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Me enamoré de una joven prostituta

en Sexo con maduros

Informe Confidencial:  Me enamoré de una joven prostituta.

Dedicado a Valeria que descubrió en mi cama que a veces las cosas no son lo que parecen ni parecen lo que son.

El humo de innumerables cigarrillos cegaba el interior del club, a pesar de la teórica prohibición de fumar. Luces rojas, tenues, cálidas. Hombres duros, blandos, sonrientes, serios, amenazadores, bebidos, serenos, de todo y de todos lados.  Chicas muy guapas y jóvenes casi desnudas de cualquier raza y origen sirviendo las copas mientras mil dedos –incluidos los míos- pellizcaban su culo o buscaban sus pechos. Dos guapísimas bailarinas de striptease en la pasarela, con mil ojos fijos en su cimbreante figura juvenil.

Yo estaba en la barra, con mi habitual whisky en la mano. Llevaba  muchos años en el ambiente y había sido plenamente aceptado como un putero semiborracho más, de los muchos que abundan en la gran ciudad. Nunca nadie pareció sospechar que yo soy un poli. Mi aspecto también me ayuda, estoy muy lejos de las atractivas figuras de los dos actores a los que me gustaría parecerme, el Don Johnson de Miami Vice y el Clint Eastwood de Dirty Harry. Al contrario, nunca me he hecho ilusiones de seductor, me parezco más bien a una versión local y vulgar de Gerard Depardieu, según me ha dicho una dama amiga mía muy felina.

Y, también como casi cada noche, se me acercó, vestida sólo con un tanga y unas estrellas plateadas en los pezones, aquella especie de putita adolescente que al parecer me había tomado confianza por lo bien que la trataba cuando ella intentaba que me fuese con ella a los dormitorios situados en los pisos superiores del club. Yo, muy educadamente para no traumatizarla, buscaba siempre mil excusas para no hacerlo, ya que hay límites que creo no debo traspasar si puedo evitarlo.  Acostarme con chicas demasiado jóvenes es uno de ellos, y Valeria, así se llama la muchacha, lo es. Su aspecto, su cara casi de niña, su cuerpo esbelto, mórbido y juvenil, su dulzura todavía no embrutecida me indicaban su posible edad. Incluso ella me había explicado que la habían traído engañada de un país extranjero, y que ya no tenía más remedio que hacer de stripper y puta en aquel club en el que yo pasaba muchas noches y madrugadas.   No podía intervenir en su caso, mi misión era mucho más amplia que rescatar a aquella muchacha en concreto de las garras de sus explotadores, mi objetivo era identificar los capos y observar el funcionamiento de toda la organización, en colaboración con otros cuerpos de policía y coordinados con la Interpol. En el fondo, la misión que me habían encomendado era intentar identificar y localizar al legendario jefe de la más importante red mafiosa del territorio, un enigmático y escurridizo delincuente que todo el mundo al parecer conocía con el nombre de guerra que había elegido, Keyser José, imitando en parte a un clásico del cine de intriga y cuya identidad real poquísimas personas sabían.

Aquella noche la policía local iba a hacer una redada rutinaria para localizar substancias prohibidas, aspectos irregulares o ilegales y personas sin los papeles en regla. Yo también sería retenido, evidentemente, pero después de ser convenientemente identificado no sería molestado, como tampoco lo serían el resto de los clientes del local, en algunos casos personas conocidas de la ciudad. De hecho, sólo el intendente al mando conocía mi identidad de poli, de forma que los demás me tratarían igual que a todos los clientes y empleados del local. Pero me di cuenta de un peligro, si la policía local se llevaba a Valeria y la clasificaban como residente ilegal sin papeles, seria internada en un centro de retención de inmigrantes y seguramente devuelta a su país y entregada a las autoridades, donde volvería a ser captada por la misma organización que la utilizaba ahora. O, con suerte, si la identificaban como menor, internada en un centro de menores hasta ser devuelta a su familia, caso de tenerla, en su país,  o sería recuperada por la organización facilitando su desaparición del centro camuflada como huida. Y yo, me di cuenta de que en realidad me había acostumbrado a verla, sentiría un gran vacío con su pérdida. Las cosas son como son, y uno tiene su corazoncito y sus testiculitos, aunque estos últimos los utilice en teoría -solo en teoría-  poco desde que me divorcié de mi esposa, una maestra feminista radical que al final se cansó de estar casada con un poli que pasa días y noches en paradero desconocido, siempre trabajando, por supuesto, cosa que finalmente ella parecía no creerse, reconozco que con razón. De todas formas, en el club, para mantener mi pantalla de ocioso putero y no levantar sospechas, normalmente agarraba una muchacha y me subía con ella a las habitaciones. Y, lo reconozco,  mi conciencia de poli se estremecía cuando me daba cuenta de que lo pasaba muy bien follando con ellas, pero, bueno, vivir es, entre otras cosas, saber asumir tus contradicciones.

Sí, decidí no permitir que se llevaran a Valeria, aunque no me había acostado con ella porque entre otras cosas, mi hija mayor tiene más o menos su edad. Hice lo que nunca me habría imaginado, y fue una cosa espontánea, no pensada, casi una traición, de la que no me arrepiento. Me la jugué. Cuando Valeria vino a saludarme con su sonrisa y sus ojos de gatita mimosa para  intentarlo una vez más conmigo, le agarré la mano y la miré fijamente a los ojos. Ella se quedó sorprendida, pensando que por fin lo había conseguido, pero le dije:

-No me preguntes nada, nena. Vístete, di que te encuentras mal, tienes la regla, la gripe o lo que sea, y sal de aquí enseguida. Toma esta llave, en esta misma calle, dirección al mar, encontraras enseguida mi auto, un viejo Volkswagen blanco. Entra, siéntate o túmbate atrás, no te muevas veas lo que veas, y espera que llegue yo, tardaré bastante, no te preocupes.

Valeria me miró fijamente, noté que confiaba en mí, y me dio un besito en los labios que me supo a miel y a gloria, mientras asentía y me decía.

-Como quieras. Te esperaré, Pablo.

La jovencita escribió un número en un papel que le pidió a un camarero de la barra, y me lo dio:

-Es el número de mi teléfono, Pablo, si puedes, llámame y dime algo. Haré lo que quieras, creo que lo sabes desde hace tiempo…

Ahora le di yo el beso en los labios, ya había roto las barreras que me impedían hacerlo,  y vi a la muchacha hablar con Giovanna,  que es la jefa de sala de las chicas, una especie de madame que las controla, una de las pocas personas que dicen que tal vez sabe quién es en realidad Keyser José, y después Valeria  desapareció hacia las salas interiores del local que tenían una salida al exterior por la escalera general del edificio. Noté que Giovanna me estaba mirando con una cierta sonrisa mientras Valeria marchaba, tal vez sospechaba que por fin la muchacha había conseguido convencerme para que me acostase con ella pero que yo quería hacerlo fuera del club.

Muy poco tiempo después llegaron a la puerta del edificio varias furgonetas y coches de las brigadas móviles locales, acordonaron el local y la salida de emergencia, y entraron al interior, exigiendo que todos nos quedásemos quietos en el lugar donde estábamos. Y empezó la rutina habitual, registro de todas las dependencias y habitaciones del club, identificación de todos los que estábamos en él, cacheos a la busca de armas y drogas, en fin, lo de siempre, y encontraron a dos muchachas sin papeles legales, una cierta cantidad de droga olvidada por descuido en una caja en el interior de la barra, y registraron a dos de los empleados de protección del local por algún motivo que ni supe ni me importó saber, de forma que nos comunicaron que el club quedaba cerrado por aquella noche en espera de una decisión judicial a la mañana siguiente, y que tal vez los clientes seríamos llamados a declarar, cosa que yo sabía perfectamente que nunca pasaría. Cuando nos permitieron utilizar nuestros teléfonos, marqué el número del papel que me dio Valeria, y oí la voz temerosa de la muchacha:

-Lo veo todo desde aquí. Tengo mucho miedo, Pablo.

-Tranquila, todo acabará pronto. No te muevas del coche, ni te dejes ver, muñeca –así es como yo acostumbraba a llamarla, de forma cariñosa, cuando rechazaba sus intentos de subir a las habitaciones conmigo.

-Te espero. Gracias, Pablo, te quiero, seas quien seas…

- Luego hablaremos, nena. Tengo que colgar. –Cerré el teléfono, y volví a centrar mi atención en lo que pasaba en la sala. El intendente pasó a mi lado y me guiñó un ojo sonriéndome con complicidad.

Retuvieron para declarar al responsable del club, los dos empleados de protección, Giovanna y las chicas que carecían de documentación legal, alguna de ellas posiblemente de la misma edad poco más o menos que Valeria, aunque, al carecer de todo papel, le sería muy difícil averiguarlo a quien le tocase el tema.

Eran ya las tres de la madrugada cuando nos dejaron marchar a los clientes, yo salí con ellos acentuando mi apariencia de putero semiborracho, y me dirigí, calle abajo, hacia el lugar donde tenía estacionado mi auto.

Al llegar a él, vi en el asiento de atrás a Valeria, acurrucada y todo lo escondida que podía. Al verme junto a la puerta, se llevó un susto, pero me reconoció, y sus grandes ojos se iluminaron al tiempo que una gran sonrisa aparecía en su boquita. Parecía una ovejita atemorizada, nadie podría imaginarse que llevaba algún tiempo siendo prostituta en aquel club. La chica llevaba una camiseta y unos tejanos muy ajustados, se sentó a mi lado cuando me coloqué en el puesto del conductor. Me pasó un brazo por los hombros, y me dio un besito en la cara. Y repitió lo que me había dicho antes por teléfono.

-Gracias, Pablo.

Me di cuenta de que me miraba interrogante, sin atreverse a preguntar nada. La tranquilicé.

-Vamos a mi casa, allí estarás a salvo y no te molestará nadie, la gente del club no sabe que estás conmigo, Giovanna les debe haber dicho que te has ido a casa.

La muchachita apoyó su cabeza en mi hombro mientras yo conducía el auto hacia mi apartamento, en un edificio de una zona tranquila de una cercana población situada lejos del bullicio de la costa, al otro lado de las montañas que dominan la ciudad. Cuando llegamos eran ya casi las cuatro de la mañana. Estacioné el coche en el aparcamiento interior del edificio y subimos en el ascensor al cuarto piso. Me di cuenta de que la adolescente es bellísima, y que en realidad yo debía estar muy enamorado –o encoñado, que a mi edad a menudo viene a ser lo mismo- para llevarla a mi apartamento que muy poca gente conoce. Y aparté de la imaginación la escena de hacer el amor con ella de manera inminente. Rechacé el pensamiento, pero me costó mucho hacerlo, hasta sentía que al mirarla mi sexo se estaba excitando.

Entramos, abrí la luz del recibidor y cerré la puerta. Me giré y Valeria se enganchó a mi, pasando sus brazos por mi cuello, mirándome fijamente.

-Eres un poli o algo parecido, ¿verdad, Pablo?- me dijo

Moví la cabeza asintiendo, sabiendo que debería separarla de mi o aquello iba a acabar enseguida muy mal. O muy bien, según como lo mirase, claro, en caso de que mi ángel malo me convenciese de no hacer caso al bueno...

-Gracias por salvarme…

Ahora pasé yo mis manos por su cintura, no pude evitarlo.

-Ya me lo has dicho antes, nena. No hace falta que lo repitas, olvídalo.

La adolescente me dio otro besito en los labios, que me hizo estremecer.

-Entonces… Por eso nunca has querido subir a follar conmigo… Pero, ¿porqué?... Con otras chicas si que subías a veces, siempre he pensado que no te gusto… ¿Es eso?...

-No, no es eso… Es que eres muy joven… Yo estoy divorciado, ¿sabes?, y mi hija mayor es más o menos de tu edad y sois bastante parecidas físicamente, no me parece bien, todo tiene sus límites, pero siempre has adivinado que me gustas mucho, ¿verdad?

Valeria sonrió ahora de forma un poco burlona mirándome

-Sí, Pablo, se notaba mucho, por eso no entendía nada, no entendía que no quisieses acostarte conmigo…

Hizo ademán de volver a besarme, pero la aparté de mi con mucha suavidad y delicadeza, mientras me notaba a punto de explotar y perder el mundo de vista. Y me dijo:

-¿Qué vamos a hacer ahora, Pablo?

La miré, y contesté:

-De momento, dormir y descansar, que pronto se hará de día… Ya decidiré qué haremos, pero ahora a dormir…

Yo sabía que la auténtica respuesta que me gustaría haberle dado era otra, era “follar, nena, follar hasta reventar o morir…” Pero esa parte de mi todavía estaba escondida en la guarida del lobo… La acompañé a mi habitación, le abrí el armario y le di un pijama. Le dije que ella dormiría allí y yo en el gran sofá del comedor. Me miró con expresión de decepción, y asintió:

-Como tu quieras Pablo, lo que tu decidas. Pero la gente del club se enfadarán mucho conmigo si no les digo dónde estoy, dicen que su jefe, al que llaman Keyser José pero que nunca he visto en el club, no le conozco, es un hombre terrible con los que les abandonan o traicionan.

Le dije que ya nos preocuparíamos de eso, que estuviese tranquila, yo la protegía.  Y me fui a duchar, siempre me relaja mucho hacerlo, y en aquel momento era por doble motivo… Me dirigí hacia el cuarto de baño y la dejé junto a mi cama mirando como me alejaba.

Me sentó formidable la ducha caliente. La necesitaba para descongestionarme, me sentí como nuevo. Me sequé, me puse los  pantaloncitos cortos de uno de mis pijamas y salí al comedor. Me sorprendió notar un agradable y familiar olor que venía de la cocina. Entré. Valeria se había puesto el pijama que le di, igual que el mío, pantaloncito corto y camiseta, sólo que yo no llevaba la camiseta y ella sí. Estaba con una de mis sartenes en la que acababa de hacer una tortilla a la francesa con huevos de los que yo siempre tengo en la nevera. Ya tenía otra hecha en un plato, y se veía extremadamente apetitosa, jugosa y poco hecha, como a mi me gustan. Poco después estábamos sentados en la mesita de la cocina. En los platos, al lado de cada una de las tortillitas había cortado un par de tomates. También tenía pan de molde, que se conserva perfectamente, había abierto una bandejita con jamón y dos latas de cerveza muy frescas, casi heladas. Fue una especie de cena-desayuno, una de las comidas que he hecho con más deleite en los últimos años.

-Eres una gran cocinera, Valery, está muy bueno

Ella me sonrió abriendo mucho sus bellos ojos:

-Sólo son unas tortillitas, Pablo, no exageres, es muy fácil hacerlas.  

-Pero nunca las había comido en compañía de una chica tan guapa como tu…

Volvió a sonreír, aunque casi me pareció ver una sombra de tristeza en su mirada. Entonces ella se puso de pie, y acercándose, se sacó la camiseta del pijama quedando con sus pechos al aire y se sentó a horcajadas encima de mi, pasándome los brazos por el cuello. Pegó su cuerpo al mío,  me besó suavemente en los labios, y su lengua se abrió paso en mi boca buscando la mía. Yo me sentí morir, ya no iba a poder resistir más, todas mis barreras, todas mis inhibiciones, estaban desapareciendo… Era ya tan fácil agarrar a la muchacha y follar con ella… Sentía sus pechos en los míos, la abracé, bajé las manos hasta sus tetas, toqué sus pezones… Y, después bajé por la cintura, con mucha delicadeza, hasta los pantaloncitos del pijama y empecé a tocarle las nalgas, comprobando,  ya me lo había parecido, que no llevaba braguitas,  las dos partes de su culo se fueron hundiendo suavemente bajo la presión de mis dedos.

Continuamos abrazados, sin decir nada, ya sobraban todas las palabras, poco a poco, muy lentamente, sin que hubiese el más mínimo gesto brusco, le besé por primera vez el cuello rozando con mis labios su piel, sintiendo el deseo de transformarme en un vampiro y morderla, notando que ella se estremecía de forma perceptible al sentir la presión de mis dientes en su cuello, emitiendo unos murmullos parecidos al ronroneo de una gatita que indicaban que aquello le gustaba mucho. Entonces, al tiempo que yo subía los labios del cuello hacia la cara que ella me ofrecía sonriente, le mordisqueé la oreja, besando su mejilla, acercándome de nuevo lo máximo posible a su boca y consiguiendo lamer  sus labios, para, después volver a bajar por la espalda  la mano que tenía en su hombro, recorriendo todos sus huesos y su carne  hasta de nuevo su culo, mientras ella se removía también con pequeños espasmos, reaccionando a las caricias y manejos que yo ensayaba con su cuerpo.

Entonces ella se deslizó hacia abajo, se arrodilló en el suelo, me bajó un poco el pantaloncito del pijama, me miró, yo comprendí lo que estaba a punto de hacer y tomé su cabeza con mis manos, acariciando sus cabellos mientras la jovencita lamía primero mi ya excitado pene, y después se lo fue introduciendo en la boca, poco a poco, hasta tenerlo todo dentro, sorbiendo y chupando, mientras yo me sentía transportado al universo de los placeres más prohibidos, dándome cuenta de que la muchacha había tenido ya tiempo de aprender en el club  todo lo que debía de hacer una joven prostituta para complacer y excitar a un hombre…

Haciendo un esfuerzo para no llegar al final allí mismo, ya que, una vez pasada la frontera había que hacer las cosas bien y a fondo, me puse de pie, abrazando y besando a la muchacha en aquella boca que acababa de tener mi pene en su interior. Ella me miró con miedo de que de nuevo la rechazase, pero, evidentemente, no era ahora esa ya mi intención. La agarré por la cintura y me la llevé hacia la habitación. Valeria comprendió y besó mi hombro mientras caminábamos. Llegamos junto a mi cama, y me di cuenta de que por la ventana ya se veían las primeras luces del alba del nuevo día en la silueta de las cercanas montañas.  Aproveché para bajarle entonces muy despacito los pantaloncitos del pijama de forma definitiva y total, ofreciéndome la perfección de sus muslos, atentos también a las caricias de mi mano, notando una especial calidez cuando la pasé por la cara interna y llegué a la vagina, que llevaba rasurada de cualquier rastro del vello del pubis menos una estrecha línea siguiendo las labios exteriores, lo que llaman el estilo parisino. Entonces, me bajé yo también los pantalones del pijama, que cayeron al suelo al lado de los suyos, mientras la volvía a abrazar frotando mi pene enhiesto en el vientre de la chica.

Y, pensé que ya podía intentar movimientos más osados. Así, le acaricié una vez más las nalgas, pero deslicé los dedos por la hendidura del culo hasta llegar a encontrar la entrada de su sexo. La empujé suavemente hacia la cama, y quedó extendida encima de las sábanas mirándome, mientras yo me arrodillaba a su lado. Mis dedos empezaron a darle un masaje muy lento y suave en el exterior de su vagina, al tiempo que le mordisqueaba y lamía las tetas y ella, al notar mis dedos en su sexo, gimió anhelante mientras su cuerpo se movía  al compás del movimiento de mis manos.

Así comprendí que no me costaría demasiado llevar a Valeria a las explosiones finales. La chica  parecía estar muy excitada, pasándoselo bien, y extraordinariamente receptiva y sensible a cualquier cosa que yo le hacía. No sabía yo si iba aceptándolo todo sobre la marcha o venía ya con la idea previa de que esto era más o menos lo que quería que yo le hiciera. Y me sonreía mirándome con cara expectante. De todas maneras, pensé, ¡qué importa todo ya!, en realidad siempre había deseado follarme aquella jovencita que tanto se parecía a mi hija, y aquí la tenía ahora, ofreciéndome sin protestar la visión de la parte delantera de su cuerpo completamente desnuda: su cara, con sus ojos clavados en los míos, los pechos, los pezones en punta hacia arriba, el ombligo, la carnosidad de la barriguita, el ombligo, la pelvis, el sexo, los muslos, los blancos muslos...

Toqué las mejillas de Valeria, estaban ardiendo y su piel estaba sonrosada, más bien aquella tonalidad indefinible que se denomina "colorada". Recorrí con los dedos su cara, mientras noté que su respiración estaba alterada, ya que tenía la boca entreabierta, tomando el aire, y el movimiento del tórax demostraba que su respiración se había acelerado. Sus pechos estaban tiesos, en punta, con los pezones erguidos como cimas de las montañitas. Era evidente que los manejos de mis dedos en su cuerpo, especialmente en su sexo, y los mordisquitos que le había ido dando habían hecho todo el  efecto que yo me suponía. Y eso significaba, pensé, que sí que había venido dispuesta para todo conmigo, hacía tiempo que ella también me estaba esperando. Mis manos tomaron de nuevo  sus pechos, apretándolos y jugando con los pezones, mientras ella se movía y gemía como si no pudiese soportar la tensión. Bajé hasta el ombligo, recorriendo el agujerito y los colchoncitos de carne que lo rodeaban, y, después, llegué a las caderas, pasando la mano por la deliciosa piel de sus muslos, especialmente, de nuevo, por las calideces de la parte interior, mientras fui pasando el otro brazo por los hombros de la jovencita, para sujetarla bien y poder acercarme más a su cuerpo.  Mi mano llegó otra vez  al sexo de Valeria, y mis dedos acariciaron los labios exteriores de su vulva, encontrándolos sorprendentemente húmedos y calientes.

Valeria me miraba fijamente, ahora ya con la respiración entrecortada y jadeante y comprendí que estaba a punto para el orgasmo. Mis dedos se introdujeron muy lentamente en el sexo de la joven prostituta, que dejó ir unos gemidos al tiempo que la mirada se le perdía en el infinito, y al final encontré el botoncito de carne que buscaba, el clítoris de Valeria, cosa que no fue difícil pues, posiblemente por la excitación, o tal vez por su misma constitución anatómica personal, era notoriamente abultado. Lo apreté y la muchacha reaccionó instantáneamente dando un gritito de placer, mientras el pulso se le aceleraba y en su frente aparecían gotas de sudor. Su boca se abría húmeda, para absorber aire y sentí deseos de llegar a su lengua. Comprendí entonces que no me iba a poder parar en modo alguno, y que iba a gozar del sexo con la jovencita en toda su extensión.  Además, tampoco yo podía aguantar mucho más. No me limitaría a provocarle un orgasmo con los dedos y hacerla dormir, aquello ya no tenía otro límite que el infinito. Acaricié los labios de la chica y ella me mordió un poco el dedo. Le di un mordisco y un nuevo chupetón en el cuello y ella volvió a gemir. Pasé mis labios rozando los suyos y noté como su boca y su lengua buscaban las mías. Ella olía a sudor almizclado de sexo adolescente. Su piel ardía. Yo ya no pude más, me incliné sobre Valeria, nuestros ojos se cruzaron, le volví a tocar y apretar el clítoris, y, cuando ella dio un grito de excitación más fuerte, busqué su boca y apreté con fuerza sus labios introduciendo mi lengua hasta frotarla con la suya, con una desesperación que ella compartía y correspondía, y mi cuerpo fue descendiendo y tomando contacto con el suyo. Noté como mi pecho aplastaba sus pezones, clavados en mi piel. Su boca tenía un cierto gusto a fresa y melón, a fruta, al chicle que masticaba, no sé… Mi pene descansaba en su vientre y comprendí que en aquella postura me costaría aguantar más tiempo sin correrme definitivamente. Entonces, con unos rápidos movimientos de la mano, le separé los muslos y me coloqué entre ellos, apretándome contra su cuerpo.

Al notar el peso, ella me abrazó y me besó con fuerza, como si quisiese fundir su cuerpo con el mío. Entonces, con la mano, de lado, guié la punta de mi pene hacia el sexo de Valeria y lo dejé colocado en la entrada. Ella seguía absorta en besar mi boca, abrazarme, apretarse contra mi cuerpo y moverse jadeando. Paré un momento, separé mi boca de ella, le volví a morder el cuello, ahora con más pasión, cosa que parecía excitarla especialmente, y, cesando un poco el movimiento y el contacto, cara con cara, ojos con ojos, boca junto a boca, se me salió el pene de la entrada del sexo de la muchacha, y entonces ella bajó su mano, lo agarró suavemente, lo llevó hasta su vientre, lo colocó en la entrada y se lo empezó a introducir ella misma en la vagina moviendo su cadera hacia arriba y cruzando sus muslos apretando la mía.  La muchacha, ahora ya no sonrosada, sino roja como un tomate, sonrió y añadió, hablando muy bajito y entrecortadamente por tener la respiración muy alterada:

- No tengas miedo, Pablo, te quiero… - dijo, sin poder continuar hablando y mirándome fijamente a los ojos.

Entonces, Valeria se volvió a apretar contra mí, abrazándome, y aplastando su boca en la mía. Volví a notar el contacto con su lengua. Aquello fue como el sonar de las trompetas del Apocalipsis. Las cartas estaban echadas. En realidad, todo lo había hecho ella, yo me había dejado llevar por sus iniciativas implícitas, y ahora iba a hacer realidad lo que tantas veces imaginaba cuando follaba con sus compañeras, las otras jóvenes prostitutas  del club y también lo que ella parecía buscar de manera más o menos consciente desde que nos conocíamos. Al sentir su cuerpo ardiendo, sus pechos aplastados por mi tórax, su boca, el sabor de su piel, el gusto de su saliva, de su lengua, de su sudor, al sentirla transformada en brasas de fuego, bajé la mano hasta su culo, mientras mantenía el abrazo con la otra, la sujeté bien y empujé mi pelvis hacia adelante. Hice avanzar mi pene, sin detenerme,  entrando en el sexo de la adolescente hasta el fondo, hasta sentir que no podía introducirlo más.  Noté que el cuerpo de la jovencita se estremecía. Entonces no perdí tiempo. Me acabé de colocar bien y la follé profundamente, poco a poco al inicio y con gran energía enseguida. De hecho, mientras la iba penetrando y retrocediendo, Valeria fue exhalando unos gemidos profundos de placer, con los ojos bien abiertos mirándome mientras los labios se le apretaban en un gesto súbito , abriéndose de forma convulsiva para dejar ir aquellos apagados "ays" al ir ensanchar mi pene su sexo cada vez que se introducía decididamente en él de forma más acelerada. Sí, por fin ya la había penetrado completamente,  estaba dentro de ella hasta el final de los tiempos,  su cuerpo y el mío eran como una sola cosa,  Valeria y la pasión de poseer su cuerpo que ya me pertenecía para siempre. Y la chica y yo ya estábamos a  punto de llegar al orgasmo.

Me costó mucho irme conteniendo para retrasar el final, para apurar al máximo aquellos momentos de gloria celestial antes de explotar en el orgasmo con el que que soñaba hacía tanto tiempo sin reconocerlo de forma consciente hasta conseguirlo por fin sin haberlo previsto aquella madrugada.

 La jovencita no había perdido la excitación. La besé en los labios con más fuerza que nunca, hice que me abrazase mientras yo aplastaba mi cuerpo al suyo al tiempo que movía mi pene dentro de su sexo cada vez más rápidamente, la sujeté bien con mis brazos contra mi, notando sus tetas aplastadas por mi tórax, le mordí el cuello, los hombros, la besé mil veces, le introduje mi lengua en su boca, le lamí toda la cara, moví su cuerpo con los empujones de mi pelvis, oyendo sus gemidos de placer y excitación, cerraba los ojos, los abría, me miraba a mi, al infinito, me abrazaba, su boca buscaba la mía, noté sus uñas clavándose en mi espalda, sentí sus manos apretando mi culo contra ella. Para ser la primera vez que follaba conmigo lo estaba haciendo muy bien. No pude evitar que me viniese como un relámpago la idea de que había aprendido a ser una buena profesional, pero me arrepentí enseguida de pensarlo.

Valeria se mostraba ahora más excitada que nunca. Rodeó mis caderas y piernas con sus muslos, jadeó, gimió, gritó, me besó, me arañó, me mordió, era como si se hubiera vuelto loca bajo la presión de mi cuerpo, al tiempo que yo me movía rítmicamente, de forma cada vez más rápida, acompasando mi cuerpo al suyo, en el baile frenético del metisaca de la cópula. Noté entonces que ella me clavaba de nuevo las uñas en la espalda, ahora de manera mucho más fuerte, y empezaba a gemir y gritar más intensamente, casi sin respiración, dando muestras evidentes de haber iniciado su entrada en la explosión final, el orgasmo. Entonces yo aceleré. Cabalgué sobre ella de forma violenta, consciente de que aquel trato, que normalmente le habría ocasionado dolor y asfixia, era lo que la había llevado al loco paroxismo de placer en el que Valeria parecía haber entrado, ya en pleno delirio de deleite sexual.  Besé una vez más la boca que emitía aquellos gritos y gemidos desesperados

Yo me había liberado también de toda contención, buscando que mi explosión coincidiera con la de la chica. Fuera ya de todo control, rugiendo como una bestia salvaje, me moví apretando mi pene dentro del sexo de la adolescente, provocando que el momento culminante llegase también de forma muy rápida, exploté con un gemido profundo y sentí como empezaba a eyacular dentro de la chica, inundando el cuerpo de Valeria con los borbotones de liquido caliente que se derramaban en su vagina, provocando en mi las máximas cotas de placer que había podido imaginar y que culminaban rotundamente mi primer orgasmo con Valeria. Salté arriba y abajo, la estrujaba violentamente, se me arqueaba el cuerpo arrastrándola a ella, casi se la sacaba y se la clavaba de nuevo hasta lo más profundo, la besaba, la mordía, la cogía de cualquier manera y por todas las partes, me quedaba sin respiración pero me hubiera ahogado de placer sin reaccionar, veía su cara enloquecer y mirar desorbitada al infinito gritando, sentía como ella me mordía el cuello, los hombros y volvía a quedarse extraviada, me clavaba las manos y las uñas en la espalda, el culo...

No sé el tiempo que estuvimos los dos sumidos en aquel terrible orgasmo compartido, exacerbados nuestros sentidos e instintos por el aliciente de lo prohibido, de haber transgredido, tanto ella como yo, cualquier regla de conducta habitual, satisfechos de nuestra audacia, sorprendiéndome yo del tiempo inusual que estaba durando la eyaculación... Hacía mucho tiempo que no gozaba yo tanto follando con una muchacha, tal vez desde que en la adolescencia desvirgué a una vecinita un día de verano que sus padres y los míos estaban trabajando y los dos estábamos solos en su habitación…

Solo recuerdo que, perdida ya toda noción temporal, me di cuenta al cabo de un rato de que estaba encima de ella, exhausto y casi sin respiración, cosa que también le pasaba a ella, con mi peso aplastándola, mi tórax sobre sus pezones, mi pene aún dentro de su vagina sintiendo la cálida humedad de la inundación del semen derramado en su interior, inmersos los dos en un mar de sudor compartido, jadeando, intentando captar aire con las bocas y recuperar la respiración y notando un fuego tremendo que parecía emitir su cuerpo, cosa que supongo que a Valeria le pasaría también con el mío que reposaba encima del suyo.  Bajé la cara, besándola en la boca ya sin salvajismo y lamiendo el sudor de su cara, sus ojos, su cuello... Ella, como una buena compañera, repetía lo que yo iba haciendo, así que sentí su lengua pasando por mi cuello y mi cara, y sus dientes dándome un suave mordisco en el cuello...

 Así fueron pasando unos minutos, tranquilizándonos los dos y recuperando poco a poco los ritmos normales de respiración, aunque a Valeria le costaba un poco más, al continuar yo descargando todo mi peso sobre su cuerpo. Ella lo aceptaba y no se quejaba. Para no aplastarla y para que pudiese respirar mejor, me coloqué de lado, atrayéndola hacia mi, saliendo mi pene de su vagina de forma natural, pues ya había empezado a recuperar su tamaño habitual desinflándose y quedé yo al final con la espalda contra la sábana. Ella mantenía su cuerpo desnudo enganchado al mío, pero ahora era ella la que estaba de lado sobre mí, con lo que yo había dejado de estar sobre ella y su cuerpo era ahora el que reposaba sobre el mío. Acaricié su sexo y noté cómo el semen salía de su interior desbordándose hacia fuera.

No dejé de acariciarla en ningún momento, gozando del contacto de su carne, de su piel, de todo su cuerpo, pechos, culo, muslos, sexo, labios... A pesar del poco tiempo que hacia del orgasmo, yo continuaba sin dejar de desear tocarla, y la satisfacción que sentía provocaba que me fuese quedando dormido por momentos, luchando por mantenerme despierto. No podía permitirme dormir mientras ella estuviera despierta, y no parecía que ella fuera a dormirse. El sexo de la adolescente descansaba sobre el mío, su respiración era ya prácticamente normal y acaricié su cara que reposaba sobre mi cuello.  No sé cuantos minutos pasamos de esa manera, sintiendo yo el cálido cuerpo de la jovencita enganchado al mío, pasando yo mis manos por todas sus partes, sin acabar de creerme que todo aquello pudiese ser posible… Que aquello no era una novela, una ficción, que aquellos pechos, que aquel sexo que exploraba con mis dedos, aquellos labios que me besaban,  eran realidad…

Mientras le acariciaba la cara, me di cuenta de que tenía los ojos abiertos y me miraba sonriente.

-¿Te ha gustado, Pablo? - me dijo Valeria con una vocecita pícara y susurrante, al tiempo que me miraba y colocaba sus mejillas en las mías.

-Eres un cielo, nena… Hacía tiempo que no disfrutaba tanto como ahora contigo... -le dije, sonriente, mientras le tomaba una mano y la conducía a  mi pene. Ella lo agarró y no lo soltó.

-Tengo mucho miedo, Pablo, si Giovanna piensa que me he fugado, me castigarán…

Al oírla, estuve pensado un rato, al final decidí enviar muchas cosas al carajo, me sonreí a mi mismo, y le dije a la muchacha:

-Bueno, no te preocupes, Valeria… Mira, te voy a decir algo que te gustará… Cuando estemos juntos y solos, no me llames Pablo, pequeña… Me excitará  mucho más que me llames a partir de ahora por el nombre que muy poca gente viva conoce… Uno de los nombres que utilizo y que tu ya has oído con miedo alguna vez…

Valeria me miró interrogante y sorprendida. Y yo continué:

-Llámame Keyser, cariño, yo soy Keyser José… Mucha gente ha muerto por intentar saberlo…

La adolescente se quedó parada, abrió sus ojos sorprendida y aterrada al comprender mi revelación y mi advertencia, ella también había oído todos los rumores que circulaban  sobre el legendario y desconocido capo de los criminales, por lo que la acaricié mimándola, hasta que la vi tranquilizarse y sonreír abrazándome mientras mi pene se introducía de nuevo en su delicioso vientre…

Epílogo.

Han pasado dos años. Valeria es mi pareja  y hemos tenido una niña preciosa, que también se llama Valeria, como su madre. Un juez de familia me facilitó conseguir rápida y discretamente una documentación legal para ella a través de gestiones consulares indirectas. Mi hija mayor nos visita con una cierta frecuencia, se ha hecho amiga de las dos Valerias, le encanta mimar y cuidar a su pequeña hermana. Me ha hecho una divertida confidencia, me ha explicado las cosas terribles que dice de mí su madre, mi ex esposa, la maestra de rígido carácter y esbelto cuerpo, al saber que vivo con una chica de la misma edad que mi hija… Le he sugerido a mi hija que le presente algún compañero suyo a su madre,  a ver si hacen cositas y se le dulcifica un poco el carácter… Me ha dicho sonriendo de forma pícara que lo intentará, que conoce un chico al que le gustan mucho las mujeres algo maduritas, que lo llevará a casa y lo dejará solo con ella... Afortunadamente mi hija mayor se parece mucho más a mi que a su madre. Tal vez en el futuro herede mis negocios, que en cierta forma creo que siempre ha sospechado.

Los héroes de la retirada, para decirlo a la manera de Enzensberger, no somos los héroes de la conquista y del éxito público, sino los héroes del remiendo y la transacción, los héroes de la derrota oficial que se transforma en una victoria íntima diferente y definitiva, los vencedores del mundo clandestino de las sombras...

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