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Masturbaciones con su sobrino 2

en Amor filial

Masturbaciones con su sobrino 2.

SEGUNDA PARTE: EL REGRESO

Isabel pasó cuatro días con sus padres y con sus otros hermanos, conoció sobrinos nuevos, revivió su adorada infancia, palpó un poquito la felicidad. A pesar de sentirse rodeada de ternura y cariño, de olvidar a la bestia borracha de su marido, su mente estaba atrapada por una atracción ninfómana impulsada por su sobrino. Las masturbaciones con él no paró de revivirlas mientras estuvo con su familia y tuvo que sofocar varias veces el ardor lujurioso que le recorría las entrañas. Era una mujer casada, una mujer bien mirada, que mantenía relaciones incestuosas con alguien de su familia, con alguien que llevaba su misma sangre, pero que le incitaba sensaciones irrefrenables. Había hecho cosas con él que jamás se hubiera imaginado, se había comportado como una auténtica guarra, como de esas putas que él se follaba. Como Armando le decía, ahora era su puta.

Su sobrino la telefoneó el día antes para citarla en la parada de autobús al mediodía. Apenas pegó ojo, recreando fantasías dentro de su cabeza sobre lo que pudiera suceder durante el viaje de regreso. Se antojaba estimulante, se había convertido en presa de la perversión, en una sumisa de alguien de su familia. Una hora antes del reencuentro se acicaló bien para estar guapa, se acicaló para él, para impresionarle en cuanto la viera. Se abrillantó y se colocó la melena de rizos, se maquilló y se vistió de una manera llamativa. Se colocó una camisa amarilla algo estrecha por los costados, de media manga, y unas faldas plisadas rojas, sueltas, con la base algo por encima de las rodillas. Se calzó con unos zapatos negros con tacón grueso, decidió no llevar sostén para que sus pechos fueran más sueltos y se puso un tanguita negro que se había comprado allí, en Alemania.

Le deslumbró en cuanto subió al camión. Se quedó perplejo al ver su estampa sexy, su perfume de coco, sus labios pintados de rojo, a juego con las uñas, los párpados ensombrecidos y el cabello tan arreglado. Tras los dos besos, ella se acomodó junto a la ventanilla sin parar de mirarle de reojo. Llevaba una camiseta de tirantes blancas y unos tejanos ajustados donde se le notaba el bulto de la bragueta.

Qué guapa vienes… Te ha sentado bien el descanso.

Gracias.

Pareces una puta de verdad, jajaja – le soltó.

Qué cabrón eres, Armando.

¿Qué bragas llevas?

¿Ya quieres verme las bragas? Acabo de montarme…

Enséñame las bragas, putita, quiero verte las bragas -. Isabel se tiró de la falda hacia atrás arrugándola sobre la cintura, hasta descubrir la parte delantera del tanga, una estrecho triángulo de muselina donde se transparentaba todo el coño -. Ummmm… Qué rico… -. Le dio unas palmaditas al coño por encima de la gasa -. ¿No me vas a dejar probarlo?

Anda, guarro, ¿por qué no nos ponemos en marcha? – apremió tapándose de nuevo las piernas con la falda.

Armando arrancó el camión.

Esta noche tendré que follarme alguna zorra pensando en tu chocho.

Siempre estás pensando en lo mismo, ¿eh? Tienes una mente bien retorcida, menos mal que soy tu tía.

Pero haces unas pajas de miedo, cabrona.

Atiende a la conducción, anda…

Tras tres horas de viaje, hicieron una paradita cerca de la frontera para tomar un café y retomaron la ruta hasta que el disco les obligó a parar sobre las nueve y media de la noche, en una amplia área de servicio dotado con todo tipo de equipamientos, con varios restaurantes y hoteles. Por suerte para Isabel, no le había oído hablar con sus colegas ni parecía que hubiese quedado con ellos para ir de putas. Tampoco en aquella zona de descanso se veían clubes de alterne ni salas de fiesta. Sin embargo, tras la cena en uno de los buffets, Armando le dijo a su tía que iba a tomar una copa en la barra mientras a ella le servían el postre. Desde la mesa, le vio tontear con una camarera, le vio encapricharse con ella, como si la conociera de otros viajes. Era una chica bien guapa, morenita, de veinte añitos, con el pelo largo y liso. Se cuchicheaban cosas, se susurraban al oído, conversaban animadamente. Pasó una hora. A Isabel le cocían los nervios y los celos, no paraba de dar vueltas al café, pendiente de lo que sucedía en la barra. Estaba ligando con ella. Había pocos clientes en el restaurante y la camarera ya estaba por fuera, sentada al lado de su sobrino. Cada vez se acercaban más el uno al otro, Armando la rodeaba por las caderas susurrándole al oído o enredándole en el cabello de manera acariciadora. Tras dos horas de tonteo, terminó besándola. Isabel, muerta de celos, se sentía como una imbécil esperando a que su chulo ligara con aquella jovencita. Parecía haberse olvidado de ella, ni siquiera le había dirigido una mirada. Lamentó verse en aquella situación. Prefería una jovencita de su edad, encima guapa, encima algo putona, antes que a ella, que le doblaba la edad, con un cuerpo más repasado, y encima era su tía. Él la había arrastrado hasta aquella lujuria y ahora sentía la fuerza de los celos. Vio que la chica se quitaba el mandil y que su sobrino se acercaba a la mesa.

Perdona, tía, paro aquí mucho, es una amiga, una francesita que hacía tiempo que no veía…

No pasa nada, hombre, tranquilo…

Voy un ratito con ella al camión, ¿vale? No te importa, ¿no?

Que no, que no, tranquilo…

Gracias, tía, eres un encanto.

No la había tratado como a su puta, sino como a su tía, la mujer veinte años mayor que él. Nunca había sentido tantos celos. Pensaba tirársela en el camión. Les vio salir juntos, abrazados como una pareja de novios. Por las cristaleras continuó espiándoles, hasta que les vio subirse a la cabina y correr las cortinas. La envidia le aniquilaba la entereza. Tuvo que ir al lavabo y enjuagarse la cara, reflexionar ante el espejo acerca de su patética situación. Cuando regresó al restaurante, la advirtieron de que estaban a punto de cerrar. Salió fuera y deambuló por la explanada, una explanada iluminada por la luz tenue de unas farolas. Poco a poco se vio atraída por el morbo y se fue acercando al camión de su sobrino. Lograba ver sus figuras moviéndose a través de las cortinas y los gemidos lejanos procedentes del interior. La chica chillaba como una loca. Qué envidia. Se había puesto guapa y sexy para él con aquella camisa y aquella falda plisada y no le había llamado la atención. Era su segundo plato. Rodeó la cabina y se detuvo a la altura de la puerta del conductor. Ahora no se oían gemidos. Vio que a la cortina le faltaban unos centímetros para correrse del todo. Decidió encaramarse al peldaño y asomarse al interior. Se encontraban junto a la otra ventanilla. Su sobrino estaba completamente desnudo, reclinado en el asiento con las piernas separadas mientras la camarera, arrodillada, le hacía una mamada. Le tenía sujeta la polla con las dos manos, por la base, mientras le lamía el capullo con la lengua fuera. Le rodeaba todo el tronco, saboreándole el glande, dejándola bien mojada. Su sobrino cabeceaba en el respaldo ante la dosis de placer, con los ojos entrecerrados. Isabel bajó el brazo izquierdo y se metió la mano bajo la falda para darse en el chocho por encima de la gasa. La camarera lamía la verga sin descanso, siempre con la lengua fuera, la saliva relucía por todo el tronco y alguna gota se deslizaba desde el capullo. Qué buena mamada le estaba haciendo. Apenas podía ver desde su posición el cuerpo de ella al estar bajo el asiento, entre las piernas de su sobrino, aunque pudo distinguir sus tetas pequeñas, erguidas y duras, pero bastante planas. Era muy delgada, de vientre fino y liso. Isabel tuvo que meterse la mano dentro del tanga para rozarse el chocho de manera más directa. Ella le miraba mientras mamaba. Era como si chupara un helado entre las manos. Isabel se follaba el chocho con un dedo cuando vio cómo la chica se incorporaba y se subía encima de él, sentándose sobre la polla y colocándosela ella misma. Armando se irguió, la agarró por el culo y comenzó a movérselo para follarle el chocho. A la vez, le saboreaba las tetas que le rozaban la cara. Ella gemía con las manos en la cabeza, cabalgando sobre él. Armando le mordisqueaba los pezones meneándole el culo. Isabel se pinchaba el chocho muy deprisa presenciando el polvo que le echaba. La chica comenzó a saltar sobre la polla. Armando emitió un jadeo estridente y entonces ella se detuvo aplastándole los huevos con su pequeño culo. Ambos sudaban a borbotones. Se abrazaron y se besaron, luego ella se apartó a un lado curvándose para recoger su ropa, tirada por el suelo. Armando se dejó caer sobre el respaldo, muy fatigado por el esfuerzo, con las piernas separadas y la polla erecta reposando sobre el vientre, con el glande enrojecido, toda manchada de semen y flujos vaginales de un tono amarillento. Isabel bajó el peldaño y retrocedió hasta ocultarse en las traseras del camión. Aguardó oculta en la sombra que le proporcionaba el vehículo hasta que cinco minutos más tarde la oyó bajar. Esperó hasta que la vio montarse en un coche y arrancar, luego dio la vuelta por el otro lado y accedió a la cabina por el lado del copiloto. Aún mantenía la misma postura en el asiento del medio, reclinado y con las piernas separadas, con la polla aún tiesa e impregnada de porciones blancas y espesas y motas viscosas de un tono amarillento repartidas por el tronco. Vio la espuma de la saliva en sus huevos, con todo el vello pegado a la piel por la humedad.

¿Ya te la has follado? – le preguntó ella -. ¿Satisfecho? Hay que ver lo que me haces esperar…

¿Quieres chupármela?

Pero si acabas de echar un polvo…

Vamos, puta, chúpame la puta polla…

Extendió el brazo derecho y, con brusquedad, la sujetó por la nuca y la empujó para que se echara sobre él.

Prueba el coño de esa zorra, sé que te gusta…

Directamente se comió la polla entera, saboreando el semen recién salido del chocho de la camarera y el sabor vaginal que impregnaba todo el tronco. Sus tetas se presionaron contra el muslo de la pierna. Ella mantenía la cabeza inmóvil y él contraía el culo para follarle la boca. Sus labios llegaban a rozar el vello que rodeaba la verga. Su sobrino le tenía la mano izquierda encima de la melena de rizos. Con la manita derecha, le acariciaba los huevos ensalivados. Vertía babas en abundancia. Notó que le subía la camisa dejándole la espalda al descubierto, que se la acariciaba y que después le metía la mano bajo la falda, le manoseaba el culo antes de apartarle la tira del tanga a un lado. Seguía contrayéndose para meterle la verga en la boca. Ella seguía sobándole los huevos mojados. Las babas le colgaban por la comisura de los labios y humedecían toda la zona. Le metió un dedo en el culo, el dedo corazón, y comenzó a follárselo con lentitud, metiéndoselo hasta la ternilla, extrayéndolo y volviéndolo a hundir. Las nalgas de Isabel se contraían cuando la pinchaba, pero no dejaba de mamar mientras que su chocho chorreaba grandes flujos de líquidos mojándole la delantera del tanga. Armando dejó de contraerse y ella se dedicó a lamer y a sobarle los huevos. No paraba de follarle el culo con el dedo, aunque de manera lenta. La mano que sobaba los huevos tuvo que bajarla para rozarse el chocho, no podía contenerse. Tenía las bragas empapadas, no paraba de chorrear. Le mojaba la verga por todos lados, con todo el vello que la rodeaba humedecido por las babas, con los huevos bañados en saliva. Armando la oía chasquear ante los salivazos y se fijaba en cómo movía la cabeza incesantemente, percibiendo el blando y húmedo recorrido de la lengua a lo largo de su verga. Había convertido a su tía en una auténtica guarra. Le dejó el dedo clavado en el culo unos segundos y lo agitó en el interior. La oyó jadear con la polla dentro de la boca, meneando la cadera. No paraba de refregarse el coño, estaba caliente como una perra. Le sacó el dedo del culo y condujo la mano hacia la polla, colocando el dedo en paralelo al tronco. Ella chupó ambas cosas a la vez, polla y dedo, recreándose en el dedo para saborear las sustancias provenientes de su propio ano. Terminó lamiéndole sólo el dedo, con la punta de la polla rozándole la mejilla. Armando le pasaba la yema por las encías y los dientes. Tras dejarle limpio el dedo y darle unas pasadas a la verga con la lengua, levantó la cabeza hacia él.

¿Quieres que te chupe el culo? Sé que te gusta…

Sí, puta, chúpame el culo.

¿Te das la vuelta?

Ella se incorporó y mientras él se giraba, se desabrochó la camisa y se la abrió hacia los lados exhibiendo sus dos tetazas blandas. Armando se arrodilló encima del asiento y se curvó hacia el respaldo. Ella se arrodilló bajo el asiento, bajo el culo de su sobrino, y se irguió hasta tenerlo frente a su rostro. Le acarició las nalgas con las palmas y le estampó numerosos besitos hasta que le abrió la raja. Primero le dio unos besos al ano, al orificio oscuro rodeado de vello, pero luego sacó la lengua para acariciárselo con la punta, lentamente, por los esfínteres y el agujerito, esmerándose en provocarle un excitante cosquilleo. Armando jadeaba electrizado.

Jodida guarra, cómo me pones…

Sin dejar de lamerle el culo, vio que los huevos se balanceaban, señal de que se la estaba sacudiendo. No paraba de pasarle caricias con la lengua. A veces apartaba la cara, lo miraba, le pasaba la yema del dedo y volvía a mojárselo con la punta. Los huevos cada vez se mecían más deprisa. Comenzó a pasarle la lengua entera por encima del ano, deslizando las palmas de las manos por todas sus nalgas. Armando emitía jadeos secos y ella no paraba de mover la cabeza deslizando su lengua por todo el fondo de la raja, desde el ano hasta la rabadilla, acuclillada bajo el asiento.

Me voy a correr… Ahhh… Ahhh….

Isabel aceleró las lamidas del culo pasándole la lengua muy deprisa cuando lo escuchó bufar, deteniendo las sacudidas de la polla. Apartó la cara del culo, aunque mantuvo las manos plantadas en las nalgas.

¿Te has corrido?

Su sobrino se apartó a un lado sentándose frente al volante. Isabel vio el respaldo, de cuero negro, todo salpicado de porciones de leche espesa, leche de un tono muy blanquecino.

Vamos, guarra, chupa la leche…

¿Me vas a hacer chupar ahí, como si fuera una perrita?

Chúpala, guarra…

Acercó la cabeza arrastrando las tetas por el asiento y sacó la lengua deslizándola por el cuero para atrapar las numerosas porciones de semen. Lamía como una perra, con toda la lengua fuera, resbalándola por todo el respaldo hasta dejar un rastro de saliva, pero ninguna mota de leche. Luego se levantó y se sentó tapándose las tetas con la camisa, aunque sin llegar a abrochársela. También se colocó la tira del tanga y se alisó la falda. La verga de su sobrino comenzaba a flojear. Permanecía relajado, echado de lado sobre su ventanilla. Poco a poco fue cerrando los ojos hasta que comenzó a roncar. Isabel sentía sus bragas completamente empapadas, como si estuvieran recién sacadas de un cubo de agua. Su sobrino la había convertido en una auténtica cerda, la había arrastrado a una lujuria incompasiva y bestial, hasta el punto de que estaba dispuesta a someterse a cualquier exigencia. Percibía un sabor a heces de haberle lamido tanto el culo, así como una sequedad de haber vertido tanta saliva, de haber probado la mezcla de semen y flujo vaginal de la camarera. Dio unos tragos de agua y se fumó un cigarrillo. Apagó la luz de la cabina y se dejó caer contra la otra ventanilla, estirando las piernas, y cerró los ojos para procurar dormir unas horas. Terminaba el primer día del viaje de regreso.

Cuando Isabel se despertó poco antes de las siete y media de la mañana, su sobrino estaba poniéndose la camiseta y asentándose el cabello ante el espejo retrovisor. Aún estaba desnudo, con la verga flácida colgándole hacia abajo. Ella se irguió desperezándose. Tenía la camisa desabrochada y los pezones de las tetas le asomaban por los bordes.

Buenos días – le saludó ella.

¿Cómo está mi lameculos favorita? – le correspondió él alargando el brazo y dándole una caricia al muslo de la pierna, a la altura de la rodillas.

No me hables, anda, estoy haciendo cosas que nunca me había imaginado. No sé cómo has podido pervertirme de esta manera.

Eres puta, y te gusta, te gusta ser mi puta – afirmó reclinándose, soltando los pantalones encima del volante.

Tú me has convertido en una puta. Quién lo iba a decir, mi sobrino.

Anda, tía, sé buena y hazme una paja antes de salir.

Te la vas a romper de tanto machacártela – le dijo corriéndose hacia él.

Venga, putita, sé que te gusta hacerme pajas…

Le agarró la verga con la izquierda y le magreó los huevos con la derecha, erguida y ladeada hacia él. Aún la tenía muy lacia, se la sujetó a modo de mango, acariciándola a lo largo de todo el tronco mientras le amansaba los huevos con la palma derecha. Armando se relajó cerrando los ojos y dejándola a su aire. Poco a poco le fue empalmando. Al ponérsela dura, se la agarró con la derecha para darle con más agilidad, deslizando la palma izquierda alrededor del vientre y por el vello. Las tetas sufrían ligeros vaivenes ante la incesante agitación del brazo. No alteraba el ritmo uniforme y percibía cómo volvía a manchar las bragas. Tenía la vagina muy ardiente. Quería tocarse, pero mantuvo la mano izquierda para acariciarle todo el tórax mientras se la machacaba con la derecha.

¿Te gusta así?

Sigue, sigue… Ahhhh… Ahhh…

Armando abrió los ojos y la boca expulsando enormes jadeos. Avivó la marcha hasta que la verga comenzó a salpicar leche contra la barriga y el vello, pequeñas gotitas que se dispersaron por distintos puntos. Armando soltó unos bufidos cabeceando. La vagina le ardía. Le soltó la verga y se metió la mano derecha bajo la falda, para metérsela dentro del tanga y moverse el coño con un dedo dentro. Con la izquierda se sobó las tetas, recreándose en la sensibilidad de los pezones. Se masturbaba y se sobaba los pechos con la vista fija en la verga que acababa de sacudir. Armando la miraba fascinado, estaba caliente como una perra y era incapaz de contenerse, la había convertido en una guarra de cuidado.

Me pones muy caliente – reconoció ella sin parar de sacudirse el coño.

Armando sonrió pasándose un clínex por la verga y secándose la zona del vello y el vientre. Ella respiraba por la boca magreándose el chocho sin parar y exprimiéndose las tetas mientras su sobrino ya se estaba poniendo los pantalones. Cerró las piernas deteniendo los zarandeos de la mano y lanzando continuos bufidos de placer, con la mano izquierda acariciándose una teta muy suavemente.

Uff… Qué vergüenza… - Dijo sacándose la mano de las bragas para comenzar a abrocharse la camisa -. No sé que me has hecho, pero, joder, tenía que masturbarme… Es que yo con mi marido nunca he hecho estas cosas, ¿entiendes? Todo esto es para mí una novedad.

No pasa nada, mujer, eres una puta y no pasa nada. Habrá que ponerse en marcha, ¿no te parece?

Sí, claro, vámonos.

Reemprendieron la marcha hasta las tres de la tarde, que pararon en un restaurante. Allí volvió a ver a Manolo, uno de los colegas de su sobrino. Tenía sobre treinta años, aunque aparentaba mucho más. Manolo era un tipo alto con una barriga pronunciada y dura, de piel morena y muy peluda, calvo, salvo por una hilera de pelos en forma de herradura, siempre ataviado con un pantalón corto y una camiseta negra de tirantes. Destacaba su barba densa y negra que cubría casi toda su cara, aunque tenía cara de bonachón y se abrió a ella de una manera más agradable. Le contó que estaba casado y tenía dos hijos y le enseñó unas fotos de la familia. Armando les dejó intimar y se tiró todo el almuerzo enredando con el teléfono móvil, sin intervenir en la conversación que mantenían su tía y su amigo. A las cinco volvieron a la carretera, pero se citaron al anochecer en algún punto cercano de la frontera española, junto con otros camioneros con los que hablaron por radio, presumiblemente para irse todos juntos de putas, como solían hacer en cada parada nocturna. Otra vez le tocaría esperar en la cabina a que su sobrino se tirara a alguna y así luego poder hacerle una mamada con los restos. Ya parecía una costumbre durante el viaje. A las diez se desvió hacia un área de descanso donde existía un motel de dos estrellas y una zona de aparcamiento para camiones, pero no se divisaba en los alrededores ningún club de alterne. Para su sorpresa, su sobrino reservó una habitación por 25 euros, para así poder estirar las piernas y darse una buena ducha, una habitación pequeña dotada de una cama estrecha y un pequeño lavabo, con un sofá y un pequeño armario para la ropa. Cuando bajaron al restaurante, tenían reservada una mesa para doce personas, todos camioneros que fueron llegando poco a poco, entre ellos, Manolo, uno de los últimos en llegar y que ocupó el asiento vacío que estaba al lado de Isabel. Se sentía cohibida ante tanto hombre, todos embrutecidos y bastos, se sintió apartada de las conversaciones, conversaciones que muchas trataban de mujeres, conversaciones que mantenían sin reparo, sin respeto ante su presencia. Se sentía fuera de lugar, hubiera preferido esperar en el camión. Más de uno babeaba al mirarla, con ganas de devorarla allí mismo, en aquella mesa y en presencia de todos. Su sobrino apenas le hacía caso, ni siquiera se había sentado a su lado, sólo Manolo se esforzaba en entretenerla contándole algunas batallitas de camionero, a veces piropeándola o permitiéndose el lujo de rozarla. Sospechó que su sobrino le había contado algo acerca de las masturbaciones. Bebieron varias rondas de chupitos y poco a poco fueron levantándose y pidiendo copas en la barra. Su sobrino parecía ser el líder de aquella pandilla de camioneros y le oyó proponer una visita a uno de los clubes de los alrededores. Ella continuaba sentada junto a Manolo, el único que permanecía a su lado. Le vio acercarse hacia ellos.

Tía, vamos a dar una vuelta y sabes que no puedes venir. Toma las llaves, esta vez puedes descansar. ¿te vienes, Manolo?

¿Y dejar a esta mujer tan guapa aquí sola?

Vete con ellos, Manolo, yo estoy cansada…

Quiero quedarme contigo.

Bueno, pero te advierto que pronto me iré a dormir.

Bueno, pues luego os veo. Cuida de mi tía, cabrón – se despidió Armando regresando con el grupo.

Manolo pidió otra copa para los dos mientras Armando y sus colegas iban abandonando la zona del bar. A Isabel no le atraía el físico de Manolo, parecía un hombre lobo, grandullón y sudoroso, pero la lujuria le hervía en la mente y su recién llegada ninfomanía la empujaba a un claro tonteo con aquel desconocido. Estaba cachonda, y más sabiendo que su sobrino estaría tirándose alguna prostituta y que después tendría que lamerle la polla. Manolo ya se permitía la confianza de pasarle el brazo por los hombros y achucharla contra él, a plantarle la manaza encima de las rodillas y a pellizcarle la cara continuamente diciéndole lo guapa que estaba. Los piropos dieron paso a un ligero morreo. Manolo le acercó la boca a los labios y la besó, le metió la lengua, la acarició por los brazos y la espalda y ella percibió el cosquilleo de la barba sobre sus mejillas. Los camareros se habían puesto a barrer y recoger.

Tenemos que irnos – dijo ella -. ¿Me acompañas a la habitación?

Claro, bonita, quiero acompañarte.

Se levantaron de la mesa y torcieron hacia el pasillo que conducía a las habitaciones. No se hablaban, tan sólo se cruzaban miradas y alguna sonrisita. Isabel se detuvo hacia el final del pasillo para sacar las llaves. Giró el pomo y abrió la puerta encendiendo una luz tenue. Se giró hacia él. Manolo aguardaba bajo el arco de la puerta.

¿Quieres pasar? Debe de haber alguna lata de cerveza.

Vale.

Manolo pasó e Isabel se ocupó de cerrar la puerta. Estaba tan caliente que ella era la que dejaba caer las proposiciones indecentes. Se fijó en el culo grande y abombado de Manolo, en su robusta y ancha espalda. Cualquier hombre, por muy asqueroso que fuera, le servía para sofocar la calentura que arrasaba todas sus entrañas. Se detuvieron junto a la cama. Manolo se volvió hacia ella e Isabel, algo cortada por la trepidante iniciativa que tomaba, se giró hacia la mesita para soltar el bolso. En ese momento la abrazó por detrás apretujándole las tetas por encima de la camisa amarilla y besuqueándola por el cuello. Notó el tremendo bulto aplastado en el culo.

Me tienes muy cachondo – le susurró baboseándole la oreja, magreándole las tetas con gusto, rozándole las mejillas con la densa y basta barba -. Me apetece relajarme contigo en la cama -. Dio un paso atrás e Isabel dio media vuelta hacia él -. Desnúdate.

Mientras ella se desabrochaba despacio los botones de la camisa, Manolo se sacó la camiseta para exhibir su tórax velludo, tan velludo que apenas se veía su piel tostada, con tetillas fofas y una barriga pronunciada y dura. Sudaba a borbotones, las hileras le caían desde el cuello y las gotas de la frente le cocían. Aún no había terminado de quitarse los últimos botones, cuando se bajó el pantalón y el slip al mismo tiempo, quedándose completamente desnudo. Isabel vio su polla gruesa, de piel amoratada, no muy larga, pero de un grosor considerable, con unos huevos monstruosos entre las piernas, blandos y peludos. Cuando ella se despojaba de la camisa y exhibía sus tetas grandes y blandas, Manolo se recostaba en el camastro, tumbado boca arriba, con la cabeza en la almohada, a esperas de que ella se desvistiera. Tenía la verga erecta reposando sobre el bajo vientre. Isabel le sonrió cuando se quitaba la falda y se bajaba el tanga, quedándose únicamente con los tacones, para darle un toque sensual al acto. Se volvió hacia él y se fijó en aquel cuerpo grasiento y peludo, envuelto en sudor, bastante asqueroso para las apetencias sexuales de cualquier mujer, pero quería comportarse como una puta y sofocar el ardor que le calentaba la sangre.

Acércate, quiero que me beses…

Isabel entró a cuatro patas pasando una rodilla al otro lado de su muslo. Luego se echó sobre su costado, con el chocho pegado al muslo peludo de Manolo, con sus tetas deformadas contra el tórax fofo y velludo. Le morreó, sintió su lengua gorda dentro de su boca, el cosquilleo de la barba sudorosa y su apestoso hedor a whisky. Él le pasaba una mano por la espalda y con la izquierda le sujetaba la cabeza para besarla. Se morreaban combatiendo con las lenguas, escupiéndose los jadeos. Isabel comenzó a contraer el culo para rozar el chocho por la basta piel del muslo, como si quisiera follárselo. Al mismo tiempo, su manita derecha la bajó desde su hombro hasta la curvatura de la barriga, percibiendo la humedad del sudor, pasando por su ombligo y bajando de nuevo hasta adentrarse en el vello y agarrarle la polla, una polla que parecía goma dura, una polla que comenzó a sacudir a la vez que le refregaba el chocho por el muslo y babeaba sobre su boca. Se tiraron unos instantes envueltos en babosos morreos, ella meneándose sobre el muslo y machacándole la verga, rozando sus tetas por aquella vellosidad del pecho. Isabel apartó la cara para mirarle. Manolo lanzaba quejidos de placer, mirando hacia arriba, con la boca muy abierta. Se puso a besarle por el cuello y poco a poco fue bajando hasta lamerle las fofas tetillas del pecho, mordisqueando con los labios la densidad del vello, pasándole a lamer la otra tetilla, saboreando el amargor del sudor que le abrillantaba la piel. Lamía como deseosa, como una guarra, sin cesar los meneos a la gruesa verga ni los refregones del chocho sobre el muslo. No paraba de moverse sobre aquel cuerpo grasiento. Continuó bajando con la lengua fuera, dejando un rastro de saliva por la barriga, arrastrando las tetas y arañándole con los pezones a medida que se iba curvando. Se entretuvo a lamerle el ombligo, de donde brotaban algunos pelos, y continuó por el bajo vientre, ya muy cerca de la zona genital. Entonces volvió a colocarse a cuatro patas y dio unos pasos atrás hasta detenerse entre sus robustas y gruesas piernas. Colocó la verga en posición vertical y se curvó hacia ella para chuparla, para succionarla, para mojársela por todos lados. Manolo no paraba de emitir gemidos muy agudos, sin parar, a un ritmo constante, cabeceando en la almohada, como si agonizara de placer. Con la derecha se la mantenía empinada y con la izquierda le acariciaba la pierna desde la rodilla hasta la ingle. A veces se comía la verga hasta vomitar babas sobre ella y otras veces se dedicaba a mojársela rodeándola con la lengua por todos lados. Bajó un poco más la cabeza para chuparle los huevos. Le subió los cojones con ambas manos y acercó la boca para mordisquearlos, para comérselos, para bañarlos en saliva. Volvió a subir a la verga para mamarla subiendo y bajando la cabeza muy deprisa. Otras veces se la sacudía sobre la lengua. Manolo gemía como un cerdo.

Qué buena mamada, cabrona – consiguió decir en medio de los rugidos de placer.

Isabel elevó la cabeza sacudiéndosela sobre las tetas. La barriga peluda subía y bajaba ante la acelerada respiración. La polla se hundía en la blandura de los pechos con cada golpe.

¿Te gusta? – le preguntó Isabel.

Sí… Lo haces muy bien, mejor que una puta… Ahhhh…

Se dio unos golpes más a las tetas con la verga, acariciándole los huevos a la vez.

Tú dime cómo te gusta…

Por qué no me chupas el culo, tu sobrino dice que te gusta mucho…

¿Quieres que te chupe el culo?

Chúpamelo, guarra.

Isabel se irguió sentándose sobre sus talones y depositando la verga mojada sobre el vientre.

¿Por qué mejor no te das la vuelta? – sugirió ella.

Sí, guarra, quiero que me chupes el culo…

Manolo se giró y se puso a cuatro patas, mirando hacia el cabecero, con la polla erecta pegada al vientre. Isabel permanecía arrodillada ante el culo gordo y peludo del camionero, dos nalgas abombadas de piel amulatada y una raja profunda cubierta de un vello negro muy concentrado, donde no se apreciaba ni su ano. Los huevos le colgaban entre las piernas como si fuera una ubre.

Vamos, puerca, chúpame el culo…

Acercó la cara, pero el mal olor le produjo una mueca de asco que la hizo apartarla, pero después sacó la lengua y metió la punta agitándola sobre su ano, infectado de un vello basto, con la nariz también hundida en la zona de la rabadilla. Le plantó las manitas en las nalgas y le separó la raja, para poder pasarle la lengua por encima del orificio. Le chupaba el culo como si fuera una perra que olisquea, asintiendo la cabeza con la boca sumergida en la raja velluda. Se lo lamía sin pausa, a veces sólo con la punta de la lengua o a veces arrastrándola por encima del ano. Metió la mano entre sus piernazas para tirarle de la verga al mismo tiempo que le chupaba el culo. La saliva discurría hacia los huevos. Se lo estaba dejando bien empapado. Manolo no paraba de gemir, a veces meneando la cadera ante el estimulante cosquilleo de la lengua. Sintió que la verga le palpitaba al sacudírsela y aceleró las lamidas, llegando con la lengua casi hasta la rabadilla y bajando de nuevo hasta el ano velludo, para agitarle la punta o intentar metérsela. Manolo dejó que le lamiera el culo durante más de cinco minutos, luego se incorporó girándose hacia ella, quien permanecía sentada sobre sus talones.

Dame en la verga, que me voy a correr – apremió.

Isabel le cogió la polla, se curvó un poco hacia ella y se la sacudió velozmente muy cerca de la cara. Manolo rugió de manera estridente. Ella abrió la boca y al instante comenzó la eyaculación. Fue una auténtica meada de leche. Un chorro fino y potente salió disparado hacia el interior de su garganta, un chorro incesante de leche que le rebosó la boca hasta verterle por los lados y gotearle sobre las tetas. Fue tragándose todo lo que podía, pero la meada de semen duró unos segundos y muchas porciones resbalaron por su barbilla. Los goterones le caían sobre las tetas a modo de lluvia. Tenía todas las encías y la lengua manchadas de blanco, incapaz de poder tragarse semejante diluvio. En cuanto pudo, le dio unas lamidas al glande y se la soltó mirándole de manera sumisa. Manolo la acarició bajo la barbilla.

Joder, tía, qué buena puta eres… Uff… Necesito un pitillo… Me has dejado seco…

Manolo bajó de la cama y se inclinó para rebuscar en el bolsillo del su pantalón de deportes. Isabel, sentada sobre sus talones en mitad de la cama, pasándose el dorso de la mano por la boca para limpiarse, se fijó en su raja baboseada. Aún tenía gotas de saliva atrapadas en el vello que rodeaba el ano y aún le relucían los huevos por las incesantes lamidas. Cómo la había pervertido su sobrino, allí estaba, una mujer casada, en la habitación de un motel de mala muerte, tras haberle lamido el culo a un desconocido y haberse tragado toda su leche. Caminó de rodillas y se sentó en el borde, cruzó una pierna y echó los brazos hacia atrás, fijándose en el mastodonte al que estaba satisfaciendo. Manolo fumaba dando vueltas, con la verga dando tumbos por la flacidez. Vio que se dirigía al baño y desde su posición le vio frente a la taza, orinando. Ella se irguió sin despegar la vista de aquel cuerpazo tan macho. Se volvió y se encaminó hacia donde ella estaba. De la verga aún le caían algunas gotas de pis. Se detuvo frente a ella y le levantó la cabeza colocándole la mano bajo la barbilla. Ella desplegó una mirada sumisa, con una ligera sonrisa en los labios.

Lo haces muy bien, putita -. Ella amplió la sonrisa -. Estás cachonda, ¿verdad? – le preguntó revolviéndole la melena de rizos y apretujándole las mejillas.

Un poco…

Abre la boca, quiero que me la chupes…

Isabel abrió la boca. Manolo se agarró la verga con la derecha y se la metió entera. Probó el sabor amargo de algunas gotas de pis. Después le colocó una mano bajo la barbilla y otra en la coronilla, encima de los rizos, y comenzó a follarla bruscamente por la boca con la cabeza inmovilizada por aquellas manazas. La barriga chocaba contra su frente, impregnándola de sudor. Los huevos se balanceaban contra su barbilla. El capullo llegaba a obstruirle la garganta y le provocaba arcadas. Algunas babas discurrían por la comisura de los labios y se le quedaban colgando de la barbilla. Le follaba la boca sin descanso, sin retirar sus manazas de la cabeza. Las tetas golpeaban los muslos de sus piernas. Ascendió su manita izquierda para sobarle el culo peludo y la derecha la condujo hasta su chocho para rozarse.

Estás caliente, hija puta…

Frenó en seco dejándole la polla metida entera, con la frente pegada a la barriga y los huevos apretujados en la barbilla. La mantuvo unos segundos y luego se la sacó de golpe. Un torrente de babas le resbaló por la barbilla goteándole en la tetas, teniendo que esacupir algunos salivazos. De la verga también se balanceaban algunos hilos de babas. Ella seguía masturbándose y acariciándole el culo. Le atizó unos pollazos en la cara impregnándole todo el rostro de saliva y se dio media vuelta de repente, inclinándose y ofreciéndole el trasero.

Chúpame el culo, guarra…

No lo dudó, le abrió la raja con ambas manos y hundió la cara comiéndole el culo con ansia. Él se la sacudía y ella le pinchaba el ano con la punta de la lengua. Se esmeraba en hacerle un buen cosquilleo. A veces apartaba la cabeza, le miraba el ano, los pelillos repegados por la saliva, y volvía a pasarle la lengua humedeciéndoselo. Dejó que le chupara el culo un par de minutos y luego se irguió girándose de nuevo hacia ella, sin parar de machacársela. Ella le miró sumisamente, con los labios baboseados.

Échate hacia atrás, zorra, quiero follarte…

Pero no tenemos preservativos…

Hizo caso omiso de la advertencia, se agachó, la sujetó por los pies y le elevó las piernas obligándola a echarse hacia atrás. Sus tetas se cayeron flácidas hacia los costados. Extendió los brazos, algo asustada. Le mantuvo las piernas elevadas, juntas y estiradas, sujetándoselas por los tobillos con una sola mano, como si fuera una gallina que coge por las patas. Sudaba como un cerdo. Numerosas hileras le corrían por la barriga. La dejó con las nalgas elevadas del colchón. Se agarró la polla por el capullo, flexionó un poco las piernas y la dirigió hacia la rajita del culo. Introdujo el capullo entre las nalgas, rozándole el ano con la punta. Ella frunció el entrecejo cuando empezó a hundírsela, agarrando las sábanas con fuerza. Le metió la polla entera en el culo, dilatándole dolorosamente el ano. Y comenzó a contraerse, extrayendo media polla y clavándosela entera, secamente, manteniéndose unos segundos con la polla dentro, inmóvil, como para disfrutar de la presión. El sudor de la cara le goteaba en el chocho. Aún la mantenía sujeta por los tobillos. Continuó follándole el culo con esa lentitud.

¿Te gusta, guarra? ¿Te gusta como te follo?

Sí, cabrón, fóllame el culo…

Puta…

Aceleró los meneos de la cadera follándola con más contundencia, sacándola casi hasta el capullo y hundiéndola de golpe. Todo el cuerpo de Isabel convulsionaba al son de las clavadas, con sus tetas meneándose como flanes. Mientras Manolo acezaba como un perro, ella gemía de manera muy aguda. Oyó un crujido y ladeó la cabeza hacia la puerta. Su sobrino acababa de abrirla y permanecía asomado, frotándose la zona de la bragueta con la palma, justo cuando Manolo aceleraba las embestidas en el culo. Le soltó una bofetada en la cara.

Mírame, guarra, mírame cuando te esté follando…

Sí…

Jadeó como un loco dando varios acelerones, hasta que contrajo las nalgas y quedó inmóvil con la polla dentro, derramando otro aluvión de leche caliente dentro del culo de Isabel. Bufó sin apenas respiración, con el sudor chorreándole por todo el cuerpo. Ella expulsaba la respiración por la boca. Al retirarle la polla del culo, fluyó tanta leche que el ano parecía un manantial, llegando a gotear incluso en las sábanas. Manolo se retiró dando un paso atrás, muy fatigado por la postura, recogiendo sus prendas del suelo. Isabel bajó las piernas y se incorporó poniéndose de pie. Menuda corrida, le goteaba mucha leche del culo, de manera incesante, con alguna hilera por la cara interna de las piernas. Se fijó en que la puerta ya estaba cerrada. Miró a Manolo, que en ese momento se ponía el pantalón corto. Aquel tipo la había desvirgado por el culo y la había follado después de mucho tiempo. Se puso la camiseta y se inclinó hacia ella para besarla.

Me voy, guapa, te echaría cien polvos más, pero debo dormir un poco.

Vale, yo voy al baño.

Aguardó hasta que salió de la habitación y entonces se fue al lavabo, con todo el culo lleno de leche, una leche muy líquida con un goteo que no cesaba. Se pasó un trozo de papel higiénico por el culo, tratando de secarse, aunque no paraba de brotarle semen, una corrida impresionante que la había llenado. Se colocó los rizos y se enjuagó la boca. La tenía seca y con mal sabor. Le había estado lamiendo el culo durante mucho tiempo, había saboreado su pis y le había follado la boca salvajemente. Se sentó en la taza y oyó la puerta de la habitación. Su sobrino acaba de entrar. Desde su posición, sentada, vio que se quitaba la ropa y se quedaba desnudo. Luego dio media vuelta y se dirigió hacia el lavabo. Llevaba la polla hinchada y empinada, balanceándose con las zancadas. Se detuvo frente a su tía, con la verga casi rozándole la cara. Isabel levantó la mirada hacia él, una mirada cargada de sumisión. Le acarició la melena de rizos.

Te has tirado a mi amigo, ¿no, puta?

Nos hemos quedado solos y nos hemos calentado – se excusó -. Espero que no le importe al señorito.

¿Le has chupado la verga?

Sí, la tiene muy gorda.

¿Te ha follado?

Yo no quería sin precaución, pero me ha dado por el culo, no he podido detenerle.

¿Te ha gustado?

Me ha dolido un poco.

¿Qué más le has hecho? – le preguntó, ahora acariciándole la cara.

Le he chupado el culo, como a ti te gusta…

Eres una guarra…

Me has pervertido…

Isabel se puso a mear, pero en ese preciso momento, su sobrino la agarró del brazo bruscamente y tiró de ella obligándola a levantarse. No pudo evitar cortar el chorro de pis y meó por todo el borde de la taza y el suelo, salpicando los pies de ambos.

¿Qué haces, Armando? Estaba meando…

Arrodíllate, zorra…

Algo temerosa, puesto que olía a alcohol, se arrodilló ante la taza. Su sobrino la sujetó por la nuca y la forzó a curvarse sobre la taza, con las tetas aplastadas en el borde salpicado y la cabeza casi metida dentro. Quedó a cuatro patas a expensas de su brusquedad. Armando se arrodilló tras ella. Aún le goteaba pis del chocho. Le dio unas palmaditas impregnándose la mano y luego le atizó un fuerte cachete en la nalga, un cachete que la hizo encogerse.

Au, Armando, duele…

Eres una zorra – Volvió a sacudirle otra palmada -. Te has follado a mi amigo, cerda -. Le sacudió una serie de palmadas que le enrojecieron toda la piel de la nalga. Isabel emitía suaves quejidos encogiéndose, con la cabeza dentro de la taza -. Eres mía, ¿me has entendido, puta?

Sí, perdona…

Le abrió el culo bruscamente con ambas manos, acercó la boca y le lanzó un escupitajo encima del ano. La saliva resbaló lentamente hacia el coño, mezclándose con el orín que aún manaba. Le lanzó varios escupitajos más hasta embadurnarle toda la raja de saliva, luego se agarró la polla y la acercó al ano clavándosela secamente hasta el fondo. Isabel se aferró a los bordes elevando la cabeza y apretando los dientes. Notó que se meaba otro poco, que le salpicaba los huevos. Pronto su cuerpo comenzó a moverse, en cuanto notó cómo la embestía sujetándola por las caderas, arrodillado tras ella. Se removía sobre su culo nerviosamente, jadeando como un cerdo, mientras deslizaba las manos por su espalda. Isabel miraba hacia el fondo de la taza, viendo su imagen reflejada en el agua, percibiendo los estiramientos del culo y el roce interior de la larga polla.

¿Te gusta, guarra? ¿Te gusta cómo te follo?

Sí… Ahhh… Me gusta mucho…

Le folló el culo con varias embestidas secas y le sacó la polla de repente para ponerse de pie. Ella aguardó con la cabeza dentro de la taza, pero enseguida la agarró de la melena forzándola a erguirse. Tenía los huevos húmedos por la meada. Le metió la polla en la boca sin avisar, calentita, recién salida del culo, impregnada con semen de Manolo y restos de sustancias anales. En pocos segundos notó cómo le vertía la leche y le llenaba la boca. Frunció los labios con la polla dentro, atrapándola como si fuera un puro, con la vista levantada hacia él, y percibió un segundo chorro, más caliente, más amargo y más líquido. Le fue llenando la boca y sus mejillas se le fueron hinchando. Le dentro estaba meando. Retiró de repente la verga y entonces ella pudo escupir en la taza todo el caldo de la boca, un calzo de un tono amarillo claro con las porciones de esperma. Una mueca de asco le provocó una arcada y un vómito de babas. Volvió a agarrarla de la cabeza y a meterle la verga dentro. Armando volvió a mear hasta que le vio las mejillas hinchadas, entonces le sacó la polla. De nuevo, Isabel se giró hacia la taza y abrió la boca de golpe para expulsar el orín. De nuevo una sucesión de arcadas con muecas de asco que la hacían tiritar, con varias vomitonas de babas. Notó cómo le acariciaba el culo con el pie y al cabo de un instante notó un chorro sobre su coronilla, un chorro de pis que le empapaba los rizos y se derramaba por los lados resbalando como un torrente por sus mejillas. La trataba salvajemente. La meada duró unos segundos y dejó todo salpicado, con gotas repartidas por su espalda y con la melena de rizo completamente mojada, chorreándole de todos lados. Aguardó con la cabeza dentro de la taza, a esperas que escurrirse bien, pero la cogió del cuello y la forzó a erguirse. Varias hileras le resbalaban por la cara procedentes del cabello. También se le notaban las tetas mojadas de haberlas rozado por el borde.

¿Te ha gustado, perra?

Muy fuerte, Armando.

¿Te ha gustado?

Sí…

Le dio unos pollazos en la cara y finalmente se dirigió hacia la habitación. Isabel, acezando, se mantuvo arrodillada ante la taza, perdida de pis, con un asqueroso sabor en la boca y cierto dolor en el culo por las duras penetraciones sufridas esa noche. Pero a pesar de la tremenda humillación, estaba caliente por ser tan guarra. Cuando le oyó echarse en la cama, se levantó y se metió en el pequeño plato de ducha para lavarse a fondo.

Entraba algo de luz por el ventanuco de la habitación. Estaba amaneciendo. Las lucecitas rojas del reloj digital de la mesilla parpadeaban e indicaban las siete y cuarto de la mañana. Isabel abrió los ojos. Permanecía tumbada de costado. De repente, notó cómo su sobrino se pegaba a ella, jadeándole en la oreja y tirándole del tanga hacia abajo. Le metió una mano bajo la camiseta y le agarró las tetas con fuerza al tiempo que advertía el roce de la polla bajo su culo. Armando se meneó agarrándosela para acertar y consiguió hundirle el capullo en el coño. Isabel cerró los ojos exhalando un profundo jadeo.

Pídemelo, zorra…

Ahhh… -. Echó su brazo derecho hacia atrás y plantó su manita en el culo de su sobrino, como incitándole a que empujara -. Fóllame, fóllame, por favor…

Fue hundiéndosela muy despacio hasta los huevos. Una vez dentro, comenzó a follarla, moviéndose a un ritmo aligerado, empujándola hacia el borde de la cama, asestándole golpes en el culo con la pelvis, sin dejar de magrearle las tetas por debajo de la camiseta. Isabel gemía secamente muerta de placer. Le ayudaba a empujar con la mano plantada en el culo de su sobrino. Qué gusto tan grande, cuanto tiempo sin que le follaran el coño. Armando iba acelerando poco a poco, bombeándole el coño con contundencia. Ella gemía con la boca abierta, con la cabeza en la almohada y las babas vertiéndole por la comisura de los labios. Mantenía el tanga bajado hacia medio muslo. Sentía el aliento de su sobrino sobre la nuca. Dio un fuerte acelerón y frenó en seco con el culo contraído, llenándola de leche. Isabel cerró los ojos para concentrarse en el vertido, en cómo la inundaba, en el chorro que le estimulaba los interiores del coño. Ni siquiera se paró a pensar en la posibilidad de quedarse embarazada. Luego su sobrino extrajo la polla y se volvió boca arriba. Ella mantuvo la posición, con ganas de tocarse, percibiendo el fluido de semen, un fluido que le humedecía la rajita. Armando le soltó una palmada en el culo.

Voy a darme una ducha. Vístete, tenemos que irnos.

Ya no solo eran masturbaciones, ya se la follaba vaginal y analmente, ya había probado hasta la lluvia dorada. Era una cerda pervertida. E iba de regreso a casa, a su rutina habitual, a la infelicidad junto a su marido borracho.

Partieron tras desayunar y por suerte no se cruzó con Manolo. Hubiera sentido mucha vergüenza tras haber follado con él, tras haberle chupado el culo. Armando condujo hasta las cuatro de la tarde, luego paró en un área de descanso, almorzaron un menú del día y se echaron una siesta de hora y media antes de reemprender el viaje. Ese mediodía no pasó nada, su sobrino parecía hastiado de tanto sexo y ni siquiera llegó a rozarla.

A las once de la noche, detuvo el camión en unos aparcamientos donde había un pequeño motel muy cutre, poco iluminado y de bastante mal aspecto. Estaban a tres horas del pueblo, pero el disco les exigía un descanso de siete horas. Armando sacó los últimos bocadillos y unas latas y cenaron tranquilamente en la cabina del camión, escuchando la radio, sin apenas dirigirse la palabra. Isabel se percató que iban llegando camiones, muchos de ellos colegas de su sobrino. Comprobó que los camioneros se dirigían hacia el motel. Manolo fue uno de los últimos en llegar y fue hacia el camión donde ellos se encontraban. Ya habían terminado de comer y estaban recogiendo los desperdicios. Manolo abrió la puerta del copiloto. Isabel se sonrojó al verle.

- ¿Qué hacéis? ¿No queréis una copa?

Isabel miró hacia su sobrino.

¿Te apetece una copa, tía Isa?

Lo que queráis.

Venga, vamos a tomar algo.

Manolo la ayudó a bajar tras estamparle dos besazos en las mejillas y lanzarle una mirada cargada de complicidad. Los tres se dirigieron al motel e irrumpieron en el bar, una sala ovalada con una pequeña barra triangular rodeada de taburetes, iluminada con unos fluorescentes que emitían una luz bastante tenue. Se escuchaba música de fondo, una música discotequera de ambiente. Apenas había nadie, sólo un grupo de tres hombres que Isabel identificó enseguida como amigos de su sobrino. De la barra se encargaba una mujer de unos sesenta años, bastante gorda, con tetas gigantescas y un culo inmenso, muy redondo. Isabel contoneaba su culito gracias al efecto de los tacones y los tres camioneros la babosearon con sus lujuriosas miradas. Se unieron a ellos. Armando le presentó al único que no conocía, un tal Pablo, un chico delgado y feo, de unos veinte años. Los otros dos eran Germán, que tendría unos treinta años, bastante alto y fortachón, con un bigote muy peludo y curvado y el pelo largo, con una coleta hecha. Y Luís, el más viejo, de unos sesenta y cuatro, ya con el pelo canoso y pronunciadas entradas, muy blanco de piel y barriga blandengue. Se tomaron las primeras copas. Isabel permanecía sentada en un taburete rodeada de todos aquellos desconocidos que no cesaban de piropearla, mientras que su sobrino charlaba con la camarera en otra punta de la barra. Manolo fue aprovechándose de la confianza y comenzó a besarla en las mejillas, a pasarle el brazo por los hombros y achucharla contra él, como si les estuviera calentando. Isabel se prestaba a los manoseos.

¿A qué está buena? – les preguntó.

Es una monada – añadió Germán.

Manolo le apretujó las mejillas y la besó morreándola, alzando la mano y sobándole los pechos por encima de la camisa, delante de sus colegas. Enseguida se dio cuenta de cómo se tocaban sus partes mientras Manolo baboseaba sobre su boca. Dejó de besarla. Le tenía una de sus manazas en la coronilla. Le dio unas palmadas en la cara y volvió a apretujarle las mejillas.

Qué zorrita eres -. Le agarró las tetas por encima de la camisa y se las zarandeó, llegando a asomar un pezón por una de las aberturas entre los botones -. Mirad que tetas tiene… -. Volvió a morrearla, esta vez sobándole las piernas y arrastrándole la falda hacia la cintura, dejándola con las bragas a la vista -. No sabéis lo bien que chupa el culo esta zorra, ¿queréis que os chupe el culo?

Sí, chúpanos el culo, zorra… - dijo Germán.

Los cuatro a la vez se pusieron a desabrocharse los pantalones. Ella les miraba asombrada, aún sentada en el taburete, perpleja ante el manjar que le esperaba. La camarera había salido de la barra y se encontraba junto a su sobrino, pegada a su costado, cerca de ellos, sobándole con la palma el bulto de la bragueta. Se bajaron los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos. Isabel pudo ver aquellas pollas, unas más largas y anchas que otras y aquellos cojones, cada uno de una forma. Se volvieron hacia una mesa de billar y se curvaron hacia el tapete, empinando los culos.

Vamos, zorra, cómete sus culos…

Acató la orden de Manolo. Bajó del taburete y se arrodilló ante el culo de Pablo, un culo estrecho, de nalgas huesudas y sin vello, de un tono tostado. Empezó a pasarle la lengua sin abrirle la raja, acariciándole las nalgas con sus manitas. Los huevos se mecían entre las piernas. Procuraba arrastrar la punta por el fondo y alcanzar el ano. Manolo supervisaba la lamida de pie junto a ella.

Qué bien… - gemía el chico – Qué bien lo chupa…

Vamos, guarra, chúpame a mí – le exigió Germán, el del bigote curvado.

De rodillas, dio un paso lateral y se encontró un culo basto, de nalgas salpicadas de vello muy largo, con muchos granos y que olía fatal. Esta vez le abrió la raja con ambas manos y hundió la cara acariciándole el ano velludo con la lengua, muy despacio, haciendo círculos sobre el agujerito. Mientras lamía aquel culo asqueroso con la cara incrustada en la raja, notó que alguien se había arrodillado detrás de ella, le levantaba la falda y le bajaba el tanga a tirones. Enseguida notó cómo se la clavaban en el chocho y se la empezaban a follar de manera apresurada. Al embestirla, su cara se hundía más contra el culo de Germán, con la lengua aplastada contra el ano. Consiguió apartar un poco la cabeza y mirar por encima del hombro. Era el joven Pablo quien la estaba follando, con las manos bajo su cuerpo para sobarle las tetas al mismo tiempo. Enseguida volvió la cara hacia el culo y le pasó la lengua por la raja, sin abrírselo, llegando hasta la rabadilla. Pablo dio unos alaridos y se retiró para sacudírsela y salpicarle todo el chocho de gotitas de leche. Manolo la agarró de los pelos y la forzó a un nuevo paso lateral, hacia el culo del viejo, de Luís, un culo blanco y salpicado de granos, de nalgas abombaditas y con una raja limpia de vello.

Vamos, chúpaselo.

Como una perra, comenzó a olisquear en el culo del viejo, con toda la lengua fuera, abriéndole la raja para lamerle el ano de manera muy veloz. Apestaba, pero no le importaba, quería chuparle el culo y se esmeraba en mojárselo bien. Una de las veces que apartó la cara, miró hacia su derecha y se encontró muy cerca la polla de Germán, que se la sacudía velozmente. Aguardó un par de segundos hasta que una lluvia de leche se repartió por su cara. Entonces se corrió hacia Manolo, que ya estaba en posición, curvado hacia la mesa de billar, y clavó la cara en su raja velluda y sudorosa, para acariciarle el ano con la lengua de manera desesperada. Mientras lamía el ano de Manolo, con las manos plantadas en sus peludas nalgas, sintió cómo le abrían el culo y le lanzaban escupitajos, percibiendo varias manos pinchándole el ano y hurgándole en el coño. Le clavaron una polla en el chocho y empezaron a follarla. Cuando miró comprobó que se trataba del viejo, mientras que Pablo y Germán, acuclillados a ambos lados de su cuerpo, la manoseaban por todos lados, pellizcándole las tetas y baboseando sobre su espalda. Volvió la cara hacia el culo de Manolo y continuó lamiéndole sólo la raja, hasta que el viejo se puso de pie, se la sacudió y vertió su leche en varias porciones por encima de su cintura. Cuando apartó la cara del culo de Manolo, éste se volvió, le sujetó la cabeza con ambas manos y le folló la boca hasta llenársela de leche, leche que vomitó producto de varias arcadas. Le habían rasgado la camisa y sus tetas sufrían continuos manoseos, la magreaban por todos lados. Vio que su sobrino colocaba a la camarera de cara a la mesa de billar y la forzaba a curvarse tras haberle levantado la camiseta para mostrar sus gigantescas tetas blandas.

Acércate – le ordenó su sobrino. Con toda la cara llena de leche, caminó de rodillas -. Chúpale el culo a esta zorra.

Ella misma se ocupó de bajarle unas mallas negras que llevaba y a continuación un tanga de color rojo. Tuvo ante sí un culo muy gordo, muy redondo, de nalgas muy abultadas. Su sobrino se ocupó de abrirle la raja y enseñarle el ano, un ano grandioso de esfínteres muy oscuros. Sin tocarla, acercó la cara y comenzó a lamerle el ano a la mujer pasando repetidas veces la lengua por encima del orificio. Era el quinto culo que lamía en sólo un rato. Tenía la lengua seca de lamer tantos culos. Se tiró cerca de cinco minutos sin parar de lamerle el culo a la camarera, hasta que por iniciativa propia bajó un poco la cabeza y comenzó a chuparle su chocho jugoso y peludo, un chocho de donde chorreaba bastante flujo. La camarera meneaba el grandioso culo sobre su cara. Sin parar de mojarle la rajita, notó una nueva lluvia de esperma sobre su cuerpo, pero no quiso mirar, quería comerse aquel coño tan rico. La camarera gimió como una perra y le pidió a Armando que la follara. Entonces Isabel se apartó y su sobrino se colocó tras ella para follarse aquel culo tan gordo. Isabel sólo miraba acariciando el culo de su sobrino, hasta que se contrajo y la llenó de leche. Luego se volvió hacia ella. Vio que todos los hombres la rodeaban, que la apuntaban con sus pollas, como si fueran a fusilarla. Y así fue. Comenzaron a salir chorros de pis contra su cuerpo, hasta cinco, mearon sobre ella hasta dejarla duchada, arrodillada ante un impresionante charco que iba extendiéndose a su alrededor. Le llenaron la boca, se mearon sobre sus tetas, apuntaron contra su chocho, la dejaron como recién salida de la ducha, envuelta en un hedor insoportable, llena a la vez de varios escupitajos que le lanzaron, escupitajos que le resbalaban junto con el pis por todas las partes de su cuerpo. Ella trató de cubrirse, pero fue imposible. Luego tuvo que lamerles las pollas de nuevo, hasta conseguir que fueran corriéndose, bien dentro de su boca o bien salpicándola, mezclándose con el orín que relucía en todo su cuerpo. Manolo se la folló encima de la mesa de billar y Germán volvió a follarle el culo severamente colocándola a cuatro patas en el suelo. También la camarera la forzó a una nueva lamida en el chocho para mearse sobre su cara cuando sintió el orgasmo. Le dejaron todo el cuerpo lleno de sustancias, con la ropa empapada. Las hileras de saliva y semen aguado le corrían por el rostro y las tetas, todo mezclado con la humedad reluciente del orín. Todo fue tremendo aquella noche para Isabel, la esposa infeliz ahogada en una rutina cruel. Necesitó mucho tiempo bajo la ducha para deja su cuerpo impoluto, sin rastro de esa perversión a la que había sido arrastrada, lejos ya de la lujuria a la que se había aferrado, ya cobijada en la decencia que se le exigía a una esposa como ella. Su sobrino la dejó en el pueblo, frente a su casa. Encontró a su marido borracho, tirado en el sofá con varias botellas de coñac vacías rodando por el suelo. Roncaba como un cerdo. Le lanzó varios escupitajos a la cara y sólo se removió entrecerrando los ojos. Le cogió la cartera y le quitó todo el dinero que llevaba encima, unos quinientos euros. Después preparó el equipaje y lanzó a la chimenea toda la ropa y todos los enseres de su marido. Le dejó sin nada. Y abandonó la casa. Un taxi la trasladó hasta la estación de autobuses de la ciudad. Allí compró un billete para Alemania. Allí comenzaba su vida nueva. Las masturbaciones con su sobrino le habían fortalecido el alma. Se lo prometió a sí misma, jamás volvería a ser una infeliz. A su marido que le dieran por culo. Le tocaba disfrutar. Era su turno. Fin del viaje de Isabel, un viaje de ida y vuelta que le sirvió para conseguir la libertad. Carmelo Negro.

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El sobrino (3)

Intercambios con mi prima Vanesa 4

Una cuñada muy puta (1)

Intercambios con mi prima Vanesa 3

El sobrino (2)

Intercambios con mi prima Vanesa 2

El sobrino (1)

El Favor (2)

El favor (1)

La doctora (3)

Intercambios con mi prima Vanesa 1

La doctora (2)

Asuntos Económicos (3)

Desesperación (3)

La doctora (1)

Desesperación (2)

Asuntos Económicos (2)

Un precio muy caro

Asuntos Económicos (1)

Desesperación (1)