cómo las piernas de Anabel se separaban un poco, elevando la pelvis contra el vientre del chef. Anabel sabía por instinto lo que nunca había probado en la vida real… Sentir aquella insinuación inconsciente de la muchacha, como si quisiera ser follada de inmediato, fue excelso para el ansioso y lujurioso seductor.

Tomó a la jovencita escultural por la mano, y la atrajo hacia él. Le indicó que le siguiese. Anabel descubrió que iban hacia la puerta del fondo y bajaron las escaleras que llevaban a la bodega del camarote.

Ambos cruzaron el umbral y se encontraron en un cuarto muy sencillo a oscuras: una cama, un armario y un escritorio con una lámpara de luz roja contra la pared. Unos cuadros de temas satánicos y obscenos dominaban el cuarto. Anabel se quedó algo paralizada, sin saber cómo reaccionar. El hombre, que tanto soñó con mancharse de la sangre virgen de Anabel en aquel antiguo recinto testigo de muchas de sus inconfesables aventuras crápulas, por fin vería logrado su sueño.

Suavemente, el chef Wenko cerró la puerta, y sin que Anabel lo advirtiese por la tenue luz, uno a uno los botones de su camisa empezaron a desabrocharse… Las manos de él la impulsaron hasta la cama, donde casi cae de no ser por reaccionar a tiempo. Se quedó sentada en ella, mirando con sorpresa a Wenko Mahabwi…

El chef ya no tenía la camisa ni los pantalones encima. El hombre, prácticamente calvo de no ser por algún pelo suelto a los lados de la coronilla, de nariz chata y piel sudorosa y brillante. Su cuerpo casi desnudo tenía una tonalidad muy oscura, herencia de su madre, una guapa mujer senegalesa. De aspecto era bastante grueso, y su cuerpo lucía bastante peludo. Llevaba un bóxer negro que le marcaba el bulto de sus grandes genitales…

Anabel jamás había visto a un hombre tan desnudo que no fuese de su familia o compañeros de estudio.

Y menos aun cuando él se quitó la ropa interior…

Lo que apareció lo recordó Anabel como el órgano reproductor masculino de las clases de sexualidad que recibió con pudor en la secundaria. Pero aquella imagen de un sexo débil y flacucho de los esquemas no se parecía a la que exhibía el hombre. Era un pene ciertamente grande y de grosor considerable, que se encontraba aparentemente tieso y exhibiendo fuerza. En su base, también depilada, había dos testículos muy grandes. Daba  miedo…

El chef Wenko, siendo consciente de cómo miraba Anabel  su sexo, preguntó:

-¿Qué sientes al ver esto, nena?

- Mmmm, aaah, yo…

El hombre estaba a su lado, en el borde de la cama, el miembro erecto enfocaba a Anabel… El chef Wenko sujetó a la muchacha por la barbilla, como si fuese a darle un beso. Era ya un juguete en sus manos... La mano desnuda del lujurioso Wenko se deslizó hasta quedar en la entrepierna de Anabel, y señaló su pubis.

- ¿Verdad que sientes algo aquí?

Y después, tocó con decisión entre los pechos de la joven.

- ¿Y aquí?

Para a continuación besar de nuevo a Anabel, pero esta vez no en la boca, sino en el cuello… Un beso dirigido a excitar al máximo la libido ya bien activa de la joven pinche novata. Aspiró, lamió y por último mordió mientras Anabel gemía, pero a la vez disfrutaba.

Wenko quedó maravillado.

Los pechos de la dulce Anabel eran de una enervante forma de pera para la timidez que solía lucir. Unos senos bien centrados, que lucían unos pezones de color rosado, con una aureola pequeña. Aparentaban estar duros…

Esa visión desató la lujuria del hombre hacia la pinche novata. Las manos de él se abalanzaros sobre aquellos pechos descaradamente perfectos, sin que Anabel pudiera casi evitarlo. Las palmas de las manos amasaban la piel de aquellos trozos de carne tan deseables para el hombre, sintiendo Anabel la presión sobre su anatomía.

Wenko jugó primero con uno, luego con otro, luego con ambos, recorriéndolos, palpándolos y apretándolos como si quisiera exprimirlos…

- ¡Aaaaah! ¡Con cuidado, con cuidado! –imploraba Anabel, al sentir que enloquecía del placer que le daba el dolor.

Pero el juego era muy adictivo para el hombre que lo practicaba, que quería hacer de las tetas de Anabel algo suyo. Cuando tocó los pezones de la joven comprobó que estaban bien duros como piedras, y el chef Wenko sabía muy bien que eso significaba que Anabel estaba excitada al máximo. Al presionar los botones de la joven, ella se retorció disimuladamente, pero lo suficiente para que él supiese lo que ella quería internamente. Sin dejar de manosear sus pechos, llevó uno de ellos a su boca de crápula y sorbió del pezón como un bebé ansioso. Con fruición, lamió el pezón y estiró de él marcando un poco los dientes, mientras sobaba sin parar los generosos senos. La expresión de Anabel en la cara y la dejadez de movimientos para impedirlo dejaron todo claro. Ella disfrutaba del hombre que jugaba con sus pechos, mucho mejor de lo que ella sola podría hacer… Sus tetas empezaban a emitir como chispas de calor que también reverberaban en su entrepierna, y le hacían sentir tan bien…

Se dejó hacer, se reclinó más en el lecho, con el chef Wenko mamando encima de ella, intentando extraer la futura leche materna de sus pechos aún vírgenes. A cada cambio de movimiento ella se volvía loca y pedía más y más… Se sentía sometida a presión, pero no le importaba lo más mínimo. Mientras el chef Wenko seguía con la cabeza entre los pechos de la chica. Los muslos de la joven, bien torneados y mórbidos, alegraron al chef Wenko. Eran de un vigor sorprendentemente inesperado, claro que todo estaban siendo sorpresas positivas. Debajo de sus ropajes, Anabel exhibía un cuerpo de modelo que tan solo se insinuaba con su ropa normal. No pudo evitar recorrer con las manos la extensión de las extremidades bien talladas… Hasta que llegó a la braguita de Anabel, que cubría con pudor la zona más privada de su nueva hurí. Le excitó tanto la idea de que a Anabel sólo le quedase una prenda puesta, que se lanzó a la boca de la joven como un poseso. Y ella respondió, con aceptación… El beso profundo fue de tal intensidad que paralizó a ambos amantes mientras lo realizaban. Y fue precisamente en aquel beso tan lascivo, tan profundo, cuando el hombre, movido por la máxima excitación, agarró el lateral de la braguita de Anabel y comenzó a bajarla. Se moría de ganas de librar a la joven de su última prenda y ver su tesoro virginal…

Anabel, mientras disfrutaba del beso que la ahogaba, se fijó en la estrategia y trató de impedirlo. Pero sus brazos cayeron rendidos, pues ahora el chef Wenko masajeaba la cara interna de los de la muchacha y el tacto era también tan placentero que la joven no quiso privarse de aquello. Y fue así, con el despiste o consentimiento de Anabel, cómo las dos manos del chef Wenko agarraron las cintas laterales de la braguita y la bajaron suavemente, recorriendo los muslos sinuosos de ella que no parecían oponerse. Cuando el beso terminó, Anabel vio con alarma cómo el chef Wenko sostenía sus braguitas entre sus manos y se acercó para oler el aroma de la intimidad de Anabel que reposaba en ellas.

Una Anabel totalmente desnuda yacía ahora en la cama…

Temerosa de mostrar su parte más íntima, se llevó por impulso la mano sobre el sexo. Notándolo el chef Wenko, lanzó lejos la ropa interior de la joven y se abalanzó sobre su presa indefensa. Clavó sus brazos a ambos lados de la nerviosa Anabel, quedando ella simbólicamente atrapada. La mirada de ambos se cruzó, con ella el chef Wenko parecía pedir la retirada de la mano mientras Anabel imploraba no hacerlo. Wenko dirigió una mano a su vientre y empezó a masajear cerca del ombligo, la sensación era de locura diabólica para Anabel… Al mismo tiempo le pasó sus  dedos por la fina nariz y le hizo cosquillas en su mejilla. Ensimismada Anabel por todos esos manejos del lujurioso chef, se vio a ella misma consentir cuando el brazo portentoso de él agarró los dedos que cubrían el sexo de Anabel y le hizo apartar su mano, revelando al hombre el secreto más protegido de su figura. Anabel sufrió  gran vergüenza mientras Wenko procedió a admirar la tierna rajita de Anabel, en consonancia con el resto de su ser. Con sus dedos, palpó la superficie del monte de Venus de la muchacha. Tenía una pequeña mata de vello púbico, que imaginó que la joven no rasuraba porque ni pensaba aún en mantener relaciones sexuales. Debajo de ella se encontró el preciado sexo cerradito de Anabel, signo de su virginidad aún no violada.

Introduciendo un dedo en aquella estrechita ranura de Anabel, notó la suavidad de los prietos labios vaginales. Ciertamente, tenía un sexo delicioso… Anabel, al sentir un tacto que no era el suyo en su sexo, se puso muy roja. Sus sentidos se acrecentaban… Un dedo del hombre se posó en su escondido clítoris, un pliegue de carne que lentamente iba creciendo, como si quisiera ser descubierto. Anabel sentía las caricias en su parte más placentera como algo propio de otro mundo… El chef Wenko bajó más la cara hacia el dulce sexo de la joven, y con sus manos separó los potentes muslos de la chica. Se deslizaron hacia los lados, dejando más expuesta la cavidad pélvica, lo cual avergonzó más a la muchacha al sentirse más observada. Con ambas manos, los dedos hábiles de aquel hombre separaron los pliegues de la entrepierna de Anabel. Con resistencia, propia de un coñito inexperto y nunca explorado por una mano masculina, los pliegues revelaron el interior rosado y lleno de belleza de la joven…

- Ay, Wenko, yo… me está dando mucho corte esto… - Anabel se había puesto una mano en la cara y observaba muerta de vergüenza entre sus finos dedos la operación que ocurría entre sus muslos. A la vez sentía un calor, impulsado por el pudor, que iba a más…

- Anabel, no solo eres preciosa por fuera, sino también por dentro… - decía melancólicamente el chef Wenko, mientras sus dedos recorrían las partes más celosamente guardadas de la anatomía de la muchacha. Se paseaban por aquellas paredes esponjosas de aspecto sano y vigoroso, hasta que tras abrir completamente su interior vislumbró la esperada membrana virginal de Anabel… - Oh, mi pequeña, esto es fabuloso… - dijo tocándola con la punta del dedo.

El sostenido placer de la jovencita quedó interrumpido por un gesto de dolor en su rostro, y un gemido lastimero llegó a los oídos del hombre. Anabel suplicaba que se detuviese, incluso llegó a apartar la mano del hombre del interior de su sexo. Wenko se dejó llevar por ella mientras en su mente ansiaba el momento de Wenko el himen de la jovencita para él… Parecía dolerle una barbaridad sólo tocarlo, la penetración de Anabel comenzaría seguramente con dolor y sangre… Su sacrificio debía entonces ser acompañado con el intenso placer que siempre le provocaba al chef sentir que un himen se desgarraba por la presión de su polla.

Rápidamente, sin dejar reaccionar a Anabel, acercó su cabeza a la rajita que se abría ante él y con un lametón, de arriba abajo, recorrió la casta abertura. Dejando su saliva en ese cascarón vestal, culminó revolviendo la lengua en círculos en torno al clítoris de la muchacha.

- Mmmmm – fue la respuesta de Anabel, quien había olvidado el dolor ya.

Y allí comenzó un ritual lento y elaborado a disposición del deleite de la muchacha, quien sintió a cada segundo cómo la temperatura de su entrepierna se elevaba sostenidamente y sin pausa. A cada movimiento de la lengua, ya fuese sobre la piel externa o colándose entre las paredes sagradas de su vagina, Anabel ronroneaba a placer. Sus tejidos vaginales comenzaban a sudar un extraño líquido que parecía lubricar el sexo con una nueva fragancia…

Incluso el chef Wenko, tan excitado, mientras  con sus manos amasaba las generosas nalgas y comía de la deliciosa almeja intacta de Anabel, se atrevió a hundir con ligereza sus colmillos en las carnes trémulas, juntando al placer emanado una sensación exponencial que llevó a Anabel casi al paroxismo.

Wenko, enloquecido por ver a la nena disfrutar del  sexo, al verla transformada y ya lejos de la ingenua timidez  que solía lucir, aumentó el ritmo de sus lengüetazos y mordisquitos dentro de los labios internos. El chef Wenko ya sentía el flujo vaginal de la joven humedecer el espacio y sabía que la gran descarga orgásmica estaba cerca. Con su lengua recogía la gotitas de líquido de la excitada joven… Anabel ya se sentía casi descontrolada, sudaba enormemente por el calor que provenía de su vulva y que ya afectaba seriamente a su cerebro. Era una sensación que ascendía, que se revolvía no sólo en su entrepierna, también en lo alto de sus pechos… Anabel con sus propias manos se masajeó los pechos y retorciéndolos entre sus manos se perdió en la explosión final.

La saliva se volvía a remover por obra del pervertido en torno al clítoris impaciente y latiente de libido mientras un dedo reconocía las paredes vírgenes y casi rozaba el himen… El calor de Anabel ofuscaba sus pensamientos, se sorprendió pensando que ojalá el dedo hubiese desgarrado su virginidad y se sacudió ese pensamiento de la cabeza con fiereza. Pero no podía ya hacer nada, era imparable… Apretó sus senos con fuerza, tocando sus pezones especialmente firmes, mientras sintió como el máximo grado de calor la invadía, como se fundía entera…

- MMmmMMM! ¡Ya, yaaaaaaa! ¡Ayyyyyyyyyyy! – se deshizo entre gemidos, mientras su cuerpo lo hacía en líquidos…

De las paredes internas vaginales empezaron a emanar repentinamente chorritos de flujos que empaparon el sexo de Anabel… El chef Wenko vio cómo esos líquidos de olor intenso y color brillante se deslizaban en cascada y manchaban los labios mayores y se deslizaban hacia el ano. También recorrían radialmente las ingles y parte de los muslos del deseo… era tal la humedad de Anabel que pensó que la cascada nunca acabaría de brotar. Y de mientras Anabel gemía sin parar disfrutando de su orgasmo… Se tomó la libertad de lamer un poco del néctar que sólo esa chica fabricaba, excesivamente caliente, fruto de salir recién horneado de aquella virgen… El hombre se mostraba más que satisfecho del resultado conseguido en el cuerpo de la inesperadamente fogosa joven.

La excitada jovencita tal vez muy influida por las esencias mágicas del chef,  seguía respirando con profundidad, exhalando aun lentamente el placer de su orgasmo, mientras los jugos vaginales de su tierno sexo salían del cuerpo, manchando los candentes muslos de la muchacha…

Viendo que la dulce Anabel ya se encontraba preparada, Wenko no dudó en emprender la iniciación total de la chica. Wenko reconoció el valor de su noble tarea. Él, como cocinero y gourmet, tenía la misión en aquél momento de guisar el bello cuerpo de Anabel y devorar las tiernas carnes de la ternera más deliciosa que había caído en sus manos en los últimos meses. Sin dilación, su duro miembro apuntó contra la vagina de la joven. Anabel, con sus ojos bien abiertos, observó como el sexo masculino se acercaba a su intacta cavidad y al segundo siguiente sintió su tacto, el tacto del glande rozar a sus sensibles labios externos. Anabel no sabía si reaccionar con decisión o con temor a aquel encuentro de órganos prohibidos… El chef Wenko agarró con una mano su pene para guiarlo dentro de la jovencita, suavemente lo empujaba para adentrarse entre esos labios vaginales. Anabel por vez primera sintió un escozor en su sexo y, temerosa, se reclinó hacia atrás en el lecho, alejando su vagina de su invasor.

- Ay, Wenko, yo no sé si esto irá bien, me gusta pero me duele al mismo tiempo… - se excusaba Anabel, intentando cerrar sus piernas para proteger su estado virgen. El chef  comenzaba a impacientarse, debía desvirgar cuanto antes a Anabel para evitar su reticencia. Se echó encima de ella, palpando uno de sus pechos con suavidad mientras acercaba sus labios a su boca y la besó de forma muy apasionada. Acabó mordiendo ligeramente el labio inferior de Anabel, lo cual emocionó tanto a las células nerviosas de la muchacha que cerró los ojos para disfrutar más de esa sensación, al tiempo que su pezón era presionado y retorcido… Mientras, el sabio chef Wenko tomó a Anabel por la parte inferior de sus impresionantes muslos, y frotándolos obscenamente los hizo suyos. A su voluntad agarró los muslos de la deliciosa Anabel y los separó cuidadosamente pero sin dejar opción a resistirse por parte de ella, con lo que su sexo quedó de nuevo expuesto. Dejó caer el peso de sus  piernas para inmovilizar las de Anabel, para que la muchacha no pudiese de nuevo cerrarlos…

El vicioso pene del hombre quedó de nuevo enfilando la vagina cerrada de la chavala. Hábilmente, el chef Wenko dejó caer el miembro sobre el clítoris de la joven y lo empujó en movimientos muy pausados, que hicieron que Anabel experimentase de nuevo las locas sensaciones que sintió antes al ser estimulada. Casi inconscientemente, la pelvis de Anabel se levantaba como queriendo besar al miembro viril que le daba placer. Wenko notó que era el momento de penetrar a la joven. Siendo ya consciente de la estrechez del conducto virginal de la muchacha con la que se había encamado, procedió a separar con sus  dedos la entrada de la entrepierna femenina. Los carnosos labios se abrieron al máximo por culpa de la fuerza ajena ejercida y la tierna intimidad rosadita de Anabel quedó expuesta. Al fondo la telita del himen se acomodaba entre tejidos vaginales aún vírgenes y de aspecto delicioso. El glande nervioso y duro del hombre se introdujo entre la conchita abierta y empezó a presionar las paredes vírgenes mientras se hacía sitio dentro de Anabel… La perturbada jovencita notaba como su sexo era invadido por primera vez y por un órgano sexual demasiado grande. A medida que los centímetros avanzaban dentro de ella, la vagina, cerrada por costumbre, se contraía no sin dolor…

- Ay, Wenko, esto me está haciendo daño… - exclamó Anabel…

El miembro tenía dificultades para ensanchar el sexo de la muchacha a su paso, pero el hombre no tembló ni pausó su avance. La humedad de la chica ayudaba ligeramente a la invasión. La gruesa verga arrasaba la virginidad de Anabel y se acomodaba en su cálida vagina, hasta que topó con la ya conocida resistencia de la inexperta muchacha. La jovencita, al sentir que el pene que la abría por dentro llegó a la zona más sensible, no pudo evitar un gemido de sufrimiento:

- ¡Ayyyyy!  ¡Eso es doloroso!

- Sshhh, tranquila, calla, mi dulce Anabel… - la intentó calmar el excitadísimo chef   Wenko.

Nerviosa, con los tejidos de la vagina separados al máximo dado el grosor de la verga y el himen siendo presionado, Anabel miraba a Wenko con gran sufrimiento:

- No, no le entiendo… Wenko… Por favor, me está haciendo daño… Pare – decía mientras se retorcía. Pero el hombre tenía bien agarrado el cuerpo de la joven y no permitía que su miembro dejase de tocar su himen.

-Me está doliendo, como si me fuesen a cortar… - dijo Anabel con una expresión poco agradable en su cara sudorosa y con expresión de pánico.

El roce del miembro contra la telita de Anabel era cada vez más pronunciado. El hombre no podía aguantar las ganas que tenía de desvirgar a la muchacha, más aún tras echar una nueva ojeada a su anatomía desnuda: unos pechos en forma de peras puntiagudas, unos muslos bien mórbidos a juego con unas nalgas respingonas y un sexo cerradito e intacto; un cuerpo de diosa adolescente coronado con una carita angelical que parecía esculpida. Y no pudo más, empujó con todas sus fuerzas su pene contra la membrana virginal de Anabel.

Agarrándola de las nalgas, penetró con un embiste furioso el himen de su nueva amante. Los ojos azules de Anabel se abrieron al máximo al sentir el brutal empuje contra su profundidad virgen. El intensísimo dolor que la invadió en el vientre tuvo un eco por todo el cuerpo de Anabel, la resistencia del himen  contra el miembro había sido una batalla perdida de antemano. La joven sentía cómo en su entrepierna la delgada membrana era resquebrajada, como sus tejidos virginales estaban rotos para siempre… Sí, el pene del chef Wenko por fin venció la resistencia del himen y empujó hasta el fondo del conducto vaginal.

El himen de Anabel había sido desgarrado.

-¡¡¡NOOOOOO!!! ¡¡AAAAAAAAAYYYYYY!! – se quejó Anabel en un grito estruendoso.

El miembro del hombre ya intentaba introducir sus últimos centímetros en la desvirgada vaina de la muchacha. Los restos del himen de Anabel dieron paso a un sangrado lento que fue cubriendo la vagina y el miembro que la disfrutaba por primera vez.

- ¡AAAAAAHHH! – gritaba Anabel, con sus azules ojos llorosos y rota por el dolor - Me duele… ¡¡¡Me duele tantoooo!!!

Mientras la polla se había introducido totalmente, las pelvis masculina y femenina quedaban pegadas y el sexo del chef Wenko chocaba contra el final de la desflorada vagina, haciendo más daño a la joven al presionar las puertas del útero. Su espalda se arqueó y de sus ojos cerrados con violencia salieron lágrimas. Anabel era consciente de que en ese momento su sexo había quedado destrozado y sentía como la sangre caliente le brotaba.

- Tranquila, nena, tranquila, preciosa… - decía un excitadísimo Wenko, ya consumado desvirgador de la muchacha  más bella  de la tripulación  – Tu cuerpo ya tiene la suerte de conocer mi  polla… Y vamos a hacer que quede satisfecha. Mmmm, nena, qué placer el desflorarte, que sexo más apretadito y cálido tienes…

Anabel entre sollozos se revolvió en el lecho de consumación de su corrupción a manos del señor de los fogones del barco. Entre sus piernas, el grueso mástil que la había estrenado le hacía daño, enervando al mismo tiempo sus sentidos. El himen, aquella membrana que no imaginó perder aquel mismo día, se había ido, con  no poco sufrimiento, a manos del chef Wenko, ni más ni menos. Y la firma de aquél acto era patente. A medida que el boss cocinero extrajo su pene del sexo de Anabel, arrastró una fina capa de sangre virgen que salpicó la sábana del lecho coital.

Una mancha que quedaría para siempre en la sábana donde desvirgó a su nueva pinche adolescente, una sábana que el hombre conservaría en su no tan secreta colección,  para recordar que él fue quien devoró la virginidad de la joven… Al ver Anabel como el hombre se separó de su cuerpo jadeando cada vez más excitado, de su pubis vio aparecer el miembro que la había desflorado con algo de sangre en él y la joven emitió un gemido dolorido.

Sin dejar que se quejase más, Wenko acercó su boca a la  de Anabel y la besó con energía. Para su sorpresa, ella le aceptó casi sin rechistar… Y en el baile de labios y lenguas, Wenko amasó los senos de la muchacha, y sintió la tersa piel de Anabel excitándole siempre más hacia el infinito. Los pezones no habían perdido la dureza que también conservaba su miembro que avanzó de nuevo penetrando definitivamente entre los carnosos labios vaginales y adentrándose en el vientre de la adolescente…

La chica sintió que el sexo del hombre ocupaba de nuevo su vagina, y se resintió un poco. El hombre puso ambas manos en las caderas sinuosas de Anabel, como si la fuese a cabalgar. Con gran rapidez, la posición cómoda hizo que su miembro abandonase el sexo de la joven para volverlo a penetrar fulminantemente de nuevo, jugando con el sexo de la joven desvirgada con mucha habilidad…

- Ay, por favor, ¡por favor! –gemía Anabel, suplicando que se detuviese.

- Nena, goza y diviértete, irás acostumbrándote… Ya verás – dijo el chef Wenko sin dejar de moverse dentro y fuera de la joven con duros movimientos de cópula de vicioso follador. A cada embiste, con una fuerza que imprimía potencia en las caderas de ella, el cuerpo de Anabel era empujado casi contra el cabecero de la cama para bajar de nuevo, a gusto del cocinero. La repetición de movimientos dejaba a Anabel casi sin aliento, no podía hacer nada contra aquella fuerza bruta que la asfixiaba contra la cama. Pero, de repente, Anabel comenzó a sentir un calor que nunca antes había experimentado… De su entrepierna taladrada rítmicamente empezaban a surgir ciertas sensaciones que la invadían, sensaciones que acompañaban a cada empujón y no eran ya tan dolorosas, sino que incluso empezaban a ser placenteras. Las paredes vaginales de Anabel ya no se resentían tanto, pese a ser estrechas y prietas se iban poco a poco ensanchando con el constante vaivén de metisaca del pene de Wenko, es como si ya se deslizase sin oposición aquel miembro masculino que estaba cambiando las sensaciones del cuerpo de Anabel.

A cada empujón del corpulento chef, el cuerpo de Anabel recibía la fricción del miembro y el choque en el útero con sensaciones cada vez más lejos del dolor. El ritmo que imprimían a su pelvis empezaba a ser comprendido por el cuerpo de la aprendiza también en esto, y se sorprendió anticipándose a las embestidas de aquel miembro, intentando que la vagina profundizase más, ayudando a la penetración a alcanzar la plenitud dentro de ella.

Wenko notó que su recién estrenada nueva putita ya comenzaba a disfrutar y a compartir el juego. Anabel, llevada por el impulso natural de su instinto, cerró sus bellas piernas en torno a la espalda de su amante, confirmando así que no quería escaparse de aquellos placeres que estaba experimentado por primera vez con el cuerpo de un hombre penetrándola de forma brutal. Los preciosos muslos de la nena chocaban contra la piel velluda y tosca de aquel hombre rijoso y lascivo que con sus potentes brazos estrujaba las caderas de la muchacha, en los intentos de meterle el miembro más y más adentro en cada embestida. Anabel tenía las piernas bien abiertas para facilitar la penetración y recibía con gemidos cada uno de los asaltos violentos  de su  brutal follador.

La zona pélvica de la joven se contraía y se estiraba de una forma perfectamente elástica y la vagina ya se había acostumbrado por completo a la huella que dejaba en ella el habilidoso miembro tras cada desesperado zarandeo a que la sometía chef. Y mientras todo eso ocurría, mientras la dureza de la forma de follar del chef Wenko iba causando estragos en su mente y en su cuerpo, Anabel comenzó a experimentar un placer delicioso, semejante al que había sentido a veces al tocarse por las noches pero elevado al infinito.

- ¡Ah! ¡Ahhhh! – gemía y chillaba la muchacha sin poder ni querer evitarlo. Quizás fuera por el olor a sudor y sexo  de Wenko, por lo corpulento de su cuerpo, por sus movimientos…

El hombre escuchó con delicia los chillidos de la joven sometida a él y contempló su cara de placer, que ya comenzaba a asemejarse a la de las chicas adultas sexualmente activas y expertas que él solía follarse, la mayoría muchachas libres de la tripulación del barco, como ahora lo era Anabel.

- Mmmm… nena, me encanta oírte y verte con esa cara – decía Wenko mientras Anabel se mordía el labio inferior y se agarraba a las sábanas fuertemente con sus puños.

El sexo seguía bien duro para la sorprendida y deslumbrada muchacha, que no tardó en excitarse infinitamente más de lo que nunca imaginó. Sentía la sangre correr a raudales por sus venas, su sudor mezclarse con el intenso olor corporal de él, la boca del hombre de nuevo sorbiendo y mordiendo sus pezones… Y la sensación tan exquisita que estaba a punto de desbordarse por su entrepierna, ya casi ciega de dolor y de placer y penetrada con ansia por el perverso brujo de guisos y asados. En la cálida vagina de la muchacha, la sangre virgen se mezclaba con el líquido pre seminal del pene del chef Wenko, y una nueva humedad femenina estaba brotando a la realidad…

Anabel tembló entera, de pies a cabeza, al ser invadida por la inminencia de su orgasmo.

- ¡¡Siiiiiiiii!! –Echó la cabeza hacia detrás como loca - ¡AAAAAAHH! ¡Ohhhh, síiiii!!!

El interior de su vagina segregó un jugo lubricante en grandes cantidades mientras Anabel no paraba de gemir de placer. El chef Wenko recibió con inmensa excitación la corrida de Anabel, fruto del gran trabajo sexual que estaba cocinando en ella. Sintió como se escabullía entre su sexo y el de ella y llegaba a cubrir las pelvis de ambos con un fluido caliente, tanto como la temperatura de ambos.

Aún durante unos cuantos segundos Anabel permaneció jadeando, cerca de la inconsciencia, mientras el miembro del chef  devoraba su intimidad, deseo de expulsar también otro preciado líquido en esa mezcla ardiente…

Ya Wenko sentía que no podía seguir taladrando eternamente a la hasta hace poco virgen Anabel… Comenzaba a sentir cada vez más ese intenso calor que indicaba que llegaba al máximo.

- ¡Aaaahhhhhhhh! ¡Nenaaaaa! Yo ya noooooo…

Anabel, que sentía como las violentas sacudidas a su vagina eran cada vez mayores, con movimientos más rápidos que la clavaban contra la cama, no tuvo reflejos ni fuerza para impedir el sacrificio final de su sexo…

En la cabeza del chef Wenko, el pensamiento de que tal vez debería dejar embarazada a Anabel como prueba pública en el entorno de la permanencia de su potencia viril pasó con fuerza. Su mejor amante de los últimos meses, la chica más deliciosa que había este verano en sus cocinas, la pinche más inocente… Y le había enloquecido la imagen contradictoria angelical pero ya pervertida  de Anabel en esos momentos, esa chica de piel y pelo claros desnuda siendo follada por primera vez mostrando  una tremenda sonrisa al sentirse estimulada; y, más aún, sentir en sus venas el deseo orgásmico inmediato, el chef no pudo contener más a su fiel servidora, su legendaria polla.

Tras unas nuevas durísimas estocadas que dejaron casi rota la pelvis de Anabel, mientras el enorme pene casi violaba el útero profundo de la muchacha, el chef Wenko anunció su final:

- ¡Nenaaaa! ¡AAAAHHH! ¡Toma mi leche putaaaaa! ¡¡AAAHHHH!!

La gruesa polla del depravado follador de doncellas, clavada hasta lo más profundo de la intimidad de la joven Anabel, alcanzó su mayor grado de temperatura antes de retorcerse y convulsionarse mientras la carga se almacenaba en su glande. Y de la polla del lascivo y rijoso crápula salieron disparados varios chorros densos de semen, que con una rapidez que sólo mueve el deseo, impactaron contra las paredes vaginales ardientes de Anabel y se colaron por la cavidad que lleva al útero.

- ¡¡Aaaahhh!! ¡NOOOOO! ¡Dentro de mí nooooo! – protestó Anabel al sentirse llena del esperma del hombre, en contra de su formación, porque recordó como un relámpago de su cerebro las charlas de educación sexual que recibía en el colegio de monjas al que había ido, donde se hablaba de evitar embarazos a su edad…

El útero de Anabel se vio inundado por la mezcla de semen que entraba sin parar dentro de ella. El líquido saturó la anatomía de la muchacha, una densa masa que fluía sin cesar por su cuerpo y a cada centímetro humedecía el terreno fértil de Anabel, acompañada de un sofocante calor que la ahogaba en su propio sudor y respiración jadeante. Mientras, la polla en éxtasis seguía soltando líquido, vaciándose entera en las profundidades de la muchacha, sin dejar de oírse los alaridos terribles gritos inhumanos del hombre, producto del orgasmo demoníaco que disfrutaba el enloquecido follador …

Finalmente, la eyaculación acabó, y el jadeante Wenko dejó caer su extenuado cuerpo encima de la agotada figura de su ya nueva amante. La desvirgada jovencita de piel era víctima de una mezcla de sensaciones: la polla seguía dentro de su sexo, aunque empezaba a perder vigor; el corpulento jefe de cocinas del barco aplastaba su cuerpo pero a la vez ella se sentía muy cómoda con su contacto, mientras de su maltrecha vagina salía un reguero de sangre mezclada con semen que era los restos de una cascada de placer sin límites del cocinero y su aprendiza que jamás se había sentido tan satisfecha y excitada en su hasta entonces previsible vida…

- Aaaaaahhh – suspiró Anabel, intentando respirar y volver a la vida.

El hombre la oyó y volvió a besarla, las bocas de los dos cuerpos exhaustos, jadeantes y sudorosos se enlazaron en un mórbido beso que perduró casi una eternidad.

El cuerpo del hombre se irguió sobre la joven desflorada, y el pene, impregnado de fluidos sexuales, salió de la vagina de Anabel. Ella notó como en su entrepierna había una danza húmeda que se deslizaba suavemente por el exterior de su sexo, en una especie de cascada densa de lava hacia los muslos. El semen que el hombre había soltado dentro del sexo de la muchacha llegó finalmente a caer sobre la sábana, justo al lado de las manchas frescas de sangre que indicaban que Anabel había sido una chica virgen hasta hacía bien pocos minutos…

- Mmmm… Anabel, nena… Eres puro placer…  Una diosa, muñeca…

Anabel escuchó esas palabras y de repente recordó todas sus reacciones encadenadas durante el encuentro, y también los días anteriores cuando se sentía acosada por las miradas lujuriosas del chef hacia su cuerpo y sus pellizcos y tocamientos indisimulados… El follador jefe de cocinas había atacado a Anabel y la había gozado y poseído, pero a ella no le importaba lo más mínimo en ese momento. Su joven cuerpo se sentía genial, había conocido por primera vez el cielo en la Tierra. Es como si un cambio brusco hubiese cambiado su mente para siempre, le gustaba sentirse sucia de cuerpo y alma…

Mientras Anabel aún jadeaba mirando hacia el techo, Wenko agarró su miembro, del que se sentía orgulloso por haber roto el himen de la preciosa Anabel, y lo notó pringoso de esperma. Acercó el pene aún algo duro a la cara de Anabel, mientras con otra mano apretaba un pecho de la joven, deleitándose al hacerlo.

- Anabel, amor, nena, abre la boca. Límpiame la polla, y siente el sabor que ahora discurre por dentro y fuera de ti…

A Anabel ya nada le parecía extraño.

Seguía tumbada, así que levantó su cabeza. Sin dejar de mirar a su hombre con sus ojos azules de mirada ahora turbia y perturbada, la muchacha abrió la boca para acoger el sexo que se le ofrecía. Sus labios se abrieron al máximo y el glande entró dentro de su cavidad, la lengua saltó curiosa a lamer al invasor de su vientre…

El sabor acre de olor a esperma, sangre y restos de orina que recubría al miembro humedecido tras la penetración, llenó la boca de Anabel en pocos momentos. El chef Wenko retiró el pene para ver su reacción.

Anabel tuvo unas arcadas al deglutir el intenso sabor a semen y rastros de sangre y orina que ahora estaban en su boca con su saliva, y tragó la mezcla. Mirando a Wenko, le dijo:

- Es extraño… es raro beber su… leche… bueno, aunque… – confesó una Anabel con la cara enrojecida, en parte por la vergüenza, pero también por la excitación.

- ¿Es de tu gusto? – pregunta él, mientras su miembro recobraba una poderosa erección…

- Sí, bueno… Es algo dulce, no sé… Me gusta beberlo, pero estoy a punto de vomitar, no sé…

Sin dejarle continuar,  Wenko agarró a la joven Anabel por las sienes y atrajo su cabeza a su lanza.

Anabel abrió obediente la boca para acoger la polla del cocinero… Lo notó duro como una roca, la misma sensación que sintió al tenerlo entrando en  su carne íntima cuando le había rasgado el sexo. Los labios se cerraron sobre la polla del hombre, y la joven sintió como si aquella verga fuese excesivamente grande para su boca, si Wenko seguía introduciéndola llegaría un momento en el que no entraría más… Por ello, cuando topó el inicio de la garganta, Anabel tuvo finalmente una arcada con vómito,  que el hombre vio con disgusto.

- Tranquila, Anabel, nena, estás aquí para aprender, cariño… Poco a poco, chúpala con tus labios y tu lengua, y deléitate también con mis testículos, preciosa…

Anabel comenzó el proceso por ella misma. Descubría con sus sentidos los misterios de aquél órgano largo y de grosor considerable, surcado de venas y que resistía con gran dureza. Con sus dedos de yemas suaves recorrió toda su extensión y lo abrazó con el puño, agitándolo incluso. Notaba cómo el órgano palpitaba, tenía vida, y su dueño gozaba con cada sacudida. Bajó la otra mano hacia la zona de la base, llena de pelos rizados donde encontró dos testículos grandes, que con sus dedos podía palpar, y se atrevió a agarrarlos. Su tacto era esponjoso… Anabel escuchó a Wenko decir que se cargaban de semen para liberarlos por el miembro cuando la excitación fuese suficiente.

Anabel se metió de nuevo el sexo del hombre en la boca y lo recorrió con su lengua, de arriba abajo. El calor que desprendía aquella polla iba cada vez a más. Notó una sensación extraña al acaparar tanta extensión del pene  en su boca, y cuando casi llegaron hasta los pelos de la base sintió de nuevo que no le entraba toda, de manera que se dedicó a recorrerla de forma exploratoria, entrando y saliendo de su boca al tiempo que ella tocaba con la lengua la piel de la herramienta que la desfloró. No dejaba de revolver los testículos durante la operación.

El chef, que se había dado cuenta de la pericia de Anabel pese a ser el primer pene con el que jugaba, estaba maravillado. Su excitación se volvía tan vigorosa como había sido hasta hacía unos minutos… Tener a aquella en principio inexperta aprendiza comiendo tan ricamente su sexo le hacía enloquecer, nadie hubiera dicho que era la misma pinche pudorosa y estúpidamente tímida que había conocido y que había despertado sus más tenebrosos instintos de poseerla y desflorarla. Su victoria era total, una vez más gozaba del placer de disfrutar de la corrupción pervertida que había introducido en la virginidad perdida de la muchacha…

Anabel ya había encontrado cómo ella disfrutaba más agasajando el miembro: mientras retorcía los testículos con una mano con la otra se servía de apoyo para hacer que el miembro entrase y saliese de su boca hasta la mitad, de una forma rítmica. Su lengua servía para recorrerlo en círculos a la vez que la saliva se agolpaba y se vertía por encima de aquella barra de carne. A cada segundo que pasaba estaba más caliente el miembro – y también la propia Anabel -, y su propietario comenzaba a producir unos gemidos cada vez más audibles y penetrantes.

Incluso la polla se empezaba a convulsionar como loca. Su propietario no tardó en dar un gemido y una indicación:

- ¡¡Yaaaaa me vengo, nenaaaaa!! ¡Trágateloooo todooooo!

De nuevo, el miembro del hombre explotó por culpa de Anabel. Esta vez fue tan rápido que la sorpresa de la chica fue mayúscula, la explosión de esperma se produjo en la boca  de Anabel de forma casi inmediata. Al momento estaba llena de semen denso que salía sin detenerse del orificio de la polla que aún seguía entre sus labios. El esperma mojó sus dientes, su lengua, con un sabor intenso y una temperatura por encima de la esperada.

Cuando el semen se resbaló por la garganta, Anabel casi tosió desesperada atragantándose con la leche del hombre, pero el chef   levantó su barbilla para impedirlo. Una vez hubo acabado de verter el esperma en la boca de su joven putita, Wenko sacó el miembro y admiró la expresión de Anabel. Su cara era de sorpresa y de desconcierto, de su boca entreabierta se escapaba el semen del chef y su lengua nadaba entre el mar blanco que desbordaba por la comisura  de sus labios. Todo su cuerpo era una mezcla de sudor y esperma, mil olores a sexo recorrían su piel…

Anabel, sin dejar de mirar a la cara del desnudo chef Wenko, tragó el líquido… Lentamente, se fue deslizando por su garganta, entrando los jugos del hombre en su tracto digestivo. Cuando se lo tragó aún quedaban restos espesos en su boca, y el olor se sentía dentro de ella…

El chef  cayó por cansancio, pero también por locura de placer y alegría, sobre la cama, al lado de Anabel. ¿Era posible que una chavala tan prudente y tímida hasta esa noche albergara ahora tal nivel de lujuria? Anabel había aprendido muy rápidamente  a disfrutar y a amar cada parte del sexo que el hombre le ofrecía.

El cocinero rodeó con su brazo peludo el torso de Anabel y lo atrajo hacia sí, en un abrazo satánico. Anabel respondió positivamente al gesto, introduciéndose por debajo hasta quedar tocando con su cuerpo desnudo el torso del chef. Junto a él se sentía tan bien… No era solo su cuerpo, sino también su mente la que se relajaba, ambas estaban en perfecta comunión y sintonía… Se estaba durmiendo…  Estaba cansada, muy cansada… y la humedad pegajosa en su cara, su vientre, sus muslos, todo su cuerpo…

El olor a sexo asfixiaba la cámara, y las respiraciones aún alteradas del chef y la muchacha no acababan de apagarse mientras se fundían de nuevo en un cálido beso. La saliva de ambos se intercambiaba de boca gracias al movimiento de sus lenguas…

Y una vez más, Wenko, el insaciable chef Wenko, el gourmet de almas Wenko,  recorrió el cuerpo de la aprendiza con sus dedos, sin dejar de sorber la boca tierna y ya corrompida de Anabel. Los pechos en forma de pera de la pinche descansaban cómodamente en el pecho del chef, y los muslos abarcaban y apretaban la cadera de él. Wenko, ya buen conocedor y poseedor de Anabel en cuerpo y alma, escurrió su mano por la entrepierna de la chavala, buscando el acceso al tesoro ya robado de la muchacha. Con la otra mano agarró fuertemente una nalga perfecta de Anabel, apretándola, pellizcándola y sintiendo todo su volumen y su grosor.

Anabel, que ya ronroneaba como la gatita en celo, la putita en que él la había transformado, como musitando lo que quería que hiciese Wenko, acogió con gran aceptación que sus dedos se adentrasen en su todavía excitado sexo. El movimiento del hombre, de hurgar en el sexo de la chavala mientras apretaba su clítoris hasta hacerla chillar, arqueó la espalda de Anabel y llevó a que separase los  muslos, preparándose para otra oleada de placer…

En la pared del fondo del camarote, un perturbador cuadro con diabólicas escenas de corrupción y lujuria, reproducción de la pared infernal del tríptico de El Bosco que se conserva en El Prado,  observaba complacido como el satánico cocinero penetraba y follaba de nuevo con extrema pasión a su deliciosa pinche, inerte frente al chef crápula y depravado que conseguía de nuevo la excitación del cuerpo ya pervertido de la joven, mientras la sangre de su desfloración mezclada con su semen y los flujos de ella,  seguía líquida en las sábanas de la cama del sacrificio de la guarida del jefe de cocinas del crucero, la  actual madriguera del peligroso escorpión de las arenas senegalesas.

 

 

 

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En un lugar del Mediterráneo, en la mar, agosto de 2016

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