miprimita.com

Asuntos Económicos (3)

en Dominación

Asuntos Económicos

PARTE III

Su repentina ninfomanía le impidió sentir nada por su abuela, sólo vio una ocasión excepcional de un pasar un rato a solas con su tío Enrique. Ya eran las ocho de la noche. Para asegurarse, telefoneó a casa y su tío atendió la llamada, pero ella colgó precipitadamente. Estaban tomando una copa en la terraza de un bar con unos amigos. Se acercó a Carlos y le contó lo de su abuela.

  • Tengo que irme, cariño.
  • Te acompaño – se dispuso Carlos.
  • No, quédate, ya te llamo yo cuando sepa algo más. Voy a casa a cambiarme y me voy al hospital. Déjame las llaves del coche.
  • ¿Seguro que no quieres que te acompañe?
  • De verdad, yo te llamo a la hora que sea.

Iba vestida con unos tejanos, tacones y una camiseta ajustada. Demasiado informal. Debía llamar la atención de su tío Enrique, debía provocarle de manera ingenua y la mejor forma era vestirse atrevidamente. De camino a casa, se pasó por unos grandes almacenes para cambiarse de ropa. Eligió un vestido blanco de hilo muy ajustado y corto, bastante provocativo, y un juego de ropa interior excesivamente sensual. Se trataba de unas bragas color lila de gasa, completamente transparente. Al mirarse al espejo comprobó cómo se le transparentaba todo el chocho, al más mínimo detalle. Llevaba unas finas tiras a los lados y al mirarse por detrás vio que igualmente se adivinaba la raja de su culito a la perfección. El sujetador era de encaje, aunque con las mismas transparencias, de hecho podían verse los pezones de sus tetitas. Las medias eran también lilas, con ligas de encaje, hasta medio muslo. Resultaba incitante. Salió del centro ya con el nuevo atuendo y más de uno le silbó al verla vestida de aquella manera tan sugerente.

Eran cerca de las once cuando entró en casa. Su madre la había llamado para decirle que pasarían la noche en el hospital. Estaba emocionada, con el chocho húmedo sólo de las fantasías. Ni siquiera atendió las llamadas de Carlos. Miró en el salón y la cocina, estaban a oscuras, y tampoco le vio en la terraza. Temió que hubiera salido con sus amigos. Subió a la segunda planta y vio luz encendida bajo la puerta de su habitación. Estaba allí. Era temprano como para que ya estuviera acostado. Se acercó muy despacio y apoyó la oreja en la puerta. Oyó gemidos en la televisión, imaginó que estaba viendo una película porno. Una situación ideal para su propósito. Retrocedió todo el pasillo, se puso los tacones y caminó procurando llamar la atención. Efectivamente, a medida que se acercaba a la puerta, se dejó de oír la televisión. Dio unos golpecitos con los nudillos.

  • ¿Tío Enrique?
  • Pasa, Irene.

Al abrir la puerta le descubrió caminando hacia la cómoda con un cigarro en la boca. Llevaba una camiseta ajustada de tirantes e iba con un slip blanco igual de ajustado y con una mancha en la delantera. Distinguió la silueta del pene y parecía inflado, como si hubiera estado masturbándose. Lo llevaba echado a un lado. El vello denso le sobresalía por la tira de arriba y se fijó en sus robustas piernas peludas. Todo el paquete le botaba en cada zancada. Sintió que el chocho se le anegaba de flujos. Vio la imagen congelada en la televisión donde aparecía una mujer desnuda.

  • ¿Te has enterado de lo de tu abuela? Pasa, mujer…

Enrique la examinó con descaro. Iba muy provocativa con aquel vestidito tan ceñido y aquellas medias tan sensuales. Notó la sombra de las bragas tras la tela. Parecía una muñeca con su media melena rubia y sus ojos negros, una modelo de revista. Estaba para comérsela y no parecía inmutarse de verle medio desnudo. Se sirvió una copa de coñac. Irene pasó dentro y cerró la puerta tras de sí.

  • Me ha llamado mi madre, está en la UCI. Ellos pasarán la noche allí.
  • Pobre mujer, ya verás como se recupera.

Al pasar por su lado en dirección a la cama, le asestó un cariñoso cachete en el trasero. Irene sólo sonrió ante el atrevimiento.

  • Estás muy guapa, sobrina.
  • Gracias. Y gracias por lo de la matrícula, tío.
  • Lo que necesites.

Enrique se echó encima de la cama con la cabeza apoyada en el cabecero. Clavó los ojos en aquella monada y llegó a pellizcarse sin pudor bajo los huevos. Parecía una puta a su entera disposición. Los ojos de Irene reparaban en el enorme bulto que sobresalía del slip. Notó que se sonrojaba, que quizás se notaba demasiado el hervor sexual que corría por sus venas. El silencio la incomodó y tragó saliva sin saber qué hacer ni qué decir. Quizás lo mejor era retirarse y dejar las cosas como estaban o confesarle sus necesidades sexuales, pero su tío la sacó de la incomodidad del momento.

  • ¿Quieres una copa? -. Irene encogió los hombros, como queriendo parecer una incrédula -. Venga, tómate una copa conmigo.

Cada vez más nerviosa, se acercó a la cómoda y se llenó una copa de whisky. El primer sorbo fue largo, necesitaba serenar sus impulsos. Sabía que su tío la devoraba con la mirada. Con ganas de comerse aquel culito, Enrique volvió a rascarse los genitales, aún con el pene bastante hinchado. Cuando ella se acercó al borde de la cama, él extendió el brazo para brindar con ella.

  • Un brindis por lo guapa que estás.
  • Cómo eres, tío – sonrió estrellando su copa contra la de él.

Ambos bebieron un trago. Él continuaba recostado bocarriba y ella se mantenía de pie junto a la cama. Enrique soltó la copa en la mesilla para encenderse otro cigarrillo.

  • ¿Por qué no te pones cómoda?
  • La verdad es que aquí hace calor. ¿No tienes aire? – tonteó.
  • No me gusta mucho el aire acondicionado -. Irene se fijó que unas gotas de sudor abrillantaban sus sienes y su frente -. ¿Por qué no te quitas el vestido? Ponte cómoda, anda.

Sintió cómo le hervía la vagina. Soltó la copa en la mesita y caminó de espaldas a él hacia el perchero. Sabía que la acechaba con la mirada. Llegaba el momento crucial. Sabía que iba a disfrutar de aquel cuerpo grasiento y tan macho, de piel velluda, piernas robustas y un pene impresionante, nada que ver con el cuerpo pijo de su novio, con sus músculos moldeados en el gimnasio, su piel depilada y su pene raquítico. Enrique daba profundas caladas al cigarro al ver cómo iba desabrochándose la corredera del vestido. Al quitárselo dejándolo caer al suelo, tuvo que frotarse el bulto. A través de la muselina diferenció con claridad la rajita del culo, un culo estrecho de nalgas ligeramente abombadas. Las medias y las ligas de encaje le daban el toque erótico. Cogió la copa y se giró hacia él. Entonces vio su coñito tras la gasa, una fina línea de vello bien depilada, con los pelillos apretujados contra la prenda. Seducido, dio una profunda calada fijándose en el sujetador, de encaje, con los pezones algo visibles entre los bordados. La examinó de los pies a la cabeza. Su cabello, sus labios pintados, sus uñas pintadas de un rojo brillante, su vientre plano y liso y su piel bronceada y delicada. Era suya, aquella putita era sólo para él. Ante sus ojos, sintió la necesidad de rascarse de nuevo, incluso parte del glande asomó por encima de la tira superior.

  • Estás muy hermosa. ¿Por qué no te quitas el sujetador?
  • No sé, me da cosa…
  • Vamos, no seas tonta, ¿no hacéis top less en la playa y no os importa?

Irene echó los brazos hacia atrás y se desabrochó el sostén. Lo retiró despacio dejándolo caer al suelo. Exhibió ante su tío sus tetitas algo picudas y duras, de pezones largos y oscuros, pero bastante grandes.

  • Tienes unas tetitas muy bonitas.
  • ¿Te gustan?
  • Me encantan. Ven siéntate aquí.

Se acercó contoneando las caderas gracias a los tacones, exhibiendo su coñito por las transparencias de las braguitas. Se sentó en el borde de la cama, a la derecha de su tío, más o menos a la altura de su cintura, y cruzó las piernas depositando la copa en la mesita. Enrique extendió el brazo y le acarició las tetas con las yemas, muy suavemente, pasando los dedos por los pezones.

  • Son preciosas -. Irene se las miró -. Acércate, dame un beso.

Se echó sobre él, con sus pezones rozando la camiseta de tirantes. Acercó los labios a los de su tío y se fundieron en un delirante y lujurioso beso. Las lenguas se tentaban nerviosas. Él le metió la mano bajo la melena y la sujetó por la nuca para morrearla con más fuerza. Los labios se enroscaban alargando la pasión. Ella separó la boca unos centímetros, le miró a los ojos y volvió a fundirse en otro beso, más rabioso, con las lenguas luchando dentro de sus bocas. Tras el largo beso Irene volvió a erguirse. Plantó su manita derecha encima de su muslo y se lo acarició con suavidad desde la rodilla hasta la ingle. Cómo gozaba con tocar aquella piel áspera y blanca salpicada de vello.

  • El whisky, me estoy enrollando con mi tío.
  • Tranquila, mujer, lléname la copa. Tú y yo vamos a pasar un buen rato y nadie tiene que enterarse.

Cogió su copita, se levantó y se dirigió a la cómoda, permitiendo que su tío disfrutara de las vistas traseras que ofrecían sus bragas. Regresó al borde de la cama, esta vez exhibiendo las transparencias delanteras y sus tetitas vibrando con las zancadas. Le entregó la copa y volvió a sentarse en el borde, girada hacia él. Mientras su tío bebía unos sorbos, ella se atrevió a plantar la mano encima de su enorme barriga. Primero la paseó por encima de la camiseta, pero enseguida la metió por debajo deslizándola por el vientre hacia sus pechos. Fue subiendo la prenda hasta las axilas, dejando a la vista su pronunciada panza y sus pectorales velludos. Sudaba como un cabrón, los chorreones le caían por todos lados y notaba la humedad en su palma. La muy puta está caliente como una perra, pensó Enrique dejándose acariciar. Volvió a echarse sobre él en busca de otro beso. Esta vez Enrique notó la punta de los pezones por su piel. Se besaron a mordiscos, hasta que ella apartó la cabeza y volvió a erguirse, esta vez para acariciarle la panza con las dos manos, a modo de masaje. Aquella princesita estaba dispuesta a todo y él estaba dispuesto a romperle el culo follándola. Aprovechó la pausa para darle otro sorbo a la copa. Ella volvió a inclinarse, esta vez para lamerle las tetillas. Arrastraba los labios por el vello hacia el otro pectoral para mordisquearle el saliente. La mano derecha la condujo al muslo para acariciárselo por la cara interna, deslizando la palma con lentitud hacia la ingle, hasta que el canto de su manita rozó el lateral de los testículos. Mientras su sobrina recorría sus pectorales con la lengua, Enrique soltó la copa y pulsó un botón del mando a distancia. Empezó a reproducirse la película porno que estaba viendo antes de que ella llegara. Se trataba de un trío, dos hombres cepillándose a una madura. Al oír el sonido, Irene se irguió y volvió la cabeza hacia la pantalla sin apartar las manos de la barriga.

  • ¿Qué película es?
  • Una porno. Estás cachonda -. Irene miró a su tío y esta vez se atrevió a plantar la palma encima del paquete. Lo estrujó con las yemas, deseosa de tocarlo -. ¿Quieres masturbarme? -. Asintió con el placer reflejado en la mirada -. Sácame la polla y mastúrbame.

Muy despacio, le bajó el slip descubriendo su gruesa polla y sus grandiosos huevos, ásperos y duros. Fue quitándole el slip a tirones hasta sacarlos por los tobillos. Paseó su palma por encima de los huevos hasta que le agarró la enorme verga. Sus deditos de uñas pintadas la rodearon. Estaba tiesa, pero blandita y caliente. Empezó a agitarla a un ritmo acompasado. Los huevos se movían con los tirones. Sus tetitas vibraban ante los ojos de su tío. Los gemidos de la peli retumbaban en la habitación y a veces Enrique giraba la cabeza para observar alguna escena mientras su sobrina, sentada en el borde, le masturbaba con paciencia. Ella mantenía el mismo ritmo al meneársela. Estaba disfrutando como una loca masturbando a su tío. No pudo contenerse. Se metió la mano dentro de la braga para restregarse el coño con sus deditos. Enrique, a través de la gasa, observaba cómo se hurgaba entre los labios vaginales.

  • Lo haces muy bien – le dijo a su sobrina -, lo haces como una buena puta.
  • ¿Te gusta?
  • Sí, tócame los huevos…

Irene subió encima de la cama y se arrodilló ante el cuerpo de su tío. Sujetó la verga con la mano izquierda para sacudirla y con la derecha comenzó a manosearle los huevos apretujándolos como una esponja. Enrique jadeó profundamente. La veía de perfil, con sus tetitas vibrando al son del brazo.

  • Chúpalos…

Se inclinó aún más para lamerlos con la lengua fuera sin parar de menearle la verga. Ensalivaba aquella piel áspera y dura hundiendo los labios y esparciendo la saliva. Las tetas le colgaban hacia abajo. Enrique extendió el brazo, sujetó las braguitas por la tira lateral y se las bajó a tirones, hasta dejarla completamente con el culo al aire. Miró hacia el espejo donde el culo se reflejaba. Vio su ano, un agujerito enrojecido y tierno, y su coño entre las piernas, brillante y abierto. Bajó los brazos y apretó su cabeza contra los huevos. Los labios se hundieron en la piel.

  • Chupa, chupa… - jadeó nervioso.

Él se agarró la polla para sacudírsela. Ella sacó la lengua para mover la punta por donde podía. Estaba atrapada con la boca pegada a los huevos de su tío. Enrique ya jadeaba nerviosamente. Retiró la mano de su cabeza y entonces ella se irguió enseguida para arrebatarle la polla. Quería ser ella quien le hiciera eyacular. Consiguió agarrársela para agitarla a toda velocidad con la mano derecha. La izquierda la frotaba en círculos por toda la barriga sudorosa y por sus peludos pectorales. Se fijó en sus huevos ensalivados, con algunas babas goteando en la sábana. Su tío gemía cabeceando con los ojos cerrados. Se afanaba en hacerlo bien. Segundos más tarde la polla comenzó a salpicar leche. Continuó sacudiéndola. Diminutas gotas espesas se esparcieron por los bajos del vientre mezclándose con los chorreones de sudor, por los huevos, el vello y la muñeca de Irene. Cesó de meneársela y le dio unas caricias a los huevos mientras su tío se relajaba. Después con la palma esparció el semen por el vello y el vientre. Se echó sobre él, con sus tetitas aplastadas contra la barriga, impregnadas de sudor y semen. Buscó sus labios y le metió la lengua. Se besaron hasta que ella apartó la cabeza unos centímetros. No paraba de tocarle con ambas manos por todos lados.

  • Estoy muy caliente, tío Enrique.
  • Hija puta, eres una zorra
  • ¿Te ha gustado?
  • Me has hecho una buena paja.

Intentó besarle otra vez, pero él le apartó la cabeza. Aún así, siguió besuqueándole por el cuello, con los pezones de las tetitas rozándole la barriga y las bragas medio bajadas. Enrique se incorporó sentándose en mitad de la cama. Ella, arrodillada tras él, le abrazó pegando los pechos a su espalda maciza y el coñito a su cintura. Siguió besándole por el cuello a la vez que deslizaba las palmas de sus manitas por su inmensa panza.

  • Quiero echarme un cigarro.

Enrique se incorporó y bajó de la cama en dirección a la cómoda. Ella le observó arrodillada en mitad del colchón. Admiró su espalda blanca y peluda y su culo gordo. Algo avergonzada de su actitud, se subió las bragas y caminó de rodillas hasta el borde de la cama para sentarse con las piernas cruzadas. Se alisó el cabello mientras Enrique se echaba una copa y encendía el cigarrillo. Al volverse vio su pene algo fláccido.

  • Lo siento, tío Enrique – le dijo con la cabeza gacha, sin mirarle -. No sé qué me ha pasado, el whisky, no estoy acostumbrada y se me ha ido la cabeza.

Enrique se acercó despacio con la copa y el cigarro en las manos. Se detuvo delante de ella y le dio un sorbo al coñac. Después le colocó la palma de la mano derecha bajo la barbilla y le levantó bruscamente la cabeza para obligarla a mirarle.

  • Quiero follarte -. Irene tragó saliva -. Quiero oírtelo decir.
  • Fóllame.

Le revolvió el cabello rubio y la cogió por la axila para que se pusiera de pie. El muy cabrón sudaba como un cerdo.

  • ¿Te han follado alguna vez por el culo? -. Irene lo negó con la cabeza -. Quítate las bragas y date la vuelta. Vas a probarlo, todas las putas lo prueban.

Excitada, con el vigoroso placer corriendo por sus venas, se bajó las bragas y le dio la espalda a su tío. Por iniciativa propia, se inclinó ligeramente hacia la cama apoyando las palmas en el colchón, con las piernas juntas y sus tetitas colgando hacia abajo. La muy putona se abrió su buen culo a esperas de que le empotrara la verga. Enrique diferenció su ano fresco y enrojecido y más abajo la rajita del chocho, húmeda y blanda, con el clítoris a la vista. Soltó el vaso y apagó el cigarro. Se sacudió la verga para enderezarla sin apartar los ojos de ella. Mientras se la empinaba, le sacudió unas palmaditas en el coño. Acercó la punta de la polla al pequeño agujerito y muy despacio comenzó a penetrarla. Irene se abrió más el culo y desprendió un agudo gemido al notar cómo le dilataba el ano. La verga avanzaba con trabajo. El cuerpo de ella se abrillantaba por el sudor. Continuó empujando hasta meterla entera, hasta que los huevos rozaron el chocho. Aguardó unos segundos con la polla dentro. Irene bufaba dolorida con el culo dilatado, conteniendo los gemidos de dolor. Enrique la sujetó por las caderas y empezó a moverse contrayendo sus nalgas. Extraía la polla unos centímetros y volvía a insertarla. Poco a poco fue moviéndose con más ferocidad y poco a poco Irene comenzó a gemir locamente. Con el ano más ensanchado por el tremendo volumen de la verga, la penetraba con más facilidad. Enrique apretaba los dientes cuando ahondaba. El gusto al sentir su polla apretada resultaba embriagador. Su sobrina chillaba como una perra malherida. Sus tetas temblaban en cada clavada. Desde el rostro de Enrique goteaba el sudor hacia las nalgas de su sobrina. También el cabello de Irene se humedecía, así como todo su cuerpo. Ella a veces miraba por encima del hombro para ver cómo la follaba. El dolor apenas la dejaba concentrarse. Se la metía con fuerza y cada vez con más velocidad, abriéndole el ano severamente. Una de las veces la polla resbaló y salió fuera. Enrique aprovechó para recuperar el aliento y ella cerró los ojos resoplando. Se fijó en el ano abierto y enrojecido por las embestidas. Vio que del coño manaba un líquido blanquinoso y viscoso que empapaba el vello vaginal y goteaba en las sábanas. Se estaba corriendo como una zorra. Luego el líquido se hizo más amarillento empapando todo el chocho y cayendo a chorros sobre el borde de la cama. Enrique sonrió sorprendido.

  • Hija puta, te estás meando…
  • Lo siento, tío En…

Intentó incorporarse, pero la sujetó por la nuca y la obligó a curvarse de nuevo, esta vez con la cara pegada a las sábanas y el culo más empinado. Se agarró la polla y la dirigió al coño mojado. Se la clavó de un golpe seco. Ella gimió, esta vez sintiendo mayor placer. Aún le goteaba orín del vello vaginal. La comenzó a follar con extrema violencia, embistiéndola con mucha fuerza y velocidad y azotándola en las nalgas. Irene jadeaba y chillaba sin parar, con sus tetas botando locamente. La polla se deslizaba con fluidez. Ambos sudaban a borbotones. Ella suspiraba aferrada a las sábanas y él emitía jadeos secos. Se la clavaba vertiginosamente. Así estuvo cerca de dos minutos, al mismo ritmo trepidante, hasta que se detuvo en seco con la polla clavada hasta el fondo del coño. Irene notó cómo le vertía gran cantidad de leche en el interior mientras resoplaba con la mejilla en la almohada. Pensó en la posibilidad de quedarse embarazada de su propio tío, pero el inmenso placer desplazaba cualquier intento de remordimiento. Fue sacando la polla muy despacio con todo el tronco embadurnado de semen. Nada más sacarla, del chocho brotó leche. Unos segundos más tarde, se la agarró por la base y empezó a mear, despidiendo un grueso chorro sobre el coño y el culo. Irene frunció el entrecejo al sentir la meada, al sentir el caldo caliente sobre sus nalgas y su rabadilla. La empapó de orín por todos lados.

  • Joder, no he podido aguantarme – lamentó Enrique apartándose.

Irene se incorporó. Varias hileras de orín le resbalaban por las piernas y numerosas gotas le caían del coño. Vio que su tío recogía sus bragas para limpiarse la verga. Las tiró de nuevo al suelo. Al pasar por su lado, le estampó un beso en la mejilla y un pequeño cachete en el culo.

  • Estoy reventado.
  • Me has puesto perdida.
  • Dúchate, anda.

Enrique se tumbó en la cama y cerró los ojos. Ella recogió sus prendas y se adentró en el cuarto de baño que había en la habitación. Ya frente al espejo, cerró los ojos con la mano izquierda en la frente, como si tratase de valorar lo ocurrido. Se había convertido en una puta, en una ninfómana capaz de humillarse con tal de obtener placer. Le dolía el ano. Se tocó con la yema del dedo y notó que sangraba, como si lo tuviera agrietado. La había follado con fuerza. También le escocía el chocho, quizás por la meada. Se duchó y fue a su cuarto. Se puso el erótico camisón negro de satén con aberturas laterales y escote en V, sin bragas, y regresó a la habitación de su tío. Allí estaba aquel pedazo de cuerpo seboso y peludo que la había vuelto loca. Roncaba dormido bocarriba, ya con la verga flácida reposando a un lado. Se sentó en el borde y se hizo una cola. Pensó en su novio. Se conocían desde pequeños y tenían planes de bodas, planes que ella acababa de destruir. Pensó en la gente que conocía, en sus amigas, y sintió vergüenza de sí misma. Se echó al lado de su tío y cerró los ojos. Un rato más tarde se quedó dormida.

Enrique se levantó pasadas las ocho de la mañana. Deambuló desnudo en busca de un cigarro. Se acercó al borde de la cama, en el lado donde su sobrina dormía boca arriba. Tenía puesto el camisón, aunque una teta le sobresalía por el lado dejando a la vista el pezón. Menudo polvo había echado con aquella monada, que para más morbo, era su sobrina, y para colmo, también se follaba a su madre. Estaba buenísima. Jovencita, guapa y con un cuerpo de escándalo. Y encima una golfa impresionante que no le importaba nada. Irene abrió los ojos y vio a su tío de pie junto a ella. Se fijó en su pene, lacio y colgando hacia abajo.

  • Buenos días, tío Enrique.
  • Buenos días, sobrina.

Enrique apagó el cigarrillo en el cenicero de la mesita de noche. Inesperadamente, tiró hacia arriba del camisón y la dejó con el chochito a la vista. Le dejó la prenda arrugada a la altura de la cintura.

  • ¡Qué cachondo me pones, cabrona!

Se inclinó ligeramente y le separó las piernas todo lo que pudo. Irene, presa de la lujuria, se dejaba manejar. Le dio unas palmaditas en su chocho abierto. Después le hurgó con las yemas entre los labios vaginales. Irene resopló frunciendo el entrecejo. Poco a poco, le metió los membrudos y bastos dedos, el corazón y el anular, a la vez, hasta la altura de los nudillos. Al sentir cómo se los clavaba, meneó la cadera gimiendo. Con la mano izquierda, Enrique le tapó los ojos y empezó a follarla hundiendo y sacando los dedos. Levantaba y bajaba la cadera y a veces cerraba las piernas atrapando la mano con los dedos dentro del coño, sin parar de gemir y cegada por la mano. Enrique deslizó la mano hasta taparle la boca sin cesar los movimientos del brazo. Sin parpadear, se fijó en que la polla se le había enderezado. Le frotó los labios con el pulgar, deslizó la yema por las encías superiores hasta que bajó por el cuello y se metió bajo el escote, sacando sus tetas y manoseándolas. Irene respiraba trabajosamente al sentir los dedos perforando su vagina. Enrique se fijó que su mano se manchaba de un líquido viscoso y transparente que fluía del interior del chocho.

  • Te estás corriendo, zorra…

Extrajo los dedos y apartó la mano unos centímetros. Seguían brotando los flujos del coño. Unos segundos más tarde salió despedido un chorro de orín sobre las sábanas. Sin poder contenerse, abordada por un placer incontrolable, Irene levantó la cabeza de la almohada para observar cómo se meaba sobre la cama. Enrique sonrió fascinado por el comportamiento de su sobrina.

  • Jodida guarra.

Aguardó hasta que dejó de mear y se fijó en su chocho empapado.

  • Lo siento, tío, no he podi..
  • Date la vuelta.

Irene obedeció y se dio la vuelta quedando bocabajo en la cama. Le atizó varios cachetes en las nalgas, unas sonoras palmadas que le enrojecieron la piel. Luego le abrió el culo con los pulgares y observó su ano, donde existían diminutas grietas sangrientas. Le había roto el culo. Paseó su dedo índice por encima hasta el vello vaginal, calado por la meada. Después se incorporó retirando las manos del cuerpo de su sobrina.

  • Chúpamela.

Su sobrina se colocó a cuatro patas y se volvió hacia él, con las palmas de las manos en el borde de la cama. Acercó la boca a la punta de la verga y comenzó a mamársela, sólo asintiendo con la cabeza, sin sacársela de la boca y sin tocarla, como si tuviera un grueso puro entre sus labios. Bajaba la cabeza hasta notar el glande en la garganta y ascendía hacia la punta. Su tío la ayudaba a mamar dejando sus dos manos sobre su cabello y obligándola a metérsela entera. En el espejo de enfrente veía reflejado el culo abierto de su sobrina, donde se distinguía el ano malherido y el coñito, de donde aún goteaban restos de orín. Eran las ocho y media de la mañana.

Una hora antes, Carlos se presentó en el hospital donde permanecía ingresada la abuela de Irene. Estaba muy preocupado por su novia. No le había contestado las llamadas y no sabía nada de ella desde que se despidieron en la terraza. Encontró a sus suegros en la sala de espera de la UCI. Enseguida Julia salió a su encuentro.

  • ¿Cómo está la abuela, Julia?
  • Sigue igual. No ha mejorado nada.
  • ¿Y Irene? – preguntó preocupado al no ver a su novia.
  • En casa, no ha venido, ¿no la has llamado?
  • No me coge el teléfono y estoy preocupado.

Julia sacó unas llaves del bolso y se las entregó.

  • ¿Por qué no vas a casa y me llamas? Yo tampoco he tenido noticias suyas.

Carlos tuvo que coger un taxi porque le había prestado el coche a su novia. No entendía por qué no contactaba con él. La había telefoneado más de veinte veces sin respuesta y le había enviado una docena de mensajes. Vio su coche aparcado frente a la casa. Cuando entró en el hall todo a estaba a oscuras. Cerró la puerta despacio y oyó un ruido procedente de la planta de arriba. Subió las escaleras muy despacio y al asomarse al pasillo vio un haz de luz en la habitación del fondo. La puerta estaba abierta. Se asomó al cuarto de su novia y comprobó que la cama estaba hecha. Encima del colchón había unas medias lilas y unas bragas transparentes del mismo color. Se extrañó. Continuó su recorrido por el pasillo y cuando se disponía a entrar en la habitación oyó la voz de Enrique.

  • No pares de chupar, puta…

Nervioso por el comentario, se asomó con sigilo y la visión fue tremenda para él. Un sudor frío se apoderó de todo su cuerpo y sus ojos parecieron desorbitarse. Les vio de perfil. A Enrique de pie frente a la cama y a su novia a cuatro patas encima del colchón mamándole la polla como una glotona. Bajaba la cabeza hasta la base y subía hasta el borde del glande mientras su tío la ayudaba con las manos sobre el cabello. Sintió asco de aquel cuerpo asqueroso, aunque su verga resultaba impresionante comparada con la suya. Numerosas babas colgaban de la barbilla de Irene y una espumilla de saliva fluía por la comisura de los labios. Tenía el camisón subido hasta la cintura, con el culo al aire, y las tetas colgando por fuera del escote de un camisón muy sexy. En uno de los espejos vio reflejado el culo de su novia, donde se diferenciaba con claridad el ano enrojecido y un coño humedecido. Enrique se curvó ligeramente y con su mano derecha recogió la espalda de Irene muy despacio hasta llegar a la raja del culo. Le taponó el ano con el dedo y lo zarandeó agitando la mano. Irene meneó la cadera para atrapar el placer. Enrique volvió a incorporarse de nuevo. Irene, con toda la verga metida en la boca, casi con los labios rozando los huevos, sufrió una arcada y escupió gran cantidad de babas sobre el glande, pero enseguida siguió chupando. Carlos observó cómo Enrique fruncía el entrecejo y contraía el culo. Unos segundos más tarde, por la comisura de los labios de su novia se derramó unos chorros de un líquido amarillento que gotearon en el suelo. Comprendió que estaba meando en la boca de Irene. Ella apartó la cabeza unos centímetros. El chorro que despedía la verga caía justo dentro. Estaba probando aquel caldo calentito y amargo. Con la boca llena de orín, el líquido se vertía por la comisura de sus labios y su barbilla. Enrique dejó de mear y ella escupió aquella asquerosidad en forma de vómitos. Se incorporó quedando arrodillada. De la barbilla, el orín le goteaba en las tetas. Carlos se retiró en ese momento hacia el fondo del pasillo. Se apoyó contra la pared y se dejó caer al suelo, oculto en la penumbra, ya con los ojos anegados en lágrimas, incapaz de comprender qué estaba sucediendo, deseando despertar de aquella pesadilla. Unos segundos más tarde vio salir a Enrique con un cigarro en la boca, deambulando, disfrutando de las caladas. Llevaba la porra empinada e hinchada, con un hilo de babas colgando de la punta. Parecía sudar como un cerdo. La barriga y los huevos le botaban con cada zancada. Cómo su novia se había liado con alguien como Enrique, y encima siendo su tío. Quizás estaba siendo obligada. Tras unas caladas, regresó a la habitación. Carlos reclinó la cabeza sobre sus rodillas para llorar, pero unos segundos más tarde la levantó repentinamente al oír un profundo gemido de su novia. Luego oyó otro de Enrique y a continuación de nuevo a su novia, esta vez gimiendo con más intensidad. Se tapó los oídos, pero aún así les oía resollar con fuerza. Afectado por temblores en todo su cuerpo, se levantó y caminó hacia la habitación en medio de los continuos gemidos. Al asomarse se petrificó con la escena. Estaban follando como locos. Les vio de perfil. Su novia permanecía tumbada bocabajo con los brazos bajo el cuerpo, tenía el camisón enrollado bajo las axilas, con la cabeza ladeada hacia la puerta, la mejilla pegada a las sábanas y los ojos cerrados, bufando desesperada de tanto placer. Enrique se encontraba encima de ella, metiendo la verga aligeradamente bajo el culo, encajándola salvajemente en el coñito, con la sudorosa barriga rozando las nalgas de Irene y vertiendo su aliento contra la nuca de su sobrina. Podía ver cómo se la metía, cómo la sacaba con destreza y ligereza, contrayendo el culo para ahondar en las clavadas. Mientras la follaba, Irene abrió los ojos y descubrió a su novio asomado a la habitación. En ese momento, Enrique le estaba atizando fuerte y no pudo contener los gemidos a pesar de la triste mirada de Carlos. Su cuerpo convulsionaba cada vez que Enrique le asestaba con la pelvis en las nalgas incrustando la polla hasta el fondo.

Carlos, hundido, retrocedió de nuevo hacia el fondo del pasillo. Escuchó la melodía de gemidos durante unos minutos más que para él fueron eternos. Cesaron tras un jadeo profundo de Enrique. Se disponía a bajar las escaleras para marcharse, con una escena en la cabeza que sería imborrable, cuando escuchó unos pasos. Miró por encima del hombro y vio a su novia acercarse. Venía con el camisón. Se fijó en las aberturas laterales y en el escote. Llevaba una teta por fuera que se balanceaba con los pasos. Se detuvo a un metro de él. Sudaba a borbotones. Se recogió el pelo en una cola. Al subir los brazos, la otra teta asomó por el lateral del escote.

  • Mira, Carlos, lo siento…

Carlos no tuvo palabras. Volvió la cabeza y bajó en silencio. Cuando volvió a mirar, su novia regresaba a la habitación con su amante. Enrique salió a su encuentro y la recibió con un besito en los labios. Le atizó un cachete en el culo y entraron juntos cerrando la puerta. Se sintió el mayor desgraciado del mundo. Le tocaba sufrir con los recuerdos, unas escenas que le atormentarían para siempre.

Dani y Julia llegaron a la casa alrededor del mediodía. La madre de Dani aún seguían en la UCI debatiéndose entre la vida y la muerte. Julia preparó algo de comida y se acomodaron en el salón para el almuerzo. Estaban arreglados. Julia vestía con una blusa negra abotonada con corchetes y una falda negra satinada con puntillas en el bajo, a la altura de las rodillas, muy ajustada, definiendo su silueta. Calzaba tacones y llevaba un panty de red, con el cabello recogido en un moño en lo alto, dejando al descubierto su nuca. Todo se les volvía en contra. Probablemente la madre de Dani moriría en las próximas horas, la ruina económica y los abusos por parte de Enrique. No se habían referido al asunto en ningún momento de la noche. Habían empezado a comer cuando oyeron a Enrique bajar por las escaleras. Apareció en el salón ataviado con una camiseta de tirantes y un pantalón de chándal. A Dani le temblaron las carnes nada más verlo. Julia, nerviosa, trató de ser amable.

  • Buenos tardes, Enrique.

Su cuñado la fulminó con la mirada. Estaba muy atractiva con aquella falda tan sugerente, aquel peinado y aquellas medias de red.

  • ¿Y la vieja? ¿Cómo está? – le preguntó a Dani.
  • Bueno, sigue en la UCI.

Se sentó en un extremo de la mesa, frente a su cuñado. Por su voz temblorosa, daba la sensación de que estaba algo bebido.

  • Ponme la comida, Julia.

Julia y su marido intercambiaron una mirada. Obediente, se levantó y se dirigió a la cocina. Dani se fijó en cómo su cuñado la devoraba con la mirada. Regresó con un plato de arroz. Le dio tres o cuatro cucharadas y se reclinó en la silla para encenderse un cigarrillo. En ese momento Julia recogía las migas de una parte de la mesa.

  • Dame un masaje, cuñada, tengo el cuello muy tenso.

Julia tragó saliva clavando la mirada en los ojos de Dani. Al ver que no reaccionaba, soltó la servilleta y se dirigió hacia la posición de Enrique. Se colocó tras él y con sus delicadas manos de uñas pintadas comenzó a masajearle en los hombros en presencia de su marido. Enrique se relajó sin parar de darle caladas al cigarrillo.

  • Qué bien lo haces, cuñada -. Dani sufría con la escena. Apartó la mirada de los ojos de su mujer, como un maldito cobarde incapaz de sacarla de las garras de aquel cerdo -. Estás muy guapa.

Por suerte, sonó el teléfono. Julia salió disparada para descolgarlo. Era su hija para informarle de que se pasaría casi todo el día con unas amigas. Tras colgar, salió en dirección a la cocina y se puso a colocar la loza para evadir la presencia de su cuñado. Estaba preocupada por la situación. El jodido cabrón lograba con sus abusos que disfrutara como una loca. En el salón, Dani, abochornado, no se atrevía a dirigirle la palabra. Estaba abusando de su esposa como si nada pasara. Vio que estrujaba el cigarrillo en el plato y se levantaba precipitadamente para dirigirse a la cocina. Le vio pararse al lado de su mujer y pasarle el brazo por la cintura para susurrarle al oído.

  • Estás muy guapa – le susurró Enrique a modo de jadeo.
  • Gracias.
  • Quiero follarte, ahora.
  • Enrique, por favor…
  • Vamos a tu habitación.

La sujetó del codo y tiró de ella. En principio, Julia se resistió.

  • Enrique, no…
  • Venga, cojones, necesito echarte un polvo…

Como una sumisa, tiró delante de él en dirección al cuarto. Al pasar junto a la puerta del salón, tuvo tiempo de cruzar una mirada con su marido. Dani les observaba abrasado por los celos y el miedo. Vio cómo su mujer entraba primero y tras ella, Enrique, quien se encargó de cerrar de un portazo. Dani dejó caer la cabeza contra la superficie de la mesa, ya con los ojos encharcados por las lágrimas.

En el cuarto, Julia se volvió hacia su cuñado y en ese momento, bruscamente, Enrique le abrió la camisa dejando sus voluminosas tetas a la vista. Le bajó la prenda hasta los codos dejándole los brazos inmovilizados, pegados a los costados. Sus pechos se balancearon hacia los lados. La agarró por la nuca y le acercó la cabeza con rudeza para babosearla en los labios. Las tetas se deformaron contra la camiseta. Tras besuquearla, la obligó a darse la vuelta y la empujó contra un gran espejo, junto al lado del tocador. De nuevo sus pechos se aplastaron contra el cristal. Su respiración lo empañó enseguida al tener los labios pegados, aunque pudo mirarse a sí misma a los ojos antes de que se emborronara la imagen. La estaba tratando con extrema dureza, demasiado exaltado. Le subió la falda hasta la cintura y descubrió el panty de red cubriendo todas sus caderas. Bajo la malla se diferenciaban unas braguitas negras. Le bajó el panty a tirones hasta las rodillas, llegando a rajarlo, y a continuación tiró de las bragas dejándola con el culo al aire. Se bajó el pantalón del chándal y el slip y se pegó a ella con el los labios en su nuca. Julia notó el pollón por sus nalgas. Cerró los ojos. Percibió cómo el glande se dirigía a los bajos de su culo en busca del chocho. Le clavó la mitad. Ella emitió un débil gemido al sentirle dentro. Enrique comenzó a menearse contrayendo el culo para ahondar, despidiendo todo su asqueroso aliento contra la nuca de su cuñada. Sólo lograba meterle media polla por mucho que se esforzaba en follarla.

Pronto Dani comenzó a escuchar la sintonía de gemidos procedentes de la habitación. Su mujer resollaba secamente y Enrique parecía dar alaridos. Atormentado, se levantó y se dirigió al patio huyendo de semejante bestialidad. Deambuló llorando hasta que al girar descubrió la ventana de su habitación medio abierta. Les vio de perfil. Su barbilla tembló y el corazón se le aceleró. Ambos estaban de pie, Julia contra el espejo y Enrique detrás follándola. Mantenía la pelvis pegada al culo y la barriga aplastada contra la espalda de Julia. Vio sus tetas aplastadas contra el cristal y el ceño fruncido de su esposa mientras la penetraba. Se quedó inmovilizado, con los ojos clavados en la escena. La estuvo follando durante bastantes minutos, hasta que Enrique se detuvo en seco con el culo contraído, vertiendo su leche en el coño de su mujer. Al retroceder, un grueso hilo de babas blanquinosa le colgaba de la punta de la verga. Vio que su mujer respiraba fatigosamente. Se mantuvo unos instantes pegada al espejo y después de apartó. Se bajó la camisa y se inclinó para subirse la braga y el panty. Entonces se le abrió la raja del culo y Dani distinguió la leche que manaba del coño, pegotes muy blancos y viscosos que discurrían entre los labios vaginales. Cuando se bajó la falda, se volvió hacia su cuñado, aún con la blusa abierta y las tetas al aire. Enrique le dio un beso en los labios y ella le correspondió. Luego él abandonó la habitación.

Un rato más tarde, Julia salió al patio. Encontró a su marido sentado en un banco, trastornado, con las mejillas encharcadas por las lágrimas. Dani levantó la cabeza hacia su señora.

  • Lo siento, cariño – lloriqueó.
  • Eres un cobarde, maricón -. Dani se levantó precipitadamente con los ojos desorbitados -. Márchate, maricón, no quiero volver a verte.
  • ¡Julia!

Enrique apareció tras ella y le echó un brazo por los hombros.

  • Ya la has oído, maricón, lárgate.
  • ¡Julia!

Antes sus ojos, su mujer besó a Enrique con pasión y juntos se adentraron en la casa, agarrados de la mano, como una pareja de novios. Dani cayó arrodillado. Sus asuntos económicos habían destrozado su matrimonio y toda su vida. fin

Joul Negro

joulnegro@hotmail.com

GRACIAS POR VUESTROS COMENTARIOS

Mas de Carmelo Negro

Las putas del huésped

Esposa mirona

De pijo guapo y casado a transexual

Esa perra es mía

La cerda de su sobrino

Cornudos consentidos: pub liberal

Putitas de mi sobrino

Críticas a todorelatos

Historia de un maricón (Final)

Historia de un maricón (Segunda parte)

Historia de un maricón (Primera parte)

Madres e hijas: El novio de su madre

Madres e hijas: Queremos follarnos a tu madre.

Cornudos Consentidos: Acampada Morbosa

Cornudos Consentidos: Cumpleaños Feliz

Cornudos Consentidos: esposa preñada

Humillada por su hijo

Una viuda prostituida por su hijo

La guarra de su vecino 3

La guarra de su vecino 2

El coño caliente de su amiga

La guarra de su vecino 1

Tu madre y yo somos unas cerdas, cariño.

Una madre muy guarra

Humilladas y dominadas 3 (Final)

Humilladas y dominadas 2

Humilladas y dominadas 1

El coño jugoso de mamá 2 (final)

El coño jugoso de mamá 1

Sensaciones anales para su esposa

Masturbaciones con su sobrino 2

Masturbaciones con su sobrino 1

Una madre violada

Convertida en la puta de su hijo

La esposa humillada 3

La esposa humillada 2

La esposa humillada

Las putas de su primo 2 (Final)

Las putas de su primo 1

Encuentros inmorales con su prima y su tía 4

La historia de Ana, incesto y prostitución 4

La historia de Ana, incesto y prostitución 3

Encuentros inmorales con su prima y su tía 3

La historia de Ana, incesto y prostitución 2

Encuentros inmorales con su prima y su tía 2

La historia de Ana, incesto y prostitución 1

Encuentros inmorales con su prima y su tía 1

Historias morbosas de mi matrimonio (4)

Historias morbosas de mi matrimonio (3)

Historias morbosas de mi matrimonio (2)

El invitado (2)

Historias morbosas de mi matrimonio (1)

Violando a su cuñada

El invitado (1)

La nueva vida liberal de su esposa

Favores de familia 2

Favores de familia 1

El secreto y las orgías (1)

Juegos peligrosos con su tío 2

Juegos peligrosos con su tío 1

Una cuñada muy puta (3)

Encuentros bixesuales con su marido

El sobrino (3)

Una cuñada muy puta (2)

Intercambios con mi prima Vanesa 4

El sobrino (2)

Intercambios con mi prima Vanesa 3

Una cuñada muy puta (1)

Intercambios con mi prima Vanesa 2

El sobrino (1)

El Favor (2)

El favor (1)

La doctora (3)

Intercambios con mi prima Vanesa 1

La doctora (2)

Desesperación (3)

La doctora (1)

Desesperación (2)

Asuntos Económicos (2)

Un precio muy caro

Asuntos Económicos (1)

Desesperación (1)