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Favores de familia 1

en Dominación

Favores de familia I

A Lucía el morbo le iba a costar caro, como al resto de su familia, se convertiría en la puta de su cuñado, como se convertirían su madre y su hija, y todo sucedería ante los ojos de su marido. Todo comenzó tras la trágica muerte de su hermana Selena. Hasta ese momento su vida había estado plagada de felicidad desde que contrajo matrimonio con Paco, uno de los neurocirujanos más prestigiosos del país. Habían tenido una hija, Sara, y a pesar de los altibajos propios que toda pareja debe superar, se amaban y se divertían, se eran fieles y se prometían estar juntos hasta la muerte. Ambos se conformaban con la vida sexual que llevaban, unas relaciones corrientes dentro de la pura normalidad matrimonial de una vez por semana, a veces dos, siempre las mismas posturas y pocos excesos, el estrés les pasaba factura y la monotonía les empujaba al conformismo. Ambos tenían 36 años. Se conocían desde niños. Ni ella había estado nunca con ningún hombre ni Paco con ninguna mujer, ni siquiera había estado de putas cuando había salido de juerga con los amigos. Sí le gustaba indagar en Internet, alquilar alguna peli porno e imaginarse cosas, pero siempre le fue fiel a su querida esposa. A pesar de ser una mujer madura, Lucía se conservaba bien. Morena, media melena revuelta y ondulada, alta y guapa, con los ojos verdes, culo bastante redondo y tetas demasiado acampanadas, con la base bastante ancha. Solía cuidarse acudiendo dos veces por semana al gimnasio y le gustaba acicalarse con ropa juvenil. Paco era más descuidado para el cuidado de su físico y ya había echado barriga y se le notaban unas entradas muy pronunciadas en la cabeza. Ambos tenían una hija, Sara, de dieciocho años, una joven muy guapa con una melena muy larga de cabellos rubios y lisos. Los tres vivían con la madre de Lucía en una hacienda a las afueras de Sevilla, una finca de doscientas hectáreas valorada en unos millones de euros. Económicamente, las cosas le iban bien. Paco ganaba bastante dinero y Vera, la madre de Lucía, había heredado una fortuna de su difunto marido. Las cosas en la vida de este matrimonio se torcieron cuando Selena, la hermana de Lucía, se suicidó a consecuencia de las graves depresiones que sufría. Dejó un hijo de nueve años y un marido destrozado, Sergio, el cuñado de Lucía, de 30 años. Estaban muy enamorados. Al morir Selena, Sergio perdió el trabajo y se refugió en el alcohol y el juego, acumuló deudas y terminaron poniéndolo de patitas en la calle, acosado por los numerosos acreedores a los que le debía dinero. Vera, preocupada por la mala vida de su yerno y sobre todo por su nieto, el pequeño Luís, le convenció para que se fueran a vivir una temporada con ellos a la hacienda, hasta que al menos consiguiera rehacer su vida. Tanto Lucía como Paco estuvieron de acuerdo. Sergio era un buen tipo, que amó mucho a su hermana, y como quiera que fuese debían ayudarle a salir del pozo.

A principios de verano, Sergio se instaló en la casa de madera que había junto a la hacienda, para tener más intimidad, una casa compuesta por un salón-cocina, un pequeño cuarto y un lavabo, una casa con mucha luz y vistas a los cerros que rodeaban la finca. A su hijo Luís le prepararon una habitación en la hacienda junto a la de la abuela. Pero Sergio seguía inmerso en su desesperación y salía poco de la casa, se tiraba todo el día bebiendo, fumando y viendo la televisión. Una mañana no se presentó a desayunar y Vera dijo que estaba preocupada por su comportamiento, temía siguiera el mismo destino que su hija Selena. Le notaba demasiado deprimido.

- Descuida, mamá, iré a verle – la tranquilizó Lucía.

Hacía mucho calor y ese día Lucía iba ataviada con un pantaloncito corto de color blanco muy ceñido que resaltaba su culito y bajo él un tanguita muy ligero. Para la parte de arriba llevaba una camiseta de tirantes blanca con escote redondeado y sin sostén, para que sus pechos danzaran bajo la tela. Llevaba consigo un termo de café y unas roscas caseras. Debía comer algo o se pondría enfermo. A medida que se acercaba a la casa, vio abierta la ventana del salón y el reflejo del televisor en la pared, aunque disminuyó la velocidad cuando oyó unos gemidos. Cautelosamente, anduvo de puntillas hasta el borde de la ventana y decidió asomarse. Y se encontró con una escena inesperada. Sergio estaba desnudo frente al televisor, pendiente de una secuencia donde dos tíos se lo montaban con una tía. Estaba embelesado y haciéndose una paja, meneándose la verga con nerviosismo. Se fijó en el pollón, de enorme grosor y piel oscura, con un capullo abultado que imponía. Poseía unos huevos gordos y flácidos que se movían con cada tirón. Impresionada, aguardó asomada hasta que le vio recostarse con los ojos cerrados, sin parar de machacársela con frenesí. En breves segundos, la polla despidió varios salpicones de leche contra el suelo y tras eyacular se la soltó para descansar. Impactada por la escena, examinó con detenimiento aquella verga que descansaba dura sobre el vientre. Doblaba en tamaño y grosor a la de su marido, debía reventar el coño si la metiera, llegó a pensar Lucía. Sergio estaba bien. Era un chico de 30 años alto y delgado, aunque con mucho vello por todo el cuerpo. Expectante, permaneció oculta y espiándole hasta que la verga fue disipándose, entonces se envalentonó y caminó hacia la puerta para golpearla con los nudillos.

  • ¿Sergio? ¿Estás ahí? Soy Lucía, te traigo café y algo de comer…

Sergio tardó en abrir y cuando abrió se presentó en calzoncillo, un bóxer ajustado de color gris donde se apreciaba la silueta de la gran polla. Sonrió como una tonta y se besaron en las mejillas. Luego la invitó a pasar, a sabiendas que su cuñado la devoraba con la mirada y más tras la buena paja que se había hecho unos minutos antes. Tras servirle el desayuno, ella le reprendió su actitud pasiva, sus vicios de alcohol y tabaco y le regañó por no preocuparse por su hijo. Él se defendía con la excusa de que se sentía muy solo, de que el alcohol le ayudaba a sofocar las penas. A veces Lucía reparaba en esos perfiles voluminosos tras la tela del bóxer, como también Sergio se deleitaba con las curvas de su cuñada. Estaba bien buena. Mientras él se tomaba el café, ella secaba la loza frente al fregadero y por los movimientos de su tórax su trasero se contoneaba ante los ojos de su cuñado. Sergio llevaba mucho tiempo sin echar un polvo y no paraba de rascarse la verga. Decidió arriesgarse. Ya tenía unas copas de anís para el cuerpo como para atreverse.

  • Tienes un buen culo, cuñada, y lo mueves muy bien.

Ella le miró por encima del hombro con seriedad.

  • Qué gracioso.
  • ¿Te lo folla tu marido?

Lucía se giró hacia él.

  • Por favor, Sergio, un poco de respeto, ¿de acuerdo? Estás borracho y te estás volviendo un sinvergüenza, piensa un poco en tu hijo.
  • No te enfades, cuñada, sólo he dicho que me gusta tu culo.
  • Sergio, no te pases. Cambia, por favor. Te tiras todo el día como un perro, bebiendo y viendo esas películas guarras.
  • Me has descubierto, ¿eh? Y te has puesto cachonda, ¿verdad, cuñada?
  • Joder, Sergio, estás mal de la cabeza…

Y se volvió de nuevo hacia el fregadero para continuar secando la loza. Sergio se levantó y se dirigió hacia ella. Lucía notó cómo se pegaba, cómo aplastaba el bulto de los genitales contra las nalgas. Percibió la acusada dureza del pene.

- Qué buena estás… No llevas bragas…

- No seas cerdo, apártate… Te estás pasando.

Pero Sergio continuó acosándola y la abrazó apisonándole las tetas con las palmas de las manos. Ella trató de revolverse, pero estaba atrapada contra la encimera y soltó el paño y el vaso que limpiaba.

  • Déjame, cabrón…

Acercó su boca para besuquearla por el cuello y sus manazas bajaron por su vientre hasta el botón de la cintura. Logró desabrocharlo. Ella trataba de librarse de aquellos brazos musculosos, pero no lograba escapar. Sentía cómo se rozaba contra su culo y su aliento esparciéndose por su nuca.

  • Suéltame, Sergio, te digo que me dejes…

Consiguió bajarle la cremallera y abrirle el pantalón para bajárselo en dos o tres tirones, hasta dejárselo arremangado unos centímetros por encima de las rodillas. Le tapo la boca con la mano derecha para que no pudiera protestar y con la izquierda se tiró del bóxer para bajárselo, hasta liberar su pollón. Iba a violarla, estaba borracho y descontrolado, podía percibir el olor a anís que desprendía todo su cuerpo. Con el mismo arrebato, le bajó el tanga sólo de un lado, lo suficiente para dejarle un hueco entra las piernas. Ella se removía entre aquel cuerpo sudoroso y maloliente, sin apenas respiración por la fuerza de la mano, con los ojos desorbitados por lo que estaba a punto de suceder. Se pegó a su culo. Notó el glande pasearse por la raja en dirección a la entrepierna. Notó que le acuchillaba el chocho con aquella polla tan grande, que lo sumergía en sus entrañas dilatándole dolorosamente los labios vaginales. Ella resopló fuertemente en la mano de su cuñado aferrándose a los cantos de la encimera. Se la había metido entera, percibió hasta la textura de los huevos. Seguía taponándole la boca. La izquierda la empleó para meterla bajo el escote y agarrarle las dos tetas a la vez, como si apretujara una esponja. Se mantuvo inmóvil unos segundos, besándola por el cuello. Hasta que empezó a contraer el culo con violencia, follándola aligeradamente, sin apenas sacar la verga del chocho. Sonaba el chasquido de la pelvis contra su culo. El cuerpo de Lucía convulsionaba por las severas embestidas. La mano izquierda salió del escote para sujetarla por el cuello, dejando que una de las tetas asomara por el borde. Retiró la mano de su boca y la bajó hasta el vientre para sujetar bien todo su cuerpo. Ella no gritó. Respiraba aceleradamente por la boca soportando los picotazos de la polla. Deslizó las palmas de sus manos desde los cantos hacia la superficie, como para mantener mejor el equilibrio, como para inclinarse ligeramente. Su cuñado jadeaba contra su nuca. Y su marido, desde la ventana, presenciaba la violación.

Esa mañana Paco había salido a montar a caballo, pero había sufrido un percance con el animal y había regresado antes de lo previsto. Vera le había comentado que Lucía estaba en la casita de madera para llevarle el desayuno a Sergio y le había hablado de que temía que cayera en una depresión con sus graves consecuencias, como le pasó a Selena. Paco le prometió a su suegra que hablaría con él y al acercarse a la casa les descubrió follando junto al fregadero. Su cuñado permanecía pegado al culo de su esposa, contrayéndolo nerviosamente para destrozarle el coño. Le magreaba las tetas que ya asomaban por el escote y la baboseaba por el cuello mientras ella se concentraba en despedir una acelerada respiración por la boca. Paco se imaginó que estaban liados, no que la estuviera violando. La follaba violentamente asestándole fuerte en el coño. Todo el cuerpo de Lucía se agitaba ante las seguidas clavadas. Ambos sudaban a borbotones, el cuerpo de Lucía brillaba deslumbrando. Lejos de verse arrollado por los celos, Paco experimentó una sensación de placer al ver a su mujer sometida por otro hombre. Poco a poco se sacó su verga para masturbarse con la escena. Quería ser testigo de aquel polvo y quería verla sufrir. Ahora se la clavaba sacando media polla y hundiéndola severamente, atizándole fuertes golpes en las nalgas con la pelvis, zarandeándole ambas tetas con violencia. Su mujer había pasado de respirar fuerte a emitir gemidos estridentes. Sergio había acelerado las embestidas y emitía gritos secos. Paco eyaculó al mismo tiempo que Sergio. Había retirado la verga para salpicarle todo el culo de una leche muy blanca y líquida. Las hileras de semen resbalaban por sus nalgas en dirección a los muslos de las piernas. Alguna cayó hacia la raja del culo empapando su ano. Sergio retrocedió sofocado y Lucía se colocó las tetas bajo el escote y se ajustó el tanga. Después se subió el pantalón a toda prisa. Paco decidió retirarse antes de que le descubrieran.

Lucía se volvió hacia su cuñado, quien se había espatarrado en el sofá con la verga aún hinchada. Sentía su coño dilatado y dolorido, pero el muy cabrón había conseguido que tuviera un orgasmo con sus malos modos, con esa inesperada violación.

  • Eres un hijo de puta – le acusó pasándose el paño por las piernas para limpiarse el semen -. Me has violado, cabrón…
  • Vamos, cuñada, no te pongas así. Reconozco que se me ha ido la cabeza, pero tómatelo como que me has hecho un favor. Estoy desesperado, Lucía…

Confusa y absorbida por el morbo, salió disparada hacia la puerta y abandonó la casa de madera.

Durante el almuerzo, al que asistieron todos los miembros de la familia, incluido Sergio, Lucía se mostró abstraída, incapaz de mirar a su marido a la cara. Tras haber sido violada por su cuñado, su obligación debería haber sido denunciarle, contarle a Paco y a su madre lo que había sucedido en la cabaña, pero mantuvo silencio por el bien de la familia, por el bien de su sobrino Luís y por el recuerdo de su hermana. Sergio pasaba una mala racha y de alguna manera entendía que hubiese perdido la cabeza de aquella manera, que ella había acudido en el momento más inoportuno y se había desahogado abusando de ella. Estaba muy solo, siempre estuvo muy enamorado de Selena. Por otra parte, Sergio había conseguido inyectarle cierta dosis de placer con esas maneras tan bruscas de follarla. Con Paco sus relaciones sexuales siempre iban acompañadas de ese romanticismo monótono que a veces convertía el acto en algo rutinario. Su cuñado apenas le hizo caso, se dedicó a conversar animadamente con su marido y con su hija Sara, como si nada hubiera pasado. Vera se preocupó por su seriedad, pero se excusó alegando que le dolía la cabeza. Paco también estaba excitado sabiendo que su mujer y su amante estaban en la misma mesa, y decidió allanarles el camino.

  • Voy a ver si puedo montar a caballo esta vez…

Paco abandonó la casa, aunque se escondió cerca de las cuadras de los caballos, con vistas a la cabaña donde su cuñado se follaba a su esposa. Sergio estuvo jugueteando con su hijo un rato mientras las tres mujeres quitaban la mesa. Ella le miraba de reojo. Al cabo de un rato, Sergio dijo que se iba a la cabaña a dormir la siesta y sólo se despidió de Vera y Sara, a ella le dirigió una mirada despreciativa antes de salir. Lucía llegó a sentirse culpable. Su cuñado permanecía inmerso en una honda depresión y como hombre, necesitaba un desahogo. Aguardó a que su madre y su hija se fueran cada una por su lado y luego decidió cambiarse. Estaba dispuesta a aclarar las cosas con Sergio. Se puso para la parte de arriba un top de ganchillo con la espalda al descubierto, anudado en la nuca y con un amplio escote redondo. Eran encajes muy abiertos por donde se podían adivinar las blandas formas de sus tetas. Luego se puso una minifalda con volante en la base y bajo ellas un tanguita muy ligero. Para acentuar el glamour, se colocó unas sandalias con tacón de esparto. Era consciente de que se estaba acicalando para él. Quizás era la mejor formar de suavizar su carácter, poniéndose guapa para él.

Su marido la vio pasar hacia la cabaña media hora más tarde. Iba muy guapa. Bastante abochornada, golpeó la puerta y su cuñado tardó en abrirle. Se quedó estupefacto al verla tan radiante, pero enseguida su expresión se tornó taciturna. Llevaba el mismo bóxer ajustado, con la verga flácida tumbada hacia un lado.

  • ¿Qué cojones quieres?

Dio media vuelta y se dirigió hacia el cuarto perdiéndose de la vista de Lucía. Tímidamente, ella entró y cerró la puerta tras de sí. Paco ya les espiaba desde la ventana, ya se frotaba la verga, tenía vistas de toda la casa. Lucía recorrió a paso lento el luminoso salón hasta detenerse bajo el arco de la puerta del dormitorio. Sergio estaba tumbado bocarriba en la cama, ahora con la polla medio hinchada bajo el bóxer. Hacía mucho calor y sudaba como un cerdo. Toda la luz de la tarde iluminaba la estancia.

  • Sergio, a ver – le dijo con voz temblorosa -. No puede ser, lo sabes. No está bien lo que me has hecho, yo no voy a decir nada, pero no puede repetirse una cosa así.
  • Vete a tomar por culo, jodida puta.
  • No me trates así, Sergio, encima que yo…
  • Que te largues, hostias. Quiero hacerme una paja.
  • Eres un grosero.
  • Estoy desesperado, joder, soy un hombre, ¿entiendes? Me iría de putas, pero no tengo donde caerme muerto. ¿Me dejarías dinero para follar?
  • Yo te entiendo, Sergio, pero somos cuñados, piensa en…

Sergio se rascó bajo los huevos.

  • Siempre me has gustado mucho. ¿Por qué no me haces un favor y dejas que me desahogue un poco?
  • Pero, Sergio…

Nervioso y excitado, se bajó la delantera del bóxer y se puso a sacudírsela con los ojos clavados en ella, acezando y sudando como un perro. Lucía asistía impasible al movimiento de aquella enorme verga y Paco, desde la ventana, ya se estaba masturbando al ver a su mujer sometida de aquella manera.

  • Acércate, necesito que otra mano me mueva la polla… Nadie se va a enterar. Hazme una paja…

Tenía que hacerle el favor, estaba demasiado excitado como para insolentarle. Cedió a la imposición de su cuñado y se acercó lentamente hasta el lateral de la cama. Su marido la veía de espaldas. Se sentó en el borde, de cara a su cuñado, a la altura de su cintura. Él se la soltó para que ella la agarrara. Lucía acercó su delicada mano derecha y rodeó la polla para zarandearla con lentitud. Se miraban a los ojos. Paco observaba cómo su mujer le hacía una paja a otro hombre, observaba cómo los flácidos huevos de su cuñado se meneaban al son de los suaves y acariciantes tirones. Lucía percibía cierto ardor en su coño, cierta humedad que manchaba sus braguitas. Le movía la verga apretándola fuerte y con movimientos diligentes. Sergio se incorporó quedando sentado en la cama. La sujetó por la nuca y le acercó la cabeza para morrearla. Sus pechos se aplastaron contra el sudoroso tórax de su cuñado. Ella continuaba machacando la verga a pesar de la pasión. Tras babosear durante un par de minutos, apartaron sus cabezas.

  • ¿Quieres probarla? Vamos, chúpamela…

Tras la intensa mirada, Lucía se subió encima de la cama y se arrodilló delante de él. Sergio permanecía sentado, reclinado sobre el cabecero. Se curvó hacia él, equilibró la polla sujetándola por la base y empezó a lamerla, a mojarla, a ensalivarla, a succionarla por todo el tronco y el glande. Sergio le revolvía el cabello observando cómo su cabeza subía y bajaba, percibiendo cómo los labios se deslizaban por su polla, cómo la lengua le acariciaba. La mamaba bien, sabía hacerlo, se esmeraba como una buena puta. Con la mano derecha, le tiró del top hacia las axilas dejando su espalda a la luz de la tarde. Extendió más el brazo y le subió la falda, atizándole un par de palmadas en el culo antes de apartarle la tira del tanga hacia un lado y acariciar con sus yemas todas las profundidades de la raja, su ano tierno y delicioso y su coñito mojado. Paco observaba perplejo cómo la mano de su cuñado frotaba el culo y el chocho de su mujer y cómo ella lo meneaba levemente. Se la mamaba como una posesa, podía ver cómo movía la cabeza sin cesar. Transcurrieron unos instantes hasta que ella elevó el tórax. Sergio la besó.

  • Chúpame el culo, me gusta que las putas me chupen el culo. ¿Quieres hacerlo?
  • Sí…

Sergio se revolvió y se dio la vuelta hacia el cabecero colocándose a cuatro patas. Ella, arrodillada tras él, examinó primeramente aquel culo peludo, con una raja muy vellosa que impedía ver el ano, con unas nalgas abombadas por donde resbalaban hileras de sudor. Los huevos le colgaban entre los muslos. Introdujo la mano derecha entre sus robustas piernas y le agarró la polla tirando de ella hacia abajo, como ordeñándole, y acercó su boca a la raja para lamerle el ano. Con la cara incrustada en la raja, le atizaba lengüetazos en la zona del agujero procurando inundarlo con la saliva, aunque la densidad del vello impedía mojárselo como es debido. Paco ya había eyaculado viendo cómo su mujer le lamía el culo a su cuñado, cómo olisqueaba como una perra mientras le ordeñaba la polla. Sergio ya gemía ante el cosquilleo de la lengua y los azotes que recibía su polla. Notó que los labios de su cuñada se deslizaban hacia los huevos y se los lamía con rabia, saboreando y escupiendo las bolas, atizándole mordiscos y tirones en la textura peluda.

  • Hija puta, me voy a correr…

Sergio elevó el tórax y su cuñada se pegó a él abrazándole, con las tetitas aplastadas contra la espalda. Sergio podía notar el sensual pinchotazo de los pezones, así cómo el hormigueo del vello del coño sobre las nalgas. Se había bajado el tanga. Lucía mantenía los labios pegados a su nuca. Con la izquierda le agarró los huevos y con la derecha se ocupó de agitársela a una velocidad supersónica. Sergio gritaba fuera de sí, arrollado por un placer exorbitante. Pronto la polla comenzó a salpicar numerosas gotas de crema sobre el cabecero de la cama, gotas pegajosas que resbalaron con lentitud hacia la almohada. Lucía le atizó varios tirones más para escurrirla y luego se detuvo sin soltarla. Sergio volvió la cabeza hacia ella.

  • ¿Te ha gustado? – le preguntó Lucía
  • Sí, sabes hacerlo. ¿Estás cachonda?

Ella comenzó a refregar su chocho por el culo de Sergio, como si estuviera follándole ella a él, acariciándole con sus manos los pectorales.

  • ¿Quieres que te masturbe?
  • Sí, por favor…

Lucía terminó de quitarse el tanga y se echó hacia atrás, tumbada boca arriba y con las piernas separadas. Sergio se giró hacia ella. Estaba delante de su coñito, decorado por un pequeño triángulo de vello. Se lanzó a comérselo. Se curvó hacia ella para mordisquearlo a bocados, atrapando su clítoris con los labios y saboreándolo profundamente. Ella comenzó a gritar enseguida extendiendo los brazos y cabeceando con los ojos entrecerrados, absorbida por la extrema sensación lujuriosa. Notaba las manos sobre sus tetas, las achuchaba con rabia, notaba escupitajos en su chocho y la fuerza de la lengua y los labios. Y Paco, con las manos en los bolsillos, presenciando cómo aquella bestia devoraba el chocho de su mujer.

  • Te voy a destrozar el coño, puta…
  • No me folles, Sergio, por favor… - suplicó al ver que se le echaba encima.

Le dio la vuelta, colocándola bocabajo, con las piernas juntas. Le posicionó el culo. Las tetas le sobresalían por los costados. Se echó encima y se sujetó la polla para conducirla hacia la entrepierna. Rebuscó con la punta hasta que se tumbó encima de ella perforando su coñito de un golpe seco. Lucía gimió con ojos desorbitados, percibiendo el aliento de su cuñado en la nuca, percibiendo el sudor de sus pectorales en la espalda, percibiendo los golpes de la pelvis contra su culo, inmovilizándole las manos para que no pudiera moverse. En la ventana, Paco bajó la cabeza. Podía oír los chasquidos por las duras embestidas que recibía el culo de su mujer, podía oír los jadeos de su cuñado y los gemidos de ella, todos los sonidos se transformaron en un tormento. Quizás había llegado demasiado lejos al permitir aquella situación. Notó en sus entrañas cierta dosis de arrepentimiento y una ola de celos le aceleró el corazón. Había sido un pervertido. Al mirar de nuevo su cuñado la follaba con tal ligereza y potencia que toda la cama chirriaba. Levantaba el culo para extraer casi toda la polla y volvía a hundirla dilatándole el coño hasta la saciedad. Envuelto en intensos jadeos y fruto de la fatiga, Sergio dejó la polla dentro y ahora sólo meneaba el culo aplastando las nalgas de su cuñada, con la frente descansando sobre el cabello de ella. Pronto resopló al notar cómo la llenaba de leche, cómo inundaba el interior de su coño con su crema. Lucía también respiró hondo al sentir el lujurioso vertido. Le sacó la polla despacio y se echó a un lado. Ella precisó de unos instantes para recuperarse antes de levantarse. Paco, hundido consigo mismo, ya se alejaba hacia la casa. Lucía se puso el tanga y se colocó la falda. Luego se bajó el top y frente al espejo se puso a colocarse y alisarse los cabellos revoltosos. Su cuñado la observaba tendido en la cama.

  • Gracias, cuñada, por el favor.
  • Estamos apañados, Sergio. Tengo que irme.

Y abandonó la casa a toda prisa. Acababa de follar con su propio cuñado y todo por hacerle un favor. Se dio una ducha de agua fría y se encerró en su habitación para acostarse un rato. Necesitaba pensar, tratar de separar el morbo y la lujuria con el remordimiento por haberse sometido a las exigencias de su cuñado. El morbo podría destrozar su matrimonio y toda su vida. Eran favores prohibidos. CONTINUARÁ.

Agradezco vuestros comentarios. Joul Negro. Email: joulnegro@hotmail.com

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