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Asuntos Económicos (2)

en Dominación

Asuntos Económicos

PARTE II

Irene llegó de madrugada. Había estado con su novio, habían hecho el amor, pero la imagen de su tío desnudo no se le borraba de la cabeza. Su grandioso pene, su cuerpo gordo y peludo, sus enormes testículos y su culo abombado. Ella, tan mona, tan pija, que siempre había salido con chicos guapos y atléticos, que era la envidia de sus amigas, se había obsesionado sexualmente con el cuerpo de un hombre maduro que para colmo era su tío. Estaba hastiada de tanto pensar. Se había masturbado varias veces pensando en él para saciar su recién llegada ninfomanía, algo que jamás había hecho. Temía cometer una locura. Vio que había luz encendida en el dormitorio de sus padres y les oyó susurrar. Empujó la puerta para avisarles de que había llegado y darle las buenas noches. Su padre permanecía desfallecido sentado en el borde de la cama y su madre también estaba despierta sentada sobre el respaldo.

  • ¿Estáis bien?
  • No pasa nada, hija, buenas noches – le dijo su madre.

Su padre ni le contestó. Irrumpió en el salón y vio las botellas y los vasos vacíos repartidos por la mesa. Descubrió el calzoncillo de su tío tirado en el suelo. Lo recogió y con los ojos cerrados se lo llevó a la nariz para olerlo. Sintió un escalofrío en la vagina y tuvo que tocarse. Estaban húmedos y apestaban a orín, pero sus indecentes pensamientos resultaban muy poderosos. Volvió a dejarlos en el mismo sitio y sigilosamente subió a la segundas planta. La puerta del cuarto de su tío permanecía abierta y un resplandor de luz tenue alumbraba parte del pasillo. Anduvo despacio hasta que pudo asomarse. La lámpara de la mesita de noche estaba encendida y había una botella de coñac volcada en el suelo. Su tío Enrique permanecía tumbado bocabajo encima de la cama, completamente desnudo. Se centró en el culo de nalgas blancas y abombadas, salpicadas de vello negro, con una raja profunda tupida de pelillos. Los huevos entre las piernas, unos huevos grandes y peludos, reposaban sobre el colchón. Irene soltó un bufido y se mordió el labio inferior al sentir el ardor en la vagina. No podía verle el pene, lo mantenía estrujado bajo la barriga, pero aquel culo tan macho y aquellos testículos elevaron la calentura de su mente. Con la mano izquierda se levantó la falda y con la derecha se echó la braga a un lado para frotarse el chocho con frenesí, sin dejar de mirar en ningún momento hacia aquel cuerpo seboso. Aguardó más de media hora observándole por si se daba la vuelta, pero al final se encerró en su habitación y apenas pudo dormir.

Dani tampoco pudo pegar ojo y antes de la seis de la mañana ya estaba vistiéndose.

  • ¿Dónde vas? – le preguntó Julia desde la cama.
  • Esto es una locura, Julia. Hijo de puta. Voy a buscar trabajo, donde sea, tenemos que salir de aquí.
  • ¿Dónde, Dani? Estamos asfixiados. ¿Cómo nos ha pasado esto? Debemos tanto. Hoy cumple el plazo de la matrícula de la niña. ¿Cómo lo hacemos?
  • No lo sé, joder, buscaré una solución. Conseguiré el dinero. Hablaré con los bancos y con algunos acreedores para ver si negociamos la deuda. Ese cabrón pagará por lo que nos está haciendo. No te preocupes, mi amor, lo conseguiré.

Dani se inclinó y besó a su mujer. Después se dieron un abrazo y un rato más tarde abandonó la casa. La deuda era desorbitada y aunque consiguiera un buen empleo sabía que no resolverían los asuntos económicos. Su cuñado controlaba sus vidas y debía tragarse el orgullo y pedirle el dinero de la matrícula para que su hija pudiera entrar en la universidad. Debía hacerlo por ella. Debía entregarse por mucho que le doliera. Frente al espejo, se quitó el pijama y se quedó únicamente con unas braguitas blancas. Se cubrió con un albornoz blanco y salió del cuarto en dirección a la segunda planta.

Irene sólo había dormido a ratos. Escuchó a su padre cuando abandonó la casa y sintió a su madre subir por las escaleras. Eran las siete y media de la mañana. Bajó de la cama y se asomó con cuidado. Pensó que venía a verla, pero su madre pasó por delante en dirección al cuarto de su tío. Irene frunció el entrecejo, extrañada. Iba a pillarlo desnudo encima de la cama. Dudó si avisarla, pero se mantuvo inmóvil, oculta tras la puerta.

Julia dudó unos instantes antes de pedir permiso golpeando la puerta con los nudillos.

  • ¿Enrique? Soy Julia.
  • ¡Pasa!

Abochornada, empujó la puerta y cerró tras de sí, aunque los nervios la traicionaron y no llegó a encajarla del todo. Irene vio la pequeña ranura por donde podía espiarles y no dudó en acercarse para husmear. Vio a su madre de espaldas y a su tío Enrique en el fondo apagando un cigarrillo. Estaba de pie frente a una cómoda, desnudo. El largo y ancho pene le colgaba lacio hacia abajo. Su madre no parecía inmutarse por verle en aquella situación y se imaginó que tenía un lío con su tío.

Enrique caminó en presencia de su cuñada hacia la ventana para subir la persiana. Julia se fijó en cómo la enorme polla se mecía hacia los lados en cada zancada y cómo los inmensos huevos botaban. Le vio de espaldas, examinó su tremendo culo y su espalda robusta y peluda. Sabía que debía actuar con naturalidad ante él para apaciguar su talante. Al pasar junto a ella le atizó un cachete en el culo por encima del albornoz.

  • ¿Dónde vas tan temprano, cuñada? – le preguntó tumbándose boca arriba encima de la cama, con la verga echada a un lado -. Estás muy guapa.
  • Necesitaba quinientos euros para la matrícula de la niña. Hoy cumple el plazo y, bueno, pensábamos ir a casa de mi suegra esta tarde, bueno, mañana intentaría devolvértelos.
  • Allí tienes la cartera y coge lo que necesites. No quiero verte preocupada.

Julia dio media vuelta y se dirigió a la cómoda. Abrió la cartera y extrajo cinco billetes de cien. Se los metió en el bolsillo y volvió a girarse hacia su cuñado.

  • Gracias, Enrique, de verdad.
  • No las mereces. Anoche pasamos un buen rato, ¿verdad? -. Ella sonrió con amargura y asintió -. ¿Quieres echarte un rato aquí conmigo?

Era consciente de que no podía eludir el compromiso. Se desabrochó el albornoz y se lo quitó despacio ante los ojos de su cuñado. Sus enormes tetazas balanceantes quedaron a la vista, así como sus braguitas blancas de satén. Tenía que hacerlo. Cerró los ojos y fue bajándose las bragas con la misma lentitud. Ambas prendas las dejó en el suelo. Enrique se sacudió la verga para enderezarla al ver a su cuñada a su entera disposición. Se fijó en su coño de abundante vello y en las esponjosas tetas. Caminó hacia el borde de la cama y se echó de costado junto a su cuñado, con la teta izquierda apretujada contra su costado grasiento y la derecha rozando su pecho peludo. Se mantuvo erguida apoyada sobre el codo. Él giró la cabeza hacia ella.

  • Bésame… -. Julia intentó volver la cabeza para rechazarle, pero la sujetó con rudeza por las mejillas y la obligó a mirarle -. Bésame.

Julia se echó sobre él con ambas tetas aplastadas contra su vientre. Comenzaron a besarse apasionadamente enrollando las lenguas. Él le pasó el brazo por los hombros para acariciarle la espalda y ella condujo la mano derecha hacia la abombada barriga para manoseársela con la palma. Poco a poco fue bajando la mano hacia los genitales. No paraban de besarse. La palma pasó por el denso vello, por encima de la verga y se detuvo en los huevos para sobarlos a modo de leves estrujones. Enrique rugió de placer al sentir cómo le tocaba los huevos y ella apartó la cabeza unos centímetros de la boca de su cuñado. Desde el pasillo Irene contemplaba cómo su madre, obligada por las circunstancias, magreaba el cuerpo de su tío. Le tocaba los huevos con empeño y vio que flexionaba la pierna derecha y la subía sobre las de su tío Enrique, con el coño pegado al costado. Tras sobarle los huevos, muy despacio deslizó la palma hacia la enorme verga. La sujetó con delicadeza y muy suavemente comenzó a sacudírsela. Enrique sólo jadeaba con los ojos y la boca muy abiertos, concentrado, con la mirada perdida en el techo mientras su cuñada le zarandeaba la polla. Julia meneaba la cadera con lentitud, cómo queriendo refregar el coño contra el muslo de su cuñado. Cada vez iba acelerando las sacudidas. Desde su posición, Irene les veía de frente, veía los huevos mecerse al son de los movimientos del brazo, veía la mano de su madre aferrada al enorme pene, veía el culo de su madre meneándose contra el muslo de su tío, veía las tetas deslizarse suavemente contra el pecho peludo. No lo pudo resistir. Se metió la mano dentro de la braga para menearse el coño con la escena. Qué suerte tenía su madre de disfrutar de aquel cuerpo tan macho.

Mientras le masturbaba y se masturbaba ella refregando el coño por el muslo, le miraba. El hijo de perra conseguía con sus formas ponerla caliente. Tenía un cuerpo asqueroso, era un cabrón, pero resultaba inevitable embriagarse de aquel placer. Ella misma acercó la cabeza para besarle de nuevo. Quería hacerlo bien.

  • Chúpamela – susurró Enrique .

Julia se echó sobre su vientre y sin soltar la verga comenzó a lamérsela moviendo lentamente la cabeza. Enrique le acariciaba el culo mientra se la mamaba. Con las tetas apretadas contra la barriga, lamía deslizando los labios desde el glande hasta la base. Cuando notaba el glande en la garganta, volvía a subir hasta la punta y de nuevo se la introducía hasta el fondo. Con los dedos dentro del coño, su hija Irene contemplaba fascinada cómo su madre probaba aquella deliciosa polla. Una de las veces dejó de mamársela para sacudirla cerca de los labios. Irene vio cómo brillaba la saliva en todo el tronco. Sin parar de agitarla, Julia miró hacia su cuñado. Fue una mirada intensa. Enrique la agarró por los pelos y tiró de ella para besarla de nuevo. Ahora ella le sobaba los huevos con fuertes estrujamientos.

  • ¿Quieres que te folle? –. Julia cerró los ojos y asintió -. Date la vuelta.

Acató la orden y se volvió hacia el otro lado, de cara a la pared. Su cuñado se pegó a ella y enseguida notó la verga por sus nalgas. Enrique se agarró la polla para dirigirla hacia los bajos del culo, en busca del chocho fresco que debía taladrar. Ella notó el glande entre sus labios vaginales, bastante húmedos por el flujo vaginal. Notó cómo se la hundía lentamente. Gimió al percibir cómo le abría el coño al resbalar hacia dentro. Se la metió hasta los huevos y enseguida comenzó a follarla con agilidad asestándole duramente. Ambos jadeaban a la vez. Él le achuchaba las tetas mientras la follaba y ella llevó el brazo hacia atrás para apoyar la mano en su culo peludo y ayudarle a empujar. Sentía su aliento en la nuca. A veces le miraba por encima del hombro con el ceño fruncido. Irene seguía masturbándose observando cómo su tío se follaba a su madre. Contemplaba cómo Enrique contraía el culo para ahondar, contemplaba los huevos moviéndose al son de las sacudidas, oía los gemidos, los chasquidos al chocar la cadera contra las nalgas de su madre. Vio cómo su tío sudaba como un cerdo. Magreaba las tetas de su madre con rabia y a veces subía la palma por el cuello y le tapaba la boca. Estuvieron follando en esa posición unos minutos, hasta que Enrique aceleró las contracciones del culo y emitió un último jadeo quedándose inmóvil con la polla metida hasta el fondo. Julia notó cómo le inundaba el coño de leche y respiró trabajosamente por la boca para recuperar el aliento. Unos segundos más tarde, Enrique se retiró de su lado y quedó tumbado boca arriba, fatigado por el enorme polvo que acababa de echarle a su cuñada. Irene pudo ver la polla dura y empinada reposando sobre los bajos del vientre, con el glande reluciente por las manchas de semen.

Julia bajó de la cama y caminó desnuda hacia la cómoda para encenderse un cigarrillo. Hacia años que no fumaba. Le tembló el pulso al encendérselo. Estaba nerviosa por muchas razones. Irene la vio de espaldas. Vio un goterón de semen blanco y espeso colgando de la entrepierna y sus nalgas enrojecidas de los golpes de la cadera. Tras unas caladas, Julia se volvió hacia su cuñado. Ahora Irene pudo ver su vello vaginal salpicado de pequeñas gotitas blancas.

  • Esto no esta bien, Enrique, yo quiero mucho a mi marido.
  • No pasa nada, mujer, sólo nos estamos divirtiendo un rato.
  • Él no se merece esto, Enrique…
  • ¡Que no pasa nada, coño!

Julia apagó el cigarrillo, recogió sus bragas y se echó el albornoz por encima.

  • Voy abajo, tengo que salir.
  • Muy bien.

Irene corrió hacia su habitación antes de que la pillara. Su madre pasó por delante de la habitación abrochándose el albornoz. Merodeó por el cuarto sin parar de tocarse el coño, fantaseando con su tío, con unas ganas inmensas de probar aquella deliciosa verga, con ganas de masturbarle, de besarle, de ser follada como había follado a su madre. Comprendió que de la noche a la mañana se había convertido en una ninfómana. Su novio la telefoneó para quedar, pero ella eludió el compromiso con excusas absurdas. Cuando una hora más tarde sintió que su madre salía a hacer la compra, se atavió con un camisón negro de seda muy provocativo. Era corto con amplias aberturas laterales hasta la cintura, muy suelto, escote muy pronunciado con forma de V que dejaba parte de sus pechos a la vista, dobles tirantes anudados al cuello y espalda al descubierto. Se calzó con unos zuecos y bajó a toda prisa a la cocina a esperar que bajara su tío. Cuando le oyó por las escaleras, simuló que se preparaba un café. Enrique la vio de espaldas junto a la cafetera. La tela sedosa y brillante definía a la perfección las curvas de su culito, incluso definía la raja, señal de que no llevaba ni bragas. Se fijó en las amplias aberturas del camisón que dejaban a la luz parte de sus nalgas y la bonita espalda fina y delicada.

  • Buenos días, sobrina – la saludó, sorprendido de lo atrevida que resultaba.

Irene dio media vuelta. Lamentablemente no iba en slip e iba vestido con chaqueta y corbata. Enrique reparó en su escote y en la parte visible de sus tetas, así como en la forma de los pezones tras la fina tela.

  • Buenos días, tío. Un beso.

Al inclinarse se fijó en cómo se movían y en cómo tendían a salirse. Se besaron en las mejillas y ella se volvió enseguida hacia la encimera.

  • ¿Un café?
  • Sí, pon un café.

Al alzar los brazos para coger la taza, el camisón se subió unos centímetros y entonces pudo apreciar la parte baja de las nalgas. La hija de puta no lleva bragas, pensó excitado. Llevaba el camisón muy flojo y al servir el café las tetas se movían con flacidez, incluso parte de un pezón asomó por el lateral del escote. Estaba para comérsela.

  • ¿Qué vas a estudiar? – le preguntó su tío.
  • ¡Puff! Psicología, por estudiar algo. Me hubiera gustado ser modelo, pero es muy difícil entrar en ese mundo. Lo he intentado en algunas agencias, pero hay que tener enchufe.
  • Eres muy guapa y estás muy buena como para desperdiciar esa oportunidad. Conozco gente que te puede entrar en ese mundillo.
  • ¿De verdad?
  • Hablaré con alguno, me deben algunos favores.
  • No sé cómo agradecértelo, tío Enrique…

En ese momento sonó el móvil de su tío y con aquella llamada se desperdició la oportunidad que ella andaba buscando, porque tuvo que marcharse a toda prisa a una importante reunión. Decepcionada, subió a su habitación y se tumbó en la cama envuelta en sus fantasías. No atendió las llamadas de su novio ni tuvo fuerzas para salir de casa. Su tío Enrique se había apoderado de su mente.

Al mediodía almorzaron los tres juntos en la cocina. Dani aún no había vuelto. Conversaron sobre la ilusión de Irene por ser modelo y sobre la promesa de Enrique de que la ayudaría a meterse en el mundillo gracia a ciertas amistades.

  • La haremos famosa, cuñada, al final tu hija será la solución a todos vuestros problemas.
  • Gracias, Enrique, de todas formas no está demás que estudie…

Julia convenció a Irene para que fuera a la Universidad a tramitar la matrícula y tras la comida llamó su novio para que la acompañara. De nuevo Julia y Enrique se quedaron a solas en la casa. Él se echó una copa de coñac mientras ella terminaba de secar la loza. La observaba. Llevaba unas mayas blancas ajustadas y una camiseta negra de tirantes que definía el inmenso volumen de sus pechos.

  • Límpiame el polvo del despacho…
  • Vale.

Obediente, se dirigió hacia el despacho y él la siguió con la copa en la mano. Aún llevaba puesto el pantalón fino y la camisa blanca. Diligentemente, Julia se puso a pasar el paño por las estanterías. Enrique rodeó la mesa y se sentó en un cómoda sofá, reclinado y con las piernas abiertas. Mientras fumaba y bebía pequeños sorbos del coñac, se dedicaba a observar a su cuñada, en cómo contoneaba el ancho culo y en cómo se columpiaban sus tetas bajo la camiseta. De reojo, Julia vio que se desabrochaba la camisa y exhibía su pronunciada barriga.

  • Date la vuelta -. Julia dejó de limpiar y se volvió para mirarle -. Me vuelves loco. Siempre te he deseado. Sácate las tetas.
  • Enrique, por favor.
  • Sácate las putas tetas…

Tragó saliva al bajarse el escote y mostrar sus voluminosos y esponjosos pechos.

  • Muévelas para mí.

Nerviosa, meneó el tórax y sus tetas se balancearon levemente chocando la una contra la otra. Mientras las exponía y las movía, él no paraba de dar sorbos a la copa y dar caladas al cigarro, fascinado con el espectáculo.

  • Quiero chuparte el culo.

Julia acataba cualquier orden como una sumisa. Dio unos pasos hacia él y se volvió dándole la espalda. Se inclinó hacia delante y se bajó las mayas y las bragas a la vez, hasta las rodillas. Plantó su culo a escasos centímetros de la cara de su cuñado. Enrique se irguió y acercó la boca para estamparle besitos en las nalgas, por todos lados, uno tras otro. Luego empezó a deslizar la lengua muy despacio por la fría y fina piel, primero en una nalga y luego en otra. A veces insertaba la nariz y olía dentro de la raja. Después lo palpó con las manos y con lo acarició despacio. Ella mantenía las piernas juntas. Con los pulgares le abrió la raja e insertó la punta de la lengua lamiendo su ano. Julia se contrajo al notar el cosquilleo de la lengua. Lo meneaba en la boca de su cuñado percibiendo una ola de placer en su vagina. Unos segundos más tardes se lo chupó a base de lengüetazos, deslizando toda la lengua por encima del agujerito. Se lo dejó abrillantado por la saliva, retiró los pulgares y se reclinó de nuevo en el sofá. Durante unos segundos se dedicó a admirarle el culo.

  • Date la vuelta -. Julia se irguió y se volvió hacia él, esta vez con el coño a la altura de la cara -. Arrodíllate -. Julia se arrodilló entre sus piernas -. Hazme una mamada.

Mientras él se desabrochaba la bragueta y el cinturón, ella aguardaba con impaciencia erguida sobre las piernas de él. Tenía que chupársela y tenía que hacerlo bien. Enrique se abrió el pantalón hacia los lados y en cuanto se bajó la delantera del slip se lanzó a mamársela. Se metió la polla hasta la campanilla y enseguida se puso a chupetearla por todos lados. A veces bajaba hasta los huevos y tras unos lengüetazos volvía subir por el tronco hasta el glande. Enrique se reclinó relajado. Su cuñada sabía chuparla. Le plantó la mano encima de la cabeza para ayudarla a mamar y cerró los ojos para concentrarse.

Dani abrió la puerta principal de la casa y no oyó nada. Había visto el coche de su cuñado aparcado en la puerta y Julia no le había telefoneado. Tenía un fuerte dolor de cabeza y estaba profundamente desalentado. Nadie quería contratar a un parado de cuarenta y tanto años. Seguía dependiendo de aquel hijo de puta que se había aprovechado de su mujer. Se sentía un desgraciado. La buscó por algunas dependencias de la casa hasta que oyó como unos susurros. Provenían del despacho de su cuñado. Sin imaginarse lo que sucedía tras aquella pared, empujó la puerta con decisión en busca de su mujer. Y descubrió la mamada que le estaba haciendo. El mundo se le vino encima. En principio, ninguno de los dos se percató de su presencia. Les vio de perfil. Su cuñado permanecía reclinado en el sofá con las piernas separada. Su mujer, arrodillada, con el culo al aire y las tetas aplastadas contra el pantalón de Enrique, se la sacudía vertiginosamente con el glande encima de la lengua. Parecía tener los ojos vueltos, muy concentrada en la masturbación. Pudo ver diminutos salpicones de saliva saltando hacia todos lados. Enrique volvió la cabeza hacia la puerta con los ojos entrecerrados y vio a Dani petrificado bajo el marco, pero el delirio resultaba tan desbordante que volvió a mirar al frente sin inmutarse. Unos segundos más tarde fue Julia quien apartó la boca del glande sin parar de sacudirla y volvió el tórax hacia su marido. Se miraron a los ojos. La polla le golpeaba una teta con violencia por las frenéticas sacudidas del brazo.

  • Sigue chupando, joder…

Con la misma docilidad, volvió la cara hacia la verga para continuar lamiéndosela. En ese momento, Dani cerró la puerta. Comenzó a sudar de terror, su mundo se desmoronaba. Su mujer estaba pagando un precio excesivamente caro por su culpa. Y allí estaba él, consintiendo aquellas humillaciones como un imbécil. Oyó a su cuñado jadear secamente a modo de alaridos, señal de que iba a correrse. Se alejó hacia la cocina y se sentó a la mesa con las manos en la cabeza. Los jadeos de Enrique retumbaban en toda la casa. De pronto cesaron. Le vio salir un par de minutos más tarde abrochándose el pantalón y subiéndose la bragueta. Se dirigió hacia su posición ajustándose la camisa.

  • Lo siento, cuñado, nos hemos estado divirtiendo un rato. Espero que no te importe -. Le dio unas palmadas en la cara -. Tú te tiraste dos putas el otro día, ¿no? – Le dijo a modo de amenaza -. Venga, hombre, alegra esa cara, hostias.

Dani, ofuscado, se levantó precipitadamente hacia el despacho donde se encontraba su esposa. Cuando abrió la puerta se la encontró secándose las tetas con un pañuelo de papel. Ya se había subido las mayas y al verle se subió el escote. Distinguió restos de semen bajo sus labios y algunas salpicaduras en el cabello. El cabrón se había corrido en su cara. No supo qué decir y se recostó contra la pared, ya con algunas lágrimas abrillantando sus ojos.

  • Lo siento, Julia…

Julia se pasó el dorso de la mano para secarse la barbilla.

  • No pasa nada, Dani.
  • Todo es culpa mía.
  • No pasa nada, Dani, es el precio que tenemos que pagar.

En ese preciso momento, sonó el móvil de Dani. Fue para otra mala noticia. Era su hermana para comunicarle que habían ingresado a su madre con un infarto al corazón.

  • Tengo que ir, Julia, pero no quiero quedarte sola con ese cerdo.
  • Te acompaño.

Julia se encargó de telefonear a su cuñado Enrique cuando ya se encontraban fuera de la casa. Le informó de lo sucedido y Enrique le dijo que no se preocupara y que si necesitaban alguna cosa, él estaría para lo que hiciera falta.

  • Gracias, Enrique.

Inmediatamente después telefoneó a su hija Irene y le contó la noticia.

  • Está muy mal, hija, tu padre y yo vamos hacia el hospital. Vete a casa y ya te llamaré.

Irene vio una oportunidad de oro en el infarto de su abuela.

Final Parte II.

En la tercera parte, Irene se las ingeniará para seducir a su tío, aunque el riesgo le cueste el amor de su novio. Su ninfomanía es ilimitada. También Dani pagará un alto coste por su cobardía.

Joul Negro

joulnegro@hotmail.com

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