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Lidia desvirgada por Doc el Brujo en los pantanos

en Interracial

LIDIA DESVIRGADA POR DOC EL BRUJO EN LOS PANTANOS

 

 

Mi gran amigo afroamericano Maurice Padrin, “Doc”, viejo doctor  de la medicina oficial y al mismo tiempo chamán de la santería nigger heredada de sus antepasados africanos, me dice sonriendo a mi lado en la cama, desnudos los dos,  cuando ya ha amanecido después de la loca noche de Carnaval que me ha hecho disfrutar en la fiesta bruja de su hacienda llamada “Dos Serpientes”, que su principal placer e ilusión en la vida siempre ha sido: "hacer de la primera vez de las chicas una experiencia muy grata, hacerlas llegar al cielo". Y Doc me explica una de sus más recientes experiencias con Lidia,  una guapa adolescente, mientras me acaricia con su cuerpo abrazado al mío, besa la cadenita con el amuleto de oro de las Dos Serpientes que me regaló hace tiempo y llevo en el cuello,  y se prepara para penetrarme de nuevo.

 

 

Historia de Lidia y Doc

 

 

Madrugada

El doctor despertó, encendió la luz y miró la hora en el reloj que había depositado en la mesita de noche. Eran sólo las seis. Demasiado pronto para levantarse y marchar de la casa de madame Olga. Aún podía dormir un poco más. Y repetir las cosas agradables que había hecho unas horas antes con Lizzie, una linda morenita acabada de ingresar entre las pupilas de Olga. Contempló con avidez el cuerpo dormido de la muchacha inclinado hacia él. Una joven diosa, pensó. Acarició la cara apartando los largos cabellos de su rostro, besó su cuello, jugó un rato con sus pechos mientras ella abría los ojos al despertar y le obsequiaba con una dulce sonrisa al reconocerle. El doctor se deslizó encima de la joven puta frotando su blanca barba en las mejillas de ella al tiempo que su pene se introducía de nuevo en el vientre de la chica. Pero se imaginó que lo hacía en el cuerpo de Lidia, la bellísima adolescente del club de danza de Nadkja que hoy se iba a llevar a su hacienda en los pantanos…

Mañana

Lidia salió de la ducha. Sólo eran las nueve de la mañana, pero hacía calor, de nuevo y como siempre mucho calor, un calor húmedo y sofocante que la hacía sudar a poco que se moviese. Por eso era un placer sentir el agua fresca correr por su cuerpo. Agarró una toalla, pero antes de secarse se miró en el espejo del cuarto de baño. Los ojos parecían más azules aquella mañana con la luz solar que entraba por el balcón. Sus rubios cabellos mojados caían por el cuello y los hombros hasta los pechos, pequeños, erguidos y turgentes, con la punta de los pezones bien marcada. El ombligo abría después camino a su sexo virgen, cubierto por unos pelitos que según sus amigas del colegio ya pronto abría de depilar, como la mayoría de ellas estaban haciendo. Pero eran aún pocos, y rubios, muy claros, casi imperceptibles. Sin apenas darse cuenta, la adolescente se estaba tocando el sexo con los dedos… La excitaba su propia imagen reflejada en el espejo imaginando que quien la tocaba era Maurice, el doctor negro amigo de Nadkja con el que iba a ir hoy a conocer su hacienda en los terrenos de los pantanos cercanos a los manglares litorales. Nunca la habían tocado los dedos de ningún hombre, aunque a veces por las noches se tocaba ella misma pensando que lo hacía Jean, el guapísimo chico negro jardinero del colegio de monjas, siempre que pasaba cerca él le proponía, medio en broma medio en serio, ir juntos a una playa desierta de la que todo el mundo hablaba. Pero ahora se acarició los muslos pensando que era Maurice, el viejo doctor, quien lo hacía… Y la excitación era la misma que cuando pensaba en Jean… Ya lo sabía desde la primera vez que Maurice inició en casa de Nadkja una pícara costumbre que ella no supo cómo parar, pellizcarle el culo cada vez que se acercaba a ella mirándola con una sonrisa perversa. Lidia se pasó los dedos por los labios y los pezones una vez más, suspiró, se acabó de secar con la toalla y se vistió, una pequeña braguita, unos pantaloncitos muy cortos y ajustados, los muslos al aire y unas sandalias abiertas al estilo romano. Agrupó el rubio cabello con una cinta negra formando una cola de caballo que caía por la nuca y  salió del baño. Aimée, la asistenta mulata de su mamá, hacía rato que la llamaba para desayunar. El doctor pasaría con su auto a llevarla sobre las once de la mañana, una vez acabase la ronda de revisión de pacientes en el hospital previa a su ausencia en el fin de semana.

Mediodía

Gran parte de la pista de tierra estaba invadida en algunos tramos por el barro y  la densa vegetación de las marismas. La adolescente vio el edificio cuando se acercaba en la camioneta.  Era de un blanco agrisado por el tiempo y el clima, envuelto por una tenue capa de niebla cálida que le daba, de lejos, un aire fantasmagórico y pervertido…

La mansión principal de la temida hacienda del doctor Maurice, conocido en voz baja como Doc el Brujo o Negro Doc, llamada Dos Serpientes, es, desde luego, un lugar amplio, limpio, y, a la vez, austero y tradicional, conservando los muebles y estancias como eran en las primeras décadas del siglo anterior. Abundan los acabados en madera y extrañas decoraciones de cerámica popular indígena mezcladas con esculturas de caoba y algunas mínimas comodidades modernas.

El hechicero afroamericano, un hombre de cuerpo enjuto y delgado pero fibroso y fuerte,  constató con sus ojos penetrantes de viejo seductor lo impresionada que había quedado Lidia, la linda rubita alumna de Nadkja que hoy era su joven invitada. Se acarició su cuidada blanca barba en gesto de complacencia al comprobar una vez más  la belleza de la adolescente. La muchacha vive en la capital con Pilar, su madre, una enfermera de un organismo de cooperación sanitaria internacional, que fue trasladada al país hace unos seis meses. Ahora Pilar se ha desplazado a un poblado de la jungla del interior para efectuar una campaña de vacunaciones que le hará estar dos semanas ausente. Mientras dura su ausencia, Lidia ha quedado al cuidado de Nadkja y de la asistenta de la casa, Aimée, una vieja mulata fiel adepta de la santería nigger de Negro Doc.

El hechicero sacó de una cajita de marfil una cadenita con una pequeña medalla de oro que representa dos serpientes venenosas de los pantanos y la colocó en torno al cuello de Lidia .

-Este es el amuleto de las Dos Serpientes, cariño. -dijo él-. Es para que recuerdes que aquí tienes tu casa siempre que quieras…

La jovencita arqueó su garganta para que él se la pusiese alrededor del cuello. Ya estaba acostumbrada a que le hiciese regalos Maurice, el viejo caballero negro amante de Nadkja, una guapa bielorrusa directora del club de danza y fitness al que van su madre y ella. Nadkja les había presentado al doctor Maurice como un prestigioso sanador, tanto científico (Doc es realmente un médico excelente, todo el mundo le adora en el hospital por su trato atento y paternal) como chamán (también es un gran sacerdote de la santería nigger de la isla), pero Lidia se dio cuenta de que ahora, por primera vez, tocaban su cuerpo los dedos del hombre. Todas sus amigas del colegio de las Madres Adoratrices al que asistía le conocían de forma directa o indirecta y hablaban de él en voz baja con un terror mezclado con una secreta sonrisa de excitación.  No pudo evitar una sensación expectante hacia lo desconocido al sentir ahora el contacto de él en su piel. En aquel momento oyó unas palabras que le sonaron extrañas porque, aunque el tono era amable y complaciente, notó en los ojos de Negro Doc un brillo especial que ya había descubierto anteriormente en la ciudad, cuando él la veía bailar en el club de Nadkja. Una leve sombra de inquietud interrogante pasó por su cabeza cuando el hombre dijo suavemente mientras le sonreía de una manera enigmática y la miraba fijamente, como si se refiriese también a ella:

-Y también es para que no olvides que aquí, todo lo que hay en esta hacienda, mi casa, me pertenece, todo es mío, preciosa…

Al oírle, Lidia no pudo evitar una indefinible sensación de turbación sexual mezclada con un premonitorio escalofrío de miedo al tocar la pequeña medallita de oro de las Dos Serpientes,  que ahora colgaba de su cuello. No dejaba  de pensar en las palabras del hombre y de recordar la sensación de sentir los dedos de él paseándose por su cara, su cuello y sus hombros al ponerle la cadenita, hasta que ella discretamente se apartó cuando una de las manos parecía empezar a buscar el inicio de sus pechos mientras la otra bajaba por su espalda para pellizcarle las nalgas como ya había hecho otras veces anteriormente.

Después del crepúsculo.

Ya era de noche.

Doc el Brujo tiene a la  viuda de un compadre, Rose, cuidándole un pequeño ranchito marisquero cercano al mar,  en el borde de los malsanos y peligrosos terrenos que separan su hacienda de los humedales pantanosos, infestados de mosquitos, caimanes, serpientes y arañas...

Lidia se sorprendió al ver que no iban a cenar en Dos Serpientes, tal como esperaba el servicio de la casa, sino que Maurice se empeñó, a esa hora, en visitar a Rose en su ranchito. La mujer estaba despierta, esperándoles, y, a poco de llegar en la camioneta todo-terreno de Doc, les hizo pasar a cenar en la mesa de madera que tenía en la antigua cocina tradicional.

Lidia se sintió inquieta, presentía el peligro desde que el hombre la invitó a pasar con él unos días de vacaciones en su hacienda.  No era tonta, y siempre había presentido sus intenciones, todo el mundo sabe en su entorno que el doctor es un seductor que se pasa la vida persiguiendo a las muchachas para acostarse con ellas. Hay infinitos rumores sobre las innumerables jovencitas –muchas de ellas ahora ya madres de familia con hijos mayores- que en un momento u otro le han entregado de forma sumisa su cuerpo y virginidad.  Además, Doc el Brujo estaba bebiendo mucho desde que anocheció, después de las cervezas heladas que consumía continuamente ahora tenía un vaso de ron en la mano, incluso los ojos se le empezaban a enrojecer al tiempo que no dejaban de brillar de forma inquietante.

Al cabo de un rato, después de cenar, mientras le hablaba sentados en el portal de la casa, Maurice le pasó la mano por los hombros y la adolescente se estremeció, sin atreverse a separarlo o hacer un gesto inamistoso. Entonces él la miró y le empezó a susurrar unas suaves palabras cariñosas con dulzura criolla:

-Mi bella muñeca, estoy seguro de que quieres que tu doctorcito sea muy feliz esta noche, ¿verdad?...

Lidia enrojeció y no se dio por enterada de las insinuaciones del doctor aunque un sentimiento de ansiedad  nerviosa recorrió de nuevo su cuerpo. 

Maurice se iba quemando por momentos, con Lidia intranquila,  silenciosa y expectante. Él  estaba sentado, hombro con hombro con ella, que sólo llevaba la camiseta ceñida que marcaba sus pechos, su figura, y dejaba al descubierto sus piernas y muslos, sentada en el escalón del portal bajo la tenue luz ultravioleta de defensa contra los insectos, sin más contacto con la piedra que el corto pantaloncito, ya que la camiseta subía más arriba. El calor les hacía sudar, el aire no acababa de refrescar, más bien al contrario, se enrarecía con una especie de niebla húmeda premonitoria de las tormentas de cada noche y el negro sentía, enervado, el olor perfumado del sudor del cuerpo de la rubita, mientras miraba, excitándose de forma incontenible, los perfectos muslos de la adolescente, resistiendo el impulso de acariciárselos sin más demora. ¡Carajo! Al fin y al cabo para eso se la había traído a la plantación, ya estaba bien de invitaciones y jueguecitos de seducción disimulados cuando la buscaba en la ciudad.

Maurice apuró el vaso de ron y se hizo servir otro mientras encendía un pequeño cigarro habano. Le hizo una señal imperceptible a Rose, que le dijo a Lidia  que subiese con ella, el caballero había decidido quedarse allí aquella noche, y la iba a llevar a su habitación. Le miró, pero él se alejaba en dirección a unas pequeñas cabañas cercanas lindantes con el agua.

Pasaron primero por la cocina, porque Rose le dijo que le iba a dar un licor que ella misma preparaba, que la ayudaría a dormir sin preocuparse del calor.  Lidia bebió un vasito, notando un gusto algo desagradable, como a un extraño toque amargo. Después, por una estrecha escalera casi a oscuras, subieron a la planta superior, donde se adivinaba un pasillo con varias puertas. Rose abrió una de ellas y entraron. En la penumbra, Lidia vio una angosta habitación de muebles viejos, aunque limpios. Había un armario al lado de una pared, un par de sillas, una mesa de noche con una luz amarillenta de poca potencia, una estrecha ventana por la que se adivinaba el exterior, y… Una cama, sí, claro… Pero… Aunque no era muy grande, era seguramente un antiguo lecho de matrimonio protegido por una gran tela mosquitera que lo envolvía… Miró con cara de interrogación a Rose, que la miró sonriendo y le dijo:

-Sí, mira, esta habitación es la única bien preparada, claro. Hay otra muy pequeña, la mía, junto a la despensa, abajo. Pero sí, el doctor ha de dormir aquí también, no te preocupes, ya ves que es grande, hay sitio para los dos… Eso sí, niña, el caballero ronca, te tendrás que acostumbrar… Bueno, no me mires con esa cara, no eres la primera chica que duerme aquí con el doctor Maurice, no te preocupes, no es el lobo feroz que se come a las niñas como tú, no te va a hacer nada… Supongo que no tardará en venir, está revisando algunas pesqueras del pantano, tu vete acostando y procura dormir, tal vez te despierte cuando suba, querrá darte las buenas noches y un besito, le encanta hacerlo con sus amiguitas…

Rose la miró desde la puerta con una sonrisa irónica y burlona y añadió antes de salir y cerrar la puerta de la habitación:

-Bueno, preciosa,  si necesitas algo o no te encuentras bien, ya sabes, a veces la cena por la noche se indigesta y duele el vientre,  bajas a la despensa, me despiertas y veremos que se puede hacer… Que pases una buena noche, niña…

Lidia se ruborizó al entender perfectamente las ironías de Rose. De hecho cada vez estaba más nerviosa, pero se daba cuenta de que ahora no podía hacer el ridículo de escapar por la ventana corriendo a perderse en los pantanos oscuros que rodeaban la granja de Rose hasta acabar devorada por los caimanes en los manglares.  De hecho tampoco quería  huir del hombre. Había venido a pasar unos días en la finca del doctor aprovechando que su mamá estaba en el interior, él quería que conociese su hacienda, y ahora no se iba a comportar como una tonta miedosa. Comprobó la puerta y se tranquilizó al ver que estaba abierta, por un momento había temido que Rose la hubiese encerrado con llave. Bueno, no debía estar tan nerviosa, seguramente había visto demasiadas películas y el doctor Maurice no iba a hacerle nada que ella no le dejase hacer… Pero ese era precisamente el problema, las muchas veces que tocándose en la soledad de la noche había tenido la fantasía de que le dejaba hacer todo, realmente todo, y ese pensamiento la había excitado mucho…

Al acostumbrarse sus ojos a la luz mortecina de la bombilla, Lidia se dio cuenta de los dos extraños cuadros que adornaban la habitación. Eran muy viejos, pero limpios, sin polvo. Uno de ellos  representaba una escena de caza en los pantanos de hacía siglos, pero los cazadores, unos negros desnudos de aspecto muy fuerte acompañados de una jauría de perros,  llevaban como presas atadas en un carro unas bellas muchachas también desnudas de piel muy blanca. En el otro cuadro había un hombre, también de color y muy parecido al doctor Maurice, paseando desnudo por los pantanos llevando de la mano a una maravillosa joven igualmente desnuda.  La muchacha se colocó ante el espejo del armario. Se miró. Se quitó la estrecha camiseta, lenta y cuidadosamente, doblándola y colocándola en la silla. Se miró de nuevo poco a poco en el espejo, que revelaba su desnudez a su propia mirada, con su cuerpo adolescente ya sólo cubierto por la braguita. Suspiró al darse cuenta ella misma de su parecido con la bella muchacha del cuadro, y de que los pezones de sus tetas se ponían tiesos y erguidos como sucedía casi siempre que se contemplaba en un espejo cuando se desnudaba. Se dio cuenta de que era normal que los hombres la mirasen por la calle y en las playas. -" Debe de ser verdad lo que siempre me dicen, que soy muy linda... " –pensó

Y se sonrojó, avergonzada de sus propios pensamientos. Sí, realmente se notaba como confusa, como algo mareada, pero ya no tenía ni el miedo ni el pánico que había sentido antes cuando vio delante de ella la cama de matrimonio esperándola, ahora estaba tranquila, sabía que el doctor dormiría allí, con ella, pero  no notaba ninguna inquietud, lo veía como una cosa normal, natural… Encima de la mesita de noche había unos libros, bastante nuevos, prueba de que el doctor debía venir a menudo a dormir a la casa. Los miró. No conocía ninguno de ellos. De los autores de dos de ellos sí que había oído hablar en el colegio, habían ganado algún premio importante o cosa parecida. Uno de ellos era La Fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa y el otro Memoria de mis Putas Tristes, de Gabriel García Márquez. Ojeó páginas del primero. Leyó dos de ellas en las que explicaba la relación de un hombre mayor con una colegiala como ella en un lugar llamado la Casa de Caoba. Parecía interesante, pero no tenía ganas de leer, aquellas páginas además la ponían nerviosa y cerró el libro.

De vez en cuando le venía a la boca una especie de regusto amargo del licor de hierbas que le había dado hacía un ratito Rose, sí, tenía un gusto extraño, tal vez se sentía algo mareada, aunque también había bebido cerveza helada con la cena…. Se quitó las sandalias romanas, los pantaloncitos y la camiseta, quedándose vestida sólo con las braguitas. Le gustaba mirarse a sí misma en el espejo, se encontraba guapa, le encantaba sentirse desnuda. Se alisó los cabellos dejándolos libres, y se imaginó el ardiente deseo que seguro que el doctor sentía por ella... Después de todo era normal, al fin y al cabo el caballero negro no era familia suya, era un hombre, aunque por edad ya podía ser su abuelo, y no era nada malo que la encontrase guapa, porque ella sabía que lo era de verdad… Pero no estaba bien entretenerse en estos pensamientos, que horror, ¿se estaba volviendo loca? Se enfadó consigo misma por pensar en aquellas cosas, en realidad no creía haber bebido tanto para estar borracha ni mucho menos…

Después de dirigir una última mirada al espejo, sintiéndose muy turbada otra vez por las escenas que imaginaba al verse sólo cubierta por la braguita, dio la vuelta y se dirigió a la cama. Hacía mucho calor, y aunque llegó a tomar el pijama que había traído, la sola idea de ponérselo la sofocó más, y renunció a hacerlo, dejándolo sobre la silla.

Se tumbó en la cama y cerró la mosquitera, temblando ligeramente ante las perturbadoras imaginaciones que seguían asaltándola: el doctor Maurice  entrando en la habitación y dirigiéndose hacia ella. Se dio cuenta de que aquellas ideas le estaban provocando sensaciones de excitación... Empezaba a tocarse… Entonces, alarmada de sí  misma, intentó de nuevo alejar aquellas escenas de su cerebro, pero no lo conseguía. Hacía calor... No lo entendía, normalmente pensar en aquellas cosas le daba bastante vergüenza, y ahora le gustaba, aquellas imágenes le venían una y otra vez, era como si las tuviese ya hechas realidad delante de sus ojos… No conseguía pensar en otra cosa... Y el protagonista ya no era Jean, el jardinero, sino,  claro, Doc…  No podía dormirse, estaba completamente desvelada, escuchando ruidos, imaginando el momento en que el hombre vendría a dormir a su lado… Sí, en la misma cama… Qué tonta era, no pasaba nada, el doctor era ya como si fuese de su familia…  Pero continuamente pensaba en aquello y ya no le daba asco ni miedo, notaba una angustia sorprendente, sí, sentía ganas de tocarse pensando en el caballero Maurice tirándose encima de ella… Volvió a enfadarse, y mucho, consigo misma, tenía que apartar aquellas fantasías, tenía que intentar dormir… 

Oyó algunos pasos en el exterior y un cierto rumor, como unas voces apagadas. Puso toda su atención en intentar escuchar o oír algo. Pero no se oía subir a nadie por la escalera, las voces eran abajo…

Maurice  estaba tomándose el último trago de la noche con  Rose antes de subir a la habitación donde le esperaba, según le bromeaba ella,  su noche de bodas con su “noviecita”, Lidia. Estaban hablando de lo rápido que estaba siendo todo. Iba a ser fácil, demasiado fácil, cogerse aquella linda rubita y deleitarse con las mieles del estreno. Era dócil, y le estaba dejando hacer. Mejor, pensó, está buenísima, para qué perder tiempo y días, carajo, cuando le puedo clavar el pene en su deliciosa barriguita ahorita mismo y fuera vainas... Además, era tal como lo había planeado… Aquella casita cerca de los manglares siempre había sido su picadero y Rose su alcahueta perfecta... Y a veces la enfermera ayudante  necesaria cuando alguna jovencita sangraba demasiado al romperle el virgo o tenía algún ataque de histeria o llanto después de pasar él por su cuerpo... Parecía que aquella noche, todo iba a ser muy fácil... Tal vez demasiado, siempre iba bien un poco más de emoción… Empezó a subir hacia la habitación con un vaso lleno de ron en una mano y un cigarrillo encendido en la otra.

Lidia  despertó de sus ensoñaciones sudando por el calor húmedo de los pantanos  y se quedó de nuevo paralizada expectante cuando, después de cesar el leve murmullo de unas voces, oyó crujir los viejos escalones de madera de la escalera, unos pasos sordos se acercaron y se detuvieron en la puerta de su habitación, que emitió un leve gruñido como de queja al abrirse muy lentamente. Una sombra entró y volvió a cerrarse la puerta. La silueta se recortó al momento contra la luz del ventanal, y Lidia  reconoció lo que esperaba y temía. Efectivamente, era el doctor. Estaba en su habitación, parado, seguro que observándola a través de la red mosquitera, la luz exterior de la noche y de la bombilla del portal, que entraba por la ventanita, iluminaba indirectamente el dormitorio.

Maurice vio enseguida dónde estaba la muchacha. Sus ojos fueron acostumbrándose a la penumbra del interior, y quedó impresionado, notó que su perverso pene se ponía guerrero de forma instantánea. La putita rubia estaba desnuda en la cama, boca arriba, mirando hacia él, los ojos muy abiertos, con una rara expresión de miedo e interés en la cara. Tan solo la braguita impedía que su desnudez fuese total. Parecía una ninfa perfecta, una Venus adolescente de un moderno Tiziano, bella, un cuerpo mórbido deseable hasta la exasperación y la locura.

Lidia  vio como el viejo caballero negro avanzaba hacia ella, sobrepasaba los pies de la cama y  llegaba a la altura de su pecho.  Abrió la mosquitera y se deleitó contemplándola. Y con la voz como un murmullo cariñoso, empezó a hablarle:

- Está muy bien que no lleves ropa, niña, es muy conveniente, con este calor es mejor dormir así, es mucho más cómodo, así no se pasa tanto ahogo, Rose no tiene aire acondicionado, yo se lo quise instalar, pero dice que no le va bien a sus pulmones, ya sabes, es una mujer a la antigua...

Cuando notó que Lidia le miraba fijamente, Maurice le guiñó un ojo y se puso a sonreír aún más irónicamente. Vio que la chica le devolvía una sonrisa nerviosa y forzada... La jovencita estaba perfectamente despierta y consciente de sus actos. Ahora podía empezar la función… Su lujurioso festín orgásmico de aquella noche iba a empezar ahora. Truenos y relámpagos lejanos  indicaban que  una de las habituales tormentas iba acercándose.

La muchacha se apartó más hacia el borde, dejando lugar para que él estuviese también en la cama, aunque se dio cuenta de que el espacio que quedaba en realidad era poco y que cuando Maurice se acostase con ella iban a estar muy estrechos. Más que una cama de matrimonio era un lecho un poco más ancho que los individuales... Los cuerpos se tocarían... Lidia  se dio cuenta de que este pensamiento  no la preocupaba, le multiplicaba su angustiosa excitación al tiempo que se notaba muerta de miedo al darse cuenta de que el negro se disponía a acostarse a su lado, él ya estaba a punto de ir a dormir con ella, como si se hubiesen casado y aquello fuese la famosa noche de bodas…  Seguro que él lo primero que haría sería pellizcarle el culo, parecía gustarle mucho hacerlo…

"Estoy loca...” -pensó la jovencita, al tiempo que sintió como si la cabeza le diera una especie de vueltas, como un leve mareo, seguramente era la cerveza, o, ahora se dio cuenta, tal vez el licor de hierbas que le había hecho beber Rose,  lo cierto era que estaba bien sin moverse, así, descansando en el lecho…

Vio como, muy lentamente, Maurice apagaba el cigarrillo que estaba fumando sin dejar de contemplarla y lo dejaba en la mesilla, junto al vaso de ron. Después, muy poco a poco,  liberaba los botones de la camisa y se la quitaba. Lidia  se fijó en el tórax negro de él, cubierto de pelos blancos, y en el collar de oro con el escudo de Dos Serpientes que colgaba de su cuello. Vio que se descalzaba. Acto seguido, abrió el cinturón, desabrochó los pantalones y se los fue bajando pausadamente, casi a cámara lenta. Maurice ya sólo llevaba el calzón, aquella especie de  pantalón corto negro que insinuaba unas formas abultadas. Se lo quitó poco a poco de espaldas a la cama y enseguida  Doc, el viejo hechicero, abrió la mosquitera y se sentó en la cama, a su lado. Abrió la mesita de noche, sacó una botellita y bebió un trago del mismo licor que Rose había dado a beber a la adolescente, un pulque de gusano de maguey mezclado con esencia concentrada de unas substancias que él mismo preparaba como afrodisíaco natural de efectos muy superiores a la viagra de los científicos de la medicina oficial.  Había catara yare y bachaco culón del Amazonas, licor de mamajuana de palo de la Dominicana y su hierba pene, secreto heredado de sus antepasados chamanes africanos. Guardó de nuevo el frasquito en la mesita, cerró la mosquitera y se giró hacia ella. Entonces le pasó algo muy suave por la cara, como una pieza de ropa, y Lidia  se dio cuenta finalmente de que era el calzón que el hombre se había quitado. Notó un cierto olor característico de aquellas piezas de ropa después de unas horas de uso, algo desagradable, como a orines agrios, pero que, sin embargo, aumentó su excitación.

El viejo caballero negro estaba ya desnudo a su lado, y ella se encontraba a la vez alarmada, preocupada y excitada esperando los que estaba segura que iba a pasar. Doc no se iba a poner a dormir tan tranquilo sin tocarla, de eso estaba segura, no era tonta.  Pero al mismo tiempo tenía miedo a que por fin pasase aquello. Se sorprendía a sí misma al quedarse quieta en lugar de salir corriendo. De hecho, cada vez debería estar más aterrorizada si pensaba bien lo que estaba pasando, ella en una cama con un viejo negro con fama de pervertido al lado, desnudos los dos. Pero algo desconocido casi no la dejaba moverse, todo le empezaba a dar vueltas, si se intentaba incorporar o ponerse de pie, tal vez se caería al suelo… Se lo esperaba, sabía lo que quería hacer Doc con ella, lo leía en sus ojos desde que le conocía, pero el hecho de llegar efectivamente el momento que temía -¿realmente lo temía? ¿hubiese venido a la plantación del hombre si en verdad lo temiese?- la desconcertó un poco más de lo que ya estaba.

El doctor se había girado hacia ella y lo tenía casi encima. Efectivamente, tal como esperaba, lo primero fue un contacto que ella conocía, tal vez para darle confianza. La mano de Doc se deslizó debajo del culo de Lidia y la pellizcó suavemente, sin hacerle daño. Ella se quejó casi ronroneando como una gatita, y el doctor retiró la mano deslizándola por el costado hasta la barriguita y el ombligo. Su cuerpo estaba tocando el suyo, de lado. Incluso, pensó ella, parecía haber alguna cosa caliente y desconocida reposando en su muslo. Un pensamiento sobre la naturaleza de aquella cosa le provocó un primer asomo de pánico, y estuvo a punto de gritar,  pero fue solo unas décimas de segundo, porque enseguida le volvió aquella enervante excitación que la invadía al experimentar el contacto del hombre con su cuerpo. Incluso notó como unas cosquillas... Lidia  se dio cuenta de que Doc llevaba la mano a su cadera y le empezaba a bajar la cinta lateral de la braguita, primero en un lado y luego por el otro. Una vez bajó las cintitas, llevó la mano a la tela que cubría su sexo, y, después deslizó arteramente la mano dentro de la braguita, sobre el terso y suave pubis redondeado, hasta alcanzar con los dedos las partes más  húmedas y recónditas del cuerpo de la jovencita. Lidia  notó los dedos del hombre paseándose por su sexo.

- ¡Oh!  ¡Mesié Maurice! ¡No! ¡Por favor, no, doctor! ... – musitó en voz muy baja Lidia  al darse cuenta de que él la estaba tocando "allí", y que ella no podía levantarse y echar a correr, que se sentía  paralizada, que si intentaba moverse le daba vueltas la cabeza, se mareaba, sólo podía estar quieta, inmóvil… Pero era ya demasiado tarde para poder evitarlo. Y Lidia  se volvió a dar cuenta de que, además, no quería montar una escena, no, no podía rebelarse ahora contra Doc… No quería que se enfadara ni podía evitar lo que él estaba haciendo ahora… Deseaba que el viejo caballero estuviese contento que se lo pasase bien aquella noche…

-No me llames más así, mi niña, sólo Maurice o Doc, sin más, eres mi amiguita, ¿no, muñeca? – le susurró el lujurioso chamán apretando los dedos encima del sexo de la colegiala adolescente.

-Mesié Maurice, bueno, no, Doc, por favor, esto no, uffffff!!!!!… -volvió a pedir Lidia temblando de forma contradictoria, de miedo y de placer.

Los dedos del negro doctor se habían introducido en su sexo y frotaron la zona donde debía de estar su pequeño clítoris. Lidia  se dejó ir, mirando al techo, resignada, pues se sentía incapaz de negarle aquel placer, que tanto empezaba también a gustarle a ella…Con los ojos fijos en el vacío, se dispuso a soportarlo todo mientras pudiese, en el momento que notó que el hombre aplastaba sus labios con los suyos, y una mezcla de sabores a tabaco y alcohol entraba en su boca,  al mismo tiempo que la lengua de él le abría los labios y se metía dentro hasta encontrar la suya y empezar a jugar con ella… Y, ahora, Lidia notaba también que el cuerpo del viejo negro exhalaba un penetrante olor, como si se hubiese puesto una colonia o una crema muy fuerte de olores muy raros que estaba acabando de marearla…

Entonces, Maurice recorrió su cara con la lengua,  lamiéndole el cuello y llegando a los pezones de los pechos, tirando ahora sí con la mano de su braguita y bajándosela con suavidad pero con decisión por los muslos...

- ¡No, no !  ¡ Maurice, Doc, por favor , no! ... - imploró ella, notando como la boca del hombre le sorbía sus pechos mientras le estaba quitando la braguita… El hombre acabó de bajársela pasando de los muslos a los tobillos y pies. Después, tal como había hecho con su calzón, le pasó suavemente la braguita por la cara a la adolescente, como exhibiendo un trofeo ya conquistado.

Lidia  volvió a mirarlo cada vez más desconcertada y exhaló un suspiro... Tenía calor, ansiedad y expectación ante lo que estaba a punto de pasar, estaba segura de lo que ahora iba a hacer el doctor, sabía lo que se avecinaba… Pero no se podía mover, una nube flotante la mantenía como paralizada, permitiéndole al viejo caballero hacer lo que le diese la gana con ella… Le había chupado los pezones, y ahora continuaba metiéndole los dedos en el sexo…Era incapaz de reaccionar… Debería salir corriendo…  Pero no podía ni seguramente quería hacerlo,… Él lo estaba pasando muy bien, y ella no lo encontraba hasta ahora nada desagradable, esto era lo más terrible de reconocer, le estaban gustando  las cosas que Doc le hacía. Aquella sensación cuando él movía sus dedos en su sexo… Cuando le sorbía las tetas, la besaba en la boca, y le lamía el cuello, y el olor, mejor, los olores, del hombre, el sudor, el tabaco, el vino, aquella extraña y mareante colonia en la que parecía haberse bañado y que impregnaba toda su piel… Sí, esto era lo que ahora le daba más pánico, notar que, aunque pudiese, no escaparía, no saldría corriendo, igualmente le dejaría que continuase haciéndole todas aquellas cosas, era muy agradable, le gustaba que la tocase, ella también sudaba, tenía ganas de abrazarlo y besarlo, no se atrevía, no era una puta…

Su  rostro había adquirido un tono ruborizado que incluso la luz de la luna permitía adivinar. El calor de la noche caribeña les hacía sudar intensamente, pero ninguno de los dos, ni Maurice ni la colegiala parecían darse cuenta o sentirse molestos por la temperatura de sus cuerpos. Lidia  notó como los pezones le picaban y al tocárselos se dio cuenta, muy sorprendida, de que aquellos pequeños botones se habían endurecido como nunca y se habían hinchado, como si ellos, también alerta, hubiesen adquirido vida propia.

- No, por favor, no, déjeme, Doc, no...- gimió ella, ya con escaso convencimiento.

Estaba tendida boca arriba, dejando su cuerpo suelto. En un gesto reflejo de sus sensaciones contradictorias, al notar aquella cosa grande tocar su cadera, levantó ligeramente uno de sus muslos, volviéndolo hacia adentro y juntándolo fuertemente con el otro, en un desesperado intento de ocultar su pubis a los manejos sexuales de Maurice.

- ¡No, no…! – dijo él, adelantándose más para abrirle las piernas, al ver que ella intentaba cerrarle el paso a su sexo. - ¡Así no, nena! ¡Los muslos bien separados, carajo!

Lidia  se dio cuenta de que él la sujetaba con fuerza y que ella no sabía que hacer, que no osaba ni pretendía rebelarse contra el doctor, que continuaba a lo suyo... Así, Lidia  permitió sin resistencia que el hombre colocase convenientemente sus bellos y blancos muslos a su gusto, bien separados y abiertos...  

-¡Bueno! Ahora cierra los ojitos, nena!… ¡Va! - le dijo Maurice, firmemente,  con voz cada vez más seca y menos amable.

Cuando Lidia  le hubo obedecido, el hombre se echó hacia atrás para contemplar a la jovencita en conjunto, ya bien dispuesta para el asalto final...

-¡Muy bien! ¡Bellísima!- dijo él a continuación, después de gozar del espectáculo de la chica desnuda, sudorosa, angustiada, ruborizada... Y excitada, como demostraba la dureza de sus pezones.

-No, Doc, no me hagas eso, no,  por favor… - susurró la jovencita, musitando las palabras sin poder mantener los ojos cerrados, entreabriéndolos y viendo la cara del viejo chamán negro mirándola con una expresión que empezaba a ser ya muy poco humana...

La adolescente también se sentía sonrojada, avergonzada y disgustada al darse cuenta de que se sentía  muy atraída por lo que le estaba pasando, debería levantarse de la cama y salir corriendo a buscar a Rose, pero se quedaba allí, paralizada dejando que él hiciese todo lo que quisiese con ella, sin intentar evitarlo, notando perturbada el desazón de su sexo cuando él la tocaba, sintiendo como sus pezones palpitaban y se endurecían...

Maurice  se inclinó hacia adelante, con los dedos extendidos, y los dejó juguetear distraídamente de nuevo sobre el el vientre de la jovencita. Ella se movió un poco, gimió al sentir el contacto, pero de forma instantánea sintió también como si él le hiciera cosquillas, y no pudo evitar soltar una pequeña risita nerviosa que la sorprendió a sí misma

"¡Oh, no! - pensó - ¡No quiero reír!...  Lo que tengo es que gritar, tengo que irme..."

El hombre se acercó a su cara y volvió apretar sus labios en los de ella, la besó largo rato y de nuevo su lengua se abrió paso entre sus dientes y exploró ansiosamente su boca. Doc el Brujo  se divirtió pensando de forma perversa, mientras disfrutaba de las mieles de los labios y la boca de ella, notando con su lengua lo dulce y húmeda que era la de la chica, que era muy divertido ver los efectos del brebaje que Rose había dado a la adolescente. Por un lado estaba claramente espantada y aterrorizada, sabía lo que estaba pasando y lo que él se disponía a hacerle, pero, al mismo tiempo, se sentía excitada, no podía reaccionar, estaba confusa, porque, incluso, como hacía unos segundos, se le había escapado una risita que a ella misma le asombraba.

Se notaba que cada vez estaba más desconcertada  por sus propias reacciones ante lo que le estaba pasando. Ella nunca sabría porque se había comportado de aquella manera tan extraña, permitiendo que la fuese a desvirgar tan tranquilamente… Bueno, sí, tal vez cuando todo hubiese pasado recordaría, tal vez se daría cuenta, o tal vez no, porque aquella chiquilla parecía en realidad bastante tonta… Y, desde luego, por muy tonta que fuese debería haber imaginado para qué la había traído a la hacienda, eso sí que sin duda lo habría pensado, claro, no podía ser tan estúpida como para no adivinarlo…

Cada vez se podía separar menos del hombre y, con su boca invadida por la lengua y los labios de Maurice, Lidia  ya fue totalmente incapaz de intentar poner orden en sus pensamientos, todo empezó a desarrollarse a partir de aquellos momentos como una película de la que ella era a la vez la protagonista y la espectadora, como una serie de sucesos inevitables previstos y ordenados de antemano por unos extraños e inescrutables dioses perversos. Cuando sintió liberada su boca, Maurice ya le estaba tocando nuevamente los pechos, y oyó su voz, mientras pellizcaba con el índice y el pulgar uno de los pezones, haciéndolo rodar suavemente, presionándolo progresivamente de adelante atrás y de atrás adelante.

- Te gusta mucho lo que te estoy haciendo, preciosa, ¿no?.

Ella asintió, dejando ir un gemido, sí, era verdad, aquello le gustaba mucho,  casi se retorcía de placer a pesar de los esfuerzos que hacía por intentar rebelarse y no dejarse llevar al abismo al que Maurice la estaba arrastrando. No quería acabar de perder el control, no quería que pareciese que ella estaba de acuerdo con que él le estuviese haciendo todo aquello… Quería poder reaccionar e huir, pero cada vez era más difícil...

- Sí - dijo él, con una inclinación de cabeza -, claro que esto te gusta mucho, nena… Y si lo hago con el otro, también, ¿verdad, mi amor?…

Y tomó el otro pezón entre sus dedos, dándole una serie de cariñosos pellizcos, mientras la adolescente se volvía a agitar, excitada e inquieta. Entonces Maurice llevó la boca a los pezones y se puso a sorberlos, cada vez con más fuerza, e incluso mordiéndoselos en algún momento. Los pezones se le pusieron terriblemente duros y la chiquilla notó un terrible escalofrío que le descendía hacia el precioso vientre y se transformaba en un estremecimiento de todo su cuerpo...

- No, por favor, Doc, no, déjame ...  - gimió ella de nuevo, suplicante, al notar angustiada que le entraban ganas de abrazar y besar al hombre... - No, no, no... Doc, por favor, déjame, no me cojas…

- Sí, sí, ¡Vamos!, Hemos de continuar, cariño, esto es sólo el inicio de todas las cositas divertidas que vamos a hacer… Ya verá, te gustará mucho todo, estás muy buena, nena… Te quiero mucho, tienes que saberlo, vas a ser sólo mía... - dijo él, besándola de nuevo y volviendo a sus tetas, tomando otra vez los pezones, chupándolos y mordisqueándolos, notando la terrible excitación que aquello estaba produciendo en el cuerpo de Lidia, cuya piel estaba cada vez más ardiente y húmeda de sudor... Maurice abandonó los pezones por un momento y los dejó como dos diminutas cabezas que se erguían ansiosas, y se dedicó a acariciar lentamente con las manos, de forma voluptuosa, el  arco que formaba el cuerpo de la jovencita, bajándolas por el ombligo, los costados, tanteando las costillas, la pelvis, las caderas y pasando, muy despacio, por último, a la parte interior de sus mórbidos muslos, para converger finalmente en los pelitos que cubrían el pubis, bajo los cuales el sexo de la chica  fue reaccionando a los juegos de los dedos de Maurice, notando Lidia aquel picor y cosquilleo que la incitaba perentoriamente a tocarse o a abrazar su cuerpo al de su inminente violador.

- ¡Ahh! No..., por favor, no, Doc no sigas, por favor... Ufffff, noooo...- volvió a intentar decir la adolescente, aunque las palabras le salían ya tan entrecortadas por la mezcla de excitación y pánico que apenas se le entendía un murmullo jadeante

Entonces, Doc el Brujo  abrió cuidadosamente con los dedos los labios del sexo de la chica, de color de pétalo de rosa,  para revelar, en todo su diminuto esplendor, la magnífica joya que  deseaba poseer, el pequeño clítoris de la jovencita, irisado como una perla, que temblaba, al parecer,   dispuesto y preparado para recibir su homenaje. Y, en la semipenumbra, adivinó también la presencia de la deseada tela en la entrada del la vagina de la adolescente, el himen todavía intacto.

Buscó el botoncito del clítoris con los dedos, agarrándolo en forma de pinza y dándole después unos golpecitos suaves antes de apretarlo y dejarlo ir en un masaje constante.

-Dios mío, por favor, noo..., Doc, no... - intentó decir la jovencita, presa de una gran desazón que apenas podía refrenar... Ya no podía hacer nada, casi ni pensar, para oponerse a los hábiles y expertos manejos sexuales que el  hechicero estaba haciendo en su cuerpo pervirtiéndola y destrozando su inocencia y virginidad... 

-Doc, por favor, déjame, por favor, nooo... No me hagas daño, ufffffff, no...

-Cariño, no, sabes que no te estoy haciendo daño, sabes que gozas, mi vida, relájate y disfruta, niña.

Lidia  dejó caer la cabeza en la almohada, gimiendo de vergüenza y de placer, pegando saltitos cuando él la excitaba cada vez más, especialmente cuando se removió en la cama, bajando la cabeza hasta el sexo de ella y lamiendo todo su exterior hasta introducir la lengua y pasarla reiteradamente por el clítoris dando pequeños mordisquitos y besos por toda la zona..

Notó la jovencita que el viejo negro, sudando a mares y mezclando su sudor con el de ella,  se reincorporaba hasta volver a besarla en la boca y metía ahora las manos debajo de ella para sujetar sus  nalgas, que parecían elásticas y turgentes pelotas de goma.  Lidia  cerró los ojos y fue levantando, también de forma instintiva, poco a poco las piernas, ascendiendo suavemente hacia arriba, apoyando los brazos alternativamente en la cama y en la cabeza de Maurice, haciendo lentas contorsiones y sollozando aterrorizada al darse cuenta que se le presentaba como un deseo terrible y urgente la visión del hombre metiéndole el pene en su vientre, con la sensación de estar asistiendo a una película en la que ella era la protagonista, una doncella violada por un noble depravado en un antiguo castillo medieval, como en aquel libro secreto y prohibido que una de sus compañeras del colegio de las monjas tenía en su casa y del que le había dejado leer unas páginas en las que relataban los infortunios de una muchacha llamada Justine en manos de un perverso y sádico marqués francés... Ahora ella era Justine…  

Cerca de ella, Doc agarró el vaso con ron que había dejado en la madera encima del lecho, y ladeándolo, derramó su contenido encima de su cuerpo. El horror y el miedo que embargaba a Lidia, la nueva vestal del viejo fornicador,  se desbordó en una alucinante explosión de placer cuando Doc el Brujo lamió sus pechos, su sexo, sus muslos, sorbiendo con deleite el alcohol…

Aquello no era una película, era real,  ella era la protagonista auténtica,   Doc  era de carne y hueso y... Sí, no era un sueño, todo aquello estaba pasando de verdad, era real… Ella estaba desnuda en una cama de una hacienda en medio de la plantación del misterioso Doc el Brujo, el viejo negro que estaba a punto de meterle el pene dentro del vientre, y ella no podía salir corriendo, no podía moverse, le estaba dejando hacer lo que quería, en realidad  le gustaba que la tocase, que vergüenza… Que extraño era todo, tal vez sí que era un sueño, pero no, nada de sueño, era real, era verdad, estaba pasando, él se estaba ahora estirando encima de ella… La iba a desvirgar… Le iba a meter aquello en su cuerpo…

Continuó invadiéndola el terror y el pánico al darse cuenta de que en aquel momento estaba imaginando su propia violación, pero que ésta estaba a punto de producirse en la realidad y de que no podía –ni quería- evitar que Doc le metiese el pene en el vientre...

Los ojos del hombre adquirían cada vez una expresión más demente. Ya no era un ser humano, era la bestia lujuriosa que ya habían conocido anteriormente infinidad de muchachas de todos los colores y edades en todos los lugares en los que el chamán había estado a lo largo de su existencia. Romperle el himen a aquella jovencita iba a ser sólo una estrella más en la galaxia de sus placeres a lo largo de las muchas decenas de años que ya sumaba su vida... Y, estaba siendo, además, sorprendentemente fácil. Aquella putita era mucho más tonta de lo que él había pensado, parecía que no se atrevía a llevarle la contraria en nada, estaba claro que había aprendido bien el respeto que debía de tenerle... Se notaba que le tenía al mismo tiempo miedo y una suicida curiosidad de hembra virgen… Y el licor de Rose, no podía olvidarlo…

Empezó a sentirse fuera de sí por el deseo de poseerla, pero intentó resistir y continuar si podía con una cierta lentitud para seguir gozando de aquellos momentos incomparables disfrutándola de todas las maneras antes de follársela a fondo... Porque cuando se la metiese, todo acabaría más rápidamente, el instante en que la desvirgase sería un segundo, y después, se correría tan rápidamente del placer de ver como ella notaba que ya la había desflorado, que prefería alargar lo más posible los momentos previos, con el deleite indescriptible de ir retardando la explosión final y ver como la jovencita seguía oscilando de forma irremisible entre el horror de saber que la iba a penetrar un hombre -¡un viejo doctor negro!-,  por primera vez, y la excitación y el placer que le estaba haciendo sentir, y que no la dejaban rebelarse a los manejos a lo que estaba sometiendo su cuerpo adolescente.

Lidia consiguió entonces emitir unas palabras...

-Esto no está bien Doc, me da miedo, quieres hacer aquello conmigo... Déjame, no me lo hagas... - dijo ella, en un postrer, desesperado y último intento de salvarse del abrazo mortal al que la estaba sometiendo el viejo chamán...

El Brujo ignoró por completo lo que Lidia le estaba pidiendo... El hechicero continuó besándola y acariciando todas las partes de su cuerpo, excitándola cada vez más... Jugueteó suavemente con el dorado pelo de la adolescente, desde la base del cuello, levantándolo y lamiendo, besando y mordisqueándole la nuca….Al final interrumpió las caricias, los besos, los masajes y se incorporó, hasta quedar arrodillado a su lado.

La jovencita miró hacia la derecha. Los ojos se le desorbitaron, y se quedó pasmada y horrorizada, y ahora sí que dejó ir un grito de su boca, un grito de pánico que él ahogó rápidamente poniéndole una mano en la boca, tapándosela.  Efectivamente, como él se había arrodillado a su lado, allí muy cerca de su cara, tenía el pene de Maurice, enorme, muy recto, negrísimo, con una selva de largos pelos rizados blancos rodeándolo . Lidia  recibió una gran impresión, y volvió a imaginarse que todo aquello no era más que una horrible pesadilla… .

La adolescente pensó"... No, por favor, "eso" es lo que Doc quiere meterme dentro, no, por favor,  eso dentro de mi vientre... No.. No..." Y, se imaginó a sí misma con aquello ya dentro de su cuerpo. Entonces los ojos se le desorbitaron aún más, se sofocó terriblemente, le entró una sensación irresistible de pánico, desvió la mirada, dio otro grito, y, ahora sí, a pesar de todo,  intentó incorporarse para huir.

El Brujo, veterano con solera en estrenar doncellas vírgenes, detectó instantáneamente el conato de resistencia de la chica al exhibirle él su pene enhiesto y gigantesco tan cerca de su cara. Se colocó encima de ella y la sujetó con sus  brazos y su cuerpo de forma muy efectiva consiguiendo rápidamente inmovilizar el cuerpo de la jovencita, ahogando el único intento desesperado de ella de librarse de su ataque. Él sonrió al darse cuenta de ya la tenía sujeta, de que no necesitaría amarrarla a la cama mientras se la tiraba como había pasado años atrás con aquella putita francesa… Sí, Mylene, aquella colegiala que se trajo una madrugada de la fiesta bruja de un bosque litoral cercano a la ciudad al que ella había ido escapándose del internado de las monjas, las mismas a las que ahora iba Lidia... Mucho provocar, pero a la hora de la verdad había pretendido marcharse de Dos Serpientes intacta y virgen. Y no, a eso Doc no jugaba. Quien enciende el fuego, lo apaga… Mylene lo aprendió aquella noche…

Lidia , aprisionada por los brazos y el cuerpo de él, sin poder moverse, lo contemplaba absorta. Notó como él, poco a poco, iba aflojando la presión , seguro de haber vencido ya el intento de resistencia.

Se dio cuenta entonces de que Maurice, sentado a horcajadas encima de ella para impedirle los movimientos, tenía su culo sobre su vientre, presionándolo con el peso, notando lo carnosas que eran las nalgas del hombre, y que, al inclinarse sobre ella, el enorme pene de él entraba en contacto con la zona de su ombligo...

La jovencita tenía sus horrorizados, ojos fijos en el rostro del viejo santero que tenía encima, y observó, sorprendida que la cara de él estaba radiante, y que sus ojos dejaban ir una expresión impresionante, mezcla de salvajismo y sensación de victoria.

El hombre fue extendiéndose encima de ella, la volvió a besar apasionadamente, volvió a jugar con sus tetas y a chupar sus pezones, lamió su ombligo, tocó con los dedos su sexo y su clítoris, todo aquello ya era conocido por Lidia, todo ya se lo había hecho antes. Un sentimiento nuevo, un interrogante primordial, fue a incrementar su inquietud horrorizada. ¿ Dónde estaba ahora "aquello"? ¿Qué iba a hacer Maurice ahora? ¿Tal vez iba ya a...? Sí… ¿A cogerla y desvirgarla?... Por favor…

Lidia  suspiró y dejó ir unos gemidos, casi un ronroneo complacido, porque él continuaba acariciando todo su cuerpo, especialmente su sexo...

-Déjame, Doc, esto no está bien, no me hagas daño, por favor... - repitió ella de nuevo, con un susurro húmedo y jadeante...

El Brujo volvió a besar los pezones de la adolescente y le mordió el cuello, metiéndole después la lengua en los ojos y en la boca. El peso de él le dificultaba la respiración y sentía pánico por la certeza de lo que Maurice estaba a punto de hacerle, pero, al mismo tiempo, también era verdad que sentía aquella extraña y enloquecida excitación que la arrojaba a sus brazos, que la hacia desear que él la besase, que su cuerpo la aplastase, tenía ganas de abrazarlo ella también, la mezcla de los olores de él, sudor, tabaco, alcohol, ajo, perfume, especias –reconoció el cilantro-  la enervaba, no sabía lo que le estaba pasando, no sabía que hacer, no sabía nada...

Lidia  intentó de pronto, de forma inesperada para ella misma, dar de nuevo un salto y liberarse, pero él estaba preparado para cualquier reacción de la chiquilla, era algo habitual,  y la inmovilizó de nuevo con su cuerpo y sus brazos, tapándole la boca para ahogar el grito de pánico que la jovencita dejó ir.

- No, Doc, no me violes por favor, no, déjame ir...

Intentó de nuevo moverse, pero él la tenía bien sujeta y paralizada. Se dio cuenta de que no podía hacer nada, de que aquello no tenía solución, ... Y al tomar consciencia de la imposibilidad de librarse del ataque de Maurice, se fue como relajando, con una resignada aceptación del horror que estaba a punto de envolverla, notando como si una nube negra fuese invadiendo su mente, como si todo aquello ya no fuese con ella, como si fuese irreal, como si una sombra lo fuera cubriendo todo con un manto de desesperada perversión…

- Por favor, -gimió y sollozó la adolescente-, por favor, Doc, déjame, no, por favor, no me lo hagas, me quiero ir...

Y, en un reflejo involuntario, cerró un poco las piernas.

Lidia  sintió entonces como Maurice le volvía a abrir suavemente los muslos, le colocaba las piernas en la posición que le resultaba más conveniente y se situaba otra vez entre ellas. Después la jovencita notó como él bajaba su cuerpo, inmovilizándola de nuevo, con el tórax sobre sus tetas, besándola y lamiendo otra vez sus ojos y su cara... Maurice llevó su mano al vientre de la chica. Lidia se sobresaltó al notar un contacto en su sexo. Por la consistencia, eran los dedos del hombre. La jovencita sintió que los dedos del hombre abrían la puerta de su vagina. Doc, cuando notó que había encontrado la entrada y había abierto los labios del sexo de la chica, colocó la punta de su pene en el hueco y empezó a introducirlo lo más suavemente que pudo, de forma que la jovencita casi no se diese cuenta y no se alarmase obligándolo, si intentaba resistirse,  a forzar la penetración con un empujón violento y definitivo de la pelvis, como tenía que hacer cuando se veía obligado a utilizar la fuerza, si tenía que penetrar en plan duro alguna muchachita que al final se hacía la estrecha. De esta manera, con mucho cuidado, el viejo hechicero empezó a deslizar lentamente su miembro en el cálido sexo de la desorientada jovencita...

Lidia  notó que algo sólido continuaba tocando su sexo y estaba en la parte exterior, que aquello, casi imperceptiblemente, muy lentamente, empezaba a entrar. Entonces, vivamente, en una absurda y evidente revelación llegada como un relámpago más de los que se reflejaban, ahora ya más cercanos, en la ventana, se dio cuenta de que aquello no eran ya los dedos de Maurice… No, el momento temido había llegado, el doctor había empezado a meterle el pene en su vientre. Intentó gritar, moverse, pero no podía hacer nada de eso aunque quisiera, continuaba paralizada, el cuerpo de él y una enorme sensación de abandono impedían que pudiera reaccionar o intentar evitarlo, ya era tarde para todo... Y aquello que estaba penetrando en ella era grande, muy grande, ella ya lo sabía, lo había visto, pero ahora estaba sintiendo como se iba introduciendo en ella, y no podía hacer nada, nada por evitarlo, lo intentaba, pero no conseguía moverse, no podía liberarse del cuerpo del hombre,  y ahora además, Doc le estaba aplastando los labios al besarla con energía inhumana, lamiendo sus dientes,  sorbiendo su boca y, entonces... Un relámpago muy cercano y enseguida un trueno resonó fuerte en la habitación, anunciando la llegada del horror tan temido y deseado…

Maurice notó una resistencia en el sexo de la chica. Su pene se había parado. Ahora tenía que dar el impulso definitivo, el momento tantas veces soñado y esperado. Se preparó para controlar la reacción de la adolescente, fuese cual fuese...

Mordió el cuello de la chica, como un vampiro Chupacabras. Cuando ella gimió al notar los dientes del hombre clavarse en su piel, distrayendo su atención, Doc consideró que ya había llegado el momento. Presionó con la pelvis apretando su pene contra el himen de la adolescente, que súbitamente se desgarró, roto por la punta del  miembro de Maurice, que notó como la resistencia cedía y su pene penetraba ya  libremente en el vientre de la jovencita.

Y entonces Lidia  notó el pinchazo, el instantáneo dolor de su himen roto por el empuje del  pene del viejo follador negro, sintió como si un cuchillo la estuviese cortando por dentro. Y gritó. Y dejó ir un alarido desgarrador de dolor y de pánico. El horror que ella temía se había consumado. Notó que la mano del brujo  se depositaba en su boca, intentando ahogar el grito que había dejado ir o evitando que se repitiese, pero pareció arrepentirse, separó la mano de la boca para sujetarla por el culo ayudándose a penetrarla profundamente, dejando que gritase y se quejase todo lo que quisiese ya que,  excepto Rose, no había nadie cerca  en muchos kilómetros, la hacienda del viejo hechicero nigger no era lugar al que acercarse si no se estaba expresamente invitado por el dueño, Maurice, señor temido y gran caimán de las noches de los pantanos…

La muchacha arqueó su cuerpo al acentuarse el dolor de su himen desgarrado por la penetración del pene del hombre. Los ojos se le desorbitaron de terror, intentando mirar al techo pero consiguiendo sólo la visión de la cara del hombre, que la continuaba besando y mordiendo frotando la blanca barba en sus mejillas. Ahora Doc parecía fuera de sí. Las manos de la jovencita se crisparon agarrando el culo de Maurice, mientras él, vencida la resistencia del himen de la chiquilla, siguió presionando hacia delante de nuevo con la pelvis para introducir totalmente su miembro hasta el fondo del sexo de la adolescente.

Lidia  sintió como aquella cosa enorme, dura y cálida penetraba en su vientre. Lo hacía a la fuerza, porque era muy grande, y al introducirse iba dilatando su vagina que se adaptaba por primera vez al miembro de un hombre. La espada era más grande que la vaina, y a cada centímetro que aquella cosa penetraba en su vientre, ella dejaba ir un grito de dolor que él celebraba con una especie de rugido satisfecho de oír sus quejidos, hasta conseguir finalmente metérsela por completo, sujetándola con fuerza para dominar las convulsiones y espasmos que arqueaban el cuerpo de la muchacha.

Entonces Doc extrajo lentamente su pene del cuerpo de la muchacha, limpió la sangre de la desfloración que manchaba su miembro con las manos y la extendió en su cara tiñendo de rojo la blancura de su barba y en las mejillas, labios y frente de la jovencita. Después se arrodilló junto al vientre de ella y lamió su sexo, sorbiendo y bebiendo la sangre que procedía de la ruptura del himen de la adolescente. Sí , la sangre de una virgen, el vigorizante más fuerte de la magia del hechicero, el licor más valioso que el oro y la Luna, más que el tuétano y el polvo del cuerno del rinoceronte y el colmillo del elefante de la lejana África de sus antepasados chamanes… Después, se dejó caer de nuevo sobre el cuerpo de la chica, penetrándola de nuevo hasta el fondo sin ningún miramiento, de forma que Lidia dejó ir una nueva queja de dolor mientras el pene del hombre entraba de nuevo y llegaba al límite en el que no podía introducirse más en su cuerpo.

Lidia continuó oyendo aterrorizada la misteriosa voz del viejo brujo que ahora musitaba una especie de letanía de palabras rituales sin sentido,  empujando con la pelvis hacia delante y reculando rítmicamente mientras ella sentía que cada vez que aquella cosa enorme se movía adentro y afuera de ella le dolía, era como sí una navaja fuese cortando a trocitos su interior una y otra vez. Al mismo tiempo, la adolescente notaba que aquel pene con que él la estaba cogiendo era grande, muy grande, duro, muy duro, y sentía cada centímetro de aquella enormidad moverse dentro de su vagina, ocupando su vientre...

- Por favor, Doc, déjame, -suplicó ella con palabras entrecortadas, gimiendo y sollozando… - ¡Ay! ¡ay!, me haces daño, mucho daño, ¡ ayyy! - Él continuaba moviendo su pene dentro de ella, sacándolo un poco y volviendo a metérselo, cada vez con más fuerza, cada vez penetrándola con más violencia y más al límite -  Doc, por caridad ¡noo, aayy!, déjame, por favor, ¡me duele! ¡uff, aaaay, nooo, aahhh!

 

La adolescente continuó sintiendo como el hechicero negro, ahora ya fuera de sí,  sacaba el pene y se lo metía de nuevo, se lo sacaba y se lo metía, una y otra vez... Cada vez que se lo metía  lo hacía con más fuerza hasta lo más hondo y ella sentía dolor... Gemía, pero él la había agarrado ahora por la pelvis, su cuerpo descansaba encima de ella, su tórax aplastaba sus tetas, y Maurice le movía las caderas y el culo de la muchacha con el mismo ritmo con el que le sacaba y le metía el pene...

La chica continuó  zarandeada con violencia extrema por el hombre, convertido ahora en una bestia, en un caballo desbocado que la cabalgaba, sin importarle lo que ella pudiese estar pensando o sintiendo... Lidia  enloquecía, el dolor era constante, cada vez que Doc empujaba hacia adelante, aunque se dio cuenta de ahora ya no era tan fuerte como hacía unos momentos, le dolía, pero no tanto, y, en aquel momento, la adolescente experimentó la terrible sorpresa de lo inesperado: a pesar del dolor que aún la embargaba, le estaban gustando los tremendos movimientos de Maurice encima de ella, la brutalidad con que la sacudía, el sabor de su sudor, el desagradable olor a tabaco, alcohol, especias y perfume que ahora inesperadamente la excitaba de nuevo, como antes en los manejos previos a desvirgarla...

Incluso Lidia  se apercibió de que ahora cada vez que él le volvía a clavar el pene en su vientre, después de medio sacarlo de la vagina, el dolor iba dejando paso a una tremenda sensación de excitación y placer anhelante, que la impelía, ahora se dio cuenta que lo estaba haciendo de forma instintiva, a agarrar y apretar contra su vientre el fibroso y duro culo de Doc siguiendo el mismo ritmo con el que él la estaba poseyendo y disfrutando.

La jovencita se angustió aún más porque aquello tan brutal que le estaba haciendo Maurice la complacía ahora hasta la locura, se sentía muy lejos de todo y de todos, en una nube de placer que la asfixiaba. Intentó, desesperada alejar de sí misma aquella sensación, aquel horror que tanto le gustaba, no podía dejar de sentir que aquello que tanto daño le causaba también le estaba gustando sin límites… Y, en un momento dado, no pudo evitar dejarse ir, abandonarse a lo que el doctor  le estaba haciendo y disfrutar ella también…

Maurice, en medio de la exasperación, a punto de explotar, notó que la adolescente, entregada a todo lo que él quisiera hacerle, había dejado de gemir y quejarse y le abrazaba y besaba, vencida toda su resistencia y sus miedos. Y el viejo putero se movió cada vez más frenéticamente encima de la jovencita, sacudiéndola, desplazándola arriba abajo con los empujes de su pene y su pelvis, jadeando, dejando ir unos sonidos o palabras que no parecían humanos, pellizcándola, mordiéndole el cuello, los pezones, sorbiendo su boca, buscando su lengua, penetrándola cada vez más adentro al límite de lo imposible, sudando, gimiendo, dando unos extraños gritos guturales de excitación y placer, afuera y adentro, afuera y adentro, en un ritmo infernal, cada vez más rápido, cada vez más profundo, cada vez más duro…

Lidia  no podía apenas respirar. Estaba desconcertada, sorprendida, alucinada por todo lo que estaba viviendo y experimentando...

- ¡¡¡Ahora, ahora, niña -dijo el hombre, con una voz agónica, como si le costase respirar-,  vamos a llegar al final, no puedo aguantar más!!! ... Me voy a correr…!!! Vaaaa!!! . Uauuu!!!!

Un nuevo instante de pánico y alarma asalto a la jovencita. Se dio cuenta de que el final iba a ser que el viejo doctor le soltase el semen dentro de su sexo. Intentó decir algo, espantada:

- Ohh ¡No!, ¡Por favor, nooooo!! ! - suplicó, con voz jadeante - ¡No, eso nooooo, Doc!... ¡Dentro de mi, noooooo!... Eso noooo, déjame por favooor!!!...  Eso nooo!!!...

La adolescente intentó de nuevo desasirse, librarse de aquel abrazo, de aquella unión terrible, pero, una vez más no consiguió nada, no pudo separarse de él ni un centímetro, el viejo brujo negro continuó aplastándola con su cuerpo, y moviéndola frenéticamente arriba y abajo, adelante y detrás con las violentas sacudidas que daba su pene dentro de su vientre…

- ¡Auuuu!… - dijo él , jadeando entrecortadamente, notando que el final se aproximaba a gran velocidad, que ya no podía aguantar ni un segundo más – ¡Esto es!  ¡El finaaaal! ¡Siempre, ¡uaaaa!, hay que llegar ¡aaah!, al finaaaal! ¡Esto es cogeeeer, sí! ¡Aaah! ¡No puedo más, no! ¡Auuuuu! ¡Vaaaaa! ¡Me vooy, ya!… ¡El placer del infierno, me vengo, uaaauu!  ¡ Toma y toma, nena! ¡Aaag, uuuy!

Doc no pudo seguir hablando de forma inteligible. Ya no era un ser humano. Lidia notó que Maurice gemía y murmuraba de nuevo, pero, de pronto, dejó ir una especie de aullido horrible, como si un lobo enorme le cantase a la Luna de una forma bestial y desgarradora  -el grito de Maurice resonó por toda la casa… Rose oyó desde la planta baja el alarido del hombre y los crujidos de la cama del doctor movida por los violentos espasmos de placer que estaba disfrutando el hechicero con su pene reventando dentro del cuerpo de la adolescente…-, al tiempo que iniciaba una frenética explosión encima de ella, transformándose en un demonio,  un perro,  un tigre,  un gorila, una bestia horrible completamente enloquecida que la movía de forma inhumana, adelante y detrás, metiéndosela y sacándosela, levantándola y dejándola caer, gritando, jadeando, gimiendo, relinchando, diciendo terribles obscenidades... Y la adolescente medio oía las horribles cosas y sonidos que salían de su boca mientras la sacudía, zarandeaba y maltrataba de aquella manera tan violenta :

-  ¡Ah ! - dejaba ir Doc mil salvajes sonidos y onomatopeyas - ¡Va! ¡Ahhh!!  ¡Allons, allons, oui ma petite! ¡Auy! ¡Aaahhhh!  ¡Aaahg! ¡Oh, meeeerde! ¡Allons!  ¡Ouiiii!!! ¡Meeeerde! ¡Aayy! ¡Aaaaah! ¡ Aaaahgg! ¡Eeeeg! ¡Ahh! ¡Oooohhhh….!

Lidia   vio que Doc estaba en la cumbre máxima de la más violenta demencia, de la más bestial locura... Ella se sentía arrastrada por el hombre, notaba que en aquel momento estaba excitadísima, que no le quedaba ningún dolor a pesar de la violencia que él ejercía con su cuerpo y del tremendo vaivén de sacar y volver a meter el miembro hasta casi reventarla, la adolescente se sentía caer a gran velocidad en una noche espantosa, en las sombras más profundas, en tormentas furiosas que se desarrollaban encima de ella, penetrada hasta lo más profundo de su vientre, conociendo de golpe todos  los secretos supremos más tenebrosos y deliciosamente agónicos de la vida y el sexo, sometida a la más absoluta violencia del cuerpo desbocado del viejo brujo negro...

La adolescente estaba con los ojos desorbitados, mordiéndose los labios de miedo, terror, excitación, placer y pánico, todo al mismo tiempo, sin poder separar las sensaciones… Y, de pronto, se dio cuenta de que, en medio de aquellas gigantescas convulsiones, el ardiente y enorme pene de Maurice estaba palpitando como un ser con vida propia, estaba eyaculando dentro de su vagina, inundando su vientre con una incontenible oleada de un mar viscoso, llenando su sexo de una sensación húmeda, descubriendo, al sentir el semen del doctor derramarse dentro de ella, una sensación indescriptible, como si su vagina se transformase también en un ser vivo, como si un millar de diminutas lenguas insaciables estuviesen lamiendo el interior de su sexo, y como el mortal e infinito placer de su propio orgasmo se escapaba del vientre y empezaba a invadir todo su cuerpo con la explosión de mil soles que la reventaban y deshacían en polvo de estrellas.

Y entonces la jovencita perdió el mundo de vista después de contemplar el rostro distorsionado y monstruoso del hombre, pintado con sangre y transformado en una crispada máscara de horror mientras continuaba gritando de placer. Lidia , de forma instintiva le envolvió las caderas con sus muslos, lo abrazó y apretó el culo del hombre contra su sexo, se abandonó a su propio éxtasis, gritó, escuchó una especie de truenos del Apocalipsis mientras la luz de los relámpagos de la tormenta resplandecían en la habitación, entró también ella plenamente en la cima máxima de su orgasmo explosivo, mientras aquel torrente de semen continuaba llenando sus entrañas, volvió a gritar, a gemir, se sintió transformada también en una bestia, le gustaba, le gustaba hasta la locura el dolor, el placer,  la asfixia lo que Doc  hacía, todo era fantástico, pensó que se ahogaba, que no respiraba, moría, pero no  importaba, nada  importaba, sólo que aquello no acabase nunca, no sabía ya quien era, ni donde estaba, aquello enorme que se agitaba dentro de ella era un ser vivo, un animal violento, todo era oscuro, todo era rojo, sudor, calor, y  los relámpagos y truenos retumbaban junto a la hacienda, como si porfiasen por entrar ellos también en la habitación y en su cuerpo ...

Lidia  estuvo viviendo largo rato la explosión de su tremendo primer orgasmo con el brujo negro dentro de ella. Su cabeza quedó en blanco, flotaba, viajaba por extraños mundos, los habitantes eran penes de todos los colores y tamaños que la perseguían y se introducían por todo su cuerpo, todos sus orificios, todos sus pensamientos...

 

Rose  oyó, desde su  habitación, la explosión del violento orgasmo de Maurice, Pero le sorprendió mucho empezar a oír también, muy poco después, los gemidos, gritos y jadeos de la adolescente... Eso significaba que también se lo estaba pasando bien ella, la muy puta.... Rose notó que estaba sudando, que la excitación de escuchar los sonidos del placer del doctor y su nueva putita  la estaban poniendo mala... Que tendría que acabar masturbándose pensando en Doc y la rubita si no quería reventar allí mismo… Y los truenos y relámpagos de la tormenta se mezclaban con el retumbar de la fuerte lluvia que caía en el exterior…

 

Lidia , cuando recuperó la consciencia, se sintió tan exhausta, tan muerta,  que creyó que nunca más podría levantarse. Intentó darse cuenta de qué estaba pasando. Se estaba quemando, nunca la adolescente había notado su cuerpo tan ardiente en toda su vida. Maurice estaba encima de ella, entre sus muslos, con su tórax aplastando sus tetas y clavándose en sus pezones. Los notaba duros, casi dolorosos. Doc, al igual que ella, estaba bañado de sudor, mojado, como si acabase de salir del baño, jadeaba y le costaba respirar, se ahogaba igual o más que ella.  Lidia  se dio cuenta, avergonzándose de sí misma, de que le gustaba sentir el sudor y el olor del viejo negro en su cuerpo, de que le excitaba el ahogo de notar el peso de su cuerpo encima de ella, el contacto de su piel sudada, maloliente y velluda...

Se sintió otra vez horrorizada de sí misma al notar que no disminuía el placer de sentir dentro de su vagina el pene del hechicero, a pesar de estar al mismo tiempo dolorida y resentida por el daño que le hizo cuando le metió todo el pene, dilatando a la fuerza su vagina al penetrarla hasta lo más profundo... Ahora, parecía tener su miembro un volumen claramente menor, aunque lo continuaba alojando dentro de su vientre...

Se quedó un rato largo paralizada, sin moverse, a pesar de que el peso de Maurice le impedía respirar. Al cabo de un rato, le pareció que el hombre estaba reviviendo. Lidia sintió que Doc le pellizcaba de nuevo los pezones, los absorbía y mordía, lamía su cuello, empezaba a moverse encima de ella, le besaba los labios sin decir nada, le metía desesperadamente la lengua en la boca....

Hasta que pasado un rato, con ella abrazándole y correspondiendo a sus besos, sin decir nada, le pareció que el pene de Maurice se había hinchado nuevamente, y que su vagina era de nuevo pequeña para aquella enormidad que pugnaba por ocupar más sitio... La jovencita se dio cuenta de que Maurice había vuelto a empezar, y se asombró... Pensaba que los hombres sólo lo podían hacer una vez, especialmente a partir de una edad madura, eso decían sus amigas en las secretas confidencias de patio de colegio... Ella no se imaginó, no pensó en ello,  los milagros que la magia de la naturaleza que tan bien él conocía, podía hacer para permitir a un viejo follador depravado y lujurioso como el doctor satisfacer sus deseos casi con la vitalidad de un jovencito…

Y los movimientos se hicieron rítmicos, y Doc empezó otra vez con aquello de metérsela y sacársela, pero ahora todo iba lentamente que antes, ahora ella notaba que era como un objeto para él, que estaba absorto sólo en su propio placer... Se sintió zarandeada, pero la violencia con la que actuaba él era ahora infinitamente menor que la anterior...

Y tardó muchísimo más en llegar el momento en que la boca de Maurice, pegada a la suya, empezó a jadear y gemir, y Lidia  se apercibió de que el viejo cimarrón, exacerbado de nuevo al máximo pero exhausto y agotado por los terribles esfuerzos que había hecho follándosela después de desvirgarla, eyaculaba otra vez, y de nuevo su semen, ahora poco abundante, entraba en su vientre... Y Maurice se quedó paralizado, ahogándose, haciendo grandes esfuerzos para tomar aire, encima de ella... La tormenta se había ido alejando, los rayos y truenos se percibía cada vez menos intensos.

Poco después, Lidia  notó que el doctor se apartaba de ella, dejando de aplastarla con el peso de su cuerpo. La chiquilla se notó mojada, húmeda y calurosa, como si el sudor del hombre fuese al mismo tiempo piscina y sauna. Ella sabía que ahora olía a él, y su sudor tenía el mismo sabor que el del hombre. Y notaba su sexo inundado, sentía aquel semen caliente que Maurice había derramado dos veces en su vagina inundando su vientre  moviéndose  viscoso mezclado con la sangre de su himen desgarrado y escapándose hacia los muslos y las sábanas... Permaneció tendida en la cama, con él a su lado, evocando en imágenes todo lo que acababa de vivir, avergonzada porque ella también se lo había pasado muy bien, se había excitado hasta la locura, había abrazado y besado el cuerpo del viejo doctor negro, había llegado a aquella explosión final, había perdido los sentidos en su propio gran orgasmo... Sorprendida consigo misma, con todo lo que le acababa de pasar… Miró al techo y a aquel hombre que ahora dormía satisfecho desnudo a su lado roncando estrepitosamente…

 

 Unas horas después

La tormenta se había alejado, ya sólo era un recuerdo y algún relámpago muy lejano. El Brujo, que acababa de despertar,   besó suavemente los labios de la dormida adolescente, bellísima en su aspecto de desvirgada, despeinada, sudorosa, restos de sangre en la cara y los brazos, arañazos que él había causado en su delicada piel, el sexo con semen mezclado con su sangre de desvirgada que manchaba ya la cara interna de los muslos de la muchacha,  que se removió, inquieta en sueños. Vio que su pene se había puesto rápidamente listo para la batalla, la visión del cuerpo desnudo y descompuesto de la jovencita desflorada lo había conseguido de forma instantánea... Abrió la mesita de noche, sacó la botellita y bebió de nuevo unos sorbos del pulque de gusano de maguey que él mismo y Rose preparaban con los otros componentes que sabía por herencia de sus antepasados. Tomó una cajita con una substancia blanquinosa y se giró hacia ella dispuesto a penetrarla nuevamente sin despertarla mientras untaba la boca y los labios de la adolescente con el ungüento de la cajita,  formado por una crema muy concentrada del mismo licor más otras hierbas ígneas de santería... Tendría una curiosa madrugada la jovencita,  pensó el Brujo.... Sonrió pensando que Rose le había asegurado que aquella noche la chica era fértil, a él le encantaba ver crecer su semilla en los vientres de las muchachas… Y que todo el mundo supiese y murmurase que era él quien las había preñado…

Poco después, Lidia abrió los ojos, sin saber si era realidad lo que veía y sentía o no, hasta que se dio cuenta de que era real, muy real, o así lo parecía, y  unos horribles seres desnudos que surgían de las sombras de la noche atravesando las paredes de la habitación le estaban  metiendo una y otra vez sus penes en todos los orificios de su cuerpo…

Y la colegiala pensó que no, que no era real, que continuaba soñando, porque le gustaba lo que le estaban haciendo aquellos innumerables monstruos que gemían de placer en la oscuridad dentro de su cuerpo…  Parecía que nunca iba a amanecer… Que nunca iba a despertar…

Y Maurice, el viejo hechicero le clavaba el pene una y otra vez mientras ella miraba al infinito espacio vacío de unos seres inexistentes… Sí,  a ella le gustaba aquello con locura… Y le parecía que dos serpientes sibilantes le susurraban palabras obscenas y malignas  mientras se paseaban por su boca… 

Sí,  Doc gozaba del cuerpo de Lidia con intensos y repetidos orgasmos mientras veía los ojos extasiados de la adolescente buscando aquellas extrañas sombras que la estaban penetrando de mil y una deliciosas maneras…

"...El susurro del viento errante por la noche

que trae de los trasfondos la efusión solitaria

del tumulto callado de las cosas..."

(Tomás Segovia, poeta mexicano)

 

 

Tatiana

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