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Alicia, seducida y desvirgada en el valle

en Hetero: Primera vez

ALICIA, SEDUCIDA Y DESVIRGADA EN EL VALLE

La divertida seducción y desvirgamiento de la dulce e inocente jovencita Alicia por el simpático viejecito, mago y gurú-yogui Eligio, en la Isla de La Gomera, Tenerife, Islas Canarias.

Nota previa:

Éste es un relato largo. Me he divertido durante año y medio escribiéndolo poco a poco, con pausas prolongadas, creando el lento proceso de seducción de Alicia por Eligio. Me he planteado efectuar una reducción, pero he decidido publicarlo tal cual lo tengo por varios motivos:

-La espontaneidad. Si ha salido muy largo, pues muy largo lo dejo. Tal vez ahora, un año y medio después, no me plantearía un relato tan largo.

-El relato de una amiga de bastante más edad que yo que en su lejana adolescencia en Ibiza frecuentó con su madre una comuna hippie en la que fue seducida e iniciada en el sexo a los doce años por una especie de gurú de yoga argentino siguiendo un proceso bastante similar al que describo en este relato. Ella recuerda aquella época con nostalgia, y sin rencor.

-La diversión que me ha producido el ir describiendo a Eligio. Su nombre es otro, pero he conocido un inefable personaje muy similar, un hombre mayor – no le gustaría que le llamase viejecito-, de las Islas Canarias que había vivido muchos años de su juventud entre Cuba, México, la Dominicana, Colombia y Venezuela, en el que me he inspirado en la descripción física y psicológica de Eligio.

Pido perdón a los que preferís los relatos cortos o no tenéis tiempo para dedicarlo a leer uno largo. Las ilustraciones tienen el objetivo de hacer más amena la lectura a los lectores y lectoras que preferís los relatos cortos.

Tatiana

PRÓLOGO

Amanecer de Eligio en La Villa

Eligio despertó. Después de unos segundos identificó el lugar y la hora, al sentir junto a él la piel cálida de la muchacha con la que había dormido. Se giró, y, efectivamente, vio junto a él la cara dormida y morena de Noelia, su dulce amante de dieciocho años desde hacía dos meses.

La acarició. Ella abrió los ojos, cubrió su cadera con sus deliciosos muslos y volvió a medio dormirse ronroneando como una gatita. Eligio besó sus labios, satisfecho de la noche que había pasado con la muchachita. Los padres de ella ya sabían donde y con quien estaba la jovencita. En la hermosa casa de estilo colonial que Eligio tiene en una de las calles centrales de la capital de la isla de La Gomera, la Villa de San Sebastián, cerca de la pequeña iglesia colonial en la que Colón oró antes de salir al mar océano en su histórico viaje de 1492.

Pero, esta vez, Eligio, no pudo evitar que, acariciando el cuerpo desnudo de su joven amante, le viniese a la cabeza las imágenes de la muchachita peninsular sobrina de Manolita y Heliodoro que había llegado al Valle a pasar las vacaciones de verano. Alicia se llamaba y tenía doce años, casi trece. Era rubia, con cara de ángel y unos bellos ojos azules, delgadita, pero bien proporcionada, con montoncitos de carne en el lugar que correspondía, dos pechitos como peritas, un culo bien marcado y respingón, unos hermosos y enloquecedores muslos… Sí, la había admirado bien en la playa del Valle, cuando ella se bañaba con un mínimo bikini, junto a algunas de sus primas. Se la habían presentado y había notado que ella le miraba con curiosidad. Tal vez Manolita y Heliodoro ya le habían hablado de él.

Oh, pensar en aquella chiquilla, Alicia le parecía recordar que se llamaba, le había vuelto a poner cachondo, su pene se había endurecido a tope con las imágenes mentales de la jovencita…

Eligio suspiró. Colocó a Noelia encima de él, e introdujo de nuevo su pene en el cuerpo de la chica, que despertó sorprendida al notar la energía con la que Eligio la volvía a follar después de haberlo hecho ya un par de veces aquella noche.

Y Eligio gozó de nuevo el cuerpo de Noelia a fondo… aunque en sus ojos las imágenes que tenía le representaban desvirgando aquella obsesionante jovencita rubia, Alicia…

Sí, era evidente, aquellas imágenes tenían que hacerse realidad pronto… Tenía que llevarse a la chiquilla de bellísimos ojos azules a su cama bien pronto…

Y, cuando acabó su nuevo orgasmo con Noelia, antes de volver a dormirse, empezó a planificar la estrategia rápida para poder aprovechar pronto el cuerpo de Alicia…

 

Eligio entra en los ojos de Alicia

Después de salir del agua, Alicia se sentó en la terraza del chiringuito. Hacía mucho calor, y casi había desaparecido la brisa del mar.

Junto a ella se sentó Eligio. Había estado sentado en la arena hasta que ella salió del mar, y, como otros días antes, ella sabía que lo que él esperaba era verla en bikini. Se la comía con los ojos, pero a ella había acabado por hacerle una cierta gracia comprobar el efecto que su cuerpo causaba en Eligio, e incluso para provocarlo, hoy se había puesto otro bikini que tenía, que prácticamente mostraba todos sus pechitos menos los pezones y la parte inferior era poco más que un tanga taparrabos que dejaba las nalgas al aire.

Sabía también ella que él continuaría la conversación de los días anteriores. Siempre que se encontraban, en el Hotel del Malecón o en Roques de Fuego, cuando él venía por la tarde o por la noche a hablar con Heliodoro y sus hijos, él hablaba con ella, desde hacía una semana que ella había venido de la península para pasar el mes de agosto, Eligio presumía de sabio y mago, era considerado una especie de viejo consejero del Valle, al que acudían muchas personas para oír sus consejas o pedir su mediación para solucionar conflictos.

Y todos respetaban lo que él decía. No parecía moverse nada en el Valle sin que él lo supiera o lo consintiera. De hecho, muchos se habían dado cuenta de la persecución que había comenzado a ejercer sobre la jovencita peninsular, sobrina de Manolita y Heliodoro, pero inmediatamente la ignoraban, no sin sentir un cierto regocijo pensando que aquello solo acabaría de una manera, y suerte tendría la niña sevillana de no llevarse una barriguita gomera a la península. Muchas otras habían pasado ya por ello, aunque Eligio tenía una cierta predilección por las jovencitas rubias alemanas o por las inglesitas. Y Alicia tenía un lindo pelo rubito. Eligio era, además uno de los hombres más poderosos de la isla, cosa que cualquier espectador atento podía deducir de su anillo-sello de oro, la cadena también de oro que llevaba en el cuello, el reloj de oro que no desaparecía nunca de su muñeca, el mango de marfil y plata del bastón que llevaba siempre a modo de adorno distintivo al que se había acostumbrado en su estancia en América... Ah, y su sombrero tipo Panamá, del que nunca se separaba…

América... Decían y no acababan de leyendas e historias de tío Eligio en América y de cómo había hecho allí su enorme fortuna... Relatos de otros emigrantes gomeros sobre las leyendas de Eligio... Y las selvas del Orinoco venezolano, y los altiplanos colombianos... Incluso, a veces, enigmáticos forasteros llegaban al valle y se alojaban en la casa de Eligio, un auténtico palacio que bajo la apariencia de una casa típica gomera se levantaba en una loma que dominaba la zona alta del Valle.

Así pues, Alicia, sentada en el bar de sus parientes, sintió como la recorría de arriba abajo la mirada del hombre, sin dejar de escrutar ni un centímetro de su piel. Estaba acostumbrada a que la mirasen los hombres, incluso aún siendo una niña, un par de años antes, sin que se hubiesen iniciado a formar sus redondeces de adolescente, pero su cara y su cuerpo parecían despertar extraños instintos ya desde entonces, tal vez por el aire élfico de ingenuidad e inocencia que se desprendía de ella. Y ahora le hacían gracia los discursos de Eligio para hacerse notar y darle lecciones para que ella se enterara de que él era, utilizando sus propias palabras, un "mago", que no sabía bien que quería decir, allí en la isla de La Gomera, al parecer definía a persona sabia y tradicional, algo así como aquel tipo de persona mayor que los romanos nombraban senador por su experiencia y respetabilidad.

-Cuando te seques, ponte la camiseta, que esos vikingos de la mesa de fondo te están devorando con los ojos.

"¡Qué cara!, -pensó ella - si es él quien no me quita la vista de encima y ahora le molesta que otros me miren también", - sin imaginarse que en las previsiones de Eligio ella ya figuraba como un pastel que se iba a comer él solito, sin compartirlo con nadie, ni tan sólo con los ojos...

- ¿Tu lees muchos libros, niña?

- Pues, la verdad, no muchos. Son un rollo, Prefiero oír música.

-Pues eso no está bien - dijo él, haciendo una pausa, como pensativo

"Pues vale, -pensó Alicia - como se enrolle mucho me vuelvo al mar..." - pero después recordó que Eligio era una de las personas más importantes de la isla, que sus primos le mimaban en todo momento, y se dio cuenta de que tenía que tener paciencia y aguantarle el rollo. Pero, para provocar, dejó que se deslizase por el hombro la cintita del sujetador, y comprobó satisfecha como los ojos de él se extraviaban pensando que se le caería el sujetador y podría verle un pechito.

- Una segunda parte es experimentar muchas cosas en el aspecto práctico. Ya verás como eso también lo podremos hacer y piensa que es la parte más importante. Después de haberlo experimentado todo hay que elegir un camino personal, y seguirlo contra todo y contra todos, pase lo que pase y caiga quien caiga. Eso es lo que hice yo en su momento, y por eso me ha ido muy bien ¿sabes? Si me dejas que te vaya enseñando, tu también podrás encontrar tu camino

"Sí, -pensó el camarero que acababa de dejarles unas colas heladas en la mesa y había escuchado como Eligio se iba camelando a la jovencita peninsular - encontrarás tu camino pero como te descuides te llevarás un bultito en la barriga para recorrerlo... Será el regalito que te dejará Eligio antes de que te des cuenta..."

Alicia escuchaba al tío Eligio sin hacer comentarios. Realmente no sabía que decir.

-Al final hay que ser humilde - dijo él - , hay que vivir con humildad aunque se tenga todo el oro del mundo -Alicia sabía que estaba hablando de sí mismo - ser importante sin tratar de serlo, destacar sí, imponerse a los demás, aparentar ser insignificante y espiritual, pero ejercer todo el poder y la gloria mundanales. No solicitar nada pero conseguir que te lo ofrezcan con placer, ser indulgente en las formas e intransigente en las normas y los hechos. No hay que hacer como el perro o el cerdo, que comen sólo lo que les depara la suerte, sino escoger entre lo que encontramos en el camino y una vez hemos escogido, obtenerlo. - como yo te he escogido a ti y te obtendré, putita, pensó sonriendo en su interior Eligio, mejor por las buenas, pero si hace falta por las malas.

-Hay que esforzarse para tener lo que queremos - continuó él - Agradecer la alabanza, devolver el insulto multiplicado por mil, saber tener al mismo tiempo virtud y vicio, honor y vergüenza, bondad y maldad, valentía y cobardía, lealtad y traición. No tenemos nunca que arrepentirnos de nada de lo que podamos haber hecho, saber mandar y aprender a desobedecer, dejar las normas para los demás, crearte tú las tuyas propias...

Toda esta última parte había llamado la atención de Alicia, que pensó que si todo lo que decía Eligio lo estaba diciendo de verdad, parecía ser un hombre muy extraño y también tenía que haber corrido muchas aventuras en su vida, debía de ser muy peligroso. Sólo los que eran muy poderosos podían reírse como lo estaba haciendo él de las normas que todos los demás tenían que obedecer... Ahora sí que se lo estaba pasando bien oyendo la conversación de Eligio. Se había puesto la camiseta y unas chanclas, de forma que ahora las miradas de él se dirigían sólo a sus muslos.

¿Y, después, qué? - preguntó ella mirándolo con los ojos muy abiertos y atentos. El pensó que su alumna estaba realmente encantadora, con las guedejas rubias del cabello enganchadas en la piel de la cara, aún húmedas de la salada agua marina.

-Entonces - siguió él - se llega a la tranquilidad. Actúas como deseas y no te preocupa ni te remuerde nada. Coges lo que deseas y abandonas los deshechos. Entiendes la naturaleza de las cosas y ves su esencia inevitable, lo que te permite estar siempre sereno, hagas lo que hagas y pase lo que pase. Entiendes que la existencia se reduce a comer todo lo que puedes y no permitir ser comido.

El tono de él tenía un cierto aire tramposo, como si se estuviese riendo de ella, era indefinible, y le produjo una cierta intranquilidad pero sin poder centrarla en nada en concreto. Tan solo comprobar como él miraba una vez más sus muslos cuando se levantaba para salir del chiringuito de los primos.

Sí, -pensó Eligio- lo más probable es que sea por las buenas. Era lo normal en estos casos, aunque a veces había que hacer la pantomima de forzar la situación con algo de violencia, como con aquella niña de Las Cumbres que tuvo que forzar en la cabaña del bosque del Cercado, cuando ya la misma familia de la niña se la había entregado a cambio de mantener el arriendo de sus tierras y la casa.

Era, de otra forma, el mismo caso de Alicia. Vivía en un barrio de Sevilla, con sus tíos, uno de los cuales era hermano de Heliodoro de Roques de Fuego. Sus padres habían muerto hacía cinco años, en accidente de tránsito, y ella había sido recogida por sus tíos, que tenían los hijos grandes ya casados.

El nivel económico era muy bajo, y Alicia decía que seguramente tendría que ponerse a trabajar de dependienta o algo así porque no podría continuar estudiando cuando acabase la enseñanza obligatoria. Era el primer año que venía al Valle, porque sus tíos ahora hacía años que no venían, y este año había venido con la tía, porque Eligio trabajaba el mes de agosto.

Heliodoro y su familia lo respetaban y mimaban, porque él les solucionaba, con su influencia, todos los problemas que tenían. Incluso - continuó pensando Eligio - tal vez habían hecho venir a la adolescente y a su tía pensando en él... En todo caso, uno de los hijos de Heliodoro, el intrigante Venancio, que siempre estaba montando historias de parejas, ya le había insinuado hacía dos tardes:

"- Vio, Eligio, qué linda es la chiquita que nos vino de la Península... " Y la sonrisa que le dirigió Venancio era un inequívoco ofrecimiento de la colaboración de la familia en lo que él se gustase disponer acerca de la niña peninsular. Sabía también que Venancio y sus hermanos nunca osarían poner sus manos sobre la niña hasta obtener su beneplácito, por desinterés en el tema o por haberse servido y saciado.

Venancio sabía también que lo que más le gustaba de las niñas era estrenarlas, y que después la relación podía durar más o menos tiempo hasta cansarse de ellas, hacerles un buen regalo y abandonarlas. Alguna le duraba semanas, otras sólo el momento de desvirgarlas, y otras habían conseguido mucho más, como la chiquita de La Playa a la que le puso, con sus padres, una pizzeria en Los Cristianos, en Tenerife, y que tenía ya con él una parejita de bastardas oficiales. Sobre los bastarditas y bastarditas no oficiales todo el mundo hablaba y no acababa. De creer las voces, podían ser entre diez y quince más o menos conocidos o confirmados por el rumor popular.

 

Alicia empezaba a aburrirse. Lo más guay había sido el viaje desde Sevilla, en el avión y después el ferry que las llevó, a su tía y a ella, a la isla. Allí, en el puerto las esperaba Venancio, que ella sabía que era uno de sus primos. Venancio no tenía coche, y lo había llevado a recogerlas un conocido suyo, al que presentó como Eligio, que, según él, era también pariente lejano suyo. Al parecer, había visto después, en aquel valle, todo el mundo era de una u otra manera pariente lejano.

Ya desde el primer momento notó como el llamado tío Eligio clavaba sus ojos en ella y sonreía de manera especial. A pesar de su corta edad y de no salir de casa para ir con amigas o amigos a pasear, ya sabía reconocer aquella mirada especial que tenían por la calle los hombres de cualquier edad, desde niños a ancianos, cuando la observaban pensando en su cuerpo o en el sexo. Y detectó aquella mirada con una especial intensidad en aquel hombre. La sorprendió también ver, cuando las llevó a su coche, que era un enorme todo terreno de lujo.

Ella no entendía mucho de coches, pero sabía, como todo el mundo, que aquella marca de coches era la que solían elegir las personas que presumían de ser ricas. De hecho, no se veían muchos de aquellos en aquella isla, sólo algunos taxis, que parecían además viejos, mientras que el coche en el que iban daba toda la sensación de ser prácticamente nuevo. Aquel señor amigo de Venancio debía de ser bastante importante. Alicia lo miró con curiosidad desde el asiento posterior del coche, porque ella no había conocido nunca a nadie que fuese rico, sólo los que salían por la tele.

Le llamó la atención también el aspecto de él. Era mas alto que ella, muy curtido, con aspecto duro, como de persona que había batallado mucho. No se veían personas como él por la ciudad. Era enjuto pero no esquelético, sino con músculos bien marcados y fibrosos. Su cara era alargada, con un pelo largo entre gris y un blanco amarillento, con un gran bigote del mismo color que le caía por los dos lados de la boca. Solía vestir camisa y pantalones blancos o de colores claros, y parecía ir queriendo demostrar que era rico porque llevaba muchos adornos de oro. Los pantalones eran a veces estrechos y le marcaban claramente los genitales y las nalgas.

En el Valle, llevaba un sombrero al estilo de algunos países latinoamericanos, y cuando venía de moverse por sus campos, con la ropa sucia de las manchas que provocaban los jugos de las plataneras, llevaba al cinto un enorme machete que a veces, descuidadamente, enarbolaba cuando estaba hablando. Eligio parecía tener una edad indefinida, siempre, desde luego, más allá de los sesenta años.

Eligio vivía por encima de sus tíos, en una enorme casa que sobre la carretera, y que según sus primos era por dentro un auténtico palacio. Eligio ya le había dicho varias veces que subiese una mañana cuando se levantase a verla, que ya después bajaría con él a la playa, al bar de sus primos.

A Alicia, la idea de subir sola a casa del hombre le provocaba un cierto temor indefinible que no se atrevía a explicitar en imágenes mentales, que de momento se limitaban a permanecer yacentes en el subconsciente. Al parecer, en la casa de Eligio sólo vivía él y un matrimonio mayor que eran sus criados.

Eligio tenía tres hijos y varios nietos, pero ninguno vivía en el Valle. El hijo mayor tenía una importante empresa de exportación e importación en Santa Cruz de Tenerife, el hijo pequeño vivía en Caracas, la capital de Venezuela, donde cuidaba de los negocios que su padre había dejado en América, y la chica se había casado con un norteamericano rico de origen cubano y vivía en Miami, donde Eligio pasaba a veces un mes entero, ya que decía que le gustaba mucho aquella ciudad.

Sus primos le explicaron que Eligio, además de su casa, tenía muchas otras en la isla, arrendadas o alquiladas a turistas. Por ejemplo, parecía que todo un grupo de apartamentos construidos en un lugar cercano al llamado Balcón del Duque, junto a la playa, eran suyos.

 

Cuando Alicia caminaba de la playa a Roques de Fuego, a medio camino, por la carretera, pasó a su lado el todo terreno de Eligio, que venía de jugar la diaria partida y platicar con su parranda en Los Delfines de La Salera. Le hizo gestos a la chica de que subiera, y, como el día era muy caluroso al unirse el sol de Agosto con un viento cálido sahariano, Alicia sintió alivio al ver que acabaría el trayecto en el coche.

Al llegar al grupo de casas que formaba el barrio, no paró en el pequeño camino que dejaba en la casa de sus tíos, sino que tomó la pequeña pista que llevaba a su propia casa.

- Se ha pasado, era aquí... - dijo ella

- No, es que es malo pararse ahí en la carretera - contestó Eligio - subimos a mi casa, y así aprovechas para verla.

Automáticamente, Alicia se sintió intranquila, como si la invadiese un extraño sentimiento de ansiedad. Pero se tranquilizó al ver en la puerta de la casa, arreglando las plantas, al matrimonio que hacía de criados de Eligio.

La presentó como la sobrina de Heliodoro que había venido de vacaciones. Ya se conocían de vista por el caserío, y le dieron la mano. Se llamaban Gabriel e Isabel y eran dos típicos campesinos de la isla.

- Ya sabemos, mi niña, Venancio nos ha hablado de ti, ¿qué te parece el Valle?

- Ah, está bien, es muy bonito - dijo ella, con la respuesta tópica de rigor. Mientras tanto, le pareció detectar que la mujer, Isabel, dirigía una pícara mirada alternativa a ella y al tío Eligio, mientras el hombre, Gabriel, parecía más bien sumido en una indiferencia hacia ella.

Entraron en la casa. Isabel también, y Gabriel continuó cuidando las plantas del exterior.

 

Desde luego, era un auténtico palacio por dentro, en el estilo popular canario o tal vez en el estilo colonial típico de las casas caribeñas. Las dos cosas en realidad eran coincidentes. Abundaban los acabados en madera y las decoraciones de cerámica popular mezcladas con los más sofisticados avances electrónicos. En el garaje había otro vehículo además del todo terreno, una especie de coche mixto entre todo terreno y camioneta, un pick-up...

Eligio comprobó en sus ojos lo impresionada que había quedado la niña. Él sabía perfectamente el ambiente modesto en que vivía la chica, y conocía que, como siempre, el primer paso hacia sus objetivos con aquella niña era naturalmente hacerle ver que él era una persona muy importante y que, por eso, todo el mundo era siempre muy amable y respetuoso con él.

Eligio pensó que a aquellas alturas la niña ya era consciente de lo que él era o representaba en el Valle y tendría mucho cuidado en hacer o decir nada que le pudiese disgustar o llevarle la contraria.

Por ello, ahora que había acabado la visita, sentados en uno de los grandes sillones del salón de la casa, después de ordenar a Isabel que les trajese bebidas y algo para picar, Eligio volvió a continuar con el discurso filosófico sobre la vida que le había soltado aquella mañana, y que Alicia no podía dejar de reconocer que había acabado interesándole.

-Bien, niña, ¿Qué me dices sobre tu desarrollo espiritual? ¿Has interrogado ya a tu corazón? ¿Quieres que continuemos hablando de cómo puedes avanzar en tus etapas del conocimiento de la vida? - la voz de él, sin dejar de sonreír, era ahora insinuante.

 

Alicia pensó que ahora podía ser un rollo volver a comenzar con aquello, pero había acabado asumiendo que no debía contrariar al tío Eligio cuando decía algo. Al fin y al cabo, al final el rollo de la mañana no había sido tan aburrido y le había enseñado cosas sobre cómo era aquel hombre. "Un gran egoísta, piensa que en el mundo sólo le importa lo que se relacione con él mismo... -recordó la chica"

- Pues no he tenido tiempo, Eligio... desde que usted se fue... Pero no debe de estar mal conocer la vida... ¿Qué cree usted que debo hacer...? - le dijo Alicia, dudando sobre lo que debía decir o hacer.

- Pues primero debes tener un guía, un maestro espiritual que te aconseje y te eduque...

- Bueno, yo no conozco... - dijo ella, con voz dudosa, adivinando lo que él insinuaba. Y, efectivamente, Eligio lo dijo:

- No te preocupes, naturalmente yo puedo ser el guía espiritual, el maestro que te enseñe a conocer la vida. No podrías tener ninguno mejor. - la sonrisa de él era ahora irónica y divertida. Alicia vio que él la miraba fijamente a los muslos, y esa realidad chocaba con la espiritualidad de sus palabras.

- Bueno, pero no se moleste, debe tener muchas cosas que hacer...

Los ojos de Eligio echaban ahora chispas y su boca reía francamente...

- Pero, bueno, siempre hay tiempo para enseñarle cosas a una chica tan guapa como tú, ¡faltaría más, mi niña!

- Hay poco tiempo, a final de Agosto mi tía y yo volvemos a Sevilla... comentó Alicia

El siguió sonriendo divertido y dijo:

-Tranquila, tendremos tiempo suficiente - claro que sí, pensó él malicioso, en un par de horas te puedo enseñar lo que necesitas saber de la vida, luego sólo necesitaremos tiempo para poder practicar hasta que yo piense que ya te lo sabes todo - Incluso, si os vais, puedo visitaros yo en Sevilla, o incluso puedo convencer a tus tíos de que se queden por aquí...

- Va, ¡dónde íbamos a vivir! dijo la chica, -sorprendida por el giro que iba tomando la conversación.

- Pues por aquí, ya sabes que yo tengo muchas casas, os podría alquilar una, y tu tío es conductor, ¿no?

- Sí, conduce un camión en Sevilla

- Pues yo tengo empresas que necesitan conductores, tanto en Tenerife como aquí en La Gomera. Mira, no es mala idea, no se me había ocurrido. Ya hablaré más adelante con tu tía, igual convence a tu tío de que venga y os quedáis por aquí. - dijo él

- Sí, pero, ¿Y yo?, ¿Qué haría yo? El instituto queda lejos...

-¡Je! - dijo él - no pienses en el instituto, allí todo es muy aburrido. Ya arreglaremos eso…

Estuvo unos momentos como pensativo. Después continuó:

-Mira, tú te podrías quedar aquí mismo.

- ¿Aquí? -dijo ella desconcertada

-Sí, aquí en la casa. ¿No te gustaría? Mira, Isabel y Gabriel están ya viejos, ya les tocó jubilarse hace tiempo. Iría bien que una muchachita entrase en la casa para hacerse cargo - ahora la voz de él era insinuante y seria, al igual que la mirada - Te lo vas pensando, sabes, si quieres, yo puedo convencer a tus tíos de que se vengan a vivir aquí y tu quedarse aquí en mi casa. Piensa que cómo mi asistenta te respetaría todo el mundo en el Valle, y yo te pagaría un buen sueldo...

- Isabel se enfadaría...

- Isabel sólo puede pensar lo que yo quiera que piense, supongo que ya te debes haber dado cuenta de ello ¿no? - la voz de él ahora había sonado dura, había dejado traslucir aquel auténtico Eligio que provocaba en ella aquella sensación de vaga inquietud, de estar abocándose a los desconocido.

-Pero, oye mi niña, esto te lo vas pensando y ya lo hablaremos. Tenemos todavía más de dos semanas por delante, y si te decides, me lo dices y yo me lo tomo también en serio y hablo con tu tía. Te lo vas pensando, tu misma decides, ya ves que lo pasarías muy bien, aquí no tendrías mucho trabajo. Mira, te voy a regalar algo bonito para que recuerdes tu primera visita a mi casa…

Sacó de un armario una cadenita, parecía de oro, con una medallita que era una especie de escudo con un tiburón y un rayo, y lo colocó en torno al cuello de Alicia.

La jovencita arqueó su delicada garganta para que se lo pusiese. Se dio cuenta de que, por primera vez, los dedos de Eligio tocaban su cuerpo, y no pudo evitar un estremecimiento.

-En una ocasión, en La Habana, conocí una mulatita, una chiquilla encantadora, parecida a ti pero morenita. Yo me tenía que volver a México al día siguiente, y pude hacer el amor con ella seis veces en sólo una noche -dijo él, mientras ella se ruborizaba al ver la naturalidad y desparpajo con los que Eligio hacía un comentario como aquel. Alicia pensó que para aquel hombre, el sexo debía haber sido algo tan habitual como respirar o comer, y que hablaba del tema como si fuese cualquier cosa sin importancia.

Pero tío Eligio había elegido con toda su mala intención el ejemplo, y sonrió internamente, satisfecho y divertido al ver como la chica se había ruborizado.

Alicia, sorprendida, se puso de pie, y vio como Eligio la rodeaba hasta colocarse detrás de ella, después de apretar unos botones y oír que una música suavísima, con un cierto aire oriental, invadía la estancia.

- Ahora, mi niña, relaja la tensión de todo tu cuerpo y déjale seguir los movimientos que le indicarán la presión de mis manos.

Con estas palabras, Eligio puso las manos sobre las esbeltas y redondeadas caderas de Alicia, que se quedó como paralizada al sentirse agarrada por el hombre, y empezó a hacerlas girar lentamente, adelante y atrás, en un movimiento lento y ondulante.

-Ahora sigue, sigue tu sola, mi niña - le dijo él, mientras Alicia sentía que su respiración se agitaba, por lo inesperado de la situación. Ahora ella siguió moviéndose, sin que él la acompañase con sus manos.

-Esto es, mi niña, - dijo él dando un paso atrás para ver como bailaba lentamente-. Sí, muy bien, así es.

El movimiento parecía enormemente sensual, incitante e incluso obsceno. Alicia se percató de ello, y de que él la estaba observando por la espalda, sus ojos fijos, seguro, en sus muslos desnudos. Su rostro encantador se puso más colorado en un instante, y su respiración se hizo entrecortada, pero, en seguida, se enfadó consigo misma por estar pensando aquello, por ser tan susceptible y mal pensada.

La vieja criada, Isabel, apareció en el umbral del salón y permaneció un momento contemplando la escena, con una expresión que demostraba a las claras no ser la primera vez, ni mucho menos, que contemplaba a su señor iniciando aquella educación tan especial de algunas jovencitas lo suficientemente estúpidas o pijas para tragarse aquel rollo filosófico que les endilgaba para poder acabar follándoselas por las buenas.

Muy bonito, -pensó la criada, con enorme sarcasmo. A Isabel le irritaba que con las chiquitas de la isla no utilizaba nunca aquellos procedimientos tan sofisticados, iba siempre por una vía más explícita y directa, y reservaba aquellas fantasías para los virgos de jovencitas extranjeras o forasteras. Bueno, aquella niña ya se lo encontraría. Pero tenía que ser rematadamente tonta para seguirle el rollo sin saber que lo que pretendía el viejo zorro era follársela.

- Eligio - dijo la vieja criada - llama el notario don Norberto que ya ha llegado de la Villa, que le espera en el Ayuntamiento para la firma de los papeles del contrato.

Eligio estaba tan absorto mirando los movimientos de la niña que la voz de la criada le asustó ligeramente, pues se hallaba sumido en la contemplación del ejercicio y no notó su llegada. Volvió a tomar contacto con la realidad. Alicia se paró y se giró, mirando también a la vieja.

- Uy! ¡Se me había pasado! - Dijo Eligio - ¡Dile que voy en seguida! ¡Después del viaje que se ha pegado desde Santa Cruz! Dile que estaba haciendo la siesta y no te habías acordado de despertarme, dile que ya bajo que son cinco minutos.

Eligio miró a Alicia y le dijo, saliendo del salón:

-Lo siento, mi niña, ya ves que hemos de dejarlo, ¡siempre estoy ocupado! Ya continuaremos hablando esta noche, cuando vaya a casa de tu tío Heliodoro a hablar con él.

Alicia se dirigió a la puerta. Eligio pasó y salió dirigiéndose hacia el garaje. Detrás de él iba Isabel, como acompañándolo a una cierta distancia.

Pero al pasar al lado de Alicia, de pronto, se dio media vuelta, la miró riendo sardónicamente y le soltó unas palabras, escupiéndolas como el veneno de una serpiente, con una mezcla de desprecio y rabia que dejó estupefacta a la chica:

- Se las echa de mago y de sabio - le espetó la vieja criada retirándose - pero lo único que quiere es metértela en el chocho en cuanto pueda...

Su voz se perdió en la distancia, igual que el fuego diabólico de su mirada. Alicia quedó muy impresionada ante aquel estallido de resentimiento y menosprecio que le había arrojado la vieja criada. Aquellas palabras le daban sentido a los sentimientos de inquietud e intranquilidad que habían asaltado su subconsciente en las lecciones y conversaciones que él le daba, y que ahora se hacían manifiestos y reales. Había siempre una premonición de cosas sucias cuando el la miraba, y ahora veía que había justificación para aquella especie de ansiedad indefinible que la embargaba cuando estaba con Eligio.

Pero, al mismo tiempo, otra parte de ella se negó a aceptar las palabras de la vieja criada como una realidad absoluta, ya que podía ser también una muestra del odio de una criada hacia su señor, viendo intenciones perversas en la relación que habían empezado a tener, sin poder aceptar que un señor como Eligio no hablaba con una chica como ella tan solo con el objetivo de acostarse con ella.

No, no podía ser, debía rechazar las palabras de la Isabel, que tal vez se había sentido celosa al verla allí en la casa, donde ella se creía la dueña y señora, sin dejar de ser sólo la criada.

Además, Alicia se sentía halagada por el interés que Eligio demostraba por su formación. Ella también deseaba avanzar y conocerlo mejor todo, no quería quedarse en una niña tonta. Y, pensando en eso, también había aquel ofrecimiento de Eligio para que sus tíos y ella fuesen a vivir al Valle.

Le había dicho que tenía tiempo, que se lo pensase bien antes de acabar las vacaciones. Sí, decidió dejar las palabras de la vieja criada aparcadas en rincón oscuro de su memoria.

Cuando bajaba por el camino y se dirigía a la casa de Heliodoro, el recuerdo de la Isabel parecía sólo un mal sueño, era ya como si no hubiese oído nunca sus palabras.

Y, sin embargo, no podía evitar que aquella sombra de inquietud continuase aparcada en la boca de su estómago. Se tranquilizó pasando sus dedos por la pequeña cadena de oro que el hombre le había puesto en el cuello…

Eligio entra en el cuerpo de Alicia

Era de noche.

Eligio había ido a casa de Heliodoro, a hablar un rato con él, como solía hacer casi cada tarde cuando estaba en el Valle. Había llegado después de la hora de cenar, sobre las diez. En la casa solo estaban Heliodoro y Manolita, sus hijos estaban en el Hotel del Malecón o rondaban por el Valle. En los sillones, viendo la televisión y hablando, Eligio, Heliodoro y Alicia. Manolita y la tía de Alicia rondaban por la cocina y la azotea. Alicia se estaba aburriendo, hasta que, cerca de las doce, Heliodoro se retiró a la habitación con Manolita, y la tía de la chica se fue a su habitación. Alicia pensó en irse a la suya, pero Eligio, como hacía a veces, le dijo de salir al portal un rato a tomar el aire. Hacía mucho calor, y Alicia no entendía cómo Eligio no prefería irse a su casa, que tenía aire acondicionado.

Alicia se sentó en el portal, ayudada por Eligio, que tocó un momento su pubis, por inadvertencia o así se lo pareció, sin casi apercibirse de ello. Él se sentó a su lado, y estuvo un largo rato hablándole de las mismas cosas, la educación espiritual, el conocimiento del mundo, sus experiencias, la bondad del yoga. Al cabo de un rato, de forma natural, mientras le hablaba, él le pasó la mano por los hombros y ella se estremeció, sin atreverse a separarlo o hacer un gesto inamistoso.

Eligio se iba quemando por momentos, con la jovencita, silenciosa, al lado, escuchándole. El camino estaba desierto, algún vehículo a motor pasaba por la carretera, estaba sentado, hombro con hombro con la chiquilla, que llevaba aquella camiseta ceñida que marcaba sus pechitos, su figura, y dejaba al descubierto sus piernas y sus muslos, sentada en el escalón del portal sin más contacto con la piedra que las braguitas, ya que la camiseta subía más arriba. El calor hacía sudar, y Eligio sentía, enervado, el olor suave y perfumado del sudor del cuerpo de la jovencita, mientras miraba, excitándose de forma incontenible, los perfectos muslos de la adolescente junto a la tela de sus pantalones, resistiendo el impulso de acariciárselos sin más demora.

La mano de Eligio no se limitaba ahora a estar en su hombro. Había bajado a la cintura, atrayéndola hacia él, y entonces sí que ella había iniciado un leve movimiento de rechazo y separación. Al apercibirse, Eligio devolvió la mano al hombro, pero poco después estaba jugueteando con los ricitos de su pelo que le bajaban por la cara, el cuello y las orejas.

 

El seguía hablándole, con voz baja y suave, aunque ya en aquellos momentos Alicia casi no escuchaba lo que decía, o no lo entendía, porque estaba pendiente de las evoluciones de las manos de él, en especial la que tenía pasada por los hombros, dedicada a explorar lo que podía de su cuerpo. Se había movido cuando el la cogió por la cintura, deseando irse a su habitación y dejarlo, pero sin atreverse a hacerlo, paralizada en la práctica por el miedo a hacerle un feo a Eligio y que se enfadara con ella, deseando que él se cansara de hablar y se fuera a su casa, temiendo que la otra mano fuera a parar a sus muslos, sintiendo el olor que exhalaba el cuerpo de él, sentado a su lado y pegado a ella, efluvios de tabaco, alcohol y colonia cara, de aquella tan fuerte que a veces usan algunos hombres, con la voz susurrándole extraños pensamientos:

- Porque - estaba diciéndole él entonces - ¿Quienes son las personas más felices en nuestro mundo? ¿Quienes son las más felices, excepción hecha, desde luego, de los que han avanzado mucho en el conocimiento del yoga? ¡Son los artistas! Naturalmente, ¡son los artistas! Los artistas son los únicos seres dichosos y que se bastan a sí mismos en nuestro mundo. ¡Sí! Pero el gran arte es obra de quien sufre mucho por crear algo nuevo e importante.

Alicia notó que él la volvía a coger por la cintura y la atraía hacia él.

- Sí, la historia me dará la razón, son siempre las culturas pobres las que han producido el mayor número de artistas. Por eso los canarios estamos todos un poco locos, pero el conocimiento de la mística del arte nos puede salvar.

Ahora Alicia sintió como él devolvía aquella mano a los hombros, se giraba hacia ella de lado, la giraba hacia él, y la otra mano llegaba a su cintura.

- Todo lo que es bueno en este mundo es el arte. El arte y la belleza son lo más maravilloso del mundo, lo único que vale la pena, especialmente cuando sabemos apreciarlos desde el conocimiento... Y, desde luego, mi niña, tu también eres arte, tu cara es puro arte y belleza, y los reflejos que llegan a tu rostro ahora, con la luz de la luna, te transforman en una sirenita muy especial.

Y Alicia, entonces sintió que la mano que estaba en sus hombros pasaba a su cabeza, mientras la otra mano la agarraba por los hombros. Vio muy cerca de ella los ojos y los bigotes de Eligio. Un hálito de terror la invadió, pero siguió completamente paralizada, incapaz de moverse, y notó, horrorizada, que los labios de él caían sobre los suyos -¡la estaba besando!-, y el bigote del hombre se aplastaba en su cara. El insistió, ansioso, y la chica notó la lengua de él intentando entrar en su boca, al tiempo que el olor a tabaco y alcohol de la boca de él casi la asfixiaba, mientras los pelos del bigote pinchaban su cara. Entonces notó que la mano que estaba en su hombro le cogía el pechito más cercano y lo apretaba como una pelotita. Pudo reaccionar, sorprendida del atrevimiento de él y con los brazos lo apartó de ella. Se quedó mirándolo con la respiración entrecortada, sofocada, sin saber que decir, mientras él la miraba sonriendo, sin insistir en intentar volver a abrazarla.

Al final, el habló muy suavemente, en un susurro de voz:

- ¿Sabes, mi niña? En el yoga hay siempre un contacto físico, de los cuerpos, como hemos hecho ahora, para que la energía del guía espiritual, que soy yo, pueda pasar al alumno, que eres tú. No te preocupes, que no pasa nada, sólo son ejercicios del Tantra para poder transmitirte mi energía.

Eligio continuó mirando la cara desconcertada de la jovencita.

- ¿Sabes qué vamos a hacer? Mira, yo tengo en casa un una bebida que hacen aquí las magas de La Gomera y que utilizamos también en los ejercicios de yoga para poder alcanzar más fácilmente el conocimiento. Se llama gomerón. ¿Has oído hablar de él?

Alicia hizo un gesto negativo con la cabeza mientras continuaba mirando al hombre con aprehensión y estupor.

- Pues mira - dijo él - Voy a ir a buscar una botellita y lo probaremos. Vete a acostar, que yo tardaré un poco en volver, lo tengo que sacar de la bodeguita del sótano, y después lo probarás. Ya verás que sensaciones más buenas da.

Ella, finalmente, pudo atreverse a decir algo:

- Ya mañana por la mañana, ahora es tarde...

-Nada, nada, mi niña, el gomerón sólo se puede tomar por la noche para sentir sus efectos. Por el día no sirve. Va, ves a acostarte, que dentro de un rato vendré... Oye, sabes que esta noche hace mucho calor... Podremos hablar mucho, me parece que con esta temperatura no se puede dormir.

Eligio se puso de pie. Ella, sentada en el escalón, lo miró. El se llevó los dedos a sus labios y después tocó los suyos, diciendo:

- Hay que saber trasmitir la energía, mi niña, es lo más importante...

A ella le pareció que el le guiñaba un ojo, cuando se alejó por el camino, después de musitar:

- Hasta ahora, mi niña, ahorita vengo...

Alicia se quedó desconcertada. Ahora él iba a volver, y vendría a la habitación... recordó las palabras de la Isabel, y un primer movimiento de pánico la impulsó a huir, a esconderse en las plantaciones o en algún rincón de la casa. Pero no se movió.

No debía llevarle la contraria al tío Eligio, tal vez se enfadase con ella y después su tío y sus tías no le perdonarían que se portase mal con su amigo. Todo el mundo lo respetaba mucho, era una persona importante. No debía de hacer caso de la mala leche de una criada resentida... Alicia se puso de pie, entornó la puerta y entró en la casa. La puerta quedó abierta, en el Valle no había los problemas de las ciudades, y además los hijos de sus tíos iban llegando por la noche a diferentes horas. Nunca se cerraba la puerta de la calle, y si Eligio de verdad pensaba venir después, no tendría ningún problema en entrar. Y entonces Alicia se dio cuenta de que ninguna habitación de la casa se podía cerrar por dentro todas quedaban abiertas, el lavabo, su habitación... Sí, su habitación también quedaba abierta, si Eligio venía podría entrar, ella no podía cerrarla. Por un momento se imaginó a sí misma atrancando la puerta con una silla o tal vez con la cama, y se sintió ridícula.

"-Que estúpida que soy... - se imaginó a sí misma aguantando la puerta y a él intentando entrar... o era una broma y no vendrá, o vendrá y tendré que aguantarle una hora más el rollo... Pero, eso sí, que no me vuelva a tocar... No le dejaré que me vuelva a dar un beso... Y si empieza a volver a hablar de pasarme su energía le cortaré y le diré que tengo sueño y que quiero dormir, que se vaya a su casa... Pero, eso sí he de tener cuidado de que no se ofenda o se enfade..."

Alicia subió la escalera que llevaba a la primera planta. Al pasar por el comedor, en la planta baja, oyó roncar en la habitación de sus tíos. Llegó al primer piso. Pasó el descansillo que comunicaba unas habitaciones y llegó a la galería que daba al exterior. La primera habitación era la suya. La segunda, la de su tía. Después estaba el lavabo. Se acercó a la habitación de su tía y la oyó roncar. También estaba durmiendo.

Miró al exterior. Las estrellas brillaban en el cielo, y la silueta de los barrancos del valle se marcaban delante suyo, con un destello del mar muy al fondo, allá donde el barranco culminaba en la playa. Las palmeras sobresalían de las plantaciones de plátanos, bañadas por la luz de la luna. No había ningún ruido en la carretera.

Alicia entró en su habitación. Comprobó -aunque era innecesario, ya lo sabía-, que no había una aldaba interior, que no podía cerrar por dentro su habitación. Suspiró. Todo allí era tan diferente a lo que estaba acostumbrada en Sevilla. Incluso Eligio parecía un personaje salido de uno de aquellos culebrones latinoamericanos que daban por la televisión... Tal vez eso le hacía diferente y provocaba que a pesar de todas sus prevenciones, Alicia sintiese una cierta curiosidad o interés por él, aquella cosa indefinible que hacía que no le rechazase tajantemente y le permitiese aquel extraño juego de maestro de la vida y alumna, juego que, pensó ella, esperaba que no fuese peligroso... E Isabel y su comentario volvieron a su imaginación.

Alicia no abrió la luz, porque la del farol exterior del camino ya provocaba una molesta iluminación de la habitación, de manera que nunca la oscuridad era total, todo lo más una suave penumbra que no impedía la visión y que era un engorro para dormir. Los primeros días le había costado hacerlo con aquella luz, pero ahora ya estaba acostumbrada.

Se colocó ante el espejo del armario. Se miró. Se quitó la estrecha camiseta, lenta y cuidadosamente, como un corderito resignado al sacrificio, doblándola y colocándola en la silla. Se miró poco a poco en el espejo, que revelaba su desnudez a su propia mirada, con su cuerpo adolescente ya sólo cubierto por el bikini. Se bajó los tirantes y se quitó el sujetador del bañador, suspirando al darse cuenta ella misma de lo encantadora que era, y cómo los pezones de sus pechitos se ponían tiesos y erguidos como sucedía siempre que se contemplaba en un espejo cuando se desnudaba. Se dio cuenta de que era normal que los hombres la mirasen. "Pero es culpa mía, como dicen ellos, estoy muy buena... "Y se sonrojó, avergonzada de sus propios pensamientos. Se arregló ligeramente los ricitos de la cabeza, y se imaginó el ardiente deseo que tal vez Eligio sentía por ella, tal como decía Isabel...

Después de dirigir una última mirada al espejo, ruborizándose otra vez al verse tan atractiva, sólo cubierta por la braguita del bikini, dio la vuelta y se dirigió a la cama. De las dos que había en la habitación ella había elegido la que, entrando, quedaba a la derecha. Hacía mucho calor, y aunque llegó a coger el pijama, la sola idea de ponérselo la sofocó más, y renunció a hacerlo, dejándolo sobre la silla.

Se sentó en el lecho, y se tumbó en la cama, temblando ligeramente ante los extraños pensamientos secretos que seguían asaltándola: Eligio entrando en la habitación y dirigiéndose hacia ella... el gran sacrificio, la bella ofrendada la bestia... Eligio como King Kong llevándosela a su montaña... Se dio cuenta que aquellos pensamientos le estaban provocando sensaciones de excitación, que pensar en Eligio le hacía estar a punto de tocarse el sexo y... Entonces, alarmada de sí misma, intentó alejar aquellos pensamientos, pero no lo conseguía. Pasaban los minutos y la intranquilidad daba paso al nerviosismo. Oyó algunos pasos en el exterior y un cierto rumor, como unas voces apagadas. Puso toda su atención en intentar escuchar u oír algo.

Eligio se había dirigido con pasos rápidos a su casa. Estaba asombrado de lo rápido que estaba siendo todo. Iba a ser fácil, demasiado fácil, poseer a aquella jovencita y deleitarse con las mieles del estreno. Era bastante tontita, y le estaba dejando hacer. Mejor, pensó, está buenísima, para qué perder tiempo y días, cuando se la puedo meter en el chochito ahorita mismo...

Entró en la despensa y cogió una botella de gomerón. Sonrió para sí, y se dirigió a su habitación. Nunca estaba de más asegurarse de que ella colaboraría al máximo sin saberlo... En su armario sacó unas simpáticas pastillitas que le había pasado Boris, el camarero del club Ivansibn de Tenerife, las pulverizó y las introdujo en la botella de licor.

Agitó la botella. La jovencita se asombraría siempre del grado de colaboración que habría mostrado con él en el lecho, sin imaginar que aquella colaboración no iba a ser del todo natural. El casi no bebería, Eligio pensó que siempre había preferido las sensaciones más naturales, así podía disfrutar cada momento con plena consciencia... Pero a veces iba bien tomar estas precauciones con las niñas, para evitar cualquier conato de angustia o resistencia...

Y lo mejor era que siempre lo recordaban todo plenamente, avergonzándose a veces con posterioridad al verse a sí mismas participando y alentando los manejos de él con sus cuerpos... Eligio volvió a untar su cuerpo con aquella colonia tan olorosa y persistente que, según había leído, le daba un olor a macho que volvía locas a las hembritas.

Al ir a salir de su casa, se encontró con Isabel, que se había despertado al oír caminar por las estancias.

- ¿Se me vuelve a ir, Eligio? ¿Se me ha perfumado eh? - dijo la vieja criada, con su voz maliciosa.

- Pues sí, supongo que volveré tarde, no os preocupéis. Por la mañana me llamas a las nueve, eh, que tengo cita con el alcalde para acabar el contrato. - y la miró, también maliciosamente - Va, a ver si aciertas, estás intentando pensar quien puede ser, ¿no?

- No es difícil, Eligio - contestó ella pícaramente - Ya le conozco. Cuando está tan animado, sólo puede tratarse del estreno de un chochito. Y esta tarde le visto esa mirada alegre cuando estaba con la niña de la península, ¿eh? Solo puede ser ella...

-Pues claro, tu tan maga como siempre, ¿eh? ¿Quien iba a ser sino...?

- Si hay problemas me viene a buscar, ya sabe, ¿no? Usted la tiene muy grande, y cuando las niñas le salen estrechas...

Eligio recordó que algunas veces había tenido que recurrir a Isabel para parar hemorragias de chicas que acababa de desvirgar. La peor fue una inglesita, que necesitó incluso que la asistiese el médico, suerte que habían podido ir a buscar a Choncho, un médico jubilado, que era un amiguete...

- Vale. No exageres, no creo que haya problemas... Pero ya sabes, si no te aviso, no hay problemas. Me llevo el móvil, por si acaso, eh...

Eligio bajó la pista de su finca, cruzó la carretera y cogió el camino que llevaba a la case de Heliodoro.

En la puerta de la casa se encontró a Venancio, que lo miró malicioso, sabiendo que Eligio estaría contento de la chiquilla que le habían traído. Y Venancio sabía que los agradecimientos de Eligio eran siempre generosos y decisivos. Venancio, sonriendo, le cedió el paso, dando por supuesto que se dirigía al interior de su casa.

- Que lo pase usted bien, Eligio, que se divierta...

El hombre le miró sonriendo.

- Espero hacerlo, Venancio, espero hacerlo...

- Estaré por aquí, en el replano o en mi habitación, si me necesita, ya sabe... - le susurró Venancio

- Ah, no te preocupes, ya he avisado a Isabel, si pasase algo ya vendría...

- No - continuó Venancio -, no lo digo por eso, lo digo por si, ya sabe, si hay que sujetarla o algo, si se le resiste la niña, si hay que taparle la boca para que no grite...

- Bueno, bah!, no creo que sea de esas, no te preocupes, Venancio - dijo Eligio - Me parece, y ya sabes que no me equivoco, que esta putita es de las que se dejan hacer, pero, gracias, ya sé que si te necesito...

- Lo que usted mande, Eligio, ya sabe que aquí se aprecia todo lo que ha hecho por nosotros, y que todo lo que quiera de nosotros, ya sabe, a disponer...

Eligio le sonrió a Venancio y le tocó el brazo en muestra de complicidad y agradecimiento por sus muestras de respeto. Pasó al comedor y se dirigió a la escalera. Empezó a subir los escalones. Era una suerte que las puertas estuviesen abiertas, eso facilitaba las cosas. Habría sido una complicación desagradable tener que pedirle ahora a Venancio que forzase la puerta de la habitación de la chica o haber tenido que dejar aquello para un día que la atrapase en su casa o en el bosque, allá en Garajonay, en la densa selva de Los Cedros...

Alicia se quedó paralizada de terror cuando sintió que, después de cesar el leve murmullo de unas voces, unos pasos sordos se acercaban y se detenían en la puerta de su habitación, que emitió un leve gruñido como de queja al abrirse muy lentamente.

Una sombra entro y volvió a cerrarse la puerta. La silueta se recortó contra la luz del ventanal, y Alicia reconoció lo que temía. Efectivamente, era Eligio. Estaba en su habitación, parado, seguro que observándola, porque la luz exterior iba a dar contra las camas.

Eligio identificó enseguida en cual de los dos lechos estaba la niña. Sus ojos fueron acostumbrándose a la penumbra del interior, y quedó impresionado. La jovencita estaba desnuda en la cama, boca arriba, mirando hacia él. Tan solo las braguitas del bikini impedían que la desnudez fuese total. Parecía una ninfa perfecta, la misma Venus adolescente, bella, perfecta, deseable hasta la exasperación e inmortal.

Alicia vio como la figura de Eligio avanzaba hacia ella, sobrepasaba los pies de la cama y llegaba la altura de su pecho.

Y oyó que él, con la voz como un murmullo, tal vez para no despertar a nadie, empezaba a hablarle:

- Está muy bien que no lleves ropa, mi niña, es muy conveniente, con este calor es mejor dormir así, es mucho más cómodo, podremos hablar sin pasar tanto calor.

- No está bien que esté aquí, Eligio... - se atrevió a decir ella, con miedo y sobreponiéndose al pánico.

"Vaya, ahora con esas, niña, pues lo tienes claro conmigo..." - pensó el hombre. Y le dijo a la jovencita:

- Que va, mi niña, todo lo contrario, ahora no nos puede molestar nadie, tenemos toda la noche para estar solos, y así te podré explicar y hacer conocer todos los secretos del conocimiento y de la vida... No te preocupes, vas a ver como te vas a divertir y va a ser interesante...

"Bueno, tú no sé, putita - siguió pensando él - pero yo seguro que sí que pienso divertirme. Y precisamente contigo..."

Eligio se dio cuenta de que, efectivamente, aquel era el momento de utilizar el gomerón...

- Mira, mi niña, - dijo él - Aquí hay aquella bebida que te dije, el gomerón. Ya verás, para poder hablar y entenderlo todo, tenemos que bebernos un vaso cada uno...

- No tengo sed ahora, y las bebidas con alcohol me marean, Eligio....

- Bah! No seas tonta, mi niña... No irás a despreciar una de las cosas que hacemos en la Gomera, ¿no?

Y. diciendo esto, Eligio hizo el gesto de abrir la botella y llenar el vaso. En la penumbra, Alicia no pudo ver que era sólo una simulación, y que cuando Eligio hacía el gesto de beber el vaso y apurarlo, en realidad estaba solo absorbiendo aire. Pero el vaso que le ofreció a Alicia sí que estaba lleno. Alicia se incorporó en la cama y bebió.

No podía hacer otra cosa, él le había dicho que si no se la tomaba era un desprecio para la isla, y se ofendería... Eligio se ocupó, cogiéndole la cabeza con una mano y llevándole el vaso a la boca con la otra, de que todo su contenido pasase al interior del cuerpo de la jovencita.

La cercanía de ella, la visión de sus pechos desnudos, de su ombligo, de sus muslos, provocaron que Eligio notase que su miembro se había puesto ya enormemente duro, y que el hecho de estar constreñido por el slip y los pantalones le causaba incluso dolor.

Dejó la botella y el vaso sobre la mesilla de noche y Alicia se volvió a reclinar en el lecho, mirándolo fijamente. Eligio estaba encendiendo un cigarrillo. A ella le extrañó ver que el se había puesto a fumar.

"Bien, putita - pensó él - lo tomaremos con calma, dejaremos que el gomerón te ponga a punto..."

Venancio se sentó en el sofá del replano que estaba junto a la galería exterior, muy cerca de la puerta de la habitación donde estaban la jovencita y Eligio. Desde allí se podía oír cualquier cosa que pasase en el interior del cuarto, y, especialmente, a Venancio le excitaba escuchar las protestas, gemidos o gritos de las muchachitas cuando Eligio las desvirgaba. Era algo que no fallaba, siempre pasaba, y siempre prestaba atención a detectar, por el grito o el gemido más fuerte que dejaban ir las jovencitas, el momento en que Eligio les rompía el himen...Y tenía experiencia en ello, él, Venancio sabía que Eligio estaba muy contento con él, era su principal alcahuete para camelarse o detectar niñas de la isla que el pérfido y simpático viejecito pudiese estrenar... Y, cuando él se cansaba de ellas, le dejaba que follase él con ellas también... pero, eso sí, Eligio se reservaba siempre las primicias, exigía desvirgarlas él... Después, realmente, ya le importaba muy poco con quien follasen las putitas, Eligio prefería concentrarse en la búsqueda de nuevos virgos que romper...

Alicia sintió como si el fuego entrase en su cuerpo. Aquella bebida era dulce, pero parecía ser muy fuerte. Se movía dentro de ella y sentía como estaba en su estómago. A su lado, Eligio estaba fumando el cigarrillo, callado. "Que sorprendente - pensó la jovencita - Eligio está callado..." Y fue notando como una flotación, como si en un primer momento la cabeza se le moviese un poco o cómo si Eligio flotase algo en al aire, como si mirándolo lo viese mejor que antes. Ahora distinguía bien su cara que la miraba sonriente, su bigote. Su pelo revuelto, el cigarrillo en la boca - notó el olor intenso del humo - Y, también le sorprendió notarse más tranquila. Ahora recordaba sus miedos de unos momentos antes como si hiciese siglos de aquello. Qué tonta había sido, tenía miedo de Eligio. Ahora estaba allí, de pie, junto a ella, que estaba desnuda en la cama, pero no se sentía intranquila, estaba bien, no se notaba preocupada, estaba feliz... Incluso se dio cuenta de que empezaba a tener ganas de que el le hablase, que no estuviese tanto tiempo callado, y, cosa rarísima, notó que tenía ganas de reír, no sabía porqué, pero era como si algo le estuvieses haciendo cosquillas, o tal vez era que aquella situación era muy divertida. Lo veía todo bien claro, la luz brillaba más, la penumbra pasaba a claridad. Por qué Eligio estaba tan quieto, qué esperaba para explicarle aquellas cosa que había dicho... A ese paso se les pasaría la noche. Lo miró de nuevo, y al cruzarse los ojos, vio que él le guiñaba un ojo. Alicia no pudo hacer otra cosa que sonreír.

Cuando notó que Alicia lo miraba fijamente, Eligio le guiñó un ojo y se puso a sonreír más intensamente. Vio que la chica le devolvía la sonrisa, transformada ya en una risita sofocada. Era evidente que el gomerón - y lo "otro"… - había hecho su efecto rápidamente. La niña estaba perfectamente despierta y consciente de sus actos, pero desinhibida y sin miedos ni represiones. Ahora podía empezar la función sin temor a que ella saliese corriendo gritando. Ella se sorprendería después de su propia conducta, y nunca se explicaría su colaboración entusiasta con las cosas que él iba a hacerle.

- Bueno, mi niña, - le dijo él -ya es hora que empecemos las clases otra vez. Tendrás que estar atenta, ¿eh?

Ella dijo que sí con la cabeza.

- Me tienes que hacer sitio, que me pondré a tu lado. ¿Vale?

La jovencita se apartó hacia la pared, dejando lugar para que él estuviese también en la cama, aunque se dio cuenta de que el espacio era poco y que cuando Eligio se acostase con ella iban a estar muy estrechos. Los cuerpos se tocarían... Alicia se dio cuenta de que este pensamiento no la preocupaba, sino que le producía excitación, y que sorprendentemente, al pensar en Eligio junto a ella, le entraban ganas de tocarse. "Estoy loca -pensó la jovencita "

-Primero, dijo él, debemos de prescindir de las ropas mundanas. El conocimiento del mundo, según me enseñó mi gran maestro de yoga Mashrid Baslabad, solo se puede alcanzar con los cuerpos desnudos. Las ropas, si no son túnicas tántricas del Tíbet, son una imperfección material que impiden llegar a ver la luz.

Las palabras de él llegaban claramente a la chica. Alicia asintió, pensando que ahora se apercibía claramente de la sabiduría de Eligio. Debía de estar aprendiendo bastante, porque ahora, lo que él decía, era como la luz que iluminaba la oscuridad de la habitación.

Ahora lo entendía todo claramente y nada le parecía un rollo. Así vio como, muy lentamente, Eligio apagaba el cigarrillo y lo dejaba en la mesilla. Después, muy poco a poco, liberaba los botones de la camisa y se la quitaba. Alicia se fijó en el tórax de él, ya conocido de la playa, fuerte, con los músculos nervudos, y el collar de oro que colgaba de su cuello.

Vio como él se descalzaba. Acto seguido, abrió el cinturón, desabrochó los pantalones y se los fue bajando pausadamente, como un bailarín a cámara lenta. Miró a Eligio, desnudo, con sólo aquel taparrabos que insinuaba unas formas abultadas. Se lo debió quitar en aquel mismo momento, sin que ella se apercibiera, porque en el momento siguiente Eligio se había sentado en la cama, a su lado, y se giraba hacia ella.

Entonces le pasó algo muy suave por la cara, como una pieza de ropa, y Alicia se dio cuenta finalmente de que era el slip que Eligio se había quitado. Alicia notó un cierto olor característico de aquellas piezas de ropa, pero no fue tampoco algo desagradable, sino que aumentó su expectación. Eligio estaba ya desnudo a su lado, y ella no se encontraba alarmada ni preocupada. Ni tenía miedo. Era sorprendente.

- Yo ya no tengo nada de ropa encima, mi niña - dijo él - Ahora te toca a ti.

- ¿De verdad es necesario? -preguntó ahora ella, sintiendo por fin un asomo de inquietud. Se lo esperaba, pero el hecho de llegar efectivamente el momento la desconcertó un poco.

- "Liberar nuestra casa de la materia. Este es el primer paso " - dijo él, como citando una frase conocida - Eso dice Mashrid Baslabad, mi niña. Desde luego, debemos despojarnos de todo aspecto material... en espíritu y en cuerpo, si queremos avanzar en el camino del conocimiento.

La jovencita asintió al oír lo que él le decía.

Se había girado hacia ella y lo tenía casi encima. Su cuerpo estaba tocando el suyo, de lado. Incluso, pensó ella, parecía haber alguna cosa enorme y desconocida reposando en su muslo. Un pensamiento sobre la naturaleza de aquella cosa provocó un primer asomo de pánico en ella, pero fue solo unas décimas de segundo, porque en seguida le volvió aquella excitación al notar el contacto del hombre con su cuerpo. Incluso sintió otra vez como unas cosquillas y pudo contener las risitas que pugnaban por escapársele. "¡Oh, no! - pensó ella- Si me río se creerá que me lo tomo a broma...Pero, ¿porqué tengo estas ganas de reír?..."

Alicia sintió como Eligio llevaba su mano a su cadera y le empezaba a bajar la cintita lateral de la braguita del bikini, primero en un lado y luego por el otro. Una vez bajó las cintitas, llevó la mano a la tela que cubría su sexo, y, después deslizó arteramente la mano dentro de la braguita, sobre el terso y suave pubis redondeado, hasta alcanzar con los dedos las partes más dulces, húmedas y recónditas del cuerpo de la jovencita.

Alicia notó los dedos de Eligio paseándose en su sexo.

- Oh! Eligio! ¡No! ¡Por favor, no! ... - medio gimió Alicia al darse cuenta de que él la estaba tocando "allí", y que ella no podía levantarse y echar a correr, que se sentía como paralizada y que incluso le gustaba, sí, qué horror, ¡le gustaba! ...

Pero era ya demasiado tarde para poder evitarlo, si no quería montar una auténtica escena, Y Alicia se volvió a dar cuenta de que, además, no quería montar una escena...

Los dedos del hombre, como unas salchichas, se habían introducido en su sexo. "Si esto son los dedos, ¿qué será si me lo hace con lo otro? - se preguntó ella, y, ahora sí, volvió a sentir una sensación de pánico, pero continuó sin poder moverse, como si algo la hubiese paralizado " Los dedos de él frotaron la zona donde debía de estar su pequeño clítoris, como si fuese la bola de acero de un cojinete. Alicia se dejó ir, mirando al techo, resignada, pues se sentía incapaz de negarle a él aquel placer, si tanto significaba para Eligio. Con los ojos fijos en el vacío, se dispuso a soportarlo mientras pudiese, en el momento que notó que el hombre aplastaba sus labios con los suyos, y el gusto a tabaco entraba en su boca al mismo tiempo que la lengua de él. Entonces, Eligio escurrió el rostro de su cara, lamiéndole el cuello y bajando a los pezones de sus pechitos, tirando con la mano de sus braguitas hacia abajo, bajándoselas por los muslos...

- No, ¡no! Eligio, por favor, ¡no! ... - imploró ella

El hombre acabó de bajarle las braguitas pasándoselas por sus torneados tobillos y sus pies. Después, tal como había hecho con su taparrabos, le pasó suavemente la braguita por la cara a la jovencita, como exhibiendo un trofeo ya conquistado.

- Ya está, mi niña, ya estás libre, igual que yo, ¿No te encuentras mejor, más libre?

Sin saber porqué lo hacía, Alicia volvió a mirarlo asintiendo con la cabeza.

- Muy bien, muy bien pequeña, así, así, suavecito, suavecito...

Alicia exhaló un suspiro...Era capaz de seguir lo que hacía y decía Eligio. Debería salir corriendo, pero no podía hacerlo, él lo estaba pasando muy bien, ella no podía hacerle eso, dejarlo ahora y marcharse, se enfadaría y decepcionaría mucho... Además, y esto era lo más terrible de reconocer, también le estaban gustando las cosas que él le hacía.

Su dulce rostro había adquirido un tono sonrosado virginal que la iluminación exterior permitía apreciar. El calor les hacía sudar intensamente, pero ninguno de los dos, ni Eligio ni la jovencita parecían darse cuenta o sentirse molestos por la temperatura de su cuerpo. Alicia notó como los pezones le picaban y al tocárselos sintió, muy sorprendida, que aquellos pequeños pezones se habían endurecido como nunca y se habían hinchado, como si ellos, también alerta, hubiesen adquirido vida propia.

 

- ¡Muy bien! - dijo Eligio - Tranquila, todo va bien. Lo estás haciendo muy bien, estás aprendiendo mucho, estoy muy contento, mi niña... Ahora entrelaza los dedos como te he enseñado, a la manera yoga, y ponlos detrás de la cabeza. Así, eso es. Ahora tiéndete bien en la cama, relájate, ahora te voy a enseñar cosas bonitas...

- No, por favor, no, déjeme, Eligio, por favor...- gemía ella, con escaso convencimiento.

Se tendió obedientemente, dejando su cuerpo suelto. En un gesto reflejo del pánico que en el fondo sentía, al notar aquella cosa grande tocar su cadera, levantó ligeramente uno de sus bellos muslos, volviéndolo hacia adentro y juntándolo fuertemente con el otro, en un desesperado intento de ocultar su pubis a los manejos de Eligio.

- No, no - dijo Eligio, adelantándose más para hacer unos arreglos, al ver que ella intentaba cerrar el paso a su maravilloso conejito. - Así no, mi niña. Las piernas bien separadas, ¡va!

A su contacto, la jovencita se sobresaltó, temerosa y desconfiada e hizo un gesto de rechazo. Eligio constató sorprendido que el pánico que sentía la niña era superior incluso a los efectos del brebaje que le había preparado. "Esto no me ha gustado nada, es un mal detalle, niña - pensó Eligio -Bueno, mejor así - continuó pensando - siempre excita más verlas con miedo la primera vez..." Y se apresuró a intentar tranquilizarla, no fuese que se levantase y echase a correr y al final sí que tuviese que intervenir Venancio para sujetarla.

- Tranquila, mi niña.

Yo soy como un médico del alma, - le dijo, algo fríamente - como un doctor del espíritu. Desde luego, lo que me interesa más en este momento no tan solo tocar ese lindo cuerpecito tuyo... Lo hago porque es la mejor manera de educar tu espíritu, de hacerte conocer el mundo... Ya verás como después ya no serás igual, como mañana te encontrarás diferente... ¿Entendido?

- Sí, Eligio... - musitó ella, sintiéndose perdida y sin fuerzas para reaccionar....Las palabras de Isabel se le clavaban ahora en el cerebro con la evidencia de la realidad: "... se las da de mago, pero lo único que quiere es metértela en el chochete..." Pero ahora se daba cuenta de que él la sujetaba con fuerza, que ella no sabía que hacer, que no osaba rebelarse ni disgustar a Eligio, que continuaba a lo suyo... Así, Alicia permitió sin resistencia que él hombre colocase convenientemente sus bellos y mórbidos muslos, bien separados y vueltos hacia afuera...

- Los ojos, ahora cerrados, mi niña - le dijo Eligio, firmemente, con voz cada vez más seca y menos amable.

Cuando Alicia le hubo obedecido, Eligio se echó hacia atrás para contemplar a la jovencita en conjunto, ahora que ya la había preparado para el asalto final...

-¡Muy bien! - dijo él a continuación, después de gozar del espectáculo de la jovencita desnuda, sudorosa, angustiada, ruborizada... y excitada, como demostraba la dureza actual de los pezoncitos. - Vamos a seguir, mi niña. Lo que ahora estamos haciendo es para adquirir dominio sobre los sentidos corporales. Te voy a guiar en el camino de alcanzar la facultad y el poder de dominar todas las emociones, todos los instintos del cuerpo. ¿Está claro? ¿Sigues mi plática, pequeña?

- Sí - susurró la jovencita, sin poder mantener los ojos cerrados, entreabriéndolos y viendo la cara de Eligio mirándola con una expresión que empezaba a ser ya muy poco humana...

Y el hombre continuó:

- Por eso tienes que estar tranquila, no te asustes por nada que haga, todo está previsto, ya verás como esta es la lección que más te va a gustar... Estás un poco nerviosa, pero te vas relajando, notas que te vas relajando, todo está tranquilo, no hay ningún problema, yo estoy contigo y te lo explico todo, ¿verdad que sí, bonita?

Alicia asintió nuevamente, mirando al hombre. En realidad no se sentía muy tranquilizada por el tono de él, que ahora era como jadeante, como baboso y falso, incluso duro, como si se notase que la estaba engañando, que estaba mintiendo, como confirmando una vez más las intenciones que le había avanzado Isabel, detectando que el peligro de que Eligio consiguiese lo que la vieja criada había anunciado ya era inminente... Pero, al mismo tiempo, la jovencita también se sentía sonrojada, avergonzada y disgustada por el modo en que ella se sentía atraída por lo que le estaba pasando, sin levantarse de la cama y salir corriendo, allí paralizada dejando que él hiciese todo lo que quisiese con ella, casi colaborando, notando perturbada el cosquilleo de su sexo cuando el la tocaba, sintiendo como sus pezoncitos palpitaban y se endurecían... Sí, se notaba enfadada consigo misma..., ella también tenía culpa de lo que le estaba pasando, luego no podría quejarse..., debería irse, resistir, huir de las mentiras que estaba diciendo Eligio, sólo quería aprovecharse de ella, pero no conseguía moverse, no entendía lo que le estaba pasando..., tenía que hacer algo, pronto ya sería tarde, pero no conseguía...

Eligio se inclinó hacia adelante, con los dedos extendidos, y los dejó juguetear distraídamente sobre el dorado melón que formaba el vientre de la jovencita. Ella se movió un poco, gimió al sentir el contacto, pero de forma instantánea sintió también como si él le hiciera cosquillas, y no pudo evitar soltar una pequeña risita nerviosa que la sorprendió a sí misma "Oh, no! - pensó la chiquilla - no quiero reír, ¿porqué me río?, no quiero reír, lo que tengo es que gritar, tengo que irme, ¿porqué me río?..."

- ¡Vamos, vamos! -dijo Eligio al ver y oír la risita de la jovencita - ¡no te comportes ahora como una niña pequeña! ¿A qué viene esa risita? Es muy serio lo que estamos haciendo. ¡A ver, un poco de seriedad, mi niña! El camino del conocimiento de las verdades de la vida no es fácil, muchos lo toman y pocos llegan, a ver si me escuchas con más seriedad o tendré que reñirte - y diciendo esto, se acercó a su cara y Alicia notó que volvía apretar sus labios contra los de ella, la besaba largo rato y otra vez la lengua de él, con el fuerte gusto a tabaco, se abrió paso entre sus dientes y exploró ansiosamente su boca. Eligio se divirtió pensando, cínicamente, mientras disfrutaba de las mieles de los labios y la boca de la niña, que era muy divertido ver los efectos del licor en la chiquilla. Por un lado estaba claramente espantada y aterrorizada, sabía lo que estaba pasando y lo que él se disponía a hacerle, pero, al mismo tiempo, se sentía excitada, no podía reaccionar, estaba confusa, porque, incluso, como hacía unos segundos, se le había escapado una risita que a ella misma la asombraba. Por eso se divirtió enormemente riñéndola un poquito, para confundirla más antes de tomar nuevamente la boca de la pequeña. Se notaba que cada vez estaba más desconcertada, por sus propias reacciones ante lo que le estaba pasando.

Después de la pequeña reprimenda, con su boca invadida por la lengua y los labios de Eligio, Alicia ya fue totalmente incapaz de intentar poner orden en sus pensamientos, todo empezó a desarrollarse a partir de aquellos momentos como una película, como una serie de sucesos inevitables previstos y ordenados de antemano por unos extraños e inescrutables dioses perversos. Cuando sintió liberada su boca, notó que Eligio le estaba tocando nuevamente los pechitos, y oyó su voz:

-Esta, ¿ves, bonita? es una de las que llamamos en el yoga "zonas del tantra erógeno". Cuando se tocan, las chicas experimentan grandes sensaciones - le explicó el hombre, tomando entre el índice y el pulgar uno de los perfectos pezoncitos, que parecía estar solicitando su atención, y empezando a hacerlo rodar suavemente, presionándolo progresivamente de adelante atrás y de atrás adelante. -¿Notas algo, mi niña?

Ella asintió, dejando ir un gemido, casi retorciéndose a pesar de los esfuerzos que hacía por estar seria y no dejarse llevar al abismo al que Eligio la estaba llevando. No quería acabar de perder el control, quería poder reaccionar e huir, pero cada vez era más difícil...

- Sí - dijo él, con una inclinación de cabeza - claro que lo notas. Y en el otro también, desde luego...

Y tomó el otro pezón entre sus dedos, dándole una serie de cariñosos pellizcos, mientras la jovencita se volvía a agitar, excitada e inquieta. Entonces Eligio llevó la boca a sus pezones y besó sus pechos, y después se puso a chuparlos, cada vez con más fuerza, e incluso mordiéndoselos en algún momento. Los pezones se le pusieron terriblemente duros y la chiquilla notó un delicioso y terrible escalofrío que le descendía hacia el precioso vientre y se transformaba en un estremecimiento de todo su cuerpo...

- No, por favor, Eligio, no, déjeme, por favor, váyase... - gimió ella, suplicante, al notar que le entraban ganas de abrazarlo y besarlo... - No, no, no...

- Sí, sí, hemos de continuar, pequeña, esto es solo el principio de la lección... - dijo él, besándola de nuevo en la boca y volviendo a sus pechos, tomando otra vez con la boca los altivos pezoncitos, chupándolos y mordisqueándolos de nuevo, notando la terrible excitación que aquello estaba produciendo en el cuerpo de la jovencita, cuya piel estaba cada vez más ardiente y sudorosa...

- Bien, vamos a ver, ahora seguiremos con las zonas tantras erógenas que te he dicho, atenta, bonita, que luego me lo has de explicar, a ver si te lo has aprendido bien... - dijo Eligio, abandonando los pezones por un momento y dejándolos como dos diminutas cabezas que se erguían ansiosas, para pasar a acariciar lentamente con las manos, de forma voluptuosa, el maravilloso arco que formaba el cuerpo encantador de la jovencita, bajándolas por el ombligo, los costados, tanteando las costillas, la pelvis, las caderas y pasando, muy despacio, por último, a la parte interior de sus mórbidos y deliciosos muslos, para converger finalmente en los pelitos que empezaban a cubrir el pubis, bajo los cuales el fabuloso conejito de la niña se fue poniendo dulce con los manejos de los dedos de Eligio, notando Alicia un picor y cosquilleo en el sexo que volvía a incitarla perentoriamente a tocarse o a abrazar su cuerpo al del hombre.

- ¡Ahh! No..., por favor, no, Eligio, déjeme, no siga, por favor... Ohhh, no, por favor...- volvió a intentar decir la jovencita, aunque las palabras le salían ya tan entrecortadas por la mezcla de excitación y pánico que apenas se le entendía un murmullo jadeante.

Entonces, Eligio abrió cuidadosamente con los dedos los labios del sexo de la jovencita, de color de pétalo de Isabel, para revelar, en todo su diminuto esplendor, la magnífica joya que el simpático vejete deseaba poseer, el pequeño clítoris de la niña, irisado como una perla, que temblaba, al parecer, deliciosamente dispuesto y preparado para recibir su homenaje.

- Bien, - dijo él - ya veo otra de las zonas que te he dicho, atenta, a ver que sientes ahora, mi niña, ahora estate quieta, no te muevas mucho, ¿eh? - añadió Eligio, con aquel tono seco que utilizaba ahora, como si revelase un cierto desdén por lo que pudiese pensar ella, buscando el trocito de carne con los dedos, cogiéndolo en forma de pinza y dándole después unos golpecitos suaves.

- Ooohhhh, por favor, noo..., Eligio, no... - intentó decir la chiquilla, presa de una gran excitación y desazón que ya apenas podía refrenar... ya no podía hacer nada, casi ya ni pensar nada, para oponerse a los manejos sexuales obscenos y libidinosos que Eligio estaba haciendo en su cuerpo... - Eligio, por favor, yo no sabía que la lección era así... la verdad, yo no esperaba esto, déjeme, por favor, nooo... no me haga daño, por favor, no...

Entonces la jovencita sintió, como si estuviese soñando, como si no fuese real, que Eligio metía su cabeza entre los muslos cálidos y exquisitamente torneados, agarrándola por las caderas y apretando la cara interior de los muslos contra su cabeza. Entonces notó la nariz de él en su pelvis, los pelos del bigote en su sexo, y la boca de él abriendo los melosos labios de su sexo, que al hombre le parecieron de miel, y, con toda suavidad, llevó su afanosa lengua a encontrar su sonrosado clítoris, dulce como un caramelo...

- Ohhh!, -gimió la chica, transportada ya a niveles incontrolables de excitación - Ohh!, por favor....

Y, de forma instintiva, sin proponérselo, actuando como su fuese algo aprendido ancestralmente, algo que llevase impreso en los genes, Alicia se dio cuenta de que había bajado sus manos a la cabeza del hombre, y se atrevió a inclinar el cuello hacia abajo, mirando su propio cuerpo desnudo bañado de sudor, sus pechos erguidos como montañitas con los pezones en punta, y allí, en su vientre, la cabeza de Eligio sumergida en su sexo... Y se sintió impelida a jadear, a decirle a Eligio que sí, que siguiese, que más, pero volvió a dejar caer la cabeza en la almohada, gimiendo de vergüenza y de placer, pegando un saltito cuando él continuó sus manejos.

Notó la jovencita que el simpático vejete metía ahora las manos debajo de ella para sujetar sus redondas nalgas, que parecían elásticas pelotas de goma espumosa, y empezó a chuparle el diminuto clítoris y darle lengüetazos con creciente vigor. Alicia cerró los ojos y fue levantando, también de forma instintiva, poco a poco las piernas, ascendiendo suavemente hacia arriba, apoyando los brazos alternativamente en la cama y en la cabeza de Eligio, haciendo lentas contorsiones y sollozando aterrorizada al darse cuenta que se le presentaba como un deseo terrible y urgente la visión del hombre metiéndole aquello enorme en su vientre, como si estuviese asistiendo a una película de aquella terrible amenaza de la vieja criada de Eligio... Pero aquello no era una película, era real, y ella era la protagonista... invadiéndola el terror y el pánico de darse cuenta de que en aquel momento estaba deseando su propia violación, y de que no podría evitar que Eligio se la metiese, como le había dicho Isabel...

Los ojos del hombre adquirían cada vez una expresión más demente. Ya no era un ser humano, era la bestia lujuriosa que ya habían conocido anteriormente infinidad de muchachitas de todos los colores, edades y lugares en los que había estado. Romperle el himen a aquella jovencita iba a ser sólo una estrella más en la galaxia de sus placeres a los largo de decenas de años... Y, estaba siendo, además, sorprendentemente fácil. Aquella putita era mucho más tonta de los que él había pensado, parecía que no se atrevía a llevarle la contraria en nada, en que Venancio y los demás la habían aleccionado bien sobre el respeto que debía de tenerle... Empezó a sentirse fuera de sí por el deseo de poseerla, pero intentó resistir y continuar si podía con una cierta lentitud para seguir gozando de aquellos momentos tocándola de todas las maneras antes de metérsela... porque cuando se la metiese, todo acabaría más rápidamente, el instante en que la desvirgase sería un segundo, y después se correría tan rápidamente del placer de ver como ella notaba que la había desflorado que prefería alargar lo más posible los momentos previos, con el placer indescriptible de ir conteniendo la explosión final y ver como la niña seguía oscilando de forma irremisible entre el horror de saber que se la iba a follar, y la excitación y el placer que él le estaba haciendo sentir, y que no la dejaban rebelarse a sus designios y a los manejos a que él estaba sometiendo a su tierno cuerpo adolescente.

- Tranquilízate un poco, mi niña - oyó ella que le decía Eligio - ya se que lo estás pasando muy bien, pero tienes que calmarte un poquito, pequeña... Hay que saber dominar los sentimientos y las sensaciones para ser dueño de sí mismo, fíjate como yo estoy muy tranquilo, hay que ser como una caña, dejarse llevar por el azar, inclinándose de un lado a otro, pero sin romperse... Tienes que vivir lo que estamos haciendo, tienes que calmarte, si sabes bien lo que hacemos y lo que vamos a hacer, lo pasarás mucho mejor... Dime, ¿qué estás sintiendo ahora?

Alicia dejó ir unos murmullos ininteligibles

- No te he entendido nada, bonita, dímelo más lentamente, intenta respirar mejor, estás muy excitada, -le dijo él. La jovencita consiguió entonces emitir unas palabras...

- Ohhh... me hace cosquillas cuando me toca, me da calor... pero esto no está bien Eligio, me da miedo, parece que quiera hacer aquello conmigo... déjeme, ya me lo acabará de explicar mañana... - dijo ella, en un postrer, desesperado y último intento de salvarse del ataque sexual al que la estaba sometiendo el simpático viejecito...

Eligio ignoró por completo lo que ella le estaba pidiendo. Él continuó hablando con aquel tono de voz inhumano y desconocido:

- Primero - dijo él - has de aprender a aceptar lo que te ofrecen los sentidos, y así podrás liberarte de toda preocupación, miedo o complejo. Si te gusta lo que te estoy haciendo, no lo debes rechazar, debes aceptarlo y disfrutar tu también. - Mientras hablaba, Eligio continuaba besándola y acariciando todas las partes de su cuerpo, excitándola cada vez más, aunque sus palabras parecía reclamar que se calmase... - Si no te gusta, debes pensar que a mí sí, y que debes entregarme tu cuerpo y corresponderme para que yo pueda obtener todo el placer posible, porque la naturaleza te ha dado la posibilidad de excitarme y satisfacerme, y no puedes ir contra la naturaleza negándote a ofrecerme tus delicias sino al contrario, debes procurar que yo obtenga todo el placer posible de tu cuerpo. Y, así, después de aceptar lo que te ofrecen los sentidos, podrás aprender, yo te lo enseñaré, a dominarlos y aprovecharte de ellos, obteniendo tú también los mayores placeres y aprendiendo, finalmente, a alcanzar y dominar a voluntad la técnica del orgasmo instantáneo, incluso sin que nadie, ni tu misma, te toque, sólo concentrando el pensamiento en aquel o aquella que desees.

Eligio interrumpió entonces las caricias, los besos, los masajes y se incorporó, hasta quedar arrodillado a su lado.

- Mira bien, ahora, mi niña. - le ordenó - Ahora te mostraré un ejemplo de este dominio sobre sí mismo, Ahora verás que he obligado a mi pene a ponerse duro y rígido, lo he puesto en ese estado llamado de erección, como ya debes saber.

Hizo una pausa y Alicia oyó que el hombre le decía:

- Míralo ahora, sin miedo, es una cosa natural, nos lo da la naturaleza, no tiene nada de malo, pequeña, míralo con calma, fijamente...

La jovencita miró hacia la derecha. Los ojos se le desorbitaron, y se quedó pasmada y horrorizada. Efectivamente, como él se había arrodillado a su lado, allí muy cerca de su cabeza, tenía el miembro viril de Eligio, un pene enorme, grande, muy tieso, oscuro, con una selva de pelos negros rodeándolo. Alicia recibió una gran impresión, "... no, por favor, "eso" es lo que la Isabel me dijo que él quiere meterme dentro, no, por favor, ese monstruo enorme dentro de mi cuerpo... no..no..."

Y, entonces, de pronto, se imaginó a sí misma con "aquello" ya dentro de su vientre. Entonces los ojos se le desorbitaron aún más, se sonrojó terriblemente, le entró una sensación irresistible de pánico, desvió la mirada, dio un pequeño grito, e intentó incorporarse para huir.

Eligio, viejo experto, detectó instantáneamente el conato de resistencia de la chica al exhibirle él su pene enhiesto y gigantesco tan cerca de su cara. Se colocó encima de ella y la sujetó con sus fuertes brazos y su cuerpo de forma muy experta consiguiendo rápidamente inmovilizar el cuerpo de la jovencita, ahogando el único intento desesperado de ella de librarse de su ataque.

"Bien, putita, bien, - pensó él, con un brillo divertido en los ojos - ahora ya sabes lo que te espera..."

-No, no, mi niña - dijo él - no seas mala ahora, no seas tonta. Recuerda lo que te he dicho de aceptar lo que nos ofrece la naturaleza y aceptar compartir o entregarse a sí mismo. Yo te he ofrecido lo mío, te lo he enseñado, y ahora tú tienes que ofrecerme lo tuyo. No permitas que vulgares ideas anteriores de todo lo que te han explicado estos años contra el sexo dominen tus pensamientos. Yo tengo un perfecto dominio de los sentidos, y quiero que tú lo aprendas también. He querido enseñarte, simplemente, como consigo que el miembro se me ponga duro y rígido, en el estado llamado de erección. Y eso, tienes que estar contenta, lo has conseguido tú, tu delicioso cuerpo, verlo, tocarlo, consigue estos efectos.

Debes conocer ese poder, y utilizarlo. Hazme caso, pequeña, recuerda siempre esta lección. Si sabes utilizar este poder que tienes, tu vida será mucho más agradable que si lo rechazas... Estos son los secretos de la naturaleza, mi niña, las hembritas tenéis un gran poder sobre nosotros, los machos, y tienes que aceptarlo y usarlo. Tu puedes hacer que se levanten todos los miembros que quieras, pero, cuidado, llegará un momento en que perderás este poder, y entonces puedes lamentar no haberlo utilizado lo suficiente...

Alicia, aprisionada por los brazos y el cuerpo de él, sin poder mover, lo escuchaba absorta. Notó como él, poco a poco, iba aflojando la presión, seguro de haber vencido ya el intento de resistencia.

La jovencita continuó oyendo su voz, sin entender ya casi nada de lo que Eligio le decía, como un sueño, o una película...

- Tienes que llegar a alcanzar un completo dominio sobre las reacciones del cuerpo, pequeña, incluso sobre las más involuntarias... y, de este modo, gracias a la fuerza de la voluntad, el cerebro, el pensamiento consigue llegar a vencer y poseer el control de los secretos de la naturaleza...

Alicia se dio cuenta entonces de que él, sentado a horcajadas encima de ella para impedirle los movimientos, tenía su culo sobre su sexo, sobre su pubis, presionándolo con el peso, notando lo carnosas que eran las nalgas del hombre, y que, al inclinarse sobro ella, el enorme pene de él entraba en contacto con la zona de su ombligo... Y él le continuó hablando:

- Yo deseo que mi miembro esté en erección, y tu lo consigues. ¿No es maravilloso, mi niña?

La perturbada y desamparada criatura ya no se atrevió a volver a contrariar al monstruo que tenía encima, que volvió a moverse, colocándose más adelante y quedando ahora sentado sobre sus pechos, con las piernas dobladas apoyándolas en el lecho para no aplastarla. Ahora sentía el culo de Eligio sobre sus pezones. Alicia había dirigido la mirada al techo, para no tener que volver a ver aquella enormidad monstruosa que era su miembro tan cerca de su cara.

Pero no había salida. Precisamente, él la obligó a mirar:

- Va, pequeña, ahora ya la conoces, debes mirar, debes conocerlo, tú eres quien lo ha puesto así... (Y, - pensó él sarcásticamente- tu tendrás también, putita, el privilegio de devolver aquella cosa a su estado normal..., después de comértela toda, claro está...)

La jovencita volvió a mirar y horrorizada, volvió a ver aquello muy cerca de su cara.

- Tócalo, mi niña, sí, ¡tócalo! - le espetó ahora él con un tono que no admitía oposición, casi de amenaza - tócalo y lo conocerás mejor por ti misma, con los sentidos...

Entonces Alicia sintió que Eligio le tomaba la mano y la llevaba a su miembro, haciéndoselo tocar ligeramente. La chiquilla ya se notó más capaz de mirarlo, pasado el horror de la primera sorpresa, sintiendo el tacto del pene de Eligio en su mano, que la miraba ya tan solo como el objeto lúbrico que iba a satisfacer de forma inmediata sus instintos. La mano del hombre hacía que la suya fuese explorando el enorme pene, tocándolo aquí y allá, llegando a producir en la niña una cierta curiosidad dentro del horror de la situación.

- Puedes apretarlo si quieres, bonita - le dijo Eligio, sin soltarle la mano, pero en un tono incitador - Sí, apriétalo ahora...

Apretó la mano de la chica, haciendo que esta, a su vez apretase el pene. Le sorprendió aquella consistencia tan dura, nunca había podido ella imaginar que un trozo de carne pudiese ponerse tan duro... todo era tan horrible, tan nuevo, tan sorprendente... Al apretar el hinchado miembro viril de Eligio, con la punta muy cerca de su cara, oyó de nuevo la voz del hombre:

- Ahí tienes, pequeña, mira que control que tengo, - dijo, excitado, casi gritando él por primera vez - ¡mira la punta de mi polla!

Alicia vio aparecer en la punta del pene una gota cristalina. De nuevo la sorpresa la invadió. ¿Qué era aquello?

- ¡Ahí tienes, mi niña! - dijo Eligio, con voz triunfante - ¿Ves esa gota? ¡Es el máximo ejemplo de mi dominio glandular, del dominio que tengo sobre mi cuerpo! ¡Sé aguantarme y esperarme! Cuando me has apretado el pene, he estado a punto de llegar al final, pero mi cerebro ha dado la orden de esperar. Puedo controlar cuando quiero acabar. Piensa que si yo no conociese el yoga, o fuese un muchachito de esos, ¡ahora tendrías toda la cara mojada, pequeña! Así puedes ver todo lo que te estoy enseñando, aprovecha bien las lecciones... (Pero, - pensó él - ya no puedo aguantar mucho más... ahora sí que llega al final tu sacrificio, putita, ahora si que noto que ya no puedo esperar mucho más... y yo quiero mojarte por dentro, no por fuera...)

La jovencita tenía sus bellos pero horrorizados ojos fijos en el rostro del simpático vejete que tenía encima suyo, y observó, sorprendida que la cara de él estaba radiante, y que sus ojos dejaban ir una expresión impresionante, mezcla de salvajismo y sensación de victoria.

- Ahora, relájate otra vez, mi niña, que estabas muy nerviosita... - le dijo Eligio - y voy a continuar enseñándote todo lo que sé...

El hombre fue extendiéndose encima de ella, la volvió a besar apasionadamente, volvió a jugar con sus pechos y a chupar sus pezoncitos, lamió su ombligo, tocó con los dedos su sexo y su clítoris, todo aquello ya era conocido por la niña, todo ya lo había hecho antes. Un sentimiento nuevo, un interrogante primordial, fue a incrementar su inquietud horrorizada. ¿Dónde estaba ahora "aquello"? ¿Qué iba a hacer Eligio ahora? ¿Tal vez iba a...?

Alicia suspiró y dejó ir unos gemidos, porque él continuaba acariciando todo su cuerpo, especialmente su dulce y húmedo conejito.

- ¿Continúa y aumenta el cosquilleo que me dijiste antes, mi niña? - le preguntó al cabo de un momento.

"Mucho me temo que sí - pensó la jovencita - enfadada consigo misma"

- Ohh, déjeme, sí, pero déjeme, Eligio, esto no está bien, no me haga daño, por favor... - dijo ella, con un susurro triste y jadeante...

- Y ahora, - volvió a besar los pezones de la chiquilla y le mordió el cuello, metiéndole después la lengua en los ojos y en la boca...- ¿notas una sensación de calor en todo tu cuerpo, sientes un gran deseo de que te aplaste con mi cuerpo, de abrazarme, de que te bese y besarme tu también, pequeña?

Alicia no pudo contestar. El peso de él le dificultaba la respiración y sentía pánico por la intuición de lo que Eligio estaba a punto de hacerle, pero, al mismo tiempo, también era verdad que sentía una extraña excitación que la arrojaba a sus brazos, que la hacia desear que él la besase, que su cuerpo la aplastase, tenía ganas de abrazarlo, la mezcla de los olores de él, sudor, tabaco, alcohol, perfume, la enervaba, no sabía lo que le estaba pasando, no sabía que hacer, no sabía...

 

- Ahora, mi niña - dijo él musitando las palabras en su oreja y aprovechando para morderle el cuello nuevamente - ahora ya viene lo mejor, ahora, ya ves que te lo explico todo para que lo sientas bien, para que aprendas todo lo que te estoy enseñando, ahora voy a meterte el miembro...

Alicia intentó dar un salto, pero él estaba preparado a la reacción de la niña y la inmovilizó con su cuerpo y sus brazos, tapándole la boca para ahogar el grito de pánico que la jovencita dejó ir.

- Quieta, mi niña, quieta - dijo él, nada furioso, con voz fría, seca, inhumana, pero al mismo tiempo ansioso y expectante - ahora te la voy a meter, hay que llegar al final de las lecciones. No vas a poder hacer nada por evitarlo, hazme caso, te lo juro que no vas a poder impedirlo, y te lo vas a pasar mucho mejor si lo hago por las buenas que si tengo que metértela a la fuerza...

Si participas y te portas bien, si eres una niña buena, vas a disfrutar mucho, tanto como yo, y podrás conocer muy aproximadamente todas las sensaciones que produce follar, para que las conozcas y te lo puedas pasar muy bien... Si eres una niña mala, tendré que hacerlo por la fuerza, te le meteré igualmente, te haré daño, y sólo me lo pasaré bien yo... Ya ves, no seas tonta, pequeña, hasta ahora lo habías hecho muy bien...

- No, Eligio, no me haga daño, por favor, no me haga daño..., déjeme ir...

- De eso nada, monada, - dijo él ahora - Y decídete, porque ya voy a empezar...

Ella intentó de nuevo moverse, pero él la tenía bien sujeta e inmovilizada. Se dio cuenta de que no podía hacer nada, de que aquello no tenía solución, de que la vieja criada Isabel iba a salirse con la suya... Y al tomar consciencia de la imposibilidad de librarse del ataque de Eligio, se fue relajando, con una resignada aceptación del horror que estaba a punto de envolverla, notando como si una nube negra fuese invadiendo su mente.

- Bien, pequeña, así, tranquila, relájate, así, no te muevas, yo te enseñaré a hacerlo... déjame a mi...

-Pero, pero, - pudo finalmente susurrar ella, esperando que milagrosamente Eligio se apiadase de ella - pero, Eligio, ¿De verdad tiene que hacérmelo? ¿No hay otra manera de que me enseñe...?

Ella no obtuvo respuesta.

- Por favor, gimió y sollozó la jovencita, por favor, Eligio, déjeme, no, por favor, no...

Y, en un reflejo voluntario, cerró un poco sus maravillosos muslos.

 

- Va, niña, concéntrate, va, tranquila, recuerda que el pene es como el tigre, que se abre paso con fuerza, astucia y agilidad... Yo primero he llegado a ti con astucia, me has hecho utilizar algo de fuerza, y ahora conocerás la agilidad... va, ahora va, prepárate, va...

Alicia sintió como Eligio le abría suavemente los muslos, le colocaba las piernas en la posición que le resultaba más conveniente y se situaba entre ellas. Después la jovencita notó como él bajaba su cuerpo, inmovilizándola de nuevo, con el tórax sobre sus pechitos, con la boca besándola y lamiendo sus ojos y su cara...

Eligio llevó su mano al vientre. Alicia se sobresaltó al notar un contacto en su sexo. Por la consistencia, eran los dedos del hombre.

- Ahora pequeña, ahora, ahora te voy a meter mi polla, ahora, quieta, ya verás, que gusto, ahora, eres muy guapa, te voy a devorar, tus labios son miel... - decía él, distrayendo su atención de los manejos finales que estaba iniciando - va, mi niña, ponme las manos en el culo y agárrate a él, va...

La jovencita notó que los dedos de Eligio separaban los tiernos y temblorosos labios de su sexo, transformado para el hombre en un sonrosado tarrito de miel...

Eligio, cuando notó que había encontrado la entrada y había abierto los labios del sexo de la niña, colocó la punta de su pene en el hueco y empezó a introducirlo lo más suavemente que pudo, de forma que la jovencita casi no se diese cuenta y no se alarmase, obligándolo a forzar la penetración con un empujón violento y definitivo de la pelvis, como tenía que hacer cuando se veía obligado a utilizar la fuerza violar alguna muchachita que al final se hacía la estrecha. De esta manera, con mucho cuidado, el lujurioso viejecito empezó a deslizar lentamente su durísimo miembro en el cálido sexo de la encantadora y desgraciada criatura...

Alicia notó que algo continuaba tocando su sexo, que algo estaba en la parte exterior, que aquel algo, casi imperceptiblemente, muy lentamente, empezaba a entrar. Entonces, vivamente, como una revelación llegada en un relámpago, se dio cuenta de que aquello no eran ya los dedos de Eligio, que aquello era ya aquella cosa enorme, que el momento temido había llegado, que el simpático vejete había empezado a meterle la polla en su vientre. Intentó gritar, moverse o reaccionar, pero se dio cuenta de que no podía hacer nada de eso, de que estaba paralizada, de que aunque quisiese, el cuerpo de él impedía que ella pudiera reaccionar o defenderse, que ya era tarde para todo... Y aquello que estaba penetrando en ella era grande, muy grande, ella ya lo sabía pero ahora estaba sintiendo como se iba introduciendo en ella, y no podía hacer nada, nada por evitarlo, y ahora ella estaba mordiendo los labios, lamiendo sus dientes chupando su boca y, entonces...

Eligio notó una resistencia en el sexo de la chica. Su pene se había parado. Ahora tenía que dar el impulso definitivo, el momento tantas veces soñado y deseado. Se preparó para controlar la reacción de la jovencita, fuese cual fuese...

 

Eligio mordió el cuello de la chica, como un vampiro. Cuando ella gimió al notar los dientes del hombre clavarse en su piel, distrayendo su atención, él consideró que ya había llegado el momento. Presionó con la pelvis mientras sujetaba fuertemente a la jovencita, aplastándola con su peso. Entonces, el pene de Eligio venció la tensión del himen de la niña, que súbitamente se desgarró, roto por la punta del enorme miembro del simpático vejete, que notó como la resistencia cedía.

Y, entonces, Alicia notó el pinchazo, el instantáneo dolor de su himen roto por el empuje del pene de Eligio, sintió como si un cuchillo la estuviese cortando por dentro. Y gritó. Y dejó ir un grito de pánico. El horror que ella temía se había consumado. Notó la mano de Eligio aplastada en su boca, intentando ahogar el grito que había dejado ir o evitando que se repitiese.

Venancio, sentado en el sofá del replano, oyó el grito de la niña, alto y claro. Esperó que no hubiese despertado a nadie de la casa, todo el mundo parecía dormir. Había tardado, pero sabía que al tío Eligio le gustaba ir muy lentamente cuando se trataba de desvirgar chiquillas, le gustaba apurar el placer de aquellos momentos. Pues bien, ya lo había hecho, y la putita peninsular ya sabía qué era el poder de un buen pene canario. Y... entonces se le puso más dura que en el momento de oír el grito de horror de la niña, pensó en que, si Eligio no deseaba para él sólo a la niña, y, como había pasado otras veces con muchachitas que él le había facilitado le dejaba probarla, aquella jovencita conocería también el suyo... Y, se sonrió a sí mismo, él no era tan delicado con las pijitas como Eligio. El era mucho más directo...

La jovencita arqueó su cuerpo al sentir el dolor de su himen desgarrado. Los ojos se le desorbitaron de terror, intentando mirar al techo pero consiguiendo sólo la visión de la cara del hombre, que la continuaba besando y mordiendo. Ahora parecía fuera de sí. Las manos de la niña se crisparon agarrando la abundante carne de las nalgas de Eligio, mientras él, vencida la resistencia del virgo de la chiquilla, presionó hacia adelante con la pelvis para introducir totalmente su miembro en el sexo de la jovencita.

Alicia sintió como aquella cosa enorme, dura y cálida penetraba en su vientre. Lo hacía a la fuerza, porque era muy grande, y al meterse en el sexo de la chica iba dilatando la vagina de la niña. La espada era más grande que la vaina, y cada centímetro que aquella cosa monstruosa penetraba en el vientre de la jovencita, ella dejaba ir un grito que él ahogaba con la mano hasta conseguir metérsela por completo, cosa que al final consiguió, sujetándola con fuerza para dominar las convulsiones y espasmos que arqueaban el cuerpo de la muchachita.

Venancio se había acercado a la puerta de la habitación para oír mejor. Los gritos de la chica, que Eligio intentaba ensordecer, demostraban que Eligio se la estaba ya metiendo toda dentro. Venancio se imaginó a sí mismo metiéndosela también a la putita...

- Ahora. Mi niña, ya conoces como es... ¿te hace un poco de daño, verdad ?... -dijo Eligio, empujando con la pelvis hacia adelante

Alicia sentía que cada vez que aquella cosa enorme se movía dentro de ella le dolía, como sí una navaja fuese cortando a trocitos su interior. Al mismo tiempo, la notaba que aquella cosas era grande, muy grande, y sentía cada centímetro de aquella enormidad dentro de su vagina, ocupando su vientre...

- Por favor, déjeme, -suplicó ella con palabras entrecortadas, gimiendo sollozando - ¡Ay! ¡ay!, me hace daño, mucho daño, ¡ayyy! - él continuaba moviendo su pene dentro de ella, sacándolo un poco y volviendo a metérselo, cada vez con más fuerza, cada vez penetrándola más fuertemente - Eligio, por favor ¡noo, aayy!, déjeme, por favor, ¡me duele! ¡uff, aaaay, nooo, aahhh!

Venancio, en la puerta de la habitación, seguía los gemidos y sollozos de la niña. Estaba excitadísimo, Eligio se la estaba metiendo bien metida, la iba a dejar bien follada...Su pene estaba duro, muy duro...pero resistió el impulso de masturbarse... era más divertido seguir escuchando que correrse e irse...

La jovencita continuó sintiendo como el hombre, ahora ya fuera de sí, se la sacaba algo y se la metía, se la sacaba y se la metía, se la sacaba y se la metía... cada vez que se la metía sentía dolor... gemía, pero él la había agarrado ahora por la pelvis, su cuerpo descansaba sobre el de ella, su tórax aplastaba sus pechos, y la muchachita notaba como Eligio le movía las caderas con el mismo ritmo con el que le sacaba y le metía el miembro...

Era el mismo movimiento que él le había enseñado por la tarde, en su casa, en aquel ejercicio que él llamaba el Shaba Tantra y que conducía a la Realidad Infinita a través del Ritmo Cósmico, en el camino de la búsqueda del Nirvana...

- Esto, pequeña - dijo ahora Eligio intentando articular las palabras, casi sin conseguirlo - esto que estamos haciendo es el ritmo cósmico, que sólo se puede conocer haciendo el acto sexual...

La jovencita continuó sintiéndose zarandeada por el viejecito, convertido ahora en una bestia salvaje, en un caballo desbocado que la cabalgaba, sin importarle lo que ella pudiese estar pensando o sintiendo...

Alicia se sentía morir, el dolor era constante, cada vez que el hombre empujaba hacia adelante, aunque se dio cuenta de ahora ya no era tan fuerte como hacía unos momentos, le dolía, pero no tanto, y, en aquel momento, la niña experimentó la terrible sorpresa de lo inesperado: a pesar del dolor que aún la embargaba, le estaban gustando los tremendos movimientos de Eligio encima de ella, la brutalidad con que la zarandeaba, el gusto de su sudor, el desagradable olor a tabaco, alcohol y colonia...

Incluso Alicia se dio cuenta de que ahora, cada vez que él se la volvía a clavar en lo más profundo de su vientre, después de medio sacarla de la vagina, el dolor iba dejando paso a una desconcertante sensación de excitación, que la impelía, ahora se dio cuenta de lo que estaba haciendo, a agarrar y apretar el rotundo culo del hombre siguiendo el mismo ritmo con el que él la estaba zarandeando y cabalgado.

La jovencita se apercibió horrorizada, de que aquello tan brutal que le estaba haciendo Eligio le estaba gustando. Intentó, desesperada alejar de sí misma aquella sensación, pero no podía hacerlo, y, en un momento dado, no pudo evitar abrazar la cabeza de su desvirgador y besarlo con exasperación, sintiendo incluso cómo los pelos del bigote del hombre se introducían en su boca.

Venancio, en la puerta, notó el cambio, sin sorprenderse mucho. Los gemidos de dolor de la niña estaban transformándose en una especie de ronroneo y jadeo, pero de excitación y placer. El cambio era lento, pero cada vez más evidente. "Mira, ahora la putita se lo está pasando bien, le debe estar gustando la salchicha de Eligio... - pensó Venancio sonriendo obscenamente"

 

- Ahora, mi niña - volvió a intentar hablar Eligio, en medio de la exasperación, a punto de explotar, notando que la niña, ya vencida, había dejado de gemir y llorar, y había empezado a participar - ahora, ya ves como ya no te hace daño ¿ no, bonita ?

Alicia no podía hablar. Estaba desconcertada, sorprendida, aterrorizada...

- Pues ahora. Pequeña - continuó el hombre - te voy a enseñar el dominio final que tengo de mi cuerpo. Ahora, cuando yo quiera, vas a notar como exploto... Voy a permitir a mi cuerpo que llegue a eso que se llama orgasmo... tu vas a sentir mi eyaculación...

Un nuevo instante de pánico y alarma asalto a la jovencita. Intentó decir algo:

- Ohh ¡no!, ¡por favor, no! - dijo, con voz jadeante y alarmada - ¡no, eso no, Eligio!... dentro de mi, no... Eso no, déjeme por favor... ¡eso no!...

- No seas tontita, mi niña, - dijo él , jadeando entrecortadamente, notando que el final se aproximaba a gran velocidad, que ya no podía aguantar ni un minuto más - Esto va a ser mi regalo, es mi homenaje a tu delicioso cuerpecito, es lo que más te va a gustar... Es el final, siempre que se hace algo hay que llegar al final, eso también debes aprenderlo... ¡Ah! ¡Jodeer! ¡No puedo más! ¡Aahhhh!

Alicia notó que el hombre no pudo seguir hablando.

Entonces notó que Eligio gemía, al tiempo que iniciaba un frenético cabalgar encima de ella, transformándose en un lobo, en un perro, en un tigre, en un gorila, en una bestia horrible completamente enloquecida que la movía de forma inhumana, adelante y detrás, metiéndosela y sacándosela, levantándola y dejándola caer, gritando, jadeando, gimiendo como si lo estuviesen matando, diciendo terribles obscenidades...

Y la jovencita medio oía las horribles cosas que él decía mientras la zarandeaba y maltrataba de aquella manera tan violenta:

- ¡Ahhhh! - dejaba ir el hombre aquellos salvajes sonidos - ¡Ahhh! ¡Jodeeer! ¡Aaahhhh! ¡Coño, polla coño! ¡Aaaahhhhhhgggg! ¡Mierdaaa!!! ¡Goza, puta, gozaaa! ¡Puutaaaa! ¡Mierdaaaa, cagaaar! ¡Cómetela toda, puutaaaa!!! ¡Aayy! ¡Aaaaaaaayyyyyy! ¡Goza, perraaaaa, putaaaaa!!! ¡Aaaaaaahhhhhhhggggg! .... ¡Me cago en tu puta madre, perraaaaaa! ¡Gozaaaa, putaaaaa!, ¡Me vooyyyyy! ¡Ayyyy! ¡Me voy, putaaaaa! ¡Me corroooo! ¡Ya se me vaaaaaa! ¡Ahhhhhhhhh! ¡Ahhhhhhhhhh! ¡¡¡ Puuutaaaaaaaaaa!!!!! ¡¡¡Perraaaaa!!! ¡¡¡AAAAAHHHHHHH!!!!!! ¡¡¡AAYYYYYYY!!!!! ¡¡¡AAAAAAAAAAAHHHHH!!!

Alicia vio que Eligio estaba en la cumbre lejana de la más violenta demencia, de la más salvaje locura...

Ella se sentía arrastrada por el hombre, notaba que en aquel momento estaba excitadísima, que no quedaba, o no sentía ningún dolor a pesar de la violencia que él ejercía con su cuerpo, a pesar del tremendo vaivén de sacar y volver a meter el miembro hasta casi reventarla, la niña se sentía caer a gran velocidad en una noche espantosa, en las sombras más profundas, en tormentas furiosas que se desarrollaban encima de ella, penetrando en el conocimiento de los secretos más tenebrosos de la vida, sometida a la más absoluta violencia del cuerpo desbocado del hombre...

Y la niña estaba con los ojos desorbitados, mordiéndose los labios de excitación, placer y pánico, cuando se dio cuenta de que, en medio de aquellas gigantescas convulsiones, el ardiente y enorme miembro de Eligio estaba palpitando como un ser con vida propia, y estaba eyaculando dentro de su vagina, inundando su vientre con una cálida e incontenible oleada, llenando con un líquido muy caliente su sexo, sintiendo que le llegaba, al sentir el semen de Eligio derramarse dentro de ella, una sensación dulce como la miel, como si dentro de su vagina las rosadas paredes se transformasen también en un ser vivo, como si un millar de diminutas lenguas insaciable estuviesen lamiendo el interior de su sexo, y como la inesperada sensación se escapaba del vientre y empezaba a invadir todo su cuerpo, y entonces la niña perdió el mundo de vista después de contemplar el rostro distorsionado del hombre, transformado en una máscara de horror mientras continuaba gritando de placer…

Alicia, de forma instintiva le envolvió las caderas con sus muslos, lo abrazó y apretó el culo de él contra su sexo, se abandonó a una especie de éxtasis, gritó, escuchó una especie de trompetas y timbales del Apocalipsis, entró en un orgasmo explosivo, mientras aquel líquido ardiente continuaba inundando sus entrañas, volvió a gritar, a gemir, ella se sintió también transformada en una bestia, le gustaba él, le gustaba lo que le había hecho, todo era fantástico, pensó que se ahogaba, que no respiraba, pero no le importaba, nada le importaba, sólo que aquello no acabase, no sabía ya quien era, ni donde estaba, aquello enorme estaba dentro de ella, pero era un ser vivo, un animal violento, todo era oscuro, todo era rojo, sudor, calor, ....

Alicia estuvo sintiendo largo rato la explosión de su inesperado orgasmo. Su cabeza quedó en blanco, flotaba, viajaba por extraños mundos, los habitantes eran penes que la perseguían y se introducían por todo su cuerpo...

Venancio oyó, desde la puerta, la explosión del violento orgasmo de Eligio, Pero le sorprendió mucho empezar a oír también los gemidos, grititos y jadeos de la chica... Eso significaba que también se lo estaba pasando bien ella, la muy puta.... Venancio notó que estaba sudando, que la excitación lo estaba poniendo malo... Que tendría que acabar haciéndose una paja si no quería reventar allí mismo... pero decidió intentar resistir, por si Eligio le necesitaba cuando acabase... No solía quedarse a dormir cuando follaba en el Valle, solía volver a su casa cuando estaba servido...

Alicia, cuando recuperó la consciencia, se sintió tan exhausta que creyó que nunca más podría levantarse. Intentó darse cuenta de qué estaba pasando. Se sentía arder, nunca la jovencita había notado su cuerpo tan caliente en toda su vida. Eligio estaba encima de ella, entre sus muslos, con su tórax aplastando sus pechos y clavándose en sus pezones. Los notaba duros, casi dolorosos. El hombre, al igual que ella, estaba bañado de sudor, mojado, como si acabase de salir del baño, jadeaba y le costaba respirar. Alicia se dio cuenta, avergonzándose de sí misma, de que le gustaba sentir el sudor y el olor de Eligio en su cuerpo, de que le gustaba notar el peso de su cuerpo encima de ella, el contacto de su piel musculosa y velluda...

Se sintió otra vez horrorizada de sí misma al notar que le gustaba sentir dentro de su vagina el pene de Eligio, a pesar de sentirse dolorida, pensó que por haberla desvirgado y por el daño que le hizo el hombre cuando le metió todo aquel enorme miembro, dilatando a la fuerza su vagina al penetrarla hasta lo más profundo... Ahora, parecía tener un volumen claramente menor, aunque la continuaba teniendo allí dentro...

Se quedó un rato largo paralizada, sin moverse, a pesar de que el peso de Eligio casi le impedía respirar. Al cabo de un rato, le pareció que el hombre estaba como reviviendo.

Alicia sintió que el hombre le acariciaba los pezones, los movía, los chupaba, lamía su cuello, empezaba a moverse encima de ella, le besaba los labios sin decir nada, le metía suavemente la lengua en la boca....

Hasta que pasado un rato, con ella abrazándole y correspondiendo a sus besos, sin decir nada, le pareció que el miembro viril de Eligio se había hinchado nuevamente, y que su vagina era de nuevo pequeña para aquella enormidad que pugnaba por ocupar más sitio...

La jovencita se dio cuenta de que Eligio había vuelto a empezar, y se asombró... pensaba que sólo lo podían hacer una vez....

Y los movimientos se hicieron rítmicos, y Eligio empezó otra vez con aquello de metérsela y sacársela, pero ahora todo iba más rápidamente que antes, ahora ella notaba que era como un objeto para él, que estaba absorto sólo en su propio placer... Se sintió zarandeada, pero la violencia con la que actuaba él era infinitamente menor que la de hacía un rato...

Y tardó muchísimo menos, ya que pocos minutos después de haber empezado, la boca de Eligio, pegada a la suya, empezó a jadear y gemir, y Alicia se apercibió de que el viejo garañón, exacerbado pero exhausto y agotado por los terribles esfuerzos que había hecho follándosela después de desvirgarla, eyaculaba otra vez, y otros borbotones de líquido caliente inundaban su vientre... Y se quedó paralizado, casi sin respiración haciendo grandes esfuerzos para tomar aire, encima de ella...

Y, dentro de la vergüenza y horror por lo que Eligio acababa de hacer con ella, la jovencita no pudo evitar una cierta sensación de decepción porque el hombre acabó cuando ella justo empezaba a excitarse...

Además, ahora, el pene de Eligio disminuyó de tamaño más rápidamente, dejándola, todavía dolorida, pero con un a sensación como de vacío, como si su sexo se hubiese acostumbrado a que aquel miembro enorme estuviese en su interior, como si la cerradura añorase la llave...

Venancio oyó de nuevo jadear y gemir a Eligio. Se tranquilizó. Al no oír nada, pensaba que Eligio se había dormido con la niña, y que él estaba allí inútilmente. Se la estaba metiendo otra vez. Íntimamente sonrió, orgulloso de la virilidad de Eligio... Pocos hombres de su edad podía hacer aquellas proezas, dos veces seguidas.... Pero Eligio siempre decía que su fuerza venía de follarse jovencitas... que romperle el himen a las adolescentes despertaba la polla más muerta...

Poco después, Alicia notó que Eligio se apartaba de ella, dejando de aplastarla con el peso de su cuerpo. La chiquilla se notó más mojada que antes, como si el sudor del hombre fuese al mismo tiempo piscina y sauna.

Ella sabía que ahora olía a él, y su sudor tenía el mismo sabor que el del hombre. Y notaba su sexo inundado, sentía aquel líquido caliente que Eligio había derramado dos veces en su vagina inundando su vientre, moviéndose, viscoso...

Permaneció tendida en la cama, con él a su lado, evocando en imágenes todo lo que acababa de vivir...

Sólo parecía real porque él estaba acostado a su lado, porque sentía su vagina dolorida, su cuerpo estrujado y exhausto, su vientre inundado por el semen de Eligio, su cuerpo bañado por el sudor de él mezclado con el suyo propio, porque estaba aterrorizada y avergonzada, aterrorizada porque el simpático vejete le había roto el himen, la había desvirgado, avergonzada porque ella también se los había pasado bien, se había excitado, había abrazado y besado el cuerpo del hombre, había llegado a aquella explosión final, había perdido los sentidos en el orgasmo...

Aquel placer que había sentido la avergonzaba, la hacía sentir culpable, hacía parecer disculpable que Eligio, de hecho, la hubiese violado... "No, yo le he dejado hacer, no he salido corriendo, no me ha violado, yo le he dejado que hiciera lo que quisiese, la Isabel ya me había dicho lo que me iba a hacer, yo le dejé que se metiese en mi cama... me gustaba notar su cuerpo encima del mío... me hizo mucho daño... "

Se dio cuenta de que, absorta en sus pensamientos, no había notado que Eligio se había levantado de la cama.

Giró la cabeza y vio como el hombre acababa de vestirse. Se dio cuenta de que la niña lo estaba mirando. Alicia vio que él le sonreía y se inclinaba. Le pellizcó un pezón y la besó en los labios. Le susurró en la oreja:

- Bien, mi niña, la lección de esta noche se acabó. Me parece que te ha gustado tanto como a mi ¿no?

Ella miró al techo, aquel hombre, aquel viejo, en realidad, la había desvirgado... Alicia empezó a tomar consciencia de la pérdida irremisible de su virginidad...

- En el Hotel del Malecón nos veremos, niña, - dijo él - cuando bajes a la playa ya nos veremos, ya me explicarás qué te ha parecido...

Alicia, paralizada, sin poder moverse, lo siguió con los ojos cuando él se dirigió a la puerta, recortándose su silueta contra la luz de la ventana.

Eligio se volvió, le dirigió un beso con los dedos desde sus labios y salió de la habitación.

Venancio se incorporó al ver salir a Eligio del cuarto de la niña. El olor a sudor y sexo del cuerpo del simpático vejete se notaba a distancia.

Venancio lo encontró excitante, Eligio le miró, sonriente y le cogió del brazo:

- ¿Que tal, Eligio, como ha ido? dijo Venancio

Eligio le hizo con la mano el gesto de O.K. que había aprendido en América.

- Fantástico, Venancio. Perfecta la niña. No te digo más, perfecta la putita.

- ¿Algún problema, Eligio? ya sabe... ¿era muy estrecha?

- Nada, Venancio, tranquilo. Tenía el coñito pequeño para mi verga, pero es normal, la putita tiene doce añitos. Claro que le hizo daño al metérsela toda. Pero eso, ya sabes es lo que pasa siempre... He mirado y hay sangre en la sábana, pero no le sale, es sólo la de cuando la desvirgué... ¿Oíste el gritito que hizo la jodida?

- Sí, claro, estaba aquí por si me necesitaba, ya se lo dije...

Eligio se sintió satisfecho. Le gustaba tener testigos, le gustó saber que Venancio había oído el grito de la niña cuando le rompió el himen. Y, en un pensamiento súbito, una idea le excitó. Imaginó a la jovencita penetrada por el Venancio... Y, si se la ofrecía, este se lo agradecería como el perrito fiel que era, recogiendo contento las migajas del festín del amo...

- Oye, Venancio, he pensado que...

- Lo que usted mande, Eligio... - contestó él

- No, si es por ti, he pensado que... si quieres, pasa a la habitación y tírate a la putita, creo que te gustará, está muy buena

Venancio se estremeció. Era la primera vez que Eligio le decía aquello la primera vez que se follaba una muchachita. Notó que su pene se endurecía de manera irresistible...

- Pero, qué dice, Eligio, la niña es de usted, por favor - se impuso su instinto de perrito fiel

Eligio sonrió, y dijo:

- Yo ya he conseguido lo que quería de la putita, Venancio. Ya le he roto el virgo. Si tu quieres, mira, casi es como si fuese virgen, todavía no se le ha pasado la impresión... Y, mira, si quieres hacérselo, yo me pondré junto al armario y miraré como la follas... ¿Qué te parece...?

Venancio se sintió enloquecer.

- Lo que usted quiera, Eligio, ¡Gracias, Eligio...!

- Va, Venancio, es tarde, no te demores, va, si quieres hacérselo, va, ahora - dijo el simpático vejete, pero vio que Venancio ya se estaba quitando la camisa, y su mirada se había encendido con los rayos de la locura…

 

EPÍLOGO

Y Venancio también la cogió…

Alicia oía un murmullo de voces junto a la habitación. Eligio debía haberse encontrado alguien al salir. Al cabo de unos momentos, las voces cesaron, oyó pasos, y vio abrirse la puerta.

"- ¿Otra vez? - pensó Alicia, pensando que Eligio había vuelto"

Una figura humana estaba a su lado. Miró a Eligio. Horrorizada, vio que la persona que se estaba desnudando a su lado no era Eligio. ¡Era Venancio!

- ¿Venancio? ¿Qué pasa, que haces aquí?, ¡no es tu habitación! - le dijo, incorporándose en el lecho, y dándose cuenta de que estaba desnuda, y de que Venancio la miraba con una mirada extraviada, como si se hubiese vuelto loco, observando todas las partes de su cuerpo.

Y la jovencita se dio cuenta de que Venancio se cernía sobre la cama, desnudo, y, a trasluz, vio también que tenía un pene enorme, más estrecho pero más largo que el de Eligio, y que estaba enhiesto, erguido, en punta, hacia arriba, con el capullo fuera del prepucio.

Una ola de terror superior a todo lo anterior la invadió al darse cuenta de las intenciones de su primo.

- ¡Venancio! ¡Noo! ¡Tu nooo, por favor! ¡Tu nooooo!

Intentando decirle esas palabras, Venancio pegó un salto y cayó sobre ella. Alicia no pudo ver a Eligio entrando en la habitación y colocándose junto al armario, en las sombras.

La niña tenia a Venancio encima suyo. El hombre sintió el olor a sudor, colonia, tabaco y alcohol típico de Eligio impregnando el cuerpo de su primita.

Eso acabó de enloquecerlo. Se estiró encima de ella, y consiguió aprisionar sus labios y besarla violentamente, al tiempo que apretaba sus pechitos con las manos haciéndole daño.

Alicia intentó resistir. Su primo Venancio se había echado encima suyo a follarla. Intentó moverse, sacando las fuerzas que no había tenido en toda la noche. Gritó. Entonces notó que Venancio le tapaba la boca con la mano y la inmovilizaba…

- ¡Calla, puta! ¡No grites o le digo a todo el mundo que te lo has hecho con Eligio, que eres tan puta que has dejado que te cogiera!!! ¡Estate quieta y calla!!!

La chiquilla se quedó paralizada al tiempo que su primo la sujetaba fuertemente. Entonces sintió como Venancio le abría los muslos, se colocaba en medio, le apretaba otra vez los pechos, y notó como el miembro viril de su primo penetraba en su vientre.

Cuando llegó al final de la vagina, la presión que continuó aplicándole le hizo daño, y la niña volvió a gemir. La cara le ardía y respiraba acelerada.

Quedó ahora ya paralizada, con los ojos desorbitados, fijos en el techo, sin ofrecer ya resistencia a los ataques de su primo, dejándole hacer, mientras él la agarraba de todas las manera e la cabalgaba de forma frenética, metiéndosela y sacándosela con gran violencia, gritando y jadeando, añadiendo su sudor al que en ella había dejado el cuerpo de Eligio.

Y, en medio de ese fenomenal paroxismo, usando el cuerpo de la jovencita como un objeto inerte, Venancio explotó rápidamente.

Su orgasmo fue tremendo, desorbitado, salvaje. Gritaba y jadeaba hasta el ahogo, se movía violentamente, copulando con su cuerpo y montándola como un caballo salvaje, y Alicia sintió rápidamente que su primo derramaba todo su semen dentro de ella, notó como Venancio eyaculaba y torrentes de líquido caliente y viscoso inundaban nuevamente su cuerpo, añadiéndose al semen que antes ya Eligio había dejado por dos veces en su cuerpo.

Y, después de su rápido y tremendo orgasmo, después de haberla follado como un caballo salvaje, Alicia notó que su primo se desinflaba rápidamente y quedaba, igual que Eligio antes, encima de ella, impidiéndole la respiración.

La jovencita no se dio cuenta del momento en que, disimuladamente, Eligio salía de la habitación, después de haberse masturbado viendo como Venancio se follaba a la niña "¡Qué caliente y salido está el cabroncete de Venancio! - pensó Eligio, ya fuera de la habitación, encendiendo un cigarrillo antes de dirigirse a su casa.

Alicia, poco después, intentó recobrar el dominio de si misma, saliendo del estupor y parálisis en que la había sumido el violento ataque de su primo Venancio. "¿Quien entrará ahora a metérmela? - se preguntó, dolorida y humillada " Quiso apartar a Venancio, pero oyó un ronquido y se dio cuenta de que su primo se había dormido encima de ella.

Consiguió liberarse un poco de lado, para poder respirar, pero quedó inmovilizada por el cuerpo de Venancio, caído sobre ella, con él tórax en sus pechos, la pelvis contra sus caderas, el pene, ahora flácido, sobre su sexo, una de sus piernas entre sus muslos y los brazos agarrándola sin dejarla escapar de su abrazo.

Y ella no se movió mucho, temía que Venancio se despertase. Y el sudor la ahogaba, mojada, con mil olores ahora sobre su cuerpo, y su vagina que notaba inundada por el semen de los dos hombres que se movía por allí dentro...

Y así más de una hora, sin poder separarse de él, hasta que sin darse, cuenta, el cansancio venció a su angustia, desesperación y crispación... Y se quedó dormida...

 

Venancio despertó. Se pellizcó, no se lo acababa de creer. Sí, era cierto, no lo había soñado. Todo había sido verdad. La luz del día empezaba a entrar por la ventana.

Y, efectivamente, allí, a su lado, casi debajo de él, tenía a su primita desnuda. El pelo enmarañado y despeinado. Los labios carnosos.

El cuerpo, todo desnudo, maravilloso, joven, adolescente, perfecto. Los pechitos, como pelotitas, erguidos hacia arriba, con los pezones como pequeñas montañitas, el ombligo, los deliciosos muslos, perfectos, rotundos, bien dibujados, el sexo, con los pelitos que le iban saliendo...

Y el recuerdo que le había dejado a la jovencita la visita de Eligio, la mancha de sangre en el centro de la sábana...

Venancio besó los labios de la adolescente, que se removió, inquieta en sueños. Y vio que su pene se había puesto rápidamente listo para la batalla, la visión del cuerpo de la chiquilla lo había conseguido de forma instantánea...

Y se giró hacia ella dispuesto a penetrarla nuevamente... Tendría un curioso despertar, pensó Venancio, divertido, con la polla de su primo penetrando en su cuerpo....

 

 

Apenas quince días después, Alicia contrajo matrimonio en la Ermita de la Virgen con su primo Venancio.

Muy contento y alegre estaba Don Eligio, padrino de boda de la novia, que había intervenido para agilizar los trámites religiosos y civiles de la boda.

Alicia se acostumbró al hecho de tener dos maridos, el oficial, Venancio, y Eligio… La historia entró a formar parte de los famosos secretos del Valle que conoce todo el mundo…

En Navidad vino a pasar las vacaciones con Alicia una antigua amiga suya del instituto al que iba en Sevilla, Esther.

Como había otros familiares de Venancio de visita en el Valle, a Esther la alojaron en casa de Eligio, que siempre tenía habitaciones libres… si la invitada era una guapa jovencita…

La mañana de Año Nuevo, cuando Alicia fue a casa de Eligio a buscar a su amiga, no la encontró en su habitación. Vio que Isabel la miraba desde el pasillo, sonriendo con malicia.

Imaginó lo que había pasado, y no se equivocó. Entreabrió la puerta de la habitación de Eligio, y, allí, en la penumbra de luz que filtraban las cortinas, se veían en la cama los cuerpos desnudos de Esther y Eligio, abrazados.

Encima de la mesita de noche había una botella de gomerón…

Aquella mañana Alicia y Esther cabalgaron con Eligio por las rocas del Acantilado del Inglés, en con unos hermosos caballos del corral de él…

El hombre las guiaba sonriente por los peligrosos senderos, con las rugientes olas del Océano Atlántico en el fondo del precipicio…

 

Escrito en Barcelona-Alella, St. Kitts, Virgin Islands, Tenerife, Veracruz, Isla Margarita, Ibiza, entre Enero de 2004 y Julio de 2005

Celia-Tatiana

Caballo viejo te dan sabana…

Porque está viejo y cansao

Pero no se dan ni cuenta

Que un corazón amarrao

Cuando le sueltan la rienda

Es caballo desbocao

Y si una potra alazana

Caballo viejo se encuentra

El pecho se le desgrana

Y no hace caso a falseta

Y no le obedece a un freno

Ni lo para falsa rienda

El potro da tiempo al tiempo

Porque le sobra la edad

Caballo viejo no puede

Perder la flor que le dan

Porque después de esta vida

No hay otra oportunidad

(SIMON DIAZ, "Caballo viejo")

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Ahmed y Martita, Sexo en El Serrallo (Ahmed-2)

DeB-7 Soy Celia y he desvirgado a Toni

Desvirgadas en Barcelona 5 y 6

Me desvirgó un Sátiro en un bello bosque

A Aina se la han llevado al Corral Negro

Consejos antiguos de la media luna

Alba de sexo adolescente en los Pirineos

A Aina la ha desvirgado Chingo

Ahmed y Abdullah desvirgan a Martita y Sara...

Telaraña para una adolescente

Desvirgadas en Barcelona 3 y 4

Desvirgadas en Barcelona 1 y 2