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El coño jugoso de mamá 2 (final)

en Amor filial

El coño jugoso de mamá 2.

(Tito, casualmente, descubre a su hermana mayor depilando el coño de su madre. A partir de ese momento, se fragua el incesto en la vida de una familia aparentemente sencilla y corriente)

Amalia regresó a casa tres horas más tarde. Su cuñado la había encontrado muy pálida y se había preocupado por ella, la había tratado de convencer para que fuera al médico. Pero lo cierto es que las imágenes de sus hijos follando en su propia cama, con su camisón, con sus bragas, no paraban de reproducirse en su mente una y otra vez, sumergiéndola en una aureola de confusión letal que le acrecentaba los nervios. No sabía si hablar con ellos o hacerse la tonta, como si no hubiese visto nada, que todo siguiera su curso. Su hija, diez años mayor que Tito, envuelta en una relación sentimental con un buen chico, prestándose a las fantasías pervertidas de un joven. Cómo le había dado alas, se preguntaba. Y las guarrerías que estaban haciendo. Ella jamás había hecho esas cosas con su marido, jamás le había hecho una mamada, jamás lo habían hecho como los perros y mucho menos chuparle el culo como lo había hecho Lorena. Ellos eran más tradicionales, con las posturas habituales, sin mucha fogosidad, salvo el amor. Pensaba que esas cosas sólo se daban en las películas pornográficas, pero entendió que era una ingenua. Cerró los ojos rememorando la figura de su hijo desnudo, follándose a su hermana, y resopló ante un inesperado agobio que enardecía su sangre. Ella hacía el amor con su marido en contadas ocasiones, se pasaba la mayor parte del tiempo sola, durmiendo sola, y de buenas a primeras se encontraba con una situación extremadamente morbosa. Y el morbo es traicionero, puede llegar a escandalizar o puede atraparte con sus poderosas sensaciones. Todo depende de la situación psicológica de cada uno. Se reconoció a sí misma encontrarse excitada, deseó que su marido estuviera presente para desfogarla, para expulsar esa sensación violenta que la avasallaba. Se pasó la mano por el cuello. Estaba sudando. Necesitaba sofocar esa emoción lujuriosa y repentina. Sólo se masturbó de joven alguna que otra vez, pero desde que se casó jamás había vuelto. Era una buena forma de apartar los malos pensamientos y además no tenía que compartirlo con nadie, sería un gesto íntimo, aunque sabía que lo haría inspirándose en la escena de sus hijos. Caminó hacia su habitación y al entrar se paró ante la cama, figurándose de nuevo la figura de sus hijos en la postura de los perros. Necesitaba masturbarse, pero entonces oyó pasos por la escalera y, nerviosa, se puso a colocar el joyero de la cómoda. Su hijo irrumpió al instante con la mochila al hombro.

Hola, mami, ¿qué haces?

Acabo de llegar de la gestoría, y aquí, colocando esto – contestó con la voz temblorosa y las mejillas sonrosadas.

Su hijo la observó. Vestía una elegante falda negra de tejido elástico con la base por las rodillas, un tejido elástico que perfilaba su silueta, de cinturilla alta, cerrada por una cremallera lateral. Llevaba una blusa negra de lunares blancos y una rebeca blanca, con medias negras y zapatos de tacón, con su flequillo algo revuelto sobre la frente. Estaba muy hermosa. Amalia también le miró a él. Vestía un chándal azul marino con rayas blancas laterales y una sudadera del mismo color. Reparó en el bulto que sobresalía en la zona de la bragueta. Tito soltó la mochila y se acercó a ella. Amalia le miró, envuelta en una sonrisa espasmódica propia de los nervios. Le acarició el cabello por detrás con una mano y le pellizcó cariñosamente la barbilla con la otra, mirándola con descaro.

¿Estás bien?

Sí, un poco liada.

Sé que antes nos has visto – le endilgó.

Amalia empalideció de repente. Aún le acariciaba los cabellos y la barbilla.

Yo… Fue sin querer… Iba a…

No pasa nada, mami, Lorena y yo, bueno, ya sabes, a veces nos desahogamos, pero sólo es un juego.

Pero sois hermanos, Tito, no está bien…

Vi cómo te afeitaba el chocho – le soltó ante su asombro -, lo mismo, fue sin querer, pero ella me vio y nos excitamos, es algo que no se puede remediar. Sólo es un juego. No hay de qué preocuparse. Es algo natural. Tú eres una mujer muy guapa – le dijo ahora acariciándola por las mejillas -, y sé que te sientes muy sola. Seguro que te has excitado viendo cómo lo hacíamos -, Amalia le miraba seria, notando cómo los dedos le enredaban el cabello y como la otra mano se deslizaba por su cuello -. Seguro que te han entrado ganas de masturbarte. Papá está lejos y es comprensible que esta mañana me hayas espiado desnudo.

Que…Quería darte un beso…

¿Te entraron ganas de masturbarte?

Tito…

Chsss, no pasa nada, ven conmigo…

La agarró de la mano y la condujo hasta el borde de la cama. Amalia se dejaba llevar por la depravación de su hijo.

Tito, esto no está bien.

Chsss… Relájate, quiero relajarte. Inclínate.

Amalia se curvó hacia la cama y plantó las manos en la colcha, mirando al frente. Su hijo se arrodilló tras ella y comenzó a subirle lentamente la falta. Pasó por las ligas de encaje de las medias, en lo alto de los muslos, hasta ir descubriendo poco a poco unas bragas negras de satén. Le dejó la falda arrugada y ajustada en la cintura y a continuación le bajó las bragas con la misma lentitud, descubriendo su culo aplanado, de nalgas lisas, con una pequeña raja y con una almeja jugosa entre las piernas, un coñito muy bien depilado, con una vulva pulposa muy rica. Tito, electrizado, dedicó unos segundos a admirar aquel chocho tan jugoso, después le pasó las palmas por las nalgas a modo de caricias y acercó la cara para olerle el culo, rozando la punta de la nariz por toda la raja. Amalia percibía su aliento y cerraba los ojos atrapada por el placer, aunque con el temor sin dejar de hostigarla. Tenía un ano pequeño de un tono rojizo, como inflamado, con esfínteres muy suaves. Le olió el culo varias veces rozando la nariz por toda la raja y después alzó la mano derecha para acariciarle el coño, meneándolo con suavidad, con todas las yemas, presionándolo levemente. Amalia se mantenía inmóvil ante las caricias. Comenzó a lamerle el ano al mismo tiempo que le manoseaba el chocho. Le pasaba la lengua despacio por encima del orificio, llegando casi hasta la rabadilla. Enseguida se aceleró la respiración de Amalia. Notaba el paso húmedo de la lengua y cómo se incrementaba el ardor de su sangre. Le separó los labios vaginales con ambos pulgares y le agitó la lengua en el fondo, como si fuera la lengua de una víbora, provocando su delirio, porque meneó todo el culo sobre la cara de su hijo.

Ay… Hijo… Déjalo… Por favor… Esto no está bien…

Chsss… Relájate, no estamos haciendo nada malo… Qué chochito tienes, mami…

Le lanzó un escupitajo y Amalia contrajo el culo ante la sensación. Le esparció la saliva por toda la rajita con la yema del dedo y después continuó lamiéndoselo. Le abría la raja del culo constantemente y le manoseaba las nalgas con las palmas, alucinado ante el manjar que tenía ante sus ojos. La empujó despacio para que se tumbara en la cama, bocabajo, con los brazos bajo el cuerpo y la cabeza ladeada, mirando hacia la puerta. Tito se puso de pie para bajarse el chándal. Su madre aguardaba con el culo al aire y las bragas bajadas por las rodillas. Se quitó el pantalón y también el slip. Luego terminó de quitarle las bragas, le separó las piernas y se echó encima de ella, apoyando la barbilla en su hombro y expulsándole el aliento sobre la mejilla. Hurgó con la polla en los bajos del culo hasta que le rozó la rajita, en ese momento contrajo el culo y se la comenzó a hundir en el chocho. Su madre emitió un jadeo muy continuo ante la penetración. Se la clavó entera y se mantuvo inmóvil unos segundos con la polla encajada, como para disfrutar de la presión, pero enseguida comenzó a follarla apresuradamente elevando el culo y bajándolo con potencia. La cama chirriaba ante las duras acometidas. Su hijo le resoplaba en la mejilla y ella cerraba los ojos. Pero al abrirlos, descubrió a su hija asomada en la puerta. Se miraron a los ojos al tiempo que su hijo la follaba. No pudo remediar los estruendosos jadeos ante el aluvión de placer. Tenía todo el cuerpo aplastado contra el colchón por el peso de su hijo. Cada vez la pinchaba más deprisa, hasta que unos instantes más tarde se detuvo en seco. Percibió el derramamiento de leche dentro de su coño y cómo su hijo le bufaba al correrse. Después se incorporó para sentarse al lado y echarse hacia atrás.

Chúpamela un poquito, por favor…

Amalia se arrodilló encima de la cama, se sentó de lado y se echó sobre la barriga de su hijo, cogiéndole la polla y acercando la boca para lamerle el capullo impregnado de semen y sustancias vaginales. Al mismo tiempo, Tito le acariciaba el culo. Mientras lamía, miraba fijamente hacia la puerta donde su hija les observaba, hasta que segundos más tarde Lorena entró en la habitación. Llevaba el uniforme blanco de esteticista. Tito la miró y le sonrió. Lorena se arrodilló en el suelo, entre las rodillas de su hermano. Primero le acarició los muslos y después acercó la boca a los huevos para lamerlos. Le estampaba besos hundiendo los labios en la bolsa blanda y le mordisqueaba las bolas para saborearlas como si fueran un caramelo.Tito cabeceaba ante el increíble gusto. Amalia y Lorena se miraban a los ojos mientras lamían sin descanso, una baboseando sobre los huevos y otras ensalivando la polla por todos lados. Poco a poco, Lorena fue deslizando los labios hasta el tronco de la polla y así, juntas, le espumajearon la verga de saliva.

Ay… Ahhh… - jadeaba Tito -. Cabronas… Ahhh…

Ya jadeaba de manera nerviosa, así es que su madre elevó un poco la cabeza para sacudirle la polla mientras Lorena se ocupaba de acariciarle los huevos y las piernas, así hasta que emanaron unas pequeñas porciones de semen transparente que se derramó hacia los lados de la verga. Amalia, bastante sonrojada, se incorporó y se puso de pie. Lorena hizo lo mismo, sonriéndole a su madre, como si el gesto estuviese encaminado a tranquilizarla. Tito también se levantó.

Qué gusto más grande, qué bien lo habéis hecho.

Esto me da mucha vergüenza – reconoció Amalia dirigiéndose a los dos -, y sabéis que es del todo inmoral.

Tranquila, mujer, sólo hemos pasado un buen rato – añadió Tito.

No pasa nada, mamá – la calmó Lorena -. Nadie se va enterar, ninguno va a contar nada.

Voy a lavarme – les dijo la madre.

Yo te ayudo - se ofreció su hijo.

Desplegó una sonrisa temblorosa sin saber oponerse. Irrumpieron los tres juntos en el cuarto de baño. Amalia aún llevaba la falda arrugada en la cintura y el culo al aire.

¿Quieres mear?

Miró antes a su hija, asustada por aquella enigmática ayuda.

Sí.

Ven, deja que te ayude, quiero ver cómo meas…

Tito se ocupó de levantar la tapa y la ayudó a colocarse sujetándola por la cintura. Amalia arqueó las piernas para mantenerse de pie con la taza debajo y se inclinó un poco hacia delante. Su hijo le pasó las manos por el culo y le abrió la raja bruscamente, asomado a los bajos. Pronto comenzó a caer el chorro de pis. Su hijo le mantenía abierta la raja del culo observando cómo meaba. Lorena observaba la escena de pie. Cuando se cortó el chorro, la sujetó del brazo y la obligó a dar un paso lateral hacia el bidé. Abrió el grifo y puso el tapón.

Siéntate.

Acató la orden de su hijo y se sentó. Tito se acuclilló para salpicarle el coño de agua, después se lo refregó con la mano mediante varias pasadas. Ella aguantaba con el ceño fruncido, observando cómo su hijo le lavaba el chocho. Luego descolgó una toallita y se lo secó con suavidad. La puso de pie y le pasó la toalla por el fondo del culo y luego se ganó un cariñoso cachete.

Gracias – dijo como tonta -. Me siento rara.

Tito miró a su hermana.

Tú, lávame la polla.

Se colocó frente al lavabo, con la verga por encima del borde, y abrió el grifo. Lorena, obediente, se colocó a su lado, se enjuagó las manos y luego se las enjabonó para frotarle bien la verga y los huevos. Tras aclarársela con agua, cogió una toalla y se la secó cuidadosamente.

Yo tengo que salir – les dijo Amalia a los dos bajándose la falda.

Yo he quedado con unos amigos – añadió Tito.

Pues luego nos vemos – intervino Lorena.

Ahí terminaba la primera experiencia incestuosa de Amalia con sus dos hijos, una experiencia inmoral que se originó en el mismo momento en que por casualidad, una casualidad muy unida al morbo, les descubrió liados, quedando atrapada por los tentáculos de la lujuria más perversa. Se tiró toda la tarde dándole vueltas al asunto, reviviendo cada detalle, tratando de cavilar una solución, tratando de augurar las consecuencias si alguien se enteraba de aquello. Habló con su marido a través del teléfono por satélite. Él le dijo que la quería y que la echaba de menos, y que ya estaban de regrso por una avería en los motores del barco. La notó alicaída, pero ella le mintió diciéndole que todo se debía al malestar del periodo. Su prolongada y constante ausencia, la enorme distancia que les separaba, la falta de un padre y su autoridad, habían propiciado aquella situación tan patética. Quería echarle las culpas a su marido. Quería autoconvencerse de que todo se trataba de un juego con sus hijos, un juego inmoral, pero en el fondo era consciente de la obscenidad. No quería, pero debía reconocerse a sí misma que su hijo la había hecho gozar, a pesar del grado de perversión al tratarla como a una cualquiera. Nunca había tenido sensaciones tan llenas de frenesí al practicar el sexo, su hijo le había inducido una ninfomanía fugaz que iba a costar superar. Debía hacer un esfuerzo y hablar seriamente con los dos.

Llegó la noche. Amalia procuró cenar temprano para no coincidir con ellos en la mesa. Le daba vergüenza mirarles a la cara y no sabía que aptitud adoptar ante ellos. Les dio un beso a cada uno y dijo que le dolía la cabeza, que necesitaba dormir un poco, y se encerró en su habitación. Se desvistió y se puso un pijama blanco de raso, muy brillante, compuesto por un pantalón muy suelto y una camisa, sin bragas debajo. Estaba deshaciendo la cama cuando su hijo irrumpió en la habitación sin previo aviso. Amalia se volvió asustada. Avanzó hacia ella despacio. Llevaba encima un albornoz a medio abrochar y pudo apreciar que no llevaba nada debajo. Tras él distinguió a su hija, con su habitual camisón rosa, parada junto a la puerta.

Hijo, estoy muy cansada, de verdad…

Le pasó la mano por el cabello delicadamente y le colocó algunos pelos revueltos del flequillo.

Necesito tocarte – le endilgó acariciándole la cara con los nudillos de las manos -. Sé que lo deseas.

Pero Amalia le apartó el brazo y trato de volverse de nuevo hacia la cama.

Sal de la habitación, Tito, por favor, esto…

Mamá – La sujetó de nuevo por los hombros para obligarla a mirarle, pero ella trató de desprenderse empujándole.

Tito, déjame…

Inesperadamente y con brusquedad, la agarró de los pelos y le tiró de la cabeza hacia atrás. Atemorizada, con el rostro envuelto en una mueca de dolor, frunció el entrecejo mirándole a los ojos, sorprendida por aquella rudeza.

Maldita zorra, eres una jodida calientapollas…

Tito, cálmate, por lo que más quieras…

La morreó de repente, baboseando sobre su boca, tratando de meterle la lengua, aunque ella mantuvo los labios sellados para evitarlo. Acto seguido, le tiró fuertemente del escote hacia abajo rompiendo los primeros tres botones y rasgando parte de la tela. Le apartó la camisa hacia los lados y descubrió sus tetas alargadas. Las manoseó despacio con la mano derecha, levantándolas suavemente por la base y agitándole los pezones con la yema del dedo pulgar. Con la izquierda la mantenía agarrada de los pelos, con los músculos del cuello en tensión. Mientras le magreaba las tetas, Amalia pudo comprobar el grado de perversión de su hija Lorena, quien se había metido la mano por debajo del camisón para masturbarse con aquella humillación que ella sufría. Se meneaba el chocho con la mano dentro de las bragas.

Tito, por favor, esto es una locura, suéltame…

Trató de desprenderse de sus manos, con sus tetas sufriendo bruscos vaivenes, pero Tito le asestó un severo empujó y terminó perdiendo el equilibrio sobre la cama, donde cayó boca arriba. Intentó incorporarse, pero su hijo le agarró el pantalón por la cintura y se lo bajó de un solo tirón, dejándola desnuda. Actuaba descontroladamente, con un frenesí impúdico que le cegaba, sin un atisbo de compasión.

¡No, Tito, no, por favor!

Se le echó encima, forzándola a separar las piernas, e intentó besarla de nuevo, aunque ella apartaba la cabeza. Las tetas permanecían aplastadas contra sus pectorales. Mientras procuraba inmovilizarla con una mano, con la otra se apartó los faldones del albornoz y rebuscó con la polla por su entrepierna, hasta que le rozó el chocho con la punta y se la clavó de un golpe seco. Amalia contrajo todo el cuerpo, estirando las piernas y los pies y extendiendo los brazos hacia los lados, rugiendo mientras su hijo le babeaba por el cuello. Y comenzó a follarla elevando el culo y bajándolo de manera contundente, penetrándola hasta los mismos huevos, con embestidas enérgicas que la obligaron a gemir con la cabeza ladeada hacia la puerta, donde su hija presenciaba la violación masturbándose. Notaba su aliento en la oreja, cómo la manoseaba por el costado, cómo se recreaba meneándose con la polla encajada en el chocho.

Veo que te gusta, jodida zorra…

Aceleró la penetración, bombeándole el chocho con fuerza. Amalia había comenzado a sudar, su frente hervía con gruesos goterones y el pelo se le empezaba a humedecer. Gemía sin descanso, en consonancia con las clavadas. Lorena avanzó hacia la cama y se sentó en el borde, junto a su cabeza, y comenzó a alisarle el cabello sudoroso.

Nosotros te queremos, mamá, relájate y disfruta…

Tenía las piernas muy separadas, con su hijo en medio, con el coño muy abierto, por lo que la verga resbalaba con facilidad hacia el interior. Lorena volvió a levantarse y se puso detrás de su hermano. Las piernas de su madre sobresalían por el borde de la cama. Se arrodilló para acariciarle el culo a Tito, para acompañarlo en las continuas penetraciones con las manos plantadas en las nalgas, como si empujara un columpio. En alguna pausa, se lo besaba por las nalgas o le sobaba los huevos cuando estos chocaban contra la vagina. Se quitó el camisón y refregó las tetas por el culo de su hermano sujetándosela por la base. Ante semejante roce, Tito aceleró violentamente obligando a su madre a emitir chillos estridentes. Estaba siendo forzada por sus propios hijos, pero aquella feroz lascivia se imponía en su mente y notaba cómo su vagina chorreaba flujos producto de los orgasmos. Tito frenó con la polla dentro. Se quedó inmóvil, vertiendo su forzada respiración contra la mejilla de su madre. En ese momento, Lorena le abrió a su hermano la raja del culo con ambas manos para lamérselo con toda la lengua fuera, arrastrándola con ansia por encima de su ano. Madre e hijo trataban de recuperarse del esfuerzo exhalando con dificultad. El cosquilleo de la lengua le proporcionaba un gusto tremendo. Le lamía el culo como una perra. Unos instantes más tarde, Tito fue sacando la verga del chocho de su madre. Lorena se apartó hacia un lado. Tito terminó poniéndose de pie, acezando como un perro, con el tronco de la verga impregnado de semen y sustancias vaginales. Amalia se mantuvo tumbada, con las piernas separadas y el coño abierto y enrojecido por la salvaje penetración. Pronto fluyó un pegote de semen, un pegote viscoso que anegó la rajita. Tenía el culo muy cerca del borde de la cama y las piernas flexionadas hacia abajo, con los pies en el suelo. Lorena, arrodillada, vio cómo su hermano se agarraba la polla y la colocaba inclinada hacia abajo, apuntando hacia la entrepierna de su madre. Un segundo después salió disparado un chorro de pis contra el chocho de su madre, un chorro potente y caliente que comenzó a bañar la vagina. Amalia cerró los ojos al notar la meada, sin mover un solo músculo. Una corriente de orín se desbordó hacia el suelo, manchando los bajos de la colcha y formando un charco alrededor de los pies. Cientos de gotitas se desperdigaban por todos lados, salpicando el rostro de Lorena y parte del vientre de Amalia. El chorro se estrellaba contra el centro de la rajita, aguando el semen que brotaba y que resbalaba con el incesante goteo. Poco a poco el chorro fue perdiendo potencia hasta cortarse. En ese momento, Lorena elevó hacia arriba las piernas de su madre, como si fuera una criatura a la que le va a cambiar el pañal, y comenzó a lamerle el chocho calado de pis, deslizando la lengua por toda la rajita y por la zona del vello, atrapando algún resquicio de semen y probando el amargor del orín, un amargor que le provocaba arcadas y gestos de repulsión, pero continuó lamiendo como una cerda, arrodillada en medio del charquito. Amalia veía la cabeza de su hija entre sus piernas y a su hijo contemplando la escena. La lengua y el escozor le provocaban un extraño gusto que la relajaba, y emitía suspiros de satisfacción. Ante tan morbosa postura, Tito se arrodilló detrás de su hermana y con suma lentitud le acarició el culo. Se agarró la verga y se la fue metiendo poco a poco en el chocho carnoso, hasta pegar la pelvis a sus nalgas. Lorena no cesaba de chuparle el coño a su madre, degustando el cóctail de orín, semen y saliva. La follaba muy despacio, extrayendo la polla muy sosegadamente y volviéndola a hundir con la misma lentitud. Minutos más tarde, Tito sacó la verga y le lanzó al chocho un pequeño escupitajo de leche tras darse un par de sacudidas secas. Lorena apartó la boca unos centímetros y en ese momento el chocho derramó unas gruesas hileras de pis. Su madre se estaba meando de placer. Le abrió el coño para presenciar la meada. Compartió una sonrisa con su hermano y después le pasó la lengua en medio del derramamiento, llenándosele parte de la boca, llegando a tragarse el primer buche. Al terminar, Lorena se levantó y su hermano la abrazó por detrás apoyando la barbilla en su hombro, ambos con la mirada dirigida hacia su madre, quien aún mantenía la postura con todo el chocho empapado de pis y baboseado por su propia hija. Con esfuerzo, se incorporó y pudo comprobar el enorme charco en el suelo y las manchas amarillentas que se extendían por todo el borde y los bajos de la colcha. Les miró con resignación, como dos malvados que se habían apoderado de su cuerpo.

¿Podéis dejarme sola? Quiero limpiar todo esto.

¿Estás bien? – le preguntó su hija.

Dejadme sola, por favor, ya ha sido suficiente, ¿no os parece? …

Ambos se acercaron y la besaron en la frente, después abandonaron juntos la habitación. Todo se había desmadrado, no había sabido imponerse, se había dejado guiar por unos impulsos irrefrenables y había caído en una perversión inmoral. Con toda probabilidad, su marido regresaría al día siguiente, al menos se sentiría más protegida, al menos su presencia podría servirle para contener ese inédito ímpetu. Estuvo mucho rato sentada en la cama reflexionando, inmersa en el mal olor que se había propagado por toda la estancia. Debía contárselo a su marido. De alguna manera, sus hijos habían abusado de ella, Tito la había forzado, ambos parecían esquizofrénicos, adictos a un sexo bestial y quizás precisaban de la ayuda de un profesional. Tardó casi una hora en limpiar la habitación, cambiar las sábanas y la colcha y después otra hora más en ducharse y prepararse. Echó bastantes lágrimas por el deterioro emocional que estaba sufriendo, por la degradación a la que estaba siendo sometida. Les tenía miedo, sobre todo a su hijo Tito, era como si hubiese perdido la cabeza, como su pervertida pasión fuese indomable. Cuando salió del lavabo, ya eran las tres de la mañana y les escuchó gemir como perros. Cerró los ojos. No paraban de follar, estaban inmersos en una lascivia fatal.

Amalia no durmió, no paró de dar vueltas en la cama durante toda la noche. A las ocho de la mañana se sentó en el borde de la cama. Se había puesto un camisón brillante de raso, color azul celeste, con la base por las rodillas, finos tirantes y un escote amplio anudado. Su hija Lorena entró en la habitación ya con el uniforme puesto y se acercó hasta ella.

Buenos días, mamá -. Amalia la miró seria -. Me voy ya. ¿Te encuentras bien?

No, hija, no estoy bien. ¿Te parece normal lo que está pasando? ¿Te parece normal lo que hicisteis ayer?

Yo creo que no es para tanto, mamá, yo…

Vete, hija, por favor…

Está bien.

Se inclinó y la besó en el cabello, después se marchó. Tras un nuevo rato de reflexión y remordimiento por permitir los abusos, se levantó y eligió un atuendo informal del armario. Tendió las prendas sobre la cama. Quería acercarse al puerto y preguntar a qué hora estaba prevista la llegada del barco de su marido. Lo primero que se puso fue un tanguita de color lila, de finas tiras laterales y trasera, con una delantera estrecha de satén, un tanguita ideal para los pantalones ajustados que pensaba ponerse. Después se colocó unos zapatos negros de tacón y cuando pensaba quitarse el camisón, su hijo Tito entró sin avisar. Temerosa, se volvió hacia él y desplegó una sonrisa temblorosa, cruzando los brazos en un intento de aparentar naturalidad, como si nada estuviese pasando. Su cambio radical le causaba pavor y temía oponerse a sus exigencias. Para colmo, lucía aquel camisón tan sugerente, acompañado de los tacones, un complemento perfecto del erotismo. Llevaba el albornoz por encima, pero lo llevaba desabrochado, sin nada debajo, así es que pudo apreciar su larga polla, flácida, colgándole hacia abajo y agitándose hacia los lados con cada paso. Trató de no mirarla y mantuvo la cabeza en alto mirándole a los ojos.

Buenos días, hijo. Vas a llegar tarde, ¿no?

Se detuvo junto a ella, revisándola con descaro de arriba a abajo. Alzó el brazo izquierdo y le acarició el cabello de la parte trasera de la cabeza.

Qué guapa y hermosa eres, mami -. De su respiración y manera de acariciarle el cabello irradiaba la lujuria -. Perdona por insultarte ayer, pero es que estaba muy excitado.

No pasa nada, hijo, de todas formas no está bien. Somos familia, Tito, yo sé que tú eres muy joven y a tu edad los jóvenes sois como sois, pero…

No creo que sea tan grave, Lorena y yo nos relajamos y pasamos un buen rato. ¿O no pasaste un buen rato?

Sí, ya, pero…

Y encima papá tan lejos, siempre fuera, y tú tan sola, tan guapa. Una mujer tiene tantas necesidades como un hombre -. Alza la mano derecha y le desató el nudo del escote. Acto seguido, lo abrió hacia los lados y le dejó a la vista sus dos tetas alargadas. Se las sobó muy despacio con la palma -. Seguro que con papá no es tan divertido como conmigo -. Le dijo achuchándolas levemente.

Tu padre es más tradicional – añadió ella con la voz nerviosa.

La mano dejó las tetas, dejándoselas por fuera del escote, y se deslizó por encima de la tela satinada hasta meterse por debajo del faldón. Amalia cerró los ojos cuando le metió la mano por dentro del tanga, palpándole levemente el chocho antes de comenzar a manoseárselo. Le frotaba con la yema toda la rajita hasta que poco a poco le fue clavando el dedo corazón hasta el nudillo. Amalia emitió un bufido con los ojos cerrados. Le continuaba enredándole el cabello con la izquierda al tiempo que la masturbaba con la derecha.

Tócame – le pidió su hijo. Movió su brazo derecho y le agarró la polla aún floja como si agarra un mango, aunque sin sacudírsela -. ¿Se la chupas a papá? – le preguntó haciendo vibrar su dedo dentro del chocho para estremecerla.

Ohhh… - se quejó con el ceño fruncido -. Sólo hacemos el amor…

¿Nunca se la habías chupado a alguien?

Amalia apoyó la sien en el hombro de su hijo para resistir las incesantes acometidas del dedo. Aún le mantenía agarrada la polla, que iba endureciéndose con el paso de los segundos.

Ay… Ay, hijo… No, nunca… Ahhh…

Mira a qué sabe tu chocho -. Le sacó la mano del tanga y la elevó hacia su boca ofreciéndole el dedo corazón, un dedo impregnado de la babilla vaginal -. Pruébalo… -. Acercó la boca y le chupó el dedo degustando el jugo viscoso -. ¿Te gusta? ¿Está rico?

No sé – contestó avergonzada.

¿Te gustaría lamerme el culo? Me gustaría mucho que lo hicieras -. Ella le miró sin contestarle -. Venga, seguro que sabes hacerlo muy bien. Quítate esto.

La ayudó a quitarse el camisón, dejándola sólo con el tanguita lila y los tacones, y él se despojó del albornoz. Tito se volvió hacia la cómoda, con el tórax erguido, y sólo depositó las palmas de las manos en la superficie. Por el espejo vio cómo su madre se arrodillaba tras él. Amalia tenía ante sí el culo raquítico de su hijo. Lo miró durante un puñado de segundos antes de acariciárselo con las manos. Los huevos se mantenían en reposo entre las piernas. Con todos los dedos de las manos, como si fuera a abrir una puerta de correderas, le separó las nalgas abriéndole la raja. Vio su ano en el centro. Desprendía un olor pestilente que le provocó un gesto de repulsión. Pero fue acercando la cara en medio de ademanes de asco. Sacó la lengua y la deslizó por encima del ano, muy despacio, apartando de nuevo la cabeza para comprobar el rastro de la saliva. Sacudió la cabeza con ganas de escupir, envuelta en espasmos. Le mantenía la raja abierta.

Chupa bien…

Tito echó el brazo hacia atrás y le empujó la cabeza hacia el culo, encajándole la nariz y la boca en la raja. No tuvo más remedio que lengüetear sobre el orificio, soportando el olor y la humillación. Le mamaba el culo mediante suaves caricias con la punta de la lengua o con alguna pasada por encima. Poco a poco se lo fue mojando de babas. Le estuvo lamiendo el culo un buen rato, hasta que una de las veces en que apartó la cabeza para descansar, su hijo se volvió ayudándola a incorporarse. La agarró de la mano y tiró de ella hacia una butaca que había cerca de los pies de la cama.

Hazme una mamadita… -. Tito se acomodó sentado en la butaca, erguido, con las piernas separadas y sacudiéndose su polla ya erecta. Amalia se arrodilló entre sus piernas, con sus tetas sufriendo ligeros vaivenes, con la delantera del tanga ligeramente ladeada hacia un lado, con parte de la rajita del chocho visible -. Chúpame los huevos…

Se puso a cuatro patas para acercar la cara y empezar a lamerle los huevos mientras él se masturbaba. Su hijo extendió el brazo izquierdo, le sacó la tira del tanga de la raja del culo y la apartó a un lado, como deseoso de que la mamada se la hiciera con el culo al aire. Luego volvió a relajarse machacándosela despacio, percibiendo el hormigueo lento y húmedo de la lengua por sus huevos, enjuagándoselos en saliva, impregnándolos de babas. Se miraban mientras ella lamía y él se masturbaba.

Cecilio había llegado a puerto antes de lo previsto porque les habían remolcado. Ya que su mujer no atendía sus llamadas por tener el móvil desconectado, telefoneó a su hermano Román para que fuera a recogerle y le llevara a casa. Irrumpieron en la vivienda con el equipaje y no encontraron a nadie en la planta de abajo, aunque su mujer tenía el bolso colgado de la percha de la entrada. Soltó las dos mochilas en el salón y miró a su hermano.

Qué raro, es temprano, ¿dónde estará Amalia?

Igual está arriba limpiando.

Se dirigieron hacia las escaleras. Su hermano le acompañaba detrás. Al torcer hacia el pasillo, vieron luz en el dormitorio de matrimonio y avanzaron con toda naturalidad. Pero enseguida comenzaron a oírse los chasquidos de la saliva, chasquidos que le hicieron frenar en seco. Cecilio, extrañado, miró a su hermano por encima del hombro. Román se había quedado parado en mitad del pasillo. Cecilio dio unos pasos sigilosos hasta poder asomarse y se encontró con la escena, se encontró a su esposa a cuatro patas lamiéndole los huevos a su hijo mientras él se masturbaba. Atemorizado ante la inimaginable escena, dio un paso atrás, dio media vuelta y recorrió el pasillo hacia la escalera a modo de huida, incapacitado para sorprenderles y enfrentarse a ellos.

¿Qué te pasa? – se extrañó Damian en voz baja al cruzarse con él.

No le dijo nada, torció y le oyó bajar a toda prisa por las escaleras. Entonces Román avanzó a paso lento hasta lograr asomarse. Se quedó alucinado al ver a su cuñada postrada ante su sobrino. Por el espejo del armario pudo ver cómo le pasaba la lengua por los huevos de manera incesante mientras él se la sacudía. Ummm, qué buena estaba, pensó frotándose y presionándose el bulto de la bragueta, cuántas veces había fantaseado con su cuñada. Miró hacia el fondo del pasillo para asegurarse de que su hermano no regresaba y volvió de nuevo la vista hacia el interior de la habitación. Se fijó en su culo aplanado y en su raja abierta, con el ano rojizo en medio, con el coño depilado entre las piernas arqueadas, donde se distinguía parte de la reluciente almejita. Sus dos tetas le colgaban hacia abajo y se balanceaban como dos campanas. No paraba de frotarse por encima del pantalón, sintiendo un gusto tremendo.

Chúpame la polla, estoy my caliente…

Amalia irguió el tórax, le sujetó la verga por la base y se la comenzó a sacudir al mismo tiempo que le lamía el capullo con toda la lengua fuera. Tito cabeceaba en el respaldo de la butaca y gemía alisándole el pelo a su madre. Ella aceleraba la masturbación comiéndose la parte del glande. Enseguida, la verga comenzó a derramar leche sobre la lengua de Amalia, una leche blanca y gelatinosa que procuraba irse tragando, aunque algunos pegotes le resbalaban por la barbilla o hacia los lados de la polla. Tito se relajó mediante bufidos. Amalia apartó la cara asestándoles tres sacudidas secas, como para escurrirle, pero luego se la soltó y se limpió la boca con el dorso de la mano. Román continuaba masturbándose, agarrándose la verga por encima de la tela del pantalón. Ahora la veía erguida sobre las piernas de su sobrino, con la raja del culo cerrada y las tetas rozando los huevos y la verga.

Quiero mearte el chocho – le exigió Tito para sorpresa de su tío Román, que lo escuchaba y veía todo desde la puerta.

Hijo, ya es suficiente, ¿no? Mira cómo pusiste todo ayer…

Vamos al baño…

Hijo, por favor, tengo que ir al puerto, tengo que recoger a tu padre…

Pero Tito la sujetó del brazo y se levantaron a la vez.

Déjame que lo haga, por favor, mami, quiero mearte…

Ante la dominante actitud de su hijo, una actitud desquiciada, Amalia se dirigió hacia el baño de la habitación con su hijo detrás. Cómo meneaba el culo por efecto de los tacones, y qué coñito tan bien depilado, tan jugosito, con el tanga apartado a un lado, y qué tetas tan blanditas, con aquellos sabrosos pezones. Sin parar de frotarse, Román pudo dar un paso al interior de la habitación e inclinarse para espiarles.

Siéntate ahí – le ordenó su hijo indicándole el bidé -. Y quítate el tanga.

Obedeció y se bajó el tanga quedándose sólo con los tacones. A continuación, se sentó en el bidé, erguida, con los brazos sobre los muslos, y separó las piernas dejando expuesto su coñito abierto. Tito se colocó enfrente encañonándola con la verga, ligeramente inclinada hacia abajo. Pasaron unos segundos, pero después un fino chorro de pis salió disparado hacia ella. Le cayó bajo el ombligo y de ahí todo el caldo calentón y amarillento resbaló a modo de torrente hacia su chocho y sus ingles, llenado lentamente el bidé. Román ya se había corrido en el slip, pero no quería perderse aquella lluvia dorada. Amalia miraba hacia abajo contemplando la meada, cómo su chocho iba anegándose de pis, cómo las hileras le resbalaban hacia el culo y goteaban en el interior. Se mantenía inmóvil, soportando la presión del chorro sobre su bajo vientre. El bidé se había llenado tanto que ya el líquido le rozaba las nalgas del culo. Algunas salpicaduras le alcanzaban las tetas y las piernas. Poco a poco el chorro fue perdiendo potencia. Tito dio un paso hacia ella para terminar de mearle el chocho y luego se la sacudió salpicándola. La había dejado meada de cintura para abajo, con algunas gotas desperdigadas por las tetas y el vientre y con el culo sumergido en el pis del bidé.

Ufff… Ha sido una pasada, ¿verdad? – le preguntó acariciándola bajo la barbilla.

Es tarde, Tito, deja que ventile todo esto. Tu padre no va a tardar mucho.

Yo voy a ducharme.

Cuando su hijo abandonó el baño, ella se levantó del bidé, con cientos de gotas resbalándole por las nalgas, con la raja y el chocho empapados. Era incapaz de frenarle y sin más remedio debía someterse a sus exigencias.

Román llevaba el calzoncillo lleno de leche cuando encontró a su hermano en la puerta, junto al coche, fumando nerviosamente como un carretero, envuelto en una expresión calamitosa, con el rastro de las lágrimas señalado en la cara.

Maldita sea, Román, dime que esto es una pesadilla.

Román le palmeó el hombro.

Tranquilo, hermano. Jodida puta, la muy zorra se está tirando a su propio hijo mientras tú te rompes los cuernos por la familia. Me cago en su puta madre…

Por favor, Román, no digas nada de todo esto, imagina qué vergüenza, deja que hable con ella primero, te lo ruego.

Tranquilo, hermano, no diré nada.

La erección de la verga no se le bajaba sabiendo que su cuñada, a la que tanto había deseado, era una guarra capaz de tirarse a su propio hijo. Ni siquiera la pena de su hermano reblandecía su enorme excitación.

Cuando Amalia bajó al salón un rato más tarde con la intención de salir hacia el puerto, se encontró las mochilas de su marido tiradas por el suelo. El mundo se le vino encima. Había regresado antes de tiempo y con toda probabilidad la había descubierto mamándosela a su hijo. Le entró un fuerte acaloro y tuvo que sentarse con la cabeza reclinada sobre las manos. Y cuando las cavilaciones le bombardeaban la mente, apareció Cecilio con su rostro alicaído. Ella levantó la mirada hacia él.

Sé que lo sabes – le dijo ella con la voz quebradiza.

Qué vergüenza, hasta mi hermano te ha visto. ¿Sabes lo que estás haciendo? ¿Eres consciente del daño…?

¡Cállate! – le interrumpió ella con un grito -. Me violó, ¿entiendes?

¿Qué?

Está loco, él y Lorena.

¿Qué cojones estás diciendo? – se sorprendió aterrorizado por la afirmación de su esposa.

Les sorprendí a los dos, en mi cama, con mis cosas, traté de hacerles entrar en razón y me violaron. Han abusado de mí.

Cecilio, destrozado, se sentó a su lado y le cogió las manos.

Cariño, ¿qué te han hecho?

No sé qué les ha pasado, pero Tito se ha vuelto loco, es un esquizofrénico y abusa de mí. Me da miedo que la gente se entere de todo esto, estaba sola, joder, no he sabido enfrentarme a ello. Y tu hija, no sé qué le pasa, le sigue la corriente, se han vuelto unos pervertidos muy peligrosos. Tito necesita ayuda, Cecilio, tenemos que ayudarle o esto terminará muy mal.

Su marido sólo pudo asentir. Se había quedado sin palabras, sin capacidad para reaccionar ante una situación tan sobrecogedora. Se tiraron unas horas reflexionando acerca del grave problema, de la conveniencia de llevarle a un psicólogo por esa repentina adición al sexo más agresivo. Cuando al mediodía llegaron los dos hermanos, Cecilio se comportó fríamente con ellos, pero no tuvo agallas para encararse con ninguno de los dos. Actuaban como si nada estuviese pasando. Su mujer procuraba mimarles, todo producto del pánico que Tito le producía.

Tras el almuerzo, Lorena se marchó al trabajo y Tito se acomodó en el sofá del salón a ver la tele. Llevaba un chándal rojo y una sudadera azul marino. Amalia continuaba en la cocina terminando de colocar la loza, ataviada con unas mayas negras muy ajustadas de estar por casa y una camiseta elástica también negra con escote abierto en forma de U, sin sostén, por lo que sus tetas se meneaban bajo la fina tela. Cecilio llevaba dos días enteros sin pegar ojo y necesitaba un descanso. Le dolía la cabeza de tanto pensar, le dolía la cabeza por el disgusto tan tremendo que se había encontrado a su regreso. Le dijo a su mujer que iba a echarse un rato. Pero al llegar al final de la escalera, oyó unos pasos. Se acuclilló para asomarse y vio la figura de su hijo dirigiéndose hacia la cocina. Entonces, cautelosamente, comenzó a descender los escalones.

Amalia se encontraba contra la encimera secando unos platos. De pronto, sintió que su hijo se pegaba a ella y la abrazaba manoseándole las tetas por encima de la camiseta y baboseándola por el cuello y la nuca.

¡Hijo! ¿Qué haces? Por favor, no es momento, tu padre…

Te deseo… - le jadeó en la oreja, metiéndole una mano por dentro del escote para agarrarle una teta por la base.

No, hijo, no, por favor… - trató de desembarazarse de él, pero continuó hostigándola.

Necesito follarte…

Le tiró fuertemente de las mayas hacia abajo. Ella intentó evitarlo, pero consiguió bajárselas junto con unas bragas blancas de encaje. Cecilio, desde detrás de un macetero, pudo ver el culo de su mujer expuesto. Tito sólo se bajó la parte delantera del chándal, liberando su gran polla y sus huevos redondos y duros. Con la mano izquierda la sujetó por el cuello y con la derecha se guió la verga a los bajos del culo, hasta rozarle el chocho y clavársela de un golpe seco. Enseguida pegó la pelvis al culo de su madre, con la polla encajada hasta el fondo. Amalia jadeó mirando hacia arriba, notando la presión de la mano sobre el cuello. Con la derecha, le levantó a tirones la camiseta hasta dejarle las tetas libres. Y Tito comenzó a contraer el culo aligeradamente para follarla sin apenas despegarse del culo, zarandeándole las tetas al mismo tiempo y vertiendo el aliento sobre la nuca de su madre. Cecilio contemplaba la nueva violación. Les veía de perfil, viendo cómo su hijo se contraía velozmente sobre el culo de su madre, oyendo los jadeos secos que ambos desprendían, visualizando el baile alocado de las tetas ante las continuas penetraciones. Se mantenían follando contra la encimera. Le daba de manera muy seguida, sin pausa, meneándose sobre el culo, así hasta que de repente se detuvo emitiendo un jadeo profundo. Amalia cerró los ojos ante el derramamiento de leche dentro de su chocho.

Cómo me gusta metértela…

Por favor, hijo…

Tito se despegó de ella extrayendo la polla, una polla de donde colgaban hilos de semen espeso. Enseguida, Amalia se bajó la camiseta y se subió las bragas y las mayas, volviéndose disgustada hacia su hijo.

Tápate y sal de aquí, Tito, te lo ruego…

Perdóname, sé que es peligroso – le dijo tapándose -. Pero estaba muy caliente…

Cecilio, como un cobarde, regresó a su cuarto y allí se echó a llorar. El monstruo era su propio hijo y no sabía cómo pararle los pies sin armar un escándalo familiar, sin que el escándalo se propagara por la gente de su entorno. Cuando más tarde bajó al salón y encontró a su esposa cosiendo, no quiso confesarle que lo había visto todo. Ella estaba pagando caro la esquizofrenia de su hijo.

Al llegar la noche, de nuevo la pesadilla iba a reproducirse ante los ojos de Cecilio, que contemplaba impasible cómo la lujuria más perversa se instalaba en la mente de sus dos hijos. Amalia dijo que se encontraba mal y se fue a la cama muy temprano. Tras la cena, Cecilio estuvo tentado a sacar el tema con los dos, pero sintió mucha vergüenza, les veía muy acaramelados en el sofá viendo una película. Prefería, ante ellos, seguir inmerso en el papel de ingenuo. Con su aspecto demacrado, le dio un beso a cada uno de buenas noches y se dispuso a subir las escaleras, pero quería comprobar con sus propios ojos si su hija estaba tan corrupta como Tito. Y permaneció oculto en la penumbra, con un plano general de todo el salón.

Estaban sentados uno junto al otro, frente al televisor, Lorena con su habitual camisón rosa y la pronunciada abertura lateral y Tito con un albornoz. De pronto, vio que Tito le soltaba una palmada en el muslo y le acariciaba toda la pierna arrastrando hacia las bragas la tela del camisón.

¿Ya te has tirado a ese maricón con el que sales?

No, todavía no, tú lo has dicho, es un maricón.

¿No estás caliente?

Hasta ahora estaba bien, pero me estás poniendo – le incitó ella extendiendo el brazo izquierdo y manoseándole con la palma por la zona de los genitales.

Te gusta tocarme la polla, ¿verdad, gordita?

Sí, me gusta mucho – jadeó introduciendo la mano por dentro del albornoz para magrearle todo el bulto que sobresalía del slip.

Y te gusta mi culo, ¿verdad? Te gusta chupármelo porque eres una guarra. ¿Quieres chupármelo, guarra?

Lorena le miró mordiéndose el labio inferior.

Sí, quiero chuparte el culo.

Adelante, zorra, chúpame el culo…

Tito se irguió en el sofá para quitarse el albornoz y bajarse el slip. Cecilio pudo comprobar la increíble longitud de la verga de su hijo. Lorena se puso de pie y se quitó el camisón sacándoselo por la cabeza, exhibiendo sus tetas grandes y su vientre rellenito, a continuación se bajó las bragas mostrando su chocho carnoso. Debía intervenir, pero carecía de valor para hacerlo. La escena entre hermanos era demasiado fuerte como para enfrentarse a ella. Las tetas de su hija se mecían chocando una contra la otra. Tito se reclinó todo lo que pudo y elevó las piernas hacia arriba para que su culo sobresaliera del asiento, casi con las rodillas rozándole los hombros. Lorena se arrodilló ante él curvándose, acercando la cara a los bajos de los huevos. A cuatro patas, comenzó a lamerle por la raja del culo, como si fuera una perra, sin abrírselo, deslizando la lengua hasta los huevos. A veces se detenía en las bolas y se las besaba o le daba un mordiscón con los labios, pero enseguida bajaba por la raja para impregnarla de saliva. Sin tocarse, sujetándose las piernas para no bajarlas, la polla se le iba hinchando con el continuo recorrido de la lengua. Le lamía la raja del culo sólo con la punta, entreteniéndose en mordisquearle los huevos cada vez que llegaba a ellos. Una de las veces alzó ambos brazos para abrirle la raja y lengüetear sobre el ano, como si quisiera metérsela, dejándolo bien rociado de saliva, degustando el pestilente sabor. Completamente guiada por la depravación, le metió el dedo índice hasta el nudillo, provocándole un bufido, y le mantuvo el dedo dentro mientras le besaba los huevos y la base de la polla.

Ay, cabrona, qué bien nos entendemos tú y yo… Ahhh… -. Su hermana movió el dedo sumergiéndolo más en el ano -. ¿Quieres que te la meta por el culo, zorra?

Lorena le sacó el dedo del culo y lo chupó saboreando las sustancias anales impregnadas, después acercó los labios y le estampó varios besos en el ano.

Sí, fóllame – le pidió irguiéndose.

Tito se levantó y Lorena se puso de pie para sentarse en el sofá y reclinarse hacia atrás, con la coronilla apoyada en los bajos del respaldo. Las enormes tetas se le caían hacia los lados. Su hermano se arrodilló y le separó las piernas elevándoselas. Tenía ante sí el chocho abierto y seguido la raja del culo sobresaliendo del cojín. Se agarró la polla y la condujo cuidadosamente hasta taponarle el ano. Ella misma se llevó las manos al coño para masturbarse con ambas. Le clavó el capullo. Lorena se mordió el labio para no gemir. La sujetaba por las caderas para empujar. Le hundió media polla. Desesperada, se abría el chocho severamente mostrando la carne viva de las profundidades. Terminó por clavársela entera y disfrutó unos instantes sin moverse, con la polla encajada y presionada en el ano de su hermana. Se miraban a los ojos. Ella respiraba mediante bufidos para no jadear. Se separaba los labios vaginales para palparse con las yemas de los dedos, para palparse en la sensibilidad del clítoris. Tito le lanzó un escupitajo y la saliva le cayó dentro del chocho, saliva que ella se repartió con los dedos. Luego la miró y le lanzó un nuevo escupitajo hacia el rostro, escupitajo que le cayó bajo el ojo para luego deslizarse lentamente por la mejilla. Abrió la boca y el tercer escupitajo le cayó en la lengua, pegote que ella saboreó con gusto. Después le escupió por las tetas, dejándoselas rociadas de saliva. Cecilio no daba crédito a las marranadas y permanecía boquiabierto. Comenzó a contraer las nalgas para follarle el ano, débilmente, como si le costase trabajo entrarla y sacarla. Lorena cabeceaba con los ojos entrecerrados, masturbándose al son de la lenta enculada. Desde su posición, Cecilio lograba distinguir la extrema dilatación del ano. Tito se echó hacia delante para lamerle las tetas mientras la follaba con el mismo ritmo pausado. Ella le abrazó arañándole por la espalda con sus uñas. Procuraban ahogar los gemidos para no hacer ruido. A veces Tito levantaba la cabeza y le lanzaba escupitajos dentro de la boca antes de volver a mamar de los pezones. Aligeró las contracciones de las nalgas bombeándole el ano con más facilidad, hasta que se irguió exhalando de forma muy continuada. Lorena extendió los brazos hacia los lados aferrándose con fuerza a los cojines. Tito dejó de moverse envuelto en un suspiro, vertiendo toda su leche dentro del ano de su hermana. El chocho se humedecía por la afluencia de flujo vaginal, un flujo viscoso y transparente que manaba del fondo de la rajita. Tito le sacó la polla despacio dejándola con el ano dilatado. Ella cerró los ojos e hizo fuerza, hasta que el culo escupió leche hacia la polla de Tito, con algún pegote derramándose hacia la rabadilla. Se fijó en que del chocho no cesaban de manar flujos y del ano asomaba un pegote de semen. Se curvó y le lamió la almeja con tres pasadas, pasándole toda la lengua por encima. Lorena, como insatisfecha, meneaba la cadera. Bajó un poco más la cabeza y probó su propio semen, el que aún le brotaba del ano, atrapándolo con la punta. Después se irguió relamiéndose los labios. Ella se acariciaba las tetas tratando de normalizar la respiración.

¿Quieres mear, guarra?

Sí…

Cogió una jarra de cristal, vacía, que había en la mesita de al lado. Cecilio aún asistía al acto escondido en mitad de la escalera, irremediablemente con una erección bajo el pantalón ante la lujuria antinatural que desarrollaban sus hijos. El remordimiento le avasallaba la mente, pero debía calmar las palpitaciones de su pene. Se lo sacó para machacárselo cuando su hijo le tapó el coño con la jarra y su hija de puso a orinar mientras él la sostenía. Llegaba a escuchar el discurrir de la meada llenando la jarra. Paró de mear cuando estaba más o menos por la mitad, entonces la apartó del coño y la depositó en el suelo. Tito cogió las bragas y le limpió el coño y el culo mediante un par de refregones, luego se puso de pie al mismo tiempo que ella se erguía hasta quedar sentada, con la base de las tetas rozándole los muslos de las piernas.

Coge la jarra, quiero mear – le ordenó su hermano.

Lorena sostuvo la jarra por el asa con la mano derecha, mientras que con la izquierda le agarró la polla salpicada de semen y la bajó hacia el interior del recipiente, como si fuera un grifo regulable. En dos segundos salió el chorro hasta que el pis casi rebosa por los bordes, en una mezcla de las dos meadas. Se la sacudió y le acarició los huevos antes de soltarla para sujetar la jarra con ambas manos. El pis verdoso vertía por los bordes. La jarra estaba excesivamente llena. Cecilio eyaculaba en ese momento en la palma de la mano, atosigado a la vez por el remordimiento y la lascivia.

Qué guarros somos – exclamó Lorena sonriente, mirando hacia arriba, con unos ojos sumisos.

Su hermano la acarició bajo la barbilla.

¿Quieres probarlo?

¿Esto?

Seguro que estás deseando bebértelo, ¿verdad, guarra? Vamos, bébetelo…

Lorena miró el tono verdoso de la jarra, acercando despacio los labios al borde. Le tembló la barbilla ante el olor, pero inclinó la jarra comenzando a beber. Tras un largo trago, tuvo que parar ante la sensación vómica, llegando a emitir una arcada, pero continuó bebiendo hasta dejarla por la mitad. El ansia y la repulsión la obligaron a agitar la cabeza.

Uff… ya está, tío, es mucho…

Bébetelo todo.

De nuevo inclinó la jarra para beber, tragándoselo lentamente para evitar el ansia. Y a falta de un sorbo, miró instintivamente hacia la oscuridad de la escalera y descubrió una figura que subía. Cecilio no sabía que había sido descubierto. Su hermano le quitó la jarra y le atizó unas palmaditas en la cara.

Qué guarra eres. Me voy a la cama…

Se puso el slip, se echó el albornoz por encima y se dirigió hacia la segunda planta. Lorena se colocó las bragas y el camisón y fue al baño. Se arrodilló ante la taza y se metió los dedos para vomitar, devolviendo parte del caldo calentorro que se había tragado. Después se lavó los dientes y se fue a la cama, temerosa de que hubiese sido su padre la figura de la penumbra. Se había convertido en una cerda, en la guarra de su hermano, y le encantaba, a sabiendas de que todo podía derivar en un gran escándalo familiar.

Por vergüenza a tener que enfrentarse a su padre, Lorena se despertó muy temprano, se vistió a toda prisa y salió de la casa mucho antes de la hora habitual. Conociéndole, se ganaría un sermón y probablemente hasta la echaría de casa. Cecilio se levantó cuando oyó la puerta de la calle. Se levantó y miró a su esposa. Dormía de costado, mirando hacia el otro lado. Llevaba un pijama de raso azul celeste muy brillante, compuesto por un pantalón y una camisa. Lo que estaría sufriendo y él masturbándose con la escena de sus hijos. Era un jodido cabrón. Había que solventar todo aquello cuanto antes o todo su mundo se derrumbaría. Se echó una bata por encima y salió al pasillo. Necesitaba una tila para serenar los nervios. Pero cuando iba por mitad de la escalera, oyó unos pasos arriba. Aturdido, volvió a subir y al asomarse vio a su hijo desnudo dirigiéndose hacia el cuarto donde su esposa dormía. Tito era una bestia, no había quien le parara los pies.

Amalia abrió los ojos cuando oyó que abrían la puerta, pero no quiso volverse. Al instante, notó cómo alguien irrumpía en la cama, la desarropaba y le bajaba a tirones el pantalón y las bragas, dejándole ambas prendas enrolladas en las rodillas. La empezó a besar por el culo, rozando los labios por las nalgas, abriéndole la raja para cosquillearle el ano con la lengua, magreándola intensamente. Ella permanecía inmóvil. Cerró los ojos. Notó que su hijo se echaba a su lado y se pegaba a ella, que le rozaba la raja del culo con la punta de la polla.

Eres mía, zorra – le jadeó su hijo tras la oreja -, me gusta mucho follarte…

Le aplastó de golpe la cara contra la almohada obligándola a quedar tumbada boca abajo. Casi le cortó la respiración. Se le echó encima, sujetándose la verga para punzarle el chocho con severidad, presionándole el culo con su pelvis huesuda y la espalda con su tórax, con sus labios pegados a la nuca. Y comenzó a follarla apresuradamente elevando y bajando el culo a una velocidad de espanto, haciendo que la cama crujiera y sus cuerpos saltaran por la elasticidad del colchón. Cecilio de nuevo como espectador, esta vez horrorizado, esta vez abrasado por los celos y la impotencia, pero como un cobarde se dedicó a mirar. Su hijo emitía gemidos secos y su esposa apenas hacía ruido al tener la cara contra la almohada. Tito estiró los brazos para elevar el tórax de la espalda de su madre y se esforzó en embestirle fuerte en el chocho apretándole fuerte las nalgas con la pelvis. Hasta que frenó con los ojos cerrados, inundando el coño de leche. Fue cuando Cecilio huyó hacia la cocina. Le temblaban las piernas. Sus hijos habían enloquecido y violaban a su esposa una y otra vez. Cómo resolver una situación semejante. Cómo y de qué manera podía tratar un tema tan espinoso con ellos. Cabía la posibilidad de denunciarles, pero cómo someter a la familia a un escándalo así. Al rato bajó su hijo ya vestido, desayunó y se despidió de él como si tal cosa. Su presencia le causaba pánico. Era un enfermo mental. Después bajó Amalia con una expresión demacrada, con ojos llorosos y la barbilla temblorosa. Iba con el mismo pijama que un rato antes su hijo le había arrancado.

¿Cómo estás, cariño? – se interesó él.

No pasa nada – contestó seria.

Quiero solucionar esto. Podemos denunciarle.

No.

Pero, cariño.

No, nuestro hijo necesita ayuda. Y tienes que resolverlo. No quiero que nadie se entere de todo esto. Me moriría de vergüenza. Voy a hacer la cama.

Y de nuevo, regresó a la planta de arriba y le dejó sumido en su desesperación. Salió a dar un paseo para que le diera el aire. La nube de confusión le acrecentaba el nerviosismo y la angustia. Y para colmo, ante un problema de semejante envergadura, debía partir con el barco, él era el patrón y muchas familias dependían de él. Se encontró con su hermano Román cerca de casa y le contó que había estado hablando con Amalia y que sus hijos, tanto Tito como Lorena, abusaban de ella, que Amalia sólo era una víctima de la esquizofrenia de sus hijos.

- Lo mejor sería denunciarles, pero se niega, Román, se niega en rotundo. No sé qué hacer.

Román le palmeó el hombro.

¿Y ella cómo ha permitido semejante barbaridad?

No lo sé.

Voy a hablar con ella, ¿de acuerdo? Esto hay que cortarlo porque es una vergüenza. Tú espera aquí.

Cecilio asintió y vio cómo su hermano entraba en la casa. Amalia se encontraba en el cuarto de baño retocándose para salir a hacer la compra. Se había puesto un jersey negro a modo de vestido corto, con la base ligeramente por encima de las rodillas, de cuello largo, con medias negras y zapatos de tacón. Ya estaba perfumada y peinada cuando se levantó el jersey hasta el ombligo para bajarse las bragas negras de encaje hasta las rodillas. Abrió la tapa de la taza y se sentó a mear. Justo cuando le salía el pis, su cuñado Román irrumpió bruscamente sin avisar. Su primera reacción fue cruzar los brazos sobre las piernas para taparse.

¡Román! ¿Qué haces?

¡Jodida puta! – gritó enfurecido, sujetándola del brazo.

¡Román!

¡Levanta, guarra!

La obligó a ponerse de pie tirando de ella con rudeza. Aún le caía el pis cuando la levantó. Un incesante goteo le caía hacia las bragas. La empujó sin soltarla hacia la puerta y la condujo por el pasillo en dirección al cuarto. A ella le costaba dar pasos al llevar las bragas enganchadas en las rodillas. Llevaba el culo al aire y el chocho goteando.

Por favor, Román…

Puta guarra, te estás tirando a tu propio hijo, voy a contárselo a todo el mundo…

Dio una patada a la puerta y la empujó hacia dentro cerrando la puerta tras de sí. Amalia se volvió hacia él tapándose la zona de la vagina con ambas manos y mirándole con ojos suplicantes.

No cuentes nada, te lo ruego…

¿No te da vergüenza, zorra? Te vi con mis propios ojos, mi hermano rompiéndose los cuernos y tú follando como una puerca… Todos van a saber lo zorra que eres…

No, por favor te lo pido, haré lo que sea…

Cecilio escuchaba las voces y los insultos al otro lado de la puerta, sin atreverse a intervenir, sin saber aún que la había sacado a rastras del baño. En la habitación, Román volvió a sujetarla del brazo y la empujó colocándola de cara a la pared. Se arrodilló tras ella como un poseso para lamerle las nalgas con toda la lengua fuera, baboseando sobre su piel, deslizando la mejilla, abriéndole la raja y atizándole lengüetazos en el ano.

¡Qué buena estás, cabrona! No me extraña que tu hijo te folle… Ummm… Qué culo más rico… - jadeaba como un baboso comiéndose el culo de su cuñada.

Amalia miraba hacia abajo y observaba cómo le lamía el culo por todos lados, cómo le pegaba la mejilla a las nalgas y la arrastraba por ellas, cómo le abría la raja para saborearle el ano, todo con movimientos desesperados, como un hambriento. De pronto se levantó para comenzar a desabrocharse el cinturón. Amalia aguardaba contra la pared, mirándole por encima del hombro, sin alterar la postura, sin oponer resistencia ante la nueva bestia. Su cuñado iba a follarla. Se bajó la bragueta y la delantera del slip para exhibir una polla ya erecta, una polla no muy grande ni muy ancha, rodeada de vello canoso.

Ábrete el culo, puta…

Con suma obediencia, echó los brazos hacia atrás y se abrió la parte baja de la raja del culo, exponiendo su chochito húmedo por el pis. Román dirigió su polla hacia la rajita y tras atizarle unos pollazos se la fue hundiendo poco a poco, hasta que pegó la pelvis al culo, hasta que pegó el tórax a la espalda, hasta que pudo verter su aliento en la nuca de su cuñada.

¿Te gusta, guarra? -. La embistió secamente frenando de nuevo. Amalia frunció el ceño y emitió un gemido, como si la estuvieran torturando -. Seguro que lo estabas deseando -. Volvió a pincharla otra vez -. Pídemelo, puerca., pídeme que te folle y mantendré el secreto.

Fóllame…

Resoplando sobre su nuca, se puso a contraer el culo para follarla jadeando como un cerdo. Amalia cerró los ojos ante las inyecciones que recibía su coño y emitía débiles gemidos, gemidos que ya escuchaba Cecilio desde el pasillo. Cayó arrodillado en el suelo, hundido ante la nueva humillación. Su propio hermano estaba abusando de su esposa. Se la estaba follando a sólo unos metros de donde él se encontraba.

Román la follaba nerviosamente meneándose sobre el culo sin pausa, expulsando su apestoso aliento sobre la nuca y manoseándole los muslos de las piernas, apretujándola con sus impulsos contra la pared. Amalia le acompañaba gimiendo con los ojos cerrados, concentrada en las continuas estocadas que recibía su chocho y los golpes que recibían las nalgas por su huesuda pelvis, percibiendo el tacto de sus manazas recorriendo la cara externa de sus muslos. De repente, se separó de ella y la obligó a girarse hacia él.

Arrodíllate.

Acató la orden y se arrodilló ante él. Román se curvó y le subió el jersey hasta las axilas para dejarla con las tetas a la vista, tetas a las que le atizó unas palmadas. Volvió a erguirse para sacudirse la polla. Ella contemplaba la masturbación con los brazos pegados a los costados. Pocos instantes después, comenzó a salpicarle leche sobre la cara, leche muy líquida que le cayó por todas partes, dejándole el rastro de varias hileras sobre la cara y con algunas salpicaduras desperdigándose por los pechos. Dejó de sacudírsela, pero se la mantuvo agarrada y en posición horizontal, encañonándola.

Eres una guarra. Vi cómo tu hijo te meaba el chocho. -. Amalia apretó los dientes y le lanzó una mirada desafiante, como dándole a entender que estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de comprar su silencio -. Abre la boca.

Abrió la boca sin sacar la lengua y al segundo el chorro de pis le cayó dentro llenándosela poco a poco. Le rebosó por la comisura de los labios vertiéndole sobre las tetas y empapándole el vestido jersey. Resistía la meada sin moverse, llegando a tragarse algo de lo que le caía. El chorro subió por su nariz y su frente hasta mearla por el cabello. Amalia sacudía la cabeza ante la ducha. Le meó ambas tetas, apuntando directamente hacia los pezones, y bajó hasta mojarle el chocho. Le dejó todo el cuerpo empapado y chorreándole, arrodillada en mitad de un charco maloliente. Cecilio, envalentonado, abrió la puerta de golpe para frenar aquella locura, pero se encontró la escena justo cuando su hermano se la sacudía y ella se secaba los ojos con las yemas de los dedos. Vio todo su cuerpo bañado en pis, el charco en el que se encontraba, sus tetas goteándole, su cabello duchado, el jersey humedecido, así como sus bragas y el poco vello del coño. Ella le retó con una mirada profunda, entonces Cecilio se retiró como un cobarde, comprendió que su mujer estaba atrapada por esa aureola incestuosa que había invadido aquella casa. A los cinco minutos salió su hermano abrochándose los pantalones y colocándose la camisa. Acababa de follarse a su esposa, acababa de mearse encima de ella.

Le he dado un buen escarmiento a esa puta – le soltó ajustándose los genitales a la bragueta -. Puedes irte tranquilo, yo me ocuparé de todo. No voy a permitir que nadie te haga daño.

Y se alejó de él hacia las escaleras. Cecilio, como un pasmarote, no pudo soltar ni una sola palabra. Aquello era una pesadilla. Temeroso, abrió la puerta de la habitación. Encontró a Amalia con un albornoz puesto y sostenía una fregona para limpiar el charco. Vio las bragas y el jersey en el suelo, empapados. Ella parecía recién salida de la ducha. Un hedor insoportable se extendía por toda la habitación.

- Esto no lo podemos permitir – le dijo él con la voz temblorosa.

Amalia se puso a fregar el charco.

¿No lo podemos permitir? Lo has permitido. En tus mismas narices. Ya nada es lo mismo, Cecilio. Será mejor que te vayas, tienes trabajo en el mar. No te preocupes por mí, sabré arreglármelas…

El calvario para Amalia proseguiría con la ausencia de su marido, como proseguiría el infierno psicológico de Cecilio, abrasado por los celos y la desesperación. A partir de ese momento, Amalia sería víctima de la lujuria incestuosa de su familia, de manera indefinida, para siempre. Ella era el objeto sexual de sus hijos y ahora el deseo de su cuñado, un incesto que se había fraguado por una simple casualidad, la simple casualidad de que su hijo viera cómo Lorena le depilaba el chocho. Hay que tener cuidado con ciertas situaciones que parecen corrientes, como que una hija esteticista depile el coño a su madre, pero estas situaciones son imprevisibles si topan con mentes retorcidas como las de Tito y Lorena. Fin. Carmelo Negro.

Gracias.

Email y Messenger: joulnegro@hotmail.com Os espero para charlar.

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