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La historia de Ana, incesto y prostitución 3

en Dominación

La historia de Ana: incesto y prostitución III

Tamara se encontraba transpuesta tumbada en su cama cuando oyó a su hermano merodeando por la habitación. Eran las seis y media de la mañana y sabía que en breve comenzaría su turno. Encendió la luz de la mesita y se volvió boca arriba hacia él. Estaba desnudo, con el pene algo hinchado. Ambos hermanos se miraron con intensidad. Alberto la sujetó por los pies y muy despacio le abrió las piernas para poder arrodillarse en medio. El pene iba empinándose en cada segundo. Tamara le dejaba hacer. Con la misma lentitud, fue elevándole la camisola hasta descubrir su coñito. Entonces se echó encima de ella. Le metió el brazo derecho bajo la cabeza. Sus labios se rozaban. Sus alientos se encontraban. Sus ojos se miraban. Tamara percibió el erótico roce de la verga hasta que le fue embutiendo la polla en el chocho. Se mantuvo inmóvil unos segundos hasta que comenzó a follarla elevando y bajando el culo a un ritmo parsimonioso. Se jadeaba el uno al otro, a la vez, percibiendo el calor de los alientos. Tamara plantó las manos en el culo de su hermano hundiendo las uñas en las nalgas, pellizcándole cuando se la clavaba. Los labios se rozaban, aunque no llegaban a besarse. Poco a poco, Alberto aligeró la marcha bajando el culo con más contundencia. Su hermana no retiraba las manos de las nalgas y continuaban mirándose sin parpadear. Alberto cerró los ojos al frenar, concentrado en el derramamiento de leche dentro del coño de su hermana. Sabía que no había riesgos, que tomaba la píldora para no quedarse embarazada. Fue un derramamiento abundante, un buen chorro que fluyó hacia fuera a pesar de mantener aún la verga incrustada en el chocho. Tamara se removió, como si aún necesitara más, elevó la cadera y le pellizcó el culo con fuerza, como obligándole a follar. Pero cesó los movimientos y Alberto se incorporó quedando arrodillado entre las piernas de su hermana. Tenía la verga limpia y del coño vertían las babas blanquinosas de semen resbalando hacia el culo. Bajó de la cama, descolgó la ropa de la percha y abandonó la habitación. Tamara se masturbó, insatisfecha, se meneó el chocho esparciendo el semen que brotaba por toda la zona, chupándose los dedos después, saboreando aquella leche mezclada con sus flujos vaginales. Era una ninfómana y era consciente de ello, la morbosidad aportada por su tío Tadeo la habían sumido en una pervertida sumisión, la habían convertido en una auténtica cerda de una manera extrema y fugaz.

Tenía clases esa mañana y a las nueve en punto se presentó su novio a buscarla. Ya estaba vestida y estaba desayunando. Hubiese preferido no ir a clases, pero debía hacer un pequeño esfuerzo y seguir con su vida. Vestía un pantaloncito corto de color blanco y una camiseta ajustada de tirantes de color negro, con zapatos negros de medio tacón. Tras darle un besito en los labios, Marcos le dijo que estaba muy guapa y que la quería mucho. Se sentó a su lado y le acarició el brazo. Ella comía unos trozos de tostadas.

Mi amor, ayer vi como ese cerdo te obligaba a masajearle los pies. No tienes por qué hacerlo. No puede obligarte a una cosa así. Si hace falta hasta se le puede denunciar por abuso y le cae el pelo.

Tamara bajó la cabeza.

Tengo que hacerlo. Tú no tienes ni idea de cómo estamos. Si no fuera por él, no tendríamos techo para vivir. ¿Lo estás oyendo, Marcos? Techo para vivir. Haré lo que sea para sacar a mi padre de aquella pocilga. ¿Sabes qué? Me obliga a masturbarle.

Marcos empalideció ante la afirmación y tragó saliva con el pánico reflejado en los ojos.

¿Qué? ¿Masturbarle? Joder, mi amor, podemos denunciarle por abusos…

Mira, Marcos, no voy a denunciarle. No podemos. Te lo he dicho, aguantaré lo que haga falta por mi padre. Mi madre también está sufriendo mucho. Tú no sabes cuánto. Se mata a trabajar. Igual que mi hermano. Marcos, entenderé que quieras dejarme, que no lo comprendas, que no puedas seguir conmigo por esto…

Pero te está prostituyendo.

Lo sé, algún día lo pagará. Puedes irte si quieres, Marcos, lo entenderé.

No, yo te quiero, quiero ayudarte.

¿Sabes lo que tendrás que aguantar?

Lo haré porque te necesito.

Fue a despedirse de su madre, pero aún dormía y no quiso despertarla. Cuando ambos terminaban de bajar las escaleras en dirección al pasillo, su tío Tadeo les salió al paso. Vestía su albornoz viejo a medio abrochar y Tamara sabía que no llevaba ropa interior. A Marcos le tembló el pulso y se notó su nerviosismo ante la imponente presencia del tío de su novia.

Buenos días, Tadeo – le saludó Marcos, bastante acojonado por el agrio carácter de aquel hombre.

Tío Tadeo, me voy a clases.

Señaló a Marcos con el dedo.

Tú, espera un momento ahí en el sofá. Sobrina, sube conmigo…

Sujetó a Tamara del brazo tirando de ella y obligándola a subir de nuevo hacia arriba. Marcos, petrificado, retrocedió unos pasos hacia el sofá, aunque se detuvo, aterrorizado por la tremenda humillación que sufría su novia. Se pararon en el rellano y Tadeo se colocó de espaldas contra la pared, asomándose ligeramente hacia el interior de la casa.

Abre la puerta de tu madre, quiero ver cómo se desnuda…

Pero, tío…

Venga, hostias…

Tamara cruzó el recibidor y entró en el cuarto de su madre. Ana, con su picardías negro transparente, se hallaba sentada en el borde de la cama limándose las uñas. La saludó con unos buenos días y la besó para despedirse. Al salir dejó la puerta entreabierta lo suficiente para permitir que su tío se deleitara con la desnudez de su propia madre. Al salir de nuevo al rellano, le encontró con el albornoz desabrochado y abierto, pegado de espaldas a la pared y asomándose al interior de la casa, contemplando al fondo las transparencias del camisón de su cuñada.

Hazme una paja…

Tamara, situada ligeramente a su derecha, extendió el brazo derecho y comenzó a sacudirle el pollón de forma aligerada mientras él espiaba a su madre. Con la manita izquierda le sobó los huevos para complementar la masturbación. Ana se estaba desnudando, se había quitado el camisón y se había bajado las bragas para embadurnarse de crema. Tadeo respiraba fatigosamente mientras su sobrina le meneaba la polla y le sobaba los huevos. Marcos lo divisaba todo desde abajo. Observaba la elegancia y delicadeza de su novia junto a aquel mastodonte gordo y peludo. Observaba con qué soltura le agitaba una enorme polla de glande arponado y cómo le agarraba los huevos. Observaba cómo la bestia sudaba y cómo respiraba asomado al interior de la casa. No se atrevía a intervenir, su novia se lo había dejado muy claro. Si la amaba, debería aguantar aquellas vejaciones. Ana ya estaba medio vestida cuando la barriga de Tadeo comenzó a encogerse, señal de que pronto iba a eyacular. Entonces Tamara cambió de mano, sujetó ahora la verga con la mano izquierda sacudiéndola en horizontal y colocando la palma de la derecha bajo la punta para que se corriera en ella. Tadeo bufó y Tamara le apretó el glande derramando la leche viscosa sobre la palma. Fueron gruesos goterones que llenaron la palma colocada en forma de cazo, aunque consiguió que no se vertiera ninguna gota. Marcos vio a su novia dirigirse al baño con la mano llena de semen y a Tadeo abrochándose el albornoz, dispuesto a bajar. Prefirió no tener que soportar su talante y salió fuera de la casa. Tamara apareció diez minutos más tarde y en silencio se dirigieron juntos calle arriba. Acababa de ser testigo de cómo su novia le hacía una paja a otro hombre, tío carnal y mucho mayor que ella, obligada por las circunstancias.

Ana tuvo que ocuparse de las tareas domésticas en la planta de su cuñado Tadeo y tuvo que soportar sus miradas y comentarios obscenos. No le quitaba la vista de encima y se dirigía a ella con mal genio.

Plánchame esta puta camisa.

Y a plancharle la camisa. Estaba desprotegida con su marido en la cárcel. Mientras le hacía la cama, él deambulaba por la habitación fijándose en cómo meneaba el culo. Se fumó un cigarro mientras ella limpiaba la taza del water y el lavabo y tuvo que acatar sus exigencias sin rechistar. Sobre las once se arregló para su chulo. Debía acudir a la cita impuesta por Darío. Se puso un vestidito blanco muy ajustado, con base ligeramente por encima de las rodillas, con escote palabra de honor que resaltaba sus hombros y su cuello, de raso. Se había recogido el pelo y se había colgado un collar de perlas. Calzó unos tacones blancos y como prenda íntima un tanguita blanco de muselina.

Cuando un rato más tarde accedió al despacho de Darío le esperaba un hombre frente a la mesa de su abogado. Sus mejillas se sonrojaron. Era un tipo mayor, de unos sesenta y cinco años, con una melena canosa y unas barbas densas de color blanco, ataviado con traje, con toda la pinta de ser gente de dinero. Dio los buenos días con media sonrisa en la boca y Darío se levantó enseguida tendiéndole la mano y recibiéndola con dos besos en las mejillas.

Mira, Ana, el señor Bravo, un buen cliente nuestro.

Encantada – le saludó inclinándose para estamparle dos besos.

El señor Bravo tenía ganas de conocerte.

Bravo se levantó.

Eres muy guapa. ¿Cómo te llamas?

Ana.

Y estás casada.

Sí.

¿Me acompañas al lavabo? – le propuso el tipo.

Sí.

Se dirigieron a la puerta de acceso al lavabo. Ella le siguió, mientras que Darío volvió a ocupar su asiento para descolgar el teléfono. Accedieron al cuarto de baño, un habitáculo pequeño con un espejo redondo, un estrecho lavabo y una taza. Bravo encendió la bombilla tenue que lo iluminaba y enseguida se volvió hacia ella. Cerró la puerta y le acarició las mejillas con las ásperas yemas de los dedos. Después retrocedió, bajó la tapa y se sentó en la taza desabrochándose la camisa.

Acércate -. Ana dio unos pasos hasta detenerse junto a él. Tenía su gran cabezota a la altura de la cintura. El tipo le plantó sus manazas en la cara externa de los muslos y las fue deslizando hasta arriba elevando la falda del vestido y dejándola en bragas. A través de la muselina se transparentaba todo el vello del chocho y acercó la nariz para olerlo por encima de la gasa -. Qué coño más rico tienes -. Él mismo la giró para examinarle el culo. Llevaba una tira gruesa metida por la raja. Ana cerró los ojos al notar su aliento en las nalgas -. Inclínate -. Ana apoyó las palmas en las rodillas empinando el culo hacia la cabezota de Bravo. Enganchó los pulgares en las tiras laterales del tanga y se lo bajó hasta dejarlo enrollado unos centímetros por debajo de las ingles. Y acercó la nariz afilada a la raja para olerle el culo. Ana percibía el cosquilleo de la barba y de la respiración, le oía olfatear mientras se desabrochaba el pantalón y se lo abría hacia los lados mostrando un slip blanco -. Me gusta el culo de las putas.

Acercó la lengua y la deslizó por todo el fondo de la raja, pasando por encima del ano hasta la rabadilla. Le atizó tres o cuatro pasadas, comenzando en el chocho, pasando por encima del ano y hasta la cintura. Un paso lento, una humedad estimulante que provocó que ella lo meneara ligeramente.

Te gusta, ¿verdad, zorra? Te gusta que te chupe el culo.

Sí…

Ahora hundió toda la cara en la raja concentrándose en lamerle el ano, con parte de las barbas incrustadas dentro. Mantenía las manazas plantadas cada una en una nalga. Ana se percató de que Darío había entreabierto la puerta y se masturbaba observando cómo aquel viejo le chupaba el culo. Se miraron a los ojos. Era su puta y él era su chulo. El viejo le escupía y le esparcía la saliva con la lengua dejándole el ano bien mojado. Ella le meneaba el culo en la cara para realzar el erotismo. Después apartó la cabeza y se reclinó en la taza. Ana se dio la vuelta con el vestido subido y las bragas bajadas, ofreciendo su chocho. Ya se había bajado el pantalón y el slip hasta los tobillos y exhibía una polla gruesa, aunque bastante corta, de una piel oscura.

Bésame…

Ana se inclinó hacia él y comenzaron a morrearse. La barba le arañaba toda la boca. Sabía que Darío desde la puerta estaría deleitándose con su culo. Bajó el brazo derecho y le cogió la polla como si cogiera el mango de una sartén, empezando a machacársela mientras baboseaban. El viejo le metió ambas manos bajo el escote y le sacó las tetas, que se balancearon lacias hacia los lados. Poco a poco, Ana fue deslizando los labios por su cuello, besándole y machacándosela a la vez. El viejo ya acezaba. Debía hacerlo bien. Tenía la camisa abierta y continuó lamiéndole unos pectorales muy fofos, concentrándose en las tetillas, agachándose a medida que bajaba por la ligera barriga abombada de vello canoso. Quedó acuclillada al lado derecho de sus piernas y enseguida se curvó para hacerle una mamada manteniendo la verga en vertical. Sus tetas permanecían aplastadas contra el muslo mientras le chupeteaba el glande y el tronco, mojándolo por todos lados. El viejo encogía la barriga ante la mamada. A veces apartaba la cabeza y se la sacudía fuerte unos segundos, para luego volver a chupársela. Le dio dos o tres pasadas a los huevos con toda la lengua fuera, para subir de nuevo por el tallo hasta el glande.

Jodida puta, qué bien lo haces… Ufff… Te gusta mi polla, ¿verdad, guarra?

Sí…

Se afianzo en lamerla con energía moviendo velozmente la cabeza y provocándole alaridos de placer. Ya se encogía de forma más constante y cabeceaba como un loco. Ana apartó la cabeza, le dio tres fuertes tirones y la verga derramó leche muy viscosa hacia los lados. Sus tetas se deslizaban por aquel muslo con los movimientos del tórax. La escurrió bien vertiendo sobre el vello los últimos resquicios.

Uff… Qué mamada más buena…

Aún acuclillada, arrancó un trozo de papel higiénico y le limpió toda la zona. Le pasó el papel por los huevos y le secó todo el glande, luego lo tiró a la papelera y se incorporó, aún con el vestido subido, las bragas bajadas y las tetas por fuera del escote. Bravo se levantó subiéndose el slip y el pantalón, tapándose, dando por terminado el acto.

Gracias, guapa…

Salió del cuarto de baño y Ana pudo ver cómo le entregaba un manojo de billetes a su abogado. Cobraba por la mamada que ella le había hecho a su cliente. Retrocedió y se sentó en la taza arrancando otro trozo de papel higiénico. Estaba pasándoselo por el culo para secarse la saliva del viejo cuando irrumpió Darío con la verga y los huevos por fuera de la bragueta. Se la venía sacudiendo, con la mirada extasiada por el placer. Se detuvo frente a ella, con los genitales a la altura de la cabeza. La sujetó por la barbilla y le levantó la cabeza obligándola a mirarle.

Mírame… - jadeó -. Cómo me has puesto, puta, desde que te casaste con Melchor tenía ganas de follarte, te he deseado todos los días…

Se daba nerviosos tirones a la verga, apuntando hacia su cara, sin retirar la mano de la barbilla. Ana le miraba a los ojos, tal y como había ordenado, percibiendo diminutas salpicaduras de babilla procedente de la verga. Los huevos se mecían alocados ante las continuas sacudidas. Jadeó profundamente e instantes más tardes una lluvia de esperma le regó todo el rostro, numerosas gotas se repartieron por las mejillas y la boca, con alguna porción goteando sobre sus tetas. Tuvo que pasarse los dedos por un párpado para poder abrir el ojo. Aún la mantenía sujeta por la barbilla.

Lo has hecho muy bien. Tú y yo nos entendemos. Puedes irte, te avisaré si algún otro cliente quiere conocerte. Verás como tarde o temprano saldas la deuda que tienes conmigo y sacamos a Melchor de aquel infierno. Pobre hombre, tendrá mucho que agradecerte cuando le saques de allí.

La soltó y abandonó el cuarto de baño abrochándose los pantalones. Ana precisó de unos instantes para reflexionar sobre la humillación que se había adueñado de su vida, todo por el amor que sentía por su marido, todo por conseguir algún día su libertad. Aquel abogado se había convertido en el dueño de su vida, en el chulo que la prostituía, como se había convertido en la puta para los desahogos de su hijo y en la sirvienta de su cuñado. Tras limpiarse y prepararse, salió al despacho, pero su chulo ya se había marchado. Ahora debía ir a casa, cambiarse e ir a trabajar para seguir sobreviviendo.

Por suerte, la bestia no estaba en casa y subió tranquilamente a su planta. Se quitó el vestido blanco y se quedó únicamente con el tanga y los tacones. Se lavó la cara y los dientes y regresó a su cuarto para prepararse. En menos de una hora debía ir a trabajar. Alberto se detuvo en el rellano al ver a su madre de pie frente al espejo que había encima de la cómoda. Se cepillaba el pelo. Se fijó en su amplio y blando culo, con la gruesa tira del tanga metida por la raja. Los zapatos blancos le otorgaban erotismo y por el espejo vio reflejadas sus dos enormes tetas, en reposo. Qué polvo tenía. Cuánto le gustaba follar con ella. Seguramente venía de prostituirse, tal y como le había ordenado Darío, el hombre que movía los hilos de su vida. Soltó la mochila e irrumpió en el cuarto acercándose a ella. Ana le vio venir a través del espejo y continuó cepillándose.

Buenos días, hijo.

Se pegó a ella abrazándola, estampándole un beso en la mejilla, adhiriendo el bulto de los genitales a las nalgas.

¿Estás bien?

Sí.

¿Cómo te ha ido con ese cabrón?

Ya sabes lo que está haciendo conmigo…

Alberto deslizó las palmas por su vientre hasta abordar ambas tetas, acariciándolas mediante ligeros achuchones.

Chsss… Sé lo que haces, y eres una mujer valiente. Eres puta, y no pasa nada, todo es por papá.

No es buen momento, Alberto…

Ambas manos descendieron de nuevo por el vientre hasta adentrarse por dentro del tanga para invadir su jugoso chocho. Ante el tacto, Ana se removió hasta advertir la dureza del pene en su trasero. Su hijo le abrió el coño con ambas manos separándole los labios vaginales y ella jadeó con los ojos desorbitados, sujetándole las muñecas para evitar la mezcla de dolor y placer, volviéndose a remover sobre los genitales. Manteniéndole el chocho abierto, la besuqueó por el cuello. Ambos se miraban en el espejo. Le metió dos dedos de la mano derecha en el chocho, el corazón y el anular, hundiéndolos con suavidad y provocando que cabeceara sobre su hombro. Con la mano izquierda y trabajosamente, se desabrochó el pantalón y junto con el slip se los fue bajando a tirones. Acto seguido, sujetó el tanga por la tira lateral y lo bajó hasta pegar la polla al culo de su madre. De nuevo la mano izquierda regresó al chocho y entre ambas manos volvieron a abrírselo. Ana no paraba de agitar todo su cuerpo, con su mirada ardiente y desorbitada. La mano izquierda subió hasta la base de los pechos y con la derecha se agarró la verga. Flexionó un poco las piernas y apuntó hacia el coño. Sólo tuvo que encoger el culo para clavársela con facilidad. A su madre se le escapó un chillo de placer. Ambos, de pie a unos centímetros de la cómoda, comenzaron a removerse. Alberto la tenía rodeada por la cintura para mantenerla pegada a su cuerpo y se meneaba sobre el culo para follarla. Las tetas se mecían sobre los antebrazos. Su madre no paraba de agitar la cabeza para contener el placer ante el abordamiento de la verga. Era una postura incómoda, pero Alberto contrajo velozmente el culo y terminó llenándole el chocho de nata. Se detuvo con la verga aún dentro, acariciándola por el vientre y las tetas, besándola por la nuca y las orejas, ambos removiéndose. Con la polla incrustada en el coño, dieron unos pasitos hasta la cómoda, entonces Ana se curvó hacia delante hasta poyar la frente en la superficie y las palmas de las manos a ambos lados de la cara. Y de nuevo, su hijo se puso a follarla, esta vez de manera más enérgica, sujetándola por las caderas y atizándole golpes en el culo con la pelvis, invadiéndole el chocho con severidad. La frente se deslizaba por la superficie de la cómoda ante la fuerza de las embestidas y gemía ruidosamente sin poder contenerse. Alberto extrajo la polla de golpe y se acuclilló ante el culo de su madre abriéndole la raja con los pulgares. Cuánto había deseado chuparle el culo. Durante años había fantaseado con esa posibilidad y ahora lo tenía ante sí, a su disposición. Brotaba leche del chocho de la anterior corrida, tenía todo el vello impregnado. Un hilo espeso colgaba hacia abajo. La diminuta rajita del ano, de un tono rojizo, se contraía. Oía a su madre respirar más relajada. Se lanzó a lamerle todo el fondo de la raja, le pasó la lengua por el chocho, saboreando su propia leche, le mojó el ano con varias pasadas y la besó por las nalgas, descompuesto de excitación, llegando a lanzarle un escupitajo al agujero. Volvió a incorporarse, se agarró la verga y la dirigió a la punta al ano. Ana percibió el roce e hizo un ademán por incorporarse, pero su hijo le puso una mano en el cuello para mantenerle la cabeza pegada a la cómoda.

No, hijo, no, por favor, por ahí no…

Quiero darte por culo…

Sin soltarse la polla, empujó ensanchándole el ano. Ana fue abordada por un escalofrío doloroso y contrajo las nalgas, pero la polla avanzaba dilatando el agujero y provocándole diminutas fisuras en los esfínteres. Gritó con los ojos desorbitados, sin poder elevar la cabeza por la fuerza de su hijo y agitando los brazos, tirando con los objetos de la superficie. Quitó la mano de la polla y empujó hasta pegar los huevos al chocho. En segundos, el cuerpo de Ana se envolvió en sudor.

Alberto, me duele… Me duele mucho… Me haces daño…

Grita, perra.

Alberto se echó sobre su espalda pegando los labios a su nuca y comenzó a menearse follándola analmente, provocándole gritos de dolor. La verga salía un par de centímetros y volvía a hundirse. Las tetas colgantes se balanceaban locas en el aire, a veces chocando contra el canto de la cómoda. Ana pasó de los chillos a acezar profundamente, hasta que sus piernas temblaron y un chorro disperso de orín fluyó de su coño. Le había dado tal caña que había conseguido que se meara. Alberto notó los salpicones por las piernas y aceleró la marcha de los meneos, aún más excitado, ya antes había conseguido que su hermana se meara por el estimulante placer. Tardó escasamente un minuto en inyectarle un flujo de semen en el culo, cuando aún un débil chorro caía del chocho. Nada más sacar la verga, manó leche del ano, un grueso goterón que se derramó hacia el coño. Alberto se retiró unos pasos y ella se incorporó mirando el charco de orín y palpándose el culo dolorido.

Maldita sea, Alberto, te has vuelto loco, me has hecho mucho daño.

Lo siento.

¿Lo sientes? – le preguntó subiéndose las bragas -. Soy tu madre, no puedes tratarme así. Sal de la habitación, por favor.

Alberto se subió los pantalones y abandonó el cuarto tras haber violado a su madre por el culo. Ana tuvo que sentarse, con dolor en las caderas y en el ano, llevándose las manos a la cabeza. La avaricia de Melchor cuando aceptó aquel trato había destrozado sus vidas, la había convertido en una prostituta, en una muñeca para su hijo. Se le cayeron unas lágrimas, desanimada por lo que le estaba tocando vivir. Pero tenía que irse a trabajar, necesitaban dinero, mucho dinero.

Tamara regresó de la universidad en torno a las cinco de la tarde. Su tío Tadeo se encontraba ausente y en la planta de arriba no había nadie. Pensó en Marcos, su novio, y en lo mal que lo estaba pasando al creer que su tío la obligaba a mantener relaciones sexuales, cuando en verdad ella había tomado la iniciativa al verse abordada por una oleada de ninfomanía inaudita, una ninfomanía fugaz e incontrolable que dominaba sus impulsos, que la había arrastrado a un estado lujurioso donde había llegado a joder con su propio hermano. Marcos debía amarla mucho para soportar una situación así, sin embargo a ella le causaba placer verle sufrir, instigarle con los celos. Todo se debía al entorno fatídico en el que se habían sumergido sus vidas desde la encarcelación de su padre en Marruecos, desde que sus vidas pasaron a depender del genio de su tío y de la gran cantidad de dinero que se precisaba para la defensa de su padre en un país extranjero. Tras una ducha de agua fría, se puso cómoda con unas mayas ajustadas de color lila que definían las curvas de su trasero y caderas y una camiseta de tirantes igual de ajustada, dejando el relieve de sus pechos picudos. Y se acomodó en el sofá a repasar los apuntes, debía estudiar al máximo para el próximo examen si quería sacar la carrera de enfermería adelante.

Alberto regresó de dar un paseo sobre las ocho de la tarde. No se arrepentía en absoluto de haber violado analmente a su madre, al contrario, chuparle el culo y penetrarla le había proporcionado un placer insuperable. Recordó el primer día en el despacho de Darío, el día que prostituyó a su madre, el día que la folló mientras él observaba. Tuvo suerte, estuvo en el lugar y en la hora ideal, gracias a esa circunstancia pudo llevar a la realidad sus fantasías. Al entrar en la casa vio a su tío Tadeo tambaleándose en mitad del pasillo. Llevaba unos pantalones azul marino e iba sin camisa. Tropezó con una silla y casi pierde el equilibrio. Estaba borracho. Alberto se acercó sujetándole del brazo.

Tío Tadeo, ¿estás bien? ¿te ayudo?

Le miro con ojos enrojecidos, síntomas de su enorme borrachera.

Dile a tu hermana que baje a hacerme la puta cena, tengo hambre.

Vale, vale, ahora mismo se lo digo.

Vio que se dirigía a la cocina, abría el frigorífico para sacar una botella de vino y se sentaba ante la mesa. Alberto subió arriba y encontró a Tamara estirada en el sofá, con los apuntes abiertos.

Hola, Alberto.

Quiere que bajes a prepararle la cena.

Soltó la libreta y se levantó.

Tendré que ir antes que se mosqueé…

Ten cuidado, está borracho, muy borracho.

Tamara bajó las escaleras, cruzó el salón y se adentró en la cocina dirigiéndose a la encimera. Tadeo se hallaba sentado bebiendo vino sin parar.

Buenas noches, tío. ¿Qué te apetece cenar? – le preguntó volviéndose hacia él.

¿Qué te dije yo a ti, zorra de mierda?

La chica empalideció ante el severo tono de su voz.

No sé.

Con falda, te dije que aquí te presentaras con falda, me cago en la madre que parió.

Lo siento, tío… Yo… He bajado enseguida y por eso, bueno, no me ha dado tiempo a cambiarme.

¡Jodida puta!

Tadeo se levantó acercándose a ella. Tamara creyó que iba a pegarle, pero la cogió en peso con ambos brazos, metiéndole el robusto brazo derecho entre las piernas, aplastándole todo el coño con el antebrazo. La tumbó bocabajo encima de la mesa, manejándola con rudeza y severidad. La mesa era estrecha y la cabeza y los brazos de Tamara quedaron por fuera del otro canto. Con bestialidad le bajó a tirones las mayas y las bragas, a la vez, aunque las bragas se quedaron enrolladas a mitad de recorrido, a la altura de las rodillas. Las abombadas nalgas de su culo vibraban ante los rudos movimientos. Le sacó las mayas por los pies y acto seguido dio fuertes tirones a las bragas hasta romperlas. La dejó con el culo al aire, desnuda de cintura para abajo.

¡Puta asquerosa! – profirió obligándola a dar la vuelta en la superficie, dejándola tendida boca arriba -. Verás como aprendes…

Su fuerte genio se había descontrolado y junto con la borrachera estaba fuera de sí. Tamara se dejaba hacer y le miraba atemorizada. Le tiró fuerte del escote hacia abajo rasgándole la camiseta por la mitad y dejándosela abierta como una camisa desabrochada. Aparecieron sus dos tetitas picudas a las que les atizó un par de palmadas provocando sus quejidos. La empujó hacia él, hacia el borde, separándole las piernas que ella había flexionado, y nervioso se puso a desabrocharse el pantalón. Una vez con el pollón al aire, se dio una serie rápida de sacudidas y lo acercó al pequeño coñito embistiéndola secamente. Tamara gimió con la cabeza erguida al sentir la enorme dilatación en el chocho y la punzada en su interior. Los chorreones de sudor le resbalaban por la panza y las sienes. La follaba con rabia, apretando los dientes y asestándole golpes secos, sujetándola por las rodillas para atraerla hacia él. Todo su cuerpo convulsionaba al clavársela, hasta sus tetitas endurecidas se movían como si fueran un pastel de gelatina. Ella gemía con los brazos extendidos a los lados para aferrarse a los cantos de la mesa mientras su tío le destrozaba el chocho. Dejó caer la cabeza hacia atrás y la dejó colgando hacia abajo por fuera de la mesa. Así vio la imagen de su hermano al revés, asomado desde la otra punta del salón, masturbándose con la escena, masturbándose con la humillación que ella sufría.

¡Mírame, puta! – le gritó su tío.

Sí, sí… Perdona.

De nuevo elevó la cabeza para mirar cómo la follaba. Fue acelerando la marcha de las embestidas hasta que percibió el fuerte escupitajo de leche en el interior de su chocho, aún así no paró hasta pasados unos segundos. Luego dio un paso hacia atrás y se inclinó para subirse los pantalones. Ella se incorporó y se apeó de la mesa. Estaba desnuda, con el chocho impregnado de semen y muy dilatado, sólo con la camiseta rasgada por la mitad, por lo que sus empitonados pezones asomaban junto a la tela.

Ponme la puta cena…

Tuvo que servirle la cena desnuda, yendo de allá para acá, permitiendo que su tío se fijase en los contoneos del culo, en su coño y en sus tetas vibrando con cada movimiento. A veces se ganaba una palmada en las nalgas cuando se acercaba a llenarle el vaso. Tamara cruzaba continuas miradas con Alberto, al que veía con la mano dentro del slip. Tadeo cada vez estaba peor, tambaleándose en la misma silla. Casi había apurado toda la botella. A Tamara le excitaba ser dominada por un macho como su tío, tan severo y tan maduro, con su asqueroso trato conseguía que se corriera a pesar de los abusos y humillaciones. Era una ninfómana y era su puta, y tal hecho la ponía a cien. Reposaba la comida con los ojos cerrados, medio mareado.

Dame un masaje – le ordenó su tío.

Tamara se colocó tras él y empezó a masajearle los hombros. Tenía la piel sudorosa y grasienta. Los pezones rozaban su espalda. Ella buscaba la mirada de su hermano, aún oculto en la otra punta del salón. Sólo con tocarle, su vagina volvía a chorrear flujos. Se tiró masajeándole más de un cuarto de hora. Tadeo emitió un ronquido.

Tío, será mejor que te lleve a la cama – le cogió del brazo para ayudarle a levantarse -. Estarás mejor, necesitas un descanso.

Llévame antes a mear.

Consiguió levantarlo y él le echó el brazo por los hombros para no perder el equilibrio. Con todo el peso de aquel mastodonte, salieron de la cocina y se dirigieron hacia el cuarto de baño. Le colocó de pie junto a la taza y ella se ocupó de desabrocharle el pantalón y bajárselo junto con el slip, dejándolo completamente desnudo. Le agarró la verga floja y apuntó hacia el interior de la taza. En unos segundos salió el chorro de orín. Había llegado a punto en el que tenía que sujetarle la polla a su tío para que meara.

No vuelvas a venir sin falda – la advirtió su tío.

No te preocupes, no volveré a hacerlo.

Si yo te digo que me beses el culo, me lo besas. ¿Entendido?

Sí, lo que tú me digas.

Eres mía. Quiero oírtelo decir.

Soy tuya, tío.

No quiero que folles con ese maricón.

No lo haré, tío.

¿Quieres besarme el culo? – le preguntó mirándola.

Sí, quiero besarte el culo.

Bésame el culo, puerca.

Le soltó la verga y se arrodilló tras él. Tenía un culo abombado de nalgas blancas y peludas, con una raja profunda y vellosa. Sus grandiosos huevos le colgaban desde las piernas y un hedor a heces invadió su nariz. Tadeo se inclinó apoyando la mano izquierda en la superficie de la cisterna y utilizó la derecha para masturbarse. Tamara vio que los huevos se movían, miró hacia la puerta, vio que su hermano se meneaba la polla con la escena. Decidida, hundió la cara en el culo de su tío para chuparle el ano, con sus manitas plantadas en aquellas nalgas grasientas y granuladas. Olisqueaba como una perra moviendo la cabeza, tratando de rehumedecerle aquel ano sudoroso rodeado de vellosidad, deslizando sus palmitas por toda la superficie de las nalgas. Oía los gozosos tirones de verga y la acezosa respiración de su tío. A veces los huevos le golpeaban en la barbilla. Apestaba y hubo un momento que retiró la cabeza para vomitar unas babas sobre sus tetas, pero enseguida pegó los labios a una de sus nalgas estampándoles fuertes besos. Mientras le rozaba el culo con los labios, introdujo su manita derecha entre las robustas piernas para sobarle los huevos, masaje que provocó ruidosos jadeos en su tío.

¡Uoooooooo!

Contrajo el culo y a través de sus piernas pudo ver cómo vertía goterones de semen en el interior de la taza. Durante la eyaculación, ella no paró de besarle y acariciarle las nalgas. Luego se levantó y él se irguió ya con la mirada muy decaída por la tremenda borrachera.

Me voy a acostar.

¿Te ayudo?

No, puedes largarte.

Salió a trompicones del lavabo y se dirigió en medio de tambaleos hasta tirarse encima de la cama. En sólo unos segundos se puso a roncar como un cerdo. Tamara, ardiente como una perra en celo, se sentó en la taza, separó las piernas y se puso a masturbarse reclinada sobre la cisterna. Su hermano Alberto irrumpió sacudiéndose la polla. Se colocó frente a ella, de pie. Ambos hermanos se masturbaban mirándose a los ojos, Alberto dándose fuertes y apretados tirones y ella hurgándose enérgicamente en el chocho con ambas manos. La lujuria más perversa había invadido la mente de los dos hermanos. La polla de Alberto comenzó a salpicar leche espesa sobre el rostro de su hermana, numerosos goterones que le mancharon mejillas, frente y cabello, con algunas gotitas repartiéndose por sus tetas. Ella cerró las piernas atrapando sus manos en el chocho, síntoma de que se estaba corriendo. Suspiraron a la vez. Tamara extendió el brazo, tiró de una toalla y se la pasó por la cara y las tetas para secarse. Alberto enfundó su verga bajo el slip.

Nos hemos vuelto locos, hermanito.

Somos unos pervertidos.

No sé qué va a pasar, pero esto no es bueno, se nos ha ido la cabeza, no sé qué nos pasa -. Tamara se levantó retirando la camiseta rota y quedándose completamente desnuda -. Será mejor que nos vayamos, antes de que venga mamá.

Alberto asintió y, agarrados de la mano, se dirigieron hacia la planta de arriba. El incesto estaba ya bien asentado en el seno de la familia.

Tamara se despertó temprano. Su hermano dormía en la cama de al lado cubierto sólo por un slip blanco. Debía ir a clase, pero su lujuria interna la empujó a bajar a la planta de su tío. Estaba caliente como una perra en celo y precisaba de una experiencia para serenar sus impulsos. Bajó ataviada con erotismo, para incitarle, con un camisón corto satinado de un tono azul oscuro, con amplias aberturas laterales, escote redondeado y sin bragas, complementando la sensualidad con unos tacones negros. No le encontró ni por el salón ni por la cocina, así es que irrumpió en su cuarto y le encontró tumbado boca arriba en un lado de la cama, desnudo, tal y como ella le acostó la noche anterior. Estaba despierto y echaba un cigarro, con la cabeza erguida y apoyada en el cabecero de la cama. Tenía el pene lacio echado a un lado.

Buenos días, tío – le saludó acercándose al borde, deteniéndose a la altura de su cintura.

Vienes muy guapa, así me gusta.

Gracias.

¿Llevas bragas?

No.

Enséñame el coño -. Tamara se elevó el camisón hasta descubrir su coñito. Su tío resopló ante la visión y su verga palpitó -. ¿De quién es ese coño?

Tuyo.

¿Quieres hacerme una paja?

Lo que tú quieras.

Hazme una paja.

Se giró hacia su monstruoso cuerpo. La tela de satén volvió a taparla. Se hallaba de pie a la altura de su impresionante barriga blanca y peluda. Se inclinó ligeramente y le rodeó la verga con las dos manos. Ni siquiera abarcaban todo el tallo, a pesar de que aún la tenía algo floja. Se la empezó a machacar con ambas manos hasta que con el paso de los segundos se la fue endureciendo. Tadeo aún fumaba relajado observando cómo su sobrina le pajeaba. Extendió el brazo derecho y lo metió bajo el camisón para acariciarle el culo con toda la manaza deslizándola por ambas nalgas. Se la meneaba despacio y de manera acariciante, proporcionándole un placer relajante.

Al mismo tiempo, en la planta de arriba, Alberto se despertó y desde su cama vio a su madre en el fondo de su cuarto colocándose un sostén de color rojo de encaje. También llevaba unas bragas a juego, pequeñas, muy apretadas en las carnes. La polla se le hinchó ante el morbo. Decidido, se levantó y caminó hacia su posición. Cuando Ana se volvió ya tenía a su hijo a escasos centímetros.

¿Qué haces aquí, Alberto? – se asustó dando un paso atrás, cruzando los brazos como para taparse el sostén -. Hijo, haz el favor de salir, tengo que irme a trabajar…

Estás muy guapa, mamá – le dijo acariciándola por las mejillas con los nudillos de los dedos.

Alberto, ya basta, ¿vale?

Alberto la sujetó por los hombros y le acercó la cara con la intención de besarla, pero ella abrió los brazos bruscamente para desembarazarse de él.

Vete fuera, Alberto…

Su hijo la agarró de los pelos y le tiró fuerte de la cabeza hacia atrás, obligándola a quejarse y mantenerse inmóvil. Le dio un tiró al sostén rompiendo el broche trasero y dejándola con las tetas al aire. Ambos pechos chocaron uno con el otro ante el brusco movimiento. Alberto le estrujó con severidad una de las tetas. Ana frunció el entrecejo ante el doloroso achuchón. Le pasó el pulgar por los labios.

Puta asquerosa – susurró -. Si papá supiese lo puta que eres no volvería a mirarte a la cara -. Le pasó la mano por todo el rostro hasta volver a sobarle las tetas -. Pero a mí me gusta que seas tan zorra…

¿Quieres follarme, cabrón? – le retó su madre -. Adelante, folla a tu madre, cabrón…

Manteniéndola agarrada de los pelos, la empujó contra la cómoda. Ella misma se curvó sobre la superficie de la cómoda, apoyando los codos en ella y manteniendo la cabeza erguida, con las tetas presionadas, con la mirada perdida en el espejo, donde veía reflejados el trato rudo de su hijo. Le bajó las bragas de un tirón y le hundió la polla en la raja del culo. Ana apretó los dientes y cerró fuerte los ojos al notar el desgarrador avance de la polla por el ano. Percibió los huevos en los bajos de las nalgas, señal de que se la había metido entera. Bufó ante la lacerante penetración y apretó los puños. Su hijo comenzó a follarla ensanchándole el culo bruscamente, extrayendo media verga y pinchándola con ligereza, manoseándole la espalda mientras la penetraba.

En la planta baja, Marcos había llegado para recoger a su novia. Quitó la cancela de la puerta y recorrió el pasillo abrigado por un escalofriante temor. Entre aquellas paredes su novia estaba siendo sometida por el pervertido de su tío y él carecía de valor para denunciarlo. Nada más atravesar el salón oyó la acezosa respiración de Tadeo y frenó en seco mirando a su alrededor. Un resplandor de luz escapaba de la habitación de la bestia. Inmerso en la temeridad, avanzó a paso lento hasta descubrir la escena. Su novia le hacía una buena paja mientras él le pasaba la mano por el culo. Como un cerdo, su barriga se movía ante la dosis de placer. Acezaba con la cabeza pegada al cabecero, con los ojos cerrados y la boca muy abierta. Destacaba el cuerpo lindo de su novia con el aspecto seboso de su tío. Tamara, curvada hacia él, le machacaba la enorme verga con la izquierda y le sobaba los huevos con la derecha, los oprimía con la palma zarandeándolos hacia los lados. Marcos observaba el relieve de la mano de Tadeo bajo el camisón acariciándole el culo. Tamara se percató de la presencia de su novio junto a la puerta y le lanzó una mirada, sin detener los fuertes meneos a la verga, sin detener las caricias a los huevos, aunque disminuyó el ritmo.

Dame más fuerte, coño – protestó su tío.

Tamara reanudó la velocidad concentrándose en mirar la polla. Tadeo ya comenzaba a encogerse fruto de la avalancha de gusto. Marcos presenció el abundante derramamiento de semen sobre las manitas de su novia, un semen espeso y amarillento que resbaló por los finos nudillos. Fluyó por la punta de la polla hacia los lados, y ella no dejó de machacársela hasta que dejó de brotar. Marcos se retiró en el momento en que le limpiaba la verga con la palma de la mano y la depositaba sobre la barriga para pasarle un trozo de sábana por los huevos, para secarle algunas pequeñas salpicaduras. Salió de nuevo a la calle, horrorizado ante la escena presenciada, azotado por los celos y la rabia, una mezcla letal que le hizo vomitar junto a un árbol. Una señora quiso ayudarle, pero se marchó de allí con el alma hecha trizas.

En la habitación de Ana, su hijo le rompía el culo a una velocidad estrepitosa. La agarraba por las caderas y le asestaba fuertes golpes a las nalgas con la pelvis. Los chasquidos retumbaban en toda la habitación. Ana se mantenía con las tetas aplastadas en la superficie, con la cabeza erguida, ya emitiendo débiles jadeos ahogados. Alberto se echó sobre su espalda, percibió su aliento por la nuca, y se meneó sobre el culo de su madre con la verga dentro. Pocos segundos más tarde, Ana advirtió el chorro de leche rellenándole el culo, un chorro intenso de leche muy líquida. Alberto recuperó las fuerzas sobre la espalda de su madre, hasta que se incorporó y retiró muy lentamente la polla del ano. Enseguida relució la blancura del semen al brotar del agujero y resbalar hacia el chocho. Ana también se incorporó, se subió las bragas y se mantuvo de espaldas a su hijo, con las palmas en la superficie de la cómoda.

¿Puedes dejarme sola?

Me voy a trabajar.

Percibió un beso de su hijo en el cabello y luego le oyó salir de la habitación y encerrarse en el cuarto de baño. Tamara se asomó unos minutos después y Ana miró a su hija por encima del hombro.

¿Estás bien, mamá?

Sí, estoy bien, no te preocupes. ¿Vas a clase?

No, me quedaré a repasar. ¿Y tú? ¿Vas a trabajar?

Hoy no, no me encuentro muy bien.

De acuerdo.

Ana telefoneó al edificio donde debía limpiar esa mañana y les mintió diciéndole que estaba enferma y que no iba a poder ir. Se ocupó de las tareas domésticas en la planta de Tadeo, aunque por suerte le pilló ausente y no tuvo que soportar sus groserías y malos modos. Tuvo tiempo de reflexionar sobre lo que estaba sucediendo, en el tipo de mujer en el que se había convertido. Su hijo llevaba razón. Era una puta asquerosa. Durante los últimos días su cabeza no paraba de dar vueltas. Mientras su marido se pudría en una cárcel, ella se prostituía para conseguir dinero. Alberto la follaba una y otra vez, era un chico raro y solitario que se desahogaba con ella. Jamás había estado con una chica.

Se puso cómoda con unas braguitas blancas y una bata de satén también de color blanco. Encontró a su hija sentada en el sofá repasando los apuntes. Tenía puesto el camisón azul de aberturas laterales. Se puso a limpiar el polvo de las estanterías cuando de repente apareció Darío ataviado de traje, impresionado de pillarlas vestidas de aquella manera. Ana se giró hacia él nerviosa, presenciando la mirada lasciva que le lanzaba a su hija. Tamara se sonrojó ante la presencia del abogado. La había pillado in fraganti con aquel camisón tan erótico. Tenía las piernas cruzadas y por la amplia abertura lateral se entreveía que no llevaba bragas porque el pico de la abertura llegaba hasta la cintura y le dejaba todo el muslo a la vista.

Buenos días a las dos.

Buenos días, Darío – le saludó Tamara.

Hola, Darío.

Qué guapa estáis las dos – les dijo acercándose a Tamara.

Gracias – le agradeció ella.

Acarició a Tamara bajo la barbilla, como si fuera una niña buena.

Eres una chica muy guapa. Levántate, quiero verte.

Darío, por favor – intervino Ana dando unos pasos hacia él.

Chssss… Tamara puede ayudarte, Ana, es muy guapa, seguro que comprenderá lo mucho que estás haciendo por tu familia. Levántate, preciosa. Quiero verte bien.

Tamara, aún con la mano del abogado, bajo la barbilla, se levantó. Ana ya se encontraba junto a ellos.

Por favor, te lo pido, Dario, mi hija no, por favor, haré lo que me pidas.

¡Cállate, zorra! – le gritó enfurecido -. ¿Quieres que te recuerde cuánto dinero me debes? ¿Quieres dejar a tu marido en esa cárcel para el resto de su vida? Una monada como ésta puede solucionarnos muchos problemas.

Darío, te lo ruego… - insistió Ana.

No pasa nada, mamá – intentó tranquilizarla Tamara.

Ante los ojos de Tamara, Darío se desabrochó el cinturón del pantalón y se bajó la bragueta. Sus miradas permanecían enfrentadas.

Pórtate bien conmigo y todo seguirá bien – advirtió a Tamara al bajarse la delantera del slip y exhibir su polla erecta -. Eres muy bonita -. Le bajó un poco el escote y liberó una de sus tetas -. Date la vuelta y arrodíllate en el sofá.

No, Darío… - suplicó de nuevo Ana.

Pero su hija, obedientemente, se giró hacia el sofá y se arrodilló echando el tórax sobre el respaldo, con las tetitas aplastadas contra los cojines y la cabeza por fuera de la parte de arriba del respaldo. Ella misma echó los brazos hacia atrás y se elevó el camisón ofreciendo su abombado culo y su sabrosa rajita en los bajos. Darío quiso observarlo unos segundos. Acto seguido, terminó de bajarse los pantalones y el slip hasta los tobillos y se acercó al jugoso culo de Tamara pichándole el chocho de un golpe seco, dirigiendo la verga a la entrepierna y contrayéndose en cuanto la punta rozó la vulva. Tamara soltó un bufido manteniendo la mirada al frente y poco a poco el abogado fue aligerando la marcha asestándole fuertes penetraciones, magreándole las nalgas y la espalda al mismo tiempo. Ana observa boquiabierta cómo su chulo prostituía a su hija ante sus ojos y ella no hacía nada por evitarlo por miedo a su reacción. El abogado se la clavaba con nerviosidad, como si no se creyera el polvo que le echaba a la joven. Tamara emitía jadeos secos ante las severas punzadas, mirando al frente, sin volver la cabeza en ningún momento. Ana asistía al acto de manera impasible. Observaba cómo vibraban las nalgas de su hija ante las embestidas.

Chúpame el culo mientras me follo a tu hija -. Ana permaneció inmóvil -. Vamos, zorra, que no tenga que repetirlo…

Acató la orden y se arrodilló ante el culo de nalgas blancas de su abogado. Lo movía ágilmente de atrás hacia delante para bombear el chocho de su hija. Le abrió la raja y descubrió su agujero arrugado y negro, y enseguida acercó la boca extendiendo la lengua para lamerlo. A veces Darío se detenía con la verga dentro para gozar del cosquilleo. Sentada sobre sus talones, olisqueaba en aquel culo con la cara hundida en la raja, empapándose del mal olor y saboreando aquella zona áspera. La verga resbaló y salió del chocho. Darío se ladeó y Ana, arrodillada ante él, le lanzó una mirada suplicante. Darío la acarició bajo la barbilla.

Prueba el coño de tu hija.

Por favor, Darío, ella no…

¡Pruébalo, jodida puta!

Se curvó para agarrarla de los pelos y estamparle la cara contra el culo abombado de su hija. Le apretó la cabeza contra la raja y no tuvo más remedio que lamer el coñito húmedo, impregnarse los labios de la babilla que brotaba de entre los labios vaginales. Tamara percibió unos tímidos lengüetazos. Darío la soltó y ella continuó comiéndose el chocho de Tamara, con la cara inmersa bajo las nalgas. El abogado se sentó al lado de Tamara, la sujetó por la cabeza y la obligó a morrearle. Ella le correspondía metiéndole la lengua en la boca y deslizando su manita por todo el tórax, por encima de la camisa, percibiendo la blandura de la lengua de su madre en el chocho. Ana apartó la cabeza del culo de su hija y les vio morreándose, con su hija arrodillada hacia él encima del sofá. En una de las pausas, Darío la miró con rabia.

Chúpame la polla.

Obedeció sin rechistar. Dio unos pasos de rodillas hasta meterse entre sus muslos y directamente fue a devorar el pollón duro de su abogado. Notó que le ponía la mano derecha encima de la cabeza para obligarla a mamar mientras utilizaba la izquierda para hurgar en el coño de su hija. En esa postura aguantaron algunos minutos, hasta que Darío le apartó la cabeza y se levantó sacudiéndosela él mismo.

Joder, voy a reventar, levanta -. Le ordenó a Ana, que enseguida acató la orden colocándose a su lado y encargándose de machacarle la verga -. Tú, reina, date la vuelta y siéntate.

Tamara se giró y se sentó frente a ellos en el borde del sofá, con la cabeza a la altura de la cintura de Darío. Contemplaba cómo su madre le sacudía la polla velozmente con la punta dirigida hacia ella. Los huevos se balanceaban alocados. Ana acariciaba a la vez el culo de Darío, con la mano izquierda, cómo esforzándose en hacerlo bien.

Ufff… Uff… Ahhhh… Ahhhh…

Darío frunció el entrecejo y Ana frenó los meneos de la verga cuando un grueso chorro de leche muy líquida y amarillenta se estrelló contra la cara de su hija y goteó inmediatamente hacia el camisón y el interior del escote. Un segundo chorro más largo le empapó la cara completamente y un tercero le salpicó todo el cabello. Fue un derramamiento de semen abundante, como si le hubiera echado un cubo de pintura blanca sobre la cara. Darío no paró de bufar mientras duró la eyaculación. Tras las últimas gotas, Ana soltó la verga y Tamara se pasó ambas manos por encima de los ojos para poder recuperar la visión. Gruesos hilos de semen le resbalaban por la cara y le manchaban el camisón. Darío se subió el pantalón y se lo abrochó colocándose la camisa.

Muy bien, chicas, os avisaré, seguro que hay gente interesada en conoceros.

Satisfecho, les lanzó una mirada amenazante y desapareció de la sala. Ana se arrodilló ante su hija y depositó las manos en sus rodillas. Tamara se pasaba un pañuelo por la cara para secarse.

Lo siento, hija, ese cerdo abusa de mí por el dinero que le debemos.

No pasa nada, mamá. Quiero ayudarte.

Pero tú no tienes que pasar por esto.

Mamá. Saldremos adelante. No te preocupes por mí.

Y se fundieron en un entrañable abrazo.

Cuando llegó Alberto a última hora de la tarde, no encontró a su tío en la planta de abajo y todas las estancias estaban a oscuras, pero a medida que subía las escaleras se fueron afianzando en sus oídos el sonido de gemidos y chasquidos provenientes de la primera planta. Se detuvo en el rellano y se fijó que la puerta de la habitación de su madre se encontraba entreabierta y había luz encendida. De allí procedían los numerosos jadeos. Con sumo cuidado, dio unos pasos inclinándose para asomarse. Su madre y su hermana, ambas desnudas, se hallaban en la cama con la postura de la tijera, las piernas enlazadas y sus chochos pegados uno con el otro, refregándose con erotismo mientras estaban extendidas hacia atrás y se magreaban ellas mismas sus respectivos pechos. Alrededor de la cama, sentados en sillas, Darío, masturbándose con la escena lésbica que representaban madre e hija, y enfrente un tipo de unos sesenta años desnudo de cintura para abajo, igualmente sacudiéndose su pollita vieja. Madre e hija meneaban sus tórax para que los coños se rozaran con intensidad. Ana miraba a Darío y Tamara hacia el viejo, ambas paseando las manos por las tetas. Servían de espectáculos para aquellos dos pervertidos. Alberto dejó de mirar y deambuló unos minutos por el rellano con la mano dentro del calzoncillo. El abogado ya prostituía también a su hermana. El poder que ejercía sobre las dos le excitaba, a sabiendas de que sabía que se estaba convirtiendo en un monstruo al permitir aquella lujuria tan perversa. Los jadeos de Tamara se intensificaron y entonces volvió a asomarse. Darío se la follaba con ganas agarrándola por el culo y moviéndola sobre su polla, chupándole a la vez sus tetitas, ambos sentados en la silla, frente a frente, con ella cabalgando sobre él. Observaba cómo el culo subía y bajaba por el tronco de la verga hasta que las nalgas chocaban contra los muslos de las piernas. En el lado contrario, su madre, arrodillada ante el viejo, había atrapado la verga con las tetas y le hacía una paja con ellas. Su madre se las agarraba para dejar la verga en medio, deslizando sus pechos blandos por todo el tronco. Ana descubrió a su hijo y ambos se miraron a los ojos justo en el momento en que la polla del viejo vertía pequeñas porciones de leche sobre las tetas y ella detenía los movimientos del tórax. Casi a la vez, Darío había aligerado las bajadas del culo de Tamara hasta que se lo levantó para sacar la verga y estrellarle pequeños salpicones en el chocho, con la boca lamiendo una de sus picudas tetas. También Tamara vio a su hermano a través del reflejo de un cuadro e igualmente compartió una mirada con él. Alberto se retiró a su cuarto justo en el momento en que Tamara se apeaba de las piernas de Darío y su madre secaba la pollita del viejo con un clínex. Aguardó asomado hasta que cinco minutos más tarde vio salir a los dos hombres. El viejo le entregó a Darío varios billetes de cien euros. Se había convertido en el chulo de su madre y de su hermana, y no le importaba prostituirlas las veces que fuera necesario. Ambos bajaron las escaleras satisfechos del espectáculo incestuoso al que habían asistido. El muy cabrón se estaba forrando a costa de su madre, pero a él le excitaba tan bochornosa circunstancia.

Electrizado de placer, fue en slip hasta la habitación y encontró a ambas reclinadas sobre el cabecero, desnudas. Se fijó en un pegote de semen en el vello del coño de Tamara y en algunas salpicaduras en las tetas de su madre. Ambas reposaban de la intensa lujuria y clavaron sus miradas en él cuando se bajó el slip para exhibir su polla erecta. Ahora los tres se hallaban desnudos. Alberto entró a cuatro patas y caminó hasta detenerse entre las dos. Se tumbó boca arriba y su hermana se echó a su lado, con la cabeza en su hombro y el coño pegado a su muslo derecho. Su madre adoptó la misma postura, se echó sobre su costado, con una de las tetas reposando en sus pectorales, la mejilla en su otro hombro y su coño igualmente pegado a la otra pierna. Y juntas le hicieron una paja, Tamara sacudiéndole la polla y su madre sobándole los huevos. Y juntas lamieron el semen que se esparció por su vientre. Y un rato más tarde se folló a las dos, primero se subió encima de su hermana y le taladró el coño meneando el culo, y después penetró a su madre por el culo colocándola a cuatro patas, salpicando a ambas con la nueva rociada de nata viscosa. Al final terminaron dormidos, los tres abrazados, con Alberto en medio, protegiendo a las dos con sus brazos, habiendo cumplido el sueño que tuvo desde niño cuando en la alcoba oía gemir a su madre. Ana reflexionó sobre su historia, allí, echada junto a su hijo y su hija, tras haber mantenido relaciones sexuales con ellos, una historia de incesto y prostitución que no sabía dónde terminaría mientras su marido se pudría en la cárcel. A partir de aquel momento quedaban muchas cosas por pasar, pero eso sería otra historia. CONTINUARÁ LA CUARTA Y ÚLTIMA PARTE CON LA LLEGADA DE SU MARIDO. JOUL NEGRO.

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