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Alba de sexo adolescente en los Pirineos

en Hetero: Primera vez

Mi agradecimiento a Dani un buen muchacho, vecino, gran amigo, simpático y guapo, nacido en Madrid hace veinte y tantos años, profesor de Educación Física de un Centro de Secundaria de Barcelona, que me ha relatado de manera fiel los hechos muy recientes que han servido de base a este relato. Yo me lo he pasado muy bien escuchándole y escribiendo su historia, a veces de forma casi literal, espero que a vosotros os guste también.

Gracias, Dani! Y… "Salut i força al canut!" (Salud y fuerza al… "canuto")

Ya sabes porqué te lo digo…

 

ALBA DE SEXO ADOLESCENTE EN LOS PIRINEOS

1.

ESTACIÓN INVERNAL DE BAQUEIRA-BERET, VAL D’ARAN, PIRINEOS CATALANES.

FINALES DE ENERO DE 2005

2.

Me había pasado el día con el grupo, en las pistas de principiantes. Sólo me permití un placer casi clandestino, subir una vez con los telesillas más allá del Pla de Beret y bajar deslizándome en la nieve por una de las pistas negras, hasta que los monitores de la estación me hicieron volver a una de las pistas autorizadas.

3.

Esther, a sus catorce años, estaba en el maravilloso punto de equilibrio en el que la inocencia infantil se confunde con la malicia juvenil.

Su aspecto se había hecho, día a día, de adolescente, con sus tejanos apretados, su cintura y ombligo al aire, su figura estilizada con algunas redondeces, rotundas en el culo y suaves en otras zonas que la hacían más apetecible, sus pechos, pequeños todavía pero rectos, erguidos, en punta, y su cara, en la que los rasgos de niña marcaban el erotismo involuntario de las adolescentes incipientes, las lolitas en flor, la mirada pícara, los labios carnosos, la piel blanca, el pelo oscuro, a veces suelto, a veces recogido en una cola con una goma.

De carácter y psicológicamente, había ido descubriendo que aquella jovencita y yo nos parecíamos mucho, hasta el punto de que muchas veces nos lo decíamos todo con una mirada, entendiéndonos de forma casi telepática. Después de todo, no hay mucha diferencia de edad entre los dos.

4.

Cuando, poco a poco, se fueron apagando los últimos ruidos y conversaciones, y el cansancio exigía que todo el grupo descansase después de la larga jornada de esquí, yo me dirigí a dormir a mi habitación de la planta superior del hotel La Cuca Verde, donde estaban todos los chavales y chavalas, mientras Valeria y Maria Nieves, las otras profes del grupo, se quedaban en una más lujosa en la planta inferior.

Era la una de la madrugada, y ahora nevaba intensamente en las montañas del Pirineo. A última hora de la tarde, cuando ya estábamos en el hotel, un viento del norte medio huracanado nos anunció que había llegado la anunciada y temida invasión de aire helado siberiano. Alguien nos reveló, para animarnos, que en el exterior del hotel la temperatura había pasado en pocas horas de dos a doce grados bajo cero. Oh, que placer, la calefacción del hotel funcionaba perfectamente, que calorcito más agradable…

5.

Me acababa de poner los pantalones del pijama, quedándome en camiseta la parte superior, cuando oí el leve rechinar que hacía la puerta de la habitación al abrirse sigilosamente, como intentando evitar los crujidos que pudiesen hacer ruido.

Así, al girarme, vi como Esther entraba en el cuarto. Llevaba un pijama que le quedaba muy estrecho, tanto en la parte superior como en la inferior, pegándosele al cuerpo como una segunda piel. En la mano llevaba un pote o tubo de medicamento, y entonces recordé lo que me había dicho de la pomada, cuando salimos de Barcelona, tema que se me había ido completamente de la cabeza. Esther tenía unos dolores de espalda ocasionados por una pequeña desviación de unas vértebras, y había que hacerle un masaje cada noche con una pomada analgésica. Su madre nos había dado una nota con las instrucciones para hacerlo a los monitores que íbamos con el grupo.

Esther cerró la puerta de la habitación con el mismo cuidado con que la había abierto.

6.

- Me tienes que poner la pomada, ¿lo recuerdas? Es en la espalda, y yo no llego...- me dijo Esther.

- Bien, se lo podías haber dicho a la Valeria, a lo mejor ella y la Maria Nieves aún están despiertas - le contesté, recordándole a su tutora.

Esther me miró fijamente con aquella sonrisa pícara que había utilizado aquella mañana en la pista de principiantes, cuando hablábamos ella, Clara, Loli. y yo. Y dijo:

- Sí que lo están, las he oído hablar cuando he pasado delante de su habitación para llegar a la escalera, pero prefiero que me la pongas tú, Valeria y Maria Nieves son unas antipáticas y tú eres más guay....

Me la quedé mirando sorprendido, y me encogí de hombros. Si la echaba de mi cuarto igual se enfadaba y yo pasaba a engrosar también la lista de los antipáticos. Quedaba bien claro que yo no había hecho absolutamente nada para poner las manos encima de aquella piel tan deseada, sino que ella insistía en que yo le pusiese la pomada. La picardía de su mirada me insinuaba que había algo más detrás de todo aquello, pero me negué a dejarme invadir por las fantasías que podían chocar con la realidad.

- Vale, entonces ven a que te la ponga - le dije finalmente, mientras ella seguía sonriendo.

 

7.

Entonces empezó a suceder lo sorprendente e inesperado.

De pronto, Esther se sacó la camiseta del pijama, y quedó con el cuerpo desnudo al aire hasta el inicio del pantalón, en la parte inferior de la línea del ombligo.

Yo me quedé estupefacto, y mis ojos se clavaron en el cuerpo de la niña, con las dos tetitas ya crecidas en forma erecta, como dos puntas o pinchos en forma de montañitas en plena pujanza y progresión, con la figura hecha de suaves redondeces que se prolongaban más allá del vientre, en los contornos de las caderas y la pelvis y los muslos cubiertos por el pijama.

8.

Esther sonrió al ver como me la comía con los ojos desorbitados y me dijo:

-¡Ey, tío, va, no te pases y no me mires tanto!

- Pero, Esther, ¡tápate, nena, no ves que esto es una provocación! - le contesté yo, intentando dar a mis palabras un tono irónico.

- Pues si no me saco la camiseta, no se cómo me pondrás la crema en la espalda, ¿sabes, nene?

Capté en sus palabras el tono de provocación que era evidente en su mirada, su sonrisa al ver mi perturbación y la manera en que me llamó "nene"... Supongo que ese fue el momento en que pasé todas las barreras mentales y envié al carajo cualquier prejuicio y prevención largamente adquiridos a lo largo de meses de reprimir los pensamientos y las miradas cuando estaba con aquellas jovencitas. Mis ojos se encendieron, y me sorprendí de mis propias palabras, me escuché estupefacto diciéndole:

- Vale, tía! Pero me parece que después de darte el masaje con la crema en la espalda, necesitarás también un masaje por la parte de delante, para que el "tratamiento" sea completo. - Y enfaticé especialmente la palabra "tratamiento"

Esther dijo que no, sin dejar de sonreír de aquella manera pícara típica en ella, pero negando con la boca y con la cara. Yo hice entonces que sí con la cara, sonriendo, mientras ella continuaba haciendo el gesto de negación, como si fuese un juego, y la cogí de la mano. Ella me dejó llevarla hacia mi cama, sin dejar de mirarme, sonreír y decir que no con un movimiento de la cara, pero sin la más mínima resistencia física, sino con aspecto de estar pasándoselo muy divertido.

9.

-Aquí estarás más cómoda que de pie, va, prepárate, nena…t

Ella pasó hacia la cama, y, junto a mi cara, sintiendo yo la cercanía de su piel, me dijo:

- Pero, por delante no, ¿oyes?, ¡no, eh!

Yo sonreí y la ayudé a acomodarse boca abajo en la litera, notando por primera vez su carne bajo la presión de mis dedos. Me levanté, observé el espectáculo de la niña acostada boca abajo desnuda de cintura arriba, aseguré el cierre de la puerta y comprobé que la persiana cerraba la ventana.

Dejé la luz abierta y me dirigí hacia la chica con el tubo de pomada en la mano.

10.

Ella se acabó de situar en la litera, mientras yo me sentaba en el borde de la misma. El espectáculo del cuerpo de la chica, desnudo hasta las nalgas, me continuaba hipnotizando.

De lado, aplastados contra la sábana y el colchón, se adivinaban los pechos que tanto me habían impresionado.

Me acerqué, abrí el pote y me puse pomada en la mano.

Daba una sensación fresca, que después se hacía ardiente y relajante.

Empecé a ponerle la pomada en la nuca y los omoplatos, esparciéndola después dándole un suave masaje.

Mi excitación se disparó al disponer ya de la carne de Esther, pero, al mismo tiempo, noté como ella se estremecía y emitía unos casi imperceptibles gemidos al notar como mis manos recorrían su cuerpo dándole un masaje, cogiendo trocitos de la carne de su espalda para apretarlos y aplanarlos como un masajista experto. Parecía una gatita que, acariciada en el regazo, empezaba a ronronear y estremecerse. Esa fue la imagen que me vino realmente, la de una gatita.

11.

Así, fui bajando por la espalda, siguiendo las vértebras y las costillas, volviendo al cuello y los omoplatos, maniobra que parecía gustarle especialmente, hasta que llegué a la cintura.

En un momento dado, olvidé voluntariamente ir poniendo la pomada, acariciando su piel directamente, y ella tampoco pareció recordar el tema de la pomada, o no se dio cuenta de la diferencia, ya que parecía gustarle mucho lo que le estaba haciendo.

12.

Y, después de la cintura, con mucha delicadeza, empecé a tocarle las nalgas, bajándole muy poco a poco los estrechos pantalones del pijama.

Comprobé así, ya me lo había parecido, que no llevaba braguitas, y ante mis ojos, como dos lunas, fueron apareciendo las dos partes de su culo, blancas y redondeadas montañas que se hundían suavemente bajo la presión de mis dedos.

13.

Continué inclinándome sobre ella, volviendo al cuello y, también poco a poco, muy lentamente, sin que hubiese el más mínimo gesto brusco, le besé por primera vez el cuello rozando con mis labios su piel, sintiendo el deseo de transformarme en el conde Drácula y morder, notando que ella se estremeció de una manera más perceptible, y siguió emitiendo unos murmullos que indicaban que aquello continuaba gustándole mucho.

Entonces, al tiempo que yo subía los labios del cuello hacia la cara que ella ofrecía lateralmente, le mordisqueé la oreja, lamiendo y besando su mejilla, acercándome lo máximo posible a su boca y consiguiendo llegar a la comisura de sus labios, para, después, la mano que tenía en su hombre volver a bajarla por la espalda recorriendo todos sus huesos hasta las nalgas, mientras ella se removía también con pequeños espasmos, reaccionando a las caricias y manejos que yo ensayaba con su cuerpo.

14.

Pasándole la mano por el sobaco, conseguí también contactar con uno de los pechos de la Esther, que se aplastaba contra el saco de dormir, tierno como un flan, aprendiendo la consistencia diferenciada del pezón y devolviendo lentamente la otra mano a sus glúteos.

Aproveché para bajarle entonces muy despacito los pantalones del pijama de forma definitiva y total, ofreciéndome la perfección de sus muslos, atentos también a las caricias de mi mano, notando una especial calidez cuando la pasé por la cara interna.

Entonces, me quité la camiseta.

15.

Y, pensé que podía intentar movimientos más osados.

Así, le acaricié una vez más las nalgas, pero deslicé los dedos por la hendidura del culo hasta llegar a encontrar la entrada de su sexo.

16.

Mis dedos empezaron a darle un masaje muy lento y suave en el exterior de su sexo, al tiempo que le mordisqueaba y lamía la espalda, para dispersar su atención, y, ella, al notar mis dedos en su sexo, súper excitada, gimió anhelante mientras su cuerpo se movía en pequeños saltitos al compás del movimiento de mis manos.

Así comprendí que no me costaría demasiado llevar a la Esther a las explosiones finales. La niña parecía estar muy excitada, pasándoselo bien, y extraordinariamente receptiva y sensible a cualquier cosa que yo le hacía. No sabía yo si iba aceptándolo todo sobre la marcha o venía ya con la idea previa de que esto era más o menos lo que quería que yo le hiciera.

Lo más probable era que la Esther había venido en plan atrevido y aventurero, llevando su osadía a ver que era lo que pasaba viniendo a mi cuarto a pedirme que le pusiera la pomada, y ahora sonreía mirándome con cara expectante a ver mi reacción. De todas maneras, ¡qué importa!

17.

Entonces, en el único movimiento brusco que yo había hecho hasta entonces, la agarré por los hombros y la giré, quedando ella de cara, con la espalda impregnada de pomada reposando en la sábana y ofreciéndome sin protestar la visión de la parte delantera de su cuerpo completamente desnuda: su cara, con los ojos expectantes clavados en los míos, los pechos, los pezones en punta hacia arriba, el ombligo, la carnosidad de la barriguita, el ombligo, la pelvis, el sexo con unos pelitos recién nacidos, los muslos, los blancos muslos...

18.

Toqué las mejillas de la Esther, estaban ardiendo y su piel blanca estaba sonrosada, más bien aquella tonalidad indefinible que se denomina "colorada". Recorrí con los dedos su cara, mientras noté que su respiración estaba alterada, ya que tenía la boca entreabierta, tomando el aire, y el movimiento del tórax demostraba que su respiración se había acelerado.

Sus pechos estaban tiesos, en punta, con los pezones erguidos como cimas de las montañitas. Era evidente que los manejos de mis dedos en su cuerpo, especialmente en su sexo, y los mordisquitos que le había ido dando por la espalda habían hecho más efecto que el que yo me suponía. Y eso significaba, pensé, que sí que había venido preparada para todo, en su osadía juvenil. Todo indicaba que la Esther era una auténtica bomba en potencia, explotando ahora en los primeros contactos eróticos.

19.

Mis manos encontraron sus pechos, apretándolos y jugando con los pezones, mientras ella se movía y gemía como si no pudiese soportar la tensión.

Bajé hasta el ombligo, recorriendo el agujerito y los colchoncitos de carne que lo rodeaban, y, después, llegué a las caderas, pasando la mano por la deliciosa piel de sus muslos, especialmente, de nuevo, por las calideces de la parte interior, mientras fui pasando el otro brazo por los hombros de la jovencita, para sujetarla bien y poder acercarme más a su cuerpo.

Mi mano llegó por fin al sexo de la Esther, ahora ya por delante, y mis dedos acariciaron los labios exteriores de su sexo, encontrándolos sorprendentemente húmedos y calientes.

20.

Esther me miraba fijamente, ahora ya con la respiración entrecortada y jadeante y comprendí que estaba a punto para el orgasmo.

Mis dedos se introdujeron muy lentamente en el sexo de la niña, que dejó ir unos gemidos al tiempo que la mirada se le perdía en el infinito, y al final encontré el botoncito de carne que buscaba, el clítoris de la Esther, cosa que no fue difícil pues, posiblemente por la excitación, o tal vez por su misma constitución anatómica personal, era notoriamente abultado.

Lo apreté un poquito y la niña reaccionó instantáneamente dando un gritito de placer, mientras el pulso se le aceleraba y en su frente aparecían unas gotas de sudor.

Su boca se abría, para absorber aire, húmeda y sentí deseos de llegar a su lengua.

Comprendí entonces que no me iba a poder parar en modo alguno, y que iba a hacer conocer el sexo a la jovencita en toda su extensión.

Además, tampoco yo podía aguantar mucho más. No me limitaría a provocarle un orgasmo con los dedos y hacerla dormir, aquello ya no tenía otro límite que el infinito.

21.

Acaricié los labios de la chica y ella me mordió un poco el dedo. Le di un mordisquito vampirínico en el cuello y ella volvió a gemir.

Pasé mis labios rozando los suyos y noté como su boca buscaba la mía. Ella olía a jabón y a sudor almizclado de sexo adolescente. Tal vez se había puesto algún tipo de colonia. Su piel ardía. Yo ya no pude más.

Me bajé los pantalones del pijama, me los quité, notando como liberaba mi pene y adquiría un tamaño enorme, me incliné sobre la Esther, nuestros ojos se miraron, le volvía a tocar y apretar el clítoris, y, cuando ella dio el gritito de excitación, busqué su boca y apreté con fuerza sus labios, con una desesperación que ella compartía y correspondía, y mi cuerpo fue descendiendo y tomando contacto con el suyo. Noté como mi pecho aplastaba sus pezones, clavados en mi piel.

Mi lengua buscó sus dientes y su lengua se unió a la mía. Su boca tenía un cierto gusto a fresa, a fruta, tal vez al dentífrico que usaba, no sé…

Mi pene descansaba en su vientre y comprendí que en aquella postura me costaría aguantar más tiempo sin correrme definitivamente.

22.

Entonces, con unos rápidos movimientos de la mano, le separé los muslos y me coloqué entre ellos, apretándome contra su cuerpo.

Al notar el peso, ella me abrazó y me besó con fuerza, como si quisiese fundir su cuerpo con el mío.

Entonces, con la mano, de lado, guié la punta de mi pene hacia el sexo de la Esther y lo dejé colocado en la entrada. Ella no pareció notar nada, absorta como estaba en besar mi boca, abrazarme, apretarse contra mi cuerpo y moverse jadeando.

Paré un momento, separé mi boca de ella, le volví a morder el cuello, ahora con más pasión, cosa que parecía excitarla especialmente, y, cesando un poco el movimiento y el contacto, cara con cara, ojos con ojos, boca junto a boca, apreté un poquito con el pene hasta notar que ya no podía seguir de forma natural sin introducirlo en su vagina, y le dije suavemente a Esther que había empezado a metérsela, que si quería que siguiese o si prefería no hacerlo.

Ella, ahora ya no sonrosada, sino roja como un tomate, sonrió, me dijo que sí con la cabeza y añadió, hablando muy bajito y entrecortadamente por tener la respiración muy alterada:

- Ya me había dado cuenta, tío, piensas que soy tonta o qué! - dijo, sin poder continuar hablando y mirándome fijamente a los ojos.

Entonces, la Esther se volvió a apretar contra mí, abrazándome, y aplastando su boca en la mía. Volví a notar el contacto con su lengua. Aquello fue como el sonar de las trompetas del Apocalipsis

23.

Las cartas estaban echadas. En realidad, todo lo había hecho ella, yo me había dejado llevar por sus iniciativas implícitas, y ahora iba a hacer realidad lo que tantas veces imaginaba como fantasías cuando follaba con mis amigas y también lo que ella parecía buscar de manera más o menos consciente en sus ensoñaciones y fantasías juveniles.

Al sentir su cuerpo ardiendo, sus pechos aplastados por mi tórax, su boca, el sabor de su piel, el gusto de su saliva, de su lengua, de su sudor, al sentirla transformada en brasas de fuego, bajé la mano hasta su culo, mientras mantenía el abrazo con la otra, la sujeté bien y empujé mi pelvis hacia adelante.

Hice avanzar mi pene, muy lentamente, entrando en el sexo de la adolescente, hasta sentir como una pequeña resistencia. Me detuve un momento tomé aliento, volví a empujar hacia adelante suave pero decididamente y sentí que la resistencia rápidamente cedió y desapareció de golpe. Mi pene acababa de romper su himen. Noté que el cuerpo de la jovencita se estremecía y que se quejaba. Y era que, naturalmente, la Esther notó el momento en que la desvirgaba, porque dio un gritito que era diferente claramente de los anteriores de excitación cuando le apretaba el clítoris, era un gritito que era ya casi un grito, que revelaba el dolor del pinchazo al desgarrarse el himen y perder su virginidad, seguido por un gemido que también revelaba que algo le hacía daño. Sus ojos, muy abiertos, casi desorbitados, oscilaban entre mi cara y el infinito. Si alguna vez Esther dudó de lo que estaba haciendo, si alguna vez sintió pánico al ver que aquello ya no era un juego, una travesura, fue entonces.

Entonces no perdí tiempo. Me acabé de colocar bien y la penetré profundamente, poco a poco para no hacerle demasiado daño en caso de ser estrecha, pero decididamente para evitar cualquier retroceso o conato de resistencia que pudiese ofrecer al sentir el dolor. De hecho, mientras la iba penetrando hasta que mi pene no pudo introducirse más, Esther fue exhalando un gemido profundo, con los ojos desorbitados que se fueron cerrando y los labios se le apretaban en un gesto como de dolor, abriéndose de forma convulsiva para dejar ir aquellos apagados "ays" al ir ensanchar mi pene forzadamente su sexo introduciéndose decididamente en él. Su vagina aceptó finalmente mi pene, hasta que noté que se lo había incrustado todo, que la había penetrado completamente, que estaba dentro de ella hasta el final, que su cuerpo y el mío eran como una sola cosa, que Esther y el recuerdo de su cuerpo ya me pertenecían para siempre.

Ella gemía profundamente, con la mezcla de tremenda excitación al sentir como yo le metía todo el pene en el interior de su cuerpo y del dolor de la rotura del himen y del ensanchamiento de la vagina para aceptar todo mi miembro dentro de ella.

24.

Entendí instintivamente que ahora se trataba de recuperar de forma rápida el clímax anterior, de hacer que la adolescente volviese a estar a punto de llegar al orgasmo.

No me costó demasiado. La jovencita no había perdido la excitación. La besé en los labios con más fuerza que nunca, hice que me abrazase mientras yo aplastaba mi cuerpo al suyo al tiempo que movía mi pene dentro de su sexo, con un ritmo lento al principio pero cada vez más rápidamente, la sujeté bien con mis brazos contra mi, notando sus pechitos aplastados por mi tórax, le mordí el cuello, los hombros, la besé mil veces, le introduje mi lengua en su boca, le lamía toda la cara, moví su cuerpo con los empujones de mi pelvis, oyendo sus gemidos, que ya no eran del dolor de la penetración sinó claramente de placer y excitación, ella cerraba los ojos, los abría, me miraba a mi, al infinito, me abrazaba, su boca buscaba la mía, noté sus uñas clavándose en mi espalda, sentí sus manos apretando mi culo contra ella. Para ser la primera vez, la niña lo estaba haciendo muy bien.

Esther se mostraba ahora más excitada que nunca. Rodeó mis caderas y piernas con sus muslos, jadeó, gimió, gritó, me besó, me arañó, me mordió, era como si se hubiera vuelto loca bajo la presión de mi cuerpo, al tiempo que yo me movía rítmicamente, de forma cada vez más rápida, acompasando mi cuerpo al suyo, en el baile frenético del metisaca de la cópula.

Noté entonces que ella me clavaba de nuevo las uñas en la espalda, ahora de manera mucho más fuerte, y empezaba a gemir y gritar más intensamente, casi sin respiración, dando muestras evidentes de haber iniciado su entrada en la explosión final, el orgasmo.

25.

Entonces yo aceleré. Cabalgué sobre ella de forma violenta, consciente de que aquel trato, que normalmente le habría ocasionado dolor y asfixia, era lo que la había llevado al loco paroxismo de placer en el que la Esther parecía haber entrado, ya en pleno paroxismo de deleite sexual.

La besé en la boca apretándosela para evitar que ahora los auténticos gritos y gemidos desesperados que ella dejaba ir acabasen por despertar a los que ocupaban la habitación más cercana, al otro lado del pequeño rellano de la escalera...

De todas maneras, yo me había liberado también de toda contención, buscando que mi explosión coincidiera con la de la niña.

Fuera ya de todo control, fuera de mi como una bestia salvaje, me moví apretando mi pene dentro del sexo de la niña, provocando que el momento culminante llegase también de forma muy rápida, exploté con un gemido profundo y sentí como empezaba a eyacular dentro de la chica, inundando el cuerpo de la Esther con los borbotones de liquido caliente que se derramaban en su vagina, provocando con su salida las máximas cotas de placer que había podido imaginar y que culminaban rotundamente con mi orgasmo el desvirgamiento de la Esther.

Salté arriba y abajo, la estrujaba violentamente, se me arqueaba el cuerpo arrastrándola a ella, casi se la sacaba y se la clavaba de nuevo hasta lo más profundo, la besaba, la mordía, la agarraba de cualquier manera y por todas las partes, me quedaba sin respiración pero me hubiera ahogado de placer, veía su cara extraviarse y mirar desorbitada al infinito gritando, sentía como ella me mordía el cuello, los hombros y volvía a quedarse extraviada, me clavaba las manos y las uñas en la espalda, el culo...

No se el tiempo que estuvimos los dos sumidos en aquel terrible orgasmo compartido, exacerbados nuestros sentidos e instintos por el aliciente de lo prohibido, de haber transgredido, tanto ello como yo, cualquier regla de conducta habitual, satisfechos de nuestra audacia, sorprendiéndome yo del tiempo inusual que estaba durando la eyaculación...

Solo recuerdo que, perdida ya toda noción temporal, me di cuenta al cabo de un rato que estaba encima de ella, exhausto y casi sin respiración, cosa que también le pasaba a ella, con mi peso aplastándola, mi tórax sobre sus pezones, mi pene dentro de su vagina sintiendo la cálida humedad la inundación del semen derramado en su interior, inmersos los dos en un mar de sudor, jadeando, intentando captar aire con las bocas y recuperar la respiración y notando un fuego tremendo que parecía emitir su cuerpo, cosa que supongo que a la Esther le pasaría también con el mío que reposaba encima del suyo.

Bajé la cara, besándola en la boca ya sin salvajismo y lamiendo el sudor de su cara, sus ojos, su cuello... Ella, como una buena discípula, aprendía lo que yo iba haciendo y lo repetía, así que sentí su lengua pasando por mi cuello y mi cara, y sus dientes dándome un suave mordisco en el cuello...

25.

Así fueron pasando unos minutos, tranquilizándonos los dos y recuperando poco a poco los ritmos normales de respiración, aunque a la Esther le costaba un poco más, al continuar yo descargando todo mi peso sobre su cuerpo. Ella lo aceptaba y no se quejaba.

Para no aplastarla y para que pudiese respirar mejor, me coloqué de lado, atrayéndola hacia mi, saliendo mi pene de su vagina de forma natural, pues ya había empezado a recuperar su tamaño habitual desinflándose y quedé yo al final con la espalda contra la sábana, donde noté algo la consistencia pegajosa de la pomada que había extendido hacía una eternidad en la espalda de la niña. Ella mantenía su cuerpo desnudo enganchado al mío, pero ahora era ella la que estaba de lado sobre mí, con lo que yo había dejado de estar sobre ella y su cuerpo era ahora el que reposaba sobre el mío. Acaricié su sexo y noté cómo el semen salía de su interior desbordándose hacia fuera.

No dejé de acariciarla en ningún momento, gozando del contacto de su carne y de su piel, acariciando todo su cuerpo, pechos, culo, muslos, sexo, labios... A pesar del poco tiempo que hacia del orgasmo, yo continuaba sin dejar de desear tocar su cuerpo, y la satisfacción que sentía provocaba que fuese quedando dormido por momentos, luchando por mantenerme despierto. Por lo menos, no podía permitir dormirme mientras ella estuviera despierta, y no parecía que ella fuera a dormirse. El sexo de la niña descansaba sobre el mí, su respiración era ya prácticamente normal y acaricié su cara que reposaba sobre mi cuello.

26.

No sé cuantos minutos pasamos de esa manera, sintiendo yo el cálido cuerpo de la jovencita que tenía enganchado al mío, pasando yo mis manos por todas sus partes, sin acabar de creerme que todo aquello pudiese ser posible… Que aquello no era una novela, una ficción, que aquellos tiernos pechitos, que aquel sexo que exploraba con mis dedos eran realidad…

Mientras le acariciaba la cara, me di cuenta de que tenía los ojos abiertos y me miraba sonriente.

-¿Te ha gustado violarme? - me dijo la Esther con una vocecita pícara y susurrante, al tiempo que me miraba y colocaba sus mejillas en las mías

Me quedé algo sorprendido al escucharla, y decidí contraatacar enseguida, no fuese que lo estuviera diciendo en serio.

-Yo diría que es al contrario, no, nena? Tu te has aprovechado de mí, me has llevado a hacer lo que tu querías, me parece que has sido tu quien me ha violado a mi, eh? - le dije, sonriente, mientras le cogía una mano y la conducía a depositarla sobre mi pene. Ella lo cogió y no soltó el contacto.

- No es verdad, yo sólo quería un masaje con pomada en la espalda, sabes? Y tú me has desvirgado, tío!

- Hala, nena, - le contesté – qué lenguaje utilizas, eh! A ver si hablas bien!

- Es verdad o no? Me has follado, no? -susurró la niña.

- Bueno, pues vale, supongo que sí! Bien, pero ahora dime que no te ha gustado, que no te lo has pasado bien, que no ha sido guay, porque estabas como si te hubieses vuelto loca... - le dije yo

-Y tu qué! – me contestó Esther - Si parecías una bestia! Pensaba que eras una especie de gorila, y me has dado miedo, has sido un salvaje, tío, me has hecho mucho daño cuando me la has metido toda adentro, eres un bestia, tío! Y cuando me mordías pensaba me ibas a devorar…!

- Pero, te ha gustado o no? -remaché yo

- Bien, bah, bueno, ya lo has visto, no? - murmuró la chica

- Y tanto que lo he visto, si tu parecías también una gatita salvaje!!

-Vale, tío, entonces nos lo hemos pasado bien los dos, no? - acabó ella, con voz insinuante, mientras, para mi sorpresa, me apretaba el pene con la mano y me mordía el cuello hasta hacerme daño, y continuó hablando – y, mira, yo también puedo ser una vampira como tu, eh!, que te gusta mucho morderme, chaval!

Me divirtió oír que la Esther me trataba de "chaval", como si fuese uno más de su clase.

- Es que, nena, estás muy buena, y me entran ganas de devorarte como un león!

- Ya lo he notado, ya, no hace falta que me lo jures, tío!

- Bien, vale, pues…., -continué yo – ya te has estrenado como tía, eh!

- Más bien di que me has estrenado tu, no?

- No se, pero quien no deja de apretarme el pene eres tu, eh, nena? Pero ahora tienes que dormir, porque sinó, cuando nos levantemos, no podrás hacer nada y te dormirás en las pistas...

- Pues mira, tío, diré que no he podido dormir esta noche porque tu te estabas entreteniendo violándome y no me dejabas descansar... - y me volvió a mirar con aquella sonrisa traviesa y pícara – Además, no tengo sueño, y si quieres, podemos continuar… Sabes, me has dejado muy mojada por dentro, noto como tengo un líquido caliente por dentro…. Y con la nieve que está cayendo, no creo que podamos esquiar mañana…

27.

Me quedé sorprendido al oírla, primero por sugerirme que podíamos continuar, y, después, por decirme que se notaba mojada. Me di cuenta de la falta de precauciones que, dado lo inesperado de los hechos, lo había presidido todo. Y, así, le dije:

-Tu ya debes tener la regla, no? Tiene doce años….

- Sí, no hace mucho desde hace unos meses…

Esther se quedó pensando un momento, hasta que dijo:

- ¡Ostras! ¿Qué quieres decir, que puedo quedar preñada?

- Nena, sería mucha casualidad, pero… Dime, ¿cuándo la has tenido por última vez?

Me lo dijo, y después de unos cálculos rápidos pensé que no había demasiado peligro. Respiré aliviado, se lo dije, pero añadí:

-Pero, por si acaso, tenemos que ser más cuidadosos…- le dije mientras le pellizcaba los pezones y ella no me soltaba el pene.

- Pues lo que quieras, tío, tu eres el que entiende de esto, no? - y continuó otra vez con aquella voz insinuante e incluso irónica – Al fin y al cabo, tu eres el que me ha follado, no? Y yo soy una pobre niña violada… Aunque, bien mirado, mejor que me quede embarazada, así diré que has sido tu y nos tendremos que casar y podremos hacerlo cada día… eh que te gustaría metérmela cada noche?

Decidí no dar por escuchadas las cosas que la Esther iba diciendo, y pensé aquello de que quien con niños se acuesta...

28.

Me incorporé, costándome horrores separar mi cuerpo del de la chica y me puse el pantalón y la camiseta, sin dejar de observar, fascinado, el cuerpo desnudo de la Esther. Cogí la botellita de agua que tenía para beber, y le dije:

-Espera un momento que voy al lavabo...

-No me pienso ir de tu cama, no te preocupes, pero no tardes demasiado… -continuó, mirándome fijamente a los ojos y arreglándose el pelo

Vi como Esther me enviaba un beso con la punta de los dedos y entré al lavabo

 

Libro Segundo

29

Esther se había puesto de pie y me esperaba junto a la cama. Estaba desnuda, y ver su cuerpo de pie sin nada encima me volvió a enloquecer al pensar que aquel cuerpo acababa de ser mío. Era increíble verla de aquella manera, junto a mi, tan tranquila después de haberla desvirgado hacia un rato.

30.

La recibí cuando se me echó encima, uniendo su cuerpo al mío y besándome en la boca.

- Me has dicho que no me dejarías nunca… Has tardado demasiado…

-Es que me he refrescado un poco, la calefacción está muy alta y aquí hace mucho calor…

-Si quieres salimos afuera, ya has visto, tío, está nevando…

Sí, solo faltaba eso para acabar de fastidiarla, pensé yo, salir a caminar desnudos en la nieve…

31.

Su boca la tenía de nuevo junto a mi, húmeda, jugosa, y su cuerpo continuaba ardiendo. Me liberé rápidamente del pantalón y de la camiseta, y mi pene volvió a entrar en contacto con la piel del vientre de la chica.

Lo aplasté contra su pubis al tiempo que la sujetaba contra mi agarrando con una mano sus nalgas al tiempo que con el otro brazo la apretaba contra mi, mientras ella pasaba sus brazos por mi cuello, abrazándome la cabeza y uniendo fuertemente sus labios a los míos, al tiempo que sentía su lengua entrar en mi boca.

 

32.

Esther volvía a sudar, mientras su cuerpo ardía, y yo disfrutaba del contacto con su cuerpo, sus pechos, aplastados por mi tórax a causa de la presión que ella hacía apretándose contra mi, su vientre, mi pene aplastado verticalmente en su cuerpo, su culo rotundo...

Esther no estaba gorda, sino muy bien proporcionada, su cuerpo era enloquecedor, tierno, duro, blando, contradictorio por tanto, sincero en la entrega, con las carnes bien repartidas en los lugares claves para poder trastornarme con su simple visión, y no digamos ahora, con el contacto y posesión más profundos en su entrega a mi.

Nos separamos un momento y Esther me miró, jadeante, y observé como sus pechos subían y bajaban siguiendo el ritmo que marcaban sus pulmones.

33.

Esther dejó sus brazos reposando a los lados de mi cuello, mientras yo la sujetaba allí donde la estrechez de la cintura empieza a ensancharse en la rotundidad de la pelvis.

Me miró sonriente, con los ojos brillantes de picardía, consciente del poder que su cuerpo ejercía en mí.

-¿Quieres que follemos otra vez? -me dijo

-Yo, sí, -le contesté - Y tu? Estás segura que quieres volverlo a hacer?

Esther se rió asintiéndome con la cabeza:

- Sí, quiero que follemos siempre, no quiero que hagamos ninguna otra cosa, es muy guay, mucho más que cuando me tocaba pensando en ti, tío!

34.

Esther volvió a apretar su cuerpo contra el mío. Su cuerpo quemaba. Me besó y yo correspondí. Mi pene continuaba aplastado en su vientre, los dos estábamos de pie y abrazados, aunque yo la había ido apoyando contra la pared.

Lamí el sudor que bajaba por su cuello. Tenía un gusto dulzón y su olor excitaba todos los instintos sexuales que pudiesen existir. La tentación inmediata e irresistible era levantarla por los sobacos y dejarla caer sobre mi pene, clavándoselo y follarla allí mismo contra la pared.

35

Pero aquel cuerpo merecía y necesitaba otra cosa más lenta. No podía ser egoísta eyaculando rápidamente y decepcionándola. Entre otros motivos, porque ella esperaba que siguiese sorprendiéndola, haciéndole cosas que la hicieran disfrutar como la primera vez.

Lamí ahora la saliva que se escurría de la comisura de los labios de la chica- se cae la baba, pensé, divertido-, y, poco a poco, torpemente, al no poder separar los cuerpos, la llevé hasta la litera y caímos suavemente en la cama, siempre conmigo encima de ella y abrazados los dos.

36

-Sabes, lo más divertido es la cara que ponéis las tías cuando notáis que os hemos desvirgado…

- Eres un cerdo, ¿sabes, tío? - dijo Esther, aprovechando para jugar a gatita, moviéndose bajo mi cuerpo y mordiéndome el cuello.

37.

Yo volví a recuperar la pasión de sus labios perfectos, aplastándose en los míos y volviendo a explorar con mi lengua el interior de su boca y, para no ser menos, le mordí su perfecto cuello otra vez, intentando chupar su piel con la pasión que antes había puesto al sentirme el conde Drácula.

Y bajé un poco la cabeza y me dediqué un rato largo a jugar con sus pechos, apretándolos con la mano como intentando ordeñar las ubres de una vaca, y chupando y mordiendo sus pezones, como si quisiese absorber las mil y unas esencias de su olor y sabor a sexo femenino que impregnaba todo su cuerpo y su sudor.

A ella la estremecían todas estas caricias, de forma que gemía y musitaba de nuevo palabras incomprensibles.

38.

Entonces, instintivamente, decidí llevarla al séptimo cielo, sabiendo que fijaría con ello su cuerpo y sus sensaciones al mío para siempre, más allá de los límites del tiempo y del espacio.

Y, así, bajé mi cuerpo, situé mi cabeza entre sus muslos, los abracé haciendo que se cerraran en torno a mi cabeza, para sentir el calor de su carne y acerqué mi boca a su sexo.

Lo besé, lamí el vello que ya le había ido creciendo y pasé la lengua por los pliegues exteriores del sexo de la Esther. Ella gemía y se estremecía de excitación. No creo que hubiera imaginado que le iba a hacer esto. Seguro que estaba sorprendida.

39

Penetré con la lengua más allá de los labios del sexo de la chica, explorando su interior y, al fin, encontré el pequeño y diminuto trocito de carne que estaba buscando dentro del cuerpo de la Esther.

Fue como haber tocado un resorte automático, igual que antes. Cuando mi lengua lamió y presionó su clítoris, la jovencita saltó como si le hubiesen clavado las espuelas a un caballo.

Arqueó su cuerpo, dio unos grititos, jadeó y ardió cada vez más. Sus pechos se habían hinchado, sus pezones parecían montañitas erguidas hacia arriba, que yo movía con mis dedos y, dándome cuenta de que el orgasmo podía presentarse de forma inminente en la Esther, quise gozar al mismo tiempo que ella, por lo que me subí hacia arriba, cubrí de nuevo por completo su cuerpo, aplasté sus pechos con mi tórax, mordí su cuello, chupé sus pezones, apreté sus labios carnosos con los míos y uní las dos lenguas, al tiempo que con la mano dirigí el pene hacia la entrada del sexo de la niña.

40.

Cuando lo hube colocado, empujé hacia adentro y, esta vez ya sin dificultades ni resistencias, la penetré profundamente, introduciendo todo el pene en el interior del vientre de la Esther.

Nada más sentir que se la metía, la chica, que estaba súper excitada, dio un grito que yo intenté apagar con la mano, e inicié mis movimientos, de forma bastante violenta, metiéndosela y casi sacándosela rítmicamente, acompasados los dos cuerpos, con la mirada de ella clavada en mis ojos o extraviada, hasta que. Muy rápidamente, explotó en un orgasmo violentísimo, mucho más que el primero, notando yo como si tuviese una yegua completamente desbocada y enloquecida saltando y moviéndose debajo de mi cuerpo.

41.

Yo también me dejé ir, sin retardar mi explosión, para hacerla coincidir con la suya, de forma que también salté en movimientos terribles, superando los de ella, eyaculando de nuevo mientras me sentía morir de los terribles espasmos de placer que , al igual que a Esther, me estaban llevando a otras galaxias y constelaciones lejanas, desde luego no humanas, derramando nuevamente en el interior del cuerpo de la chica mi semen viscoso y caliente que entraba otra vez en el interior de su sexo, mientras los dos jadeábamos, nos estremecíamos, gemíamos y gritábamos de placer, apercibiéndome de que ella continuaba, que su orgasmo era increíblemente prolongado y duradero, y que la Esther continuaba gritando, gimiendo y moviéndose con los movimientos rítmicos del vientre y del cuerpo exasperados y violentamente agitados.

42.

Muy poco a poco se fue calmando, y un rato después me fui dando cuenta de que los dos habíamos acabado. Empecé a recobrar la conciencia humana y continué estirado encima de ella, aplastándola de nuevo con mi cuerpo pero gustándole a la chica esa sensación de tenerme encima suyo, viendo como la Esther jadeaba e intentaba mover su pecho para intentar recuperar la respiración, ahogada todavía después de sentirse morir en aquel tremendo orgasmo que me llegó a alarmar al final porque temí que Esther estuviese padeciendo un ataque epiléptico, orgasmo violentísimo que yo le había provocado excitándole el clítoris con la lengua, bañados los dos por mares de sudor como si estuviésemos sumergidos en una piscina, y con ella aún con ganas de aferrar mi cuerpo con sus brazos, gemir y estremecerse, y buscar mi lengua con la suya...

43.

Después, suavemente, me retiré de lado de encima de su cuerpo, para que ella pudiese respirar mejor, y mi pene fue abandonando el interior del sexo de la chica.

Ella, como antes, también se giró, y cuando yo quedé con la espalda en la cama, ella medio se colocó encima mío, quedando recostada de lado en mi cuerpo, con su cabecita en mi pecho, su sexo en mi cadera, y uno de sus muslos encima de mi sexo.

Ella lamía el sudor de mi pecho y mordisqueaba el vello de mi tórax, mientras yo acariciaba su cabello y su cuerpo, hasta que, poco después, me di cuenta de que la respiración de la Esther se había ido recuperando y se había quedado dormida.

44.

Tuve la sensación de que allí donde dos horas antes había sólo una niña juguetona, traviesa, audaz y atrevida, una auténtica ninfa, ahora había ya una chica, una mujercita, que había disfrutado enormemente estrenando su cuerpo con el mío.

Lo que para ella era inicialmente un juego o una fantasía más, ella misma se había encargado con gran osadía de llevarlo a cabo y transformarlo en una realidad. Yo no había hecho nada, en mi estupor, me había dejado llevar por los sorprendentes juegos de la adolescente.

Y, aunque yo no quería hacerlo, dispuesto a disfrutar todos los minutos posibles de la compañía del cuerpo de la Esther, sin darme cuenta me quedé tan dormido como la niña...

45.

Afortunadamente había dejado conectada la alarma de mi radio-despertador, y a las seis menos cinco, como siempre, se puso en marcha, despertándome.

Me parecía que acababa de dormirme, había perdido toda noción del tiempo haciendo el amor con la Esther, y, si no hubiese sido por la costumbre de dejar el despertador siempre conectado, abría llegado la hora de levantarse todo el mundo con la chica a mi lado.

Esther continuaba durmiendo profundamente con su cuerpo pegado al mío, y, muy suavemente, conseguí despertarla. Le costó abrir los ojos, me miró entrecortadamente y me sonrió al darse cuenta de que estaba conmigo y apercibirse de que no estaba soñando.

Separé mi cuerpo del de la chica, intentando no mirarlo para no perder la cabeza, me levanté de la cama y me puse el pantalón del pijama y la camiseta, mientras ella se ponía en pie y se ponía también su pijama. Miré por la ventana. Continuaba nevando, hoy no podríamos salir del hotel, seguro. Bueno, mejor, tal vez así estaríamos mas horas en las habitaciones y…

Cuando estuvo a mi lado, fuimos hacia la puerta. Le hice un gesto de esperar para ver si se oía a alguien caminar. Todo parecía estar tranquilo. Me giré hacia la Esther y le dije:

- Parece que no hay nadie. Va, vamos, te acompaño a tu habitación para vigilar si hay alguien que te pueda ver…

46.

Ella me echó entonces los brazos al cuello, unió su cuerpo al mío y me besó de manera interminable. Sentí otra vez las trompetas del Apocalipsis, pero pude sobreponerme, ya que tirármela ahora otra vez habría sido ya una gravísima imprudencia de que alguien que madrugase la viese salir de mi habitación. Tiempo habría en las siguientes noches de volver a disfrutar de su enloquecedor cuerpo. Así que pude separarla suavemente de mí y le dije:

- Ahora no puede ser, nena, tenemos que salir ya, si fuese por mi nos pasaríamos una semana follando sin parar y sin salir de la cama…

- Ya lo se, tonto - me dijo la Esther – Lo he pasado muy bien, ¿sabes? Siempre has sido el mejor y el más guay. Quería hacerlo contigo desde que te conocí…

- Sí, pero ahora vamos, ya hablaremos… Si quieres, esta noche lo volvemos a hacer….

Ella asintió con la cabeza y su mejor sonrisa pícara:

-O cuando tengamos hoy algunas horas libres, por la tarde, después de comer… Y todas las noches…

Abrí la puerta, y las habitaciones de aquel piso estaban tranquilas. No se oía ningún ruido en las dos. Le hice un gesto a Esther, y cogiéndola de la mano salimos de mi habitación.

47.

Escuché atentamente. Sólo silencio. Esther y yo llegamos a la sala que hay delante del cuarto caminando de puntillas, sin hacer ningún ruido. Miré a Esther y vi que me sonreía, divertida por mis precauciones.

Abrí lentamente la puerta de aquella ala del edificio, que rechinó o crujió levemente al moverse. Volví a escuchar lentamente. Ningún ruido, pasamos a la zona de la planta donde estaban las habitaciones de los chicos y chicas del grupo. No se veía a nadie caminar por allí. Todo el mundo dormía. Por las ventanas se seguía viendo caer la nieve al exterior del edificio...

Esther me tocó en el hombro y me señaló su habitación... Le solté la mano. Volvió a depositar sus labios en los míos.

- Te quiero... - me dijo muy bajito

Se separó de mí, y fue hacia su habitación pasando por la puerta del lavabo, por si alguien salía. Enseguida estuvo al otro lado del patio, y en la puerta de su cuarto, se giró y me hizo el gesto de adiós con el brazo. Abrió lentamente y entró en su habitación.

48.

Yo volví a mi cuarto, ahora ya, al ir sólo, sin precauciones. Entré y cerré la puerta. Eran las seis y veinte. Me dirigí a la cama. La sábana estaba arrugada. La cogí. Estaba húmeda de sudor, y olía a una mezcla de aquel sudor que recordaba el cuerpo de la chica y la pomada que yo le había extendido en la espalda. La doblé y la dejé en la litera superior.

.

49.

Salimos para ir a desayunar al restaurante buffet del hotel... Esther estaba con su grupo más cercano, la Raquel y la Noemí... Cuando pasé al lado del grupo de Esther, me guiñó un ojo sonriendo. Yo le hice un gesto de que disimulara, y ella pasó por mi lado y me dijo:

- Te quiero... - y siguió caminando

Esther se había puesto el conjunto que la hacía más atractiva. Aquellos pantalones negros, estrechísimos como una segunda piel que ella decía que no eran nada cómodos, y la camiseta verde fluorescente, también estrechísima. Como hacía calor dentro del hotel no llevaba la chaquetilla amarilla del modelito, pero sí el gorrito deportivo. Y llevaba el collarcito de cuero con las letras metálicas que decía Esther y que era lo único que la noche anterior llevaba sobre su cuerpo desnudo cuando la desvirgué...

En el comedor, desayunando un bocadillo de pan con tomate y jamón serrano, no dejaba de mirarme mientras se lo comía. Yo intenté no mirarla a ella, porque cada vez que nuestros ojos se cruzaban me guiñaba un ojo, hacia el gesto de besarme o me sacaba la lengua. Temí que alguien acabara por darse cuenta de sus gestos, y simulé estar muy ocupado organizando las cosas que podíamos hacer aquel día…

51.

Ha acabado la semana en la nieve.

Esther ha pasado todas las noches encamada conmigo en mi habitación. Me la he follado de todas las maneras posibles. Lo he pasado mejor que nunca, pero tengo la sensación que Esther lo ha pasado incluso mejor que yo. Me trata como si yo fuese ya propiedad suya, como si fuésemos de la misma edad, o, peor, como si yo fuese más joven que ella.

Autocar. Viaje de vuelta a Barcelona. Delante de todo van Maria Nieves y la Valeria, en la primera fila al otro lado del conductor.

Esther no deja de mirarme a los ojos, y hacerme gestos a los que contesto con otros pidiéndole discreción. A medio camino, veo que tanto ella como la Raquel parecen haberse dormido. Delante mío, la verborrea inaguantable y profesional de la Valeria y la Maria Nieves.

He entrado un rato en una especie de somnolencia, navegando en ensoñaciones al imaginarme de nuevo a la chica que tenía al lado sentada en el autocar sin ropa. Prácticamente me dormí, y cuando recuperé la consciencia plena, Esther estaba escribiendo algo en un papel. Raquel, Clara y Noemí seguían dormidas. Esther me pasó el papel que había estado escribiendo. Leí:

"He tenido una idea fantástica para poder vernos y hacerlo. Te la explicaré el lunes. Nos lo pasaremos muy bien. Te quiero P.D. La tienes demasiado grande y me hiciste daño cuando me desvirgaste. Te aprovechaste de mí, una pobre niña indefensa e inocente…. "

La miré sonriendo, y ella me miraba divertida, con aquella expresión irónica y pícara que tanto me excitaba. Asentí con la cabeza, hice una bolita con el papel y me la comí. Ella se puso a reír.

Por detrás todo el mundo dormía o jugaba. En eso Clara se despertó y se puso a cantar con Noemí, Esther y Raquel. Maria Nieves y Valeria se pusieron a hablar conmigo.

52.

Barcelona. Todo el mundo ha bajado del autocar. A Esther la venido a buscar su hermana y su madre. La veo marcharse, en dirección a su casa, y ya lejos, se gira, y como ve que la miro desde el pie del autocar, me envía un beso con los dedos.

Es evidente que esto no ha acabado…

 

Barcelona

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