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Un precio muy caro

en Hetero: Infidelidad

Un precio muy caro

Manuel iba a pagar un precio muy caro en su vida por su obsesión en aprobar las oposiciones a notaría. Llevaba años estudiando. Había cumplido los 33 y continuaba embaucado en los libros para sacar una plaza. Estaba casado con María, de 28 años, abogada de profesión y la única que entraba dinero en casa para afrontar todos los gastos. Contrajeron matrimonio tres años antes, aunque llevaban saliendo desde los dieciocho. Se amaban y se llevaban bastante bien, aunque a decir verdad María ya estaba un poco hastiada de la enorme monotonía que afectaba a la pareja. Manuel siempre estaba estudiando o en clases particulares, incluidos muchos fines de semanas. Apenas viajaban, ni siquiera en verano, apenas salían de marcha, apenas sí tenían amigos, estaba excesivamente concentrado en los estudios. En cuanto a la vida en pareja casi siempre estaba desganado por sus horas ante los libros. María se lo reprochaba en infinidad de ocasiones, pero alegaba que tendrían la vida resuelta si conseguía sacar la plaza.

En primavera se casaba un tío de María. Toda la familia acudiría a la boda. Manuel asistiría para acompañar a su mujer, pero a la siguiente semana realizaba el primer examen y le advirtió que tras la cena tendría que volverse a casa.

  • Tú quédate, María, pero yo en cuanto vuelva tengo que repasar unos temas.
  • ¿Y no puedes olvidarte por una noche? – le reprochó indignada -. Lo pasaremos bien, estarán todos mis primos.
  • No puedo, de verdad, estoy a las puertas del examen, lo sabes.
  • Eres un muermo, Manuel, por un día no creo que…
  • No puedo, María, lo siento, bastante es que voy al banquete…

María tenía ganas de divertirse, de pasárselo bien, de pasar una noche entera de juerga. Estaba agobiada porque perdía la juventud esperando a que su marido terminara la maldita carrera. A veces se tiraban dos o tres semanas sin mantener relaciones sexuales. Manuel era un chico atlético, inteligente, bastante tímido por su corta relación con la gente, y demasiado estudioso. Para la boda, sin muchas ganas porque apenas conocía a los familiares de su esposa, se vistió de traje. María era mucho más extrovertida y alegre. Le encantaba hablar y relacionarse con la gente. Era una chica muy guapa de ojos verdes y amplia sonrisa. Su cabello negro era largo y ondulado peinado con una raya al medio, era alta y delgada, poseía un culito carnoso de nalgas ligeramente abombadas y unos pechos grandes con forma de pera. Para la boda se atavió con un vestido naranja de tirantes entallado en la cintura, con escote a pico cruzado, un cordón en la cintura y con la base asimétrica y la espalda al descubierto, con medias del color de la carne y tacones a juego con el vestido. Estaba muy hermosa. Enseguida en la iglesia llamó la atención de todos los presentes por su elegancia y belleza. Los chicos la miraban al pasar y Manuel se percataba de las miradas. A muchos de sus familiares hacía tiempo que no les veía porque vivían lejos y a más de uno tuvo que presentarle a su marido. Estaba encantada de estar rodeada de tanta gente conocida. Al salir de la iglesia se topó con su primo Martín, de su misma edad, al que no veía desde hacía varios años. Ambos se dieron un fuerte abrazo y unos profundos besos en las mejillas. Martín se sorprendió de lo guapa y lo joven que estaba, como si nunca hubiesen pasado los años pasados por ella. Él seguía igual, con su misma pinta chulesca. Estaba bastante gordo e iba siempre muy repeinado con gomina, siempre con ropa de marca. María con Martín siempre tuvo una relación especial. Se criaron juntos en la misma calle y salieron en la misma pandilla durante los años en el instituto. María recordó enseguida algunas escenas del pasado y se sonrojó mientras hablaba con él. Sabía que él estaría rememorando las mismas escenas. Ella le había masturbado en más de una ocasión, cuando ambos tenían quince o dieciséis años. Siempre estaban juntos. Algunas tardes un grupo de amigos salían al campo con las bicis y se masturbaban unos a otros, los chicos obligaban a las chicas y por la novedad todos se lo pasaban en grande. Luego en casa, cuando estaban los dos solos, a veces le hizo alguna paja. Recordó una vez con su amiga Pilar. Salieron los tres juntos con la bici y las dos le hicieron una mamada. Fue la única vez que se la chupó. Por entonces tenía una verga larga y gruesa. Otra vez él se masturbó en su presencia observándola con las bragas bajadas. A ella le gustaba satisfacerle. Se lo pasaban bien. Cosas de la juventud. Pero se fue a la universidad y allí conoció a Manuel. Dejó de ver a su primo. Y pasaron los años sin contacto. Hasta el día de la boda. Martín era un tipo de carácter, aunque divertido. A Manuel lo saludó con dos palmitas en las mejillas y sin hacerle mucho caso. Hasta que llegaron al salón no se separó de su prima María y ambos no pararon de hablar. Manuel se sintió algo cortado y desplazado en medio de aquella gran familia.

Durante el banquete sucedió lo mismo. María se sentó entre su marido y Martín, pero la mayor parte del tiempo estuvo charlando con su primo de viejos recuerdos, sin hacerle mucho caso a su marido, que como un memo sonreía estúpidamente. A veces ella, con toda la confianza, reía a carcajadas dejándose caer en el hombro de su primo. Cuando terminó la cena, trató de convencerla de que debían irse.

  • Es tarde, cariño, y tengo que ponerme a estudiar.
  • Es muy temprano y hace tiempo que no veía a mi gente -. Miró a Martín -. Tiene que estudiar, tiene los exámenes la próxima semana.
  • Quédate tú si quieres, ¿vale? – le dijo su marido.
  • Vale, te acerco a casa.
  • Te acompaño – se ofreció Martín ante los celos de Manuel.
  • Estupendo – añadió María.

Manuel se sintió como un imbécil cuando lo acercaron a casa. Su mujer condujo. Cuando se bajó del coche frente al chalet donde vivían, el primo se sentó en la parte delantera junto a ella. María se despidió fríamente de él con un besito en los labios y arrancó enseguida. Les vio alejarse charlando animadamente. Debería haberse quedado, sabía que le iba a costar concentrarse.

Durante el camino de vuelta continuaron recordando amigos y momentos del pasado y algunas cosas de sus nuevas vidas. Martín no paraba de observar a su prima, la que tanta veces le había masturbado, la que se la chupó aquella vez junto a su amiga Pilar. Estaba buenísima. Las faldas del vestido anaranjado y la base asimétrica le dejaban las rodillas y parte de los muslos a la vista. La miraba con descaro. Le repitió varias veces lo guapa que estaba y ella se lo agradeció con una sonrisa o un cariñoso manotazo.

Ya en la boda bebieron sin parar, charlaron con otros primos, se rieron y participaron en algunos bailes. María se lo estaba pasando en grande con su primo Martín. Los efectos de los cubatas la fueron calentando. Las escenas de las masturbaciones se rememoraban en su cabeza una y otra vez. Bailaron pegados una canción, abrazados como una pareja de novios. Ella apoyaba la cabeza en su hombro e incluso le acariciaba la espalda por encima de la camisa durante el baile. Su fragancia masculina y el recuerdo de la polla la estaban poniendo cachonda. Su marido se encontraba en casa estudiando como un imbécil. Tras la canción pidieron un cubata más y a ella no le importó sentarse en sus piernas. La confianza entre ambos cobraba fuerza.

  • ¿Por qué no tomamos tú y yo una copa por ahí? – le propuso Martín -. Esto ya está muerto.
  • Buena idea.

Abandonaron el banquete con discreción, sin despedirse de nadie, y se dirigieron en el coche de Martín a un disco pub a las afueras de la ciudad. Durante el trayecto y entre las risas, Martín se permitió el lujo de asestarle alguna palmadita en las piernas y fijarse en el escote, donde las tetas se vaiveneaban tras la tela. Estaba bastante borracha y dócil. No paraba de reírse y ni se inmutaba ante los tocamientos. Ya en la disco, pidieron unas copas y se acomodaron en un recodo de la barra. Él se sentó en un taburete mientras ella bailaba y bebía delante de él.

  • ¿Y tu marido? Parece amariconado, ¿no?

María levantó la copa.

  • Buena gente, brindemos por él.

Brindaron y ella le dio un buen trago a la copa. Después se apoyó de espaldas entre las piernas de su primo con su culito pegado a la bragueta del pantalón. Lo meneaba ligeramente simulando que bailaba y notaba el voluminoso bulto de sus genitales. Estaba poniéndolo a cien. Él la rodeó por la cintura entrelazando los dedos en su vientre, le estampó un beso en el centro de la espalda y apoyó la barbilla en su hombro para susurrarle al oído.

  • ¿Te acuerdas cuando me masturbabas?
  • Sí… - contestó seria, con la mirada al frente, notando el bulto sobre sus nalgas.
  • Lo hacías tan bien…

María dio media vuelta y se lanzó a besarle. Ambos se abrazaron mientras se comían a besos, enredando las lenguas con los labios pegados. Mantenía las tetas apretujadas contra el pecho de su primo y notaba la dureza del pene a la altura de su vagina. Se movía débilmente rozándole. El beso se alargaba cada vez con más pasión. Ella había metido las manos bajo la camisa y las deslizaba por aquella espalda ancha y peluda, grasienta y sudorosa, muy distinto todo al cuerpo musculoso y delicado de su marido. Martín mantenía las manos en las caderas de su prima y la deslizó con lentitud hacia sus nalgas hasta palparlas por encima del vestido. Notó que llevaba un tanga. Se recreó sobándoselo con delicadeza mientras se besaban a mordiscos. María apartó la cabeza sin retirar las manos bajo la camisa.

  • Estoy muy borracha y nos estamos calentando – reconoció.
  • ¿Y qué hay de malo? – dijo él aún con las manos en su culo.

María le dio un trago a la copa y enseguida volvió a meter la mano bajo la camisa de su primo, como si no quisiera dejar de tocarle.

  • Soy una mujer casada y somos primos.
  • Tú y yo sabemos divertirnos -. La sujetó por la nuca y se miraron a los ojos -. Bésame.

Él sacó la lengua y ella la mordisqueó con los labios. Después empezó a besarla por el cuello sin dejar de manosearle el culo con una mano y el cabello con la otra. Ella seguía meneándose para notar la verga y le acariciaba la espalda ansiosamente bajo la camisa.

  • ¿Por qué no terminamos la copa en el coche? – sugirió Martín.

María asintió con el rostro desquiciado, caliente como una perra en celo. Martín se levantó, soltó unas monedas en la barra y salieron juntos agarrados de la mano. Fueron abrazados hasta el coche, él le pasó el brazo por los hombros y ella por la cintura. Eran las tres de la mañana. El vehículo se encontraba en un aparcamiento al aire libre, alejado de la entrada principal de la discoteca. Abrieron las dos puertas traseras, encendieron la luz interior y pusieron música a bajo volumen. María se sentó en la parte de atrás con el cubata en la mano y las piernas cruzadas. Sabía que estaba cometiendo un error, pero estaba demasiado cachonda. Necesitaba desahogarse un poco. Martín, aún fuera del coche, se desabrochó la camisa y se encendió un cigarrillo. María miró su enorme barriga abultada y dura, así como sus pechos pronunciados y peludos. Tras dar unas caladas, rodeó el coche y se sentó a la izquierda de ella con las piernas separadas. María soltó el vaso y se revolvió para volverse hacia él. Enseguida plantó una mano en la barriga de su primo para acariciarla con la palma. Introdujo los dedos por los pelos del pecho hasta tocarle las tetillas. Él continuaba fumando. Sudaba, María notaba la humedad en sus manos. Pero el placer la desbordaba. Acercó la cabeza para besarle. Sus lenguas se unieron mientras deslizaba la palma por aquella enorme barriga. Mientras se besaban, María bajó la mano y la pasó por encima de la bragueta frotándole el bulto ligeramente. Notó su enorme polla endurecida bajo el pantalón. Apartó la cabeza para mirarle. Volvió a subir la palma a la barriga y entonces él comenzó a desabrocharse el cinturón.

  • Mastúrbame – Se desabrochó la bragueta y se bajó el pantalón hasta las rodillas. María se fijó en el slip, negro y elástico, donde se apreciaba el pronunciado bulto de los genitales -. Como en los viejos tiempos.

Ella se lanzó a besarle de nuevo. La palma bajó con lentitud hacia el slip. La pasó por encima del bulto notando la forma de la verga. Se recreó acariciándole el bulto en círculos mientras continuaba el apasionado beso. Tras varias pasadas por encima a modo de suaves caricias, metió la mano por dentro del slip y palpó la polla y los huevos. Era una polla dura y muy gruesa, con unos huevos duros y ásperos. Se tiró unos segundos con la mano dentro del slip frotándole la verga y los huevos, hasta que se irguió para mirar. Martín permanecía relajado, reclinado sobre el asiento y con las piernas separadas. Su prima estaba fuera de sí. Ella misma se ocupó de bajarle los calzoncillos y deslizarlos hasta las rodillas. La enorme polla afilada, de un enorme grosor, se empinó hacia arriba. Se fijó en su glande rojizo y carnoso y los huevos plagados de vello muy largo. Le pasó la mano por encima de los huevos y se los sobó con delicadeza. Con la mano izquierda le agarró la grandiosa verga para sacudírsela con lentitud. Martín le pellizcó la barbilla.

  • Siempre te ha gustado masturbarme, ¿verdad?
  • Sí…
  • Te gusta tocarme, ¿verdad?
  • Sí… - contestó sin parar de sacudírsela y sobarle los huevos, ladeada hacia él.

Martín plantó la mano derecha en su rodilla y la deslizó a lo largo del muslo arrastrando la tela del vestido hasta la cintura. Le dejó las piernas al descubierto, con las medias sujetas a un liguero de finas cintas laterales. Le pellizcó el muslo cerca de las ingles. Era una piel fina y delicada. Vio la delantera de sus bragas, color crema, de satén. En un movimiento brusco, le apartó la delantera hacia un lado y la dejó con el coño al aire. Levantó el brazo para acariciarle la cara.

  • Sácate las tetas -. María retiró las manos de sus genitales y, obediente, se bajó el escote liberando sus dos tetas con forma de pera. Las bases se vaivenearon tras el movimiento. Martín se agarró la verga con la izquierda y comenzó a sacudírsela él mismo -. Tócatelas -. María se las manoseó con ambas manos estrujándoselas con suavidad, observando cómo se masturbaba, como los huevos se movían en cada sacudida. Martín alternaba la mirada entre el coño y en cómo se sobaba los pechos -. Chúpate los pezones.

María se sintió como una puta al servicio de aquel cerdo, pero la vagina le ardía de placer y era incapaz de frenar aquella morbosa situación. Siempre le encantó satisfacer a su primo haciéndole pajas, y habían pasado los años, era una mujer casada con un futuro prometedor y seguía sintiendo la misma sensación lujuriosa. Se levantó las tetas y se lamió los pezones con la punta de la lengua, pasando de uno a otro con lentitud. Tras relamerlos, se soltó las tetas, deseosa de volver a masturbarle. Martín se inclinó hacia ella y comenzó a chuparle una teta, a babosearle el pezón, como si estuviera mamando. La teta estaba blanda y suave y el pezón erguido. Ella acercó la palma derecha a los huevos para sobárselos mientras él se la sacudía. Continuaba ensalivándole el mismo pezón, de donde ya le goteaban babas hacia las piernas. Él levantó la cabeza nerviosamente para besarla y se soltó la verga para sujetarla por la nuca con ambas manos. Ella se pegó a él con las tetas apretujadas en su pecho sudoroso y le agarró la polla para meneársela. Se besaban a mordiscos con las lenguas por fuera. Tras varios segundos besándose, Martín se relajó reclinándose en el asiento. Ella, erguida y ladeada hacia él, se concentró en sacudirle más velozmente y en acariciarle la barriga con la palma izquierda. Sus pechos se movían como flanes al sacudir el brazo. Aún tenía la braga hacia un lado con el coño a la vista de su primo, una fina línea de vello bien depilada. No pudo aguantarse. Necesitaba probarla. Se echó hacia delante para hacerle una mamada. Sus dos telas se aplastaron contra el muslo de su primo. Empezó a chupársela moviendo la cabeza, metiéndose la polla hasta la garganta. A su vez le tocaba los huevos para no desperdiciar ni un segundo. Martín le acarició el cabello liso y suave y lo apartó hacia un lado dejándole la nuca a la vista. Con la mano derecha, tiró del vestido hasta remangárselo cerca de las ingles. Paseó sus manos por la espalda de su prima como si fuera la superficie de una mesa. La derecha la condujo hasta el culo. Le atizó un par de cachetes en las nalgas antes de manosearlo. Con rudeza, le sacó la tira del tanga y la apartó a un lado. Después invadió la raja con todos sus dedos hurgándole en el coño y en el ano. Ella se contraía al sentir los dedos y notaba la humedad que fluía entre sus labios vaginales. Le apretujaba el coño con rabia y se lo movía en círculo para masturbarla. Ella continuaba con la mamada elevando y bajando la cabeza sin parar, comiéndose la polla hasta los mismos huevos. Le atizó unas palmaditas en el coño antes de subir el dedo índice hasta el ano tierno. Lo palpó taponándolo con suavidad, pero inesperadamente le clavó el dedo hasta el nudillo. Ella emitió un jadeo doloroso y elevó la cabeza con el dedo dentro del culo. De los labios le vertieron babas hacia la verga. Su primo comenzó a agitar la mano velozmente follándola con el dedo. Ella, acezando como una perra malherida, contraía el culo en cada clavada. Sus tetas se balanceaban alocadas ante las vibraciones de su cuerpo. Él la taladraba con rabia y aceleradamente. Desconcentrada por las sacudidas de la mano en su culo, se abrazó a él con las manos en sus hombros y las tetas aplastadas contra la barriga. Mantenía la boca abierta y el ceño fruncido para contener el dolor y el placer que se mezclaban. Notaba el aliento de su primo. A veces hundía el dedo hasta la ternilla y ella gritaba como una loca aferrada a los hombros de él. Estuvo follándola con el dedo durante más de un minuto. Después lo retiró de golpe y le plantó la palma encima de una nalga. Su prima tenía el cuerpo envuelto el sudor, con todo el cabello humedecido. Resopló y tomó aire profundamente. Acezaba y se pasó el dorso de la mano por la frente para secarse el sudor. Se llevó su manita derecha hacia su culo para palparse el agujerito taladrado. Le dolía bastante. Los pezones de sus tetas rozaban ligeramente la barriga de su primo. Mantenía el vestido arrugado bajo las axilas. Mientras se tocaba el culo para apaciguar el dolor, Martín se sujetó la verga con la izquierda y comenzó a sacudírsela. El glande le golpeaba la teta derecha. La izquierda la mantenía aplastada contra el costado de su primo.

  • Me has hecho daño, Martín…
  • Sigue tú, me voy a correr…

María retiró la mano del culo, se recostó sobre el hombro de su primo y le sujetó la verga para agitarla muy deprisa. Martín jadeaba nervioso y cabeceaba a esperas del momento final. Ella continuó apretándole la polla y sacudiéndola todo lo deprisa que podía. Su teta izquierda continuaba aplastada contra el costado y la derecha se zarandeaba como un flan encima de la barriga. Pronto la polla comenzó a salpicar leche sobre la enorme barriga sudorosa y algunas gotas dispersas se esparcieron por la teta. María dejó de meneársela, aunque la mantuvo encima de la polla acariciándola con la palma. También notó la mano salpicada. Su primo giró la cabeza hacia ella y tras una intensa mirada se besaron con pasión, sin dejar de manosearle el pene y los huevos, como si aún necesitara más. Fue un beso largo.

Después María se incorporó mirando la frente y él se mantuvo reclinado con las piernas separadas y el pene en reposo sobre la barriga, algo más fláccido. Sacó un pañuelo del bolso y se lo pasó por la teta manchada y por la frente para secarse el sudor. Después se hizo una cola en el cabello.

  • ¿Qué hora es? – preguntó ella mientras se colocaba la tira del tanga y se bajaba el vestido alisándoselo.
  • Las cinco.
  • Joder, Martín – le miró por encima del hombro cuando se subía el escote -. Estoy apañada, liándome contigo otra vez.
  • Bueno, hemos pasado un buen rato, ¿no?
  • Joder.

Martín le acarició la cara y le dejó la mano bajo la barbilla.

  • Tú siempre has sido muy puta -. Ella tragó saliva ante la afirmación -. Seguro que con ese mariconazo no te lo pasas tan bien. Es pronto. Ese maricón estará estudiando. Conozco un sitio donde estaremos más tranquilos -. Aturdida y confusa, se mordió el labios inferior. Aún estaba caliente, con ganas de que aquel cerdo le diera más caña -. Quiero follarte – susurró.
  • Martín…
  • Eres mi puta.

La sujetó por la nuca y le acercó bruscamente la cabeza para besarla. Ella le correspondió con el mismo frenesí abrazándole con fuerza.

A las cuatro de la mañana llegaron a un motel de carretera. Era un edificio cutre. Ocuparon una pequeña habitación en la segunda planta donde había un catre estrecho, una cómoda, un pequeño sofá y un pequeño habitáculo como cuarto de baño. Nada más entrar, Martín sacó la botella de whisky y se sirvió una copa.

- Voy al servicio – dijo ella.

- Yo voy a ponerme cómodo.

María entró en el cuarto y empujó la puerta. Se miró al espejo. Estaba bastante bebida y con muchas ganas de satisfacer a su primo. La volvía loca. No podía aguantarse, a sabiendas de que podía arruinar su vida. Su marido estaría estudiando mientras ella se tiraba a su propio primo. Sólo estaban divirtiéndose, trató de convencerse, la vida con su marido resultaba excesivamente aburrida, con relaciones sexuales muy superficiales. Miró por el hueco de la puerta. Martín se había desnudado por completo. Le vio de espalda. Vio su culo encogido, de nalgas blancas y peludas. La espalda le sudaba a borbotones. Caminó hacia la cama. La verga le colgaba fláccida hacia abajo. Su barriga botaba en cada zancada. Parecía un cerdo seboso, pero el hijo de puta la hacía gozar como una loca. Le vio sentarse en el borde de la cama con la copa en una mano y un cigarro en la otra. La polla permanecía echada hacia un lado y los huevos apretujados contra el colchón. María suspiró antes de quitarse el vestido. Se bajó el tanga y se calzó con los tacones. Desnuda, abrió la puerta y se dirigió hacia él.

Martín se embelesó en el delicioso cuerpo de su prima. Sus enormes tetas aperadas se balanceaban al son de los pasos. Se fijó en su coñito depilado, salvo por una fina tira de vello, y en su vientre liso y suave. Estaba buenísima y a su disposición. Le tendió la mano con la copa vacía.

  • Échame una copa, anda.

Obediente, se giró hacia la cómoda. Martín pudo admirar entonces su culo carnoso y blando contoneándose con sensualidad gracias a los tacones. María se volvió hacia él y le entregó la copa. Aguardó de pie frente a él a que le diera un trago, exhibiendo su cuerpo ante aquel cerdo como si de una puta se tratase. Martín soltó la copa en la mesita y se echó hacia atrás extendiendo los brazos, tumbado boca arriba, con las piernas colgando hacia abajo.

  • Hazme una paja.

María se arrodillo entre aquellas gruesas y robustas piernas. Primero le acarició los muslos desde las rodillas hasta las ingles. Notaba la humedad del sudor. Luego cogió la polla, aún floja, con la mano derecha, y comenzó a sacudirla con extrema lentitud, a modo de caricia. La mano izquierda aún paseaba por su muslo. Era toda para ella, a pocos centímetros de su cara. Poco a poco, la verga fue endureciéndose. Ella se mantenía erguida. A veces el glande le golpeaba una de las tetas. La mano izquierda la deslizaba a veces hasta la misma barriga. Martín permanecía relajado mientras su prima le masturbaba.

  • ¿Te gusta así? – le preguntó como una sumisa.
  • Mastúrbame con las tetas.

Se sujetó los pechos por la base y atrapó la verga empinada. Empezó a deslizar las tetas a lo largo del tronco procurando achucharla. El glande chocaba contra el cuello cuando bajaba. Su primo meneaba la cadera al sentir la polla en medio de aquellas dos tetas blanditas. Ella le observaba mientras le masturbaba. Seguía relajado, con los ojos cerrados, tumbado boca arriba, jadeando muy despacio. Ella se esforzaba en apretarle la verga.

  • ¡Qué bien lo haces, hija de puta! – exclamó electrizado, sin parar de deslizar la verga entre las dos tetas.
  • ¿Te gusta?
  • Chúpamela, chúpamela – jadeo nervioso.

Su prima sujetó la verga por la base y comenzó a lamerla con la lengua fuera. Se la ensalivaba por todos lados a la vez que se la sacudía. Martín la miró. Permanecía arrodillada entre sus piernas mamando como una descosida. No paraba de agitársela con el glande dentro de la boca. Apoyó de nuevo la cabeza en el colchón, completamente relajado con la mamada. Su prima pasó a chuparle los huevos. Hundía los labios en ellos y se los lamía con rabia. Entonces él se agarró el pene para sacudírsela. A María le colgaban babas de la barbilla. Cuando apartaba la cabeza, algunos hilos quedaban unidos desde los labios hasta los huevos. Él elevó las piernas y las dejó en alto. Entonces su prima se lanzó a lamerle el ano. Introdujo la lengua en la raja velluda y sudorosa y con la punta le remojó el asqueroso ano. Los huevos se meneaban a pocos centímetros de sus ojos. El cosquilleo de la lengua en el ano aceleró la agitación del brazo. Tras ensalivarle el culo, la lengua de María ascendió de nuevo hacia los huevos para mordisquearlos con los labios. Se la sacudía velozmente mientras le chupaba los huevos y le acariciaba los muslos con las manos. Bajó las piernas y se incorporó deprisa sin dejar de menearse la verga. María se irguió embelesada con el veloz movimiento del pene. La saliva relucía en su barbilla y sus labios. Ahora él permanecía sentado masturbándose y ella arrodillada entre sus piernas con los ojos clavados en la polla. Martín jadeaba profundamente. Apuntó hacia la cara de su prima y a los pocos segundos varios escupitajos de leche muy espesa se esparcieron por todo el rostro de María, incluso algunos resquicios le mancharon el cabello y otros le gotearon hacia las tetas. Ella aguantó con los ojos cerrados las embestidas de semen sobre su cara. La puso perdida de leche. Tras escurrírsela, ambos se levantaron a la vez. María se sentó en el borde de la cama para limpiarse el semen con el dorso de la mano y las sábanas. Su primo caminó hacia la cómoda para servirse otra copa y encenderse un cigarro. María le observó de espaldas. El cuerpo relucía por el sudor. Se fijó en su culo encogido, el mismo que ella había chupado. Aún notaba el mal sabor del ano. Ella aguardaba en silencio sentada en la cama. Comprendió que se le había ido la cabeza, que estaba poniendo su reputación en peligro, pero su primo le encendía la vagina. Martín dio la vuelta dándole sorbos a la copa. Aún tenía la polla tiesa, empinada hacia arriba, con resquicios de semen por el glande. Vio sus huevos empapados en saliva, con el vello humedecido por los lametones y algún hilo colgando hacia abajo. Con la copa en la mano y el cigarrillo en los labios, se acercó hasta ella. La cogió por la barbilla y le levantó la cabeza para que le mirara a los ojos.

  • Qué buena mamada me has hecho, prima -. Ella sonrió como una tonta -. Seguro que a ese maricón no se la chupas así, ¿verdad? -. Mantuvo la misma sonrisa -. Quiero follarte -. Ella le miró seria, a modo de súplica, como si lo necesitase -. Túmbate.

María se echó hacia atrás. Él la observó mientras apuraba el cigarrillo y la copa. Unos segundos más tarde, la cogió por los pies y la obligó a elevar las piernas. Ella quedó tumbada boca arriba con las piernas en alto y separadas, con la cadera muy cerca del borde de la cama. La obligó a elevar más las piernas, casi las rodillas le rozaban los hombros. Acercó la cabeza y le lanzó un escupitajo en el coño. La saliva se deslizó deprisa hacia el ano. Martín se escupió en la mano y se embadurnó toda la verga antes de acercarla hacia el ano de su prima. María, al notar la punta del glande cerca de su tierno agujerito, se agarró las piernas para no bajarlas. Iba a metérsela por el culo. Jamás imaginó vivir una experiencia semejante. Martín empezó a empujar la verga para hundirla en el ano. Ella se quejó con los ojos muy abiertos y enseguida extendió los brazos para agarrarse a las sábanas. Sus piernas chocaron en perpendicular contra el cuerpo de su primo, con los talones apoyados en sus hombros. El grosor de la verga iba dilatando el ano e iba penetrando cada vez más. Los jadeos de María se convirtieron en chillos aislados cada vez que notaba cómo la verga penetraba.

  • ¡Me duele, Martín!
  • ¡Cállate, coño!

Llegó a hundírsela casi hasta el fondo. El ano aparecía excesivamente dilatado y ella no paraba de quejarse. La mantuvo dentro e inmóvil unos segundos antes de comenzar a embestirla. Se movía deprisa con la polla apretujada dentro, de hecho apenas la sacaba dos centímetros para volver a hundirla. Ella mantenía los pies en los hombros de su primo y agarraba las sábanas con fuerza para soportar la mezcla de dolor y placer. Sus tetas se menaban como flanes. Mantenía el ceño fruncido y la boca muy abierta. El sudor hervía en la frente de su primo. Algunas hileras le resbalaban por el pecho y la barriga. Le asestaba con rudeza apretando los dientes. Ella, igualmente envuelta en sudor, jadeaba a gritos cada vez que le hundía la polla en el culo. Sonó el móvil en su bolso y miró hacia él desesperada mientras su cuerpo convulsionaba tras las sacudidas que le asestaba Martín. Su marido preocupado por ella y ella follando con su primo en un motel de mala muerte. Martín seguía clavándosela con rabia sujetándole las piernas por los tobillos. Tras un par de minutos, extrajo la polla del ano. Se fijó en el agujero enrojecido y tremendamente dilatado. El sudor le corría por todo el cuerpo. Su prima respiraba con fatiga tras la penetración anal e igualmente se le había humedecido el cabello por el sudor.

  • Date la vuelta.

María acató la orden. Dio media vuelta y quedó tumbada boca abajo con su culito a disposición de su primo. Martín se echó encima de ella y enseguida le pinchó el coño con la verga. Contrajo el culo basto y peludo y se la clavó hasta los huevos. Esta vez su prima jadeó de placer con la mejilla derecha pegada a las sábanas. Martín extendió los brazos para elevar el tórax unos centímetros de la espalda de su prima y comenzó a follarla aligeradamente hundiendo la polla en la entrepierna. Ambos gemían alocadamente. Él le asestaba fuerte y ella procuraba empinar el culo para que la verga se deslizara mejor. Volvía a sonar su móvil cuando más fuerte gemía y más fuerte le daba, pero esta vez se concentró en retener el placer procedente de la vagina invadida por aquella enorme polla. Notaba el aliento de su primo en la nuca y el peso de la barriga sobre su cadera. Ninguno de los dos lograba contener los chillos. Le pinchaba con fuerza y rabia. Fatigado, se dejó caer sobre la espalda de su prima, aún con parte de la polla dentro del coño. Ella respiró con dificultad al notar el peso de aquel cerdo encima de ella. Martín, con la cadera pegada al culo de su prima, se meneaba para ahondar. María notaba cómo bufaba sobre su nuca. Meneaba el cuerpo con impaciencia deseando correrse, pero la eyaculación tardaba después de las dos corridas anteriores. Martín apenas tenía fuerzas para mantenerse echado sobre ella. Se puso de pie respirando fatigosamente, con la polla tiesa y húmeda por los flujos vaginales.

  • Ponte a cuatro patas – le ordenó.

María acató la orden. Se incorporó y se colocó a cuatro patas con las rodillas cerca del borde y el culo abierto y empinado hacia su primo. Las tetas le colgaban fláccidas hacia abajo. Del cabello le chorreaba sudor en abundancia. Su primo le estaba echando un buen polvo, un polvo inolvidable. Miró al frente y enseguida notó cómo le hundía la verga en el coño. Comenzó a follarla con la misma impaciencia, embistiéndola velozmente. Volvían a jadear alocadamente. Él procuraba abrirle el culo con los pulgares para que la verga entrara hasta el fondo. El cuerpo delicado de María relucía por el sudor. En el de Martín las gotas parecían hervir. Tras varios minutos follándola en la misma posición, la sujetó fuerte por las caderas y le asestó tres embestidas secas. En la última, jadeó secamente y dejó la polla dentro del coño para correrse. María suspiró dejando caer la cabeza hacia el colchón y con los brazos extendidos en forma de cruz. Aún mantenía el culo empinado con la polla dentro de su coño. Martín la retiró unos segundos más tarde con el glande impregnado de semen viscoso y se dirigió hacia la cómoda en busca de un trago y un cigarro. María se incorporó y dio media vuelta sentándose en el borde de la cama, secándose el sudor con las sábanas.

  • Tenemos que irnos, Martín.
  • Ya no puedo más – se giró hacia ella y se acercó para inclinarse y estamparle un beso en la boca -. Me has dejado hecho polvo. Eres mi putita preferida.

María sonrió como una tonta.

Manuel apenas se había concentrado en los estudios y se arrepentía de haberse marchado de la boda dejando a su mujer a solas con el chulo de su primo. Los celos le abatían. Eran las seis de la mañana y no contestaba las llamadas. Entendió que la tenía desatendida en todos los sentidos por culpa de las malditas oposiciones, entendió que ella necesitaba divertirse y junto a él no lo hacía. Tampoco pasaba nada, era la boda de un familiar y seguramente estaban todos juntos. Un rato más tarde oyó el ruido del coche. Ladeó la cortina para asomarse y les vio llegar. El primo conducía. Se mantuvieron un buen rato dentro charlando con el motor en marcha. A veces se reían. Vio que Martín le pellizcaba cariñosamente la mejilla y se inclinaba para estamparle un besito en la frente. Manuel tragó saliva para apaciguar los celos. Antes de que ella se bajara, volvieron a despedirse, esta vez con un ligero besito en los labios. Después Martín arrancó y se alejó por la avenida llevándose el coche de María.

Bajó a toda prisa a la planta baja para recibirla. La vio entrar hecha un asco, con síntomas de estar bebida, con el pelo alborotado, los ojos rojos y el vestido arrugado. Ella tiró el bolso y se quitó los tacones nada más entrar.

  • Te he llamado, María, estaba preocupado.
  • ¿Cómo quieres que oyera el teléfono con la música? Estaría bailando.

Manuel la siguió por las escaleras hacia el dormitorio.

  • ¿Y el coche?
  • Me ha traído mi primo Martín. He bebido y estoy un poco mareada. Mañana me lo traerá. Le he invitado a comer.
  • Pero estoy muy liado, el lunes tengo el examen.
  • Tú haz lo que tengas que hacer. ¿O no puedo invitar a mi primo?

Ya en el dormitorio, Manuel continuaba observándola como un pasmarote mientras ella se desnudaba. Al quitarse el vestido vio sus nalgas algo enrojecidas. Caminaba raramente, sin poder imaginar que la habían follado por el culo y que lo tenía algo dolorido. No entendió el motivo, pero los celos se acrecentaron.

  • ¿Y qué tal? ¿Dónde habéis estado?
  • Por ahí – contestó secamente al ponerse el camisón.
  • ¿Quiénes?
  • No puedo con mi cuerpo, me voy a acostar.

María apagó la luz y se tumbó en la cama dejando a su marido con la palabra en la boca. Necesitaba pensar en lo que había sucedido. El arrepentimiento apenas la intranquilizaba, si acaso lo que sentía por su marido era pena. Su primo le había echado un polvo inolvidable, algo impensable con su marido. Aún notaba el sabor de la verga y del semen. Sabía que jugaba con fuego, que arriesgaba su futuro junto a Manuel, pero necesitaba revivir una vez más una experiencia sexual tan impresionante. Por eso, astutamente, le había dejado el coche a su primo para que al día siguiente se lo devolviera. Sería una forma de verle de nuevo, aunque el memo de su marido estaría todo el día en la casa. Apenas durmió, si acaso una hora, tuvo que masturbarse para calmar su frenesí.

María se levantó temprano, antes de las ocho. Su marido ya llevaba un rato estudiando en su despacho. Se dio una ducha y se vistió de una manera cómoda, de estar por casa, aunque lo suficientemente sexy como para captar la atención de su primo. Se colocó unas mallas blancas y elásticas muy ajustadas al cuerpo, para que resplandecieran los contornos de su culo y debajo se puso un tanga de color negro para que intencionadamente se transparentase. Para la parte de arriba se colocó una camiseta de finos tirantes, con escote redondeado, también ajustada, para dejar bien definidas la forma aperada de sus pechos. Cuando su marido bajó en pijamas para desayunar y la vio merodear por la cocina se quedó anonadado. Vio cómo se le transparentaban las bragas tras la tela de las mallas y la forma de sus pezones señalados en la camiseta. Y su primo vendría y la vería de aquella manera, pero no se atrevió a decirle nada. María estaba de malhumor por la resaca y apenas hablaron durante el café, aunque él trató de sonsacarle información acerca de la juerga que se había corrido tras la boda. Después, nervioso, Manuel regresó a su despacho para repasar algunos temas del examen y ella se ocupó de algunas tareas domésticas, impaciente ante la llegada de su primo y amante.

Martín llegó cerca de las dos de la tarde. A María le cambió el carácter nada más verle. Su marido pudo darse cuenta mientras bajaba las escaleras para saludar al primo de su mujer. Se había vuelto más simpática y no dejaba de sonreír. Vio cómo Martín le susurraba algo al oído a modo de secreto y cómo ella le atizaba un cariñoso manotazo en el brazo. Sintió un pinchazo de celos en el pecho. Iba tan pijo como siempre, repeinado y bien arreglado, con una camisa blanca y pantalones finos azul marino. Martín le saludó con frialdad, sin apenas dirigirle la mirada, prestando toda su atención a María. Y su mujer sólo tenía gestos y sonrisas para él.

  • ¿Te ocupas tú de poner la mesa, amor? La comida la he hecho yo…
  • Bu… Si, vale… ¿Quieres una cerveza, Martín?
  • Vale, tráela.

Vio cómo ambos se dirigían al salón entre risas mientras él observaba como un imbécil. Sacó unas latas del frigorífico y se dirigió al salón. Allí estaban los dos, juntos, en el sofá, recordando viejos tiempos y algunas anécdotas de la boda. Soltó las latas en la mesa y ni siquiera le miraron. Su mujer estaba obsesionada con aquel chulo de mierda, no entendía cómo podía caerle bien. Durante la comida Manuel se sintió igual de desplazado. Sólo hablaban entre ellos, como si él no existiera. También se ocupó de quitar la mesa mientras ellos se divertían tomando el café. Vio desde la cocina que Martín se levantaba de la mesa y se acomodaba en el sofá. Se encendió un cigarrillo y oyó a su mujer ofrecerle una copa que él aceptó.

Cuando su mujer entró en la cocina con unos vasos para echar hielo, él ya había recogido todo.

  • Vamos a tomar algo, ¿tú quieres?
  • No…Voy… Voy a subir… Me faltan algunas temas que repasar y…
  • Vale, vale…

Abandonó la cocina en dirección a la escalera. Mientras subía, miró por encima del hombro. Vio cómo su mujer salía de la cocina con dos copas y entraba en el salón empujando la puerta tras de sí, aunque dejó una pequeña ranura. Manuel se extrañó. Para qué diablos la cerraba. Nunca se cerraba esa puerta. Se pasó la mano por la cabeza, quizás querían hablar de algo y no querían que él se enterase. O a lo mejor lo hacían para no molestarle. Oyó las risas y algunos susurros. Estaba desesperado.

En el interior del salón, María le entregó la copa a su primo y se sentó a su derecha en el sofá, ligeramente vuelta hacia él. Martín le dio unos sorbos al coñac y soltó la copa en la mesa. Le atizó una cariñosa palmadita en la rodilla.

  • Estás muy guapa -. Ella sonrió y entonces le acarició las mejillas y la barbilla -. ¿Te lo pasaste bien anoche? Fue un buen polvo, ¿eh?
  • Sí…
  • ¿A que tu marido no te folla como yo?
  • No, no, es más tradicional…
  • Estás caliente, ¿verdad? – le preguntó acariciándole toda la cara con la palma abierta.

María cerró los ojos para contener la excitación mientras él le restregaba los labios con las yemas de los dedos.

  • Es peligroso, Martín, Manuel está…
  • Ese idiota estará concentrado. No te preocupes por él. Tócame.

Martín se reclinó en el sofá con las piernas muy separadas. Retiró la mano de la cara y dejó los brazos sobre las piernas. María, erguida hacia él, estiró el brazo derecho y con la palma abierta comenzó a achucharle el bulto del pantalón. Notó la forma de la verga erecta y la blandura de los huevos. Él abrió la boca para emitir un jadeo profundo mientras su prima le pasaba la mano. Ella le sobaba apretando la palma. Sus miradas se cruzaban.

  • Bésame – le ordenó él. María se echó sobre él con los pechos aplastados contra su costado. Se besaban con pasión sin dejar de sobarle por la zona de la bragueta. Él le había colocado la mano derecha en la nuca para obligarla a besarle con fuerza. Ella se esmeraba en las caricias frotando el bulto con fuerza -. Mastúrbame – gimió excitado.

Sin parar de besarse y sin alterar la postura, ella fue desabrochándole el cinturón con lentitud. Sus lenguas luchaban como víboras. A continuación, desabrochó el botón y bajó la bragueta. Seguían besándose con rabia, ella echada sobre él, con sus pechos vaiveneándose lentamente por el costado. Le abrió el pantalón hacia los lados y le bajó la parte delantera del slip. Primeramente le sobó los huevos durante unos segundos, pero enseguida sujetó la polla para sacudírsela pausadamente mientras continuaban baboseando con sus lenguas. Le encantaba masturbar a su primo, el placer superaba con creces el riesgo a que su marido la descubriera.

En la escalera, Manuel, muerto de celos, notó el silencio proveniente del salón. Oyó una especie de jadeo y algunos chasquidos. Se llevó la mano a la frente sin saber qué hacer. Estaba sudando y tenía la garganta seca. Bajó con sigilo y caminó muy despacio hacia la puerta del salón. Podía asomarse a la ranura y espiarles, aunque si le descubrían se moriría de vergüenza. Pero los celos le empujaron a hacerlo. Se arrodilló y muy despacio se asomó al interior. La imagen fue horrible para él. Les vio de frente. A Martín reclinado en el sofá con las piernas abiertas y a su mujer echada sobre él masturbándole mientras se besaban rabiosamente. El horror le inmovilizó y pudo fijarse en cada detalle. De sus bocas resbalaba y goteaba saliva por la enorme intensidad de los besos. El escote de su mujer se había deslizado unos centímetros y el pezón del pecho se arrastraba por la camisa con el vaivén del brazo. Su mujer se la sacudía con un ritmo pausado mientras unos enormes huevos ásperos y peludos se balanceaban. Tenía una polla tres veces más grande que la suya. Le vio sudor en la frente y las sienes y vio cómo frotaba la espalda de su mujer por encima de la camiseta, agarrándola a veces por la nuca para besarla con más fuerza. Le movía la polla con suavidad, despacio, de una manera relajada. Oía con claridad los chasquidos de los besos.

Manuel se apartó horrorizado. No podía creerse lo que estaba viviendo. Su mujer le ponía los cuernos, con su propio primo. Comprendió que era culpa suya, que por la mierda de las oposiciones la tenía abandonada, sin apenas vida sexual y la poca que tenían resultaba un tanto aburrida. Tal vez necesitaba desahogarse, pero con aquél cerdo. Las oposiciones a notaría iban a suponer un precio muy caro. Volvió a asomarse. Ya no se besaban. Él permanecía reclinado, con la copa en una mano y un cigarrillo en la otra. Ella se había erguido para masturbarle y se la sacudía con más ritmo. Tenía ambas tetas a la vista, con el escote bajado, y ambas se balanceaban a los ojos de su primo. Con la mano izquierda le acariciaba la inmensa barriga peluda y sudorosa y a veces bajaba la palma hasta el vello de los genitales. Parecía una puta al servicio de aquel cerdo. Alternaba la mirada entre la polla y la cara de su primo.

  • ¿te gusta así? – la oyó preguntar.
  • No pares…

El primo soltó la copa y el cigarro y comenzó a gemir despacio. Ella aceleró las sacudidas mirándole a los ojos, deslizando su palma por toda la panza. Martín alargó el brazo para darle unas bruscas pasadas a las tetas. Jadeó con más profundidad. Ella se concentraba en darle más fuerte y deslizó la mano por la panza hasta agarrarle los huevos. Los sobó con rabia mientras se la sacudía velozmente velozmente. Él frunció el entrecejo. Manuel, arrodillado tras la puerta, pudo ver cómo la polla salpicaba leche en abundancia por todos lados, una leche muy blanca y líquida. Algunas gotas dispersas alcanzaron las tetas de su mujer, gran parte se derramó sobre la mano de ella y numerosos goterones sobre la barriga. María continuó dándole y se echó sobre él para besarle con las tetas aplastadas contra aquella asquerosa barriga peluda y sudorosa. Ella detuvo el brazo, aunque se mantuvo agarrada a la verga mientras se besaban.

  • Sigues cachonda ¿verdad? – le susurró su primo. Ella le correspondió besándole -. Quieres que te folle, ¿verdad?

Martín se levantó bruscamente y ella se apartó soltándole. Manuel pudo ver la polla erecta hacia arriba con algunas babillas resbalando por el glande. Los pantalones finos le cayeron a los tobillos y se quedó en slip con la parte delantera bajo los huevos. La cogió del brazo y la obligó a levantarse. Las tetas de su mujer se menearon alocadas tras el movimiento. La colocó contra la masa del comedor, de espaldas a él. Ella apoyó las manos en la superficie acristalada y miró a su primo por encima del hombro. Manuel les veía de perfil. Bruscamente, Martín le bajó las mayas y dio varios tirones hasta dejarlas a la altura de las rodillas. A continuación le bajó el tanga de un tirón y la dejó con el culo al aire, a su plena disposición. Le atizó unas palmadas en las nalgas, como preparándola para la penetración. Martín se arrodilló tras ella, le abrió el culo rudamente con los pulgares e insertó la cara para lamerle el coño como un perro rabioso. Manuel, con lágrimas en los ojos y muerto de celos, contemplaba cómo el primo le chupaba el culo a su mujer. Ella lo encogía al sentir la lengua y cerraba los ojos con el ceño fruncido, como queriendo atrapar el enorme placer que le proporcionaba. Vio cómo apartaba la cara con la lengua fuera y con unos hilos de saliva colgándole de la barbilla. Le lanzó un escupitajo a la altura del coño y aguardó a que la saliva resbalara por el clítoris. Volvió a escupirle antes de levantarse. Manuel distinguió una gota de saliva colgándole de la entrepierna de su esposa. Martín se sacudió la polla antes de acercarse a ella. La dirigió hacia los bajos de la raja y lentamente la fue hundiendo en el coño. Ella no pudo contenerse y emitió un jadeo agarrándose con fuerza a los cantos de la mesa. Martín se pegó a ella, con la cadera rozando las nalgas del culo y la enorme barriga descansando sobre la cintura de su prima. Antes de empezar a follarla, le agarró los brazos por las muñecas y se los llevó a la espalda inmovilizándoselos. Se los sujetó con una sola mano, como si sujetara las riendas de un caballo, y con la mano libre le atizó varias palmadas en la nalga derecha. Ella se quejó con las manos a la espalda. Martín comenzó a follarla velozmente asestándole de forma trepidante, meneando su culo encogido y peludo, hundiendo la verga con fuerza y rabia. Manuel desde su posición escuchaba los golpes de la cadera contra las nalgas de su mujer, escuchaba los débiles gemidos de ella y los bufidos de él cada vez que se la clavaba. Ella, inmovilizada con las manos a la espalda, le miraba por encima del hombro con la boca muy abierta y los ojos desorbitados por el inmenso placer. Las enormes tetas botaban alocadas chocando una contra la otra. La follaba nerviosamente sin descanso. El cuerpo de Martín relucía por el sudor, algunos goterones le resbalaban por las sienes. A veces le asestaba palmadas en las nalgas como para arrearla. Los gemidos de su esposa se hacían más intensos. La follaba salvajemente y él presenciándolo como el mayor de los imbéciles. Martín se detuvo inesperadamente pegándose a ella, soltándole los brazos para abrazarla con las palmas acariciando sus enormes tetas con suavidad. Manuel observaba la cadera del primo aplastando las nalgas de su esposa, señal de que aún mantenía la verga dentro del coño. María aprovechó el descanso para tomar aire y dejó caer la cabeza contra el hombro de su primo. Él le mordisqueó el lóbulo de la oreja sin dejar de sobarle los pechos, achuchándolos con suavidad, zarandeándole los pezones con los pulgares.

  • ¿Te gusta, prima? – le susurró al oído sin que Manuel pudiera escucharlo. Ella asintió resoplando -. Quiero que luego me acompañes a conocer un buen cliente mío. Es importante para mí. Quiero que te portes bien con él. ¿Me harás el favor? -. María ladeó la cabeza hacia él y asintió otra vez -. Me encanta follarte.

Martín contrajo el culo para hundir más la polla. Ella gimió frunciendo el entrecejo. Le embistió de nuevo secamente. Ella soltó un bufido cabeceando en el hombro de su primo. Aún le manoseaba las tetas. Martín comenzó a contraer el culo con más velocidad follándola sin apenas despegarse. Ella aguantaba las embestidas con la cabeza en el hombro. Sin parar de moverse, Martín soltó varios jadeos profundos acelerando los meneos de la cadera. Le mantenía las tetas aplastadas con las palmas para mantener la posición. Tras varias embestidas, Martín contrajo el culo y resopló con los ojos cerrados, señal de que se había corrido en el coño de su mujer. Se mantuvo inmóvil unos segundos, después retiró las manos de los pechos y se separó de ella. Manuel pudo ver la enorme polla erecta y empinada, de donde colgaban algunos hilos blanquinosos de semen. Su mujer se volvió hacia su amante. Manuel pudo ver el coñito que aquel hijo de perra acababa de perforar. Distinguió restos de semen por el vello vaginal.

Seguía observando la escena como un idiota. Martín se subió la parte delantera del slip y a continuación los pantalones. Enseguida se dirigió a la mesita en busca de su copa y un cigarro. Su mujer se subió el escote para taparse los pechos y se inclinó para subirse el tanga. Tenía una de las nalgas enrojecidas por las guantadas. Luego se subió las mallas y se alisó el cabello. En ese momento, Manuel dejó de mirar. Se levantó y silenciosamente se dirigió hacia su despacho. Estaba hecho polvo, amargado, el mundo se le había venido encima. Las malditas oposiciones le habían costado el amor de su mujer, que necesitaba desahogarse con otro hombre porque él no cumplía. Hundido, sentado frente al libro, envuelto en pensamientos que le martirizaban, oyó que abrían la puerta del despacho. Giró la silla y vio a su esposa agarrada al pomo de la puerta. Allí estaba, como si tal cosa, después de haber follado con su primo. Se había puesto unos tacones y se había maquillado.

  • Manuel, voy a salir, tengo que llevar a casa a mi primo. Igual tardo un rato, tomaremos una copa, ¿vale? -. Él asintió con ganas de echarse a llorar -. ¿Estás bien? Tienes mala cara.
  • No pasa nada.
  • Descansa un rato. Te vendrá bien. Bueno, luego nos vemos.

Cerró la puerta y la oyó caminar por el pasillo. Iban a divertirse otra vez, iban a follar como locos mientras él se esmeraba por el futuro. Maldito desgraciado, pensó. Dio un golpe en la mesa y se puso a llorar como un crío. Se levantó para asomarse a la ventana. Les vio ir hacia el coche como una pareja de novios. Él le llevaba el brazo por la cintura y le susurraba cosas al oído. Fue una noche tormentosa para Manuel. Su vida sería tormentosa.

Fin.

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