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La esposa humillada 3

en Dominación

La esposa humillada III

Durante los días siguientes después de la fiesta de fin de año, Marcos temió que Silvia le confesara que había tenido relaciones con su ex, y entonces él no iba a saber cómo actuar, no iba a tener cojones para confesarle la verdad de lo que sentía al verla con él. Silvia parecía deprimida, estaba claro que el remordimiento no dejaba de machacarla. Recibió una llamada de Eloy y Marcos la oyó despreciarle, amenazándole si volvía a acercarse a ella. Una de las veces la vio tan mal que creyó que iba a confesarlo todo, pero al final no se atrevió. A veces la oía llorar, a veces le entraban ganas de cogerla y contarle la verdad, contarle que tenía una mente liberal y que le excitaba verla con otros hombres. Pero luego pensaba en las consecuencias, en su previsible reacción, y se acojonaba como una rata. Una vez coincidió en el gimnasio con Eloy. Tras los pertinentes saludos, hicieron algunos ejercicios juntos y al final se metieron en la sauna, Eloy desnudo y él, avergonzado de la talla de su pene, con una toalla liada a la cintura. Y allí, sudando a borbotones, pudo examinar su grandiosa polla con detenimiento, una polla tan ancha como una lata de cerveza, una polla que había perforado el culo y el coño de su mujer. Le hubiese echo una mamada allí mismo si se lo hubiese pedido, pero se despidió a los cinco minutos y tuvo que masturbarse luego para aplacar sus ganas de hombre.

Sin embargo, tantos devaneos por parte de uno y de otro dentro del matrimonio, trajo consigo situaciones inesperadas que derivarían en insólitas consecuencias. Marcos iba a tener suerte para tentar el destino. Corría el mes de marzo y le pusieron un examen en la facultad, a primera hora de la tarde. Sus relaciones con Alain ya eran muy esporádicas, aunque seguía visitándole en su casa algunas veces para que le mostrara fotos y videos, pero cada vez huía más de lo que llamaba mariconadas. Muchas veces se masturbaba solo ante el ordenador sin pedirle nada a cambio. Aquella tarde, Silvia se quedaría sola en casa, no necesitaba ir a ningún sitio. Pero en cuanto llegó a la facultad le informaron que el examen se había suspendido hasta la semana próxima, y regresó a casa. Al abrir la puerta notó mucho silencio, aunque sabía que su esposa estaba en casa porque tenía el bolso colgado en la percha. Al doblar hacia el pasillo, vio luz en el cuarto de baño y la puerta casi cerrada del todo, y oyó a su mujer respirar muy secamente. Agudizó el oído por si estaba con otra persona, pero no logró distinguir nada, salvo a ella. Caminó unos pasos, expectante, pero no podía ver nada, la puerta estaba encajada. Pegó la oreja a la madera, pero sólo oía su acelerada respiración. Decidió arriesgarse. Agarró el pomo, lo giró despacio e irrumpió sin avisar. Hubo tres o cuatro segundos en los que Silvia, concentrada, no se percató de la entrada de su marido. Permanecía sentada en la taza, con las bragas en los tobillos, cabeceando con los ojos cerrados mientras se meneaba el coño con la mano derecha y se acariciaba las tetas con la izquierda. Se estaba masturbando y lo hacía de manera muy concentrada. Tenía la mente en otro lugar y en otra persona. Abrió los ojos y descubrió a su marido tras sorprenderla. Profundamente abochornada, cerró las piernas y retiró ambas manos de sus zonas tapándose la boca con la palma.

¡Marcos! Qué vergüenza, lo siento…

Tranquila, mujer, no pasa nada, puedes seguir…

Marcos, de verdad, no sé qué me ha pasado, me he puesto caliente y…

Que no pasa nada, Silvia. Han suspendido el examen -. Ella se puso de pie subiéndose las bragas y forrándose las tetas con el sostén -. Hasta la semana próxima, tendré tiempo de repasar.

Qué bien, ¿no?

Sonó el timbre y salvó a Silvia de la incomodidad. Eran sus suegros. Ya se quedaron a cenar y se fueron bastante tarde. Marcos fue el primero en irse a la cama y se tumbó boca arriba encima de la cama a esperarla. Ella apareció al ratito, con un pijama de raso, algo sonrojada de estar a solas con él después de haberla pillado masturbándose. Se echó a su lado, girada hacia él, con la intención de darle un beso.

Siento mucha vergüenza, Marcos, no sé qué me ha pasado, yo no suelo…

No pasa nada, Silvia, en serio, yo también me masturbo.

Ya, pero los hombres sois distintos.

Es muy normal. ¿En qué te inspirabas?

No sé, en cuando nos hemos liado y eso.

Vamos, cariño, eso no vale y los famosos tampoco. Que te digo que no pasa nada, es muy morboso, yo te confieso, la verdad, me he masturbado con compañeras de la facultad, con amigas tuyas, con profesoras…

¡Serás canalla! – sonrió dándole un manotazo.

¿No te parece morboso?

Morboso es, por eso nos masturbamos, ¿no?

¿En quien pensabas?

Que no seas tonto, que es algo íntimo.

Hoy he estado con Eloy en las cintas de correr y luego hemos ido a la sauna. Vaya polla que tiene el tío, ¿eh?

Muy gorda, sí.

Seguro que pensabas en él – le asestó con media sonrisa en la boca, palpándose el paquete.

Como estás de tonto, Marcos.

Venga, sé sincera, no me voy a mosquear, al contrario, me resulta morboso…

¿Te resulta morboso que me masturbe pensando en Eloy? – se sorprendió.

Marcos la contraatacó con otra pregunta para no desperdiciar la conversación.

Seguro que te follaba como nadie. ¿Te gustaba?

Sí, todo era muy salvaje…

Mastúrbame – le pidió -. Dime cómo te follaba…

Asombrada, aunque excitada por la dócil y sorprendente actitud de su marido, le sacó su pollita y empezó a masturbarle. Marcos la miraba con el placer desbordado.

Era muy agresivo, le gustaba obligarme, penetrarme analmente…

¿Tratarte como si fueras una puta?

Sí.

¿Gozabas con él?

Al final me resultaba morboso… ¿Te excita saber que follaba con él?

Sí… No sé, Silvia, al verte, te he imaginado con otro y me excita…

Ummmm, nuestro matrimonio se pone interesante, ¿eh?

Me gustaría verte con otro -. Ella aceleró las sacudidas a la polla -. ¿Harías eso?

No sé, Marcos, ahora como fantasía está muy bien, pero, ¿con quien?

A mi amigo Alain le gustas mucho, se le van los ojos cada vez que te ve. Me gustaría que follaras con él…

¿Te gustaría verme con Alain?

Sí… Podemos divertirnos. Sería morboso. ¿Te atreves?

Si tú te atreves, yo me atrevo – le retó ella curvándose para mamarle la polla y acariciarle los huevos al mismo tiempo.

Lo pasaremos bien… Ahhh. Ahhh…

Y se corrió en su boca, y luego follaron varias veces durante la noche, excitados con la posibilidad de liberar sus mentes.

Ese viernes, en la facultad, Marcos buscó a su amigo en la clase. Le dijo que si quería venirse a cenar a casa, que últimamente había tenido con Silvia conversaciones subidas de tono y que tenía el convencimiento que no iba a importarle mantener una relación con otro hombre, que le había hablado de él y que le gustaba el juego. Le narró cómo había surgido la conversación y lo que opinaba ella acerca de las mentes liberales. Alain no daba crédito y le miraba boquiabierto.

¿Estás seguro, tío? Me estás poniendo muy cachondo

Le hablé de ti y me preguntó cómo era tu polla.

Me da un poco de corte, tío, pero…

Tu ves natural, actúa como si tal cosa.

¿A qué hora voy?

Sobre las nueve.

Un rato más tarde telefoneó a su mujer.

Cariño, he invitado a Alain.

¿No nos estaremos pasando de la raya, Marcos? Me da un poco de miedo… Nosotros estamos bien…

No pasa nada, será divertido, además, confío en Alain, es un buen amigo, él no dirá nada y si nos volvemos atrás, él lo entenderá. Ya sabes cómo es. Luego te veo.

Adiós, amor.

Llegó la hora estipulada. Silvia parecía más inquieta que Marcos y Marcos más emocionado que Silvia. Ella había decidido ataviarse con ropa informal para no parecer muy insinuante y se había vestido con unos tejanos ajustados y una camiseta blanca muy suelta, aunque muy maquillada, perfumada, peinada con su estilo de los sesenta y con múltiples adornos por todo su cuerpo. Estaba muy excitante y sensual. Había preparado un pollo al horno y ya tenían preparada la mesa, debidamente adornada para la ocasión. Alain llegó un cuarto de hora más tarde, ataviado con elegancia, pantalones finos azul marino y chaqueta del mismo color, sin corbata y con una camisa azul celeste. Traía una botella de buen vino, un reserva de los caros. Al saludarse, ambos se cortaron, se notó el sonrojo en sus caras, como si ambos supieran la aventura que les deparaba. Se notaba el sonrojo en sus caras cuando se dirigían la palabra, pero en las primeras cervezas antes de la cena comenzó a fluir la confianza, aunque con una naturalidad forzada que Marcos trataba de aminorar. Sólo el hecho de ver cómo se miraban, lo que pudieran estar pensando, la presencia de Alain le había empinado la polla de manera constante. A conciencia, procuró dejarle a solas varias veces, yendo y viniendo de la cocina, comportándose como un criado de ellos, para que la confianza entre ambos se fortaleciera. Pero sólo surgían temas relacionado con el trabajo o los estudios. Luego cenaron hablando de las mismas tonterías. Ya llevaba allí tres horas y nadie se atrevía a dar el paso definitivo. Marcos trató de incitar la situación con unos chupitos de whisky solo, varias rondas, hasta que comenzó a notarles más animados. Se levantaron de la mesa y Marcos se encargó de echar unas copas. Vio que ambos se acomodaban en el sofá, uno junto al otro, con su esposa a la derecha de su amigo, con las piernas cruzadas sensualmente. En momentos de silencio, ambos intercambiaban una mirada profunda que Marcos lograba captar. Les entregó un cubata a cada uno y se sentó en un sillón frente a ellos. Sólo el hecho de verla a su lado, ante un hombre mucho más joven que ella, tonteando con él, podía hacer que eyaculara sin tocarse siquiera. Silvia acertó con una de sus preguntas para desencadenar el ataque de Alain.

¿Y novia? ¿Para cuándo?

Pff, tampoco tengo muchas prisas, así voy de flor en flor, puedo tirarme a una cada día, si quiero.

Jo, cómo sois los tíos – bromeó ella.

Los que estáis casados estáis más limitados, es más aburrido, más monótono, siempre lo mismo y siempre lo mismo cansa ¿o no?

Sí – sonrió ella -, pero, bueno…

Aunque tu marido me ha dicho que tienes una mente muy abierta. Y eso me parece muy bien.

Bueno, nos gusta fantasear, nos gusta jugar en nuestro momentos íntimos, pero soy normal, ¿eh? A ver qué vas a pensar– confesó avergonzada.

¿Te gustaría mantener una relación liberal? No sé, participar en un trío, en una orgía… - se atrevió Alain con una seriedad lujuriosa.

No sé – contestó ella encogiendo los hombros, mirando de reojo ante su marido por la subida de tono que adquiría la conversación -. Jugamos a pensar en eso, pero no sé, tampoco nos lo hemos planteado. Ya te digo, somos una pareja muy corriente.

A tu marido no le importaría, pero tú, ¿lo harías con su consentimiento?

No sé…

Alain alzó el brazo y le pellizcó cariñosamente la barbilla.

Eres una mujer muy guapa, tienes un polvazo.

Gracias – sonrió.

Le pasó el dedo índice a lo largo de todo el muslo, por encima de la tela tejana del pantalón. Ella no se movió, continuó mirándole.

¿Quieres probar conmigo? Soy un tío discreto y eres una mujer que me gusta mucho. A tu marido no le importaría.

No sé, me da un poco de corte, nunca hemos hecho algo así, sólo han sido fantasías -. Miró a su marido -. ¿verdad, Marcos?

Sí, bueno, pero conozco a Alain y es discreto. Es un buen amigo. Por mi parte, sabes que no hay problema.

Anímate, mujer, vamos a pasarlo muy bien… ¿Por qué no te pones cómoda? Anda, ponte guapa para mí.

No sé, estoy nerviosa…

Venga, ponte guapa, mientras tu marido y yo nos ponemos otra copa. Y relájate, mujer, te lo vas a pasar bien. Somos amigos, ¿no?, y hay confianza. Anda, ponte guapa para mí.

Con sus emociones bulliciosas corriéndole por las venas, Silvia desapareció del salón con instrucciones de ponerse guapa para el amigo de su marido. Marcos estaba muy empalmado ante la déspota actitud que iba adoptando su cómplice Alain, mucho más decidido por los efectos de alcohol, y de nuevo sorprendido por la pasividad de su esposa, por cómo perdía ante otro hombre su carácter dominante, por cómo se volvía más transigente, más sumisa. Alain sirvió dos copas y le entregó una a Marcos.

Qué suerte, tío, a esta cabrona me la follo hoy. Ganas tenías de que me la follara, ¿eh, cabrón?

Sí, me excita – sonrió algo avergonzado.

Dime qué quieres ver – le exigió su amigo.

Quiero que te la folles.

Es mía. Dime que tu mujer es para mí.

Es tuya, mi mujer es para ti.

Alain le acercó el vaso y ambos brindaron.

Gracias, tío, te agradezco lo que haces por mí. Eres un buen amigo.

No digas nada de esto, Alain, es algo íntimo y no queremos que se corra la voz de que…

No pasa nada, tío, conmigo puedes estar tranquilo…

El sonido de unos tacones por el pasillo cortó las palabras de Alain, que inquieto, se giró hacia la puerta, con el vaso en la mano, expectante. Marcos permaneció sentado en el sofá, emocionado con los tensos momentos que estaban por venir, hasta el momento, su esposa estaba respondiendo mansamente. Silvia apareció vestida de una manera muy sexy, parecía una prostituta de lujo. Se había puesto un camisón cuyas copas de los pechos eran de encaje, con tres botones para abrir el escote, y tirantes muy finos dejando su espalda al descubierto. Tras la cinturilla ajustada, venía una corta faldilla de gasa, muy en volandas, transparente, llevaba unas medias blancas brillantes con los encajes en la mitad del muslo y zapatos de tacón de color blanco. A través de la corta faldilla se le transparentaba unas braguitas muy pequeñas, con una delantera tan estrecha que se distinguían sus ingles. Tenía las mejillas sonrojadas y daba la impresión de que se había retocado el maquillaje y la melena, así como el sensual perfume, que se extendió por todo el salón. Se había vestido así para él. Se detuvo a su altura, justo frente a él, de pie. Alain la miró boquiabierto, sin soltar una palabra.

¿Te parezco bien así? – le preguntó ella buscando su aprobación.

Alain la fue rodeando muy despacio mientras bebía, examinando cada detalle de su cuerpo, cada transparencia. Al quitarse de en medio para examinarla por detrás, Silvia pudo intercambiar una mirada y una pequeña sonrisita temblorosa con su marido. Alain dio tres vueltas rodeándola sin parar de examinarla, como si fuera una esclava que quiere comprar, hasta que se detuvo tras ella. Soltó la copa en la pequeña mesita. Se pegó a su divino cuerpo. Silvia pudo sentir su aliento en la nuca, pudo sentir el roce de sus genitales contra el trasero, pudo sentir el tacto de sus manos ásperas por las caderas, deslizándose suavemente por encima de la tela hasta la barriguita.

Estás muy hermosa – le susurró al oído, mordisqueándole el lóbulo de la oreja – y me has puesto muy cachondo -. Le metió la nariz por el cabello olfateándolo, se removió aplastándole contra las nalgas la hinchazón de los genitales y ascendiendo lentamente ambas manos hasta abordar acariciadoramente la zona de sus pechos, por encima del encaje que los forraba -. Me has puesto la polla dura, ¿te pongo caliente, cariño?

Sí.

Desde el sillón, reclinado y manoseándose la bragueta, Marcos asistía de espectador al acecho. La besuqueaba despacio por el cuello y le olfateaba el cabello. Le desabrochó los tres botones del escote y metió las manos por dentro de la tela agarrándole las tetas con un fuerte achuchón. Ella se encogió.

Qué putas tetas más ricas tienes – le susurro sin parar de sobarlas, sacándoselas por fuera, uniéndole los dos pezones, levantándoselas, pellizcándolas, deformándolas por todos lados -. Ohhh.., Me encantan las tetas de tu mujer, Marcos…

Ella miró a su marido cuando las manos iniciaban la bajada por el vientre, por encima del vestido, dejándole ambos pechos por fuera. Le seguía vertiendo el aliento tras la oreja y en la melena. Ella parecía algo asustada por las formas, quizás había creído que todo sería más cariñoso, pero Alain se comportaba como si ella fuera una muñeca hinchable. Le metió ambas manos por debajo de la faldilla, Marcos vio que le palpaba la vagina por encima de la tela, que se la azotaba con unas palmaditas que la obligaban a fruncir el entrecejo, hasta que le metió una mano por cada lateral abordando su coño, provocándole una mueca de placer en su rostro. Marcos comenzó a desabrocharse el pantalón al comprobar cómo ambas manos se movían bajo la tela, cómo los nudillos la tensaban, cómo le hurgaba con varios dedos. Silvia soltó un jadeo profundo. Tenía la barbilla de Alain en el hombro mientras sus manos le enredaban en la vagina por dentro de las bragas. Notó que le abría el coño, que le separaba la rajita hasta percibir un estiramiento doloroso, y que le clavaba los dos dedos corazón a la vez, hurgándole en el interior con ellos, agitando las yemas en las profundidades. Ella estaba casi de puntillas ante la mezcla de dolor y placer.

¿Te gusta, zorrita?

Sí…

Qué coño más rico tienes, ¿quieres probarlo, zorrita?

Sí…

Marcos ya tenía su pollita fuera y ya se la sacudía cuando le vio retirar las manos de las bragas. Le dejó la delantera ladeada con la raja y parte del vello a la vista. Subió las manos y le metió los dos dedos en la boca, para que los lamiera, para que probara las sustancias vaginales extraídas del interior. Ella los chupó con cierto esmero, lamiendo aquellas yemas ásperas, aquellas babas vaginales. Alain fue arrodillándose muy lentamente arrastrando los labios por su espalda. Le levantó la faldilla y dedicó unos segundos a admirar aquel culo, un culo macizo y maduro, de nalgas bien carnosas y sonrosadas, con el pequeño hilo del tanga metido por la raja. Le olió el culo antes de hundir los labios por sus nalgas. Mientras le besaba el culo, arrodillado tras ella, Silvia contemplaba cómo su marido se masturbaba ante la lujuria que allí se estaba respirando. Nunca pensó que una escena cómo la que estaba viviendo llegaría a suceder, nunca pensó en que Marcos pudiera disfrutar con algo así, siempre había sido un chico muy tradicional en el acto sexual, más bien cortado, pero la mente humana es un misterio y nunca se llegan a conocer todos esos misterios. Poco a poco, Alain fue levantándose.

Date la vuelta, cariño -. Silvia se giró hacia él, esta vez dándole la espalda a su marido. Sus tetas sufrieron un vaivén ante los ojos del amigo -. Me la vas a chupar, ¿verdad, bonita? Seguro que quieres probar una buena polla, ¿verdad?

Sí.

Arrodíllate.

Silvia se postró ante él, con el tórax erguido, como una obediente sumisa. Marcos se dio muy fuerte al verla arrodillada ante él. Alain le levantó la cabeza sujetándola por la barbilla para que le mirara mientras se desnudaba. Primero se quitó la chaqueta y la camisa, exhibiendo su extrema delgadez, la blancura de su piel, la escasa vellosidad de sus pectorales. Silvia continuaba mirándole, con los brazos pegados en los costados. Se bajó y se quitó los pantalones y mostró sus piernas raquíticas, y acto seguido se deshizo del slip, liberando su gran polla con forma de pepino, muy gruesa en el centro, con una curvatura pronunciada y un glande redondeado. Vio sus huevos redondos y duros, algo pequeños para el tamaño del pene. Se la agarró y le atizó unos pollazos en la cara, que ella soportó con la boca abierta y el entrecejo fruncido.

¿Te gusta, zorrita? ¿Te gusta mi polla? Chúpala, vamos, chúpala…

Sin soltársela, la agarró de los pelos para inmovilizarle la cabeza y le metió la verga en la boca hasta la misma garganta, hasta que los huevos le golpearon la barbilla. Al sacársela, Silvia escupió algunas babas, pero inmediatamente volvió a metérsela, a dejársela en la boca unos segundos, hasta que se la sacaba para que tomara aire.

¿Está rica, zorra? -. Silvia no contestó y entonces le dio un nuevo pollazo en la cara -. ¿Está rica, zorra?

Sí… Sí… - gimoteó.

Cómetela entera, vamos…

Le soltó los cabellos y se soltó la verga. Silvia se ocupó de la mamada acercando la cabeza y comiéndose la polla hasta el fondo. Volvía a deslizar los labios hasta la base del glande y de nuevo se la comía entera, todo a un ritmo pausado, pero constante. Poco a poco se la fue mojando de saliva. No le tocaba, mantenía las manitas en los muslos y sólo movía el tórax para chupársela, con sus tetas balanceándose levemente con la mamada. Marcos continuaba masturbándose, eléctricamente excitado con la humillación.

Qué bien la chupa tu mujer, Marcos, mira cómo se la come -. La frenó sujetándole la cabeza y obligándola a mirarle. Unas babas colgaban de la punta -. ¿Te gusta, zorra?

Sí…

¿Quieres probar mis huevos?

Sí…

Vamos, seguro que a una zorra como tú le gusta chuparme los huevos…

Ladeó y bajó la cabeza para atizarle unos lengüetazos a sus huevos duros. La polla se mantenía empinada en vertical mientras le lamía los cojones. Se los mojaba con la lengua fuera, impregnándolos de unas babas brillantes. Poco a poco se los fue comiendo, metiéndoselos enteros en la boca y degustándolos cómo si fueran un gran caramelo. Quería esmerarse en la chupada, quería portarse bien, que su marido quedara satisfecho. No estaba sintiendo placer, estaba demasiado nerviosa como para disfrutar, demasiado arrepentida como para gozar, demasiado asustada como para sentir. Habían dado un paso crucial para sus vidas, un paso que aniquilaba muchos conceptos del amor. Estaba chupándole los huevos a otro hombre en presencia de su marido. Tras sus dos encuentros con Eloy, obligada un poco por su carácter y su tono amenazante, ella había tratado de enmendar su error con cariño y amor hacia su marido, pero se había encontrado a un hombre pervertido, a un hombre dispuesto a entregarla a otro por satisfacerse. Se tiró lamiéndole los huevos bastante rato, hasta que Alain la sujetó del brazo y la ayudó a levantarse. La agarró de la mano y retrocedieron juntos hasta el sofá.

Ven acá, preciosa, quiero probar ese coñito que tienes… -. Alain se sentó reclinándose con las delgadas piernas separadas -. Quítate las bragas, bonita -. Silvia deslizó sus braguitas por las piernas hasta quitárselas -. Siéntate, siéntate – apremió nervioso -. Quiero sentirte…

Se colocó la polla en vertical y enseguida, Silvia, tras levantarse la faldilla, se sentó encima clavándose aquella verga en el coño. Se la metió entera, sentada sobre los huevos. Marcos, desde el sofá, la oyó resoplar. La veía de espaldas. Enseguida, Alain la agarró por el culo y comenzó a movérselo para follarla, subiéndole y bajándole el culo, con el chocho resbalando por el tronco de la verga. Por un espejo lateral veía cómo las tetas bailaban en la boca de Alain, que intentaba atizarles un lametón. Ambos comenzaron a gemir. A veces ella se dejaba caer sobre él, aplastando los pechos en sus raquíticos pectorales, y él, sujeto a su culo, elevaba la cadera del sillón para follarla, sumergiendo la verga en el chocho a una velocidad supersónica. Silvia se erguía, Alain descansaba, y era ella quien cabalgaba sobre él, saltando sobre el pepino que le destrozaba el coño. Marcos eyaculó, se colocó la mano a modo de bandeja y vertió su leche sobre ella. Vio que se besaban mientras follaban, que le chupaba y le magreaba las tetas, que volvía a plantarle las manos en el culo para abrirle la raja y subirlo y bajarlo. Menudo polvo le estaba echando. Jadeaban como locos. Alain frenó con la polla dentro.

Bájate -. Silvia se puso de pie echándose a un lado y él dio un salto hacia ella. Tenía la verga empinada y pringada de líquidos vaginales. Le pasó una mano por la cintura y la acercó hasta la posición de Marcos -. Ponte a cuatro patas sobre él, quiero tu culito, quiero que tu marido vea cómo te follo el culo…

Aún envuelta en una respiración acelerada, se arrodilló ante su marido y se curvó ligeramente hacia él plantando las manitas encima de las rodillas de Marcos, con sus tetas colgando hacia abajo, enrojecidas por los manoseos, con el rostro muy cerca del de su marido, con las miradas enfrentadas. Marcos aún tenía su pollita fuera, algo floja tras la eyaculación, reposando hacia un lado, algo erguido en el sillón. Alain se arrodilló tras ella subiéndole la faldilla y dejándole su culo expuesto. Le incrustó la polla en el culo lentamente hasta sumergirla entera. Mientras la penetraba, los gestos de fruncimiento de Silvia desprendían ese cóctel de placer y dolor. Alain la sujetaba por las caderas. Y comenzó a follarla, a abrirle el culo con su gran polla, asestándole fuerte en las nalgas con la pelvis, haciendo que todo su cuerpo convulsionara y fuera empujado hacia el rostro de Marcos. Llegaron a quedar separados por sólo unos centímetros, de hecho las tetas al balancearse le rozaban el pene fláccido. Le daba muy fuerte, con rabia, los chasquidos y gemidos se entremezclaban en el ambiente. Acostumbrada a la descomunal anchura de la polla de Eloy, poco a poco los gemidos dolorosos se transformaron en gemidos lujuriosos. Acezaba como una perra en cada penetración anal. Le clavaba las uñas a su marido en las rodillas cada vez que la perforaba. Al mismo tiempo, Alain le atizaba azotes en las nalgas.

¿Te gusta, perra? Contesta…

Sí…

Qué gusto follarte, zorra… Ummm… Ahhh… Qué culo más rico…

A veces se echaba sobre ella con la polla dentro del culo, se removía y enseguida reanudaba las duras embestidas, provocando el baile de las tetas, provocando sus intensos gemidos, provocando sus gozosas miradas, todo ante los ojos de Marcos. Una de las veces, Silvia le miró por encima del hombro, pero se ganó un fuerte cachete en la nalga y la agarró de los pelos tirando hacia atrás de su cabeza.

- Mira a tu marido, puta, quiero que lo mires mientras te follo, ¿me has entendido?

- Sí…

- No dejes de mirarle… Quiero que le mires, joder…

- Vale, vale…

Silvia miró de nuevo al frente, miró de nuevo a los ojos de Marcos. Cada vez había ido curvándose más por los ataques en su culo y ya las tetas aplastaban la pollita de su marido. No le daba tregua, no descansaba, no paraba de follarla.

¿Te gusta, Marcos? ¿Te gusta cómo me follo a tu mujer?

Sí…

Folla muy bien la muy perra, mira cómo le gusta a la cabrona… Ummm…. Ahhh… Toma, toma….

Aceleró de manera contundente. Silvia gemía de manera muy seguida, con los ojos muy abiertos y expulsando aire fatigosamente por la boca, echada sobre el regazo de su marido mientras otro hombre la follaba por el culo.

¡Wow! – gritó Alain.

Se quedó inmóvil con el culo contraído y la polla metida hasta el fondo en el ano de Silvia, derramando abundante leche, a chorros intermitentes, Silvia percibía los escupitajos, percibía cómo se lo iba llenando. Tardó en sacarla y cuando lo hizo le dejó el ano abierto, dilatado, por donde vertió los goterones de semen hacia la rajita de su chocho. Silvia elevó el tórax del cuerpo de su marido y Alain se puso en pie con la polla pringada de leche, balanceándose hacia los lados. La ayudó a levantarse y le estampó un beso en la mejilla sujetándola por la cabeza con ambas manos.

Qué bien lo has hecho, perrita -. Le atizó un cachete en el culo, por encima de la faldilla -. ¿Te ha gustado, perrita?

Sí… - contestó con media sonrisa, una sonrisa temblorosa.

Échanos una copa, anda, sé buena, necesito un trago.

Le dio un nuevo cachete y fue al sillón para sentarse, desnudo, con la verga ya algo flácida. Recogió las bragas y se las pasó por la verga para secársela. Luego se encendió un cigarrillo para relajarse. Marcos se había tapado, se había subido la delantera del slip y sintió algo de pena por su mujer. Como una criada, servía las copas de espaldas a ellos, con su culito transparentándose por la faldilla. Tenía una nalga muy enrojecida por los azotes. Marcos tenía la sensación de que no estaba gozando, de que la experiencia no le estaba satisfaciendo. Y sintió algo de pánico por los sentimientos que pudiera estar percibiendo. Alain estaba siendo demasiado duro con ella, prácticamente la estaba humillando, y tal vez Silvia pudiera estar arrepintiéndose de haber aceptado la propuesta. Alain debería haber sido más sensible, más cariñoso, haber ido más despacio para irla mentalizando poco a poco, pero estaba abusando de la confianza y la trataba como si fuera suya, como si fuera su puta. Silvia no decía nada, actuaba en silencio, obedecía las imposiciones de Alain, quizás también influida por el fuerte carácter de su ex. Vio que se pasaba una servilleta para limpiarse el culo, de dónde no paraba de manarle leche. Se la pasó dos o tres veces hasta dejarse el ano bien seco. Luego trató de colocarse el escote para dejarse las tetas por dentro, aunque sin llegar a abrocharse los tres botones. Alain se levantó. Tenía la verga floja, colgando hacia abajo, y dijo que iba al servicio. Una vez que Marcos le vio adentrarse, se levantó y se acercó a su esposa, deteniéndose a su lado. Ella le miró con una sonrisa amarga y él le estampó un besito en la frente.

¿Estás bien?

Sí.

¿Te lo estás pasando bien?

Sí.

Alain es un poco bruto, pero no es mala gente. Quiero que te lo pases bien…

Sí, sí, no pasa nada.

¿En serio, mi amor? Podemos dejarlo si no te apetece…

No, no, no pasa nada…

Alain regresó de nuevo. Su inmensa verga flácida daba tumbos hacia los lados. Marcos se separó un poco de su mujer concediéndole a él todo el espacio. Silvia se giró de nuevo hacia su marido y le entregó una copa y luego se volvió hacia Alain entregándole otra. Le pasó el brazo por la cintura pegándola contra él.

Qué buen polvo hemos echado, ¿eh?

Sí.

Y tu marido lo que ha disfrutado viendo cómo follamos, ¿verdad?

Sí.

Qué guapa eres – le atizó otro cachete en el culo por encima de la faldilla -. Cuantas veces me han entrado ganas de follarte, que te diga tu marido – Le dio un sorbo a la copa -. ¿Te gusta que te den por el culo?

Bueno, sí…

Este cabrón no te da por el culo, ¿verdad, mi niña?

No.

¿Por qué no vamos a vuestra habitación y nos relajamos los tres en la cama? – propuso.

Silvia y Marcos se miraron. Marcos tuvo que beber para aplacar los nervios, tratando de calibrar los sentimientos de su esposa.

¿A la habitación? – preguntó como un tontainas.

Venga, vamos, vamos a relajarnos…

Y le cedió el paso a Silvia para que marchara delante, para poder fijarse en las transparencias de la faldilla, en cómo movía su culito gracias a los tacones. Marcos les siguió en tercer lugar, recorriendo el largo pasillo hasta el cuarto. Cuando irrumpieron, la pareja quedó a expensa de las órdenes de Alain, que enseguida, volvió a rodear a Silvia por la cintura. Se dirigió a Marcos.

- Ponte cómodo, hombre, que es tu mujer. Quédate desnudo, coño… -. Miró a Silvia -. Ponme la polla dura, anda, sé buena.

Lentamente y ante los ojos de la pareja, mientras su mujer le sacudía la polla con leves caricias, fue desnudándose hasta quedarse como vino al mundo, con su pollita ridícula empinada hacia arriba. Ambos le observaban, su esposa meneándole la verga y él acariciándole el culo por encima de la faldilla.

Ya – dijo.

Échate en la cama, hombre, no seas cortado.

Marcos quitó la colcha y se tumbó boca arriba en el lado izquierdo de la cama, muy cerca del borde. Su mujer ahora se concentraba en acariciarle los huevos mientras él apuraba la copa. Poco a poco, le había ido poniendo la polla tiesa y ya la tenía empalmada hacia arriba.

¿Te gusta cómo me toca tu mujer?

Sí…

Le gusta – le dijo a Silvia -, al cabrón le gusta cómo me tocas la polla. Túmbate a su lado…

Silvia rodeó la cama y se tumbó al lado de su marido, también boca arriba, ambos con las cabezas apoyadas en la almohada. Alain entró por los pies de la cama caminando de rodillas, en dirección a ella. Le separó las piernas y se curvó hacia su pelvis para lamerle el coño. Se lo comía con desesperación, escupiéndole, esparciendo la saliva con toda la lengua fuera, mordisqueándole el clítoris, separándoles los labios, bañándolo en saliva. Parecía un perro lamiendo. Silvia no se atrevía a mirar hacia su marido y mantenía la mirada en el techo, meneando la cadera ante los mordiscos en su chocho. Marcos miró hacia abajo viendo a Alain devorar el chocho de su mujer.

Qué chocho más rico…

Se incorporó, arrodillado entre las delicadas piernas de Silvia. Le abrió bruscamente el escote, rasgando parte del ganchillo, liberando sus tetas, que oscilaron levemente. Le sacudió unas palmadas, manoseándolas después.

Ahhh… - se quejó ella.

Qué buena estás, cabrona…

Se sujetó la enorme verga y se echó un poco sobre ella conduciéndola hacia la rajita. Contrajo el culo y se la metió, para empezar a follarla moviéndose deprisa. Mantenía el tórax en alto, con la pelvis encima de su cadera, manteniendo todo el peso del cuerpo sobre los brazos, observando cómo gemía, observando cómo oscilaban sus dos tetas, observando cómo todo su cuerpo se movía ante las embestidas en el chocho.

Mira a tu marido, guarra, míralo -. Silvia ladeó la cabeza hacia Marcos y Marcos hacia ella. Marcos se sacudía su pollita ante la nueva humillación, viendo cómo todo el cuerpo de su mujer se removía ante las severas clavadas -. Daos la mano -. Ambos extendieron la mano y entrelazaron los dedos -. Así me gusta, zorrita, mira cómo se la sacude este cabrón… -. Silvia volvió la cabeza hacia Alain, pero éste le sacudió una pequeña bofetada para que mantuviera su mirada posada en Marcos -. Qué le mires… No dejes de mirar a tu marido, le gusta ver cómo te follo.

Apretó las embestidas dándole fuerte en el coño. Le sacaba casi toda la polla hasta hundirla entera. Las tetas danzaban como locas. Se echó encima de ella elevando y bajando el culo para darle con potencia, apretándole las tetas con los pectorales y baboseando sobre su cara, lamiéndole la mejilla y la oreja con la lengua fuera mientras ella y Marcos se miraban. Se incorporó de repente y la obligó a darse la vuelta, a colocarse ahora boca abajo. Le colocó la cabeza de tal manera que continuaba mirando a su marido. Y se echó sobre su culo, colando la polla entre las piernas y perforándole de nuevo el coño, comenzándose a mover con la misma intensidad, asestándole fuerte en las nalgas con su pelvis huesuda. Silvia gemía con la boca muy abierta, sudando a borbotones, sin apenas parpadear, enfrentada a la mirada de su marido, que eyaculaba en ese instante.

¿Te gusta, puta? – le gritó, agarrándola de los pelos y elevándole la cabeza de la almohada -. Contesta, zorra.

Sí… - gimoteó asustada.

Con la polla dentro del chocho, echado sobre su culo, le giró la cabeza hacia el cuerpo de su marido.

Mira el muy cabrón cómo se ha corrido. Le gusta ver cómo te follo -. Le soltó la cabeza y continuó dándole, cada vez más fuerte, provocándole severas vibraciones en las nalgas.

Silvia no paraba de gemir con gestos extraños en su rostro. Marcos, algo anonadado por aquella bestialidad, se incorporó arrodillándose ante el cuerpo de su esposa, con intenciones de frenar aquella brusquedad. Pero Alain se detuvo desacelerando, hasta extraer la verga de la entrepierna y apoyarla sobre una de las nalgas.

Dame en la verga, cabrón, quiero correrme en el culo de tu mujer…

¿Yo? – se sorprendió, temeroso de que se descubrieran sus mariconadas con Alain.

Venga, joder… - apremió nervioso.

Sonrojado, evitando la mirada de su esposa, le sujetó la verga y se la sacudió sólo unos segundos, porque enseguida una lluvia de esperma salpicó todo el culo de su mujer, con finas hileras resbalando por todos lados, algunas hacia el interior de la raja, otras hacia la cara externa de los muslos, hacia la entrepierna y hacia la espalda. Alain jadeó mientras eyaculaba. Marcos, nervioso, se la soltó enseguida, aunque sabía que su mujer le había visto. Tenía toda la raja inundada de leche espesa, ni siquiera se distinguía su ano. Alain, fatigado por la corrida, se dejó caer sobre sus talones, bufando como un animal. Marcos agarró un trozo de sábana y le limpió el culo a su mujer, le pasó el trozo por las nalgas secándole las hileras y luego se lo pasó por la raja, impregnando la tela de gruesas porciones de semen. Silvia se levantó apeándose de la cama y tapándose las tetas con los trozos desgarrados.

Voy a lavarme – les dijo dirigiéndose hacia el lavabo.

En cuanto se marchó, Marcos también bajó de la cama en busca de su ropa.

Qué gusto follarla, tío, no sé cómo agradecértelo – le soltó Alain desde la cama.

Ha estado bien, Alain, pero es mejor que te vayas, como es la primera vez, está un poco nerviosa. Es un favor que te pido…

Alain asintió.

Sí, si me ha dejado hecho polvo, la hija puta me ha dejado la polla reventada…

Un cuarto de hora más tarde, cuando Silvia salió del cuarto de baño envuelta en una toalla y con el cabello humedecido por la ducha, Alain ya se había marchado y Marcos la esperaba sentado en el borde de la cama, vestido con el pijama de todas las noches. Silvia se sentó a su lado, con la cabeza gacha.

Lo siento, Silvia – le dijo él -, ha sido una mala experiencia.

Silvia encogió los hombros, colocándose algunos cabellos revueltos.

No pasa nada, Marcos.

Pero te ha hecho daño, cariño, no pensé…

Vamos a olvidarlo, Marcos, hemos cometido un error, hemos expuesto nuestra intimidad y nuestro amor, ha sido culpa de los dos, ya está. Lo mejor para nosotros es dejarlo pasar y que Alain no cuente nada por ahí, no me gustaría…

No dirá nada, de verdad…

¿Seguro?

Seguro, no se ha portado muy bien, pensé que sería más divertido, pero no sé, estaba muy bebido, me ha obligado a…

Vamos a dejarlo, Marcos. Ha sido un error. Punto. Vamos a dormir.

Fue un fin de semana incómodo. Procuraron evitar el tema, pero el recuerdo de cada escena se apoderaba de sus mentes. Trataron de enmendar los sentimientos con algunas carantoñas y haciendo el amor el sábado por la noche, pero la relación entre los dos parecía mucho más agria, Marcos notó que quizás su esposa le culpabilizaba por la humillación sufrida. Trató de recompensarla con cariño, con muchos te quieros, con paseos románticos, pero ella no recuperó su vitalidad. Por un lado, Silvia se había mostrado débil y sumisa ante un hombre cuando siempre en su matrimonio se había impuesto el carácter dominante, y por otro lado había quedado al descubierto el lado oscuro de Marcos. Se prometieron no volver a tener una experiencia similar. Ella le dijo que lo amaba demasiado y que no quería ser compartida con nadie, por muy morboso que pareciera. Marcos le pidió disculpas. Pero la humillación aún no había terminado.

El lunes por la mañana, Marcos decidió no ir a la facultad. Silvia sí se marchó al colegio a pesar de su aspecto deprimido. Deambulando sólo por la casa, los detalles de cada escena del viernes por la noche con Alain se reproducían en su cabeza avivando esa perversión que había estado a punto de destrozar su matrimonio. Entró en su cuarto, la cama estaba hecha y vacía, pero en su mente se dibujaba la figura de Alain comiéndose el coño de Silvia, se dibujaban sus movimientos al penetrarla, al verter la leche sobre su culo. Tuvo que masturbarse, no pudo remediarlo, se trataba de una sensación incontrolable. El hecho de verla humillada, de recibir aquel trato tan duro, provocaba que hirviera el placer en su mente, de manera irremediable. Al correrse notó el desahogo, notó de nuevo un atisbo de remordimiento por sus malos pensamientos. La única manera de poder preservar su matrimonio iba a ser así, masturbándose para poder contener sus lujuriosas emociones, a base de recordar la experiencia con Alain.

Silvia regresó al mediodía. La notó más animada, como si se esforzara en olvidar el tormento sufrido. Se dieron un beso muy tierno y muchos abrazos y durmieron juntos la siesta tirados en el sofá. Todo parecía volver a su cauce. Silvia tenía que salir, tenía claustro de profesores, y se puso muy atractiva. Se colocó una minifalda blanca muy ajustada, con la tela muy tensada en el trasero, una minifalda que dibujaba los contornos de sus caderas y de sus nalgas. Como contraste, unas medias negras brillantes con zapatos de tacón color blanco, y para la parte de arriba un top de ganchillo anudado a la nuca, con los brazos y los hombros al descubierto. Se dieron un beso de despedida bajo la promesa de que regresaría en menos de una hora. Marcos se dirigió al desván y cuando Silvia descolgaba de la percha su bolso y su chaqueta, sonó el timbre. Marcos ya había torcido por el pasillo y se detuvo de repente, sin volverse, como para escuchar quien era.

Silvia abrió la puerta y se quedó de piedra. Era Alain, ataviado con un pantalón de chándal y una camiseta de tirantes color gris.

¡Alain! -. Alain dio un paso hacia dentro y él mismo se encargó de cerrar la puerta -. ¿Qué haces aquí? Tengo que irme…

Te echaba de menos, preciosa – le dijo acariciándole la barbilla.

No, Alain, esto se ha terminado – le dijo apartando la mano de su cara -. Lo del otro día, estuvo bien, pero ya no se va a volver a repetir, ¿de acuerdo?

Quiero desahogarme un poco contigo, sé que te gustó, no me seas ahora calientapollas.

Te pido por favor que te marches, Alain.

Marcos ya estaba asomado cuando vio cómo su amigo Alain la sujetaba de los hombros, le daba la vuelta y le pasaba el brazo derecho por el cuello apretando todo su cuerpo contra él, inmovilizándola. Ella se quejó con muecas de dolor en el rostro, sintiendo la presión del brazo en el cuello. Percibió su aliento en la oreja.

Te deseo, zorra, tienes que hacerme ese favor… -. Alain se removió rozándole los genitales por el culo -. Estás muy guapa, me gustas mucho, eres lo que más deseo en el mundo…

Alain… Me haces daño…

Elevó la mano izquierda y le tiró fuertemente del escote hacia abajo rasgando la tela violentamente y liberando una de sus tetas, que sufrió un brusco vaivén. Luego tiró hacia el otro lado, se oyó un nuevo desgarre de la tela y la otra teta quedó libre también. Las estrujó con ambas manos, rabiosamente, y le atizó unas palmadas a los pezones zarandeándolas. Silvia intentó desembarazarse de él, pero apretó el brazo derecho ejerciendo más presión sobre el cuello.

Quieta, zorra, cómo me gustan estas tetas – le dijo sin parar de sobarlas con la mano izquierda.

Déjame, Alain… - suplicó -. Marcos está en el desván…

A ese maricón le gusta ver cómo te follo…

Anduvo con ella unos pasos hacia una mesita alta de pasillo, con una superficie rectangular muy estrecha. Con la izquierda tiró de un pequeño mantel y envió al suelo todos los objetos, entre ellos, una foto de boda donde ella aparecía besándose con Marcos. Retiró el brazo derecho de su cuello, pero la agarró de los pelos y la curvó con violencia sobre la superficie de la mesa, aplastando sus tetas, presionando su mejilla contra la pulida madera. Silvia, como rendida, se aferró a los cantos de la mesa. Desde el fondo, Marcos vio cómo le subía la manifalda y cómo le bajaba el tanga a tirones, tirones que llegaron a desgarrarlo por una de las tiras laterales. La dejó con el culo al aire y las piernas forradas por las relucientes medias negras, en contraste con los tacones y la minifalda blanca. Les veía de perfil. Se bajó el chándal y el slip de un golpe, dejando ambas prendas enrolladas en los tobillos. Se agarró su inmensa verga y se la escupió antes de dirigirla al fondo de la raja, para pincharle el culo, para abrirle el ano de un solo golpe. Y se la comenzó a follar contrayéndose sin parar, gimiendo sin parar, acariciándole la espalda y la cintura sin parar.

¿Te gusta, guarra? Sabía que lo deseabas, cabrona…

Silvia gimoteaba con los ojos cerrados, con todo su cuerpo moviéndose, con su mejilla deslizándose por la superficie pulida ante la severidad de los empujones, ante las severas clavadas que recibía su culo. Marcos tenía la polla hinchada, y eso que la estaban violando ante sus propias narices. La embestía cada vez con más fuerza. Los chasquidos contra las nalgas retumbaban en toda la casa y los gemidos secos de Silvia hacían eco en el pasillo. La polla entraba y salía de su culo de manera veloz.

Qué culo más rico tienes, cabrona…

Le extrajo la polla de repente y se arrodilló ante el culo hundiendo la cara en la raja para lamerle el ano, para darle unas pasadas al chocho, derramando saliva en abundancia para dejarlo bien lubricado. Sin moverse, Silvia cerraba más fuerte los ojos ante el hormigueo de la lengua, ante la humedad que le transmitía. Volvió a incorporarse sacudiéndose la polla con nerviosismo, sin saber dónde clavarla, hasta que eligió la rajita del coño, donde la hundió secamente hasta los huevos, reanudando las bruscas penetraciones, los gemidos y jadeos secos, los brillantes goterones de sudor por el cuerpo de ambos. Silvia, sin parar de respirar aceleradamente por la boca, entreabrió los ojos y descubrió al fondo la figura de su marido, acercándose muy despacio hacia ellos. Alain también le vio, pero no frenó los azotes al coño. Marcos quiso mostrar una cara de sorpresa, como si fuera a intervenir en defensa de su esposa, pero Alain se echó sobre la espalda de su mujer, le sujetó la cabeza con ambas manos y tiró de ella obligándola a levantar todo el tórax de la superficie, aún con la polla clavada, con la pelvis de Alain pegada a su culo, con sus tetas enrojecidas balanceándose levemente, con las tiras rasgadas del top colgándole del cuello.

Mírale, zorra, mira cómo disfruta viéndote el muy maricón -. Obligada por las manos que le mantenían la cabeza erguida, miró a los ojos de su marido, pudo captar su cobardía, su perversión. Alain deslizó las manos por sus hombros hasta acariciarle ambas tetas y acercó la boca a su oído para hablarle a modo de susurro, sin que Marcos pudiera oírlo -. ¿Sabes que me lo he follado? ¿Qué le gusta chuparme la verga? ¿Enseñarme fotos tuyas donde aparecías desnuda? Es un marica, estás casada con un marica…

Alain aceleró con mucha potencia bombeándole el chocho con su gran polla, manoseándole rudamente las tetas. Silvia, mirando a los ojos de su marido, apretó los dientes, seria, con la cabeza erguida, sin emitir sonido alguno, como si el acto fuera una penitencia. Alain fue frenando poco a poco, escupiendo gran cantidad de leche dentro del chocho, así hasta inundárselo. Luego dio un paso atrás y se agachó para subirse los pantalones. Silvia también se irguió y se bajó la minifalda sin dejar de mirar a Marcos. Le goteaba semen de entre las piernas. Luego se agachó, recogió su tanga desgarrado y trató de taparse algo de las tetas con su top de ganchillo hecho tiras. Y se dirigió hacia su cuarto. Al oír que cerraba la puerta, Marcos dio unos pasos hacia Alain.

Joder, tío, te has pasado, mira qué le has hecho…

Puta maricona, vete a tomar por culo, todo esto es culpa tuya… Métete esa zorra en los huevos.

Dio media vuelta, abrió la puerta y abandonó la casa. Profundamente avergonzado, se dirigió hacia el cuarto. Le temblaban las piernas. La encontró sentada en la cama, con un albornoz por encima para taparse.

Lo siento, cariño, si quieres le podemos denunciar…

Marcos, vete con tus padres, por favor te lo ruego. Necesitamos un tiempo, necesito estar sola.

Pero…

Vete, Marcos, ahora mismo me das mucho asco. Vete, por el bien de los dos.

Hizo un par de maletas y se marchó a casa de sus padres. A ellos les dijo que había tenido una fuerte discusión con Silvia, pero que estaba seguro de que las cosas se arreglarían entre ellos. Pero los días fueron pasando. Marcos la telefoneaba, pero Silvia no atendía sus llamadas. Le daba vergüenza ir a buscarla a casa o al colegio. Pasaron dos meses sin que hablasen, pero se enteró por terceros que Alain la había dejado preñada. Se encerró en casa por un tiempo, muerto de vergüenza, se había corrido la voz de sus mariconadas y nadie quería saber nada de él, hasta sus padres renegaban de su presencia, hasta su hermana le miraba con asco. Unos meses más tarde salió a dar un paseo y decidió emborracharse, para matar esa soledad, para sofocar sus penas y esos recuerdos que le martirizaban. Entró en un disco pub atiborrado de gente, pero cuando se dirigía a la barra, casualmente, Silvia se cruzó en su camino. Se quedó estupefacto al verla, iba tan guapa como siempre, pero con una pronunciada barriga de embarazada.

Hola, Silvia – la saludó abochornado.

¿Cómo estás, Marcos?

Bien.

Iba a pedirle perdón, pero apareció Eloy, su ex, acompañado de otra chica compañera de su esposa. Eloy les pasó a las dos un brazo por los hombros y las achuchó contra él.

¿Qué haces hablando con este maricón? Deberías vomitarle encima -. Marcos le miró con cara de imbécil, entonces Eloy retiró los brazos de las chicas y le soltó una bofetada -. Aire, maricón, largo de aquí, que no vuelva a verte cerca de Silvia.

Y se marchó de allí como un cobarde. Más tarde supo que se casó con Eloy, que con él seguiría siendo la esposa humillada, una humillación que él propició por culpa de una mente pervertida. Viviría con ese remordimiento para siempre. La mujer de su vida seguiría siendo humillada y él no podía hacer nada por evitarlo. FIN. Joul Negro.

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