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He desvirgado a Milena en una playa de Menorca

en Hetero: Primera vez

He desvirgado a Milena en una playa de Menorca

Noche de Junio en la isla de Menorca, la más septentrional de las Baleares. Fiestas de Sant Joan en Ciutadella. Hemos estado toda la tarde en los saltos de caballos y jinetes en las carreras de Es Cavallers. Y ahora, todos bailando a tope con todas en los jardines de la piscina de la casa de Carlos, junto a la playa y las rocas, en la orilla del mar, en una cala cercana a la ciudad. Música, chicas, sudor, mar, sexo… ¡Amo el verano más que a nada en el mundo!

Me llamo Robin Altachua, tengo veintiocho años, nací en el Perú, soy mecánico de autos y vivo en Madrid, aunque paso todo el verano en la isla de Menorca porque la empresa para la que trabajo me envía a supervisar y controlar el mantenimiento de los autos de rent-alquiler para los turistas en un taller de la isla. Tengo también familia en Barcelona, mi tío abuelo Irving, un hombre legendario, y un primo de mi padre, Nelson, que siempre está viajando por todo el mundo.

Mi cuerpo está lleno de sudor, sí, bailo y sudo, mientras llevo el ritmo y la música al paroxismo y mis amigos y amigas beben y bailan también arrebatados por el frenesí del erotismo de las melodías. Las luces cálidas, la vegetación abundante del jardín, la humedad del mar, me llevan en un viaje presentido al paraíso de los mil placeres…

Susana, la hermana de mi amigo Carlos, el hijo mayor de los dueños de la finca y de la empresa para la que trabajo, en la que él es mi jefe directo, ha traído a la fiesta algunas compañeras suyas de Secundaria de su colegio en Madrid, que han venido con ella a Menorca unos días de viaje de final de curso a conocer las bellísimas y solitarias playas secretas de la isla, y están encantadas y felices esta noche porque estar en un beach-party de verdad es uno de sus sueños robados de adolescentes. Y es tremendamente excitante verlas bailando con nosotros, moviendo sus cuerpos medio desnudos, a la moda de este verano, cubiertos tan sólo por pantaloncitos cortísimos que dejan todos los muslos y piernas al aire, y camisetas de tirantes que enseñan parte de los pechos y la espalda, acabando de ponernos a mil por hora a mí y todos los compas que siempre vamos juntos.

Después de observar y valorar atentamente a las muchachitas y aunque era difícil decidirse porque todas estaban muy buenas, en realidad la verdad es que ya no existen chicas feas, elegí por fin mi objetivo de la noche, tomé del brazo a Milena, una deliciosa jovencita de cuerpo enervante casi desnudo que llevaba todo el tiempo tonteando conmigo porque me conoce al ser muy amiga de Susana, de modo que formé con ella una pareja de baile perfecta mientras la música y las gotas de sudor de su frente cada vez me excitaban más.

Recordaba a Milena de verla en la casa de Carlos en Madrid, llegando con Susana después de salir de clase para merendar y estudiar, vestiditas las dos con el uniforme de alumnas de colegio pijo, camisa blanca, jersey verde, faldita escocesa unos dedos por encima de la rodilla, calcetines blancos y zapatitos marrones discretos. Bailando enganchado a ella una canción lenta, noté en mi vientre que una parte de mi cuerpo se había puesto muy dura, cachonda y grande. Música sensual, salsa, bachatas, merengues, mucho rap y regatón, cantos típicos menorquines, iluminación oscura, roja con fondos verdes y rincones violetas, baile, birras, mojitos, mariscos, pizzas, hot-dogs, burgers, cigarrillos y mucha pomada, la bebida que dejó de herencia la dominación inglesa de la isla hace unos siglos, compuesta por una variedad de ginebra y limón con hielo…

Los muslos y las piernas de Milena acababan en unos pies con unas sandalias de moda también muy excitantes, imitando con tiras de cuero el calzado de las muchachas de la Roma imperial de hace dos mil años. Una cadenita de oro en el cuello con una medallita con la M de su nombre contrastaba con su piel enrojecida de haber estado demasiadas horas tomando el sol en la playa.

Yo no lo dudé ni un momento, no dejé que la jovencita se separara de mi, y la llevé de un lado a otro de la fiesta bailando, bebiendo y picando cosas de las bandejas de comida. Bailábamos al ritmo de todas las músicas, la sujetaba a mi lado, y le hacía compartir las copas que iba tomando de las mesas. Sus ojos brillaban, su cara se había enrojecido llena de sudor, y a veces me parecía que se tambaleaba, entonces yo la sujetaba por su cintura desnuda. Sentir su piel en mi mano me enloquecía, yo cada vez estaba más excitado por las cosas que íbamos tomando y por el contacto con el cuerpo medio desnudo de la muchachita. Sus muslos… Blancos, perfectos, ni demasiado delgados ni demasiado gruesos, bien torneados… Sus pechos, con los pezones en punta hacia adelante como montañitas…

Sí, aquella niña iba a estar contenta aquella misma noche de obtener lo que tantas otras muchachas ya había deseado y conseguido anteriormente, tener mi cuerpo dentro del suyo… Todos continuábamos bebiendo y fumando, hasta conseguí que Milena probase un cigarrillo, aunque se puso a toser, y cada vez el aire y el ambiente eran más calientes… Creo que Milena estaba ya bastante tocada, porque cada vez tenía que apoyarse más en mi, y yo aprovechaba para, al sujetarla por la cintura, deslizar mi mano por sus pantaloncitos y apretar sus nalgas, probar aquel culito que pronto, muy pronto, había de ser todo mío… Y comprobé que su braguita era sólo un minúsculo tanga.

Entonces alguien, quien se encargaba de poner la música, pinchó una canción muy lenta, de letra muy caliente y ritmo sexualmente muy explícito, que se baila bien agarraditos y muy apretados cuerpo contra cuerpo. Ahí ya no pude más. La llevé a un rincón del jardín, la sujeté contra mí, apreté su culo contra mi sexo, aplasté su pecho en el mío, tomé luego su cara con una de mis manos en su nuca, y la besé, la besé con desesperación, sus labios eran dulces, jugosos, con un cierto gusto al mojito de ron y menta que le acababa de dar mezclado con el sabor de goma de mascar de melón… Ella mostró una cierta sorpresa y resistencia cuando introduje mi lengua en su boca buscando la suya, pero al final abrió los dientes y pude probar las mil delicias del contacto de las dos lenguas, la mía atacando y la suya en tímida rendición. Introduje la mano por su camiseta y apreté uno de los pezoncitos de sus tetas, y la muchachita dejó ir un sonido mezcla de queja y ronroneo de gatita…

Y bajé la otra mano del ombligo al interior del pantaloncito, la pasé por dentro del tanga y toque la obertura de su sexo, su rajita directamente. Ella dio un gritito de sorpresa e intentó tímidamente separarse un poco, yo la miré a la cara, creo que ya estaba fuera de mi, porque consideré que no podía esperar más, que me iba a correr sin metérsela, que desperdicio, y la agarré de la mano y medio la arrastré porque la muchachita ya casi no podía caminar sin tambalearse. En la puerta del jardín estaban Carlos besando a Cintia, otra de las amigas de Milena y su hermana Susana abrazada a Lluís, su noviete de la isla, también amigo mío, y todos, al ver lo evidente de mis intenciones, sonrieron pícaramente. Interrogué a Carlos con la mirada, y éste me señaló el piso superior, donde había las habitaciones de la casa. Carlos me hizo el conocido y revelador gesto de meter un dedo en el círculo formado por otros dos…

Me llevé arriba a la jovencita, creo que ya se enteraba poco de lo que estaba pasando. Abrí la primera habitación y entré con la muchachita arrastrada por la cintura. Cerré el pestillo interior de la puerta, de manera que nadie me podría interrumpir. Abrí la ventana, había el reflejo de las luces rojas, verdes y violetas del jardín y llegaba la música caliente y los murmullos de la gente bailando y hablando. Me acerqué a la cama sin soltar a mi presa, que ahora apoyaba su cara en mi hombro, y la estiré sobre la cubierta de las sábanas, dejándola en cómoda posición horizontal. Tenía que darme una cierta prisa, me di cuenta de que Milena se estaba durmiendo por momentos. De pie al lado de la cama me quité la camiseta empapada de sudor, me bajé los pantalones, y, por fin, el slip, mi pajarito saltó hacia delante y arriba, feliz de haber sido liberado. Ahora yo era ya como un perro salido, con el pene ansioso de meterse en el vientre de Milena, acostada medio desnuda delante de mi, iluminada tenuemente por las luces del jardín que entraban por la ventana.

Me incliné hacia la jovencita. Sí, cerraba los ojos, con esfuerzo los entreabría para mirarme, supongo que sin acabar de comprender bien lo que yo estaba a punto de hacer. O tal vez sí, no lo sé ni me importa. Y lo primero era desnudarla. Me coloqué en la cama junto a ella. La acaricié la cara para tranquilizarla y le besé suavemente los labios ella dejó que mi lengua jugase con la suya. Así, casi sin que se diera cuenta, pasé las manos por su espalda y le fui sacando la camiseta por el cuello y cabeza. Sus pechos quedaron libres, y los besé y apreté los pezones con mis dientes hasta obtener de la chiquilla gemidos de dolor y placer. Bajé la mano de los pechitos al ombligo, y al pantaloncito. Poco a poco le bajé la cremallera y deslicé hacia abajo la ropa, hasta sacársela por los pies. La jovencita ya estaba casi desnuda del todo, sólo el tanga impedía aún que mi pene corriese ya a esconderse dentro de su cuerpo. Era una maravilla, una delicia, una visión increíble, una de las jovencitas más atractivas con la que me había acostado, y ya había perdido la cuenta, una fiesta de verano –¡y de invierno también, por supuesto!- solo merece la pena si la acabas abrazando putitas desnudas en las sábanas de la cama…

Poco a poco, agarré las cintitas del tanga de Milena y fui bajándolo. Ya tenía delante de mis ojos la línea de la entrada de la vagina de la chica, blanca, con algunos pelitos rubios alrededor. Le saqué la braguita por los tobillos y me la puse en la cabeza, a la manera de un pañuelo pirata. La ropa de la chiquilla adornando mi cabeza era mi primera recompensa de aquella noche. Pero ahora venía la más importante. Acaricié repetidamente el cuerpo de la nena, pezones, pechos, cuello, muslos, besos en la boca, en los ojos, en la lengua, lametones, chupones, y, por fin empecé a penetrar con la lengua la rajita, la entrada de la vagina, y a apretarle el pequeño botoncito de carne que ella tenía en aquella entrada. La jovencita se estremeció, y empezó a gemir claramente de placer.

Seguí explorando con mi lengua y mis dedos el interior de su sexo, hasta que Milena empezó a jadear y temblar arqueando el cuerpo como si estuviese disfrutando de un primer orgasmo, lo que me excitó al límite de no poder esperar más para poseerla hasta las profundidades de los horizontes del placer de los infiernos. Le separé los muslos y me coloque en medio, con el cuerpo encima de ella, piel contra piel, la mía morena de mar, la de ella blanca pero sonrosada como una gamba por el sol de un par de días en las playas de Menorca, mi sudor mezclándose con el suyo. La besé, le mordí el cuello, froté y restregué mi cuerpo contra el de ella dejándome caer con todo mi peso hasta casi ahogarla, y, por fin, agarré mi pene con la mano para dirigirlo a la entrada del sexo de Milena. Y la encontré. Puse la punta de mi pene en la rajita y empecé a introducirlo en el vientre de la jovencita. Su respiración se agitaba, y vi que sus ojos se abrían como sorprendidos mirándome con una súbita expresión de sorpresa. Claramente se acababa de dar cuenta de que yo había empezado a penetrarla, y que lo que estaba haciendo con ella no era un juego ni una fantasía de las que son habituales en todas las chicas de su edad, hasta que se queman cuando las coge un macho de verdad, como estaba a punto de pasarle a ella conmigo…

Y no le di tiempo a pensar ni a reaccionar. Es el momento más divertido, a veces las nenas que es la primera vez que lo hacen empiezan a revolverse y a intentar escapar cuando se dan cuenta de que estoy a punto de desvirgarlas, y entonces la cosa se les complica bastante, porque yo nunca abandono una presa cuando la tengo bien agarrada para cogerla. Mi honor de león alfa me exige devorar las gacelas cuando las tengo ya en mis dientes. Por ello, cuando vi la expresión de desconcierto aparecer en la cara de Milena, no lo dudé ni un instante, y empuje mi pelvis hacia delante, sujetando el culo de la muchacha y apretándolo contra mi cuerpo, de manera que noté una pequeña resistencia que enseguida cedió, y mi pene se introdujo profundamente en el cuerpo de la jovencita.

Ella gritó al ser desvirgada, se estremeció, arqueó su cuerpo tensando sus músculos, emitió un gemido de queja como el maullido sordo de una gatita. Era evidente que así como muchas nenas casi ni se enteran cuando las desvirgo, Milena era de las que había sentido algo de dolor, supongo que, como me había explicado alguna de ellas después, era como si algo se les hubiese roto por dentro. Es igual, fuese lo que fuese lo que estaba sintiendo Milena, yo ya había introducido mi pene todo lo que podía en su vagina, ya había llegado hasta el fondo. Y ahora ya todas las bestias que hay en mi se lanzaron feroces a devorar el cuerpo de la muchachita. Al fin y al cabo, quien juega con fuego se acaba quemando, como dije antes, y creo que ella me estaba buscando desde que nos conocimos en casa de Carlos y Susana en Madrid . Y yo soy un fuego terrible en el que Milena iba a arder hasta no quedar ni un centímetro de su piel sin consumirse.

Y la enseñé a follar. La agarré por el culo, y mientras mi pene entraba y salía de su vientre, hice que aprendiese a colocarse, hice que abrazase con sus muslos mi cadera y los míos, mientras apretaba con fuerza sus pechos como si quisiese exprimirlos, aplastaba y frotaba mi cuerpo contra el suyo, mordía sus pezones –eso le gustaba mucho, gritaba, pero de placer, no de dolor, cada vez que lo hacía-, mordía y lamía su cuello, su cara, la besaba hundiendo sus labios, introducía mi lengua en su boca, probando la suya, jugosa y tierna, sus dientes con sabor a vainilla y melón, mientras ella ronroneaba, gemía y daba pequeños gritos, su piel ardía, sus mejillas habían enrojecido como un tomate, yo saltaba ya encima de ella, entrando y saliendo, cada vez más rápidamente, cada vez con más frenesí, aplastándola y liberándola, dejándola sin respiración, mientras la nena apretaba con fuerza sus muslos contra los míos, me abrazaba, llevaba sus manos a mi culo –bien marcado y duro, por cierto, como le gusta a las mujeres-, y me apretaba contra ella, respondía a mis besos, clavaba sus uñas en mi espalda, Milena aprendía a follar muy rápidamente, es una buena alumna…

Sus pechos, sus pezones, sus mórbidos muslos, su cintura, la marca de sus costillas, su cabello libre en mis manos y en la almohada, sus labios, cada vez más húmedos y jugosos respondiendo a mis besos, su lengua, buscando ya la mía, y mi pene pecador, que a veces se salía del vientre de la chiquilla y lo tenía que volver a colocar con la mano para meterlo de nuevo por completo, hasta el fondo, parecía mentira que pudiese entrar del todo dentro del cuerpo de ella siendo el primero que lo hacía, su vagina estaba húmeda, tal vez sudor, o sangre de virgen desflorada, o el lubricante natural de su sexo, o, lo más probable, la mezcla de todo ello, yo también gemía, ya había enloquecido, ya no era yo un ser humano sino aquel animal salvaje que aparece en mi cuando follo a muchachas que me excitan a muerte como Milena, cara de niña, cuerpo de diosa, cabalgaba sobre ella, la devoraba, los dos bañados de sudor, y, entonces, grité, di un rugido que debió resonar por todo el edificio, cuando no pude esperar ni aguantar más, y oí explotar en mi cerebro el sonido de cien mil trompetas y tambores, apareció en mi toda la ferocidad del Tiranosaurio Rex que debió ser uno de mis antepasados, reventé, y empecé a eyacular dentro del vientre de la jovencita, borbotones de semen empezaron a inundar su cuerpo como un manantial, el hecho de haber estado por diferentes motivos casuales varios días sin follar, había llenado de esperma mis testículos, que ahora se estaban vaciando dentro de la vagina de la jovencita, mientras yo rugía, gritaba, gemía, saltaba, la estrujaba como a una muñeca de trapo, la aplastaba, la mordía, la poseía de mil maneras diferentes cada segundo, y ella también gritaba y gemía, llena de espanto y placer, asfixiándose y gozando de sensaciones que nunca había soñado ni imaginado, conociendo lo que podía hacer con ella un chico como yo que ya es un hombre que sabe que hacer para llevarla al paraíso de los placeres más secretos y eternos de la humanidad… Y seguí gritando y rugiendo… Yo era el gorila enloquecido, la fiera… Milena, mi nena, mi gatita…

Poco a poco, acabé el mejor y más largo orgasmo que recuerdo de los últimos tiempos… Creo que ella también llegó al orgasmo, pero no lo puedo asegurar del todo, estaba demasiado enloquecido por mi propio placer como para estar pendiente del suyo. Me fui quedando quieto encima del cuerpo de la jovencita. Milena me miraba intentando respirar, desquiciada, con ojos desorbitados, todavía jadeaba, le faltaba aire por los movimientos de su propio cuerpo y por el peso del mío que la aplastaba, mientras los dos estábamos empapados de sudor, cuerpo contra cuerpo, como si saliésemos de una piscina, las sábanas y la almohada mojadas, igual que sus hermosos cabellos cruzados en su rostro.

Me aparté de lado pero sin separar su cuerpo del mío, mi pene salió de su vientre de forma natural, quedé en posición horizontal en la cama, sábanas arrugadas y mojadas, abracé a la jovencita colocándomela de lado casi encima de mí, acariciándole los pechos, el sexo –el semen mezclado con sangre desbordaba su vagina, lo noté por la viscosidad del líquido, pasé la mano por su cara y sus labios para limpiármela-, apreté su culo, redondo y tierno pero firme y rotundo, pellizqué sus pezones, todavía enhiestos y en punta, llevé su mano a mi pene haciendo que lo agarrase, y pasase su muslo por encima de mis piernas, la besé en los labios, lamí su mejilla y acaricié sus cabellos, mientras su respiración se iba normalizando poco a poco, igual que la mía… Y no recuerdo más, supongo que la excitación y el esfuerzo del día y de la fenomenal corrida que había tenido con la jovencita hicieron su trabajo y me quedé profundamente dormido, supongo que más o menos igual que ella…

Cuando me desperté entraba ya el sol por la ventana y el balcón que daba a la piscina. Miré a mi lado y vi a Milena durmiendo de espaldas a mí. Su larga melena extendida en la almohada, su espalda, con las vertebras marcadas, su estrecha cintura, sus nalgas, que pedían volverla a poseer… Las cadenitas de oro que adornaban su cuello, su tobillo y su muñeca… Salí de la cama y miré por la ventana. Había parejas repartidas por el jardín, en las tumbonas o directamente en el césped, durmiendo abrazados desnudos. Reconocí a varios de mis amigos con las otras jovencitas amigas de la hermana de Carlos o con otras chicas que habían venido a la fiesta. Parecía que todo el mundo había follado a tope aquella noche, todos habíamos quedado bien servidos. Adiviné en un rincón algo alejado en las sombras del jardín a Oscar, un amigo mexicano de Monterrey, follándose a una bellísima muchacha rubísima muy amiga de Milena y Susana que había dudado en pillar yo mismo antes de elegir finalmente a Milena, creo que se llama Greta y es alemana. Me apeteció entonces un buen baño en la piscina, me noté lleno de sudor y otros fluidos del sexo con la nena, y empezaba el día ya con una buena temperatura, debíamos estar a unos veinticuatro grados… Me acerqué a la cama, me arrodillé junto a la muchachita que había desvirgado, y la besé en el cuello. Vi en el centro de la sábana una mancha de la sangre que se había escapado de su himen cuando se lo rompí. Abrió sus ojos, y al ver mi cara junto a la suya me sonrió cansada, tal vez dolorida, mientras yo aproveché para besarla de nuevo en los labios.

Me recosté a su lado, jugando con sus tetas, de forma que ella recorrió con los ojos mi cuerpo desnudo. Entonces la agarré con fuerza y la besé de nuevo apretándola contra mi cuerpo. Me excité enseguida, y ella lo notó y se quedó parada unos momentos con los ojos fijos en mi pene. que colocado es enorme, cosa que destaca más porque me he rasurado los pelos del pubis a la moda de los strippers, con dos grandes testículos colgando debajo. Sonreí, aquella rajita debajo del ombligo de Milena, aquellos muslos, aquellos pechos, aquellos labios, todo en ella llamaba a follármela de nuevo. La apreté contra las sábanas, le abrí las piernas y la penetré de nuevo… Enseguida volví a oír los gemidos de la muchacha, que ya conocía de la noche anterior, mezcla de queja y placer, puede que ahora mucho más de lo segundo que de lo primero. Después nada, el silencio, tal vez el eco de unos jadeos, unos suspiros, una respiración… Sonreí de nuevo, agotado después de eyacular de nuevo dentro de ella, cosa que ya me ocuparía de remediar más tarde. Nos quedamos abrazados encima de las sábanas, y, entre tanto follar y beber, tenía una cierta resaca y me quedé volví a quedar dormido.

Desperté de nuevo. Nos estaba dando el sol de pleno. Me asomé a la ventana. Había gente moviéndose por el jardín como a cámara lenta, como si no se hubiesen despertado del todo aún, tomando el sol, bañándose en la piscina e incluso caminando desnudos hacia la desierta playita que teníamos al lado. Me volvieron a entrar ganas al recordar cómo lo había hecho ya dos veces con la jovencita, y se me puso el pene de nuevo guerrero. Desperté a Milena, que me miró con ojos de curiosidad, y la coloqué encima de mi cuerpo, la abracé, me abrazó, la besé, me correspondió, la agarré por el culo, la apreté contra mi vientre y la penetré hasta el fondo… Y adelante de nuevo, ahora muy lentamente, gozando de cada segundo, mientras oía las risitas de los amigos y amigas que pasaban cerca dirigiéndose al mar…

Y el día continuó, yo no tenía nada mejor que hacer que descansar, bajar a la playa, tomar el sol desnudos, nadar, comer, beber y follar con Milena todas las veces que pudiera hasta que por la tarde tuviésemos que acompañarlas a su hotel de Ciutadella para recoger sus cosas y llevarlas a todas al aeropuerto a tomar el avión de retorno a sus casas en Madrid… Y le he prometido a Milena que cuando yo vuelva en Septiembre a Madrid, lo primero que haré será llamarla para invitarla a salir y divertirnos juntos…. Y ella me ha dicho que tal vez no esperará a Septiembre, que intentará convencer a sus padres para cambiar un poco sus vacaciones y venir unos días a un hotel en Ciutadella y poder vernos de nuevo en casa de Susana y Carlos, evidentemente sus padres son amigos… En realidad no me importa mucho que Milena vuelva o no a la isla este verano, lo que me sobran en Menorca son chicas de vacaciones con las que pasar las noches. Ya sea en los bares o las playas cuando salgo de trabajar, o por las noches en las discotecas, en realidad son ellas las que se me tiran encima para estar conmigo. Me encantan en especial las muchachas inglesas, vienen a divertirse de forma frenética en sus días y noches de Menorca, solo les interesa tomar el sol, beber, bailar y follar todo lo que pueden sin otra complicación antes de volver a Inglaterra. Me parece perfecto, por lo que a mi me toca de beneficio…

Y, cuando llegue el otoño, ya en Madrid, recordaré Menorca cuando esté en la cama de mi apartamento follando con Milena, mi muñeca…

Ciutadella, Menorca, Fiestas de Sant Joan

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