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Madres e hijas: El novio de su madre

en Amor filial

 

Madres e hijas: El novio de su madre.

           

(Historia de cómo una chica se va degenerando poco a poco al ver cómo humillan a su madre)

              Natalia vivía sola con su madre  en un ático pequeño de escasamente sesenta metros cuadrados, un piso oscuro porque daba al interior de un patio de luz, compuesto únicamente por dos habitaciones pequeñas, contiguas, una estrecha cocina, un pequeño cuarto de baño con plato de ducha y una sala de estar. La economía no daba para más lujos. Pasaban apuros económicos desde que sus padres se separaron diez años antes y dejó de pasarles la mensualidad estipulada por el juez. Eran unas infelices. Lola se mataba a trabajar fregando escaleras y cuidando ancianos por las tardes. Estaba amargada, resignada a un crudo destino lleno de soledad. Estaba en una asociación de mujeres y algunos sábados salía con las amigas.

           Natalia tenía veinte años y había dejado los estudios. Trabajaba como dependienta en una panadería. Era una chica solitaria, encerrada en su mundo de penurias, poco emprendedora, de carácter frágil, como su madre, con pocas amigas. Salía con un chico rumano llamado Vasile, quince años mayor que ella, desde hacía unos meses, un chico del que no estaba plenamente enamorada, era un vago que se dedicaba a los trapicheos, de hecho a su madre no le gustaba la compañía, pero tenía un carácter muy dominante y no se atrevía a dejarle. Le soportaba y se esforzaba en que el noviazgo fuese llevadero, a pesar de que sabía que iba de putas y que le ponía los cuernos cuando salía solo de marcha con los colegas.

         Natalia tenía una cara angelical, de rasgos finos y delicados, ojos azul turquesa, tez blanca y suave y una melena deslumbrante de cabellos muy largos y lisos, tan largos que le llegaban hasta la cintura, de tonos castaños. Era alta y delgada, con piernas largas, culo estrechito y redondito, muy perfecto, con la entrepierna arqueada, y pechos turgentes, no muy grandes, del tamaño de una mano, pero duritos, con pezones largos y gruesos y aureolas oscuritas. Lola, su madre, también estaba de muy buen ver, aunque ya se le notaban sus cuarenta y cinco años. Era más baja y estaba más rellenita, con culo ancho y de nalgas abombadas y con tetas muy gordas, blandas, parecían dos ubres que le colgaban casi hasta el ombligo, con la misma piel blanca que su hija. Pero tenía una expresión frágil de sonrisa amarga, con los ojos azules como su hija y sus rasgos finos. Tenía el pelo corto, marrón oscuro, muy liso con flequillo que le tapaba la frente y rapado en la nuca.

       Una noche, Lola llegó tarde a casa. Natalia la esperaba levantada viendo una serie de televisión. Le confesó que un hombre la había pretendido, que le había conocido en un salón de baile y que le había pedido si quería salir con él. Al parecer, se llamaba Anselmo y tenía sesenta años, quince  más que ella.

-          Pues estamos las dos apañada, mamá. Tú y yo saliendo con hombres mucho mayores que nosotras.

-          Parece que es buena persona. Ya está jubilado. Le han dado la baja definitiva, trabajaba como camionero.

-          ¿A ti te gusta?

-          No sé – respondió encogiendo los hombros -. Me siento tan sola, hija, que no sé, mis amigas tienen todas sus compromisos y yo, mírame…

-          Pero no te vas a ir con el primero que encuentres – le aconsejó Natalia.

-          Ya lo sé, pero me apetece conocer a alguien, salir de manera formal.

-          Si te gusta, por mí fenomenal. Te mereces ser feliz, mamá -. Se dieron un fuerte abrazo -. ¿Está soltero?

-          Es viudo, su mujer murió hace mucho. Está como yo, solo, con ganas de conocer a alguien. Hicimos buenas migas.

-          Pues te animo, si te gusta y te sientes bien, adelante, mamá. Sé feliz.

Su madre comenzó a salir más a menudo por las tardes y a arreglarse con más esmero, maquillándose y eligiendo los modelitos más vistosos. No es que la viese más alegre, pero al menos la veía un poco más ilusionada. A veces sonaba el teléfono a deshoras y se tiraba hablando un buen rato. Los sábados solía comer fuera y llegaba bastante tarde. Le preguntó cómo iban las cosas con el hombre que había conocido, y ella le decía que bien, a secas, siempre con el argumento de que era buena persona.

      Un sábado, Natalia no salió en todo el día. Vasile le dijo que iba a una despedida de soltero y que no podían quedar. Pasó la mañana con su madre, pero después de la siesta, Lola se arregló y se marchó. Le dijo que había quedado con su nuevo novio para ir al cine y que después irían a cenar y a bailar. Estuvo toda la tarde aburrida, tumbada en el sofá haciendo zapping, hasta que se decidió y salió a dar una vuelta con la bicicleta. Era invierno y ya había anochecido. Cuando ya volvía a casa, en torno a las once de la noche, por uno de los carriles bici de la circunvalación, le dio por mirar hacia el club que había al otro lado de la carretera y vio llegar el coche de su novio. Aparcaron en la explanada y bajaron cinco del coche, todos colegas rumanos de su novio. Estaban de juerga a juzgar por las risas y las botellas que empinaban. El muy cabrón se iba de putas. Le ordenaba que se quedara en casa, que él tenía que irse de fiesta, y el hijo puta acudía a un club para hartarse de follar.

   Vio que se adentraban en el club, cómo su novio se abrazaba a una de las prostitutas que salía a recibirles. Se sintió muy patética allí mirando, montada en la bici, con lágrimas en los ojos, pero sin agallas para cortar la relación con aquel sinvergüenza. Aligeró la marcha, necesitaba llegar a casa cuanto antes, refugiarse en la soledad de su habitación y lamentarse de su mala suerte una y otra vez, como llevaba haciéndolo desde que le conoció. Lo mejor era dejarle y no sufrir más, pero de cierta manera, temía el temperamento de su novio. Maldecía el día y el momento en que le conoció. Para él, ella era un cero a la izquierda, un mero adorno para sus amigos.

   Cuando llegó a casa, su madre no estaba. Se le habían quitado las ganas de cenar. Sólo le apetecía llorar de rabia, por ser tan desgraciada, por seguir inmersa en la infelicidad, por tener tan mala suerte. Se metió en su habitación y se tumbó en la cama con la luz apagada, sin desvestirse, con las mallas elásticas negras que usaba para hacer deporte y la sudadera gris. Le resultaba difícil conciliar el sueño sabiendo que su novio estaría en aquellos momentos en brazos de una prostituta.

    Se estaba quedando traspuesta cuando oyó la puerta de la calle. Pasaban veinte minutos de la media noche. Agudizó el oído elevando la cabeza de la almohada y oyó unos susurros, como si hablaran en voz baja. Reconoció la voz de su madre. Venía acompañada de un hombre. Seguro que se trataba del novio que se había echado. Se levantó en la oscuridad y se acercó a la puerta, pegando la oreja a la madera. Les oyó con más claridad.

-          ¿Y tu hija? – preguntó el tipo con una voz ronca.

-          Estará por ahí, con su novio.

-          ¿Es ésta de la foto?

-          Sí, se llama Natalia.

-          Es guapa.

Natalia abrió un poquito la puerta y les vio en la sala de estar. Su madre se estaba quitando el abrigo y el tipo sostenía un portafotos donde aparecía ella en la playa. Era un hombre muy alto y barrigudo, era una barriga pequeña, pero muy abultada y redonda, como si llevara una pelota de baloncesto debajo del jersey. Tenía una cabeza con forma de melón, muy picuda, con una calva incipiente que le dejaba sólo una hilera de pelos revueltos con forma de herradura en los laterales de la cabeza. Tenía un bigote tipo mostacho, ojos saltones y una expresión taciturna, como si la mirada desprendiera su mal genio. A Natalia no le pareció un tipo apropiado para su madre, pero su madre estaba obsesionada con estar sola y se aferraba a cualquier cosa.

-          ¿Quieres tomar algo, Anselmo?

Pero Anselmo soltó el portafotos y le arreó un buen cachete en el culo.

-          Lo que quiero es echarte un buen polvo, cabrona. Estoy caliente como un perro. Venga para adentro.

Natalia se quedó perpleja de la actitud del hombre y del pasivo comportamiento de su madre, que diligentemente, se encaminó hacia su cuarto acompañada de aquel tío de tan malos modales. Oyó un portazo y Natalia retrocedió hasta la cama sentándose en el borde.

Al cabo de unos instantes, su madre comenzó a gemir acezosamente de manera continua. Lograba oír chasquidos y la fatigosa respiración de Anselmo. Se asomó con sigilo, pero tenían la puerta cerrada. Por la ranura de abajo escapaba el resplandor de luz y sombras que se movían. Oía palmadas y chasquidos. Su madre seguía gimiendo de manera agotadora y él emitiendo jadeos secos.

-          ¡Jodida zorra! Voy a romperte el coño… Ahhh… Ahhhh… ¡Muévete, cabrona!

Asustada, con los gemidos de su madre retumbando en toda la casa, regresó a su habitación. Era un salvaje. Permaneció alerta junto a la puerta entreabierta.

-          ¡Abre la puta boca, cabrona!

-          Ahhhh… Ahhh…

Los gemidos de su madre se convirtieron en chillos, hasta que poco a poco fueron apagándose. Se mantuvo asomada. De nuevo, oyó la voz ronca del tío tras la puerta.

-          Me he quedado el tabaco en la mesa. Ves a por un cigarrillo. Y límpiame la verga, mira cómo me he puesto, joder…

-          Va a llegar mi hija, Anselmo, deberías irte.

-          Trae un puto cigarro, coño, ahora me voy, hostias, deja que me relaje un poco…

-          No te enfades, es que no quiero…

-          Que sí, hostias.

Vio que se abría la puerta. Apareció su madre completamente desnuda, caminando en dirección a la mesa. Las tetas gordas le bailaban con las zancadas. Al verla de espaldas, le vio una nalga del culo enrojecida, como si la hubiera azotado. Al inclinarse hacia la mesita para coger un cigarrillo del paquete, se le abrió el culo y le vio toda la raja anegada de semen, con pegotes que le resbalaban hacia el chocho, pegotes que pasaban por encima del ano y quedaban atrapados en el vello. El muy cabrón le había dado por el culo. Inclinó un poco la cabeza para ver si le veía, pero sólo le vio de rodilla para abajo, tumbado boca arriba en el centro de la cama. Su madre sacó un clínex del bolso y se limpió el culo, se dio varias pasadas hasta secarse el fondo de la raja.

-          ¡Vamos, coño!

-          Voy, voy…

Volvió a meterse con aquella bestia en la habitación y cerró la puerta. Natalia, abrumada, continuaba de pie junto a la puerta. Transcurrieron varios minutos hasta que volvió a abrirse. Apareció Anselmo ya vestido, subiéndose la bragueta y ajustándose los pantalones, con el cigarro en la boca. Su madre le seguía cubierta por un albornoz. Le acompañó hasta la puerta y él se giró hacia ella. Le dio unas palmaditas en la cara y ella sonrió con amargura.

-          Dame un beso, anda, princesita. Te has portado muy bien -. Se dieron un besito en los labios y él salió al rellano de la escalera -. Llámame mañana.

-          Sí, sí, no te preocupes.

Lola cerró la puerta, se abrochó mejor el albornoz y se resopló el flequillo. Vio que se palpaba el culo con una mueca de dolor.  Luego se metió en su habitación y cerró la puerta tras de sí.

Natalia volvió a sentarse en el borde de la cama. Su madre había dado con un bicho malo que la trataba sin respeto de ningún tipo. Tenían mala suerte con los hombres, quizás por ese carácter apocado que las caracterizaba. Sintió pena por ella, que fuera tan desdichada, que tuviera tan mala suerte con los hombres, que no supiera elegir a un príncipe azul.

Cuando ya estaba tendida, le sonó un mensaje en el móvil. Ya era la una y media de la madrugada. Su novio le decía que la esperaba abajo, que hiciera el favor de bajarle cincuenta euros. El muy cabrón, encima la despertaba para que le dejara dinero, seguro que para seguir toda la noche en el club con sus odiosos amigos. Seguía con las mallas negras ajustadas y la sudadera. Era mejor bajarle el dinero y que se fuera al carajo, ya todo le daba igual, su vida era una mierda.

Salió sigilosamente y consiguió salir del ático sin hacer ruido. Su madre ya tenía la luz de su habitación apagada. Al salir del portal, encontró a su novio fuera del coche, esperándola. Hacía frío y la noche estaba cerrada. No había nadie por la calle. Sus cuatro amigos permanecían dentro del coche, fumando porros y bebiendo litros de cerveza entre risas.

Nada más acercarse a él, detectó su aliento a alcohol, mezclado con un profundo aroma a canela, un aroma profundo propio de las prostitutas. También le vio la huella de un pintalabios en la mejilla, señal de que se había tirado a una de ellas. Vasile era alto y delgado, musculoso, con los brazos tatuados, el pelo corto a estilo militar, rubio natural, con rasgos caucásicos.

-          ¿Has traído el dinero?

-          Toma – le dijo entregándole el billete de manera despreciativa -. ¿No te da vergüenza despertarme a estas horas? ¿De dónde vienes? -. Los amigos tenían las ventanillas bajadas y presenciaban el malestar de Natalia -. Mírate, das asco, estás borracho…

-          Me cago en la puta que la parió… Ven acá…

La sujetó del codo y la empujó hacia uno de los portales, a unos diez metros alejados del vehículo donde estaban los colegas. La guiaba como si fuera su prisionera. La luz tenue de una farola les iluminaba.

-          Me haces daño, suéltame…

La arrinconó sobre la esquina del portal.

-          Me cago en tu puta madre, no vuelvas a quedarme en ridículo delante de mis colegas, ¿te enteras? – la regañó apretujándole las mejillas -. Que sea la puta última vez, ¿entendido?

-          Sí.

-          Te he pedido un favor, cojones, así es que no me toques los huevos.

-          Vale, perdona, estaba dormida.

-          Bésame.

Ella le rodeó con los brazos por la cintura y le morreó de manera pasional. Le metía la lengua dentro de la boca, seguro que tras haber besado a alguna prostituta. Vasile comenzó a manosearla, tratando de meterle las manos por dentro de la sudadera para acariciarle las tetas.

-          Estoy cachondo – le susurró besuqueándola por el cuello.

Natalia miraba fijamente hacia el coche, percatándose de que los amigos asistían al morreo asomados a las ventanillas.

-          Ahora no, Vasi, tengo que subir…

-          No puedo resistirme… - le jadeaba mordisqueándole los lóbulos de las orejas y la barbilla, sobándole las tetitas por debajo de la camiseta -. Cómo me pones…

-          Anda, Vasi, vete ya y pásatelo bie… -. La giró bruscamente contra el portal, pegándole la mejilla a las rendijas de hierro forjado -. No, Vasi, por favor, aquí no…

-          Cállate, estoy muy cachondo…

-          Vasi…

Pero le tiró rudamente de las mallas y de las bragas hasta dejárselas enrolladas en la parte alta de los muslos. La inmovilizó plantándole el antebrazo derecho en la nuca y con la mano izquierda se bajó la bragueta y se sacó la polla. Se la coló entre las piernas y le pinchó el chocho pegando la pelvis a su culo. Natalia soltó un hondo resoplido frunciendo el entrecejo. Vasile comenzó a removerse de manera frenética, follándola con nerviosidad. La luz de la farola iluminaba sus figuras pegadas, Natalia apretujada entre las rejas del portal y el cuerpo de su novio, que se removía sobre su culo bombeándole el coño. Se la metía con presura, como si tuviera prisa, vertiendo su aliento en la nuca. Natalia giró ligeramente la cabeza mirando por encima del hombro, percatándose de que los colegas rumanos les miraban, incluso distinguió a uno de ellos agitando el brazo, como si se estuviera masturbando.

Vasile aceleró las contracciones y terminó llenándole el coño de leche, un derramamiento abundante que acompañó con bufidos sobre sus mejillas. Después se separó de ella metiéndose la verga dentro y subiéndose la bragueta. Natalia se subió a prisa las bragas y las mallas y se giró hacia él. Le estampó un beso en los labios.

-          Me voy a gusto. Tengo que irme, mañana te cuento.

Natalia aguardó refugiada en el portal hasta que le vio meterse en el coche. Los rumanos la miraban como babosos. Arrancó y salieron disparados hacia la avenida. Jodido cabrón, la había besado después de besar a una prostituta y la había follado delante de sus amigos, después de haberse follado a una prostituta. La trataba como si fuera suya, a su puto antojo, cuando le daba la gana, sin mutuo acuerdo, como si fuera su puta. Corría la misma suerte que su madre. Pero no se atrevía a cortarle las alas por su mal genio. Notó que manchaba las bragas, que el semen le fluía. Por suerte, tomaba la píldora y era complicado que un canalla de la calaña de Vasile la dejara preñada.

Subió al piso y al entrar en la sala de estar se dejó caer en el sofá. Vio el clínex arrugado con el que su madre se había limpiado el culo. Lo cogió por una esquina y lo acercó a la nariz, olfateando el esperma que lo humedecía. Ni ella ni su madre tenían carácter para enfrentarse a hombres desvergonzados como los novios que tenían. Volvió a oler el pañuelo, a impregnarse del olor a esperma y culo, y después lo tiró a la papelera. Luego se limpió ella, se lavó el coño en el bidé antes de ponerse el pijama y tenderse en la cama para intentar dormir un poco.

          Transcurrieron unos días.  Natalia apenas tuvo contacto con Vasile, estaba liado con sus trapicheos y sólo se pasó un par de veces por el trabajo para pedirle dinero. Pasaba de él, se lo entregaba y así conseguía deshacerse de su presencia. Le aguantaba por evitar su genio, le importaba una mierda lo que hiciera. Dejó de atender sus llamadas, a ver si al menos al detectar Vasile su indiferencia, tomaba la iniciativa y terminaba cortando con ella. Era una simple estrategia. También comprobó que había ropa de hombre en el cesto de la ropa sucia, camisas, pantalones y calzoncillos manchados, ropa que su madre luego planchaba y se llevaba de casa en una cesta.

-          ¿Le planchas y le lavas la ropa? – le había preguntado.

-          Es que Anselmo es muy poco apañado. Antes tenía una mujer en casa que le hacía estas cosas, pero la mujer se le ha ido.

-          Pareces su criada, mamá, no tienes por qué hacerlo.

-          Ya lo sé, hija, pero a mí no me cuesta trabajo.

-          ¿Eres feliz con él, mamá?

-          Que sí, hija, no es mala persona, ya le conocerás.

-          Tú ya no te mereces sufrir más de lo que has sufrido. Yo estoy contigo.

-          No te preocupes, hija, de verdad.

Pero no la notaba lo feliz que debería estar una persona enamorada.  Tenían mala suerte con los hombres y ni ella ni su madre tenían personalidad para imponerse, para zanjar con la relación.

       El miércoles empezaban las fiestas del barrio. Había verbena en la plaza.  Su madre se arregló y salió sobre las nueve de la noche.  Natalia se puso cómoda, con unas mallas grises y una camisola blanca de estar por casa. Le apetecía relajarse viendo la televisión. Pero sobre las once de la noche, sonó el portero automático.

-          ¿Quién es?

-          Baja – le ordenó su novio.

Colgó el teléfono y maldijo la visita, con lo tranquila que estaba. Cogió las llaves y bajó a la calle. Su novio la esperaba montado en el coche, solo, con el malhumor reflejado en el careto. Se montó en el asiento del copiloto y cerró la puerta.

-          Hola – le saludó inclinándose para estamparle un beso en la mejilla.

-          ¿Por qué cojones no atiendes mis llamadas?

-          Es que no he podido.

-          ¿Me estás evitando? ¿Eh?

-          No, es que no me encuentro bien, tengo el periodo y…

-          ¿Tienes la puta regla? – preguntó indignado.

-          Sí.

-          Joder, me apetecía echarte un polvo.

-          Lo siento.

Vio que se desabrochaba el pantalón y se bajaba la bragueta.

-          Hazme una paja.

Terminó de abrirse el pantalón hacia los lados y se bajó la parte delantera del slip. Tenía una verga de piel rosada muy larga, con vello de tono rubio y huevos pequeños. Se reclinó en el asiento y separó las piernas. Natalia se ladeó hacia él y se inclinó ligeramente, empuñándola por la mitad. Se la empezó a machacar a un ritmo aligerado, haciendo pequeñas pausas para recuperar las fuerzas en el brazo. Vasile se concentraba con los ojos entrecerrados, el muy cabrón seguramente imaginándose una escena con alguna de las putas que se tiraba. La utilizaba para sus desahogos, como si fuera una muñeca hinchable. Cada vez le resultaba más odioso someterse a sus exigencias sexuales.

-          No pares… Ahhh… Ahhh… - gemía contrayéndose por la inminente eyaculación -. Sigue así… Sigue… Uooooo….

Dio un acelerón y al instante la verga comenzó a derramar leche viscosa hacia los lados, manchándose la mano. Vasile se relajaba respirando por la boca y Natalia le apretaba el capullo para exprimirlo.

-          ¿Ya?

-          Límpiame.

Le sostuvo la polla en alto y cogió un trapo de la guantera. Le secó el glande y las hileras que le resbalaban por el tronco, luego se limpió ella las manos mientras él se colocaba el pantalón.

-          Bueno, me voy. Tengo que ver a uno. Habrá que ir a la verbena algún día, ¿no?

-          Lo que tú quieras.

-          Ya te llamo.

-          Adiós.

Se dieron un besito en los labios y Natalia se apeó del coche. Hijo de puta, qué asco le daba, cada día le resultaba un ser más insoportable. Pero estaba atrapada por su dominante actitud. Subió de nuevo al piso, se dio una ducha y se fue a la cama, aunque le costaba coger el sueño. Sus penurias le impedían descansar con normalidad.

Sobre la una de la madrugada, oyó la puerta de la calle y enseguida reconoció la voz ronca de Anselmo. Su madre se lo traía a casa.

-          ¿No hay nadie?

-          No, mi hija estará por ahí con su novio, en las casetas de la feria.

-          Es guapa la cabrona, tengo ganas de conocerla.

Su madre le trajo una cesta con la ropa planchada.

-          Toma, está todo menos dos camisas que no se han secado todavía.

Natalia se levantó caminando de puntillas y abrió un poco la puerta. Se encontraban en la sala de estar. Era un gigante, parecía embarazado con su barriga redonda y caída, ataviado con ropas anticuadas.  Cómo diablos podía gustarle a su madre salir con un tipo así. Se volvió hacia Lola y le apartó el flequillo de la frente, besándola en los labios.

-          Estamos solos, ¿no te apetece pasar un buen rato conmigo?

-          Es tarde, Anselmo, estoy cansada.

-          Me apetece follarte – le dijo atizándole una sonora palmada en el culo.

-          Mañana tengo que trabajar, Anselmo, y es muy tarde…

-          ¡Eres una puta estrecha, joder!

-          No te pongas así…

La abrazó besuqueándola por el cuello.

-          Sólo quiero echarte un polvo, follarte… - La morreó manoseándola por encima del vestido -. Vamos dentro, venga… Tardaremos poco y me voy a gusto.

Le soltó unas palmadas en el culo para que aligerara y se encerraron en la habitación. Natalia estaba asombrada por la pasiva actitud de su madre.  Salió fuera, descalza, y se acercó a la puerta. Veía sombras moverse bajo la ranura de la puerta. Pegó la oreja a la madera. Les oía susurrar, hasta que oyó la voz de la bestia.

-          ¡Que te quites las putas bragas, hostias!

Continuó agudizando el oído.

-          Dame más fuerte, hostias. No sabes ni hacer una puta mamada.

Debía hablar con su madre, tratar de convencerla de que aquel tipo no era una buena compañía. Oía su respiración fatigosa.

-          Así… Bien… Chupa, hija puta… Ahhh…

De nuevo se produjeron unos instantes de silencio, hasta que se rompió por los gemidos escandalosos de su madre y los jadeos secos de Anselmo, gemidos y jadeos que seguramente se escuchaban en todo el vecindario. Lola gemía de manera estridente, como si le doliera lo que estaba haciendo. Oyó palmadas, como si la estuviera azotando.

-          ¡Mueve el culo, perra! – vociferó.

El hijo de puta la trataba salvajemente, sin una pizca de ternura, como si su madre fuera una puta a su disposición, como si le perteneciera para sus antojos sexuales. Los gemidos de su madre fueron apaciguándose poco a poco tras unos jadeos secos de Anselmo. Oyó besuqueos y chasquidos, respiraciones aceleradas.

-          Trae un puto cigarro, y échame una copa – le ordenó con severidad.

Natalia se metió de nuevo a toda prisa en su cuarto, empujando la puerta y dejando una ranura por la que mirar. Apareció su madre, completamente desnuda, dirigiéndose hacia la mesita de la sala. Sus tetas gordas se movían como campanas. Estaba toda desmelenada y al verla de espalda se fijó en la nalga enrojecida, con la señal de la mano claramente visible por los azotes. Como la otra vez, se curvó para coger el cigarrillo y se le abrió el culo. Tenía semen adherido en el fondo de la raja, con un grueso pegote encima del ano. El cabrón le daba por el culo. Se irguió y le encendió el cigarrillo, luego fue a la cocina y le sirvió una copa. La vio regresar de nuevo a la habitación, le vio el chocho salpicado, con gotitas por el vello. Entró en la habitación y esta vez dejó la puerta abierta. A Natalia le entraban ganas de arriesgar y asomarse, pero no se atrevió, permaneció cobijada junto a la ranura de la puerta. Les oía susurrar, sin diferenciar claramente lo que decían.

Vio una sombra gigante adentrándose en la salita, una sombra procedente del cuarto de su madre, y al instante apareció el mastodonte. Fumaba relajadamente, con la copa en la mano, dándole pequeños sorbos. Iba desnudo. Le vio de espaldas. Vio su culo blanco y encogido, con las nalgas de piel áspera llena de granitos rojos, sus piernas largas y delgadas de poco vello. Sudaba como un cerdo. Distinguía cómo le relucía el sudor en la espalda y el culo granulado. Al llegar a la mesita se giró y pudo verle de frente. La barriga era como una bola gigante bajo la piel, muy redonda, como si estuviera embarazado, con pelillos por la zona del ombligo, así como unos pectorales fofos, igualmente con pelillos salteados por las tetillas. Y vio su polla gruesa y engurruñada, muy encogida por la flacidez, tan encogida que parecía un tapón de corcho, casi cubierta por el vello denso y negro que la rodeaba. Tenía unos huevos gordos y muy rugosos con pelillos largos salteados, empujados por los muslos al caminar.

El sudor le corría desde el cuello. El capullo le brillaba por la humedad. Soltó la copa en la mesita y se dirigió hacia el baño. Le vio mear de espaldas, viéndole el culo, pudo ver el arco de pis entre sus piernas, cayendo dentro de la taza. Al terminar, se la sacudió y se giró para adentrarse de nuevo en la salita. Vio que de la polla aún le goteaba pis hacia las baldosas, era un guarro que ni siquiera había tirado de la cadena.

Apuró la copa y apagó el cigarro en el cenicero.

-          Trae la ropa, ahí hace un puto calor que te mueres. Tienes la calefacción muy alta.

Su madre apareció con el albornoz puesto, portando su ropa. Como si fuera su esclava, ella le ayudó a ponerse el calzoncillo y los pantalones, luego el muy cabrón se sentó en el sofá y Lola le puso los calcetines y los zapatos, y después le ayudó a ponerse en la camisa. Cogió la cesta con la ropa planchada y su madre le acompañó a la puerta. El cerdo le asestó una buena palmada en el culo.

-          Vas a dormir bien calentita, ¿eh, zorrita? -. Ella le sonrió temblorosamente -. Dame un beso, anda.

Lola le estampó un besito.

-          Hasta mañana, Anselmo.

-          Te quiero, guapetona.

-          Yo también.

Por fin, la bestia salvaje se encaminó hacia la escalera y su madre cerró la puerta. Se notaba claramente su expresión desdichada. Se dirigió hacia su cuarto y se encerró dentro. Natalia salió y la escuchó lloriquear, lloriquear de impotencia por su mala suerte. Fue hasta el baño y vio el rostro de la meada en el fondo de la taza. Tiró de la cadena y luego cogió la toalla para limpiar las gotas de pis de las baldosas. Su madre había metido un cerdo en casa. También durmió poco esa noche, reflexionando acerca del destino calamitoso de su madre y de ella.

     El jueves por la mañana se fue a trabajar antes de que su madre se levantara, pero a media mañana el jefe, con motivo de las fiestas del barrio, le dio el día libre. Se pasó por el supermercado para hacer unas compras y antes de las doce estaba de regreso en casa. Estaba decidida a hablar seriamente con su madre para convencerla de que Anselmo no le convenía si quería ser feliz el día de mañana. Subió en el ascensor y cuando sacaba las llaves del bolso, ya en el rellano del ático, oyó voces en el interior. Su madre y Anselmo discutían.

-          ¡Eres una puta asquerosa desagradecida!

-          Pero Anselmo, por favor, no me voy a poner esto…

-          Te lo vas a poner por mis santos cojones. ¡Venga, hostias! Y a planchar la puta ropa… -. Oyó pasos deambulando de un lado a otro -. No sabes cómo me jode que me toquen los cojones…

Natalia retrocedió asustada, sin atreverse a intervenir ante el genio de aquel hombre. Era un salvaje de la talla de Vasile o quizás mucho peor, y su madre estaba atrapada por su agrio carácter. Se sentó en el primer escalón, nerviosa, tratando de recapacitar acerca del infierno que vivía su madre. La discusión había cesado y habían transcurrido unos minutos de silencio. Debía envalentonarse y entrar, quizás con su presencia achicaría su carácter cruel.

Le temblaban las manos cuando metió la llave y la giró muy despacio. Empujó un poco la puerta sin hacer ruido y al acceder al estrecho hall, se detuvo al oír su voz.

-          ¿Esas bragas son de tu hija?

-          Sí.

-          Dámelas. Quiero olerlas, quiero oler su coño… Ummmm… Qué ricas… Cómo huelen… Ohhh… No me mires… Sigue planchando… Así… deja que te vea ese culo gordo que tienes… Así… Muévelo… Muévelo… No dejes de moverme el culo… Así… Sigue…

Natalia permanecía inmovilizada, acongojada de que aquel cerdo la descubriera. Logró quitarse los zapatos y dar un paso hacia una planta de muchos ramajes que le permitía una visión de lo que sucedía en la salita de estar. Se quedó petrificada.

Su madre, de pie ante la mesa de la plancha, estaba disfrazada de criada, con una cofia blanca en el pelo y un mandil negro anudado en la nuca y la cintura, sin nada debajo, con las piernas forradas por unas medias negras. Las enormes tetas le sobresalían por los laterales de la pechera, moviéndose levemente con el movimiento de los brazos al deslizar la plancha por las prendas. Tenía el culo al aire, y no paraba de menearlo en círculos mientras planchaba.

-          Mueve el culo… No pares de mover ese culo gordo… Así… Muévelo, muévelo para mí… Ohhhh…

Anselmo estaba espatarrado en el sofá, tras ella, desnudo de cintura para abajo, machacándose la polla con unas braguitas de color rosa que su madre le había regalado por su cumpleaños. Permanecía embelesado con los movimientos del culo mientras se la sacudía nerviosamente con las bragas. La polla engurruñada que ella había visto la noche anterior, se había transformado en un pollón corto, pero bastante grueso, con el glande muy arponado. Los huevos rugosos se movían al son de los tirones. El sudor le brillaba en las sienes. Su madre se prestaba a aquellas obscenidades. Le movía el culo mientras le planchaba la ropa, disfrazada de erótica criada.

Boquiabierta por la escena, vio que el cerdo entornaba los ojos moviéndose la polla velozmente, hasta que segundos más tarde comenzó a salpicar leche hacia todos lados. Se relajó cerrando los ojos, acezando como un perro. Vio que no paraba de refregarse las bragas por el tronco de la verga y los huevos, aplastándoselos con la prenda. Continuaba fluyendo leche de la punta, goterones que emergían de pronto, fruto del roce de la muselina.

Lola soltó la plancha y se volvió hacia él con las manos en el regazo, presenciando pasivamente cómo se frotaba la verga y los huevos con la prenda. Abrió los ojos y la miró. Los pezones de las tetazas asomaban por los laterales del mandil. La bestia se irguió en el sofá y terminó levantándose. Tenía la verga empinada, con el capullo rozando los bajos de la barriga redonda. Extendió el brazo con la prenda en la mano.

-          Toma, límpiame el culo con las bragas de tu hija…

Lola recogió las bragas y Anselmo le dio la espalda curvándose hacia delante. Dio un paso hacia él, le plantó la manita izquierda encima de la cintura y con la derecha comenzó a limpiarle el culo con las bragas. Se las pasaba desde la rabadilla hasta la entrepierna, rozándole los huevos con ellas. Natalia llegó a distinguir su ano blanco y arrugado, adornado con algunos pelillos largos. Ver a su madre sometida a aquella vejación le produjo un extraño escalofrío, la sumió en un estado de confusión.

No paraba de limpiarle el culo con las bragas, restregándoselas una y otra vez, pasándolas por las nalgas en movimientos circulares como si limpiara un cristal. Anselmo permanecía curvado. Extendió el brazo y alcanzó el portafotos donde Natalia aparecía en bikini, un posado en la orilla de la playa. Le pasó la lengua por encima del cristal y después se la metió bajo el cuerpo, rozando la polla por la fotografía. El muy cabrón se excitaba inspirándose en ella, obligando a su madre a limpiarle el culo.

Natalia observó que discurrían gotas blancas de la punta de la verga, gotas que caían sobre el cristal del portafotos. Su madre le tenía las bragas metidas en la raja del culo. Decidió retirarse en ese momento. Logró salir de la casa y cerrar la puerta sin que la oyeran. Bajó con las bolsas del supermercado y se sentó en el banco de un parque cercano, abrumada por la escena que acababa de presenciar. Era un cerdo asqueroso, un pervertido de mierda, un pervertido que intimidaba a su madre con obscenidades canallescas. Pero se reconoció a sí misma, que el muy cerdo la había calentado con sus maneras degradantes. Se sintió culpable por excitarse mirando cómo denigraban a su madre, pero resultaba una sensación irreprimible.

Les vio salir alrededor del mediodía. Seguro que se la llevaba a comer a las casetas de la feria. La barriga redonda le botaba con las zancadas. Le llevaba un brazo por los hombros a su madre. Subió al piso y vio el portafotos volcado, con varias gotas de leche viscosa dispersas por el cristal. Seguro que su madre no se había percatado.

Lo cogió y lo elevó para oler el esperma. Le excitaba hacerlo. Le resultaba morboso espiarles, observar cómo la humillaba cruelmente. Sacó la lengua y con la punta probó una gota, probó su sabor agrio. Después deslizó la lengua por todo el cristal de su fotografía, llenándose la lengua con la leche de aquel cerdo, chasqueando la lengua y tragándosela después. El morbo al ser una mirona la había arrastrado hasta un estado de lujuria.

Fue hacia el cesto de la ropa sucia y cogió sus bragas rosas, igualmente manchadas de semen, con olor a culo de habérselas refregado una y otra vez.  Se tapó la nariz con ellas para olisquearlas, manchándose los labios y la nariz de semen, impregnándose de ese olor anal tan fuerte.  Sentía una necesidad ineludible por masturbarse. Vio unos calzoncillos en una bolsa con la ropa sucia, eran de Anselmo, unos calzoncillos blancos  con manchas amarillentas en la parte delantera.  Los cogió y como había hecho con las bragas, se taponó la nariz con ellos, olisqueando la tela con olor a polla y meado.

Qué le estaba pasando, se preguntó tirando las prendas y pasándose el dorso de la mano por los labios, qué guarrería estaba cometiendo lamiendo el semen del novio de su madre, oliendo sus calzoncillos. Quería que le remordiera la conciencia, pero la excitación se imponía. Su madre estaba sufriendo vejaciones por parte de Anselmo, y a ella le excitaba que la tratara tan salvajemente. Trató de recobrar la dignidad, era su madre la que padecía un tormento, no una cualquiera.

      Esa noche, Vasile la llamó por si quería salir a dar una vuelta por la verbena.  Natalia le dijo que sí, necesitaba despejarse y alejarse de los pensamientos que la incomodaban. Por suerte para ella, acudió solo, sin los babosos de los amigos, y fueron a tomar algo y a echar unos boletos en la tómbola.  Ella llevaba unos tejanos ajustados y un jersey de cuello vuelto.  Cuando paseaban entre las atracciones de feria, en una de las casetas, vio a su madre con Anselmo en la barra junto a un grupo de hombres. Estaba sola y aburrida mientras él se divertía con los amigotes, dejándola al margen como si fuera un florero.  Sintió pena por ella, Lola era de carácter débil y estaba segura de que le pasaba lo que a ella con Vasile, que no sabían cómo escapar de hombres tan dominantes.

-          Mira mi madre con su novio.

-          ¿Aquel tipo alto? Joder, vaya pinta que tiene, con lo guapa que es tu madre, no sé cómo puede gustarle ese bicho…

-          Vamos a conocerle.

Se acercaron juntos hasta la caseta y su madre se levantó al verles. Hizo las oportunas presentaciones.  Los tíos que acompañaban a Anselmo la miraban con obscenidad. Cuando le saludo con dos besos en las mejillas y sintió su fragancia masculina, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Aquel era el salvaje que obligaba a su madre a comportarse como una prostituta.  Le pellizcó la mejilla y le dijo lo guapa que era, después le cogió algunos cabellos y le dijo qué bonita melena tenía. Era un cerdo, pero sus tercos modales la excitaban. Trató de ser amable con él y aceptó una copa que quiso invitarles. La miraba con descaro, impresionado de su cuerpo. Hizo buenas migas con Vasile y se tiraron un buen rato hablando mientras ella lo hacía con su madre. Notaba a su madre triste, intimidada por la fuerte personalidad de su novio. Natalia le miraba de reojo, le miraba el culo, el bulto de la bragueta, respiraba su fragancia de macho.

Al cabo de un rato, se despidieron y se fueron a una caseta con ambiente disco.  Vasile se aburría sin sus colegas y más tarde ella le pidió que la llevara a casa, que estaba cansada. Cuando pasaron por la caseta donde habían estado con su madre, Natalia se fijó en que ya no estaban. Era la una de la madrugada.

Cuando llegaron, Vasile la arrinconó contra una esquina del portal, la abrazó y empezó a morrearla refregándose sobre ella.  Ella le correspondió rodeándole con los brazos y manoseándole la espalda.

-          ¿Todavía tienes la puta regla?

-          No, ya no…

-          Bájate los pantalones – le ordenó apartándose un poco de ella para desabrocharse los suyos y bajarse la bragueta.

-          ¿Aquí, Vasi?

-          Bájate los putos pantalones, joder, estoy que reviento…

Obedeció. Se quitó el botón justo cuando él se bajaba la delantera del slip y desenfundaba su polla larga y afilada. Estaba tan rabioso, que no la dejó bajarse ni la bragueta, le tiró del pantalón rudamente hacia abajo, junto con las bragas, dejando su coñito expuesto.  La giró con brusquedad contra el portal. Siempre la follaba sin mirarla a la cara, seguramente porque se imaginaba que se follaba a una puta. Se pegó a su culito, metiéndole la verga entre las piernas, sumergiéndosela en el coño con la misma rudeza. Comenzó a removerse, acezando sobre su nuca, manoseándole los pechos por debajo del jersey.

Natalia soltaba gemidos ahogados, con la mejilla pegada al frío hierro forjado de la puerta.  Le aplastaba el culo enérgicamente al metérsela. Ni un gesto y ni una palabra de cariño, se limitarla a follarla, a reventarle el coño con aquella rudeza. No duró ni un minuto, se corrió dentro de ella tras un acelerón. Nada más correrse, se apartó para guardarse la verga. Natalia se subió enseguida las bragas y los pantalones y se giró hacia él. Ya estaba satisfecho, el hijo de puta ya se había desahogado. Le echaba un polvo para quedarse tranquilo, no porque la amara de verdad.

-          Bueno, yo me largo

-          Hasta mañana, Vasi.

Le dio un ligero beso en los labios y se marchó. Natalia aguardó en el portal hasta que le vio desaparecer por la esquina. Entró en el edificio y tomó el ascensor. Como había previsto, nada más acceder al rellano de la escalera, oyó los escandalosos gemidos de su madre al otro lado de la puerta. Aquello era un espectáculo vergonzoso, a esas horas, todo el vecindario la estaría escuchando.  Gemía como una descosida, sin ser capaz de contenerse, quizás por la caña que le daba aquel cerdo.

-          ¿Te gusta, guarra? – le oyó vociferar, seguido de una palmada -. ¡Contesta!

-          Sí – gemía su madre.

Natalia quiso arriesgarse, la humillación que Anselmo ejercía sobre su madre le producía unos escalofríos placenteros que derivaban en un cosquilleo en la vagina, escalofríos con resquicios de remordimientos, pero irrefrenables. Giró la llave y empujó un poco la puerta, percatándose de que la luz de la sala de estar estaba apagada. Los gemidos procedían del cuarto de su madre y por el resplandor de la luz que se reflejaba, tenían la puerta abierta.

Se quitó los zapatos y se inclinó para mirar. Ahora era una mirona que gozaba viendo cómo humillaban a su madre. Les vio en el cuarto, encima de la cama. Su madre, desnuda, permanecía maniatada a la espalda con una corbata, arrodillada con el tórax inclinado hacia delante, con la cabeza ladeada en la almohada, gimiendo intensamente. Tenía las tetas aplastadas contra las sábanas. A Anselmo le veía de espaldas, arrodillado tras ella, follándole el culo. La mantenía sujeta fuertemente por las caderas mientras contraía las nalgas para penetrarla analmente. Las hileras de sudor le corrían por la espalda.

Natalia se fijó en cómo movía el culo encogido y lleno de granos, con qué potencia le bombeaba el ano, cómo le bailaban los huevos entre los muslos. A veces le soltaba una palmada en la nalga.

-          Eres una guarra y voy a follarte hasta que revientes… Uoooo… Uoooo…

Frenó con el culo contraído clavándole los dedos en las nalgas y después se separó de ella bajando de la cama. Natalia vio el culo de su madre abierto y la raja del chocho, reluciente y húmeda. Enseguida le manó leche del ano, una gota que se deslizó hacia el coño. Mantenía la postura tratando de recuperar las fuerzas, con las manos atadas a la espalda. Su madre también sudaba por el esfuerzo realizado. Apareció Anselmo fumando, mirando el rastro de la humillación. Pudo verle el vergón hinchado y empinado, así como su barriga redonda de embarazado.

Natalia tuvo que tocarse ante la avalancha de escalofríos en su vagina. Buscaba el arrepentimiento, buscaba fuerzas para no sentir aquella lujuria, pero no era capaz. Su madre logró erguirse, quedarse de rodillas en el centro de la cama. Movió sus manos para intentar liberarlas, pero el nudo era demasiado fuerte. Anselmo le dio unas palmaditas en la cara.

-          ¿Cómo estás, guarra? ¿Eh?

-          Desátame, Anselmo, me duelen las muñecas…

-          ¡Cállate de una puta vez, guarra!

Natalia se empuñó el coño por encima de los tejanos y se lo meneó hasta que correrse. Le excitaba ver a su madre humillada y vejada. Mientras Anselmo se lavaba la cara en el baño, ya con la polla floja, su madre consiguió liberar sus manos y, a tientas, cogió una toalla para limpiarse el culo. En ese momento, Natalia salió fuera de la casa y bajó al portal.

Necesitaba serenarse, calibrar el alcance de esas sensaciones tan lascivas. Cómo podía excitarle un hombre tan asqueroso y cerdo como Anselmo que humillaba a su madre de una manera tan vil. Era una dominación bestial que le producía placer. Deambuló frente al edificio a pesar de las horas y las bajas temperaturas, hasta que en torno a las dos y media le vio salir. Llevaba puesta la corbata con la que había maniatado a su madre. Natalia se pasó al otro acerado e irremediablemente se topó con él.

-          ¡Hombre, Natalia!

-          Hola, Anselmo.

Ella tomó la iniciativa para inclinarse y darle dos besos, notando su fragancia, su piel áspera, el cosquilleo de su bigote y la robustez de sus brazos cuando la rodeó por la cintura. Con sólo olerle, ya se ponía cachonda.

-          ¿Ya vas de vuelta?

-          Sí, es tarde y mañana tengo que trabajar.

-          ¿Qué guapa eres? – le dijo pellizcándola en la barbilla -. Ya me lo había dicho tu madre.

-          Gracias.

-          Bueno, guapetona, ya nos vemos.

-          Adiós, Anselmo.

Un simple tacto, su olor y su presencia le habían provocado un orgasmo. Mojó las bragas. Le observó mientras se alejaba, fijándose en su culo y en su barriga. Encontró a su madre aún despierta, fregando el baño, con una toalla liada en la cabeza y con el albornoz puesto, señal de que se había dado una buena ducha.

-          ¡Hija!

-          ¿Qué haces fregando a estas horas?

-          Me he duchado, y bueno…

-          Me he cruzado con Anselmo. Es muy simpático…

Sonrió amargamente.

-          Sí.

-          Parece un buen hombre, ¿no?

-          Sí, sí, lo es…

-          Bueno, mamá, me voy a la cama.

Le dio un beso en la mejilla y se metió en su cuarto. Ya tumbada, precisó de otra masturbación para serenarse.

       A la noche siguiente, antes de que su madre se marchara, le dijo que se quedaría en casa, que no le apetecía salir. Pero todo era mentira. Natalia quería propiciar un encuentro con el novio de su madre. La ninfomanía ya la había cegado de tal manera que se dejaba arrastrar por sus impulsos lujuriosos. Por suerte, Vasi la telefoneó para decirle que tenía asuntos pendientes y que no se pasaría a recogerla.

Se puso un sensual y sugerente vestido ajustado y muy cortito de color malva, tan cortito que con el más mínimo movimiento se le verían las bragas, tan ajustadito que realzaba las curvas de su culito y de sus tetitas. Se forró las piernas con medias negras y se calzó con zapatos de tacón. Para el frío se puso una chaquetilla negra y se maquilló con tonos fuertes. Se arreglaba para él. Quería impresionarle. Al mentirle a su madre con que no pensaba salir, probablemente esa noche no llevaría a su novio a casa.

Les estuvo espiando por las casetas de la feria. Lola era la única mujer entre un grupo de hombres, todos de la misma pinta de Anselmo. Se aburría y la miraban como babosos. Era como un objeto de decoración. La mantenían al margen de las conversaciones y las rondas que se pedían. Vaya bichejo que se había echado su madre de novio, pensó Natalia, sin embargo no le quitaba la vista de encima. Su robustez, su altura, su barriga redonda, su bragueta, su culo, su expresión taciturna y dominante. Quería ejercer el papel de su madre, sentirse humillada por aquel hijo de perra. Era una locura, pero tenía que hacerlo.

Estuvo vigilándoles hasta cerca de la una y media, luego Lola se fue sola a casa y le dejó emborrachándose con los amigos en una de las casetas de la feria. Una hora más tarde, se despidió de los dos que quedaban y tomó rumbo hacia la salida del recinto. Le notaba cierto tambaleo fruto de la media borrachera que llevaba. Le siguió por una calle muy concurrida, buscando el mejor momento para propiciar el encuentro.

Natalia torció por una calle para toparse con él intencionadamente. En cuanto la vio, frenó en seco, asombrado de cómo iba vestida, de cómo contoneaba las caderas y cómo se le movían las tetitas bajo el ajustado vestido. Ella, algo nerviosa, le sonrió.

-          ¡Anselmo!

-          ¿Dónde vas tan guapa y tan sola a estas horas?

Ella se atrevió a estamparle otros dos besos en sus ásperas mejillas, demostrándole su docilidad y entrega.

-          Mi novio ya se ha ido. Iba a ver si veía alguna amiga en la feria para tomar una copa. Todavía es temprano. ¿Y tú?

-          Tu madre ya se ha ido y yo ya me iba. Si te apetece, puedo invitarte a una copa en mi casa. Tengo una botellita de whisky. Así charlamos y nos conocemos. ¿Qué te parece?

-          Vale, estupendo – se ofreció ella -. Todavía es temprano.

Le acompañó por aquellas callejuelas oscuras hasta que llegaron a un edificio viejo de tres plantas. Vivía en el primero, en un apartamento de tres habitaciones bastante espacioso. Nada más entrar, pudo comprobar lo guarro que era por el tremendo desorden, el mal olor y el tomo de polvo por los muebles. Hasta en el pequeño salón había calzoncillos sucios por el suelo. Era una auténtica pocilga.  El salón estaba separado de la cocina por un tabique de cristales viselados.

-          Siéntate – le dijo él dirigiéndose a la cocina.

Tomó asiento en un mugriento sofá con los cojines sucios y manchados. Cruzó las piernas. El vestido era tan cortito que se le veía el encaje de las medias en los muslos. Cuando Anselmo vino de la cocina con las copas de whisky, reparó en sus muslos, en la banda ancha de encaje de las medias. Permanecía erguida, sentada en el borde. Parecía una prostituta. Le entregó la copa y se sentó a su izquierda. Durante el camino hasta el piso, habían intimado un poco, Natalia le había hablado de su trabajo y de su novio y él le había comentado algunas anécdotas de su vida.

Tenerle a su lado y poder olerle, ya le ponía cachonda. Anselmo le ofreció un brindis.

-          Vamos a brindar por ti. Que sigas tan guapa.

-          Gracias.

Brindaron y le dieron un sorbo a la copa. Anselmo le pasó las yemas por la melena.

-          Tienes un pelo muy largo y muy bonito.

-          Sí, hay que cuidarlo mucho.

Le miró las piernas durante unos segundos, prestando especial atención en el encaje de los muslos. Luego le atizó una palmada en la rodilla, por encima de la media.

-          Estás buena, chiquilla.

-          Gracias – le dijo dócilmente, y a continuación ella le dio unas palmaditas en la barriga, por encima de la camisa -. Tú si rebajaras esto, estarías mejor.

Anselmo se miró la panza.

-          Ha costado echarla. Parezco un embarazado. ¿Quieres verla?

-          Bueno.

Se empezó a desabrochar la camisa. Natalia manchaba las bragas con fluidos vaginales al ver cómo se descamisaba. Cuando se la quitó, exhibió su panza redonda y sus pectorales fofos. Le vino un fuerte olor a sudor.

-          ¿Qué te parece? ¿eh?

-          Jaja, parece la barriga de una embarazada.

-          Puedes tocarla si quieres – le ofreció Anselmo.

Natalia extendió el brazo derecho y le plantó la manita encima de la panza. Tenía las uñitas pintadas de color rojo. Tenía la barriga muy dura y la piel muy áspera y blanca. Se la sobó de manera acariciadora por toda la curvatura.  Ella le sonreía mirándole a los ojos.

-          Qué durita la tienes.

-          Cuando iba de putas, a las muy cabronas les gustaba chupármela.

-          ¿sí?

-          ¿Quieres probarlo tú?

-          Como tú quieras.

-          Adelante, pruébala.

Algo ruborizada, Natalia se curvó hacia su panza. Sacó la lengua y comenzó a lamérsela, lamiendo como una perrita por la zona peluda que rodeaba el ancho ombligo, dejando un rastro de saliva en cada lamida. Al mismo tiempo, le miraba a los ojos. Se concentraba en lamer por la zona peluda, llegando a meter la punta dentro del ombligo. Su lengua se impregnaba del sabor agrio del sudor. Anselmo le daba sorbos a la copa mirando cómo le lamía la barriga.

Natalia se irguió chasqueando con la lengua.

-          Sigue lamiendo hasta que yo te diga, me relaja cuando me chupan la barriga.

-          Sí, vale…

Volvió a inclinarse hacia él para deslizar la lengua por la zona peluda. Ya tenía la boca seca de tenerla tanto tiempo fuera lamiendo aquella piel tan áspera. Anselmo, relajado, la miraba mientras apuraba la copa. Natalia apartó la boca unos centímetros para tragar saliva.

-          Lléname la copa, anda.

-          Sí…

Le dejó con la barriga baboseada, con los pelillos pegados a la piel por la saliva. Al levantarse, el vestido se le quedó arrugado por encima del encaje de las medias, casi al borde de las nalgas.  Fue hasta la cocina, ofreciéndole ese contoneo y esa visión erótica de su trasero, incluso tuvo que curvarse para coger los cubitos de hielo, permitiéndole que le viera parte del tanga con la tira metida por el culito. Regresó y le entregó el vaso.

Natalia aguardaba de pie ante él sin saber qué hacer. Vio que se pasaba la mano por encima del bulto de la bragueta al darle el primer trago a la copa. Le tenía cachondo, no apartaba la vista del encaje de sus medias.

-          Estás buena, hija de perra.

-          Gracias – contestó con una docilidad insólita, mostrando una sonrisa nerviosa.

-          ¿Te ha gustado mi barriga?

-          Sí.

-          ¿Llevas bragas?

-          Sí.

-          Enséñame las bragas – le pidió dando un nuevo sorbo, pellizcándose otra vez el bulto de la bragueta -. Me gusta verle las bragas a las putas. Y estás tan buena que pareces una de aquellas putas que me tiraba.

Bajó las manitas y terminó subiéndose el vestidito hasta la cintura, descubriendo todo el encaje de las medias en la parte alta de los muslos y unas braguitas blancas de muselina donde se le transparentaba la sombra del coño.

-          ¿Te gustan? – le preguntó ella mirándoselas.

-          Sí, me gustan, ¿por qué no te las metes por el coño? Vamos, me gusta ver a las putas con las bragas metidas por el coño… -. Accediendo a sus exigencias, se cogió la delantera y tiró hacia arriba insertando la tela en la raja del coño, dejando el triángulo velludo dividido en dos -. Ummmm… Muy bien… Estás de muerte, hija de perra… Y me encanta tu pelo… Tu pelo largo me pone cachondo… ¿Sabes qué me gustaría?

-          No, ¿el qué? – preguntó sin abandonar su sonrisa de niña buena.

-          Limpiarme el culo con tu pelo.

Natalia le miró seria.

-          ¿En serio? – preguntó como una tontona.

-          Siempre he deseado que una puta me limpie el culo con su pelo. ¿Quieres hacerlo?

-          No sé, nunca he hecho algo así.

Anselmo soltó la copa y se levantó. Comenzó a quitarse el cinturón y bajarse la bragueta.

-          Quítate las bragas y arrodíllate, venga, putita, haz lo que te digo -. Mientras él se bajaba el pantalón, ella deslizó lentamente las braguitas por sus piernas hasta sacárselas por los pies -. Ummm, qué coño más rico tienes, hija de perra… ¿Te folla mucho tu novio?

-          Sí.

Se arrodilló ante él con el vestido enrollado en la cintura, sin bragas, sólo con las piernas forradas por las medias negras. Aguardó como una sumisa hasta que se bajó el slip, exponiendo su ancho y corto pollón, un pollón empinado que rozaba la curvatura de la barriga. Vio sus huevos flácidos colgándole entre las piernas. La acarició bajo la barbilla y le levantó la mirada hacia él.

-          Vas a limpiarme el culo con tu pelo, ¿verdad, putita?

-          Sí, sí, si te gusta, puedo hacerlo.

-          ¿Por qué no te sacas las tetas? Venga, quítate el vestido… -. Natalia obedeció y se sacó el vestido por la cabeza, liberando sus dos tetitas erguidas, pequeñitas y redonditas, con afilados pezones. Anselmo le agarró una por un pezón y se la zarandeó provocándole una mueca de dolor -. Vaya mierda de tetas que tienes, cabrona. Las de tu madre son más gordas – le dijo soltándoselas.

-          Sí, ella…

-          Límpiame el culo, ¿entendido?

-          Sí.

Anselmo se volvió hacia el sofá y le ofreció su culo blanco, encogido, con vello muy disperso por las nalgas, unas nalgas cubiertas de granitos rojos. Natalia acercó la nariz y se lo olió, dándose un refregón en el coño para contenerse. Anselmo se curvó apoyándose en el respaldo del sofá y subió una pierna encima de los cojines. Le vio el ano arrugado cubierto de pelillos y más abajo los huevos colgándole, balanceándose levemente. El maloliente olor que desprendía le secaba la garganta. Se encontraba arrodillada ante el culo del novio de su madre, el cerdo que la humillaba.

-          Venga, hostias, límpiame el culo…

-          Sí, sí…

Se echó la melena a un lado, se agarró un buen manojo de cabellos e irguió el tórax para refregarlos primero por sus nalgas, despacio, como si quisiera sacarles brillo, con la cabeza ladeada para refregar la cabellera por aquel culo asqueroso y maloliente. Anselmo a veces bajaba el brazo y se daba unas sacudidas a la polla. Comenzó a limpiarle el culo pasándole el manojo de cabellos por encima del ano, una y otra vez, provocando su delirio. Su mejilla y su nariz rozaban las nalgas. Le achuchó los huevos con el pelo, de manera acariciante, rozando la cara por la nalga.

-          Hija puta, qué gusto más grande… Chúpame el culo…

Se soltó la melena. Alzó la mano derecha y le agarró los huevos, luego acercó la cara y le estampó una serie de besitos encima del ano, muy seguidos, hasta que empezó a lamérselo, primero cosquilleándoselo con la punta y después pasándole la lengua por encima, repetidas veces. Le escupió y trató de meterle la punta dentro del ano, saboreando las sustancias anales. Las babas goteaban en el suelo. Comenzó a comerse los huevos, baboseándolos mientras él se la sacudía, acariciándole las nalgas con las palmitas de las manos.

-          Perra, eres una guarra…

Bajo la pierna y se giró hacia ella. Natalia aguardaba de rodillas, con la boca baboseada y su mirada sumisa. Anselmo cogió un cenicero de cristal y se lo colocó bajo la polla. Comenzó a sacudírsela velozmente mientras ella sólo le miraba y le acariciaba los muslos de las piernas. Comenzó a verter leche espesa en el cenicero hasta dejarlo medio lleno, después se inclinó y lo colocó en el suelo.

-          Bebe, perrita, bébetelo todo…

Como una perrita, se colocó a cuatro patas, con su culito empinado y las tetitas colgándole, y dio unos pasitos hacia el cenicero. Anselmo la observa de pie, observaba cómo caminaba a cuatro patas y cómo bajaba la cabeza para lamer la leche del cenicero, como si fuera su perra. Lamía el semen con la lengua fuera, deslizándola por el cristal y tragándosela a medida que impregnaba la lengua. Estaba tan caliente que el coño le ardía. Dejó el cenicero limpio. Elevó la cabeza relamiéndose los labios, mirando hacia él a cuatro patas.

-          Muy bien, perrita -. Natalia se incorporó quedando arrodillada -. Lo has hecho muy bien. Quieres que te folle, ¿verdad? Una puta tan guarra como tú seguro que lo está deseando.

-          Sí, quiero follar – confesó ella.

Anselmo volvió a sentarse en el sofá. Se reclinó y separó las piernas, después se levantó la verga manteniéndola en vertical. Natalia se levantó.

-          Vamos, puta, date la vuelta y siéntate en mi polla…

Acató la exigencia del novio de su madre. Le dio la espalda y flexionó las rodillas hasta sentarse encima de la polla, metiéndosela hasta el fondo, hasta notar el vello que la rodeaba sobre sus nalgas. Gimió cabeceando por la tremenda dilatación vaginal.

-          ¡Mueve el culo, hija puta!

Comenzó a elevar y bajar el culo sentándose sobre la polla, deslizando los labios vaginales hasta el capullo y asentándose de golpe para clavársela. Ella era la que se movía flexionando y estirando las piernas, asentando el culo sobre la pelvis de aquel cerdo, llegando a rozar la curvatura de su barriga con la espalda. El muy cabrón bebía sorbos de la copa observando cómo movía el culo, cómo la polla se sumergía en el chocho al sentarse. Natalia emitía gemidos ahogados. Estaba disfrutando cómo una loca. Qué gusto de polla al meterse en su chocho. Ella misma aceleró las bajadas del culito y provocó sus primeros jadeos, hasta que notó cómo se corría dentro del coño, cómo derramaba escupitajos de leche. Se quedó sentada con la verga clavada y removió el culo.

-          Levanta, coño, me vas a reventar la puta verga…

-          Sí, perdona…

Natalia se puso de pie y se giró hacia él. Tenía todo el tronco de la verga impregnado de porciones de semen.

-          ¿Sabe tu novio que eres tan puta?

-          No.

-          ¿Y tu madre?

-          No, tampoco.

-          Me gustaría follaros a las dos. Con lo puta que eres, seguro que te gustaría, ¿verdad? ¿Te gustaría ver cómo me follo a tu madre?

-          Sí.

-          Eres mi perra, ¿verdad, cabrona?

-          Sí.

-          Y tu madre también, las dos sois mis perras. Dilo, quiero que lo digas.

-          Somos tus perras.

-          Límpiame la verga con el pelo, vamos, puta, déjamela limpia.

Se arrodilló ante él, se echó la melena a un lado y con un manojo de sus cabellos finos le secó la verga, quedando algunos mechones pegajosos por las manchas de semen. Permanecía arrodillada entre sus piernas. Anselmo se irguió y le dio unas palmaditas en la cara apurando la copa.

-          Eres una condenada guarra, igual que la zorra de tu madre -. Los ojos se le cerraban por la borrachera. Ya apenas tenía fuerzas para sostener la copa. Me estoy meando, pero no tengo huevos a levantarme -. Tráeme un vaso de agua.

-          Un segundo

Se levantó y se dirigió hacia la cocina, contoneando su culito, con el chocho manchado de esperma.  Cuando regresó, ya tenía los ojos cerrados y emitía leves ronquidos. Se arrodilló ante él. Acercó la cara y le olió los huevos, llegando a rozarlos con la punta de la nariz. Se sentía insatisfecha. Bajó un poco más la cara y le olió el trozo de raja que le sobresalía del culo. Estaba eléctrica, dominada por aquel hijo de perra. La ponía cachonda aquel cuerpo maduro y asqueroso, sus formas, su dominación. La barriga le subía y le bajaba con los ronquidos. Tenía el sabor del culo metido en la boca.

Se vistió y se marchó, se fue a casa sin saciar su lujuria. Era una sumisa de aquel hombre, del novio de su madre, una sensación que no iba a poder remediar.

      A la mañana siguiente, Natalia se fue a trabajar. Notaba a su madre triste y amargada, atrapada en la misma infelicidad de siempre, atrapada en los dominios de un hombre salvaje que sin embargo a ella le excitaba, de hecho se había entregado a él como su sumisa. Buscaba el remordimiento, pero no lo encontraba.  Esa mañana se enteró de que su novio Vasile se había visto envuelto en una pelea en un club de alterne y le habían detenido por posesión de drogas y agresión a un agente de policía, por lo que presumiblemente pasaría una buena temporada entre rejas.  El destino le brindaba una oportunidad única de rehacer su vida, de conocer a otra persona, de empezar de cero. Pero la oportunidad se le presentaba en un momento en el que la lujuria manejaba sus impulsos, y esos impulsos eran indomables.

    Debía reflexionar profundamente acerca de lo que estaba sucediendo, de cómo se estaba deteriorando mentalmente. Aún estaba a tiempo. Llegó a casa sobre la una. Su madre estaba ausente. Se desnudó y se puso un camisoncito corto de color azul celeste, de gasa semitransparente, de finos tirantes y escote en U abierta, un camisoncito fino muy cómodo para andar por casa. No se puso bragas. Se calzó con unos zuecos y se puso a barrer la habitación. Media hora más tarde, oyó el cerrojo de la puerta y la voz ronca de Anselmo.

    Cuando entraron en la sala de estar, salió a recibirles.  Su madre se quedó boquiabierta al verla con aquel camisón delante del baboso de su novio y Anselmo se quedó embobado en las transparencias, donde se le distinguían la sombra triangular del chocho y las tetitas vibrándole al caminar.

-          Hola – les saludó Natalia.

-          ¡Hija!

-          ¿Cómo estás, bonita? Dame dos besazos, anda, que estás que quitas el sentido.

Natalia se puso de puntillas para darle dos besos en las mejillas y se ganó un pequeño cachete que ruborizó las mejillas de su madre.

-          ¿Os quedáis a comer?

-          Claro, bonita. Tráeme una cerveza, anda…

Nerviosa, Lola soltó sus cosas y se metió en la cocina para preparar la comida. Su hija irrumpió para abrir el frigorífico.

-          ¿Qué haces así vestida? – le susurró preocupada -. Es muy babosón, Natalia…

-          No pasa nada, mamá…

-          Se te ve todo, podías cambiarte…

-          ¡Trae la puta cerveza, coño! – vociferó desde la salita.

-          Estoy bien así, hace calor, no pasa nada…

Sacó una lata y regresó al salón. Anselmo se había quitado la camisa y exhibía su barriga de embarazado.

-          Qué puta calor hace aquí. Bajad la calefacción.

-          Sí, ahora la bajo.

Natalia le entregó la lata y Anselmo le dio un trago.

-          Vaya mierda de cerveza, está caliente, joder.

-          ¿Te busco otra?

-          Déjalo anda -. Lola entró con unos platos de aperitivos. Se le notaba la inquietud en la expresión de sus ojos. Alternó la vista entre el camisón de su hija y el torso desnudo de su novio -. ¿No tienes calor? – le preguntó Anselmo.

-          No, estoy bien.

-          Ponte cómoda como nosotros. ¿Por qué no te pones lo que te he regalado? Así tu hija puede ver lo bien que te sienta.

-          Estoy bien, Anselmo…

-          Venga, coño…

-          Me da corte, Anselmo.

-          Póntelo, hostias, hay confianza, es tu hija.

Natalia se lo imaginaba.

-          Venga, mamá, ponte lo que sea, no me has dicho nada.

Con suma obediencia, se encerró en la habitación y a los cinco minutos salió disfrazada de criada, con el mandil negro y la cofia blanca en la cabeza.  Tenía los pómulos enrojecidos por la vergüenza. Las tetazas le sobresalían por los lados.

-          Está guapa, ¿verdad? ¿eh?

-          Sí – contestó Natalia, con la vagina ardiendo al presenciar cómo humillaba a su madre.

-          Quítate las bragas. Estás mejor sin bragas. Venga -. Lola se quitó las bragas -. Mírala, ¿eh? Parece una puta. Venga, haz la puta comida -. Cuando pasó entre ellos, Anselmo le arreó una palmada en el culo que le provocó una vibración en las nalgas. Natalia la observó de espaldas, con el culo a la vista. Las nalgas le vibraban al moverse, como sus tetazas, que tendían a salirse por fuera de la pechera del mandil -. Mira qué culo tiene tu madre, ¿eh?

-          Sí.

Así cocino, desnuda bajo el mandil de criada, mientras él se hartaba de cerveza y su hija ponía la mesa. Natalia la notaba muy preocupada y avergonzada, con un rubor constante en las mejillas. Mientras la comida terminaba de prepararse, Natalia terminó de barrer su habitación. Anselmo se había metido a darse una ducha. Salió a los cinco minutos con una toalla liada en la cintura. Entró en el espacio de la cocina y acarició el culo de Lola besuqueándola tras las orejas.

-          Ummmm, me pones cachondo – le susurró, pero Lola, con síntomas de indignación, le apartó la cara -. ¿Te molesto, hija de perra? – preguntó alzando la voz, justo cuando Natalia salía de su habitación.

-          No, es que ya va a estar la comida…

Le arreó una palmada en el culo. Lola encogió las nalgas.

-          Termina de hacer la comida, tengo hambre…

-          Sí, sí, ya va a estar…

Lola miró a su hija de reojo. Con la toalla liada, regresó a la salita y se sentó a la mesa. Miró hacia Natalia, echándole un vistazo a las transparencias del camisón.

-          ¿Qué coño haces ahí parada? Ayuda a tu madre…

-          Voy, voy…

Entre las dos sirvieron la mesa. Lola se encargó de llenarle el plato y Natalia de servirle el vino. Comía como un cerdo. Su madre iba de acá para allá exhibiendo su culo, ataviada de manera degradante en presencia de su propia hija. Pero también abusaba de Natalia. Trae el pan, échame más vino, trae el tabaco, y Natalia obedecía sus exigencias sin rechistar. Ambas se comportaban como sus sirvientas, medio desnudas, acatando sus órdenes.

Cuando terminó de comer, se levantó y se sentó en el sofá. Continuaba con la toalla liada. A veces se le abría y llegaba a distinguirse una parte de sus cojones. Entre madre e hija se ocupaban de quitar la mesa. Natalia se puso a fregar los platos y Lola a barrer la salita. Miró hacia su novio. La miraba despreciativamente.

-          ¿Quieres algo? ¿Quieres tomar algo? – preguntó Lola con la voz cohibida, como temerosa de molestarle.

-          Dame un masaje en los pies. Me relaja, y necesito relajarme.

Soltó el cepillo y dio un paso hacia él. Se arrodilló y le cogió el pie izquierdo. La mitad de las tetas le sobresalían por los laterales de la pechera. Comenzó a masajearle las plantas con las yemas de los dedos pulgares. Natalia regresó de la cocina y vio a su madre arrodillada, con el culo asentado en los talones, masajeando el pie de su novio. Anselmo miró a Natalia y dio unos golpecitos en el cojín de al lado.

-          Ven aquí, bonita, siéntate a mi lado.

A Natalia ya le hervía la vagina al ver a su madre vejada de aquella manera. Se sentó al lado de Anselmo, alternando la mirada entre él y su madre. Anselmo le miró los pechos bajo la gasa y luego miró hacia Lola. Bajó el pie al suelo.

-          Chúpalo, me relaja -. Lola empalideció -. Vamos, jodida perra, que me chupes el puto pie -. Lola se curvó apoyando las manitas en la baldosa y acercó la cara al pie para empezar a lamerlo como una perrita, deslizando la lengua por encima de los huesudos dedos y por el empeine. Natalia la observaba y tuvo que morderse el labio para contener la avalancha de placer -. Mira tu madre, es una perrita -. Lola continuaba lamiéndole el pie con la lengua fuera, por los dedos y el empeine. Los pezones de las tetas rozaban el suelo al estar tan curvada y mantenía el culo empinado. Anselmo miró a Natalia -. ¿Quieres chuparme la barriga? Anda, sé buena conmigo… No sabes lo que me gusta…

Natalia se curvó hacia él y deslizó la lengua por la zona peluda que rodeaba el ombligo, lamiendo aquella piel blancuzca y áspera con toda la lengua fuera. Anselmo se relajó con los ojos entornados, la madre le lamía un pie y la hija la barriga. Natalia notó la manaza por la espalda, notó cómo le subía el camisón y cómo le manoseaba el culito mientras ella babeaba en su ombligo. Lola continuaba llenándole el pie de saliva con la lengua fuera.

Poco a poco, Natalia fue subiendo con la lengua hasta las tetillas de sus pechos fofos, echándose sobre él, pegando los pechitos a su costado, lamiéndoselas y mordisqueándolas, pasando con la lengua de una a otra. Anselmo le acariciaba el culito con toda la mano abierta. Natalia, sin dejar de lamer por sus tetillas, le metió la mano por la ranura de la toalla y comenzó a sobarle los huevos, acariciadoramente, hasta que empuñó la verga y empezó a machacársela. Dado el incesante movimiento del brazo, se deshizo el nudo de la tolla y se abrió hacia los lados. Lola fue elevando poco a poco la cabeza, dejando de lamerle el pie, viendo el baile de los huevos, observando atónita cómo su hija le masturbaba, cómo le lamía los pechos fofos y peludos. Le meneaba la polla velozmente, desacelerando y activando la marcha.

-          Ahhh… Ahhhh… -. Anselmo cabeceaba muerto de placer. Miró a Lola, arrodillada entre sus piernas -. Chúpame los huevos, zorra… Ahhh… Ahhh…

Anselmo levantó los brazos para colocar las manos tras la cabeza y Natalia se lanzó a lamerle la axila, deslizando la lengua por encima del manojo de vello. Lola acercó la boca a los huevos y se los empezó a lamer, pasándole la lengua por encima, como si lamiera una bola de helado. Natalia continuaba lamiéndole la axila, mordisqueándole el manojo de vello. Su madre le mordisqueaba los cojones o le pasaba la lengua al tiempo que su hija le machacaba la polla.

Natalia apartó la cara de la axila y soltó la polla para acariciarle toda la barriga. Lola seguía lamiéndole los cojones, mirando sumisamente hacia ellos.

-          Quiero chuparte el culo – le suplicó a Anselmo ante el asombro de su madre, que no se atrevía a separar la lengua de los huevos -, deja que te chupe el culo, por favor…

-          ¿Quieres chuparme el culo, cerda?

-          Sí, por favor…

-          Sois unas guarras. Me vais a chupar el culo, ¿verdad, guarras?

-          Sí, por favor – suplicó Natalia…

Anselmo se puso de pie y se volvió hacia el sofá, curvándose hacia el respaldo y subiendo una pierna encima de los cojines.

-          Chupadme el culo… -. Natalia se arrodilló junto a su madre y como una ansiosa pegó la cara a la raja del culo y comenzó a lamerle el ano sin despegar la cara, asintiendo con la cabeza, pasándole la lengua por encima del ano, succionando por el orificio, como si pudiera extraer las sustancias anales -. Tú también, zorra…

Lola, erguida, empezó a lamerle las nalgas con la lengua fuera, las nalgas blancas y llena de granitos, con vello salteado. Su hija agitaba la cabeza con la cara pegada al ano. Ella sólo se dedicaba a lamerle las nalgas. Cuando le dejaron todo el culo baboseado, Anselmo bajó la pierna y se volvió hacia ellas, curvándose para sujetarlas del brazo.

-          Levantaos, guarras, quiero follaros a las dos…

Ambas se arrodillaron juntas encima del sofá, curvándose hacia delante hasta apoyar la barbilla en el canto del respaldo, pegadas una junto a la otra, con los traseros empinados, mirándose a la cara. Anselmo merodeaba tras ellas atizándose fuerte tirones a la verga. Primero les lamió el culo y el coño, pasándoles su lengua gorda por todo el fondo de la raja, luego las azotó con la mano hasta que las hizo quejarse de dolor, dejándoles las nalgas marcadas de manchas enrojecidas. Después se colocó detrás de Lola.

-          Ábrete el culo, guarra -. Lola echó los brazos hacia atrás y se abrió la raja. La penetró analmente de un golpe seco, y empezó a follarla aligeradamente sujetándola por las caderas -. Zorra, mira a tu hija…

Madre e hija se miraban a los ojos, Lola envuelta en una mueca de dolor ante la dura dilatación anal, con su cuerpo convulsionando por los empujones. Extrajo la polla y dio un paso lateral, follando el chochito de Natalia, quien gemía vertiendo el aliento sobre la cara de su madre. Tras embestirla por el coño, se la metió por el culo, provocándole hondos alaridos, alaridos impregnados de dolor y placer. Le folló el ano y se pasó al culo de su madre, a la que embistió de nuevo analmente con extrema brusquedad, provocando una sucesión de gemidos interminable. Le extrajo la verga, se atizó unos tirones y empezó a mear leche sobre sus culos, gruesos salpicones que llovían sobre sus nalgas. Madre e hija se miraban ante la abundante eyaculación que caía sobre sus culos.

Con los culos salpicados de leche, daba comienzo un nuevo destino para la madre y la hija. Natalia había propiciado aquel destino cargado de sumisión, fruto de la honda amargura, fruto de las tristes circunstancias que habían rodeado sus vidas. Se convertían en las perras de aquel tipo, y eso es lo que más deseaba. El morbo le había resultado tan traicionero, que la única manera de saciar su lujuria era ver cómo humillaban a su propia madre. Fin. Carmelo Negro.

Email y Messenger: joulnegro@hotmail.com

         

          

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