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La historia de Ana, incesto y prostitución 2

en Dominación

La historia de Ana: incesto y prostitución II

Ese mediodía Ana tuvo que soportar las miradas de su cuñado Tadeo mientras le servía la comida. Se había convertido en su criada y todo por un techo barato. Apestaba a alcohol y siempre estaba en casa con su mugriento albornoz de rizos, devorándola con la mirada. Luego tuvo que lavarle la ropa, plancharle los calzoncillos y hacerle la cama, todo ante sus ojos viciosos. Le imponía mucho respeto, tenía tan mala hostia que a la más mínima les pondría de patitas en la calle.

Mueve el puto culo, coño, necesito la puta camisa de cuadro…

Eran expresiones habituales que debía aguantar. Otras veces se insinuaba rascándose la zona de la bragueta o diciéndole que estaba muy guapa. Estaba terminando con la plancha cuando vio a su hijo Alberto que bajaba con el uniforme. Se despidieron con una mirada. Ella dobló cuidadosamente los pantalones y los colocó en los cajones, luego se dirigió hacia el salón donde su cuñado permanecía espatarrado.

Ya está todo listo, Tadeo.

Échame una copa antes de irte.

Sí…

Con obediencia, le sirvió un vaso de coñac y se lo entregó, luego se alejó hacia las escaleras. Tadeo se irguió, le dio un sorbo apurando todo el coñac y se levantó con la intención de seguirla. Subió despacio y se detuvo en el rellano, junto al recibidor. Disponía de una vista excelente de la habitación de su cuñada. La vio merodear abriendo y cerrando unos cajones. Luego Ana se detuvo junto a la cama y tendió un vestido sobre la colcha. Tadeo la veía de frente. Sabía que iba a cambiarse para el trabajo. Se desabrochó el cinturón del albornoz y se lo abrió hacia los lados. No llevaba calzoncillo y se agarró la verga para machacársela con lentitud, sin apartar los ojos del cuarto donde su cuñada iba a desnudarse. No era la primera vez que la espiaba. Ana se sacó la camiseta por la cabeza exponiendo sus pechos tapados por un sujetador negro de encaje, pero enseguida echó los brazos hacia atrás para quitar el broche y retirarlo. Dejó sus tetas a la vista, meciéndose levemente, blanditas, con los pezones marrones empitonados. Acto seguido, se desabrochó el pantalón y se inclinó hacia delante para bajárselo, ahora con ambas tetas colgando hacia abajo y balanceándose hacia los lados. Sin erguirse, se bajó también las bragas y al enderezarse Tadeo pudo ver su chocho, su zona velluda y sus pronunciados labios vaginales. Estaba desnuda ante él, de frente, ahora embadurnándose de crema todo el cuerpo. Tadeo aligeró la marcha de los tirones de verga al ver cómo se tocaba los pechos.

Tamara abrió la puerta. Regresaba de sus clases en la universidad. No oyó ningún ruido y avanzó como si tal cosa por el pasillo, pero se detuvo de repente al ver a su tío masturbándose en lo alto. Se machacaba una polla gigantesca, gruesa y muy larga, con un capullo que parecía un arpón, jamás había visto un pene de tal envergadura. Poseía unos huevos tan gordos que no le cabían entre las piernas y una barriga peluda, como sus robustas piernas, un vello negro que resaltaba en su piel blanca. Se la machacaba deprisa, seguramente espiando a su madre. Tadeo vio que Ana, aún desnuda, se daba la vuelta y caminaba hacia el armario. Se deleitó con su culo ancho y sus nalgas blandas. Se inclinó a recoger una caja de zapatos y su raja de abrió, exponiendo su ano rojizo y toda la almeja velluda de su chocho. En ese momento se apretó fuerte la verga dándose muy deprisa. Tamara contempló con escupía semen a chorro contra la alfombra del rellano, salpicones que se esparcieron por todo el suelo. Retrocedió atemorizada a ser descubierta y logró salir de nuevo a la calle sin ser vista. El puto baboso de su tío acechaba a su madre a escondidas y temió que terminara acosándola. De una bestia como él se podía esperar cualquier cosa. Siempre había tenido fama de putero. Le había impresionado su enorme pene, un tamaño increíble que sobrepasaba los veinte centímetros, tres veces más grande que la de su novio Marcos. Debía de doler una penetración con una verga de aquel calibre. El muy cabrón estaba bien dotado. Aguardó hasta que vio salir a su madre y simuló como que llegaba en ese momento. No la advirtió del acoso y tras saludarse, cada una siguió por su lado. Se sintió culpable por no advertirla, pero si lo hubiera hecho quizás hubiera empeorado las cosas y la situación no estaba como para enfrentarse a él. No estaban en disposición económica como para buscar un alquiler. Temía entrar sola, pero al final se decidió. Le encontró acostado en el sofá, roncando como un cerdo, con el albornoz a medio abrochar. Su barriga subía y bajaba al son de los ronquidos. Una parte del faldón de la prenda permanecía colgando hacia el suelo y dejaba sus huevos a la vista, una bolsa dura y áspera, arrugada y salpicada de vello con filamentos muy largos. Su postura resultaba excitante a pesar de su asqueroso aspecto. Le miró los huevos unos segundos, pero luego subió despacio las escaleras hasta detenerse en el rellano. Se fijó en las manchas de semen por la alfombra y algunas gotas repartidas por el suelo. Se agachó para limpiarlas con un pañuelo de papel. Era viscoso y de un tono amarillento. Lo olió y después sujetándolo por la punta tiró el papel a la taza. Se sentó en el salón, debía estudiar y repasar unos temas, pero sabía que iba a resultarle complicado un poco de concentración. Dudaba si contarle a su novio o a su hermano lo que había descubierto o mantener la boca cerrada. También pensó en la idea de entregarse a él para librar a su madre del acecho. Nerviosa, entró en su cuarto y cerró la puerta tras de sí. Se desnudó por completo, tiró las bragas encima de una silla y se puso una camisola muy suelta de color blanco. Le dolía un poco la cabeza y apagó la luz para dormir un rato. Se tumbó bocabajo, con la pierna derecha estirada y la izquierda flexionada, y cerró los ojos. Pero enseguida oyó unos pasos por las escaleras y sus nervios se acrecentaron. Sabía que no se trataba ni de su madre ni de su hermano. Oyó que se abría despacio la puerta y un rayo de luz iluminaba su cuerpo. Entreabrió los ojos y a través del reflejo de un cuadro colgado en la pared distinguió la figura de su tío. Temerosa, continuó inmóvil, haciéndose la dormida. Tadeo se abrió el albornoz y cogió las bragas de la silla para sacudirse la polla con ellas. Qué cuerpo tan sabroso tenía su sobrina, estaba de muerte. Se arriesgó y se inclinó subiéndole con cuidado la camisola hasta la cintura, dejándola con el culo al aire. Tenía un culo abombado de nalgas duras y una raja muy profunda. Se asomó a su entrepierna y vio su almeja, con una rajita de donde sobresalía el clítoris y salpicada de poco vello. Tamara oía los continuos tirones de verga y su acezosa respiración. No se atrevía a sorprenderle y se mantuvo inmóvil. Oía como latigazos de lo fuerte que se la machacaba. De pronto, sintió unos salpicones sobre sus nalgas, con algunas gotas resbalando hacia el fondo de la raja. Le oyó soltar un bufido y a través del cuadro vio que retrocedía hasta salir de la habitación. Al hijo de puta no le importaba correr riesgos y se había corrido encima de ella. De que le oyó bajar las escaleras, encendió la luz y se miró el culo. Tenía varias salpicaduras por las nalgas y algunas gotitas le habían caído en el chocho. Vio sus bragas tiradas en el suelo, también impregnadas de nata. Se levantó y las utilizó para limpiarse el culo y la vagina, manchándose los dedos al manipular la prenda. Jodido cerdo. También había manchado las sábanas. Fue al lavabo y enjuagó las bragas bajo el grifo para luego meterlas en la lavadora y se enjabonó con fuerza sus manos. Después tuvo que frotar con una esponja la mancha de las sábanas. Era la segunda vez que limpiaba la leche de su tío.

Más tarde llegó Marcos, su novio, para ayudarla con algunos apuntes. Ella continuaba con la camisola, aunque se había puesto unas bragas nuevas. Decidió no contarle nada y mantener el incidente en secreto, tanto ella como su madre, por el bien de la familia, debían aguantar sus marranadas. Se encontraban sentados ante la mesa de la sala de estar cuando apareció de nuevo su tío. Ambos se sorprendieron al verle.

¿Tío Tadeo?

Buenas tardes – le saludó Marcos.

Ves a comprarme un paquete de tabaco – le ordenó con su habitual tono severo.

Espera un rato, ¿vale? Termino con…

¡Mueve el culo, hostias…!

Sí, sí, voy…

Marcos no se atrevió a replicar a pesar del trato recibido por su novia. Tamara entró en la habitación, se puso los zapatos y bajó las escaleras delante de su tío. Fue a comprarle el paquete y al regresar encontró a Tadeo espatarrado en el sofá con su albornoz medio abierto. Una zona de sus huevos se apreciaba a la vista y Tamara reparó en ella al entregarle el paquete.

Échame una copa…

De nuevo a exhibirse ante él cuando se dirigía hacia el mueble-bar. Al inclinarse para coger la botella, la camisola se le subió unos centímetros y un trozo de sus bragas asomó bajo la tela. Le entregó la copa y él le mostró un bote de pomada.

Me la ha recetado el médico. Se me hinchan los pies. ¿Qué te parece? ¿Es buena? Vas a ser enfermera, ¿no?

Sí… -. Miró el bote y echó un vistazo al prospecto -. Sí, es un relajante muscular.

Tadeo puso los pies encima de una mesa baja de cristal.

Échame la pomada, tengo los putos pies que no puedo ni andar…

Tamara se quedó unos segundos parada dándole vueltas al bote, pero reaccionó arrodillándose ante la mesa para embadurnarle los pies con la pomada. Marcos, al ver que su novia tardaba, se dispuso a bajar en su busca, pero se detuvo al verla arrodillada masajeando los pies a su tío. Subió un cuarto de hora más tarde, algo seria, y Marcos prefirió guardar silencio. Conocía la mala hostia de Tadeo y no le extrañaba que estuviera obligándola. Se marchó un rato más tarde agobiado por el trato tan desagradable que recibía su novia de manos de aquella bestia.

Al anochecer, Tamara tuvo que bajar a prepararle la cena y servirle la mesa, tuvo que soportar sus obscenas miradas y un comentario de la misma naturaleza. Había bajado con un pantalón de chándal holgado y mientras fregaba los platos su tío se dirigió a ella.

Qué mal te queda ese chándal, pareces una machunga.

Es para estar por casa – se excusó ella mirándose.

Me gustas con falda, estás mucho más guapa. Aquí te quiero ver con falda, ¿entendido? -. Tamara bajó la cabeza -. ¿Entendido?

Sí.

Venga, recoge la mesa de una puta vez y lárgate, cojones.

Recogió la mesa a toda prisa, lavó la loza y salió disparada hacia la segunda planta. Su madre aún no había vuelto. Se sentó en su cama, en medio de la oscuridad, con los ojos llorosos, agobiada por la duda de si debía entregarse a él o no, por el bien de su madre. Al final volvió a cambiarse, se puso la camisola y al poco rato se quedó dormida.

Ana regresó tarde, casi a las once de la noche. Al pasar por delante de la habitación de su cuñado oyó sus asquerosos e incesantes ronquidos. Encontró a su hija dormida. Se dio una ducha y se cambió, se puso unas braguitas blancas que resaltaban con la negrura del picardías transparente. Estaba agotada y se tumbó en la cama, de costado, mirando hacia la pared, tratando de imaginar el tormento de Melchor en la cárcel y las cosas que estaba permitiendo a cambio de un poco de ayuda. Se quedó algo traspuesta y no escuchó la llegada de su hijo.

Alberto encendió la luz del rellano y abrió la puerta de su cuarto. Su hermana dormía tendida bocabajo con la camisola puesta y tenía medio culo a la vista. No llevaba bragas y la polla se le hinchó en segundos. Entre sus piernas se apreciaba su almeja, con su jugosa rajita. Comenzó a desnudarse sin apartar la vista del chocho de su hermana y de su culo abultado. Se bajó el slip y se acarició el pene, con unas ganas inmensas de echarse sobre ella y joderla. Estaba muy cachondo. Giró la cabeza hacia el dormitorio de su madre. La puerta estaba entreabierta y podía distinguir su figura tumbada de costado en la cama. Caminó hacia ella y se detuvo en el borde. En el momento en que Ana le miraba por encima del hombro, Alberto se le echó encima pegándose a ella, adoptando su misma postura, percibiendo la dureza del pene aplastado contra sus nalgas. Le echó un brazo por encima magreándole las tetas por encima de la gasa y se removió frotando la verga por sus nalgas.

¿Qué haces, Alberto, por favor? – le susurró ante los besuqueos que recibía por el cuello y la nuca, ante los manoseos que sufrían sus tetas, ante el roce del pene por sus nalgas.

Quiero follarte… - jadeó en mitad de la penumbra.

Alberto, esto no está bien…

Ella irguió el tórax apoyándose en el colchón con el codo y su hijo le tiró de las bragas. Ella intentó sujetárselas, pero las bragas se desgarraron del fuerte tirón. Le subió el camisón hasta la cintura, dejándola medio desnuda.

Necesito follar, mamá, por favor…

Hijo…

Rebuscó con la punta de la verga en los bajos del culo y contrajo las nalgas sumergiendo la polla en el chocho de su madre.

Ahhh… - jadeó Ana abriendo la boca y tensando los músculos del cuello, mirando al frente, meneando el culito al sentir la invasión de aquella verga.

¿Te gusta?

Sííí…

¿Quieres que te folle?

Sííí…

Quiero oírtelo decir, puta.

Quiero que me folles…

Alberto le bombeó el chocho con rabia, asestándole fuerte en las nalgas con la pelvis, extrayendo media polla e inyectándola de golpe, deformándole las tetas con severos achuchones y vertiendo su aliento sobre su cabello. Sólo él se contraía follándola. El cuerpo de Ana temblaba ante la severidad de las clavadas. Ambos se mantenían con el tórax erguido, dejando todo el peso sobre el codo.

Ufff… Ufff… Me gusta follarte, mamá… Ufff…

Ella cerraba los ojos para acaparar el placer que le proporcionaba su hijo. Terminó por echarse un poco hacia delante y apoyar la cabeza en la almohada mientras su hijo le destrozaba el chocho con implacables embestidas. El choque de la pelvis contra el culo se mezclaba con los jadeos secos de ambos. Alberto aligeró la marcha, ahora deslizando las palmas de las manos por la espalda de su madre.

Puta, cómo me gusta follarte… Uoooo… Ahhh…

Se dejó caer sobre la espalda de ella, aún con la pelvis pegada al culo, para derramar una gran cantidad de semen en el chocho de su madre. Ana necesitó acariciarse el coño para terminar a pesar de haber percibido el escupitajo en su interior. Resopló sobre la almohada, sintiendo cómo su hijo acezaba fatigado sobre la espalda. Alberto se mantuvo echado sobre ella un par de minutos, sin sacar la polla del chocho. La respiración forzada de ambos resonaba en la penumbra. Aún permanecían en la misma postura, de costado, ella echada hacia delante y él sobre su espalda. Alberto irguió el tórax de nuevo y contrajo el culo de golpe follándola de nuevo. Ana jadeó ante los nuevos pinchotazos de la verga y agarró las sábanas con fuerza para soportar la tempestad de placer. Alberto le atizaba clavadas con más coraje, extrayendo la polla casi hasta el glande para hundirla mediante golpes secos. Poco a poco fue empujando el cuerpo de su madre hasta el borde y llegó un punto en que la cabeza le colgaba por fuera de la cama. Tuvo que apoyar las manos en el suelo para no caerse.

¿Cómo me gusta follarte, guarra? … Ahhh…

De nuevo contrajo el culo para rellenar de más nata el chocho de su madre. Esta vez retiró la polla y se echó a un lado para recuperar el aliento. Ana se incorporó tumbándose al lado de su hijo, con cierta sensación en el coño, como de dilatación. Se lo palpó con los dedos y se manchó con el semen que fluía. Emitió un suspiro profundo. Estaba follando con su propio hijo, que la insultaba y la jodía con ganas. Y lo peor es que la hacía sentir. Alberto se incorporó y bajó de la cama. Le vio levantarse y abandonar la habitación sin decirle nada. Ya no fue capaz de dormir en toda la noche.

Alberto salió temprano para su turno de mañana y Tamara y su madre se levantaron a la vez. Desayunaron juntas, aunque ambas mantenían expresiones muy serias, como de preocupación. Ana tenía que trabajar esa mañana y le pidió a su hija que se ocupara de la limpieza de su tío ya que no tenía clases hasta por la tarde. Tamara asintió y aguardó en la sala de estar hasta que la vio marcharse. Debía bajar y debía ir con falda, su tío se lo había ordenado y ella carecía de valor para contrariarle. Así es que se vistió para él. Se puso una falda corta con volante fruncido, muy coqueta y juvenil, con un sugerente vuelo, de cuadros blancos y negros. Para la parte de arriba se puso una original y favorecedora camiseta color negro que realzaba su figura, de cuello camisero y con una provocadora cremallera metálica que se bajó dejando su escote en V. Se colocó unas sandalias de medio tacón y bajo la falda un tanga color lila de muselina transparente, con un lacito rosa en la parte superior delantera, finas tiras laterales y un fino hilo trasero dentro de la raja del culo.

Aún dormía como un cerdo cuando bajó a la planta baja. Entró en el lavabo, estaba hecho un asco, tuvo que limpiar las manchas de orín de la taza y papel higiénico tirado por el suelo. Vio unas revistas pornográficas en un revistero, pero no quiso tocarlas. En el momento que salía del baño con el cubo de la fregona, él irrumpía en el salón y se recostaba en el sofá. Llevaba su apestoso albornoz. Se le abrió hacia los lados dejando visible los robustos muslos de sus piernas y sus peludos pectorales.

Buenos días, tío.

Trae un café y el tabaco.

Ahora mismo.

Se tiró cinco minutos preparando el café. Le temblaban las manos. Estaba demasiado sugerente con aquella falda y aquella camisa de corredera. Regresó al salón y le entregó la taza y el paquete. Ella se puso a limpiar el polvo frente a él. Sabía que la miraba, que no apartaba la vista de ella. Tuvo que inclinarse, de espaldas a él, para limpiar un estante de los de abajo. La falda se le elevó unos centímetros, dejando los bajos de sus nalgas a la vista de aquella bestia. Estaba demasiado provocativa, se había vestido tal y como él le había ordenado, como si fuera su fulana. Al incorporarse, se giró hacia él.

Dame con la pomada en los pies.

Sí…

Se arrodilló ante la mesa cuando él tendía ambos pies sobre la superficie. Se derramó en las manos unas porciones de pomada y comenzó a masajearle el pie izquierdo. Ahora ambos muslos estaban al descubierto, con los faldones del albornoz caídos hacia los lados y una pequeña zona de sus testículos a la vista. Cruzó una mirada con él. Fumaba y bebía de la taza observando su sometimiento. Pasó al otro pié masajeándole los dedos y la planta. Era un masaje repugnante por el nauseabundo olor que desprendía. Todo su cuerpo hedía a alcohol. Soltó la taza apurando el cigarrillo justo cuando ella se incorporaba y se ponía de pie. Tadeo bajó los pies de la mesa y dejó sus piernas separadas.

¿Necesitas alguna cosa más, tío?

Hoy estás muy guapa – le dijo examinándola con indecencia.

Gracias.

Me gusta verte con faldas. Estás muy buena.

Gracias – añadió con las mejillas sonrojadas por el acecho consentido.

Son muy cortitas, y a mí me gustan cortitas. Son muy bonitas -. Ella se las miró -. ¿Llevas bragas?

Tamara tragó saliva con los nervios a flor de piel. Estaba comportándose demasiado dócil ante un pervertido de la talla de su tío.

Sí.

¿Cómo son? – atacó.

Se encogió de hombros para aparentar cierta ingenuidad.

Normales, no sé, ¿quieres verlas?

Sí, enséñame las bragas.

Metió ambas manos bajo la falda y se la subió hasta la cintura quedándose en bragas. Tadeo soltó un bufido al ver la delantera de color lila con el lacito rosa en la tira superior. Se transparentaba con claridad el coñito, una delgada línea de vello por encima de los labios vaginales. Tuvo que pellizcarse con descaro la zona genital y soltar otro bufido de excitación.

Joder, sobrina, qué buena estás… Date la vuelta…

Tamara se giró con obediencia dándose la vuelta para exhibir su trasero. Tadeo se quedó boquiabierto al contemplar su culo abombado, con el fino hilo metido por la raja, dando la sensación de que no llevaba nada. Ya no pudo aguantarse. Se desabrochó el cinturón y se abrió el albornoz. Se agarró la inmensa polla y se la comenzó a sacudir despacio con la vista clavada en el sabroso culo de su sobrina. Tamara oyó los tirones de verga y vio reflejado el movimiento de la mano en un cristal del mueble.

Joder, qué culo tienes, cabrona… Vuélvete… -. Tamara dio media vuelta hacia él para exhibir de nuevo las transparencias de las bragas. Vio la desnudez delantera de su repelente cuerpo, su piel blanca salpicada por todos lados de vello denso y largo, su pronunciada barriga, su polla gigante, gruesa y larga, y sus hinchados y blandos cojones reposando sobre el asiento. Se estaba masturbando -. Tu novio debe de ponerse las botas con ese culo, ¿eh?

Sí… - contestó con una sonrisa boba.

Deja que me haga una paja, me has puesto cachondo…

No pasa nada.

Quítate la falda y enséñame las tetas.

Desabotonó la falda y la dejó caer quedándose en bragas. Acto seguido, descorrió la corredera y se abrió la camisa presentando sus pechos duros y picudos, de pequeños y claros pezones. Ella misma decidió unos segundos más tarde terminar de quitarse la camisa y quedarse sólo con las bragas y las sandalias de medio tacón.

Tócate el coño – le ordenó su tío. Muy lentamente, condujo su manita derecha hacia el interior de la braga. Tadeo pudo ver cómo se acariciaba el chochito frotándoselo suavemente -. ¿Se la chupas a tu novio?

A veces sí.

¿Y te gusta?

Sí.

¿Quieres hacerme una mamada?

Lo que tú quieras.

Acércate…

Tamara dio unos pasos hacia él aún con la mano dentro de la braga. Tadeo separó más las piernas soltando el pene, que cayó erecto sobre la barriga, y se reclinó para que ella actuara. Su sobrina se arrodilló entre sus macizas piernas velludas. Apoyó la mano izquierda encima de su muslo izquierdo y con la derecha le agarró la polla por la base. Estaba muy dura y era tan larga que ni sujetándola con las dos manos abarcaba el tronco. Acercó la cabeza y le saboreó el glande arponado, se lo lamió con la punta de la lengua rodeándolo por todos lados. Tadeo acezaba enardecido. Después empezó a mamarla moviendo la cabeza de manera constante, deslizando los labios hacia la mitad de la polla, hasta que el glande le rozaba el paladar. Mantenía la manita izquierda encima de su muslo para mantener la postura. La barriga se movía con la respiración y le daba en la frente. Su tío cabeceaba en el respaldo para contener el placer. La verga estaba tan dura que parecía chupaba un palo. Mantenía el mismo ritmo y la misma forma de mamarla, cuando el glande chocaba contra el paladar, subía la cabeza hasta la punta.

Qué bien la chupas – jadeó su tío.

¿Te gusta?

Tadeo asintió. Estaba rica a pesar de la hediondez de aquel cuerpo. Notó que mojaba las bragas, sintió la necesidad de tocarse, pero se abstuvo por vergüenza. Quería seguir aparentando su ingenuidad. Tadeo contrajo el culo y la punta de la verga se deslizó hasta la garganta provocándole una arcada, pero continuó chupándosela de la misma manera, hasta que en una de las bajadas por el tronco percibió el chorro de leche gelatinosa. Trató de tragarse todo lo que pudo a pesar de su sabor calentón y amargo, pero le llenó tanto la boca de crema que parte de ella fluyó por la comisura de sus labios. Retiró la boca de la verga y la soltó para pasarse el dorso de la mano por los labios. Tenía toda la lengua machada, pero trató de tragárselo todo.

No pares, jodida zorra, hazme otra paja, me tienes demasiado caliente…

Erguida sobre sus piernas, volvió a sujetarle la polla por la mitad del tallo, esta vez para machacársela velozmente. La verga era tan larga que a veces el glande le rozaba los pezones de las tetas. Tamara bajó la manita izquierda para sobarle los huevos de manera acariciante mientras se la machacaba. Estaban blandos, con unas bolas grandiosas y una piel áspera.

¿Te gusta así? – le preguntó ella.

Lo haces muy bien, cabrona. Sigue… Sigue… Au… uffff…

Con los huevos reposando sobre su manita izquierda, aceleró las agitaciones de aquella verga tan enorme. Cuando se golpeaba las tetas con ella sentía un estímulo que recorría todo su cuerpo. Tenía las tetas muy sensibles. Notó que volvía a mojar las bragas, esta vez sintió el hormigueo de los flujos al brotar entre los labios vaginales. La situación resultaba extremadamente morbosa y el morbo puede nublar la honradez de una persona.

Ahhh… Ahhh…

Jadeaba como un cerdo malherido ante los implacables tirones que sufría su verga, ante las caricias que sufrían sus huevos. Se miraban a los ojos, aunque a veces él bajaba la vista hacia las transparencias de las bragas. Tadeo frunció el entrecejo y en unos segundos Tamara detuvo las sacudidas, cuando gotitas muy dispersas se repartieron por sus tetas y por su cuello, pequeñas gotitas de viscosidad, amarillentas, en menor cantidad a la primera eyaculación. Ella le acarició el glande para escurrirla y después se la soltó, manteniéndose postrada ante él.

Lo has hecho muy, sobrina. Límpiame la puta polla.

Utilizó una servilleta para secarle algunas salpicaduras del vello y se la pasó por encima del glande. Luego dobló el papel y se lo pasó por las tetas recogiendo las numerosas gotitas. Tamara se levantó para recoger la falda y la camisa.

Voy a arriba, tío.

Anda, lárgate…

Se alejó de él en bragas, sin vestirse, exhibiendo el contoneo de su culito al subir las escaleras, con sus tetitas vibrando en cada paso. Se metió en el lavabo cerrando la puerta tras de sí. Se miró en el espejo, se había corrido en las bragas, había sido una experiencia estimulante que la había llenado de lujuria. Qué rica estaba la polla, qué caliente le ponía satisfacer a su tío, mamarle y pajearle. Se metió las manos dentro de las bragas y se metió los dedos en el coño follándose con ellos, hasta mojar nuevamente con un flujo de líquidos. Luego se tumbó en la cama con la mente hecha un lío ante la fugaz ninfomanía que se había asentado en sus entrañas.

Cuando llegó Alberto después del mediodía, su hermana ya se había marchado a las clases de por la tarde. Se puso cómodo y se sentó en el sofá de la sala de estar, sólo con el slip blanco. Su madre llegó al poco rato. Llevaba un elegante vestido de antelina elástica de color beige, con escote redondeado, pliegues que le aportaban volumen y con el largo unos centímetros por encima de las rodillas.

¿Qué haces, hijo? – le preguntó sentándose a su lado -. ¿Qué tal hoy?

Se me ha hecho muy largo. Estás muy guapa – le acarició las piernas arrastrando la tela hasta su cintura y dejando a la vista la delantera de unas bragas negras de encaje -. Cómo me pones, mamá, cada vez que te veo. ¿Te gustó follar conmigo?

Sí, pero…

Hazme una paja – le suplicó bajándose la delantera del slip para exhibir su polla tiesa -, por favor, necesito que me hagas una paja…

Alberto, esto no está bien y tú lo…

Venga, joder, no seas mala…

Ana, girada ligeramente hacia él, extendió el brazo derecho y rodeó la polla de su hijo para sacudírsela velozmente desde el principio, consiguiendo que sus huevos bailaran al son del brazo. Alberto se relajó cerrando los ojos, reclinado en el sofá, acariciando sólo los muslos de las piernas de su madre, percibiendo un placer desquiciante ante el tacto de la mano. Ana se esforzaba en apretarla fuerte y machacársela con contundencia, percibiendo el cosquilleo en su vagina ante semejante morbo. Pero no quiso tocarse y continuó masturbándole hasta que el cuerpo de su hijo se encogió y la verga derramó leche hacia los lados. Ella misma se limpió las manos con una servilleta y tapó los genitales de su hijo subiéndole la delantera del slip.

Voy a ducharme.

Estaba levantándose cuando ambos oyeron unos pasos. Alberto se tapó con una manta y Ana se giró hacia la puerta en el momento en que aparecía Darío ataviado con su inmaculado traje.

Buenas tardes, Ana. ¿Qué pasa, chaval?

Hola, Darío – le contestó Alberto.

¿Darío? – se sorprendió Ana -. ¿Has sabido algo de Melchor?

Tienes que firmarme unos documentos, para enviarlos a la embajada de España en Marruecos. ¿Podemos hablar a solas en algún sitio?

Ana titubeó nerviosa, como si augurara lo que iba a pasar.

¿Eh? Sí, claro… Vamos a mi cuarto…

Darío la siguió hasta el dormitorio y cerró la puerta tras de sí, pero inmediatamente Alberto se levantó y giró el pomo muy despacio entreabriéndola unos centímetros. Ana había dado unos pasos cuando el abogado la abordó por detrás abrazándola y pegando la pelvis a su culo. Directamente le agarró las tetas por encima del vestido exprimiéndolas con fuerza.

Tenía ganas de verte – le susurró apretándole los pechos con fuerza, con la barbilla apoyada en su hombro -, me gustó follarte…

Darío, por favor, esto…

Cállate, he hecho mucho por ti, me merezco un poco de cariño… Y tú sabes dármelo…

La empujó contra la cama y ella cayó tendida bocarriba. Ana sólo elevó la cabeza, observando cómo se desnudaba a toda prisa. Se quitó el pantalón y el slip y se quedó sólo con la camisa. Ya tenía la verga empinada. Se acercó a ella y le metió las manos bajo el vestido tirándole de las bragas y deslizándola a lo largo de sus piernas hasta quitárselas. Las tiró cómo si fueran un trapo y a continuación le abrió las piernas tirando del vestido hacia la cintura y dejándole el chocho a punto. La trataba como a una muñeca. Se echó encima de ella morreándola, metiéndole la lengua y baboseándola, rozándola con la perilla. Alberto, ya masturbándose, observaba cómo el abogado meneaba el culo, cómo buscando la penetración. Se la clavó de un golpe seco y enseguida comenzó a embestirla elevando el culo y hundiéndolo a toda prisa, vertiendo su aliento sobre su cara de manera acezosa. Ana, con los ojos muy abiertos, extendió los brazos hacia los lados hasta que empezó a gemir cuando la polla se sumergía. Las tetas temblaban sobresaliendo por el escote y a veces él bajaba la boca para chupetearlas. La follaba con energía, Alberto comprobaba la forma en cómo el abogado movía el culo para perforar el chocho de su madre. Ana, gimiendo, elevó la cabeza hacia la puerta, por encima del hombro de él, como si intuyera la presencia de su hijo, y le descubrió asomado. Se miraron a los ojos. El abogado, que la besuqueaba por el cuello, agitaba el culo aligerado ensanchándole el chocho con las penetraciones.

Te deseo… - gemía él.

Contrajo el culo deteniendo las embestidas y encharcándole el coño de leche. Ana percibió el vertido, un derramamiento en tres o cuatro chorros. Bufó sobre su cuello besuqueándola por la oreja. Tenía ambas tetas caídas hacia el cuello, con los pezones por fuera del escote. Con mucho esfuerzo, Darío se retiró de su cuerpo y se agachó a recoger su ropa. Ana se incorporó tapándose con los bajos del vestido y colocándose el escote. Notaba que le brotaba mucho semen del chocho y que manchaba las sábanas, pero prefirió seguir inmóvil sentada en el borde. Darío se colocó la camisa por dentro del pantalón y se ajustó el cinturón. La acarició bajo la barbilla.

Me debes mucho dinero, lo sabes, ¿verdad?

Lo sé, te prometo que te lo devolveré todo.

Quiero que conozcas un cliente de mi despacho. Está dispuesto a pagar una generosa cantidad de dinero por pasar un rato contigo. Es una manera de compensar lo que me debes y de seguir intentando la libertad de tu marido. Quiero que mañana por la tarde a primera hora vayas a mi despacho. Quiero presentártelo. ¿Estás dispuesta a portarte bien conmigo?

Sí.

Así me gusta – le dio unas palmaditas en la cara -. Ponte guapa. Le gustan las mujeres guapas como tú. Hasta mañana. No me faltes.

Darío abandonó el cuarto y Alberto salió de su dormitorio cuando le oyó bajar las escaleras. Se asomó al cuarto de su madre. Aún permanecía sentada en el borde de la cama, cabizbaja y pensativa. Se había convertido en la puta de su abogado y debía acatar sus imposiciones como si Darío fuera su chulo. Y todo por conseguir algún día alcanzar la libertad de su marido.

¿Estás bien? – le preguntó su hijo.

Sí, no te preocupes.

Estaré en mi habitación por si necesitas algo.

Sí, tranquilo.

Tamara llegó sobre las nueve de la noche. Alberto ya estaba acostado porque debía madrugar y encontró a su madre cosiendo una camisa en su cuarto. Le dio un beso y le dijo que si ella quería se ocupaba de servirle la cena a su tío. Ana se lo agradeció, estaba cansada y quería acostarse pronto. Tamara se desnudó y se puso un tanguita muy pequeño de encaje, con un detalle bordado en la cintura de donde salía la tira que llevaba metida por el culo. Alberto entreabrió los ojos en el momento en que se subía el tanga. Vio que se ponía una bata larga de satén de color azul marino y abandonaba la habitación.

Su tío permanecía encerrado en su cuarto. Estuvo fregando los platos y limpiando las encimeras, procurando que su tío la oyera y saliera en su busca. Así fue, a los pocos minutos el ogro irrumpió en la cocina. Ella le miró por encima del hombro y le sonrió. Llevaba el albornoz abierto sin nada debajo, con su inmensa polla lacia colgando hacia abajo y los huevos meciéndose entre las piernas.

Buenas noches, tío. ¿Quieres cenar?

Se acercó a ella a pasos agigantados.

Te has puesto muy guapa para mí -. La sujetó del brazo y tiró de ella sacándola de la cocina -. Qué buena estás, hija de puta. Aligera – apremió atizándole unos cachetes en el culo.

Ella anduvo deprisa hasta adentrarse en el dormitorio donde existía una cama muy antigua y espaciosa. Tadeo se quitó el albornoz exhibiendo su físico deforme, ya con la verga mucho más hinchada y zarandeándose hacia los lados. Se tumbó en mitad de la cama, boca arriba, agarrándose la polla para machacársela despacio. Tamara aguardaba en un lateral de la cama.

Quítate la bata -. Se desabrochó el cinturón y se la quitó muy despacio. Tenía los pezones de las tetas empitonados y rojizos, como si desprendieran placer -. Bájate las bragas, quiero verte el coño -. De nuevo, obedientemente, se bajó las bragas hasta quedarse completamente desnuda -. Ven conmigo, échate a mi lado, hazme una paja como tú sabes…

Tamara entró arrodillada y se tumbó de lado pegándose a su cuerpo, con sus tetas aplastadas contra el costado de su tío y el coño rozando su muslo. Se lanzó a besarle encargándose de agarrarle la polla por la mitad para sacudírsela parsimoniosamente. Se besaban con pasión, con paciencia, con los labios pegados y entrelazando las lenguas. Qué placer menearle la verga, satisfacerle, gozar como una perra de aquel macho. Le subió una pierna por encima de sus muslos y comenzó a contraer el culito para rozar el coño por aquella piel áspera y grasienta.

Qué zorra eres… ¿Has follado hoy con tu novio?

No – dijo sin parar de menearse sobre el muslo de su tío.

No quiero que folles con ese maricón, eres mía, ¿me has entendido, zorra?

Sí, sólo quiero follar contigo. Me gusta mucho masturbarte.

Eres mi puta y que no me entere que follas con ese maricón.

Sí, no lo haré…

Volvieron a besarse, esta vez moviendo el brazo más deprisa para sacudírsela. Alberto presenciaba la escena desde fuera, veía a su hermana menear el culo sobre el muslo de su tío para masturbarse con él, la veía agitar con soltura aquella polla monstruosa y besarle con una pasión inaudita. Tadeo se puso a resoplar mientras ella le lamía las tetillas de los pectorales, machacándole la verga a tal velocidad que no se le veía ni la mano. Todo el cuerpo grasiento de Tadeo brillaba por el sudor.

¡Uooooo…. ¡– rugió con el ceño fruncido -. Tamara no dejó de sacudírsela a pesar de los numerosos salpicones de nata viscosa que salieron disparados hacia la barriga -. Zorra, me vas a romper la polla…

Suavizó la marcha, aunque no dejó de acariciarla, y continuó meneando el chocho sobre el muslo.

¿Te ha gustado, tío?

Cabrona, qué bien lo haces…

Poco a poco, Tamara se fue echando encima de él impregnándose las tetas con el semen repartido por la enorme barriga. Los pezones le rozaban los velludos pectorales y se manchaban de sudor. Ella le besó de nuevo refregando el chocho por encima de la verga, percibiendo su extrema dureza y tamaño.

Fóllame, tío, me has puesto muy caliente…

Puta guarra, sírvete tú misma…

Extendió el brazo hacia atrás y se colocó la punta entre los labios vaginales. En cuanto notó el roce, se irguió sentándose sobre ella. Emitió un sonoro gemido al percibir cómo aquel mástil le abría su coñito dolorosamente, tensando al máximo los músculos vaginales. Sentada sobre la verga, comenzó a cabalgar sobre ella, apoyando las palmas en la barriga de su tío y cerrando los ojos para concentrarse. Saltaba como una loca para notar la penetración, aunque a veces se mantenía quieta y sólo meneaba la cintura con la verga dentro. El culo rozaba los huevos. Sus tetitas vibraban al moverse. Tadeo jadeaba muerto de placer. Tamara volvía a subir el culo hasta la punta y volvía sentarse hasta aplastarle los huevos con las abombadas nalgas. Alberto contemplaba la escena desde fuera. Veía a su hermana de espaldas, veía cómo elevaba el culo para perforarse el coño ella misma con aquella grandiosa polla. Tadeo suspiraba muy seguido. Ella se echó sobre su barriga aplastándose las tetas contra su grasienta y sudorosa barriga y él la agarró por el culo encogiéndose para meterla. Duraron poco. Aún la follaba, pero por el tronco de la verga resbalaron unos goterones de semen amarillento. Poco a poco fueron disminuyendo la marcha hasta detenerse. Sin extraer la verga y sin alterar la postura, se besaron. Tadeo le acariciaba el culo mientras duraba el morreo, luego ella se incorporó y se apeó del cuerpo de su tío como si bajara de un caballo. La verga relucía por el rastro del semen, con el glande enrojecido por la follada. Ella se mantuvo arrodillada a su vera, como tratando de recuperarse. Tadeo respiraba con trabajo y cerró los ojos limpiándose el sudor de la frente. En menos de un minuto se puso a roncar. Entonces Tamara bajó de la cama en busca de las bragas y la bata y apagó la luz.

Alberto estaba echado en su cama cuando la vio entrar. No encendió la lámpara para no despertar a su hermano, sin percatarse de que estaba despierto. Se despojó de la bata. Estaba desnuda. Descolgó la camisola y se la puso sin bragas. Después se echó en su cama tumbada de costado, mirando hacia la pared. Pero un segundo más tarde se encendió la luz de la mesilla. No quiso volverse. Notó que su hermano se metía en su cama y se recostaba adoptando la misma postura que ella. Notó el roce de su cuerpo.

¿Estás despierta? – le susurró con la boca a su oreja.

Sí, acabo de acostarme.

Te he visto con él.

Tamara cerró los ojos lamentando la situación, lamentando haber sido descubierta. Avergonzada, evitó volverse para mirarle.

He tenido que hacerlo, por mamá.

¿Por mamá?

Le vi masturbándose mientras la espiaba. Temí que la acosara. Lo he hecho por ella y por todos. Él manda sobre nuestras vidas, no podemos hacer nada y si lo hacemos nos veremos en la calle. Ya sabes cómo es. Es una fiera. Siento que hayas tenido que verlo.

¿Te ha hecho daño?

No.

¿Te ha gustado?

Hubo unos instantes de silencio. Tamara se volvió boca arriba para mirar hacia su hermano.

Sí, no sé qué me pasa, pero me atraen los hombres maduros.

Alberto le plantó la palma de la mano derecha encima de la rodilla y muy lentamente fue subiendo por el muslo a modo de caricia, arrastrando la camisola hasta la cintura y dejándola con el chocho a la vista. Se produjo una mirada lujuriosa y profunda entre ambos hermanos. La mano se encontraba en la cintura y continuó deslizándose por debajo de la camisola hasta abordar sus tetitas duras y picudas. Pasó toda la palma por encima y bajó muy despacio por el vientre en dirección a la zona vaginal. Tamara se dejaba manosear y se limitaba a mirarle a los ojos, a contener la lascivia con los ojos.

Me ha gustado mucho verte -. La mano entró en contacto con el chocho acariciándolo muy suavemente, impregnándose los dedos con la humedad procedente de la corrida de su tío -. Me ha puesto muy cachondo verte con él -. Ella cerró las piernas atrapando la mano de su hermano contra el chocho, abordada por la morbosa situación -. Me gusta que seas tan puta -. Le movió el chocho metiéndole un dedo y ella tensó todos los músculos de su cuerpo al notar cómo la masturbaba -. Me gusta ver cómo te folla…

Abrió las piernas de nuevo y él empezó a mover la mano pinchándola con el dedo. Tamara meneaba todo su cuerpo en el colchón. Alberto se arrodilló entre las piernas de su hermana bajándose la delantera del slip. Le sacó el dedo y se curvó hacia delante para comérselo. Tamara elevó la cadera al notar la lengua mojándole la raja. Su hermano se lo comía a mordiscos, arañándola levemente con los dientes, mordisqueándole el clítoris con los labios. Alberto llevó las manos hacia delante y con los pulgares le abrió el coño para follarla con la punta de la lengua, saboreando residuos de semen mezclados con flujo vaginal. Tamara bajó las manos revolviendo el cabello de su hermano, quien no paraba de lamerla y separarle los labios vaginales. Comenzó a proferir gemidos ahogados y enseguida el chocho despidió un fino chorro de líquido transparente sobre la cara de su hermano. Alberto apartó unos centímetros la cabeza manteniéndole abierto el coño. Un nuevo chorro más disperso le salpicó toda la cara y humedeció el vello vaginal. Las piernas de Tamara temblaban, no había podido contenerse ante el desbordante gusto y se había meado sobre la cara de su hermano. Alberto se irguió para masturbarse con toda la cara mojada de orín. Tamara elevó la cabeza para mirarse, el orín le resbalaba por toda la zona vaginal. Pocos segundos más tarde, Alberto eyaculó sobre el coño de su hermana, tres pegotes de leche espesa cayeron sobre el vello mezclándose con los charquitos de pis. Se produjo una mirada intensa entre ambos, hasta que Alberto bajó de la cama y se pasó a la suya tendiéndose de lado. Tamara se incorporó para mirarse el chocho. Estaba manchada por todos lados, con la piel impregnada de orín y la zona velluda con la viscosidad de la leche. Era una guarra, se había convertido en una cerda, en una golfa a la que no le importaba mantener relaciones sexuales con su propio hermano y con su tío carnal. Bajó de la cama y se tiró una hora duchándose. Luego ya no fue capaz de dormir. CONTINUARÁ. JOUL NEGRO.

Opiniones y comentarios en Messenger o Email: joulnegro@hotmail.com

Gracias por el éxito.

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