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Intercambios con mi prima Vanesa 1

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Intercambios con su prima Vanesa I.

Elena y Arturo eran un matrimonio normal que vivía felizmente en el centro de Madrid. Elena tenía treinta y nueve años y Arturo ya había sobrepasado la cuarentena. Se casaron muy jóvenes y tuvieron hijos muy pronto, Carlos y Abel, de dieciséis y dieciocho años cada uno. Elena era profesora en un instituto y Arturo trabajaba como representante para un laboratorio farmacéutico, por lo que frecuentemente se hallaba de viaje. Cobraban buenos sueldos, carecían de problemas económicos, sólo la hipoteca y las tarjetas visas, y solían romper la monotonía del matrimonio con continuos viajes al extranjero. Sus hijos ya eran mayores, podían permitirse cierta libertad porque casi nunca paraban en casa. Estaban muy enamorados el uno del otro, se conocieron en una discoteca cuando Elena estudiaba Historia. Habían atravesado pocas crisis matrimoniales, si acaso broncas de un día que se resolvían con un beso o un abrazo. Nada de terceras personas, ni por una parte ni por la otra. En su juventud, Elena fue una chica muy loba, probó el sexo a una edad temprana y estuvo de novia con varios chicos, pero cuando conoció a su actual marido se enamoró perdidamente de él y se olvidó de aquella vida de locura estudiantil. Antes de conocer a Arturo, echó dos o tres polvos con amigos y tonteó con unos cuantos más, pero todo cambió tras conocer al hombre de su vida. Arturo era una buena persona, tierno y cariñoso, bastante romántico y educado, siempre estaba regalándole flores, ropa o viaje a lugares exóticos, aunque excesivamente tímido. Le costaba hacer amigos, era un hombre muy casero que huía de los grandes bullicios, prefería quedarse en casa un sábado por la noche que salir de marcha. Cada dos o tres días salía a correr para mantenerse en forma, no fumaba y apenas bebía, de ahí que fuera un hombre que llamaba la atención por su finura y elegancia. A pesar de que estaban muy compenetrados, el carácter de Elena era diferente. Su agradable sonrisa lo decía todo. Era una mujer muy abierta, muy amiga de sus amigas, buena profesora, a la que le gustaba divertirse de vez en cuando con la pandilla, salir a bailar, recorrer algún que otro sábado las discotecas de la ciudad, salir a cenar, organizar una juerga con los amigos. Muchas veces acusaba a su marido de muermo, y en más de una ocasión había salido sola a cenar con sus amigas y sus respectivos maridos. En muchas barbacoas, Arturo se marchaba antes de tiempo, y ella aguantaba sola hasta que se iban los últimos, divirtiéndose con los demás. Cuando alguien iba a cenar a casa y la cena se prolongaba hasta bien entrada la madrugada, normalmente Arturo se iba a la cama y la dejaba a solas con la visita. Ya era costumbre. Arturo era un hombre bohemio que ansiaba ratos de soledad. Le gustaba escribir y leer, se pasaba días enteros sin apartarse del ordenador. Elena tuvo muchas oportunidades de serle infiel a Arturo, pero siempre contuvo esas emociones agitadas que invadían su mente, y todo por el amor que sentía por él. Sólo en sus primeros meses de novio le engañó una vez, cuando le hizo una paja a un compañero de clase en el piso que compartía con unas amigas. Desde entonces consiguió dominar sus impulsos, sus tentaciones, a pesar de las numerosas insinuaciones, de amigos solteros, de compañeros de trabajo, de babosos desconocidos que la acechaban cuando salía a solas con sus amigas. Ningún hombre, salvo Arturo, atrajo su atención. Sí es verdad que para ella su vida sexual resultaba algo monótona. Arturo era muy tradicional, no le gustaban las emociones fuertes, y cuando hacían el amor siempre lo hacían con las mismas posturas, o ella arriba y él abajo o al revés, todo muy insípido. Nada de felaciones ni cosas raras. Nunca se masturbaron el uno al otro ni probaron argumentos diferentes que rompieran con esa monotonía. Hacían el amor como mucho cinco o seis veces al mes. En conversaciones con sus amigas, envidiaba a muchas de ellas cuando contaban sus experiencias sexuales con sus respectivos maridos. Probaban cosas nuevas, juegos eróticos, posturas interesantes, a su amiga Pilar su marido de vez en cuando la penetraba analmente y afirmaba que resultaba realmente excitante. Cuando a veces le contaba a su marido alguna de esas anécdotas, le replicaba que eran unos pervertidos. A veces Elena le sugería ver juntos alguna película porno, pero para Arturo sólo eran guarradas sin argumento. A él le gustaba hacer el amor con romanticismo, nada de sexo salvaje y divertido, y casi siempre cuando terminaban quedaba hecho polvo y nunca repetían, se quedaba dormido como un angelito. Pero en líneas generales llevaba bien esa monotonía, conseguía vencer esas tentaciones que asaltaban su mente con fantasías eróticas. Era una mujer muy guapa y elegante, al estilo de Marylin Monroe, con la misma media melena blanca, daba aires de ser una mujer de los años sesenta, llena de glamour, con una piel rosada, ojos azules, labios sensuales y un cuerpazo que quitaba el sentido, con pechos acampanados y de justo volumen, y un bonito culito de nalgas perfectas. A pesar de su madurez, parecía una modelo. El mismo Arturo pasaba apuros cuando los hombres volvían la cabeza para mirarla.

Normalmente salían y solían irse de vacaciones con su prima Vanesa, unos cinco años más joven que ella, y con su marido Paco. Era un matrimonio sin hijos que vivía a las afueras de la ciudad. Paco dirigía un bufete de abogados y Vanesa no trabajaba, se tiraba todo el día con las amigas o de compra, gastando dinerales de la cuenta corriente de su marido. Eran unos ricachones, unos pijos con un patrimonio valorado en millones de euros. La casa donde residían estaba ubicada en uno de los barrios más caros de la ciudad. Vanesa también destacaba por su belleza, aunque con un estilo más moderno. Más maciza que su prima, era alta, delgada, pechos pequeños, pero duros y erguidos, cabello ondulado de tono castaño, ojos marrones y labios gruesos. Su carácter se asimilaba mucho al de su prima Elena, un carácter radiante y divertido, aunque estaba muy condicionada por el comportamiento déspota de su marido. Paco imponía. Se caracterizaba por ser un chulo, un fantasma, a veces insolente, dominador del carácter de su esposa por sus maneras irascibles, aunque cuando estaba de buen humor resultaba un hombre divertido, incluso encantador, hasta bromista. Solía vestir de traje y cuando lo hacía de forma informal usaba ropa de marcas. Era alto y corpulento, con algo de barriga cervecera, con el pelo siempre engominado y una cara de fanfarrón, propia de un pijo al que en los bolsillos le rebosa el dinero. Sin embargo, Arturo, el marido de Elena, le soportaba y sabía manejar su carácter, hasta se llevaban bien y compartían algunos hobbies, aunque Paco solía llevar la voz cantante en la mayoría de las decisiones. Elena y Vanesa eran dos primas que mantenían una relación muy estrecha, desde niñas, siempre fueron muy amigas, salieron juntas, compartieron piso en la época de la universidad y se confesaban mutuamente sus secretos. Jamás perdieron el contacto. Al menos una vez a la semana quedaban para salir de compra o tomar un café, a veces quedaban para cenar con los maridos en la casa de alguna de ellas y de vez en cuando se iban juntas de vacaciones. También envidiaba a su prima. Según le había contado en algunas conversaciones, su marido era un monstruo follando. Resultaba incansable. Prácticamente lo hacían a diario, habían probado en todas las estancias de la casa, habían probado todo tipo de juguetes y juegos eróticos, habían grabado videos caseros y una vez la obligó a ir a un club de intercambio de parejas, donde se relacionaron con algunos matrimonios y participaron en tríos y orgías. Paco era muy liberal y obligaba a su mujer a que también lo fuera, por mucho que ella quisiera resistirse. A su prima lo único que le importaba era mantener el alto nivel de vida que le proporcionaba su marido. En una cena Paco sacó la conversación acerca del mundo liberal, delante de Arturo, y Elena intentó profundizar en la conversación para ver si conseguía animar a su marido a nuevas experiencias, pero Arturo, un rato después, ya en la cama con ella, le confesó que le daba asco aquel tipo de comportamiento, que no entendía cómo su prima Vanesa había accedido a las perversiones de su marido.

- Vamos, Elena, ¿te gustaría verme echar un polvo con otras mujeres?

- No, por favor.

- Eso no es amor ni es nada – replicaba como un santurrón.

A pesar de sus inquietudes, en el fondo Elena era feliz y tampoco eran obsesiones preocupantes, sólo cuando surgía alguna conversación de esa índole con sus amigas o con su prima Vanesa. Arturo le regaló un viaje a Roma para celebrar el aniversario de bodas. Ciertamente, fue un viaje inolvidable, cargado de romanticismo, visitaron todos los lugares emblemáticos de la ciudad. Fueron tres días increíbles, se alojaron en uno de los hoteles más lujoso y se lo pasaron realmente en grande. Una de las noches, una noche pasional en la que Arturo dio la sensación de mostrarse más enérgico en la cama, hicieron el amor probando nuevas posturas, se masturbaron, ella le hizo una felación y dada la inesperada soltura de su marido aquella noche, Elena le propuso que se la metiera por el culo para experimentar nuevas sensaciones, para convertir el sexo entre ambos en una diversión. Arturo sufría fimosis y tenía el glande oculto por el pellejo. El hombre lo intentó, pero fue incapaz de metérsela, tenía el agujero muy cerrado y duro y no consiguió introducir ni la punta, Elena tuvo que conformarse con una penetración vaginal como las de costumbre. Pero al menos había conseguido que su marido se soltara, que el sexo no fuera pura monotonía y se convirtiera en un acto divertido. Era su pretensión, divertirse con él, jugar y probar cosas nuevas. Unos días más tarde le convenció para alquilar una película porno, le hizo una paja durante una de las escenas, pero el muy memo quedó disipado y terminó durmiéndose. Le costaba alterar la rutina sexual de Arturo y poco a poco fueron volviendo a la simpleza, a las posturas de siempre, al mismo hábito de hacer el amor. Arturo la recompensaba con regalos, con tiernas caricias y halagos, pero sin picardía de ninguna clase. Ni siquiera lograba excitarle cuando se vestía con camisones sexy, a propósito se compraba ropa interior de lo más sensual, pero todo seguía como de costumbre. Vivía bien, feliz con su marido y sus dos hijos, pero la vida era pura rutina.

En el mes de Agosto, Paco y Vanesa alquilaron una casa rural en la sierra para el puente de Santa María y les invitaron a pasar el fin de semana con ellos. Arturo aceptó a regañadientes, estaba inmerso en la escritura de una novela y el tiempo escaseaba para presentarla a un concurso, pero Elena logró convencerle. Salieron cada matrimonio en su coche el viernes después de comer y llegaron al lugar en torno a las ocho de la tarde. Era una casa de madera preciosa situada en mitad de la sierra, con vistas espectaculares y rodeada de un bosque lleno de verdor. Estaba muy bien acondicionada, con todo tipo de detalles. Era de dos plantas. Poseía un gran salón con la cocina separada por una barra, con chimenea, un sofá-cama, muebles antiguos que le otorgaban el toque rústico y en la parte superior una pequeña bohardilla con dos camas más. Fuera había una piscina con forma de riñón, barbacoa y una terraza con sus juegos de mesas y sillas. Abrieron el sofá-cama y comprobaron que se trataba de una cama bastante ancha, más ancha que las de arriba, con un colchón muy confortable. Lo sortearon y a Arturo y Elena les tocó dormir en la bohardilla. Eran días de agosto con mucho bochorno. Como no podía faltar, Paco bromeó con lo de siempre.

  • Esta cama es tan grande que podemos dormir todos juntos aquí.

Las primas rieron a carcajadas y Arturo sacudió la cabeza.

  • Qué cabrón estás hecho, Paco.
  • Jugamos a las prenditas…
  • Cállate ya, anda..,

Colocaron el equipaje y las chicas prepararon la cena mientras ellos daban una vuelta por los aledaños de la casa. A solas con su prima Vanesa, Elena tenía ganas de chinchorrear.

  • ¿Habéis vuelto a un sitio de esos?
  • Dos o tres veces más.
  • ¿Y no te da cosa, Vanesa?
  • Bueno, la verdad es que lo pasamos bien, haces amigos, y son sitios muy discretos, muy limpios, cuesta una pasta entrar, para seleccionar a la gente.
  • Yo no sé si podría…
  • La verdad es que con tu marido lo tienes crudo.
  • Él es así – se excusó Elena.

Cenaron en la terraza y aguantaron hasta la medianoche, hasta que Arturo, que no paraba de bostezar, dijo que se iba a la cama. Elena dijo que también estaba muy cansada y que necesitaba dormir. Subieron a la bohardilla y Arturo se tumbó en la cama ataviado sólo con el bóxer blanco, mientras que Elena se puso una camiseta y unas bragas y se echó al lado de su marido. Arturo le pasó el brazo por los hombros y ella se acurrucó con la cabeza en su regazo. Siempre dormían abrazados. Se dieron un apasionado beso y se acariciaron en la cara y el cabello. Elena tenía ganas de hacerlo, pero notó a su marido bastante desganado y tampoco quería incomodarle. Un rato más tarde comenzó a oírse los gemidos de Vanesa, alternados con algunos jadeos secos de Paco. Estaban fornicando. Elena sonrió impresionada.

  • Joder, no se cortan – susurró Arturo.
  • ¡Jó, qué poderío! – añadió Elena.

Bajo las sábanas, Elena plantó su manita encima del paquete de su marido. Notó su pollita algo más inflada. Le pasó la mano a modo de caricias.

  • Se te está poniendo durilla, ¿eh, pillín?
  • Como para no, menudo escándalo tiene formado tu prima.

Le metió la mano por dentro del bóxer y le acarició el pene con los dedos. Ya la tenía bastante tiesa. Los gemidos de Vanesa y Paco continuaban.

  • ¿Quieres que te masturbe? – le preguntó a su marido, deseosa de aliviar el gustillo que inspiraban aquellos gemidos en medio de la oscuridad.
  • Me apetece…

Elena le dio a la luz y se incorporó en la cama arrodillándose ante el cuerpo de su esposo. Se quitó la camiseta y se quedó con las tetas al aire y las bragas, luego le desarropó y le bajó el bóxer hasta las rodillas. Arturo permanecía bocarriba con los brazos extendidos. Estaba deseando tocarle. Su pollita no era gran cosa, quizás por el efecto de la fimosis, se había quedado bastante delgada y corta. La sujetó apretándola fuerte y empezó a sacudírsela con soltura mientras le acariciaba el vientre y los musculosos pectorales con la mano izquierda. A veces se miraban a los ojos y se sonreían, pero enseguida Elena centraba los ojos en los genitales de su marido.

  • No tires tanto – se quejó él -, me haces un poco de daño.

Quería tocarle los testículos, pero le daba corte, nunca lo había hecho, bastante era que le estaba masturbando. Recordó la escena en el hotel de Roma y la soltura con la que se comportó. Arrodillada ante él, a la altura de su cintura, le miró. Permanecía relajado con los ojos cerrados, respirando por la boca y tratando de sofocar algún gemido. Al parecer su prima y su marido ya habían terminado.

  • ¿Quieres que te la chupe, cariño?
  • No, sigue, voy a terminar…

Se centró de nuevo en las sacudidas. Su mano vibraba con rapidez. Se sobó una teta, quizás como un acto reflejo por el placer que la avasallaba. Al cabo de un momento, la pollita comenzó a salpicar leche sobre el vientre de Arturo, gotitas pequeñas que se dispersaron por todos lados.

  • Para, Elena, para… - le apartó la mano de un manotazo, agotado por la eyaculación.

Elena no pudo resistirse. Arrodillada ante él, se metió la mano en las bragas y empezó a zarandearse el chocho con la vista fija en la pollita de su marido, como si la necesitase para inspirarse. Arturo se quedó asombrado de la reacción de su mujer. Era la primera vez que la veía masturbarse. Observaba cómo la mano actuaba tras la tela de las bragas.

  • Me has puesto a cien, cariño – reconoció Elena sin parar de magrearse la vagina -. No puedo aguantarme…
  • Sí que te ha inspirado tu prima…
  • ¿Hacemos el amor? – preguntó notando cómo la mano se le inundaba de flujos vaginales.
  • Me he quedado hecho polvo. Se me caen los ojos.

A Elena le dio rabia la tremenda apatía de su marido y en su mente le tachó de mariconazo. Retiró la mano de las bragas y la dirigió hacia la mesita de noche para coger un clínex. Siempre igual, siempre cansado tras el más mínimo acto sexual, todos precoces y aburridos. No podía ser más muermo. Estaban en un entorno morboso y tras una simple paja decía que no podía con el pellejo. Había tenido que masturbarse sola. Limpió el esperma repartido por el vientre y le secó el glande, luego le subió el bóxer y se puso la camiseta para tumbarse mirando hacia el otro lado. Notó el tacto de su marido abrazándola y besándola por la nuca.

- ¿Estás enfadada?

- No pasa nada, Arturo, yo también estoy reventada.

- Te quiero, cielo – le dijo él.

- Y yo.

Cinco minutos más tarde oyó sus débiles ronquidos. Elena se mantenía despierta, fastidiada por el soso comportamiento de su marido. Lo único que ella pretendía era divertirse con él, como la mayoría de los matrimonio. De momento Paco iba a rechazar una mamada de Vanesa, o cualquier marido de sus amigas. Oyó unos susurros provenientes de la parte de abajo. Elevó el tórax y vio un haz de luz en la escalera. Apartó el brazo de Arturo y se apeó de la cama. Bajó unos cuantos escalones y se acuclilló para ver qué pasaba. Allí les vio. Paco, completamente desnudo, permanecía tendido boca arriba con los brazos extendidos y las piernas separadas mientras su prima Vanesa, arrodillada entre sus muslos, sentada sobre sus talones, igualmente desnuda, le hacía una mamada. Se quedó perpleja con la escena. Desde la altura se diferenciaba la curvatura de la panza y su cuerpo blanco y velludo, así como su polla, no muy larga, pero de un considerable grosor donde resaltaban unas gruesas venas que recorrían todo el tronco. La manita de su prima no llegaba a abarcar toda la anchura. Ni punto de comparación con la de Arturo. Cabeceaba muerto de placer con los ojos cerrados sin mover un solo músculo. Vanesa se la chupaba con la lengua fuera, a veces sacudiéndosela sobre su boca y a veces metiéndosela entera. Con la mano izquierda le acariciaba el muslo de la pierna. Se fijó en sus tetitas, duras y picudas, de largos pezones, y en su chocho completamente afeitado con su pequeña rajita. Sin parar de zarandearle la verga, Vanesa se irguió y desde su posición descubrió a su prima asomada en lo alto de la escalera. Elena arqueó las cejas tapándose la boca, abochornada por haber sido descubierta, y Vanesa le mostró una sonrisa de complicidad, como dándole a entender que no le importaba que la observase. Las dos primas se miraban fijamente a los ojos.

  • Chupa, zorra – susurró Paco -, quiero sentir tus dientes…

Vanesa volvió a inclinarse y le arañó el glande suavemente con los dientes, proporcionándole ligeros mordiscones, como si se comiera una salchicha. Paco se removía abrigado por un inmenso placer al sentir cómo le raspaba la polla con los dientes. Elena percibió una excitable sensación, un ardor fuerte en la vagina, una envidia por lo bien que se lo pasaba su prima. Ella tenía que conformarse con la insípida actitud de su marido. Aguardó oculta en la penumbra, atenta al espectáculo. Vanesa volvió a erguirse para sacudírsela velozmente y buscó su mirada, como si quisiera ser observada. Ambas volvieron a sonreír. Paco ya respiraba más acelerado y Vanesa avivó los golpes sobre la gruesa polla. En breves segundos, varios salpicones de semen se esparcieron por la barriga de Paco. Acto seguido, Vanesa recogió sus bragas del suelo y se puso a limpiarle la verga y a secarle las manchas derramadas. Elena subió dos escalones más, temerosa de que el marido de su prima la descubriera espiándoles. Desde su nueva posición, no se veía la cama, sólo el corto pasillo que conducía al cuarto de baño. Un par de minutos después apareció Paco, desnudo, yendo al lavabo. Sus ojos se centraron en cómo se le balanceaba la polla hacia los lados con cada paso. Aún la tenía bastante empinada. Vio su culo rechoncho, con nalgas salpicadas de vello por todos lados. Entró en el lavabo y se puso a mear. Vio cómo se la sujetaba, meaba y se la sacudía antes de dar media vuelta. Estaba rellenito, pero el cabrón tenía estilo y temperamento, bastante más que Arturo. En ese momento, Elena se retiró, regresó a la cama junto a su marido.

Le costaba conciliar el sueño rememorando los segundos que había compartido con su prima mientras ésta masturbaba a su marido. Por un lado se sintió un poco sucia, como si hubiese hecho algo malo contra Arturo, pero por otro se reconoció a sí misma que la escena la había puesto cachonda. Aguardó despierta hasta el amanecer, impresionada, abrasada por la envidia de que ella no pudiera divertirse como su prima, hastiada de tomar siempre la iniciativa con Arturo. Arturo se despertó sobre las ocho y lo primero que hizo fue abrazarla y besarla. Elena no había pegado ojo en toda la noche.

  • Buenos días, mi amor. ¿Sigues enfadada?
  • No estoy enfadada, Arturo, pero haces que sienta vergüenza de nosotros mismos, siempre tomo yo la iniciativa, anoche me tuve que masturbar yo sola…
  • Lo siento, ¿vale? No sé qué me pasa últimamente, estoy un poco estresado… ¿Quieres dar un paseo y hablamos?
  • No, voy a dormir un poquito más.
  • Pero no te enfades, ¿vale?
  • No…
  • Esta noche lo hacemos, ¿vale?
  • Sí.

Cuando estuvo sola en la cama sintió la necesidad de tocarse. Metió la mano bajo las bragas y se refregó su chochito para sofocar la calentura que su prima y su marido le habían proporcionado. Un rato más tarde bajó a la cocina, ataviada con la camiseta del pijama y en bragas, unas bragas blancas de encaje que dejaba entrever la mancha oscura de su vagina. Allí se encontró con Paco, en slip, sirviéndose una taza de café. Se sorprendieron al verse el uno al otro, pero tampoco era la primera vez que se veían en ropa interior, habían estado muchas veces juntos de vacaciones, sólo que Elena le había espiado la noche antes mientras su mujer le hacía una buena mamada. Vanesa dormía bajo las sábanas. Se dieron los buenos días y él la invitó a una taza. Tanto uno como otro se fijaron con disimulo en sus respectivos encantos. Ella reparó en la silueta de su pene bajo el slip y en su cuerpo achulado y Paco en sus braguitas y en la sombra que había detrás, sobre todo cuando se volvía y apreciaba una parte de la rajita de su culo asomado por la tira superior. Qué buena estaba, con su melenita blanca al estilo Marylin. Tras una breve conversación, Elena le dijo que iba a ducharse y él se deleitó con su paseillo hacia el cuarto de baño.

Cuando Arturo regresó de su paseo, las chicas prepararon el desayuno. Ellas estaban con ropa veraniega y ellos ídem de lo mismo. Tras la comida conversaron en torno a la mesa y acordaron que se pasarían todo el día relajados en la piscina y que por la noche se hartarían de alcohol hasta caer redondos. Amaneció un día de mucho calor, con el termómetro rozando los cuarenta y dos grados. Los hombres se acercaron al pueblo para ir al supermercado y las dos primas se quedaron a solas con los preparativos de la casa.

  • Perdona, Vanesa, por lo de anoche, iba al lavabo y bueno, me encontré con la función.
  • No pasa nada, prima, no es la primera vez que nos miran, sabes que a veces vamos a esos clubes de intercambio. A Paco tampoco le hubiera importado que miraras.
  • Y te llamó zorra.
  • Le pone tratarme como a una puta, y a mí me da igual, nos lo pasamos muy bien.
  • Ya te oí.
  • Te pondrías caliente – le dijo su prima.
  • Un poco sí.
  • ¿Y con Arturo?
  • Es que él es muy tradicional, Vanesa, es muy cortado con estas cosas – lamentó -. Hablamos muy poco en ese sentido.
  • Pues es muy importante hablar…

Cuando los hombres regresaron acordaron cambiarse para la piscina. Ellas querían aprovechar el sol y acordaron llevarse los bikinis más pequeños. Fue algo traumático para Arturo, más recatado que los demás. Él apareció con un bañador tipo pantalón corto, de flores estampadas, al contrario que Paco, que se presentó con un bañador tipo slip de color negro con bandas anaranjadas. Las chicas lucieron sugerentes bikinis para tostar sus cuerpos. Arturo tuvo ganas de pedirle a su mujer que se pusiera otra cosa, conociendo a Paco sabía que no le quitaría ojo en todo el día, pero no tuvo agallas para hacerlo, le dio excesiva vergüenza, se entendía que estaban en un entorno de confianza, con su prima y el marido de su prima, un matrimonio con el que habían compartido muchos momentos. Elena lucía un bikini rojo chillón, de pequeñas blondas que sólo ocultaban la zona de sus pezones, dejando visible el resto de la masa blanda de los pechos, y un tanguita con una forma delantera muy estrecha que incluso dejaba escapar algo de vello por los laterales, finas tiras laterales unidas a una pieza transparente en la cintura de donde salía la cinta que llevaba metida por la raja del culo. Si la miraban de espaldas, daba la impresión de que iba desnuda. El bikini de Vanesa era igual de atractivo, blanco con lunares celestes, con blondas pequeñas y la braguita a modo de tanga, sólo que la tira del culo algo más gruesa, se percibía entre las nalgas. Nada más aparecer en el recinto de la piscina, caminando las dos con sus zuecos de tacón, a modo de pasarella, Paco le dio un codazo a su compañero.

  • ¡Vaya monadas tenemos aquí, amigo! Como para no jugar a las prenditas…

Las chicas rieron con la broma y Arturo, abochornado, sonrió como un idiota. Se dieron un baño todos juntos y bebieron las primeras cervezas. Arturo estaba incómodo por la sensual manera con la que actuaba su esposa ante un baboso como Paco, que no paraba de lanzarle descaradas miradas. Hojeaba un periódico bajo el cenador mientras Paco asaba unas chuletas cuando vio que las chicas se despojaban de los sujetadores para hacer top-less. La situación le pareció violenta y se tragó la lata de un trago. Se tumbaron en las hamacas para tomar el sol. Las tetas de su mujer, más grandes y blanditas, se caían hacia los costados, mientras que las de Vanesa permanecían erguidas hacia arriba, con los pezones empitonados.

  • Como estás las dos – le soltó Paco desde la barbacoa -. Tenías que animarte, coño, y montar una juerga todos juntos… Lo íbamos a pasar bien.
  • Como estás de salido, Paco…

Paco alucinaba con la prima de su mujer, con sus tetas aperadas en reposo, lacias hacia los costados. Estaba muy buena, con su piel rosada y blanca y el morbo que inspiraba. Arturo estaba pasando un mal rato, sobre todo cuando vio a su amigo acercarse hasta ellas y bromear haciéndolas reír. Paco era una persona divertida, un tipo gracioso y juerguista que lograba animar a las mujeres. Vio cómo se untaban crema de sol una a la otra, tocándose las tetas una a la otra, y luego untaron juntas la espalda de Paco, las cuatro manitas acariciando aquella piel basta y peluda. Fruto de los nervios y los celos, se tomó varias cervezas. Odiaba su propio carácter, pero no lo podía remediar, siempre fue una persona muy retraída, sobre todo con las mujeres. En cambio Paco se daba chapuzones con ellas, les hacía ahogadillas, estuvo magreando a su mujer durante todo el baño. Una de las veces que la ayudó a subir por el borde llegó a plantarle las manos en el culo. Elena se lo estaba pasando en grande, sin embargo él estaba pasando apuros al ser testigo de aquella diversión. Tal vez sólo era una absurda obsesión, entre los cuatro siempre existió bastante confianza, lo único que temía es que Elena se dejara contaminar por los delirios liberales de Paco y Vanesa.

El almuerzo bajo el cenador fue todo una odisea para él y apenas participó en las conversaciones y las risas. Las dos comieron con las tetas al aire, con total naturalidad, sin percatarse de que a Paco se le iban los ojos al verlas juntitas una prima junto a la otra, de aquella manera tan erótica. Arturo apenas se fijaba en los pechos de Vanesa, más pequeños y picudos, y sí en el leve balanceo de los de su mujer, que a veces rozaban la superficie acristalada de la mesa y llenaban de vicio los ojos de su amigo. Los cuatro bebieron bastante. Una de las veces que Elena se levantó a coger más vino de la nevera portátil, tuvo que inclinarse y exhibir su culito abierto, con la fina tira del tanga en el fondo. Pudo ver cómo Paco se rascaba el bulto bajo la mesa y la miraba de reojo. Tras la comida, Paco lió un porro y lo compartió con las dos primas, Arturo sólo probó una calada y enseguida se puso a toser. Después los tres se fueron a las hamacas a tomar el sol mientras Arturo se dedicó a quitar la mesa y fregar la loza.

Sentados los tres en el borde, con Paco en medio de las dos monadas que exhibían sus tetas, pendientes de cómo Arturo barría bajo el cenador, surgió la conversación.

  • Y qué, Elena, ¿no animas al colega? El otro día, en tu casa, tú estabas más decidida a vivir nuevas experiencias.
  • Sí, pero bueno, es cosa de los dos, ¿no? Si uno no quiere…
  • Lo ibais a pasar en grande – añadió su prima -. Ya te he contado muchas veces, es genial, y conoces mucha gente amiga.
  • Ya, pero, es que Arturo es muy cuadrado, muy tradicional.
  • ¿Pero tú estarías dispuesta? – le preguntó Paco.
  • Bueno, no sé, si el quisiera a mí no me importaría…
  • Anímale, mujer, no os ibais a arrepentir. Y si quieres, tú puedes acompañarnos algún día – la invitó Paco.
  • Sí, hombre – sonrió ella.

La conversación subía de tono para los tres. Elena notaba cierta exaltación en su sangre y se cruzaba sonrisitas con su prima, con Paco como testigo, muy pendiente al leve vaivén de sus tetitas y a los pelillos del vello vaginal que escapaba por los laterales de la braguita. Paco había soñado muchas veces con follarse a la prima de su mujer y Vanesa lo sabía. No paraba de darle toques, como domándola para cuando llegara el momento. Vieron venir a Arturo, quien no paraba de beber, fruto de los nervios ante el baboseo de su amigo. Se sentía un poco desplazado hasta por su propia esposa. Tomó asiento a su lado y le pasó un brazo por los hombros. Cinco minutos después Paco y Vanesa se dirigieron al interior de la casa. Elena se quedó con su marido sentada en el borde, con los pies en el agua. Arturo se fijó en los pechos de su mujer.

  • Podías taparte un poco, Paco, bueno, ya le conoces, se está poniendo las botas… -. Elena se levantó de repente -. ¿Dónde vas?
  • A vestirme como una monjita – le reprochó enfadada.
  • Bueno, no te pongas así.
  • Estás siempre igual, qué tío más aburrido…

Se alejó de él en dirección a la casa. Arturo la observó como un tontainas. Parecía que iba desnuda, con la tira del tanga excesivamente metida por el culo y sus tetas botando en cada zancada. Lamentó haberle dicho nada, quizás estaba bastante anticuado, quizás debía divertirse más con ella en la cama, pero la desgana se imponía casi siempre, sufría de eyaculación precoz y tras la misma solía quedarse hecho polvo.

Elena, disgustada por la mísera actitud de su marido, irrumpió en la casa y no vio al matrimonio. Con cierto sigilo, se asomó al pequeño pasillo que conducía al cuarto de baño y vio la puerta entreabierta. Descubrió una nueva escena que la dejó boquiabierta. Paco permanecía sentado en la taza con las piernas separadas y Vanesa, arrodillada ante él, le masturbaba con unas bragas rodeando la polla. Se la agitaba con fuertes tirones. Ella permanecía erguida y aprovechaba la mano izquierda para acariciarle los huevos, unos huevos grandes y duros. Elena reconoció la prenda. ¡Eran sus bragas, las que llevaba puesta esa mañana!. Su prima le estaba haciendo una paja con sus bragas. Aguardó asomada. Paco, con los ojos cerrados, seguramente pensando en ella, respiraba nervioso por la boca. Un fuerte ardor abordó su vagina. A veces su prima apoyaba la frente en la barriga de su marido y permitía que el glande le golpeara la lengua o los labios. Elena se retiró no fuera a ser que Paco la descubriera asomada. Era lo que le faltaba, con las ganas que le tenía. Regresó al recinto de la piscina. Su marido merodeaba con una copa en la mano y se acercó enseguida buscando un beso.

  • ¿Me perdonas, mi amor?

Ya se le notaba un poco achispado.

  • Sí, vale.
  • Es que no me gusta que te miren.
  • Y a mí no me gusta que seas tan celoso.
  • Bueno, vale, perdona.

Un rato más tarde salió Paco liándose un porro. Arturo, para normalizar el enfado de su mujer, fue en su busca ofreciéndole una copa. Vio que le daba unas caladas. Elena sabía que se pondría como una moto, Arturo no estaba acostumbrado ni a beber tanto ni a fumar marihuana. Se fijó con disimulo en la silueta de su pene. Lo tenía muy hinchado, con la delantera del bañador manchada, quizás por resquicios de esperma. Seguramente hasta había mojado sus bragas. Elena entró dentro de la casa y encontró a su prima lavándose los dientes en el lavabo. Le atizó una palmada en el culo y Vanesa se contrajo.

  • ¡Serás zorra! Antes os pillé otra vez. Le estabas masturbando con mis bragas.
  • Las lavaré – bromeó Vanesa.
  • Estáis muy pervertidos, ¿eh, prima?

Más tarde, en torno a las nueve, cenaron en la terraza. Las chicas continuaban semidesnudas ante la mesa, con sus tetitas colgando ante los ojos de un baboso como Paco. Ya había anochecido, aunque hacía una temperatura bochornosa. Arturo había bebido demasiado y empezó a sentirse mareado entre las risas de los tres. Sufrió una serie de arcadas y su mujer le ayudó a levantarse cogiéndole del brazo. Se dirigieron hacia el cuarto de baño. Arturo caminaba tambaleante. La vista se le iba. Paco salió tras ellos y se quedó de pie en la puerta del lavabo por si necesitaban ayuda. Arturo se arrodilló ante la taza y empezó a vomitar a destajo. Su mujer se inclinó para sujetarle la cabeza, dejando su culito empinado ante los ojos de Paco. La verga se le inflamó con las vistas. La tira del tanga era tan fina que tapaba su ano a medias, podía diferenciar sus esfínteres con claridad, así como abundante vello en la entrepierna sobresaliendo por los bajos de la prenda. Sus tetas le colgaban hacia abajo balanceantes mientras aquel palurdo vomitaba. Se pasó cinco minutos fascinado con el culo de Elena, hasta que se irguió y le pidió ayuda para subirle a la bohardilla. Casi sin conciencia, Arturo subió los escalones ayudado por Paco y su propia esposa. Le tumbaron en la cama y Paco volvió a gozar de las vistas cuando Elena se inclinó para colocar las sábanas. La tira en su culito y el vello del chocho en la entrepierna. Elena miró a Paco por encima del hombro sin alterar su posición y descubrió sus ojos desorbitados. Sabía que estaba exhibiéndose ante él. Fue una intensa mirada entre ambos, cargada de placer. Ella reparó en la silueta de su pene, ofreciéndole su culo, con su ano sólo cubierto por una tira muy fina y el vello del chocho escapando entre las piernas.

  • Ha caído redondo – le dijo ella.
  • Deja que la duerma. Te esperamos abajo. Vamos a seguir la fiesta, ¿no?
  • Claro. Bajo enseguida.

Fin de la primera Parte.

En la segunda parte, Paco y su prima Vanesa la invitan a tumbarse con ellos en la cama.

Joul Negro. Gracias por vuestros comentarios.

joulnegro@hotmail.com

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