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Una madre muy guarra

en Amor filial

Una madre muy guarra.

 (Anabel, felizmente casada con Joaquín, descubre a su hijo Abel y a su amigo Edy masturbándose mientras ven una película porno. Desde ese momento se convierte en una ninfómana, en una madre muy guarra, dispuesta a cualquier cosa con tal de satisfacer sus frenéticos deseos)

            Anabel era una señora de 41 años felizmente casada con Joaquín, de 45, y llevaban veinte de matrimonio, sin muchas crisis matrimoniales, con los altibajos propios de la rutina de pareja, pero perdidamente enamorados el uno del otro. Tenían un hijo de dieciocho años recién cumplidos que se llamaba Abel. Vivían en un chalé adosado en una de las barriadas más distinguidas de Madrid. Económicamente, estaban bastante desahogados y la cuenta corriente no paraba de engordar desde que unos años antes Joaquín se asoció con un importante publicista, don Cosme, con quien había fundado una de las más prestigiosas empresas de marketing, con clientes por todo el mundo. Don Cosme, de 71 años, controlaba el ochenta por ciento de las acciones y se encargaba de la gestión comercial y el apoyo económico, mientras que Joaquín con su veinte por ciento era el encargado de la administración. A pesar de su avanzada edad, se resistía a jubilarse. Le gustaba llevar las riendas del negocio por sus contactos en el mundo de la publicidad. Se había quedado viudo y no tenía hijos, por lo que Joaquín albergaba la esperanza de comprarle su parte cuando decidiera jubilarse. Era un hombre taciturno y reservado, de un carácter muy agrio, un hombre muy minucioso para los negocios. Tenían las oficinas centrales de la empresa en pleno centro de la ciudad, con más de cien empleados, aunque en el sótano del chalé, Joaquín se había montado un despacho para trabajar desde casa cada vez que fuera posible y para que también su mujer pudiera ayudarle en muchas gestiones cuando él estaba de viaje.

            Anabel no trabajaba, ayudaba a su marido desde la oficina de casa, bien atendiendo el teléfono o redactando informes que le llegaban desde la sede. Pero se lo tomaba con calma, no estaba atada a horarios y había días en que ni bajaba al sótano. Desde que empezaron a forrarse, se había convertido en una pija. Cada mañana salía a desayunar con las amigas, echaba unas horas en el gimnasio, iba a clases particulares de inglés y luego se daba un baño en la piscina de casa. Si acaso, bajaba a la oficina un par de horas o tres por la tarde, dependiendo del volumen de trabajo. A sus 41 años, físicamente estaba divina y daba la sensación de que los años no pasaban por ella. Era alta y delgada, una mujer exuberante, con la piel ligeramente tostadita por sus horas de sol. Tenía una melena negra al estilo de paje corto, con un flequillo moderno que se peinaba para los lados, con ojos negros, nariz afilada y labios finos y rosados. Era muy mona de cara. Tenía unos pechos grandes, blandos, caídos, con aureolas enormes y claras y pezones gruesos y turgentes. Su culo tenía forma de corazón, con nalgas abombaditas y carnosas. Llamaba la atención, sobre todo por su estilo de vestir, con vestiditos y conjuntos muy coquetos y sexys. Su melena negra, tipo paje, le otorgaba una sensualidad cargada de erotismo. Llevaba una vida más o menos entretenida. Su marido trabajaba mucho y ella le ayudaba todo lo que podía, pero cuando llegaba el fin de semana solían desconectar y aprovechaban para salir a cenar con los amigos o tomaban un vuelo a París o Roma con regreso el lunes. Su hijo, quizás porque al ser hijo único, ellos le habían inculcado una vida caprichosa, estaba convirtiéndose en un vago que no paraba de repetir curso. Joaquín ya se estaba pensando si emplearlo en la empresa. La vida sexual con su marido resultaba bastante amena, no se podía quejar. Él era un hombre muy meloso, pero bastante calenturiento, y al menos una o dos veces por semana hacían el amor, casi siempre cuando estaban a solas, casi siempre en la cama y casi siempre empleando las dos o tres posturas habituales. Tenían poca iniciativa.  Alargaban mucho los inicios con las caricias y terminaban calentándose en exceso, así es que el polvo duraba muy poco. Sus aptitudes sexuales entraban dentro de la normalidad. Anabel, en su juventud, fue muy putona y durante sus años en la universidad tuvo varios novios y se acostó con unos cuantos, pero cuando conoció a su actual marido asentó la cabeza. Había estado tentada a serle infiel en un par de ocasiones con gente del gimnasio, sobre todo, pero tuvo la cabeza fría de saber contenerse y cortar a tiempo. Tenía una vida feliz y le quería. En cambio para Joaquín, Anabel había sido la única mujer con la que había estado y era un hombre fiel, a pesar de que su socio, Don Cosme, era muy putero y le había llevado muchas veces a clubes de alterne, pero nunca había pagado por un polvo con una prostituta. A Anabel, don Cosme no le gustaba mucho, era un babosón, un viejo verde que la bombardeaba con sucias miradas, y trataba de evitarle, pero era el que ponía los cuartos en la empresa y no le quedaba más remedio que saber torearle. Y esta era la vida afortunada de una mujer como Anabel, hasta que un suceso cambiaría el rumbo de las cosas, un suceso, aparentemente normal, que alteraría esa vida boyante y próspera. Una serie de acontecimientos propiciados por ella misma la atraparon en una trama sexual sucia e inmoral.

 

      La reacción de la mente humana es impredecible cuando se enfrenta a un hecho, tan morboso y a la vez natural en adolescentes, como pillar a tu hijo de dieciocho años viendo una película porno con un amigo. Acababa de comenzar el verano. Su hijo Abel llevaba sólo dos días en casa. Ya le habían dado vacaciones en el instituto donde repetía curso. Estaba interno en un colegio de pago, pero ni aún así lograba sacar los cursos como es debido. Abel era un chico guapo, con una voluminosa melena de cabellos revueltos, tan negra como la de su madre, sólo que un poco tímido. Muchas chicas iban tras él, pero por su cortedad no se había atrevido a entablar una relación, de hecho jamás había estado con ninguna. Era virgen. Su excesiva timidez las repelía. Y era una pena, de haber querido, hubiese tenido la que hubiese deseado, porque tenía un cuerpo muy rico, musculoso porque le encantaba practicar todo tipo de deportes. Su mejor amigo era Edy, de veinte años, tan vago con los estudios y con un carácter apocado muy similar al suyo, quizás por eso se llevaban tan bien. Físicamente, Edy no era un chico muy agraciado. Estaba gordo, muy relleno por todos lados, con piernas y brazos robustos, culo gordo, barrigón, tenía una panza muy blanduzca, con la piel muy blanca y velluda, y algo feo, con la cabeza redonda y pelada al rape. Eran amigos desde la infancia y siempre habían estudiado juntos. Aquel lunes, Anabel cumplió con su rutina de siempre. Le dejó a su hijo el desayuno preparado y salió con sus amigas. Después estuvo una hora en clase de aerobic y se pasó a comprarse algo de ropa. Llegó a casa en torno a las once de la mañana. Su marido le había telefoneado para ver si podía redactarle unos presupuestos que necesitaba don Cosme, unos presupuestos que debían presentarle a unos clientes esa misma tarde. Cuando entró en casa, se tomó un café en la cocina y recogió los platos del desayuno de su hijo. Vio en el porche la bici de Edy. Probablemente, estarían en la habitación de Abel jugando a la consola, la máquina a la que estaban enganchados. Como su hijo pasaba mucho tiempo internado en el colegio, llevaba un tiempo sin ver a Edy, y Edy era un chico que le caía bien, que era una buena influencia para su hijo. Así es que soltó las bolsas de la compra y subió hacia la planta de arriba, donde estaban los dormitorios. Después pensaba darse un baño, tomarse un vermú y quizás antes del almuerzo trataría de redactar e imprimir los presupuestos. Pero nada más torcer hacia el pasillo, se paró en seco. La puerta del cuarto de su hijo permanecía entreabierta y del interior se escuchaban unos gemidos procedentes de la televisión.

-          Mira ésa qué tetas tiene – le escuchó decir a su hijo -. Mira cómo se la mete… Cómo me gustaría ser ese tío…

Anabel sonrió al imaginarse que veían una película porno. Era algo normal en adolescentes de dieciocho años. Pero el posterior comentario de Edy la dejó asombrada y arqueó las cejas tapándose la boca.

-          Mira, la muy puta tiene las tetas como tu madre… Ummm… Qué buena está…

-          Sí… Ohhh…

-          Cómo me gustaría verle las tetas a tu madre otra vez. ¿A ti no te gustan?

-          Cómo no, tío…

Dio unos pasitos sigilosamente, con la intención de asomarse. Les vio de espaldas, sentados en unas butacas, frente al televisor, donde se desarrollaba la escena de una película porno donde dos tíos se follaban mediante una doble penetración a una tía. Sólo veía sus cabezas y sus hombros. Se estaban masturbando a juzgar por los movimientos del brazo. La situación la puso tensa, aunque no borró la sonrisa de sorpresa. Le resultó morboso espiar a su hijo mientras se masturbaba con su amigo. Viendo a los dos, machacándosela, hablando de ella, la pusieron cachonda. No lo pudo remediar. Nunca se imaginó encontrarse en una situación como aquélla. Su hijo comenzó a jadear y a mover el brazo más intensamente, hasta que cabeceó en el respaldo cesando los movimientos del brazo. Vio cómo salpicaba leche hacia delante, gruesas gotas que se repartieron por la mesa del televisor. Edy continuaba dándose. Su hijo se levantó y entonces vio su culo, un culo pequeño y redondito. Estaba muy bueno. Al ponerse de perfil pudo fijarse en su polla tiesa, una polla doradita, empinada hacia arriba, una polla fina pero bastante larga, con unos huevos redondos y duros, como una pelota de golf. Le colgaba un hilo de semen de la punta que terminó goteando en el suelo. Observaba cómo se masturbaba su amigo.

-          Cómo me gustaría que esa zorra fuera tu madre… Qué polvo le echaba… Cuando la veo tomando el sol con las putas tetas al aire, me corro dentro, tío… ¿No te la follarías aunque fuera tu madre?

-          Le reventaría el coño…

-          Ahhh… Ahhh…

Edy se levantó sacudiéndosela desesperadamente, dando un paso hacia la pantalla, concentrado en las imágenes. Anabel vio su espalda ancha y sus michelines, así como su culo gordo de nalgas abombadas y peludas, de una piel blanca. Al tener las piernas algo arqueadas se distinguían sus huevos flácidos danzando al son de los machacones, unos huevos salpicados de largos pelillos. Anabel continuaba espiándoles con estupefacción, percibiendo en su mente una mezcla de placer e indignación. Unos segundos más tarde comenzó a salpicar la pantalla de leche, hasta que cesó de atizarse tirones. Se inclinó para recoger su slip y el culo gordo se le abrió, pudiendo verle mejor los huevos entre las piernas y el fondo de la raja del culo, una raja profunda y cubierta por un denso vello que ocultaba el orificio anal. Su cuerpo seboso resultaba repelente, lo excitante era la situación. Anabel se retiró en ese momento por miedo a que la descubrieran. No sabría reaccionar ante una situación tan embarazosa. Ya en su habitación, se pasó las manos por la cabeza. Estaba cachonda como una perra en celo, le ardía el coño. Verles así, masturbándose, fantaseando con ella, la habían empujado hacia una aureola de lujuria hasta el momento inimaginable para una mujer como ella. Lo lógico sería escandalizarse, pero la sensación resultaba enfermiza. Entró en el baño de la habitación y se miró al espejo. Excitarse con su propio hijo resultaba inmoral y bochornoso. Era una sensación abrasadora, difícil de contener. Se bajó los pantalones y las bragas y se sentó en la taza. Cerró los ojos para rememorar la escena y comenzó a masturbarse agitándose el chocho muy deprisa, presionándose el clítoris con la yema de los dedos, hasta que instantes más tarde cerró las piernas, manchándose la mano de fluidos vaginales. Algo más relajada, ahora sólo acariciándose el coño, trató de reflexionar, trató de alejar esas tentaciones tan inmorales. Pero el morbo le traicionaba la mente. El juego resultaba excitante. Llevaba un pantalón blanco ajustado de cintura baja, así es que se lo puso sin bragas, como se puso sin sujetador una camiseta de tirantes donde sus pechos aparecían muy apretados bajo la tela y con el canalillo a la vista por fuera del escote. Estaba dispuesta a incitarles, a convertirse en una auténtica calientapollas de aquellos dos mocosos. Le excitaba sólo el hecho de que se excitaran con ella. Llegó hasta la escalera y miró hacia arriba. Les oía murmurear.

-          ¡Abel, soy mamá! ¡Ya estoy en casa!

-          ¡Ah, bien, estoy aquí con Edy! – le respondió su hijo.

-          ¡Vale, os subo un refresco y así le veo!

-          ¡Ok!

Fue hasta la cocina y sirvió dos limonadas. Colocó los vasos en una bandeja y se dirigió hacia la segunda planta. Iba algo nerviosa, pero con ganas de jugar peligrosamente. Resultaba emocionante. Hacía tiempo que no vivía una situación tan sobrecogedora. Estaba disfrutando. Cuando entró en la habitación ambos estaban en bañador y sin camisa, su hijo con uno tipo slip de color verde y Edy con uno largo y ancho, más acorde a sus carnes.

-          Hola, Edy, cuánto tiempo – Se dieron un beso en las mejillas sin que ella soltara la bandeja y se fijó en sus carnes rellenas y fofas -. ¿Y tu madre?

Edy la rodeó por la cintura al besarla y sus dedos gordos llegaron a palpar la carne de su costado.

-          Bien, muy bien, con sus cosas. Tú sigues tan guapa como siempre.

-          Y tú tienes que perder unos kilitos, que te lo dije la última vez… - le dijo atizándole una palmadita en la barriga.

-          Sí, sí… - sonrió.

Sus tetas se meneaban bajo la tela como si fueran tartas de mermeladas y a Edy se le iban los ojos, como si no pudiera remediarlo. Luego se inclinó para darle un beso a su hijo, procurando que sus pechos le rozaran el tórax.

-          Yo os dejo esto aquí que me voy a tomar el sol. Os espero abajo si os queréis dar un baño.

Se curvó hacia delante para soltar la bandeja en la mesilla, dándoles la espalda. Puso el culo en pompa hacia ellos, con la rabadilla sobresaliéndole por encima de la cinturilla del pantalón. Edy se frotó la zona de la verga mordiéndose el labio al cruzar una mirada con Abel. Al incorporarse y volverse hacia ellos, las tetas apretujadas volvieron a menearse.

-          Bueno, chicos, os dejo, si queréis un baño, ya sabéis. Hace un calor horrible.

-          Ahora vamos – le dijo su hijo.

Al pasar por su lado y fruto de lo que hasta ese momento era naturalidad, su hijo le asestó una cariñosa palmadita en el culo, pero ella ni se inmutó y salió de la habitación, aunque se detuvo tras simular que se alejaba para oír que decían.

-          Joder, tío, qué buena está la hija puta, que gusto tiene que dar tocarle el culo. Tu padre se hartará de follársela. Vamos a bajar, ¿no? Quiero verle las tetas a tu madre.

-          Joder, la cabrona me ha puesto caliente otra vez – señaló Abel.

Sonrió excitada de haberles provocado intencionadamente y bajó hacia su habitación para cambiarse. El juego de seducción no había terminado para ella. Se cambió a toda prisa y se puso un bikini atigrado muy erótico, con unas braguitas muy pequeñas de tiras negras con lazo lateral y con una fina trenza negra metida por el culo que le dejaba la raja muy abierta. Ya cerca de la piscina, colocó la jarra de limonada y unos vasos bajo el parasol y se tumbó en una hamaca, boca arriba, haciendo top less. Sus tetas lacias tendían a irse hacia los lados. Aguardó impaciente. Les oyó venir al poco rato. La flanquearon, con su hijo a la derecha y Edy a la izquierda. No apartaban los ojos de sus tetas, de sus aureolas claras que abarcaban toda la base y los pezones empitonados, tostaditas por el efecto del sol. También en la parte delantera del tanga escapaban algunos pelillos del chocho por las tiras laterales. Anabel se quitó las gafas y se incorporó un poco.

-          Hace calor, ¿verdad? ¿Queréis más refresco?

-          Vale – dijo Edy, al que le notó una erección bajo la tela del bañador.

Se levantó y dio unos pasos hacia la mesa. Se curvó para servir de la jarra y les ofreció su culo empinado hacia ellos, con la trenza negra metida por la raja. Edy hasta ladeó la cabeza tocándose la verga, para ver si distinguía algo en la entrepierna. Llevaba la trenza muy remetida en la zona baja del culo y volvían a apreciarse pelillos del coño sobresaliendo por las tiras. Edy soltó un bufido para contenerse. Llevaba unos zuecos altos que le otorgaban estilo y al volverse para entregarles el vaso, las tetas sufrieron un balanceo que los dejó anonadados. No se separaban de su lado. Volvió a sentarse en el centro de la hamaca.

-          ¿Me echas crema, hijo?

-          Claro.

Abel se sentó tras ella, con el bulto de su slip muy cerca del culo de su madre. Pudo compartir la mirada con su amigo Edy, quien se moría de envidia y no paraba de darle tragos a su limonada. Se vertió bronceador en las palmas y comenzó a deslizarlas suavemente por la espalda de su madre, embadurnándola de crema. Abel tenía la verga muy hinchada y muy cerca del culito de su mamá. Edy observaba boquiabierto el manoseo.

-          Uy, qué gusto, hijo…

Le pasó las manos por los costados y la deslizó por su vientre, apretujándolo para embadurnarlo bien. Los cantos de las manos pasaban muy cerca de la tira superior del tanga, llegando a rozar algunos pelillos que sobresalían. Edy tuvo que rascarse el bulto sin poder contenerse.

-          ¿Te doy en las tetas?

-          Sí, claro.

Le abordó ambas tetas con las palmas, sobándolas con extrema suavidad, gozando de la blandura y de los pezones duros. Anabel sentía que se corría en las bragas ante el manoseo, ante la mirada del amigo de su hijo. Trató de contener el placer aparentando cierta naturalidad e ingenuidad.

-          Entonces, Edy, tu madre está ya bien de la operación.

-          ¿Qué? -. Abel continuaba sobándole las tetas -. Sí… Eh… Sí, ya está mejor…

-          Yo me alegro.

Abel le zarandeó las tetas atizándole golpecitos desde la base, provocando que vibraran como un flan, pasándole el pulgar por encima de los pezones.

-          ¿Has visto, Edy, qué tetas más bonitas tiene mi madre?

-          Ay, hijo, no tontees…

Sonó el móvil en ese momento y no tuvo más remedio que levantarse, evitando que los tocamientos fueran a mayores. Era su marido y parecía disgustado.

-          Joder, cariño, don Cosme lleva toda la mañana esperando los presupuestos y está que trina. Baja y mándalos por email aunque sea, pero ya, joder…

-          Ahora bajo, no te pongas así -. Colgó y miró a los dos. Su hijo continuaba sentado en la hamaca. Reparó en la hinchazón de su pene, acostado a un lado del slip -. Voy al sótano. A tu padre le ha entrado las prisas. ¿te quedas a comer, Edy?

-          Vale.

-          Vuelvo pronto…

Y se encaminó por el sendero de piedra hacia la casa, contoneando su culito por los zuecos, con la trenza totalmente metida por el culo, con las tetas al aire, exhibiéndose como una prostituta ante su hijo y su amigo. Vista de espalda, daba la sensación de que iba desnuda. Ya dentro de la vivienda, abrió un poco la cortina para comprobar la reacción de los chicos. Vio a Edy meterse dentro del bañador el sostén del bikini para refregarse la polla con él y a su hijo frotándose todo el bulto. Tenía el coño que le ardía. Estaba tonteando con su propio hijo. Mientras su hijo le sobaba las tetas en presencia de su amigo, ella se había corrido en las bragas. Las tenía húmedas. Agitó la cabeza ante un escalofrío y se dirigió hacia el sótano. La llamada de Joaquín le había venido bien para continuar envuelta en su papel de madre inocente, aunque era consciente del riesgo que corría con aquel juego de seducción tan fatal.

 

    Bajó al sótano, deseosa de terminar cuanto antes para proseguir con el juego de seducción. La sensación libidinosa continuaba asentada en su cuerpo. El sótano era una estancia fría y oscura, con las paredes de hormigón, un habitáculo donde cabía una mesa rectangular acristalada y unas estanterías para las cajas archivadoras. Encendió la lamparita y una ligera luz blanca iluminó el habitáculo. Se encontraba de pie en una esquina rebuscando entre un manojo de papeles en busca del pendrive cuando oyó unos pasos que bajaban. Seguro que eran ellos. Seguro que venían a acecharla. La cosa podía terminar mal y puede que luego se arrepintiese, pero la descontrolada excitación resultaba imparable y decidió continuar de espaldas, simulando que rebuscaba entre la documentación, ligeramente curvada hacia delante.

Don Cosme giró hacia el habitáculo y se encontró con la exhibición. La vio de espaldas, como desnuda, como si llevara el culo al aire al llevar la trenza trasera metida en la raja, con toda la espalda al descubierto, calzando los zuecos. Se quedó boquiabierto, abordado por una erección repentina al ver en aquel estado a la mujer de su socio. Iba poco por aquel despacho, salvo alguna rara vez para buscar algún informe urgente, y qué grata sorpresa se estaba llevando. Qué buena estaba la hija de puta. Qué culo más anchito, con aquellas nalgas tan carnosas y tersas. Pensaba que estaba desnuda del todo hasta que le vio los lacitos laterales del tanga. Carraspeó para su llamar su atención. Anabel se irguió y se giró hacia él. Sus tetas se movieron como dos péndulos chocando la una contra la otra. Al verle, arqueó las cejas abochornada y por reflejo, se tapó las tetas con el brazo izquierdo y la derecha la mantuvo pegada al costado.

-          ¡Don Cosme! ¡Me estaba dando un baño y me ha llamado Joaquín! He bajado corriendo para enviarle el email…

El viejo la miraba sosteniendo un puro apagado en la boca. Lo que le faltaba a un baboso de su calaña. Enseguida detectó su mirada sucia. Se moría de vergüenza, pero ella había propiciado aquella situación tan embarazosa. La morbosidad la había cegado. Don Cosme, a sus setenta años, estaba calvo y con el rostro bastante arrugado, poseía un fino bigote canoso, una ligera barriga dura y unas piernas raquíticas.

-          Me cago en la madre que parió, llevan los clientes dos putas horas esperando en la oficina la mierda de presupuestos – dijo de muy mala leche, con la nariz ensanchada y espuma en los labios.

-          Perdone usted, ahora mismo los envío, voy a cambiarme…

-          ¡Venga, coño, mueve el puto culo, que no tengo todo el día!

-          Sí, sí, vale…

Nerviosa y ruborizada, cogió con la mano libre el pendrive y se le cayó al suelo. Tuvo que inclinarse y ofrecerle el culito al recogerlo. Don Cosme se mordió el labio al verle la fina trenza metida por el culo y los pelillos del chocho visibles en la entrepierna. Al sentarse tras la mesa, mantuvo el brazo izquierdo en los pechos para taparse los pezones, aunque la masa blanda de las tetas le sobresalía por debajo. Encendió el ordenador y aguardó el arranque del sistema. Cruzó las piernas bajo la mesa porque a través de la superficie acristalada le devoraba con la vista la delantera del tanga.

-          Es que me he entretenido – se disculpó sofocada, tecleando sólo con la mano derecha, muy torpemente.

-          Que no vuelva a pasar, ¿me has entendido? Estás tocándote el coño todo el día y para una cosa que te pido…

-          Ahora mismo lo mando, no se preocupe usted, no se ponga así…

Pero iba demasiado lento al teclear sólo con un dedo.

-          ¡Date prisa, hostias!

-          Sí, sí… Es que me ha pillado usted así…

-          ¿Ahora te da vergüenza enseñar las putas tetas? ¿Y en la playa no te da vergüenza? ¡Venga coño!

-          Vale, vale…

Retiró el brazo izquierdo de los pechos para teclear más deprisa con las dos manos. Dejó las tetas a la vista del viejo, con la base reposando sobre la superficie acristalada y con los eréctiles pezones presidiendo las claras aureolas. Mientras tecleaba y por el movimiento de los brazos, ambas tetas sufrían ligeros vaivenes, ligero roces por el canto de la mesa. El viejo la miraba lujuriosamente, casi se le caían las babas. El rubor de las mejillas le ardía. Qué mal trago estaba pasando, se había confiado en exceso, todo fruto de la súbita ninfomanía. Tras exponer sus tetas durante un rato a los ojos de aquel viejo verde, por fin consiguió enviar el correo. Enseguida, se tapó la zona de los pezones con el antebrazo izquierdo y levantó su rostro ruborizado hacia él.

-          Ya está, don Cosme.

-          Quita del puto medio, que voy a comprobarlo…

-          Sí, sí, le dejo, voy a vestirme…

Al levantarse y cruzarse con él, le atizó una sonora palmada en la nalga, una palmada que le hizo vibrar las carnes.

-          Anda, pájara, que me tienes contento…

Anabel sólo se llevó la mano al culo y caminó deprisa torciendo hacia la escalera. El muy cabrón le había tocado el culo. Qué vergüenza y qué bochorno, precisamente el socio de su marido, y todo por haber perdido los papeles al alucinarse con el juego sexual de su hijo y Edy. Se quitó los zuecos y cuando pensaba subir, oyó unos chasquidos. Con discreción, se volvió e intentó observar entre las hojas de una planta y le vio de pie tras la mesa, con la polla por fuera, sacudiéndosela velozmente. Era una polla pequeña con forma de plátano, muy curvada, con el glande afilado. La tenía por fuera de la bragueta, con unos huevos flácidos y peludos rozando la superficie acristalada. Sostenía en la mano un porta-fotos donde aparecía ella junto a su marido en la orilla del mar. Bufaba y fruncía y desfruncía el entrecejo según la intensidad del gusto. Anabel observaba el frenético movimiento de la mano y el glande asomando por encima del puño, así como el bote de los huevos en la superficie. Era el tercer hombre que se masturbaba fantaseando con ella. A pesar de su aventajada edad y de su insaludable aspecto, le pareció morboso y excitante que se masturbara allí, en su despacho, con su foto. No le atraía el viejo, pero sí la situación. Se metió la mano dentro del tanga para acariciarse el coño a la paz que él. Cómo se meneaba la verga, sin desacelerar las vibraciones del brazo. Se sacó la mano del tanga y se miró la palma. Los flujos vaginales relucían en la piel. Volvió la cabeza hacia el despacho. Ahora resollaba a la desesperada. Se colocó el retrato bajo la verga y al segundo comenzó a verter leche encima de la foto, goterones de leche espesa que fue extendiéndose por todo el cristal, ocultando con la blancura el rostro de su marido y el de ella. Cómo le había calentado al exponerse con las tetas al aire, que se había hecho una paja allí mismo, eyaculando sobre una foto donde aparecía con su marido. Jodido cerdo. Dejó el retrato lleno de semen encima de la mesa y se desabrochó los pantalones para guardarse la verga y ajustárselos. En ese momento, Anabel subió con cuidado de que no la oyera.

 

      Estaba muy caliente, el placer le cocía dentro del coño, no sabía qué le estaba pasando, qué le había sucedido desde que pilló a su hijo masturbándose. La sensación eléctrica había sido inesperada. Tenía ganas de coger el consolador que le regalaron en su despedida de soltera y follarse con él, pero quería continuar el juego. Les vio dándose un chapuzón en la piscina. Subió a su habitación y se atavió con un camisón corto de raso, color negro, con encaje en las copas y escote abierto, abrochado con un lazo. De las copas salían unas anchas tiras anudadas en la nuca, dejándole la espalda al descubierto, y lo más sexy eran las aberturas laterales con detalle de lacitos, aberturas que le llegaban hasta la cintura. No se puso bragas y se calzó con los zuecos para realzar su figura. Se mojó un poco la melena de estilo paje para simular que se había dado un baño y se hizo una coleta. Bajó de lo más sugerente. Aún se encontraban en el recinto de la piscina. Bajó al sótano. El muy cerdo había dejado el retrato volcado y lleno de leche. Lo cogió y lo elevó, primero oliéndolo y después probándolo con la punta de la lengua. Tenía un sabor rancio. Tuvo que palparse el coño ante la morbosidad. Estaba probando el semen de otro hombre, de un hombre de setenta años, además socio de su marido. Qué guarra se estaba volviendo, tuvo que reconocérselo a sí misma. Volvió a lamer la leche, degustándola de nuevo, como si fuera una perra. Agitó la cabeza, como queriendo expulsar la arrebatadora sensación. No podía más, necesitaba desahogarse. Depositó el porta-fotos en la mesa, como si fuera un plato, y se sentó en el sillón. Se subió la faldilla del camisón hasta las ingles. Metió los dedos de la mano derecha en la leche y luego la bajó para untarse el chocho con ella, esparciéndola por el vello y por los labios vaginales, dejándose el coño como si fuera una tostada de mantequilla. Y se reclinó para masturbarse, refregándose el chocho pegajoso y húmedo, esparciéndose el semen por todos lados. A veces elevaba la mano y se relamía los dedos, saboreaba la mezcla de semen y flujo vaginal, para bajarla enseguida y atizarse clavadas con los dedos. Cerró muy fuerte los ojos  al correrse y precisó de un suspiro profundo. Se miró el coño, lo tenía todo manchado de nata viscosa. Cogió un clínex y se lo limpió. Después vertió el semen del retrato en el pañuelo y limpió el cristal volviéndolo a colocar en su sitio. Trató de relajarse un poco acompañada de aquel silencio del sótano y aquella iluminación tan tenue. Cómo podía haberse vuelto tan guarra de manera tan fugaz. Cuando más ensimismada estaba, se encendió la luz de la escalera y sintió pasos que bajaban.

-          ¡Mamá, la comida!

-          ¿Qué? -. Se incorporó rápido y simuló que trabajaba en el ordenador -. Sí… Ya… Ya termino…

Apareció su hijo acompañado de Edy, ambos en bañador, ambos babeando al verla con aquel camisoncito.

-          Tu padre me tiene frita, hijo…

Apagó el ordenador y se levantó barajando unos documentos para exhibirse. Las tetas se meneaban tras los encajes, con los pezones visiblemente señalados en la tela. Al ser tan corto el camisón, tipo minifalda, se le veían todos los muslos y por las aberturas laterales pudieron comprobar que no llevaba bragas. Rodeó la mesa en dirección hacia ellos. Pudo fijarse en el pene hinchado de su hijo tras la tela.

-          Bueno, habrá que comer, ¿no? Me parece que hay comida hecha.

-          Pasa, Anabel – le dijo Edy cediéndole el paso y plantándole su manaza en la espalda, tacto que le produjo un escalofrío de placer en todo el cuerpo.

Comenzó a subir los escalones en primer lugar contoneando el culito con estilo. Ellos iban detrás, asomándose bajo el camisón, viéndole el chocho entre las piernas, toda la almeja peluda moviéndose al subir cada escalón, con los labios vaginales rozándose y el clítoris sobresaliéndole. Ambos se miraban fascinados, refregándose los genitales con ambas manos. No se lo podían creer. 

-          No lleva bragas la muy zorra – le susurró Edy al oído, susurro que ella pudo escuchar.

-          Ya lo sé, tío, mira qué coño…

En la cocina continuó la exhibición sexual mientras les servía los platos como una criada. Los dos se tocaban bajo la mesa. Sus tetas no paraban de moverse tras los encajes. Sin dejar de torpedearla con miradas, se pusieron a comer mientras ella probaba la sopa junto a la encimera. Qué cachonda la tenían, cuánto estaba disfrutando en su papel de calientapollas. A veces les hablaba de cosas insulsas o le preguntaba a Edy por su familia para aparentar su ingenuidad. Se sentía como una putita de los dos chicos  y eso la enloquecía. Ni un ápice de remordimiento, ni un recuerdo de su marido, salvo el temor a que la descubriera involucrada en aquel juego inmoral. Intencionadamente, dejó caer al suelo un tenedor. De espaldas a ellos, se curvó para recogerlo. La faldilla del camisón se elevó lo suficiente como para dejarle la mitad del culo a la vista, dejando al descubierto parte de la raja, las asentaderas de las nalgas y el chocho en la entrepierna, un chocho de una raja jugosita recubierta de vello, con un grueso clítoris entre los labios vaginales. Se lo veían entero, cada detalle. Edy tuvo que aplastarse el bulto para no correrse y Abel se quedó noqueado, con la verga tan hinchada que estaba a punto de reventar la tela. Al incorporarse, se le tapó el culo, y continuó ante la encimera sin inmutarse, hablando de las próximas vacaciones, enjuagando unos platos, como si allí no pasase nada. Terminaron de apurar el segundo plato. Anabel continuaba de espaldas a ellos, moviéndose a lo largo de la encimera, meneándoles el culito. Edy le hizo un gesto a Abel, como diciéndole que tenía la verga a punto de reventar. Abel se levantó y se acercó a su madre. Le pasó las yemas de los dedos por la espalda descubierta, a modo de caricia, y le estampó un besito en la mejilla. Los lazos del cuello le caían por la espalda. Tenía la verga como Edy, a punto de estallar. Los escalofríos de placer al tocarla le aceleraban el corazón.

-          Qué rica estaba la comida, mamá. ¿Verdad, Edy?

-          Riquísima.

-          Eso es lo que yo quiero, que os guste. ¿A que soy una buena cocinera?

Volvió a estamparle otro besito en la mejilla, sin dejar de manosearle la espalda con las yemas.

-          Qué guapa eres, mamá – le soltó casi en tono jadeante, como si no pudiera controlar los impulsos -. ¿A que mi madre es guapa, Edy?

-          Cuántas quisieran ser tan guapas como ella – añadió Edy, deseoso de participar en aquellos manoseos.

-          Vaya, gracias a los dos, con más de cuarenta que dos chicos te digan lo guapa que eres, la verdad es que es muy halagador.

-          Es que estás muy guapa – insistió su hijo.

-          Me vais a poner colorada.

-          Este camisón es muy bonito y te queda muy bien. No llevas braguitas, ¿no? – le soltó elevándole la faldilla trasera del camisón hasta la cintura y mostrándole todo el culo a Edy, toda la raja y ambas nalgas carnosas, con los pelillos del chocho apreciándose entre sus piernas arqueadas -. ¿Has visto, Edy, qué culito tiene mi madre? – le preguntó soltándole una palmada en una nalga.

Anabel se volvió hacia él tirándose del camisón hacia abajo para taparse.

-          Ay, hijo, no seas tonto, qué haces, hijo, aquí delante de tu amigo…

-          No llevas bragas…

-          Porque tengo que ducharme otra vez. Quita del medio, anda, qué vergüenza, levantándome el camisón delante de Edy.

-          Qué más te da, cuando llevas bikini…

-          Quita, qué va a pensar tu amigo – le empujó apartándole -, no es lo mismo. Venga, tomaos el postre, yo estoy muerta y me voy a echar un rato en el sillón.

Cerró el grifo, se secó las manos y salió de la cocina un tanto ruborizada y nerviosa por lo que acababa de suceder. Su papel de tontita, de ingenua, de madre inocente, estaba surtiendo efecto y ya cada acto de su hijo resultaba más arriesgado. Acababa de levantarle el camisón y de tocarle el culo en presencia de su amigo Edy, y ella había actuado como la típica madre confiada. Ya era mucho el riesgo que estaba corriendo y el asunto se le podía ir de las manos.

 

        Trató de reflexionar en el baño enjuagándose la cara con agua muy fría. Estaba tonteando con su propio hijo y con su mejor amigo, estaba asumiendo unos riesgos que podían salirle muy caros, que podía originarle un remordimiento bestial si la cosa llegaba a mayores. Tenía una vida cómoda y feliz como para que surgiera un escándalo de tal envergadura. De hecho, por descuido, don Cosme se había beneficiado de su fascinación sexual. Se había bebido el semen de un viejo de setenta años. No se reconocía a sí misma. Se había vuelto una adicta sexual por culpa de un acto morboso, pero de forma repentina, una multitud de sensaciones lascivas tomaban el mando de su mente. Estuvo un rato sentada en la taza, esforzándose en contenerse, pero estaba demasiado cachonda como para detener el juego.

      Salió hacia el salón con su camisoncito y sin bragas. Los dos chicos veían la televisión, ambos en bañador, ambos ocupando un sillón cada uno. La fulminaron al verla venir, sobre todo sus piernas y el bote de los pechos. En la mesita del centro había una jarra de limonada y unos vasos.  Se sentó frente a ellos, en el sofá de tres plazas, y se tumbó boca arriba, con la base del camisón estirada, en la parte alta de los muslos, tapándole sus partes íntimas, aunque justo en el límite.

-          ¿Qué veis?

-          Los deportes – le contestó Edy.

-          Menudo rollo. Hijo, si me quedo dormida, llámame a las cinco, tengo que salir y hacerle unos recados a tu padre.

-          Descuida.

Bostezó y cerró los ojos simulando que dormía. Aguantó en esa postura unos minutos, pero después se volvió hacia el respaldo, dándoles la espalda, en posición fetal, con las piernas flexionadas y el trasero empinado cerca del borde. Enseguida les oyó cuchichear, como revueltos por el morbo. Abel no se podía creer esa confiada actitud de su madre. Siempre había sido muy suelta delante de él, no era nada recatada, hacía top less en la playa y andaba en bragas por la casa como si tal casa. No le daba corte andar tan ligera de ropa en presencia de Edy. Ambos se miraron.

-          Joder, tío, cómo está la cabrona – le dijo Edy en voz baja.

Abel se levantó y se acercó despacio al sofá. Edy le siguió. Ella distinguía a la perfección los susurros y les oyó acercarse. Muy despacio, su hijo le arrastró la tela de raso hacia la cintura hasta dejarla con el culo al aire. Al estar echada de costado, tenía el culo empinado, con las piernas flexionadas y juntas. Se arrodillaron ante el sofá. Se le veía todo el chocho entre los muslos, una raja húmeda y algo abierta, recubierta de un vello denso. También en el fondo de la raja se apreciaba su ano, un orificio blanquecino de esfínteres muy pronunciados, contraído, impoluto y tiernito. Edy le olió el culo mediante aspiraciones profundas, ella pudo sentir su aliento. También le examinó el chocho con los ojos muy cerca, con ganas de lamerlo. Sin dejar de olerle el culo, arrodillado, se sacó la verga y se la comenzó a sacudir. Abel también se masturbaba con la verga por fuera del bañador, de pie, al lado de su amigo, observando cómo olisqueaba el culo y el chocho de su madre. Anabel escuchaba los tirones de verga. A veces Edy miraba hacia su amigo, pero enseguida se curvaba para olfatear el culo y el coño. Abel ya sentía llegar el gusto a la punta de la verga. Más que la visión del culo, le electrizaba el que su amigo se lo oliera. Retrocedió hasta la mesa y sostuvo un vaso vacío, un vaso que se colocó debajo de la polla. Edy se irguió y le miró por encima del hombro.

-          ¿Qué haces? – le preguntó en voz baja.

Anabel captó las palabras de su hijo.

-          Quiero que mi madre se beba mi leche – le murmuró.

Y comenzó a escupir semen dentro del vaso, un semen gelatinoso que ocupó dos dedos del fondo. Tras exprimirse bien la verga, le entregó el vaso a su amigo. Edy también se lo colocó debajo, con los ojos clavados en el ano, hasta que segundos más tarde terminó de llenar el vaso hasta por la mitad, derramando una leche más blanca y más líquida. Abel volvió a taparle el culo, esta vez de un tirón más brusco, y volvieron a sentarse en los sillones.

     -  Qué buena está tu madre, tío – insistía Edy en voz baja -. Imagina que nos la follamos los dos. ¿No te la follarías?

     - Claro que me follaría a esta perra – contestó su hijo.

Abel vertió limonada en el vaso lleno de semen y le dio vueltas con una cuchara. Después le dio una voz a su madre para despertarla. Anabel se removió bostezando e incorporándose. Su hijo se levantó ofreciéndole el vaso de limonada.

-          Está fresquito.

-          Gracias, hijo.

Al cogerlo, distinguió gruesas motas de semen flotando sobre el color verdoso de la limonada o sumergidas en el fondo, pero empinó el codo y se lo tragó todo. Acababa de beberse el semen de su propio hijo, mezclado con el de su amigo Edy. Consultó la hora. Ya apenas le quedaba tiempo, Joaquín regresaría del trabajo de un momento a otro para trabajar un rato en el sótano y no podía encontrarla vestida con aquel camisón delante de Edy. Se indignaría por su falta de pudor. Se levantó desperezándose y alisándose las faldillas del camisón.

-          Bueno, chicos, voy a vestirme, tengo que salir. Quédame todo ordenado, hijo.

-          Muy bien, mamá.

Se ganó otro pequeño cachete en el culo al darse la vuelta, pero ni se inmutó. Y se alejó de los dos chicos, ofreciéndole el sensual contoneo de su culo, con el sabor del semen alimonado metido en la boca, dejándoles la polla pulverizada de tanta paja.

 

     Se vistió y salió a dar una vuelta para encubrir ante los chicos sus verdaderas intenciones y de paso no levantar sospechas para cuando llegara su marido. Cuando regresó a última hora de la tarde, Edy ya se había marchado y su marido ya estaba de vuelta. Ante su hijo se comportó de la misma manera espontánea, como si entre aquellas paredes no estuviera sucediendo nada. Cenaron los tres juntos en el porche y después de la medianoche Anabel y Joaquín se fueron a la cama. Ella sabía que su hijo aún tardaría un rato en dormirse. Solía ver la televisión hasta muy tarde cuando estaba de vacaciones y su cuarto era el contiguo al de ellos. Le contó a su marido que don Cosme había estado en casa y que le había echado una bronca de campeonato, sin llegar a decirle que la había pillado medio desnuda.

-          No le jodas, cariño – le dijo su marido -. Ya sabes lo exigente que es. A veces me amenaza con vetarme en el consejo de administración. Tiene un derecho de compra por nuestras acciones, ¿entiendes? Hay que hacerle la pelota.

-          ¿Me estás pidiendo que sea una lameculos con tu socio?

-          No, joder, pero hay que tratarle con tacto.

Ya en la cama y con la luz apagada, Anabel se puso tontona y comenzó a masajearle los genitales por encima del pantalón del pijama. No es que tuviera ganas de follar con su marido, era por el morbo de que su hijo la oyera gemir como una perra. Joaquín le dijo que estaba un poco cansado, pero logró calentarle y ponerle la polla tiesa tras varios besos apasionados. Cuánto le hubiese gustado tener la puerta abierta para que la hubiese visto. Se subió encima de su marido y ella misma se metió la verga en el coño. Y se puso a saltar sobre ella, a cabalgar desbocadamente y a gemir de manera alocada. Su marido fruncía el ceño con la polla contusionada por los saltos que daba y sorprendido por la intensidad con la que se entregaba su mujer.

-          Chsss… Cariño, no grites tanto… Nos va a oír…

Pero acezaba sin parar de cabalgar, con los ojos cerrados, imaginándose que era su hijo quien se la follaba. Abel, tumbado en su cama, oía gemir a su madre tras la pared. Gemía escandalosamente como una jodida perra. Su padre se la estaba follando. Se levantó, se asomó al pasillo y dio unos pasos hacia la puerta pegando la oreja.

-          Ahhh… Ahhhh… Ahhh

Poco a poco los gemidos fueron apagándose. Abel retrocedió y se metió en el baño. Abrió la taza y se puso a mear. Tenía la verga hinchada sólo de escucharla. Comenzó a meneársela con los ojos cerrados, con los gemidos de su madre metidos en la cabeza. Era la tercera o la cuarta paja que se hacía ese día. En la habitación de matrimonio, Anabel se apeó de la cama. Había dejado a su marido desecho, con la polla machacada, medio adormilado por el esfuerzo. Ella sudaba a borbotones de tanto cabalgar, con la melena tipo paje humedecida. Se puso por encima una bata con estampados de cebra, cortita, de raso, de media manga,  y salió de la habitación. Vio luz encendida en el baño y no lo dudó. Al irrumpir le vio de espaldas ante la taza, ataviado con un ajustado slip blanco. Se la estaba machacando, aunque no pudo verle. Su hijo volvió la cabeza.

-          ¡Mamá! – exclamó deteniendo el brazo.

La vio envuelta en sudor y el cabello mojado. Llevaba la bata desabrochada y algo abierta, con una teta por fuera que se tambaleaba al moverse, con el pezón muy erguido en mitad de la aureola. Se le veía el chocho en la abertura, con un diminuto salpicón de leche en mitad del vello, una mota blanca que contrastaba con la negrura de los pelillos. Abrió el grifo y se curvó para lavarse la cara, con la teta dentro del lavabo.

-          ¿Qué haces levantado?

-          Estaba meando -. Se guardó la verga y se giró hacia ella -. ¿Y tú?

Se limpió la cara irguiéndose, ahora con las dos tetas por fuera y el chocho a la vista. Reparó en la mancha del slip y en los contornos de la verga.

-          También, voy a mear y a lavarme.

Su hijo le pasó la mano por el cabello sudoroso.

-          Has echado un polvito con papá, ¿no?

-          Sí – sonrió -. Hoy venía tu padre guerrero.

Su marido se encontraba a escasos metros de la escena y no quiso arriesgarse. Dio un paso hacia delante, se subió los faldones de la bata y se sentó en la taza a mear, algo curvada hacia delante, con las tetas casi rozándole los muslos. A través de la entrepierna, Abel le vio caer el chorro de pis del chocho. Porque estaba su padre en casa, sino no se hubiera podido resistir. Aguardó hasta que se cortó el chorro y comenzó un incesante goteo del chocho. Se pasó un trozo de papel higiénico para limpiarse y se levantó, esta vez abrochándose la bata.

-          Me voy a la cama, hijo, buenas noches.

-          Buenas noches, mamá.

Se dieron un besito en los labios y salieron juntos del baño. Después cada uno se fue por su lado, aunque los dos se masturbaron cuando se tendieron en la cama, Abel rememorando cada detalle y Anabel junto a su marido dormido.

 

     A la mañana siguiente, se levantó a la misma hora que su marido. Se atavió de manera informal, con unos tejanos y una blusa. Quería mantener su rutina, no parecer descarada ante su hijo Abel y su amigo Edy, actuar con la misma naturalidad de siempre, no levantar sospechas de su ninfomanía. Desayunó con unas amigas, aunque apenas prestó atención a sus bobadas. Tenía la mente en otro sitio, se sentía emocionada de volver y reanudar el juego. Se pasó por la clase de aerobic y telefoneó a la profesora de inglés para suspender la clase. Quería llegar pronto.  A las diez y media de la mañana, estaba de vuelta. Edy ya estaba en casa, pero en el salón le esperaba don Cosme, que al parecer, al descubrirla medio desnuda el día antes, se había aficionado a pasarse por casa. Le jodió enormemente la visita, pero simuló cierta amabilidad con el jefe.

    -   Buenos días, don Cosme. Hola, Edy.

Iba radiante, aunque sus vestimentas informales ocultaban las verdaderas intenciones.

-          Tenemos que redactar los objetivos.

-          Vale. ¿Quiere un café?

-          De acuerdo.

Les preparó el desayuno a los chicos y le sirvió un café al jefe de la empresa. Parecía la criada de todos ellos, con su cuerpo y sus movimientos como objetivos de sus miradas. La elasticidad del pantalón realzaba el volumen de su trasero. Tanto Abel como Edy se percataron de cómo la miraba el viejo. No le quitaba la vista de encima. Anabel estaba muy cachonda sintiéndose observada. Si supieran que se había bebido el semen de todos ellos. Tras el desayuno, los chicos subieron a jugar a la consola y ella acompañó a don Cosme al despacho del sótano. Ocupó el sillón frente al ordenador y el viejo al otro lado de la mesa. Tecleaba según le iba indicando el jefe. En una de las pausas donde ella ajustaba los márgenes de una página, don Cosme se atrevió de manera desvergonzada con un comentario insinuante que la puso nerviosa.

-          Me gustabas más como ibas ayer, así, con las tetitas al aire y medio desnuda. Fue un buen recibimiento.

Anabel tragó saliva y dejó escapar una sonrisa, sin saber cómo actuar. Estaba comportándose muy dócilmente ante él y todo debido a su enfermiza obsesión. En condiciones normales, no hubiese permitido un comentario tan grosero.

-          No sea usted viejo verde, don Cosme. No sabía que usted iba a venir.

-          ¿Yo, viejo verde? A mí ya ni se me levanta.

-          Bueno, esto ya está, se lo he mandado a su correo de la oficina -. Se levantó y rodeó la mesa colocándose a su lado, rebuscando entre los papeles. Él continuaba sentado -. De todas formas, luego los imprimo para encuadernarlos.

Inesperadamente, le atizó una palmada en el culo, con la palma abarcando ambas nalgas.

-          Qué buena estás, cabrona.

-          ¡Au, don Cosme! – se quejó volviéndose hacia él con la mano atrás -. No me toque el culo, luego dice que no es un viejo verde. Bueno, yo me subo, es tardísimo…

-          Adiós, bonita – se despidió levantándose y siguiéndola para deleitarse con el meneo al subir los escalones.

Don Cosme se marchó y Anabel subió a la segunda planta. Era muy tarde, casi las cuatro. La había entretenido en exceso y sentía que había desaprovechado una buena oportunidad de estar a solas con los chicos. Oía el sonido de la consola y comentarios acerca del juego, así es que entró sin llamar en la habitación de su hijo. Estaban sentados en el suelo, en bañador, frente al televisor, cada uno con un mando.

-          ¿Habéis comido? Mira qué hora es.

-          Sí, mamá, no te preocupes. Ya hemos comido.

-          Bueno, voy a mi habitación.

-          Vale, mamá.

Irrumpió en su habitación y dejó intencionadamente la puerta entreabierta. Se desnudó a toda prisa. Se puso unas braguitas muy pequeñas de color negro, con la delantera de muselina, totalmente transparente, con tiras laterales tan finas que parecían hilos. Se calzó con los zuecos y se puso la bata de estampado de cebra, ligeramente anudada en la cintura, con escote en V muy suelto para dejar visible parte de sus pechos. Se sentó en el borde de la cama y se abrió la bata hacia los lados para dejar los muslos al descubierto y, erguida, comenzó a limarse las uñas, deseosa de que la acecharan. Les oyó salir al cabo de diez minutos. Como se esperaba, entraron en el cuarto, con su hijo en primer lugar. Iban en bañador, con el torso desnudo. La barriga de Edy botaba con cada paso. Les miró sin dejar de limarse las uñas. Se fijó en el relieve genital en el slip de su hijo. Con su cuerpo atlético, parecía un modelo de revista.

-          ¿Aburridos?

-          Sí – contestó su hijo -. ¿Qué haces?

-          Pff, estoy molida. Hoy ha sido dura la clase de aerobic y creo que tengo una contractura en el hombro – mintió.

Edy se detuvo frente a ella. Su hijo rodeó la cama y entró de rodillas hasta detenerse tras su espalda. Anabel percibió el roce del bulto, percibió la dureza del pene. Le bajó un poco la bata por los hombros hasta descubrírselos, dejándola en una posición muy sexy ante su amigo, y comenzó a masajearla. Edy observaba fascinado delante de ella. La vio cerrar los ojos, relajada, moviendo el cuello.

-          Ay, qué bien, hijo, qué gusto tan grande, no sabes cuánto necesitaba esto…

Se reclinó sobre el torso de su hijo soltando la lima de las uñas. Las manos de Abel se deslizaron despacio hacia el escote, abriéndolo en su recorrido y abordando sus tetas. Comenzó a masajearlas ante los ojos de su mejor amigo, levantándolas por la base para pasarle luego la palma por encima de los pezones.

-          Ay, hijo, no, qué haces, no me toques las tetas así…

-          Chsss, tranquila, deja que nos relajemos contigo – le dijo exprimiéndole las tetas con suavidad, achuchándolas y zarandeándole los pezones con los pulgares.

-          Hijo, no, por favor, esto no…

-          Estamos muy calientes, mamá, nunca hemos estado con una mujer. Quiero masturbarte…

-          Hijo…

La besó rozándola con los labios, sobándole las tetas mediante suaves caricias. Anabel exhaló con el ceño fruncido, evidenciando su excitación. Con la mano derecha le acarició el cuello y la cara y volvió a besarla, pasionalmente, metiéndole la lengua dentro de la boca. Ella le correspondía. Los pellizcos a las tetas cada vez eran más rudos. Se las estaba enrojeciendo de tanto manosearlas. Edy se bajó el bañador hasta quitárselo y comenzó a menearse su verga, una verga ancha y corta, con venas señaladas por el tronco, presenciando cómo su amigo la morreaba y le amasaba las tetas. Abel apartó la cara para mirarla. Respiraba por la boca con el ceño fruncido. Le atizó una palmadita.

-          ¿Estás cachonda, mamá?

-          Me estás poniendo, hijo, y no quiero…

Le volvió la cabeza hacia Edy sujetándosela con las dos manos por las sienes.

-          Quiero que le mires, mira cómo se mueve la verga, ¿te gusta? -. Con las manos de su hijo en las sienes, observó a Edy desnudo, su cuerpo seboso y peludo y cómo se meneaba aquel grueso salchichón, con los huevos zarandeándose al son de las sacudidas. Miró a los ojos del amigo de su hijo. -. ¿Te gusta su polla? -. Le atizó una palmadita en la mejilla, esta vez un poco más fuerte, con algunos cabellos cayéndole en el rostro -. ¿Te gusta?

-          Sí, me gusta su polla…

Continuaba reclinada sobre su hijo. Le pasó la mano derecha por encima de las tetas y le desabrochó el cinturón, abriéndole la bata hacia los lados y exponiendo su vientre liso y sus bragas, unas bragas de muselina donde se le transparentaba la sombra triangular del coño. Con la mano izquierda le acariciaba la cara y el cuello. Tenía las tetas enrojecidas por los continuos achuchones.

-          Mírale, no dejes de mirarle, me gusta que le mires…

Resbaló la mano derecha por el vientre y la metió dentro de las bragas agarrándole el coño con fuerza para meneárselo. Anabel hizo un gesto de dolor, contrayéndose. Edy veía la actuación de la mano a través de la muselina, cómo refregaba la palma por toda la rajita. Los dedos sobresalían por los laterales de las bragas.  Le sacó la mano y agarró las bragas tirando hacia arriba como si fueran las riendas de un caballo, insertándoselas en el chocho a modo de tanga. Comenzó a masturbarla mediante suaves y constantes tirones, apretujándole el clítoris con la prenda. Edy se la sacudía muy deprisa viéndole el coño dividido en dos. Anabel se removía jadeando ante la presión de las bragas, resollando sin parar, con los ojos fijos en el cuerpo seboso de Edy, obligada por su hijo a mirarle. Sus tetas se meneaban como flanes. Volvió a abordarle las tetas con ambas manos para achucharlas, dejándole las bragas metidas en el chocho. Ella meneaba la cadera sin parar, con el clítoris aprisionado en la rajita. Edy se soltó la verga y dio un paso hacia ella. Le levantó las piernas y le tiró fuerte de las bragas hacia abajo, por las finas tiras laterales, dejándoselas enganchadas en los tobillos a modo de grilletes. Le elevó ambas piernas sujetándoselas por los tobillos como si fueran unos palos de esquí, elevándole un poco la cadera del colchón. Ella le miraba. Su hijo no dejaba de sobarle las tetas, enrojeciéndoselas cada vez más.

-          Fóllatela – le pidió Abel -, quiero que te folles a mi madre.

-          Sí…Ummm… Voy a follármela… Qué suerte follarse a esta zorrita…

Abel le tapó la boca y Anabel abrió los ojos. Edy se sujetó la verga para acercarla y se la hundió en el coño avanzando lentamente. Anabel resopló en la mano de su hijo al notar cómo la dilataba, cómo la rozaba, cómo la verga le arrollaba las entrañas. Notó los huevos pegados. Notó sus manzanas recorriendo sus piernas, sus besos por los gemelos, cómo le mordisqueaba las bragas al metérsela. Ella extendía los brazos hacia los lados, pero enseguida bajó la mano derecha para rozarse la rajita donde tenía clavada la verga, como si necesitase masturbarse al mismo tiempo que la penetraba. La barriga fofa de Edy temblaba y se llenaba de gotitas de sudor. Qué dentro notaba la verga. Y comenzó a moverse, a follarla despacio, como si quisiera disfrutar de la presión dentro del coño. La barriga se meneaba como un flan al embestirla. Anabel se fijó en el sudor corriéndole por los hombros y la cara. Le mantenía las piernas juntas y en alto, estiradas, con las bragas en los tobillos. Su hijo utilizaba la mano izquierda para continuar amasándole los pechos blandos y le metió dos dedos de la derecha dentro de la boca, pasándole las yemas por encima de la lengua, deslizándolas por sus dientes y por su paladar. La saliva le vertía por la comisura de los labios al intentar lamerlos y le resbalaba por la barbilla.

-          ¿Te gusta, mamá? – le preguntó su hijo dándole una palmadita y volviéndole la cara hacia él -. ¿Te gusta cómo te folla?

-          Sí – contestó con una expresión confusa de dolor y placer.

Abel la morreó baboseándola, sujetándola por el cuello con ambas manos. Flexionó las piernas, con los muslos pegados al vientre, y Edy bajó las manos sujetándola por las caderas, echándose más sobre ella para clavarle bien la verga. Mantenía la planta de sus pies pegadas a su barriga blanda. La follaba a un ritmo constante, pero lento. Su hijo dejó de besarla y le mantuvo la mirada hacia Edy. Anabel cabeceó jadeando en el tórax de su hijo, atizándose fuerte en la parte alta de la rajita, pellizcándose con la otra mano sus pezones sensibles, percibiendo un gusto enorme por todo su cuerpo. La ancha verga no paraba de entrar y salir. Las manazas de Edy recorrían los muslos de sus piernas o las nalgas del culo, sin dejar de menear el cuerpo para bombearle el chocho. Miraba hacia los ojos de su hijo y éste volvía a curvarse para morrearla de nuevo, con besos apasionados, con las lenguas rozándose, alisándole el cabello o acariciándole las mejillas, aunque enseguida las manos regresaban a los pechos para sobarlos. Edy comenzó a fruncir el ceño mirando cómo la verga perforaba el chocho y aceleró los empujones. Las hileras de sudor le recorrían el cuerpo. Anabel miró hacia el amigo de su hijo, despidiendo gemidos secos, manteniendo las piernas flexionadas sobre el estómago.

-          A ver si la vas a dejar preñada, tío – le advirtió Abel.

Anabel sonrió. Edy ahora la empujaba deprisa contra su hijo, hasta que sacó la polla y se la agarró con la mano para sacudírsela. Ella apartó la manita y al segundo le salpicó todo el coño con pequeños pegotes de semen gelatinoso, pegotes que se repartieron por el vello, uno le calló en la ingle y otro cerca del ombligo. El chico soltó un profundo bufido tras la corrida y se retiró hasta dejarse caer en una butaca, sudando como un cerdo y respirando fatigosamente. Anabel volvió la cabeza hacia su hijo, quien le acarició la mejilla suavemente.

-          ¿Te ha gustado, mamá?

-          Sí, mucho. ¿Tú no quieres follarme?

-          Me apetece mucho hacerlo contigo.

-          Y a mí, hijo.

Primero la besó y después retrocedió de rodillas en la cama. Anabel se incorporó, compartiendo una sonrisa con Edy, quien trataba de recuperarse espatarrado en la butaca. Abel se apeó de la cama y la rodeó hasta detenerse frente a su madre.

-          ¿Por qué no te das la vuelta? – le pidió -, ponte como si fueras una perrita.

-          Sí, vale, como tú quieras.

Se giró y se colocó a cuatro patas, dando un paso atrás para acercarle el culo, con las rodillas cerca del borde y los pies por fuera. Las tetas se columpiaban bajo su cuerpo. Miraba al frente, precisamente hacia un retrato de su marido. Abel terminó de quitarle las bragas y luego se quitó su slip. Se la machacó unos instantes fascinado con el culo de su madre. Le distinguía el ano en el fondo de la raja. Una gota de semen se deslizaba desde la ingle por la cara interna del muslo en dirección a la rodilla. Qué buena estaba. Se colocó la verga en posición horizontal y la dirigió hacia los bajos del culo, abriéndole el chocho con el glande y hundiéndola de un golpe seco. Anabel cerró los ojos al sentirle tan dentro y bufó cabeceando. La agarró de las caderas y comenzó a contraer el culo para follarla de manera lenta, pero firme. A veces ella le miraba por encima del hombro y le sonreía. Sus tetas danzaban alocadas en cada empujón. Se la sacaba casi hasta el capullo para asestarle una clavada seca. Madre e hijo gemían al unísono. Edy se acariciaba su verga presenciando el polvo que Abel le echaba a su madre. A veces le abría la raja del culo con los pulgares para fijarse en su palpitante y blanquecino ano, para observar el constante bombeo de la polla. Gemían rítmicamente, primero ella y después él, sin alterar el compás. Ella quedó envuelta en un jadeo interminable, cabeceando como loca, muerta de gusto, al tiempo que su hijo aceleraba las embestidas. Sacó la polla de repente y fue tocársela y comenzó a escupir leche sobre el coño de su madre, escupitajos muy blancos y líquidos que le anegaron la rajita, llegando a gotear hacia la cama. Ambos suspiraron en un intento de recuperar el aliento. Abel se echó a un lado para sentarse en el lado de la cama y ella se pasó la mano por el coño, como para comprobar hasta qué punto lo tenía manchado, después retrocedió hasta bajar de la cama.

-          Habréis quedado bien, ¿no? – les preguntó mirando a uno y después al otro, acariciando a su hijo bajo la barbilla.

-          Muy bien, mami, ¿y tú?

-          Me habéis hecho sentir mucho, pero ni una palabra de esto a nadie – les dijo poniéndose seria y dando un paso hacia Edy, con las tetas botándole, con el coño salpicado -. Si alguien se entera, nos cuelgan a todos. Yo me muero de vergüenza.

Edy tenía la polla tiesa de nuevo de tanto tocársela.

-          Si me haces una pajita, mantendré el pico cerrado

-          ¡Jodido cabrón insaciable! -. Le dio un manotazo en el hombro y miró hacia su hijo por encima del hombro -. ¿Has visto a tu amigo, hijo?

-          Es un cabroncete, mamá.

-          Venga, imagina que eres nuestra putita. Me pones muy cachondo.

Edy se reclinó separando las piernas y soltándose la polla para dejar los brazos por fuera de la butaca. El sudor le chorreaba por la barriga y los pectorales. Anabel se inclinó ligeramente hacia él, con los pechos colgándole hacia abajo y moviéndose como campanas. Le rodeó el pollón con la mano derecha y le acarició los huevos con la izquierda. La tenía sudada. Y se la comenzó a sacudir sobándole los huevos a la vez. Se la machacaba a un ritmo apresurado, sujetándosela bajo el capullo. Edy jadeaba despacio con los ojos entrecerrados. Su barriga fofa y sudorosa subía y bajaba con la acelerada respiración. Los pechos se zarandeaban chocando el uno contra el otro por la vibración del brazo. Los huevos se los exprimía con fuerza, provocándole frenéticos jadeos. Parecía una verga de goma dura, como la porra de un policía. Abel se levantó acercándose. Le acarició el culo empinado. Ella volvió la cabeza y él se inclinó besándola en los labios, pero enseguida Anabel se concentró en masturbar a Edy. La barriga ya se movía al son de una respiración nerviosa. Anabel aceleró los tirones, soltándole los huevos y deslizando la manita izquierda por encima de su muslo peludo. Enseguida la polla, en posición vertical, derramó leche espesa hacia los lados, deteniéndose en el dedo índice de Anabel que la rodeaba bajo el capullo. Le dio un par de sacudidas, le exprimió la punta y se la soltó incorporándose. Edy resoplaba con la verga sobre el vientre. Su hijo la rodeó por la cintura y ella también a él.

-          ¿También quieres que te haga una paja?

-          Sí, hazme una pajita.

Sin dejar de abrazarse, condujo la mano derecha a la larga verga de su hijo, de la agarró abrigando el capullo y se la comenzó a machacar vivamente en posición vertical. Se vertían los alientos uno al otro hasta que se fundieron en un beso. Ella le atizó una palmada al culo de su hijo sin dejar de meneársela con la otra mano.

-          Qué bueno estás.

-          Tú también, mamá.

Anabel ladeó la cabeza para comprobar cómo se la sacudía y la apoyó en su musculoso pecho. Ambos continuaban abrazados por la cintura. Le tenía la verga taponada con la palma al eyacular, así que atrapó el pequeño derramamiento de semen, elevando después la mano para que no se le vertiera. Edy se levantó en ese momento con la verga flácida colgándole hacia abajo. Abel y su madre se separaron el uno del otro. Ella mantenía la palma hacia arriba con la porción de semen en el centro de la palma. Le dio un cachete a Edy en su culo gordo empujándole hacia la puerta.

-          Bueno, venga, los dos fuera, ya está bien, que vuestra putita tiene que lavarse y ventilar esto antes de que llegue Joaquín.

-          Gracias, Anabel, ha estado muy rico – le dijo Edy, quien se ganó otro cachetito de ella en el culo.

-          Sí, venga, fuera los dos, salid.

Una vez estuvieron fuera, cerró la puerta y abrió la ventana para ventilar el olor a sexo. Luego se metió en el baño y alzó la palma para lamer la porción de semen. Se miró el chocho. Tenía varios salpicones y le dolía un poco por la dilatación, sobre todo por el grosor de la de Edy. A pesar de los múltiples orgasmos, seguía muy cachonda, a pesar de que era consciente de la tremenda inmoralidad, seguía con el coño al rojo vivo, a pesar de los fugaces remordimientos que alumbraban su mente, enseguida rememoraba las sensaciones al follarla. La habían convertido en una ninfómana, en una adicta al sexo. Cuando se duchó, se atavió con su bata atigrada debidamente abrochada, con unas braguitas negras bajo la prenda. Ya había regresado su marido cuando bajó al salón, quien la recibió con un besazo, y Edy ya se había marchado. Joaquín la invitó a cenar y ella aceptó encantada. Quedaron con unos amigos en un restaurante. Salir con él entrañaba una buena razón para alejar sus indecorosos pensamientos, para fingir su ninfomanía y continuar siendo ante él la mujer cariñosa que tanto amaba. Tuvo destellos de lujuria durante la velada, pero logró entretenerse. Cuando regresaron, Abel dormía e hizo el amor con su marido, esta vez de manera más silenciosa y más romántica, besándose pasionalmente durante el acto. Se sintió un poco culpable al verle dormido a su lado, esa tarde la habían follado dos chicos jóvenes, la habían manoseado y les había masturbado, y uno de ellos era su hijo.

 

        A la mañana siguiente, se levantó a la paz que su marido. Cuando él se fue, no pensaba salir, pero recibió una llamada de don Cosme para que le fuera al banco a hacer unas gestiones. También le encomendó diversas tareas administrativas para el día siguiente. Por un lado, le jodió la llamada porque tendría que perder un par de horas por ahí, pero por otro se libraba de la visita del viejo y ante los chicos podría disfrazar su ninfomanía dándoles a entender que ella continuaba con su vida y que lo sucedido sólo había sido un hecho aislado, que no estaba tan obsesionada como ellos. Se atavió con un coqueto y ligero vestido corto de estampados rosas, muy fresco y lleno de vitalidad, con un amplio escote redondeado y fruncido que realzaba el busto. Se calzó con unos altos zapatos de tacón aguja para otorgarle sensualidad a su estilo y muy maquillada salió a hacer las gestiones ordenadas por el jefe. Regresó tres horas más tarde tras suspender todas sus citas. Debía trabajar en el despacho, pero necesitaba jugar. Su marido la telefoneó para indicarle que regresaría a casa a última hora de la tarde por el tremendo jaleo que tenía en la oficina. Anabel, encantada, dispondría de más tiempo para jugar con los chicos.

      Eran justo las doce cuando entró en casa. Ambos se encontraban en el salón. Abel ocupaba el sofá de tres plazas y permanecía tumbado y Edy en uno de los sillones, ambos en bañador y con la televisión encendida. Acababan de darse un baño. Se quedaron boquiabiertos al verla aparecer con aquel vestido tan explosivo.

-          Qué guapa vienes hoy, Anabel – le soltó Edy.

-          Muchas gracias, guapo. – Le dijo algo sonrojada por la situación -. ¿Hoy no jugáis ala Play?

-          Queremos jugar contigo – le soltó el amigo de su hijo.

-          ¡Qué gracioso!

Abel extendió el brazo con el mando en la mano y descongeló la imagen para que se reprodujera la escena de una orgía.

-          Estábamos viendo una porno. ¿Quieres verla con nosotros?

-          Son un poco aburridas, ¿no?

-          Ven, siéntate aquí conmigo – le pidió su hijo.

Su hijo, tendido boca arriba, se echó más hacia el respaldo para abrirle un hueco y ella se sentó a la altura de sus rodillas, casi en el borde. Los gemidos se sucedían en la pantalla. Edy, desde el otro sillón, se pasaba la mano por encima del bulto, alternando la mirada entre Anabel y la película. Ella miraba hacia la pantalla.

-          Son todas iguales – comentó -, no sé cómo os gusta.

-          Estoy muy caliente, mami, ¿por qué no me haces una pajita?

-          No os aprovechéis de mí, ¿vale? – dijo en tono de broma, ladeándose hacia su hijo, al que le descubrió la verga hinchada bajo el slip-bañador.

-          Estoy que rompo, mamá, necesito que alguien me toque.

-          Tú cálmate, anda.

Le pasó la palma de la mano acariciándole todo el bulto, percibiendo su dureza y la blandura de los cojones. Abel mantenía la cabeza ladeada hacia la pantalla mientras su madre le tocaba. Edy se puso de pie, se bajó y se quitó el bañador y volvió a sentarse acomodándose sobre el respaldo. Cruzó una mirada con Anabel mientras se meneaba débilmente su verga para enderezarla, con los huevos reposando en el cojín del sillón. Abel a veces cerraba los ojos para emitir un bufido, excitado por las caricias de su madre. Anabel le bajó el bañador hasta dejárselo enrollado por debajo de los cojones. Se ladeó aún más hacia él, de costado hacia la pantalla, y le levantó la polla para rodearla por la mitad y comenzar a sacudírsela. Abel soltaba profundos jadeos, a veces dirigiendo la mirada hacia la mano de su madre y otras veces hacia la pantalla. Edy estaba más pendiente de Anabel masturbando a su hijo que de la película y no dejaba de endurecerse la verga con continuos manoseos. Anabel se la meneaba deprisa, haciendo que sus huevos botaran, acariciándole el vientre plano y musculoso. Su hijo estaba muy bueno, tenía un cuerpo de película y su mano izquierda no paraba de resbalar por su vientre y por sus muslos. Abel se contrajo frunciendo el entrecejo y suspirando. Ella le atizó fuertes tirones apretando  la verga y al segundo un escupitajo de leche salió disparado hacia arriba, escupitajo que cayó sobre el ombligo de Abel. Los otros derramamientos fueron más débiles y cayeron por los lados de la verga, manchando la manita de su madre. Ella misma se ocupó de secársela con el bañador bajado. Luego depositó el pene sobre el vientre y se inclinó estampándole un besito en el tronco para volver a incorporarse enseguida.

-          Que sepa que esto es cosa mía – dijo acariciándole el pene -. Es de mi sangre.

-          Ya lo sé, mami, por eso te gusta.

Anabel, envuelta en una sonrisa, miró hacia Edy. Su cuerpo seboso, blanco y peludo, resultaba asqueroso, pero la morbosidad superaba cualquier estrago.

-          Y ahora me dirás seguro que te toca a ti, ¿no?

-          Ven, acércate – le pidió Edy. Anabel se levantó y caminó con sus tacones hacia el sillón -. Me gusta que seas nuestra putita.

-          Ay, no me digas eso.

-          Desnúdate -. Le ordenó con seriedad. Anabel, dócilmente, dándole la espalda a su hijo, se sacó el vestido por la cabeza  y se quedó tan sólo con sus braguitas negras y los tacones. La ponía muy cachonda comportarse como una sumisa ante aquel mocoso. Verdaderamente, parecía su puta -. Quítate las bragas -. Obedeció, se bajó las bragas muy despacio hasta sacársela por los pies -. Muy bien, ahora arrodíllate y mastúrbame, putita…

Se postró ante el sillón y dio un paso con las rodillas hasta colarse entras las robustas piernas de Edy. Le agarró la gruesa polla y se la comenzó a sacudir a un ritmo sosegado, mirándole a los ojos, con media sonrisa en la boca. Notaba las venas que recorrían el tallo. Era como agarrar un tronco por la piel basta de la verga.

-          Tócame los huevos – le ordenaba Edy reclinado, con los brazos por fuera del sillón. Sin parar de machacársela, sujetándosela por debajo del capullo, se puso a sobarle los huevos con ligeros apretujones. Edy se mordía los labios, muerto de placer. A veces miraba hacia su hijo por encima del hombro. Les observaba con el bañador aún bajado y el pene en reposo. La punta de la verga le golpeaba la zona de los pezones. Edy la miraba apretando los dientes. Se esforzaba en tirarle fuerte de la verga y en exprimirle bien los cojones -. Qué bien lo haces, putita. Dame con las tetitas un poco -. Él se ocupó de subir los brazos, agarrarle las tetas y encajarle la polla entre las dos. Ella se encargaba de subir y bajar el tórax mientras él se presionaba la verga con ambos pechos uniendo un pezón con el otro. Tenía el rostro muy cerca el uno del otro y se rozaron con los labios, llegando a unir las puntas de las lenguas. Edy volvió a relajarse y Anabel se ocupó de sujetarse las tetas para masturbarle con ellas otros instantes más -. Qué gusto, cabrona, qué putas tetas tienes, qué blanditas… Ahhh… Ahhh…

Anabel no pudo resistirse, la vagina le chorreaba del brote de flujos. Se soltó las tetas y se inclinó para chupársela. Sujetándosela por la base, comenzó a mamar como si la verga fuera un biberón, con los labios en el capullo y succionando. Edy gemía débilmente. Abel se fijaba en el culo de su madre, curvada hacia su amigo, haciéndole una mamada. Comenzó a comerse la verga, a deslizar los labios desde el capullo hasta el vello. Subía y bajaba la cabeza pausadamente. Edy le apartaba la melena negra de paje a un lado para verla mamar. Los cabellos le rozaban la barriga. Notaba caricias en sus huevos y la parte interior de los muslos. Edy miró hacia Abel. Su madre devoraba la verga.

-          Qué bien la chupa la hija puta. Wow… Ohhh…Ohhh…

Anabel aceleró las subidas y bajadas por la polla, comiéndosela hasta que la sentía en la garganta. Notaba la barriga en su cabeza moviéndose rápido con la respiración. Qué rica estaba, tenía la boca muy abierta para poder mamar. Edy ya jadeaba alocadamente. Le tenía la verga muy baboseada cuando elevó el tórax y le dio una serie de tirones secos salpicándose las tetas de leche, gotas que se esparcieron por toda la masa esponjosa, llegando a embadurnarle un pezón completamente de blanco, con finas hileras por ambas curvaturas. Le escurrió bien la verga, le pasó la mano por encima para limpiársela y la dejó caer a un lado, tiesa como una porra. Se miró los pechos.

-          Mira como me he puesto. ¿Te ha gustado?

-          Impresionante, putita.

Le atizó una palmadita en la pierna al levantarse.

-          Ay, no me llames así, tonto.  Poneos el bañador, anda, voy a lavarme y os preparo la comida.

Desnuda, exhibiéndose ante los dos chicos, recogió su vestido y sus bragas y abandonó el salón en dirección a la segunda planta.

 

         Un rato más tarde apareció en la cocina ataviada con su erótico bikini atigrado de braguitas tanga, aunque con el sostén puesto. Ellos la esperaban sentados a la mesa, cada uno a un lado, tomando unas cervezas. Se ganó un par de cachetes en el culo por parte de Edy. El chico ya la trataba como si fuera suya. Les preparó la comida y se sentó con ellos a comer, presidiendo la mesa, flanqueada por los dos. Hablaron de sexo de manera distendida, de que el incesto era un tema tabú como para que aquel juego saliera a la luz. Ella les pidió por tres veces que no contarán nada a nadie de lo que estaba pasando entre ellos, sobre todo insistió con Edy, el menos afectado familiarmente. Anabel confesó que últimamente su visión del sexo había cambiado, que se había vuelto más liberal, que lo veía más como una diversión que como un acto de amor, que defendía los líos de una noche y el follar por follar si a cualquiera le apetecía.

-          Estás irreconocible, mamá – se sorprendió su hijo -. Yo creí que con papá todo funcionaba bien.

-          Y funciona bien, hijo, nos queremos, pero tu padre es más tradicional. No lo entendería.

-          ¿Se la chupas? – le preguntó Edy.

-          Bueno, no siempre, pero si me lo pide pues claro.

-          ¿Y te tragas la leche? – insistió el chico tocándose bajo la mesa.

-          Mira, eso no, me avisa cuando se va a correr.

-          ¿Nunca la has probado? – continuó su hijo Abel.

-          No, nunca, ya te digo, somos bastante tradicionales en la cama. A tu padre esa guarradas no le gustan, dicen que son cosas de prostitutas.

Le tocó el turno a Edy, que no paraba de refregarse para ponérsela dura.

-          ¿Y no te gustaría probarla?

Encogió los hombros haciéndose la tonta.

-          No sé, tampoco es una cosa que la haya pensado.

-          Podemos hacernos una paja para que la pruebes – le sugirió Edy compartiendo una mirada con su amigo -. Tendrías dos sabores para probar.

-          Tú es que no te cansas nunca, ¿eh? Eres insaciable.

-          ¿Te gustaría beberte mi leche, putita?

-          Ay, tonto, no me llames putita.

-          Quiero que te bebas mi leche – insistió Edy corriendo la silla hacia atrás para levantarse -. Seguro que te gusta.

-          Tendría que probarla – le retó ella con una mirada desafiante.

-          La vas a probar, putita, voy a correrme y la vas a probar.

Se levantó y se acercó hasta ella. Anabel le tenía a su izquierda. Se bajó la parte delantera del bañador hasta liberar su gruesa polla venosa y sus huevos gordos y peludos. Se la comenzó a machacar en posición horizontal, apuntando hacia su rostro. Anabel giró la cabeza hacia su hijo. Abel también se levantó para bajarse el bañador hasta las rodillas y empezar a masturbarse con la verga por encima de la mesa, encañonándola, con los huevos botando en la superficie. Ella miraba hacia una polla y después hacia la otra, una vez hacia la cara de Edy y otra hacia la de su hijo, presenciando cómo se la meneaban a escasos centímetros de su cara.

-          Sácate las tetas – le ordenó Edy. Se arrastró las blondas del bikini hacia arriba dejando al descubierto sus dos pechos blandos de pronunciadas aureolas y erguidos pezones -. Muévelas, putita, mueve las tetas.

Erguida en la silla, agitó el tórax y sus dos pechos se balancearon como los péndulos de un reloj, con la base rozando la superficie de la mesa.

-          Mastúrbate con nosotros – le pidió su hijo.

-          Sí, putita, mastúrbate también, vamos a masturbarnos los tres juntos.

Bajó las dos manos a la vez y las metió dentro del tanga para refregarlas por el chocho, hurgándose con los dedos, abriéndose la rajita, palpándose y apretujándose el clítoris. Sus deditos sobresalían por los lados, dejaban una abertura con el vientre para que ellos pudieran observar cómo se frotaba. Continuaba mirando hacia uno y después hacia el otro, encañonada por las dos vergas. Ellos se la agitaban cada vez más velozmente. Notaba una fina lluvia de babilla en la cara. Tenía dos dedos dentro del coño cuando Edy le volvió la cabeza hacia su verga poniéndole la mano bajo la barbilla. Le miró sumisamente. Se tiraba fuerte y jadeaba fatigosamente. La punta le rozaba los labios. Abrió la boca y un chorreón de leche muy espesa le cayó en la lengua. Mantuvo la boca abierta. La polla despidió tres escupitajos más que le dejaron la lengua completamente embadurnada de blanco. Se apretó el capullo dejando caer unas gotas en las encías inferiores y le retiró la mano de la barbilla. Anabel aún mantenía la boca abierta, llena de leche.

-          Trágatelo, putita.

Obedeció, cerró la boca y se tragó las porciones. Aún se acariciaba el chocho con ambas manos cuando ladeó la cabeza hacia su hijo. Le miró y le sonrió. Aún se la sacudía. Abel acercó del centro de la mesa un plato pequeño con un flan de vainilla. Bajó la polla y derramó la leche blanca y líquida sobre el flan, como si fuera nata, vertió hasta la última gota. Cogió la cucharilla, partió un trozo embadurnado de semen y lo dirigió hacia la boca de su madre. Primero lo masticó un poco y después se lo trago, así hasta comerse el pequeño pastel.

-          ¿Te ha gustado? – le preguntó Edy.

-          Sí, sí, cómo sois -. Se limpió la boca y bebió medio vaso de agua antes de forrarse de nuevo las tetas y ajustarse las braguitas del tanga -. Entre los dos me estáis pervirtiendo.

-          Es una pena, pero tengo que irme, bonita – anunció Edy.

-          Sí, iros, que sino, no me dejáis.

Ya se habían tapado cuando ella se levantó. Le dio un beso a cada uno en la mejilla y se dirigió hacia la planta de arriba.

 

     Qué cachonda la ponía el hecho de participar con su hijo y su amigo en sus fantasías de adolescentes. Les había hecho una mamada, se habían corrido en su boca, se había masturbado delante de ellos y aún no parecía suficiente. Se lo reconocía a sí misma, estaba más caliente que una perra. Estaba jugando con fuego por una obsesión sexual incontrolable, era plenamente consciente. Tal vez hasta precisaba de la ayuda de un profesional. Sabía que su hijo estaba en el salón viendo la tele, solo, y tenía ganas de tirárselo, de follárselo, estaba tan bueno, tenía una polla tan rica, que la moralidad le importaba un carajo. Seguro que si se lo pedía, él la correspondería encantando, pero no quería que trascendiera su enfermiza obsesión. Debía simularlo, que fuera él quien tomara la iniciativa. Se puso un bóxer-tanga de color negro de lycra y un pequeño sostén del mismo color anudado al cuello, con unas copas estrechas y alargadas que sólo tapaban la zona de los pezones, dejando la teta sobresaliendo por ambos lados de la tira, incluso apreciándose parte del recorrido circular de la aureola. Se calzó con unas deportivas y bajó a toda prisa. Aún tenía tiempo antes de que llegara Joaquín. Aún eran las cinco de la tarde. Al pasar por el salón se asomó y le vio adormilado en el sofá. No quiso despertarle para no parecer descarada y se encerró en el cuarto donde estaba la bicicleta estática. Esperaría haciendo algo de deporte, un rato que iba a servirle para relajar sus eléctricas emociones.

     Sonó el timbre de la puerta. Anabel no lo oyó y fue su hijo quien se levantó a abrir. Era el gran jefe.

-          ¡Don Cosme! Buenas tardes.

-          ¿Dónde cojones está tu madre? No me ha enviado unos putos informes que le pedí.

-          Creo que está con la bici.

-          Con la bici, me cago en la hostia puta, esta tía me tiene hasta los huevos.

El viejo se dirigió refunfuñando hacia el cuarto donde su madre hacía deporte. Abel se metió en el salón, aunque se mantuvo a la escucha. Don Cosme irrumpió precipitadamente en la habitación y se la encontró pedaleando en la bici. Enseguida se fijó en el ajustado y elástico bóxer negro y en el vaivén de las tetas, sólo cubiertas por una estrecha tira que tapaba los pezones y sólo una parte de las aureolas. Qué buena estaba la hija de puta. Anabel, ruborizada al verle plantado con su mal genio bajo el arco de la puerta, se apeó de la bici de un salto.

-          ¡Don Cosme!

-          No me has mandado los informes… - le gritó indignado.

Dio unos pasitos hacia él, con las tetas botándole, con las aureolas a la vista del viejo.

-          Yo, es que, iba a hacerlo ahora y…

-          ¡Vives como una puta pija! -. Abel oía la brusquedad del jefe y la sumisión de su madre -. Deja de tocarte el coño y venga al puto despacho.

-          Sí, sí, ahora mismo…

La dejó pasar para poder fijarse en su culo. Le vio el bóxer metido por el culo, con las nalgas contoneándose y vibrando con las zancadas. La siguió a corta distancia, embobado con los meneos del culito. Pasaron por delante del salón. Anabel cruzó una mirada con su hijo, quien se asomó para comprobar cómo babeaba el viejo. Bajaron hacia el sótano y entonces decidió seguirles. Verla en aquel plan sumiso ante el jefe le puso la polla tiesa. Torcieron hacia el oscuro despacho y pudo acuclillarse tras la planta para poder espiarles. Su madre sabía que permanecía allí escondido porque a veces le miraba de reojo. Rodearon la mesa y don Cosme se sentó en el sillón, acomodado sobre el respaldo. Ella se encontraba a su lado, de pie, ligeramente inclinada hacia la mesa, rebuscando entre las carpetas los informes que debía haber elaborado. Las tetas le colgaban y se mecían levemente.

-          Es que he estado muy liada, don Cosme – se disculpó.

-          No me toques los huevos, eres una puta golfa que se tira todo el día tomando el sol como una puta marquesa. Déjate de cuentos.

-          No volverá a pasar, don Cosme.

-          Eso espero porque os mando a tomar por culo…

-          No se ponga usted así.

Continuaba rebuscando nerviosamente. El viejo cometió el descaro de pasarse la mano por encima de la bragueta, como para calmar la erección. Verle las tetas balancearse y el bóxer metido por el culo le estaba sobreexcitando. Le asestó una sonora palmada en una de las nalgas, dejándole en la piel la mano señalada.

-          Qué buenos jamones tienes, cabrona.

-          Au, don Cosme – se quejó volviéndose hacia él, con la mano en la nalga dolorida.

Giró el sillón hacia ella.

-          Pareces una puta -. Se refregó la bragueta ante sus ojos -. Jodida zorra, te gusta calentarme, ¿verdad?

-          Don Cosme…

-          Sácate las tetas, cabrona, quiero verte las tetas, vamos, pórtate bien conmigo… - . Miró hacia su hijo un segundo, tiempo suficiente para distinguir que se estaba masturbando, y volvió de nuevo la cabeza hacia el viejo, quien no paraba de pasarse la mano por encima de los genitales -. Vamos, puta, deja que te vea las tetas. No te pongas tonta ahora. Los dos sabemos lo puta que eres.

Elevó las manos y se apartó las tiras hacia las axilas, mostrando sus dos pechos acampanados, de gruesospezones y grandiosas aureolas, caídas, blanditas, meciéndose levemente.

-          Ohhh… Qué suerte tiene ese maricón… Ummm… Qué buena estás… Qué tetas más ricas… Tócatelas un poquito… -. Se las sobó muy suavemente, levantándoselas y aplastándoselas con las palmas, de manera muy acariciadora, mirándole a los ojos -. Cómo me gusta… Ohhh… Sigue… -. Continuó acariciándose los pechos mientras él se bajaba la bragueta. Se desabrochó el pantalón, se lo abrió hacia los lados y destapó una verga fina y corta, de una piel blanquecina, rodeada de un vello canoso muy denso y con unos huevos muy arrugados. Comenzó a menearse la verga muy despacio, embobado en las caricias sobre los pechos -. Uff, hija puta, qué buena estás. ¿Por qué no me la chupas? Seguro que sabes mamarla muy bien -. Ella siguió inmersa en el manoseo de sus pechos, sin dejar de mirarle a los ojos -. Arrodíllate, zorra, quiero que me la chupes…

Anabel se arrodilló entre sus piernas. Como a ella le gustaba, primero le acarició con la manita izquierda sus huevos arrugados, después sostuvo la verga por la base para mantenerla en vertical y se curvó para mamarla. El viejo se reclinó suspirando y mirando hacia el techo cuando notó cómo la lengua y los labios le recorrían el fino palote. Las tetas blandas le rozaban las piernas. Subía y bajaba la cabeza a un ritmo constante, sin pausa, hasta que los labios rozaban el vello canoso, dejando todo el tallo bien ensalivado. Tenía un sabor rancio y apestoso, pero se la mamaba con esmero, sabedora de que su hijo la observaba. A veces llegaba al glande y se lo baboseaba con la lengua. Abel llegó a distinguir una gota de saliva resbalando por el tallo. Al mismo tiempo, le sobaba los huevos con suaves estrujones. El viejo se contraía en el sillón cómo queriendo follarle la boca, agitando la cabeza en el respaldo, con la boca abierta y los ojos abiertos como platos. Se la mamaba con lentitud recorriendo toda la verga con los labios, clavándole las yemas de los dedos en los huevos fofos. Con la polla dentro de la boca como si fuera un puro, a veces le miraba y él le apartaba el cabello a un lado, sin poder hablar por la fatigosa respiración. Le estaba haciendo una mamada a un tipo de setenta años. El viejo ya comenzó a bufar muy aceleradamente. Ella se la comenzó a sacudir mordiéndole el capullo con los labios, hasta que evacuó sobre la lengua chorritos de leche muy espesa, chorritos que se iba tragando a medida que eyaculaba. Le atizó varios tirones más hasta escurrirla, limpiándole el capullo con la lengua, después se irguió, aún sosteniéndole la verga en vertical. El viejo respiraba por la boca con dificultad.

-          Cabrona, qué mamada, me has dejado hecho polvo.

-          ¿Le ha gustado?

-          Sabes chuparla muy bien. Eres una buena puta -. Se guardó la polla y entonces ella se levantó forrándose de nuevo las tetas -. Tu marido no tiene por qué saber lo puta que eres – le dijo subiéndose la bragueta y levantándose para ajustarse los pantalones.

-          Por favor, don Cosme, no le diga usted nada a Joaquín.

Le atizó un cachete en el culo.

-          Tranquila, zorrita. Eres mi putita, nadie tiene por qué enterarse -. Le estampó un asqueroso beso en la mejilla -. Ahora tengo que irme. Quiero esto listo para mañana, ¿me has entendido?

-          Sí, don Cosme, como usted diga.

Se apartó para que pasara y aguardó de pie tras la mesa hasta que oyó arriba la puerta de la calle. Su obsesión ninfómana la había arrastrado hasta una lujuria perversa donde ya se la mamaba hasta un viejo de setenta años, sin prejuicios de ninguna clase, envuelta en sensaciones pecaminosas de difícil disolución, y todo ante los ojos de su hijo. Aquello ya parecía una enfermedad, una adicción muy fuerte. Cuando se disponía a subir las escaleras, su hijo apareció desde detrás de la planta con la verga por fuera. Se encontraban en el rellano. La empujó contra la pared, morreándola, manoseándola por todos lados, arrancándole el sostén y aplastándole las tetas con sus pectorales. Baboseaban con las lenguas por fuera, deseosos de tocarse, enfurecidos de sexo. Ella le manoseaba la espalda y deslizó sus manitas hasta meterlas por dentro del bañador. Acarició mediante pellizcos el culo de su hijo. Él le apretaba el cuerpo contra la pared, lamiéndole el cuello y las mejillas a la desesperada. Le bajó el bóxer y se agarró la verga flexionando las piernas ligeramente para estirarlas y clavársela secamente en el chocho. Ella jadeó colgándose del cuello de su hijo, rozando todo sus pectorales con las tetas. Abel contraía el culo nerviosamente para follarla deprisa. Gemía como una descosida sintiendo los hondos pinchazos en su chocho. No paraban de babosear con las lenguas. La verga le pinchaba el coño de manera muy presurosa. Ella volvió a arrastrar las manos por la espalda de su hijo y en su recorrido le arrastró el bañador, para poder así acariciarle su culo musculoso. Anabel ya gemía intensamente cuando su hijo comenzó a emitir jadeos secos. Ella mantenía la barbilla apoyada en su hombro con el ceño fruncido y él le resollaba en la oreja. De pronto, frenó con el culo contraído y Anabel sintió circular la leche de su hijo dentro de sus entrañas. Jadeando más relajadamente, se miraron a los ojos y se rozaron con los labios, vertiéndose los alientos dentro de la boca. Aún le tenía la verga encajada en el chocho cuando sonó la puerta de la calle. Sonó la voz de Joaquín.

-          ¡Cariño, estoy en casa!

-          Será mejor que suba – le dijo ella -. Aguanta un poco aquí abajo, ¿vale? Yo le entretendré.

Abel asintió y la besó de nuevo, después se apartó extrayendo la polla y subiéndose el bañador. Se ajustó el bóxer a la cintura y se colocó las copas del sostén mientras ascendía. Sentía que le brotaba semen de la rajita. Se colocó los cabellos y por un segundo pensó en la posibilidad de que su hijo la dejara preñada. Su marido la esperaba arriba. A su marido le dio un beso en los labios tras haberle lamido la verga a don Cosme. A su marido le dio un cariñoso abrazo tras haber follado con su propio hijo. Los síntomas del remordimiento ya no existían en la mente de Anabel. Se dieron un baño los dos juntos y hablaron de trabajo, sintiéndose algo culpable cuando su marido la acariciaba o le hacía alguna carantoña. Durmió abrazada a él, pero con el coño caliente al recordar las sensaciones morbosas que había vivido.

 

         A la mañana siguiente, como de costumbre, se levantó a la vez que su marido. Pensaba terminar cuanto antes los informes para el jefe, pero cuando estaba desayunando recibió una llamada suya. Joaquín ya se había marchado.

         -    Tráeme la documentación a la oficina – le ordenó don Cosme -. Me corre prisa.

Iba a joderle la mañana cuando pensaba gozar con los chicos del sexo más morboso.

-          Don Cosme, me faltan de rellenar algunos datos.

-          Que me los traigas, coño – apremió con sus malos modos -. Ya me los terminarán aquí.

-          Vale, vale, en un ratito se los llevo.

Cuando salió de casa, su hijo Abel aún dormía. Iba despampanante. Llevaba unas falditas cortas, plisadas, de color rojo, y una blusa blanca de botones por fuera, sin sostén y con unas braguitas negras de satén, así como sus zapatos de tacón aguja. Llegó a la sede y saludó a numerosos compañeros y se entretuvo con una amiga del departamento de imagen. Después subió a la tercera planta, donde estaban ubicados los despachos de dirección. Su marido se sorprendió al verla y salió  a recibirla.

-          ¡Cariño! ¿Qué haces aquí? Y qué guapa vienes.

-          Me ha llamado don Cosme hecho una furia para que le trajera estos informes y luego quería pasarme a hacerme la manicura.

-          ¿Quieres un café?

-          Vale, un café rápido.

Se acercaron a la máquina y Joaquín sirvió dos cafés. Estaban charlando cuando don Cosme abrió la puerta de su despacho.

-          Anabel, pasa dentro, joder, llevo toda la puta mañana esperando.

-          Ahora mismo, don Cosme.

Le entregó el vaso a su marido y se adentró en el despacho con el jefe. Embobado, Joaquín vio cómo su socio cerraba la puerta y se quedaba a solas con su mujer. No sabía imponerse ante el viejo. No le gustaba nada que la tratara así, pero el muy cabrón tenía la sartén por el mango y debían acatar sus órdenes para seguir prosperando.

En el despacho, Anabel se dirigió hacia la mesa, sacó una carpeta del bolso, la abrió y barajó unos documentos para asegurarse de que estaban debidamente ordenados. La pilló desprevenida. La abrazó por detrás pegándose a ella, baboseándola por el cuello y la oreja y magreándole las tetas por encima de la blusa.

-          Don Cosme, por favor, mi marido está ahí fuera… - protestó ella débilmente sin oponerse.

-          Cuánto te deseo, puta -. Le metió las manos bajo la blusa, ascendiendo por su vientre hasta abordarle las tetas y achuchárselas rudamente -. Me pones muy cachondo, cabrona – le decía meneándose por su culo para restregarle el bulto, lamiéndole con la punta de la lengua tras la oreja -. Eres mía, ¿me has entendido, zorra? -. Ella le correspondió meneando su cadera y echando el trasero hacia atrás para sentirle la dureza, volviendo la cabeza en su hombro para que la besara, acompañándole con las manitas en el manoseo sobre las tetas -. Puta, qué ganas tenía de tocarte -. Las manos bajaron de nuevo hasta meterse bajo la falda, acariciándole el chocho por encima de la braga, lamiéndole las mejillas y morreándola -. Jodida puta, qué buena estás…

Anabel, dejándose manosear las tetas y el chocho, con una mano del viejo dentro de la braga y otra por debajo de la blusa zarandeándole los pechos, condujo su brazo derecho hacia atrás para estrujarle acariciadoramente el bulto de la bragueta. El viejo le jadeó en la cara ante el estrujón, meneándose sobre el culo con la manita de ella prensándole los genitales.

-          Puta… Ohhh… Qué ganas tengo de follarte… Seguro que ese maricón no te folla como tú quieres… Ummm…

Anabel apoyó la cabeza en su hombro dejándose manosear, aplastándole el bulto del pantalón. Don Cosme le tocaba el chocho y le hurgaba con los dedos en la rajita con la mano izquierda metida dentro de las bragas y la derecha apareció por el escote agarrándola del cuello.

-          Quiero follarte, puta…

Retiró las manos de su cuerpo para comenzar a desabrocharse el pantalón. Mientras lo hacía, ella se subió la falda hasta la cintura y se bajó las bragas hasta las rodillas curvándose sobre la mesa. Echó los brazos hacia atrás y se abrió la parte baja del culo, exponiendo su chocho jugoso y húmedo. El viejo la miraba embobado mientras terminaba de bajarse el pantalón y el calzoncillo hasta los tobillos, dejando libre su palote tieso. Anabel aguardaba con el culo abierto y el chocho reluciente por los jugos, mirándole por encima del hombro con cara de perra, sin importarle de que su marido estuviera al otro lado de la puerta. Vio sus piernas raquíticas y sus huevos flácidos, así como su vello canoso. El viejo se la sacudió antes de poner los pies de punta y empotrarla contra el chocho. Anabel emitió un jadeo ahogado estirando el cuello hacia delante, sintiendo el débil pinchotazo del puro. Don Cosme pegó la pelvis a sus nalgas y comenzó a removerse sujetándola por las caderas, jadeando como un cerdo, sin apenas sacarla del coño. Anabel mantenía el tórax ligeramente inclinado de la superficie, con sus tetas balanceándose bajo la blusa. El viejo se mantenía sujeto a sus costados, jadeando con la mirada perdida hacia arriba, como hipnotizado, casi sin moverse, así es que ella comenzó a menear el culo con la verga dentro, mirando hacia atrás para ver la reacción de su cara. Le vio que comenzaba a fruncir y desfruncir el ceño, que le clavaba las uñas en las caderas, que asentía con la cabeza, con el cuerpo tieso e inmovilizado. Anabel meneó el culo en círculos, como si estuviera masturbándole con el chocho, y al segundo se detuvo, cuando sintió que fluía la leche en su interior. El viejo precisó de unos segundos con la verga encajada para poder evacuar, después la retiró para agacharse y subirse el calzoncillo y el pantalón. Le costaba trabajo respirar y unas gotas de sudor aparecieron en sus sienes. Anabel se subió las bragas y se alisó la falda, después se colocó algunos cabellos revoltosos y se ajustó la blusa. Acababa de echar un polvo con el socio de su marido, a escasos metros de donde él se encontraba. Don Cosme se metió la camisa por dentro de los pantalones y se acomodó en su sillón apartando unos papeles.

-          ¿Quiere revisar los informes, don Cosme?

-          Ya los revisaré luego. Ahora lárgate.

-          Vale, don Cosme, me llama si tiene alguna duda.

Cuando salió del despacho del socio, se reencontró con su marido. Joaquín le preguntó qué tal le había ido y ella le dijo que todo había ido bien. Mientras conversaba con su marido, sintió que manchaba las bragas, probablemente por el semen que brotaba tras la corrida. Se despidió de Joaquín y regresó a casa. A este paso, uno u otro la iba a dejar preñada, pensó en ello durante el trayecto. Eran las doce del mediodía.

 

     Llegó a casa y se decepcionó al encontrarse una nota de su hijo donde le indicaba que había ido a jugar al tenis con unos amigos. Pensaba ponerse cómoda o darse un baño en la piscina, pero sonó el timbre cuando se disponía a subir a la segunda planta. Llevaba las faldas rojas plisadas y la blusa blanca, y aún no se había quitado los tacones, aún tenía las bragas mojadas por el esperma de don Cosme. Era Edy, ataviado con pantalón de chándal azul marino y una camiseta blanca de tirantes muy ajustada donde se realzaba su barriga flexible.

-          Edy, hola, qué tal.

-          Hola, guapa. ¿Y Abel?

Encogió los hombros.

-          Ha debido de salir, creo que a jugar al tenis.

-          Bueno, entonces luego le llamaré.

-          ¿Quieres pasar y tomarte una cerveza? – le invitó ella.

-          Una cerveza fresquita no me vendrá mal.

Pasó dentro y la acompañó a la cocina, fijándose en su sensual elegancia, con aquellas faldas sueltas y tan cortitas. Aún llevaba los tacones y contoneaba muy el culito. El ventanal que daba al porche iluminaba toda la estancia. Edy se apoyó en la encimera y ella le sacó un botellín del frigorífico. Se lo entregó y se apoyó a su lado, ambos mirando al frente, rozándose con los brazos, un tanto cortados por la situación al encontrarse a solas. Se bebió la cerveza de dos tragos y se volvió hacia ella, con el botellín vacío en la mano izquierda. Ella le miró envuelta en una sonrisa.

-          Estás muy guapa.

-          Gracias.

Elevó la mano y le pasó la boca del botellín por los labios. Ella le miró sumisamente.

-          No sabes lo cachondo que me pones -. Continuaba rozándole el labio inferior con la botella -. Bájate la falda -. Acató la orden de inmediato. Se desabrochó los corchetes laterales y la falda cayó por sí sola al suelo, dejándola en bragas, unas braguitas negras de satén -. Quítate la blusa -. Fue desabotonándose la prenda mientras le deslizaba la boca de la botella por la mejilla. Se despojó de la blusa y se quedó con los pechos al aire -. ¿Estás cachonda?

-          Sí – contestó dócilmente.

Fue bajando con la boca de la botella por su cuello, rodeó una de las tetas por la curvatura, pasó por su vientre y cuando llegó a sus bragas le dio un tirón hacia abajo agarrándola por la tira lateral, bajándoselas de un lado, pero lo suficiente como para dejarla con el coño expuesto. Ella cerró los ojos excitada ante el tacto del frío cristal.

-          Ábrete el chocho.

Bajó las manos y se separó los labios vaginales manteniéndose el coño abierto. Mantuvo los ojos cerrados, soltando bufidos, con la cabeza erguida, como preparándose para la penetración. Poco a poco, le fue sumergiendo el cuello estrecho de la botella hasta llegar al cuerpo, dejándole el chocho bien dilatado. Y comenzó a masturbarla clavándole la botella aceleradamente como si fuera un consolador. Anabel se puso medio chillar, abriéndose el chocho todo lo que podía, percibiendo el aliento de Edy sobre sus mejillas.

-          Ay… Ay… me duele…

-          Te gusta, putita, lo sé…

Le miró con un gesto de dolor y se ganó una palmadita en la cara. Le dejó la botella clavada en el chocho, con todo el cuello metido, y elevó la mano para acariciarle las tetas mientras la morreaba. Ella agarró el culo de la botella con ambas manos y continuó masturbándose con ella como si fuera un consolador, mientras él la morreaba y la acariciaba.

-          Te gusta meterte la botella, ¿verdad, guarra?

-          Ay, Edy, me has puesto a cien – reconoció clavándosela más despacio, pero con todo el cuello de la botella clavado, sujetándola con ambas manos.

Edy se bajó el pantalón del chándal y se quedó sólo con la camiseta mientras ella se masturbaba con la botella. Ambos se miraban a la cara. Se quedó con la verga empinada. Volvió a morrearla y a sobarle las tetas.

-          Eres una guarra, ¿verdad? – le preguntó alisándole con ambas manos su melena de paje, rozándola con su barriga blandengue.

-          Sí, soy una guarra, me habéis convertido en una guarra – gimió con el chocho taponado por la botella.

-          ¿Por qué no me chupas el culo? Seguro que una guarra como tú sabe hacerlo muy bien.

Anabel sólo asintió sacándose la botella del coño y depositándola en la encimera. Le dolía por los estiramientos producidos por la botella. Estaba tan ardiente que estaba dispuesta a cualquier cosa, lo que le pidieran. Edy subió un pie encima de una silla y se curvó apoyando las manos en el respaldo. Anabel se arrodilló tras él y primeramente le acarició las carnosas y peludas nalgas, fijándose en sus huevos gordos meciéndose entre las piernas y en las profundidades peludas de la raja. Desprendía un olor hediondo que le produjo una mueca de asco, pero le abrió la raja con las manos y pegó la boca para mamarle el culo, manchándole las paredes de la raja de carmín. Le oyó bufar mientras le lamía el ano con la punta de la lengua, un ano arrugado rodeado de pelillos, agitando la cabeza en el interior de la raja, olisqueando como una perra. Notaba cómo los huevos le golpeaban la barbilla, señal de que se la sacudía mientras le chupaba el culo. Apartó la cabeza para tomar aire, manteniéndole abierta la raja, fijándose en el ano baboseado, y le lanzó un pequeño escupitajo antes de continuar mamando, pasándole la lengua por encima del asqueroso orificio. A veces trataba de meterle la punta y al no poder hacerlo le pegaba la lengua taponándolo y agitaba la cabeza, provocando el delirio de Edy, que soltaba jadeos secos ante el electrizante cosquilleo. Permanecía sentada sobre sus talones con la cara pegada al culo de Edy al tiempo que él se masturbaba.  Apartó la cabeza para respirar. La saliva le resbalaba desde el ano hacia los huevos. Le pasó la yema del dedo índice por encima del orificio. Los huevos seguían danzando. Poco a poco, le fue hundiendo el dedito índice en el ano, primero su uña pinta de lila, hasta llegar al nudillo. Edy soltaba jadeos con todo el cuerpo temblando de placer. Al mismo tiempo que le follaba con el dedito, le estampaba besos por las nalgas y le acariciaba los huevos con la mano izquierda. Le metía el dedo hasta la ternilla, sin pausa. Fue deslizando los labios desde las nalgas hacia su muslo peludo, hasta que metió la cabeza entre las piernas para comerle los huevos, lamiéndolos con la lengua fuera, dejándolos baboseados de saliva. Le sacó el dedo del culo y lo chupó probando las sustancias anales. En ese momento, Edy bajó la pierna de la silla y se volvió hacia ella, ofreciéndole la verga. Le lamió el capullo muy despacio con la lengua y después todo el tronco. Edy se sentó en la silla y ella se puso de pie. Se sentó encima de la polla, metiéndosela en el chocho, de cara a él. La agarró por el culo y se lo empezó a subir y bajar deslizando el chocho por el tronco de la verga. Ella le sujetaba la cabeza con ambas manos, mirándose, rozándose con los labios sin llegar a besarse, expulsándose mutuamente los alientos, con sus tetas aplastadas contra sus blandengues y peludos pectorales. Al menearle el culo sobre la verga, Edy procuraba abrirle la raja y palparle el ano con las yemas. Tenían las frentes pegadas, gimiéndose el uno al otro. Poco a poco, Edy fue meneándole el culo más deprisa, ambos jadeando de manera más estridente, hasta que detuvo los movimientos con la verga completamente hundida en el chocho, expulsando abundante leche en su interior. Se relajaron suspirando, aún con los rostros unidos, aún vertiéndose la respiración, hasta que ella se incorporó y se apeó de la silla. Se miró la entrepierna y vio que le colgaban hilos de semen. Tendría todo el chocho lleno, semen de Edy y también del viejo. Se pasó una servilleta para limpiarse y se sirvió un vaso de agua para enjuagarse la boca. Tenía el mal sabor del culo incrustado en la lengua. Edy trataba de recuperarse sentado en la silla. Anabel sacó dos cervezas del frigorífico y le entregó una al joven, luego se sentó en sus piernas y brindaron.

-          Qué buen polvo hemos echado, ¿eh, putita?

-          Joder, sí, me habéis pervertido bien, antes yo no era así, ¿sabes?

-          ¿Te ha gustado mamarme el culo?

-          Me pones tan caliente que puedo hacer cualquier cosa.

-          ¿Se lo habías mamado a alguien alguna vez?

-          No, la verdad.

Edy le acarició la espalda y estiró el cuello para besarla en la mejilla. Le dieron un trago a la cerveza y volvieron a brindar. Ya tenía la verga floja, caída a un lado.

-          No te atreverías con la lluvia dorada – la retó él.

-          No seas cabrón, Edy, no me hagas sentir más guarra de lo que ya me siento. Me estoy tirando a mi hijo.

-          No sabes lo que me gustaría mearte, como a una guarra. ¿Quieres probarlo, cerda?

Ella le miró seria.

-          ¿Te crees que no soy capaz? – le desafío ella.

-          Arrodíllate, guarra.

Ambos soltaron las cervezas en la mesa y ella se apeó de las piernas de Edy. Se arrodilló en el suelo, apoyando el culo en los talones, y alzó los brazos para sujetarse la melena en la coronilla. El chico se levantó colocándose ante ella, sujetándose la verga floja para encañonarla. Ella le sonrió ante de abrir la boca y sacar la lengua, irguiendo la cabeza hacia él. Trascurrieron unos segundos. Aguardaba con la boca muy abierta y la lengua fuera. El chorro de orín verdoso salió disparado justo hacia la garganta, anegándole en dos segundos toda la boca, dejándole la lengua sumergida. Le vino una profunda arcada y derramó todo el orín por la comisura de los labios, formándose en su barbilla un torrente que resbalaba por el cuello hacia las tetas y el vientre. Edy continuaba meando, con el chorro estrellándose en la lengua y salpicando hacia todos lados. Las muecas de asco la obligaban a cerrar la boca y escupir y el chorro le recorría todo el rostro como si fuera el chorro de una manguera. Tenía un sabor muy agrio y por mucho que vomitaba el caldo, algo llegó a tragarse. La lluvia dorada fue perdiendo potencia. Le meó las tetas y el chorro cesó para comenzar a gotear desde la punta de la verga. Le había dejado la cara empapada y las tetas y el cuerpo relucientes por la humedad, con algunas hileras alcanzándole el vello del chocho. No paraba de escupir, sujetándose la melena para no manchársela. Permanecía arrodillada en mitad de un charco verdoso. Miró sumisamente hacia el chico y despidió un bufido.

-          Joder, Edy, qué pasada, tío, mira cómo me has puesto -. Se levantó con cuidado dando un paso para salir del charco, mirándose los pechos y pasándose el dorso de la mano por la cara -. Anda, vístete, tendré que limpiar todo esto y darme una buena ducha.

-          Espero que te haya gustado, putita – le dijo arreándole una palmada en el culo y recogiendo el pantalón del chándal.

Cuando Edy se marchó, se metió bajo la ducha y se enjabonó a conciencia todo el cuerpo. Luego estuvo cinco minutos lavándose los dientes y se bebió dos zumos de naranja para borrar el mal sabor del pis. Y finalmente tuvo que fregar la meada y perfumar toda la cocina. Había sido una experiencia muy fuerte, una experiencia inimaginable para una esposa como ella. Su ninfomanía incontenible ya carecía de límites y estaba dispuesta a someterse a cualquier cosa con tal de satisfacerse, y además no le importaba correr los riesgos que fueran.

 

      Consiguió dormirse a la siesta un rato y estuvo casi toda la tarde sola. Su marido fue el primero en llegar. La besó, la abrazó y como siempre le dijo lo mucho que la quería. Su hijo llegó al anochecer. Anabel se había puesto cómoda con unas mallas de ciclista de color rojo, muy ajustadas, unas mallas que realzaba el volumen de su trasero, y una pequeña camiseta de tirantes del mismo color, cortita, que le dejaba el ombligo a la vista. Tomaron unas cervezas en el porche. Madre e hijo se cruzaban miradas de complicidad mientras Joaquín hablaba. Eran miradas pecaminosas que desprendían la excitación de los dos. Tras la cena, Joaquín se tumbó en una hamaca para disfrutar de la brisa nocturna mientras su hijo hojeaba un libro y Anabel quitaba la mesa. Diez minutos más tarde, Joaquín soltaba pequeños ronquidos, solía quedarse traspuesto por la noche después de cenar. Anabel limpiaba la loza cuando vio pasar a su hijo hacia las escaleras. Soltó el paño y se aseguró de que su marido dormía en la hamaca, después le siguió.

Abel se encontraba en el lavabo, frente al espejo, secándose las manos, cuando su madre irrumpió cerrando la puerta tras de sí. Se encontraba desnudo, salvo por el slip negro. Le abrazó rodeándole con los brazos, aplastándole las blandas tetas en la espalda, estampándole besitos en la nuca y deslizándole sus manitas por los musculosos pectorales.

-          Hoy te he echado de menos, hijo – le susurró su madre tras la oreja sin dejar de acariciarle.

-          Tuve que salir.

-          Edy estuvo aquí esta mañana.

-          ¿Habéis follado? – le preguntó manteniendo la mirada hacia el espejo.

-          Sí, ya sabes lo salido que es -. Volvió a besarle por la espalda, bajando y subiendo las manitas por el pecho de su hijo -. Me pidió que le chupase el culo.

-          Jodido cabrón, ¿y se lo chupaste?

-          Sí, le gustó mucho -. Las manitas bajaron hasta abordar el bulto de su slip, estrujándolo débilmente con ambas manos, percibiendo la rigidez de la verga -. ¿Quieres que te chupe el culo?

-          Sí – jadeó ante los manoseos en sus genitales -, me gustaría que me lo chupases…

-          Ven, ponte aquí… -. Ella misma se encargó de agarrarle de la mano y conducirlo hasta la taza. La tapa estaba abierta -. Inclínate un poquito.

Abel se colocó delante de la taza y se inclinó hasta apoyar las manos en la cisterna, mirando a su madre por encima del hombro. Anabel se arrodilló detrás de él y le bajó el slip hacia la mitad de los muslos. Comenzó a darle besos muy seguidos por las nalgas, hundiéndole los labios, hasta que le abrió la raja con ambas manos e incrustó la cara para mamarle el ano. Era un ano impoluto sin rastro de vello, de textura arrugada, pero ligera. Le pasaba la lengua por encima de manera muy lenta, con la nariz en la rabadilla, lamiendo muy despacio, como si quisiera gozar del sabor añejo. Abel cerraba los ojos concentrado en las lamidas de la lengua, resoplando espasmódicamente por la subida de adrenalina. Sin dejar de mamar el culo de su hijo, le metió la manita izquierda entre los muslos de las piernas y le agarró la polla para bajarla y sacudírsela como si la estuviera ordeñando. A veces agitaba la cabeza con la cara metida en la raja y la lengua pegada al ano, ordeñándole la verga al mismo tiempo, provocando el delirio en los gemidos de su hijo. Apartó la cara para tomar aire. Se fijó en el ano cubierto de saliva. Le besó los huevos y de nuevo se concentró en cosquillearle el ano con la punta de la lengua.

-          Dame fuerte – apremió su hijo -, me voy a correr…

Apartó la cara del culo y acercó la cabeza para meterla entre los muslos, con la frente pegada a los huevos, ordeñándole la verga deprisa, apuntando hacia el interior de la taza. Comenzaron a caer las primeras gotas de leche. Anabel sacó la lengua y la acercó para que le cayeran encima, procurando tragar todo lo que podía, aunque algunas se le escapaban o le caían en la nariz y la barbilla. Consiguió ladear la cabeza y mamársela, morderle el capullo y succionar para tragarse todo lo que vertía, sujetándosela para mantenerla apuntando hacia abajo, con la frente aplastándole los huevos. Y en ese momento, cuando permanecía acuclillada ante el culo de su hijo, con la cabeza entre las piernas mamándole la polla, su marido entró en el baño inesperadamente y les sorprendió en semejante postura. Se quedó paralizado al ver a su mujer lamiéndole la verga a su propio hijo, agachada bajo sus piernas. Un aluvión de escalofríos invadieron sus entrañas y el corazón se le aceleró desbocado. Abel giró la cabeza y vio a su padre. Se incorporó subiéndose el slip a toda prisa. Anabel se puso de pie asustada, limpiándose la leche que le resbalaba por la barbilla.

-          ¡Papá!

-          ¡Joaquín!

-          ¿Qué coño estáis haciendo?

-          Joaquín, lo siento – le suplicó ella atemorizada -. No sé qué nos ha pasado…

-          ¡Cállate, zorra! – vociferó tremendamente indignado, alternando la mirada entre su hijo y ella -. No me lo puedo creer, te estás tirando a tu propio hijo. ¿Y tú, hijo de perra? -. Abel bajó la cabeza -. ¿A tu propia madre?

-          Joaquín, puedo explicarte…

-          Sois unos pervertidos, me dais asco…

Salió del baño muy despacio, como si creyese que estaba en mitad de una pesadilla. Dio tumbos por el pasillo, como si perdiera las fuerzas. Su mundo y su amor se derrumbaban. Habían arriesgado demasiado. Madre e hijo se miraron y chasquearon las lenguas, como lamentando haber corrido tantos riesgos.

 

    Joaquín hizo las maletas y se marchó de casa sumido en un infierno psicológico. Dada la vergüenza escandalosa que supondría contar la verdad, no contó nada del incesto en su círculo de amigos y entre la familia y simplemente dijo que iban a separarse, que últimamente las cosas entre ellos no marchaban bien y que pensaban darse un tiempo. Se reunió con don Cosme y le ofreció la venta de sus acciones. Quería marcharse de la ciudad. El jefe le ofreció una suculenta cantidad de dinero por hacerse con la totalidad de las acciones, pero para proceder a la venta precisaba de la firma de su esposa y la cesión del cincuenta por ciento del dinero al vivir en régimen de bienes gananciales. No le importaba, estaba dispuesto incluso a donarle la casa. Con todo lo que la había amado. Con todo el amor que había sentido por ella. Con toda la fidelidad que le había demostrado y le había traicionado con su propio hijo. Habían pasado quince días cuando la telefoneó. No le quedaba más remedio que hablar con ella para concretar asuntos del divorcio y para que firmara la venta de las acciones a don Cosme.

-          Vale, Joaquín, pásate cualquier tarde por casa y firmaré los papeles que me digas.

-          Te corresponde un cincuenta por ciento.

-          Sí, sí, como quieras. Joaquín, lo siento, no sabes cuánto lo siento, pero, no sé, se me fue la cabeza. Podría explicártelo al detalle, pero Abel no tuvo la culpa, quiero que lo entiendas, todo fue culpa mía. Quiero ir a un especialista…

-          Déjalo, Anabel, me has hecho mucho daño. Tú no sabes lo que yo te amaba. Es una vergüenza que me supera. Pasaré para que firmes…

-          Vale, como tú quieras.

Fue un viernes por la tarde cuando Joaquín se presentó en casa con una cartera llena de documentos correspondientes al divorcio con la repartición de bienes y el contrato de compraventa de las acciones. Iba nervioso. Iba a mirarla a la cara desde que la descubrió mamándole la polla a su propio hijo. Desde entonces tomaba antidepresivos y se estaba alcoholizando como medio para ahogar sus penas. Estaba tirando su vida por la borda, solo y sin trabajo, con imágenes terribles e imborrables dentro de su cabeza. En el fondo aún la amaba, Anabel había sido la mujer de su vida, la única, la mujer a la que le había entregado todo. Con su hijo Abel ya no existía ninguna relación, le daba asco mirarlo a la cara. Aún tenía llaves de la casa y no pensó en las consecuencias cuando entró sin avisar. Eran las cinco de la tarde y hacía un calor bochornoso. No encontró a nadie en la planta baja y echó un vistazo por cada rincón. Los recuerdos le bombardeaban, las fotos, los objetos, los cuadros, todo estaba igual, entre aquellas paredes había sido muy feliz. Se quedó perplejo cuando descubrió el maletín de don Cosme en la mesa del salón junto a su cartera y el teléfono móvil y agudizó el oído cuando creyó oír unos murmullos procedentes de la planta de arriba. Tragó saliva dejando su cartera encima de la silla y caminó despacio hacia la escalera para ver si captaba lo que estaba sucediendo. Seguía oyendo sonidos ininteligibles y se decidió a subir con sigilo. Cuando torció hacia el pasillo de arriba, vio luz encendida en lo que había sido su habitación de matrimonio. Una sucesión de gemidos retumbaban en toda la planta. Avanzó con las piernas temblorosas, con los celos transformándose en un sudor frío, hasta que pudo asomarse y descubrir lo que estaba sucediendo. Don Cosme se follaba a su mujer en lo que había sido su lecho de amor. Anabel, desnuda, permanecía tumbada boca abajo, con la cabeza ladeada en la almohada y sus bragas metidas en la boca, gimiendo como una perra mientras don Cosme, también desnudo y tumbado encima de ella, le clavaba la verga bajo el culo elevando y bajando la cadera de manera presurosa, con la cara apoyada en la melena de Anabel. Anabel y Joaquín se miraron. Los ojos de su esposa se desorbitaron al verle, pero permanecía atrapada por el cuerpo del viejo y no podía hablar al tener metidas las bragas en la boca. La cama chirriaba por los continuos empujones. Joaquín se fijó en el culo raquítico del viejo asestándole golpes a las nalgas de su mujer para perforarle el coño, vio su barriga blandengue aplastada contra la espalda de su esposa y vio su mirada de placer, con los ojos vueltos y la boca muy abierta para jadear como un cerdo. Aparecieron unas lágrimas en los ojos de Joaquín. Retrocedió y regresó al salón de la planta de abajo. Tuvo que sentarse para no perder el equilibrio, las piernas le flojeaban y la cabeza iba a estallarle por el aluvión de celos. Pocos minutos después oyó unos pasos bajando las escaleras. Vio venir a don Cosme. Se había echado una bata suya por encima y se la venía abrochando, pero pudo verle antes de taparse su palote tieso, con el capullo pegado a su asquerosa barriga. Llegó al salón y le miró mientras se encendía un puro.

-          Firma los papeles y los dejas ahí, luego los firmaremos tu mujer y yo. Será mi nueva socia. Ahora lárgate de aquí, deja la llave de la casa y no vuelvas por aquí -. Joaquín le miró con ojos suplicantes -. ¡Venga, coño!

Firmó los papeles y abandonó la casa de sus sueños para convertirse en un ser desgraciado, en un infeliz que ahogaba sus penas en el alcohol. Se enteró de que don Cosme y su esposa se habían asociado y de que la empresa prosperaba como nunca. También que su mujer estaba preñada, bajo la duda de si había sido obra de don Cosme o de su propio hijo. FIN. CARMELO NEGRO.

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Sensaciones anales para su esposa

Masturbaciones con su sobrino 2

Masturbaciones con su sobrino 1

Una madre violada

Convertida en la puta de su hijo

La esposa humillada 3

La esposa humillada 2

La esposa humillada

Las putas de su primo 2 (Final)

Las putas de su primo 1

La historia de Ana, incesto y prostitución 4

Encuentros inmorales con su prima y su tía 4

La historia de Ana, incesto y prostitución 3

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La historia de Ana, incesto y prostitución 2

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Historias morbosas de mi matrimonio (4)

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Violando a su cuñada

El invitado (1)

La nueva vida liberal de su esposa

Favores de familia 2

Favores de familia 1

El secreto y las orgías (1)

Juegos peligrosos con su tío 2

Una cuñada muy puta (3)

Juegos peligrosos con su tío 1

Encuentros bixesuales con su marido

Una cuñada muy puta (2)

El sobrino (3)

Intercambios con mi prima Vanesa 4

Una cuñada muy puta (1)

Intercambios con mi prima Vanesa 3

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Intercambios con mi prima Vanesa 2

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La doctora (3)

Intercambios con mi prima Vanesa 1

La doctora (2)

Asuntos Económicos (3)

Desesperación (3)

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Asuntos Económicos (2)

Un precio muy caro

Asuntos Económicos (1)

Desesperación (1)