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La nueva vida liberal de su esposa

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La nueva vida liberal de su esposa

Carlota y Gaspar, matrimonio de 35 años cada uno, iniciaban una vida nueva en la costa, en la enigmática ciudad de Benidorm. Llevaban diez años casados y tenían dos niños pequeños, de dos y cinco años. Gaspar trabajaba como comercial para un importante laboratorio farmacéutico y ahora le habían asignado toda la zona del mediterráneo, había ascendido a delegado comercial después de veinte años de antigüedad en la empresa. Ganaba en torno a tres mil euros mensuales y dicho sueldo le permitía llevar una vida acomodada para él y para su familia. Desde que contrajeron matrimonio habían residido en Madrid y dado sus continuos viajes al extranjero y por toda la península la vida en pareja se había convertido en pura monotonía. Los primeros años fueron de color de rosa, pero el nacimiento de los niños, su cuidado y la soledad hicieron mella en Carlota, una mujer muy familiar, de pueblo, amiga de sus amigas, extrovertida y amiga de las fiestas. Nunca logró acostumbrarse a la vida estresante de la gran ciudad, quizás porque debía enfrentarse cada día a esa soledad monótona de un matrimonio como el suyo. Llegaron las discusiones, llegaron las depresiones y la ansiedad, llegaron incluso a plantearse la separación. Carlota necesitaba un cambio en su vida, Carlota necesitaba una vida nueva donde conocieran nuevos amigos, donde pudiera disfrutar de su familia. Preocupado por el deterioro de su matrimonio, Gaspar le planteó a la empresa un traslado y unos meses más tarde le aprobaron la solicitud responsabilizándole de toda la zona del mediterráneo, Europa incluida. Carlota se mostró muy escéptica con la decisión, pero al menos el traslado le permitiría cambiar de aires, cambiar a un ambiente más divertido, con zonas de playas donde poder recrearse con sus hijos. Le encantaba el mar y le encantaba tomar el sol en la playa, podía tirarse horas al sol leyendo un libro o escuchando música. El mar la relajaba. Los niños aún eran pequeños como para ser conscientes del cambio y se habituarían bien a la nueva vida. Y de mutuo acuerdo comenzaron a organizar el traslado a principios de verano.

Pero Gaspar cometió la torpeza de telefonear a su amigo Nacho para que se encargara de buscarle una vivienda cerca de la playa. Su vida cambiaría a partir de aquella llamada de teléfono. Conocía a Nacho desde que coincidieron en el servicio militar y desde entonces habían conservado una buena amistad, aunque todo cambió a raíz del matrimonio de Nacho con Rosana, una gogó que conoció en Ibiza y de la que se enamoró perdidamente por sus ideales liberales en cuanto al sexo. Gaspar llegó a mantener relaciones sexuales con ella cuando se conocieron en la discoteca donde ella trabajaba, pero era una chica que le gustaba la noche, las fiestas y el sexo, y Gaspar iba por un camino diferente. Al final terminó casándose con Nacho y vivían cómodamente en Benidorm. Él se ocupaba de la compraventa de embarcaciones de lujo y se llevaba una comisión por cada operación. Ganaban dinero. Era la persona ideal para que le buscara una casita cerca de la playa y para que les integrara en el ambiente de una ciudad tan animada como Benidorm. Carlota conocía la historia de la pareja amiga de su marido. Gaspar se lo había contado, incluso las relaciones esporádicas que había mantenido con ella. Eran una pareja liberal, pero serviciales y buena gente. Carlota les conoció el día de la mudanza. Nacho se ocupó de organizarlo todo y les consiguió un bonito adosado en primera línea de playa. Nacho era el típico pijo al que le gustaba llamar la atención y disponer, tomar la iniciativa en todo. Vestía de manera achulada, siempre con trajes veraniegos de color blanco, collares de oro, pendientes y fumando puros de los caros. Tenía 45 años, alto, con una ligera barriga dura, barba de tres días canosa, como su melena, larga, aunque siempre la llevaba recogida con una coleta, y con pronunciadas entradas que le dejaban medio calvo en la parte de arriba de la cabeza. Tenía soltura de palabras, de ahí que resultara un excelente vendedor. A Carlota le llamó la atención su esposa Rosana. Era una mujer imponente, de película, y al verla sintió celos de que su marido en el pasado se hubiera acostado con una mujer así. Rubia platino, de melena larga y lisa, ojos azules, piel tostada, alta, delgada, de culito estrecho y tetitas redondas y blanditas. Era elegante y estilosa, una mujer impresionante, una mujer de revista. También tenían dos hijos, uno de dieciocho y una hija de cinco años. Vivían en un palacete con forma de castillo en primera línea de playa y se codeaban con la alta sociedad de la ciudad, de hecho les tenían preparado una fiesta de bienvenida para que empezaran a integrarse en el nuevo ambiente. Carlota estaba deseosa de conocer nuevos amigos, formar parte de una pandilla con la que poder salir y divertirse. A Gaspar la compañía de Nacho le provocaba una ligera dosis de pánico por su talante liberal, pero confiaba en su propia personalidad y sobre todo en la de su mujer, confiaba en que no se dejaría seducir por esos ideales modernistas. Carlota siempre había sido una mujer tradicional, buena esposa, fiel al matrimonio, aunque bien es verdad que sus ansias por salir y divertirse habían hecho estragos en el matrimonio. Nacho también se quedó fascinado con el aspecto físico de Carlota. Su peinado indie, con media melena negra muy escalada, sus ojos verdes oscuros y sus labios gruesos le otorgaban cierto aire sensual. También era alta y delgada, de culito estrecho, aunque redondito, y tetitas algo pequeñas, pero muy picudas y duritas. Su piel era algo más blanca y su forma de vestir resultaba algo informal, casi siempre con vaqueros o pantalones cómodos, señal de que estaba poco acostumbrada a la noche. Era simpática, de ahí que desde el primer momento se creara una aureola de confianza con la nueva pareja. Nacho alertó los celos de Gaspar con su primer comentario.

  • Qué buena está tu mujer. Me dejarás probarla, ¿no? Tú ya te has tirado a la mía.
  • Joder, tío, cómo eres…
  • Es broma, coño.

Ese primer día Nacho y Rosana les ayudaron a colocar y decorar la casa. Almorzaron juntos en un chiringuito y Carlota comenzó a sentirse cómoda con sus nuevos amigos. Al día siguiente, Gaspar comenzó su nueva andadura en la Delegación Comercial del Mediterráneo y le salió su primer viaje a las Baleares. Pasaría un par de días fuera de casa. Rosana telefoneó a Carlota para invitarla a desayunar y para presentarle algunas amigas. Juntas salieron de compras, se ocuparon de la guardería de los niños y al mediodía almorzaron en un lujoso restaurante del centro. Rosana era un encanto y Carlota se lo pasaba bien, la mayor parte del tiempo resultaba entretenido. En sólo un par de días conoció a cantidad de amigas. Otra mañana se fueron juntas a la playa y después Nacho las invitó a una paella en el palacete. Esa tarde se llevó a los niños y junto con la pequeña de ellos estuvieron toda la tarde en la piscina. Los niños se lo pasaban en grande. La confianza empezó a ensancharse y ya empezaron a conversar sobre el ambiente en el que ellos se movían. Carlota reconoció que Gaspar les había hablado de ellos y Rosana le confesó que eran una pareja liberal, que amaba a su marido, que era el hombre de su vida, que se contaban todo, que compartían todo y se divertían con el sexo en todas sus vertientes.

  • Sé que tú y Gaspar estuvisteis juntos, me lo contó hace tiempo – le confesó Carlota con ingenuidad.
  • Sí, bueno, al principio, follamos un par de veces pero la cosa no llegó a más. Conocí a Nacho y mira…

La palabra follamos le provocó cierta sensación de celos. Su marido se había tirado a aquella rubia tan impresionante y encantadora. Aún así se sentía a gusto con ella y le fascinaba en cierto modo sus comentarios acerca de su vida liberal, le inyectaban una dosis de morbo que jamás había sentido. La tarde del jueves regresó Gaspar de su viaje y encontró a su esposa entusiasmada con la nueva vida. Nacho les anunció que el viernes por la noche había preparado una fiesta en el palacete y que no se preocuparan por los niños, que su canguro se encargaría de ellos. Ya en la cama, Gaspar advirtió a su esposa del riesgo de confiar en Rosana y Nacho, de que no se dejara sorprender por la vida que llevaban, ellos eran distintos, se amaban a su manera y Nacho no dejaba de ser un chulo con aires de grandeza.

La fiesta fue de lujo y acudieron más de cien personas entre famosos y destacadas personalidades de la alta sociedad de la ciudad. Se respiraba glamour en cada rincón. Fue una velada al aire libre, con orquesta incluida y servicio de catering. Gaspar, un tipo tímido y poco amigo de las fiestas, se sentía en corral ajeno al verse rodeado de aquel ambiente de película, de derroche, con mujeres guapas y hombres elegantemente vestidos. En cambio, Carlota alucinó con aquella atmósfera glamurosa. Para la ocasión, se había ataviado con vestido negro ajustado de fiesta y sorprendió por su belleza a los muchos hombres que Nacho y Rosana se encargaron de presentarle. Ella charló con infinidad de personas y se codeó con algunos famosos. Le presentaron uno de las personas más influyentes de la costa del sol, un árabe sobrino de un jeque, un hombre de veinte años llamado Asir Lemad, un tipo joven y atractivo que la invitó a tomar una copa de champán y a dar un paseo por los jardines del palacete, a solas, bajo la radiante luz de la luna llena, bajo los perplejos ojos de su marido, que de manera solitaria, observaba cómo aquellos babosos abordaban a su mujer con ganas de llevársela a la cama. Había multitud de solteros, entre ellos el rico Asir Lemad. Asir la cautivó de alguna manera con sus continuos halagos, mostrándose respetuoso y encantador. Cuando ella quiso presentarle a su marido, le estrechó la mano fríamente y se marchó hacia otro grupo, como si el gesto no le hubiera gustado. Gaspar tenía claro que aquel tipo se había encaprichado de su esposa y la convenció para irse a casa. Eran las seis de la mañana.

El viernes Gaspar salió temprano. Debía tomar un vuelo a París para asistir a unas jornadas del laboratorio. Su presencia era obligatoria y no regresaría hasta el sábado por la tarde. Confiaba en su esposa a pesar de su desenvoltura en el nuevo mundo de Nacho y Rosana, pero temía por otra parte que su amigo del ejército terminara pervirtiéndola de alguna manera. Carlota había sufrido duras depresiones en Madrid fruto de la soledad, del cargo de los niños, y de buenas a primeras se veía rodeada de amigos, inmersa en un universo hechizante y profundamente seductor. Ella le llevó al aeropuerto con los niños y de regreso a casa recibió una llamada de Nacho.

  • ¿Qué tal, guapa?
  • Bien, acabo de dejar a Gaspar en el aeropuerto. Sale hacia París y no vuelve hasta mañana por la tarde.
  • Joder, tenía pensado invitaros a cenar en mi barco, por la noche, navegando en alta mar. Sólo los cuatro.
  • Vaya, qué pena, me hubiera encantado, la verdad.
  • ¿Por qué no te vienes? Cenamos los tres, hará una noche espléndida para navegar. Los niños pueden quedarse en mi casa con la canguro. Además, el mayor hoy no saldrá. Vamos, anímate.
  • Ay, no sé, Nacho, me da cosa de que Gaspar…
  • No seas tonta. No se hable más. A las ocho y media pasa Rosana a recogeros. Ponte cómoda y llévate el bikini. Lo pasaremos bien. Quiero un sí por respuesta.
  • Sí, vale, os espero.

Cuando Carlota le contó a su marido que saldría a navegar por la noche con la pareja, Gaspar percibió una marejada de celos, pero no se atrevió a advertirla, no quería comportarse como el típico marido celoso y adoptó una actitud de confianza con un frío pásatelo bien. Gaspar tuvo ganas de telefonear a su amigo Nacho, pero en el fondo le daba miedo, cuando en el pasado se relacionó con Rosana, ésta en una de las veces le propuso follarle ella a él con un dildo, pero él se negó y fue cuando la relación comenzó a enfriarse. Era una puta pervertida capaz de corromper la fidelidad de su esposa, pero no tenía cojones para enfrentarse a ellos y pasaría toda la noche en la habitación del hotel mordiéndose las uñas mientras su mujer quedaba en manos de dos degenerados.

A las nueve menos cuarto el chófer de Nacho se pasó a recogerla y a las diez, tras dejar a los niños a cargo de la canguro en el palacete, embarcaron en una lancha deportiva rumbo a alta mar, bajo la luz de una luna llena misteriosa. Era una pequeña lancha de lujo con un pequeño habitáculo para descansar y protegerse, compuesto por un modular semicircular y una mesa rectangular. Navegaron hasta que la ciudad se convirtió en un enjambre de lucecitas en la oscuridad. Nacho sirvió unas copas de vino y propuso darse un baño. Él fue el primero en cambiarse. Apareció con su pinta chulesca, desnudo, sólo protegido por un bañador tipo slip de color rojo brillante. Carlota reparó disimuladamente en el tremendo bulto que tensaba la tela, donde se llegaba a apreciar los contornos del pene y los testículos. El bulto botaba cada vez que se movía. Poseía un culo encogido y pequeño. Apenas tenía vello por el pecho y sí una barriga dura y pronunciada, con la tez amulatada. Llevaba unas chancletas plateadas, iba con su puro y su coleta canosa, todo de manera muy estilosa, propio de un hombre influyente. Ambas mujeres eligieron un bikini de color blanco, con copas pequeñas que sólo ocultaban la zona de los pezones y ambas con braguitas tangas que dejaban sus culitos estrechos y deliciosos a la vista de aquel devorador. Tanto Rosana como su marido se fijaron en las curvas de Carlota, en sus tetitas picudas y duras, en su zona vaginal, abultada por la abundancia de vello, y en el culito perfecto de nalgas estrechas pero redonditas. Carlota se sintió como una puta, medio desnuda ante el amigo de su marido. Nacho le soltó varios piropos acerca de su físico y ella llegó a abochornarse. Cuando la ayudó para bañarse, sintió el tacto de sus manos ásperas sujetándola por las caderas y percibió cierto escalofrío. Se dieron un baño en el mar. Nadaron juntos, se divirtieron, resultaba una experiencia embriagadora y a la vez morbosa. Encontrarse a solas, medio desnuda y en alta mar, con una pareja liberal amiga de su marido. Ella se comportaba de manera dócil. Si le servían vino, lo bebía, le dieron un cigarro y se lo fumó y esnifó una raya de cocaína por recomendación de Nacho. En un par de horas se sentía como en el limbo, envuelta en un extraño frenesí que le descontrolaba la mente. Cenaron en la borda unas raciones de mariscos y no pararon de charlar animadamente. Luego bajaron al camarote y los tres se acomodaron en el sofá semicircular, con Nacho sentado entre las dos mujeres, como si fuera un maharajá. Las piernas de Carlota se rozaban con los muslos de él, así como sus brazos, y tras alguna anécdota divertida, se daban cariñosos manotazos. Vino el champán y después unos chupitos de whisky. Carlota notaba las fieras miradas de la pareja hacia sus tetas y hacia todo su cuerpo, y aquellos gestos la estaban calentando. Se divertían en el estrecho camarote con los ventanucos abiertos para que entrara el frescor de la noche y la melodía del oleaje. Nacho preparó una raya en la palma de la mano y Carlota la esnifó aumentando el delirio que se apoderaba de su mente. La estaban degenerando. Fruto de esa furia interna y por efecto del alcohol y las drogas, el tono de la conversación se fue calentando y salió a flote el mundo liberal. Carlota comenzó a hacer preguntas comprometidas cuyas respuestas elevaron esa lujuria fugaz que nos invade cuando nos encontramos en una situación morbosa.

- Nos lo pasamos bien – comentó Nacho -, conoces gente y la verdad, resulta divertido.

- Nos movemos por contactos – añadió Rosana, echada sobre el costado de su marido -, vamos a clubes de intercambio y esas cosas.

Carlota alucinaba con la conversación.

  • ¿Y no os da cosa? ¿No sentís celos?
  • Confiamos entre nosotros – respondió él -. Nosotros dos solos también nos divertimos, ¿eh? ¿No juegas con tu marido en la cama?
  • Que va, somos muy tradicionales – contestó ella con ingenuidad.
  • Nosotros follamos como bestias – dijo Rosana.
  • ¿Por qué no le enseñas a nuestra amiga el último juguete que nos hemos comprado?
  • ¿Quieres verlo? – le preguntó Rosana para probar su disposición.
  • Vale, ¿qué es?

Rosana se levantó y se acercó a su bolso. Extrajo un plátano de plástico y un frasco de cristal. Nacho extendió el brazo y ella le entregó el plátano. Carlota observaba perpleja. Nacho destapó el plátano y apareció una enorme polla curvada de goma dura, con su glande, el relieve de las venas y del tronco, daba la sensación de que se trataba de un pene normal. Carlota sonrió y agitó el brazo dando un bufido.

  • Joder, menudo pene.
  • Tócalo – le pidió él.

Ella probó la dureza con la yema de sus dedos. Era goma dura.

  • Pedazo de pene – exclamó alucinada.
  • Dame el frasco -. Rosana le entregó el frasco y con un pincel untó todo el glande y el tronco de una gelatina transparente y viscosa -. Es caramelo con sabor a fresa. Ahora se chupa, como si hicieras una mamada.

Nacho dirigió la mano que sujetaba el consolador hacia la boca de su mujer. Rosana paseó la lengua por el glande y parte del tronco, luego pasó la mano por toda la longitud del aparato y después se relamió los dedos impregnados de caramelo. Nacho lo untó con más gelatina, le pasó el pincel dejando gruesos pegotes en la punta.

  • ¿Quieres probarlo?
  • No sé, me da cosa…
  • Vamos, tonta, prueba, no pasa nada, chupa el caramelo.

Le acercó la punta a los labios. Tímidamente, Carlota sacó la lengua y la rozó por la punta degustando la gelatina. Sabía a fresa. Volvió a probarlo, esta vez paseando la lengua alrededor del glande, impregnándose los labios del caramelo viscoso. Nacho lo acercó aún más, esta vez metiendo unos centímetros dentro de su boca. Carlota lo mordió con los labios y succionó tragando un pegote de la sustancia blanda. Nacho empujó aún más, ahora notó que el glande de goma le rascaba el paladar. Ella mantenía los labios pegados al tronco y chupaba como si aquello fuera un chupa chús. Lo adentró aún más, casi hasta la garganta, y ella con la boca muy abierta, notaba la presión sobre su lengua.

  • ¿A que pareces que estás chupando una polla?

Asintió con el consolador metido hasta la garganta. Notó una arcada y derramó saliva por la comisura de los labios, saliva que goteó sobre su escote y resbaló hacia el canalillo que separaba sus pechos. Nacho lo movió hacia fuera y hacia dentro ligeramente, como si estuviera follándola. Carlota notó que mojaba las bragas del bikini, que su vagina vertía flujos involuntariamente. La situación la estaba poniendo fuera de control. Mientras la follaba despacio por la boca con el consolador, vio que Rosana acariciaba el bulto de su marido con la palma de la mano muy abierta. Vio que bajo la tela el pene de Nacho comenzaba a hincharse. Cuando retiró el consolador de su boca, había lamido todo el caramelo y sólo aparecían resquicios de su propia saliva.

  • ¿Te ha gustado? – le preguntó él.
  • Ufff… Muy fuerte…

Rosana estaba muy cachonda y no paraba de acariciar los genitales de su marido.

  • Quiero probar el caramelo en tu polla – le pidió a su marido con voz jadeante.

Nacho miró hacia Carlota.

  • ¿Te importa que me haga una mamada? Es demasiado puta como para poder aguantarse. Que se lo digan a tu marido.

Carlota sonrió como una tonta. Vio que Rosana bajaba del sofá para arrodillarse entre las piernas de su marido. Nacho permanecía recostado contra el respaldo y separó las rodillas para abrirle espacio. Carlota, asombrada, aún con la sensación de haber tenido el consolador en su boca, observaba boquiabierta. Rosana se ocupó de bajarle el bañador y deslizarlo por las piernas hasta quitárselo. La polla no era muy larga, pero tremendamente gruesa y de señaladas venas, de piel oscura y salpicada de pelillos por el tronco, con un glande de bordes voluminosos. Se fijó en sus huevos, blandos y peludos, descansando sobre el asiento. Sentirse como una puta a disposición de Nacho y su mujer la enloquecía, hacía que su sangre hirviera. Mantenía su sonrisa de asombro mientras Rosana aguardaba de manera suplicante arrodillada ante su marido. Nacho cogió el frasco y retiró el pincel. Miró hacia Carlota.

  • ¿Quieres untármela tú?
  • ¿Yo? Uff… Es que no sé, si se entera…
  • Vamos, úntamela, dame la mano… A mi mujer no le importa.
  • Quiero que te manche ella – añadió Rosana.

Con la misma timidez, Carlota ofreció la palmita de su mano. Nacho vertió unas porciones por su palma y por las yemas de sus dedos. Con su manita impregnada de gelatina, rodeó aquel espesor de carne dura. Percibió el grosor de las venas al acariciar todo el tronco hasta el glande, rociando la piel áspera de caramelo de fresa. Nacho jadeó mirándola a los ojos.

  • Dame por los huevos.

Le manoseó los huevos impregnándolos de viscosidad. En cuanto la mano ascendió de nuevo hacia la verga, Rosana se lanzó a lamer los huevos a bocados, degustando el sabor a fresa de aquella piel rugosa y peluda. Carlota estaba muy excitada y le estaba masturbando, no dejaba de zarandearle la polla con extrema suavidad mientras su esposa le lamía los huevos. Nacho extendió el brazo y metió la mano bajo la melena para sujetarla por la nuca.

  • ¿Te gusta mi polla?
  • Sí…
  • ¿Quieres probarla? -. Ella se mordió el labio para contener la terrible excitación -. Chúpamela.

Cesó la masturbación y retiró la mano de la verga. Rosana levantó la cabeza. Carlota bajó del sofá y anduvo de rodillas hasta colocarse junto a su amiga. Rosana la besó y se encargó de retirarle el sostén. La dejó con sus picudas tetas a la vista, unas tetas de ennegrecidos pezones. Luego se desabrochó el suyo y la abrazó, con los pechos pegados y aplastados uno contra los otros. Carlota nunca había besado una mujer, nunca había acariciado su cuerpo de aquella manera. Tras la pasión lesbiana, juntas se volvieron hacia Nacho y juntas lamieron su polla, paladearon el sabor a fresa, mojaron todo el tronco y el glande de saliva. Arrastraban las lenguas por todos lados, la mordisqueaban con los labios, se comían los huevos y los bañaban en babas. Nacho, relajado, les acariciaba la cabeza con sus manazas. Parecían dos perras a cuatro patas haciéndole una bestial mamada, ambas con sus tetitas colgando hacia abajo y balaceándose levemente. Se incorporó y extendió ambos brazos para sacarle a cada una la tira del tanga y apartarla a un lado, dejando a ambas con el culito al aire, pegados, uno junto al otro. Volvió a reclinarse. Carlota parecía querer comerse la verga, como si nunca hubiera probado una, mamaba como una posesa sin parar de acariciarle los muslos de las piernas. Rosana se irguió y acarició el culito de su amiga. Cogió el consolador y lo acercó a la raja. Carlota sintió la goma abriéndole la raja y pegándose a su ano.

  • ¿Nunca te la han metido por el culo? – le preguntó Nacho.

Carlota dejó de mamar, aunque con las dos manos continuó sobándole la verga y los huevos. Miró por encima del hombro hacia Rosana, quien hurgaba en su culo con el consolador. Poco a poco le fue clavando la verga de goma en su ano. Ante la lenta dilatación, Carlota miró al frente con expresión de dolor, la frente fruncida y la boca muy abierta. Nacho le acarició las mejillas. Fue hundiendo despacio el consolador hasta el mango y en ese momento lo soltó dejándoselo clavado. Carlota agitaba la cabeza azotada por la sensación de dolor en el culo. Comenzó a sudar. Notó que Rosana le alisaba el cabello y le mordisqueaba la oreja.

  • ¿Le has chupado alguna vez el culo a un hombre? – le preguntó.
  • No…
  • ¿Quieres chupar el de mi marido? Le gusta cuando alguna zorra le chupa el culo…

Carlota asintió. Nacho se levantó y dio media vuelta arrodillándose encima del sofá y apoyando los codos en el respaldo, ofreciendo su culo blanco y encogido a las dos chicas. Rosana la agarró de los pelos y bruscamente le acercó la cara a la raja del culo de su marido. Con la nariz y los labios incrustados entre las nalgas hediondas, primero olfateó aquel olor. Aún llevaba el consolador clavado hasta el mango. Notó una fuerte guantada en la nalga.

  • Chupa, puta… - le ordenó Rosana -, chupa el culo de mi marido, cabrona…

Carlota comenzó a lamer aquel ano asqueroso siguiendo las instrucciones de su amiga. Lo lamía con toda la lengua fuera y deslizándola por encima del velludo agujerito. Rosana le presionaba la cabeza para que no pudiera retirarla. Estuvo lamiéndole el culo al amigo de su marido hasta que le oyó jadear. Cuando apartó la cabeza los huevos bailaban alocados entre las piernas, señal de que se la estaba sacudiendo. Nacho se giró hacia ella y en ese momento su esposa le agarró la polla para sacudirla sobre la cara de Carlota. Permanecía arrodillada ante él.

  • Abre la boca, guarra – la obligó Rosana.

Carlota abrió la boca y sacó la lengua. Rosana la sujetó de la barbilla con una mano mientras sacudía la polla con la otra. Aún tenía clavado el consolador dilatándole los esfínteres del ano. Nacho, de pie, sudaba como un cerdo. La punta de su polla golpeaba la lengua de su amiga. Emitió un rugido seco y unos segundos más tarde derramó pegotes de semen viscoso sobre la lengua de Carlota. Rosana la sacudió hasta dejar la lengua blanquecida por la crema. A continuación se lanzó a besarla para compartir la leche de su marido. Nacho observaba cómo se abrazaban y se morreaban y se fijaba en el consolador clavado en el culo de Carlota. Se tocaban los culos y procuraban rozar su coños. Rosana parecía desesperada, le pellizcaba las nalgas y le chupaba las tetas mordisqueándole los pezones. Nacho las observó mientras le daba unos tragos a la copa y unas caladas al puro y después sujetó del brazo a Carlota y la obligó a levantarse. Rosana aún permanecía arrodillada ante ella y aprovechó para lamerle su jugoso coñito a base de lengüetazos por toda la zona vaginal.

  • ¿Tomás la píldora o cosas de esas? – le preguntó Nacho.
  • Sí…
  • Quiero follarte, quiero llenar tu coño con mi leche.
  • Pero…

La obligo a dar media vuelta y tenderse sobre la mesa, con sus tetas aplastadas contra la superficie. Le sacó el consolador de un tirón dejándole el ano muy abierto y mojadito. Le bajó las bragas del bikini a tirones y se sujetó la verga para conducirla a los bajos del culo. Hurgó con la punta entre los labios vaginales y la embistió fuertemente sin avisar. Carlota gimió levantando la cabeza al sentir el grosor abriéndole el chocho severamente. Rosana se arrodilló tras su marido para chuparle el culo mientras se follaba a su amiga. La sujetaba por las caderas y la follaba a un ritmo uniforme, asestándole con violencia cuando la pelvis chocaba contra las nalgas. La brisa entraba por los ventanucos refrescando la estancia. Los gemidos de Carlota retumbaban en la noche. Gemía con una perra, envuelta en sudor, aferrada a los cantos, con sus tetas duras rozando la superficie de la mesa. Jamás la habían follado de aquella manera tan potente. Notaba el recorrido de la polla en el interior de su chocho y el pinchotazo final cuando ahondaba. Rosana, hastiada de lamerle el culo, se levantó abrazándole, procurando rozar el coño por las nalgas encogidas de su marido. Nacho comenzó a jadear secamente. Carlota gemía con los ojos cerrados, apretando los dientes, notando las manazas sujetando sus caderas, notando las hileras de sudor por su espalda. Sacó la polla de repente y la obligó a incorporarse. Le dio media vuelta, la cogió por el culo y la subió encima de la mesa.

  • Túmbate…

Carlota se echó hacia atrás. Nacho la cogió por los pies y le subió las piernas. Rosana se encargó de conducir la verga hacia el coño y bastó un severo empujón para clavarla de nuevo. Carlota elevó la cabeza de la superficie. Nacho la miraba con rabia, con hileras de sudor resbalando por sus pectorales y por la barriga. Comenzó a follarla muy fuerte, muy deprisa, la polla dilataba su coñito a una velocidad supersónica. Gemía con el ceño fruncido. Rosana rodeó la mesa y se curvó hacia ella para sobarle y chuparle las tetas. Jamás le habían echado un polvo así. Aquella gruesa verga bombeaba su coño con energía. De nuevo Nacho jadeó secamente y aceleró aún más las embestidas. No paró, pero Carlota percibió cómo derramaba gran cantidad de leche dentro de su chocho. Le asestó varias embestidas secas antes de extraer la polla. Carlota soltó un bufido, como si recuperara el aliento. Rosana le acarició el cabello y le estampó un besito en la frente.

  • ¿Te ha gustado, cariño?

Sólo asintió con la respiración acelerada. Nacho le atizó unas palmaditas en el chocho abierto, de donde manaba semen amarillento.

  • Ahora un baño y como nuevos…

Le vio caminar con la verga floja en busca del paquete de cigarrillo. Ella se incorporó. Le dolía el culo por el efecto del consolador y le escocía el chocho por el bestial roce de la verga al follarla. Tenía las tetas empapadas de babas. Se quedó sola. Oyó el chapuzón del matrimonio. Pensó en lo que había sucedido, en el tremendo dominio del morbo que la había empujado a semejante situación. Pensó en el pobre de su marido. Ahora era un cornudo de mierda. Aquel desmadre era alentador…

Tras recoger a los niños cerca de las cinco y media de la madrugada, el chófer de Nacho la llevó a casa. No pudo dormir, revivió cada instante en el camarote de la lancha, revivió cada sensación y cada gesto y precisó de una masturbación para aplacar su inquietud. También para serenarse se tomó una raya de coca y no paró de meditar acerca de su nueva vida. Se había dejado llevar por el morbo y había caído en las garras de la lujuria. Rosana la telefoneó al mediodía para interesarse por ella y estuvieron charlando acerca de lo sucedido. Le pidió que cuando llegara Gaspar, fueran al palacete a cenar, sólo los cuatro juntos.

Gaspar notó algo raro en su actitud en cuanto soltó el equipaje y se dieron la bienvenida. Supo que algo había pasado, pero no tenía agallas para enfrentarse al hecho y trató de disimular sus sospechas. La vio a escondidas esnifar media raya y entonces supo que su amigo Nacho se la había follado, la había colocado hasta aprovecharse de ella. Hijo de la gran puta, masculló para sí mismo, vapuleado por los celos y la rabia.

  • ¿Cómo lo pasasteis? – le preguntó.
  • Fenomenal. Son unos tíos estupendos. Hoy cenaremos con ellos allí en su casa.
  • Estoy cansado…
  • Pues no vengas si no quieres…

Carlota se levantó y abandonó el cuarto sin más explicaciones. Gaspar se sintió como un cero a la izquierda y maldijo su mala suerte con aquel traslado. Sobre las once de la noche llegaron al palacete. Enseguida la canguro se llevó a los niños a la casa de invitados. La velada iba a desarrollarse en el salón con vistas a la extensa e iluminada terraza. Carlota iba preciosa, con un vestido corto de seda, color rojo chillón, a juego con sus sensuales tacones, de finos tirantes y escote a pico muy flojo, de hecho el leve vaivén de sus pechos se apreciaban en cada zancada. A Gaspar le jodió verla tan erótica, daba la sensación de que se había arreglado para su amigo, pero no tuvo cojones de insinuar nada. Vio que Rosana estaba en bikini, cuyas bragas tanga dejaban su jugoso culito a la vista, cuyo sostén tapaban la pequeña zona de los pezones, dejando el resto de los pechos ante los ojos de la noche. Y más nervioso le puso el recibimiento de Nacho, con su bañador rojo tipo slip, abrigado por un fino batín que llevaba desabrochado para exhibir su barriga y el bulto de sus genitales. No llevaba coleta y sus pelos largos y canosos descansaban sobre sus hombros.

  • Qué guapos venís – les dijo -, nosotros acabamos de darnos un baño. Poneos cómodo. Os sirvo una copa.

Nacho sirvió unos vinos y se encargó de ir encendiendo la barbacoa. Las chicas deambularon juntas por el césped cuchicheando entre ellas, Carlota elegantemente ataviada con su vestidito rojo y Rosana con aquel tanguita que dejaba su culito al descubierto. Gaspar se tomó unos segundos para envalentonarse, para captar el valor necesario con el que enfrentarse a su amigo. Decidido y con las piernas temblorosas, se acercó hacia la barbacoa.

  • Oye, Nacho, quiero decirte una cosa. No te acerques a mi mujer, ¿de acuerdo?
  • ¿Qué sucede? – dijo sorprendido -. Coño, anoche pasamos un buen rato…
  • Ya me has oído, Nacho, sabes a qué me refiero…

La mirada de Nacho se enfureció en segundos.

  • ¿Tú me vas a amenazar a mí, mariconazo de mierda?

Las chicas se volvieron asustadas ante el vocerío.

  • Cálmate, ¿vale?. Pero no te…
  • Que te calles, hijo puta. ¿Quién coño eres tú para decirme a mí lo que tengo que hacer? ¿En mi casa? Tu mujer te la metes en los huevos, payaso. El puto maricón, lárgate de mi casa, joder. Te ofrezco mi amistad y mira cómo lo pagas.
  • ¿Qué sucede? – preguntó Carlota perpleja ante la fuerte discusión.
  • Tu marido, que es un puto mariconazo. Fuera, vamos, fuera de aquí los dos, a tomar por culo…

Nacho estaba tan alterado que Rosana les recomendó que se fueran. Después en casa, Carlota y Gaspar se enzarzaron en una fuerte discusión. Él la acusó a ella de dejarse encandilar y ella a él de aguafiestas y aburrido. Se insultaron y se cruzaron todo tipo de reproches, aunque Carlota no llegó a confesar que había mantenido relaciones sexuales con la pareja. Se acostaron en camas separadas. Llevaban años sin una discusión tan subida de tono. Gaspar recapacitó, tal vez se había precipitado y en realidad no había pasado nada. Por la mañana trató de disculparse y ella le perdonó fríamente, trató de aconsejarla de que la compañía de Nacho no era muy adecuada para su estilo de vida porque se movía a niveles muy alto y tenían otra forma de pensar, aparte de que se codeaba con traficantes de droga y podía empujarla hacia ese mundo cruel. Ella intentó por todos los medios dejarse seducir por los consejos de su marido con tal de reconducir su matrimonio tras la experiencia vivida, pero el morbo se había asentado en un rincón de su mente. Pasaron el domingo en la playa en plan familiar. Ella estuvo todo el tiempo abstraída y Gaspar temió que cayera en otra depresión. Además, estaba algo enganchada a la cocaína porque esa mañana del domingo la había visto esnifar. Debía ayudarla como quiera que fuese. Era la mujer de su vida. No podía perderla. Se esforzaría en buscar amigos más normales a través de los compañeros del trabajo.

El lunes se fue temprano al trabajo con la esperanza de regresar cuanto antes y no dejarla mucho tiempo a solas, aunque su trabajo era imprevisible y su salida podría demorarse en cualquier momento, pero estaba decidido a pedir permiso con tal de acompañarla. Carlota se pasó toda la mañana cuidando de los críos y jugueteando con ellos, aunque se sentía nerviosa e inquieta, hechizada de alguna manera por la experiencia vivida en alta mar. Necesitaba una dosis de coca para serenar sus impulsos y no dudó en llamar a Nacho. Era consciente de que aún no estaba enganchada y de que podía pasar de la coca, pero le servía de excusa para verle.

  • Hola, Nacho, soy Carlota. ¿Aún estás enfadado conmigo?
  • Contigo no, tú me caes bien, pero el maricón de tu marido. Me cago en su puta madre…
  • Ya lo sé, te entiendo, pero es que es muy celoso. Quería pedirte un favor.
  • Para ti lo que haga falta. ¿Qué necesitas?
  • Bueno, unos gramos.
  • De acuerdo. En un rato me paso por tu casa. ¿Está ahí ese maricón?
  • Está trabajando. Volverá tarde.
  • De acuerdo, nos vemos en un ratito. Un beso, guapa.

Se arregló eróticamente para él, maquillándose y colocándose el pelo con glamour. Luego se puso un tanga blanco transparente con una fina tira metida por el culo y un camisón corto de raso azul marino, con amplias aberturas laterales hasta casi la cintura, de hecho quedaban a la vista las finas tiras laterales del tanga. El escote era de pico y muy flojo, al menor movimiento podían salirse. Y para acentuar la sensualidad se calzó con unos zapatos de tacón. Primero se encargó de dormir al mayor de sus hijos y después confió al pequeño en brazos y se puso a deambular por el salón meciéndolo, con la esperanza de que se durmiera antes de la llegada de Nacho. Deseaba otro encuentro sexual con el amigo de su marido.

Gaspar convenció a su jefe para tomarse el resto del día libre y a la una y media del mediodía regresó a casa. Pensó en invitarla a comer en algún chiringuito de la playa y dedicar la tarde a tomar el sol con los niños. Vio sombra cerca de su casa y cuando estaba aparcando vio llegar a Nacho en su descapotable. Se quedó boquiabierto al verle, le temblaron las manos y una tremenda sequedad se apoderó de su garganta. Iba ataviado con su pinta de chulo. Pantalones blancos de lino, una camiseta de tirantes corta y ajustada, de hecho se veían los bajos de la barriga, y con su cabello canoso perfectamente engominado y con la cola hecha. Fue hacia la puerta principal, tocó el timbre y a los pocos segundos vio a su mujer con el niño en brazos. Los celos le azotaron las entrañas. Parecía una puta con aquel camisón y aquellos tacones. Se había vestido así exclusivamente para él. Cuando Nacho irrumpió en su casa y cerraron la puerta, bajó del coche y saltó la valla. Con mucho cuidado, caminó acuclillado hasta el borde de la ventana del salón y se asomó para espiarles.

Nacho y Carlota se besaron y se miraron el uno al otro con lujuria. Por suerte el niño ya se había dormido.

  • Perdona, voy a echar el niño en la cuna.

Se fijó en cómo meneaba el culito al caminar. Estaba muy erótica, seguro que con ganas de follar. Podía ver la tira de sus bragas por las aberturas laterales. Al inclinarse para tumbar al crío, vio sus tetas balanceantes bajo el escote.

  • ¿Quieres tomar algo?

Nacho esparció una raya de polvillo en la palma de su mano y la elevó hacia ella.

  • Pruébalo.

Carlota la esnifó respirando profundamente. Gaspar pudo ver cómo arrastraba la nariz por toda la palma de la mano de su amigo.

  • Gracias, Nacho, lo necesitaba.

Él le acarició el cabello y ella sonrió como una tonta.

  • Para ti hago lo que haga falta. Estás muy guapa.
  • Dime qué te debo…
  • No me debes nada, es un regalo, aunque no me importaría relajarme un rato contigo – no dejaba de alisarle el cabello -. ¿Te apetece hacerme una mamada?
  • Si te apetece…

Nacho se desabrochó el cordón del pantalón de lino y la prenda cayó por si sola hasta los tobillos. No llevaba nada debajo, Gaspar pudo apreciar desde la ventana su grueso pollón, sus venas hinchadas y sus huevos gordos y ásperos. La tenía floja, colgando hacia abajo. Carlota la miró con sus ojos viciosos. Retrocedió hasta el sofá y se sentó reclinándose y separando las piernas. Se encendió medio puro que llevaba entre los dedos y le dio unas caladas. Ella aguardaba de pie.

  • Quítate el camisón y arrodíllate…

Obedeció sacándose el camisón por la cabeza, exhibiendo sus picudas tetas de pezones oscuros, exhibiendo la delantera de unas bragas transparentes que permitían una visión clara de la zona velluda de la vagina. Gaspar les veía de perfil. Como un cobarde, permanecía inmóvil mientras los celos le provocaban severos escalofríos. Su esposa se arrodilló entre las robustas piernas de su amigo, las acarició con la palma de las manos y luego le sobó muy despacio la verga y los huevos con la intención de endurecerla. Permanecía erguida, a expensas de Nacho, que fumaba relajadamente observándola. Dedicó unos segundos a manoseársela con las palmas de las manos, pero la polla no parecía empinarse. Entonces la sujetó con la mano derecha y bajó la cabeza para lamerla. Estaba blandita y sabía a orín. Gaspar podía ver cómo la chupeteaba, cómo la enjuagaba con la saliva y la mordisqueaba con los labios. Nacho permanecía con los ojos cerrados y el puro en la boca. Poco a poco la polla fue poniéndose dura. Ella se la sacudía y la chupaba a la vez con la lengua fuera, a veces se la metía dentro de la boca y la iba sacando muy despacio con la lengua pegada al tronco. Se la mamaba despacio, con calma, relajadamente, sujetándola por la base con la mano derecha, acariciándole los huevos con la izquierda. Permanecía sentada sobre sus talones, curvada hacia él. Y Gaspar asistiendo como un imbécil a la mamada que su mujer le hacía a su mejor amigo. Qué rica estaba, ahora movía la cabeza deprisa de abajo a arriba apretando el tronco con sus labios, notando como el glande le taponaba la garganta. Chupaba como una perra, agitando la cabeza velozmente. Descansó retirando la boca e irguiéndose. Unos gruesos hilos de babas unían sus labios y la punta de la verga. Nacho expulsó el humo de la calada sobre ella.

  • Sigue, chúpame los huevos…

De nuevo se curvó para chuparle los huevos, pasando la lengua entera muy despacio por toda la masa blanda y peluda, saboreando sus bolas con pequeños mordiscones. Ahora era él quien se la sacudía mientras le lamía los cojones. Se los comía con hambre, impregnándolos de saliva por todos lados. Nacho soltó el puro en el cenicero para darse más fuerte y jadear con el entrecejo fruncido. Ella continuaba azotándole los huevos con la lengua, deseosa de probar su leche. Ya jadeaba secamente y de forma muy seguida. Se irguió a esperas de la corrida. Nacho apuntó hacia su cara y unos segundos más tarde varios escupitajos de semen amarillento se repartieron por su rostro. Pequeñas porciones le cayeron dentro de la boca y pudo saborear aquella leche condensada. Se posó el dorso de la mano por el párpado para limpiarse unos resquicios. Nacho continuó dándose hasta que la verga dejó de salpicar, entonces la soltó para relajarse con un profundo bufido. Ella, con expresión suplicante, no paraba de acariciarle los muslos de las piernas.

  • ¿Quieres follar, verdad? – le preguntó él -. Quieres que te eche un buen polvo -. Carlota sólo mantuvo su mirada lujuriosa, sin parar de deslizar sus manitas por aquellos muslos -. Vamos a la cama.

Carlota fue la primera en levantarse. Nacho se quitó la camiseta y se quedó completamente desnudo, con la verga bastante más lacia. Caminaron por el pasillo hacia la habitación. Ella marchaba delante meneando su culito y él detrás devorándolo con los ojos. Gaspar se fijó en su barriga y en cómo le botaban los genitales. Rodeó la casa en busca de la ventana que daba al dormitorio y se ocultó tras unas plantas. Podía contemplar la escena con todo lujo de detalles. Enseguida que Carlota entró en la habitación, Nacho la abrazó por detrás achuchándole las tetas y besuqueándola por el cuello. Notó la verga rozándole las nalgas.

  • ¿Quieres que te folle este culito?
  • Lo que tú quieras.
  • Te gusta ser mi putita, ¿verdad?
  • Sí…
  • Quiero que lo digas.
  • Quiero ser tu putita.
  • Quítate las bragas y súbete encima de la cama…

Acató la orden. Subió de rodillas encima de la cama y se colocó a cuatro patas, de espaldas a su amigo. Nacho le acarició el culo con ambas manos y después le abrió la raja para lanzarle un escupitajo al ano. La saliva se derramó lentamente desde el agujerito hacia los labios vaginales. Sintió que le metía medio dedo en el ano y percibió la misma sensación que cuando el consolador. Bufó ante el pinchazo y contrajo el culo. Le miró bajo las axilas y le vio sacudiéndosela para ponerla dura. Le atizó una palmada en la nalga para que no se moviera. Gaspar, desde su posición, pudo ver la marca de la mano.

  • Ábrete el culo… - le ordenó.

Para poder hacerlo, reposó la cabeza sobre el colchón y echó los brazos hacia atrás para abrirse la raja. Nacho ya sudaba como un cerdo, lo notaba cuando la acariciaba con sus ásperas manazas. Le acercó la polla al ano, pero se doblaba al intentar meterla. No la tenía dura del todo. Se la sacudió procurando golpear el chocho con el glande, como desesperado por endurecerla, y volvió a intentarlo, pero parecía de goma y se doblaba, ella podía notar el roce del glande. Acercó la boca para escupirle de nuevo y esparció la saliva alrededor con la yema del dedo pulgar. Subió un pie encima de la cama, se la agarró por la base y la acercó de nuevo al ano, pero se doblaba y resbalaba hacia el chocho.

  • Chúpamela un poco, joder…

Carlota dio media vuelta y se sentó en el borde, con su coñito rozando la rodilla de Nacho. Tenía la verga a la altura de la cara. La sujetó sacudiéndola y se la metió en la boca para deslizar los labios por todo el tronco. Aún sabía a semen, aún estaba blanda y debía agarrarla para mantenerla erguida. Él trataba de concentrarse con el roce de la lengua. Movía la cabeza arrastrando los labios desde la base del glande hasta los huevos, sin parar, a un ritmo uniforme. Con la mano izquierda le acariciaba aquel culo peludo y encogido. Poco a poco, sin dejar de lamerla, fue percibiendo las palpitaciones de las venas y la dureza de todo el tronco. Cuando dejó de chupársela, la tenía empinada y dura como un palo.

  • Date la vuelta…

Adoptó la misma posición, a cuatro patas y con las rodillas en el borde de la cama. Nacho le ajustó el culo a su pelvis y se agarró la polla para acercarla a la raja. La fue hundiendo entre las nalgas hasta rozar los esfínteres del ano. Poco a poco y sujetándosela, la fue hundiendo. Ella se quejó cerrando los ojos fuertemente y cabeceando. En cuanto le metió media polla, se la soltó y de una embestida seca, la hundió hasta el fondo. Gaspar oyó el gemido agudo e interminable de su esposa tras la enculada. Nacho se mantuvo con la verga dentro unos segundos, luego la agarró por las caderas y comenzó a follarla con implacables embestidas que la hacían temblar. En pocos segundos el cuerpo de Carlota hervía en sudor y tuvo que apoyar la mejilla en las sábanas y extender los brazos para que el culo se le abriera. Gaspar contemplaba aterrorizado. La follaba con energía, extrayendo media polla y clavándola hasta el fondo, obligándola a chillar de dolor. Apretaba los dientes para follarla con más potencia. Gruesas hileras de sudor recorrían aquel cuerpo asqueroso. Los gemidos estridentes de Carlota retumbaban en toda la habitación, mientras que a Nacho sólo se le oía su respiración acelerada. Sin parar de contraer el culo para ahondar con la verga, deslizó las manazas por su espalda y la agarró de los pelos para obligarla a incorporarse. Carlota elevó el tórax pegando su espalda a la barriga de su agresor. La cogió por el cuello con una mano y le zarandeó las tetas con la otra. Ahora permanecía como sentada sobre él, con la polla dilatándole el ano.

  • ¿Te gusta, zorra? – le preguntó meneando la pelvis contra las nalgas, sintiendo la presión de los intestinos sobre su pene.
  • Sí…
  • Puta, voy a romperte el culo. Pídemelo, zorra.
  • Fóllame, dame por el culo.
  • Puta…

Ahora se meneó deprisa, contrayendo el culo enérgicamente contra las nalgas de ella. La sujetó por los costados. Ella miraba hacia arriba gimiendo como una perra y sus tetas se vaiveneaban locas. Continuó meneando la cadera, hasta que la sujetó por los hombros para embestirla con más rabia. Carlota notaba que la polla salía y entraba velozmente ensanchando su pequeño ano. Nacho contrajo el culo de repente y emitió un jadeo muy profundo. Gaspar supo entonces que estaba llenando de leche el culo de su mujer. Ella se dejó caer sobre él y la abrazó sobándole las tetas, aún con la polla dentro derramando semen en abundancia. Tras un breve morreo, Nacho extrajo la polla del ano y se apartó de la cama. El tronco relucía por el semen. Gaspar distinguió cómo del ano manaba una leche viscosa y aguada. Uno de los niños comenzó a llorar, entonces Carlota bajó de la cama y salió enseguida de la habitación. Vio que Nacho se dejaba caer en su propia cama y se tumbaba boca arriba para recuperarse, aún con la polla tremendamente enderezada. Fue cuando Gaspar, destrozado y vapuleado por los celos, regresó al coche como un cobarde. Vio salir a su amigo media hora más tarde. Aguardó al menos una hora más en el coche, tratando de superar la tormenta de celos que se desataba en sus entrañas. Derramó lágrimas y fue incapaz de serenarse. Cuando entró en casa ella se comportó con él de una manera fría y despectiva, estaba hechizada por su nueva vida liberal. Apenas hablaron en toda la tarde y a la hora de dormir ella se fue a la cama muy temprano. Sabía que su matrimonio pendía de un hilo, le dijo que la amaba, pero ella sólo se limitó a sonreír.

A la mañana siguiente salió de casa en torno a las siete de la mañana, pero una vez fuera, telefoneó a su jefe para decirle que estaba enfermo y que no podría ir a trabajar. No podría concentrarse en las visitas que debía hacer sabiendo que su mujer se tiraba a su mejor amigo. Aguardó en el coche hasta cerca de la una, hasta que vio aparecer de nuevo el descapotable de Nacho. Llevaba el pelo sin coleta, suelto, los mismos pantalones de lino, una camisa playera y su puro en la boca. Vio que su mujer le abría con el mismo camisón sexy del día anterior. Pedazo de puta, eran amantes y follaban a diario. Saltó la verja para espiarles. Les vio en el salón. Su hijo el mayor correteaba con una pelota. Vio que Nacho le entregaba una bolsita con unos gramos. Vio que ella misma extendía una raya en la mesa y la esnifaba, después pasaba la lengua por la superficie para atrapar algunas motas del polvillo blanco. Se volvió hacia él.

- Gracias, Nacho. No sé cómo agradecértelo.

- Sabes cómo hacerlo.

Miró a su hijo y le agarró de la mano. Lo condujo hasta el cuarto de los juegos y cerró la puerta. Sabía que se entretendría con la multitud de juguetes y los dibujos animados de la televisión. Anduvo hasta Nacho, que aún permanecía de pie con el puro entre los dedos.

  • ¿Quieres que te la chupe?
  • Te gusta chuparme la polla, ¿verdad? -. Ella se mordió el labio -. Quítate las bragas, no quiero que lleves bragas cuando estás conmigo.

Se subió el camisón y se bajó el tanga hasta sacarlo por los pies. La tela del camisón volvió a caer tapando su coñito. Por iniciativa propia, se arrodilló ante él y muy despacio deshizo el nudo del cordón. El lino cayó por sí solo hasta los tobillos. Llevaba un slip burdeos muy ajustado. Le bajó la delantera hasta engancharla bajo los cojones. Tenía la polla muy floja colgando hacia abajo. La cogió sacudiéndola para enderezarla, pero la verga se doblaba hacia los lados. Con la mano izquierda le sobaba los huevos para acelerar la excitación. Se metió en la boca aquella gruesa salchicha blanda y empezó a exprimirla succionando, saboreándola, se la lamía metiéndosela entera, con los labios pegados al vello púbico, con los huevos pegados a la barbilla. Nacho fumaba mientras se la mamaba. Le costaba ponérsela dura. No paraba de follar y cada vez le costaba más trabajo. Ella se esforzaba en sorber y masticarla con los labios, a veces retiraba la boca y se la sacudía. Muy lentamente la verga se fue endureciendo y aumentando de tamaño. Las venas comenzaron a palpitar. Continuó mamándosela y acariciándole los huevos hasta que la tuvo completamente tiesa y a punto. Al sacársela de la boca, la tenía completamente mojada de tanto ensalivarla. Se la sacudió. Gaspar observaba a su mujer postrada ante su amigo como una vulgar sumisa. Nacho la agarró del brazo y la obligó a levantarse. La agarró por el cuello y la obligó a mirarle a los ojos.

  • Estás deseando que te la meta, ¿verdad, zorra? -. Carlota le miró con expresión de súplica -. Contesta…
  • Sí, fóllame, cabrón…

La empujó contra la mesa rectangular del salón. De espaldas a él, Carlota se echó sobre la superficie, con las tetas aplastadas y la barbilla apoyada, mirando al frente. Nacho le subió el camisón mediante fuertes tirones hasta dejarla con el culo al aire. Gaspar pudo apreciar su ano y su coñito caliente en el fondo de la raja. Se agarró la verga por la base y la condujo hasta pegar el glande al ano. Después le bastó un solo empujón para abrirle el culo con la habitual severidad. Carlota rugió con el pinchotazo y contrajo las nalgas, percibiendo esa mezcla de dolor y placer. Nacho ya le había dilatado el culo lo suficiente como para que el dolor pasara a un segundo plano. Y comenzó a follarla mediante contracciones del culo, sin apenas retirar la verga del ano, con la pelvis adherida a las nalgas de ella, con la barriga descansando sobre su cintura. Carlota gemía escandalosamente, así es que se llevó una mano a la boca para morderla y evitar los gritos. La follaba por el culo con una soltura impresionante, notando el tamaño deslizándose en su interior, notando sus manazas sudorosas por la espalda. Nacho, aún con el puro en la boca, apenas jadeaba, sólo apretaba los dientes contrayendo su culo encogido. Y Gaspar, de nuevo, testigo de aquel impresionante polvo. Le estuvo maltratando el ano durante al menos cinco minutos sin descanso, hasta que escupió el puro, cerró los ojos y la boca y se detuvo con todo el culo contraído, vertiendo gran cantidad de leche en todo su interior. Tras un par de suspiros, retiró la verga del culo y retrocedió unos pasos. Unos hilos se semen le colgaban de la punta. Gaspar, desde su posición, pudo distinguir el ano abierto y enrojecido de su mujer, de donde a los pocos segundos comenzó a manar leche viscosa. Se estaba subiendo el slip burdeos cuando Carlota se incorporó. Comenzaron a caerle gotas del coño, señal del manantial de flujos que chorreaba. Miró a su amante por encima del hombro, las piernas le temblaron y al instante se puso a mear con un chorro muy disperso. Nacho sonrió.

  • Hija puta, te he dado demasiado fuerte, no has podido aguantarte.
  • Joder… - exclamó ella mirándose, no había podido contenerse, la terrible excitación había incitado su vejiga.
  • Puta cachonda…

Tras las últimas gotas, recogió las bragas y se las pasó por el chocho para secarse. Sus mejillas se habían enrojecido, abochornada por la meada ante su amante.

  • Uff, lo siento, Nacho… Ha sido muy fuerte y no he podido contenerme…
  • No pasa nada, mujer. Yo también me estoy meando. ¿Dónde está el baño?
  • Ven, te acompaño.

Saltó el charco de orín y le acompañó al baño. Gaspar podía verles a lo lejos.

  • ¿Quieres agarrármela?
  • Sí, como tú quieras.

Se colocaron frente a la taza y ella se ocupó de bajarle el slip. Le sujetó la polla ya fláccida y apuntó hacia el interior. Enseguida comenzó a salir el chorro. Fue cuando Gaspar se retiró, cuando su mujer le sujetaba la polla a su amigo para que éste meara. De nuevo al coche, atormentado por las escenas, atormentado por el comportamiento lascivo de su mujer, atormentado porque se había convertido en la puta de su amigo Nacho. Y como un cobarde aguardó una hora más hasta que su amigo se fue. Y aguardó una hora más hasta llorar como un crío. Aquella situación debía cambiar.

Cuando Gaspar entró en casa un rato más tarde, Carlota le daba un biberón al pequeño. Se fijó en la zona donde se había meado tras el polvo que Nacho le había echado. Ya lo había fregado. Le estaba engañando, y parecía tan tranquila, como si la nueva vida fuera mucho mejor que su matrimonio. Le dio un beso en la mejilla y ella le correspondió con la misma frialdad de los últimos días. Gaspar, destrozado, no sabía cómo actuar, desde luego quería salvar su matrimonio a toda costa o sería un desgraciado.

  • Tengo el resto de la tarde libre. ¿Quieres que vayamos un rato a la playa con los niños?
  • Me ha llamado Rosana hace un rato y quiere que salgamos a cenar con ellos. Quieren arreglar las cosas. Y es de agradecer. Le he dicho que sí.
  • Me da igual la amistad de esa gente, mi amor…
  • Se han portado muy bien con nosotros y nos hemos hecho muy buenas amigas. Trágate tu orgullo, porque me apetece ir con ellos. Nacho quiere hacer las paces, después de que fuiste tú quien la liaste, como un crío celoso…
  • Sé que te ves con él – confesó con la voz temblorosa -, llevo un rato ahí fuera, le he visto salir…
  • ¿Me has estado espiando?
  • No, ha sido pura casualidad. ¿Miento?
  • No mientes, Nacho ha estado aquí, le pedí que viniera. No tengo mis pastillas, necesitaba serenarme un poco, me ha traído una raya. Y punto. No pasa nada.
  • Te estás enganchando por su culpa. No me fío de Nacho.

Carlota sospechó enseguida que su marido ya sabía que había follado con él y se encaró con más valentía.

  • ¿Por qué? ¿Por qué te tiraste a su esposa?
  • Carlota, eso pasó hace mucho tiempo.

Ella se levantó muy dispuesta para soltar el niño en la cuna.

  • Mira, si estás celoso, ése es tu problema. Con ellos me lo paso bien, Rosana es mi amiga, y esta noche quiero cenar con ellos. Me gustaría que me acompañases, pero la decisión es tuya…

Y le dejó con la palabra en la boca. Salió de la habitación precipitadamente. Gaspar bajó la cabeza, se encontraba entre la espada y la pared. Estaba dispuesto incluso a dejar su trabajo con tal de estar más tiempo con ella. Se tragaría su orgullo y la acompañaría a la cena.

A las ocho de la tarde ya estaban arreglados, él con un pantalón de tela azul marino y un polo de marca y ella ataviada con un vestido muy explosivo de color blanco. Estaba muy glamurosa y sensual. Era un vestido polo estrecho que definía las curvas de su cuerpo, con una tira larga de botones y talle bajo con cinturón, muy por encima de las rodillas. Llevaba unos zapatos con puntera abierta, medio tacón, de color blanco, con un lazo exterior en el lateral. Bajo el vestido, no llevaba sostén, sus tetas iban tan sueltas que los pezones quedaban señalados en la tela, y se había puesto un pequeño tanga blanco con la delantera de muselina. El encuentro entre Nacho y Gaspar en la puerta del restaurante no fue muy afectuoso, aunque se estrecharon la mano y Gaspar le pidió disculpas. La cena fue muy animada entre Nacho y las dos chicas, al contrario de Gaspar, con expresión ausente y sonriendo por compromiso. Trataba de participar en las conversaciones para no comportarse como un aguafiestas, quería a toda costa evitar que su mujer pensara que era un pasmarote. Entre todos bebieron bastante vino y después tres rondas de chupitos de whisky. Poco a poco todos se iban caldeando, menos Gaspar, pendiente de esa confianza entre su mujer y la pareja. Ya, sobre las once de la noche, Nacho dijo que les invitaba al spa Kilenso Relax, un hotel balneario ubicado a pocos kilómetros de la ciudad.

- ¿Ahora? – se sorprendió Gaspar acojonado, adivinando las intenciones de su amigo.

- Hay buen ambiente y lo vamos a pasar bien. Está abierto hasta bien entrada la madrugada. Allí nos relajamos y volvemos a casa como nuevos.

- A nosotras nos apetece, ¿verdad, Carlota?

Carlota miró a su marido de reojo antes de contestar.

  • Sí, nunca he ido a ninguno.

Fueron en el descapotable de Nacho. Era un hotel majestuoso ubicado en la sierra donde nada más entrar ya se respiraba el ambiente liberal. Allí había gente de mucha pasta y Nacho y su esposa parecían clientes habituales por el tratamiento que recibieron de los empleados. Tras soltarles una buena propina, recibieron cada uno unas toallas blancas y se fueron a los vestuarios. Un cuarto de hora más tarde se reunieron en un amplio salón con barra de bar y atiborrado de personas. Los cuatro aparecieron con las toallas liadas en el cuerpo, los dos hombres por la cintura y las mujeres desde el pecho, como muchos de los asistentes, aunque algunas mujeres iban en bragas y con los pechos al aire y mucho de los hombres, de todas las edades, en slip o bañador. Nacho saludó a un montón de gente, besó a varias mujeres guapas, hasta que ya en la barra se pidieron unas copas.

  • Bueno, yo voy a darme un masaje – anunció Nacho - ¿Alguno se apunta?

Carlota miró a su marido.

  • ¿Te apetece?
  • No, yo, yo ahora no.
  • Yo tampoco –añadió Rosana.
  • Vente, Carlota – le pidió Nacho -. Ellos nos esperan aquí.
  • Venga, vale, vamos.

Gaspar, muerto de celos por el ambiente que allí se cocía, vio a su mujer cómo acompañaba a su amigo hacia la puerta que conducía a la zona de masajes. Trató de animarse con Rosana, pero llegaron unos hombres y se pusieron a charlar con ella. Él aguardaba como un gilipollas rodeada de toda aquella gente. Se sentía ridículo y fuera de lugar. Rosana pasaba de él, ni siquiera le presentó a sus amigos.

Nacho le abrió cortésmente una de las salas y Carlota se encontró con una habitación rectangular de luz tenue con dos camillas. Había dos personas, un tipo joven y musculoso y una joven japonesa que saludó a Nacho nada más verle. Carlota, tímidamente, saludó al chico.

  • Hola, guapa, me llamo Dani.
  • Encantada.
  • Quítate la toalla.
  • De acuerdo.

Se despojó de la toalla y exhibió su precioso cuerpo. Sólo llevaba su tanguita, con la delantera tan transparente que Dani se fijó con descaro en la forma de su coño. También alzó la vista hacia sus pechos, duros y erguidos. Carlota vio que Nacho, en slip, se había tumbado boca abajo en la camilla y la japonesa le masajeaba por los hombros y la espalda.

  • Túmbate, mirando hacia arriba.
  • Vale…

Primero se sentó en el borde y después se tumbó mirando hacia el techo. Dani se untó las manos con una especie de aceite. Ella le sonrió cuando le acercó las manos a los hombros. Comenzó a masajearla, después por el cuello y muy despacio deslizó las palmas hacia las tetas. Empezó a sobarle las tetas con delicadeza, recreándose en los pezones, acariciándolas muy suavemente, impregnándolas de aceite. Tales caricias incitaron el ardor de su vagina. Se miraban a los ojos. Le sobaba las tetas con arte, zarandeándole los pezones con la yema de los pulgares. Volvió la vista hacia la camilla de Nacho. Se había vuelto hacia arriba y la japonesa le estaba haciendo una paja. Le había bajado la delantera del slip y le sacudía la verga a modo de suaves masajes. Volvió la mirada hacia Dani. Sus manos bajaron por el vientre, pasaron por la cintura hasta acariciarle las piernas. Le dio un relajante masaje en los pies. Las manos regresaron por las piernas, se recrearon en los muslos, hasta que la derecha, muy lentamente, se metió por el lateral de las bragas e invadió su coñito. Carlota respiró profundamente al sentir el roce de la mano por toda la zona vaginal. Le acariciaba el chocho con suavidad y delicadeza, frotando con las yemas la rajita y el clítoris. Cerró los ojos y emitió un jadeo juntando las piernas, como si quisiera atrapar la mano de Dani en el chocho. Nacho había elevado el tórax para observarla mientras la japonesa le hacía una mamada. Carlota miró a su masajista con cara de súplica, como si con la mirada le pidiera que la follara con los dedos. Pero retiró las manos de las bragas.

  • Date la vuelta…
  • Vale…

Se tumbó bocabajo, con la mejilla girada hacia la camilla de Nacho. Intercambiaron una mirada. La japonesa se comía la polla con desparpajo. Primero Dani le bajó el tanga hasta los muslos y la dejó con el culo al aire. Al masajearle las nalgas, le abría el culo y se lo cerraba, trataba de que las yemas de sus pulgares le rozaran el ano y la zona vaginal. La puerta de acceso era transparente y Gaspar lo contemplaba todo desde el pasillo. Un extraño le había bajado las bragas a su mujer y le estaba masajeando el culo ante sus ojos, le estaba masajeando el culo en presencia de su amigo Nacho, al que una japonesa le chupaba la polla sin parar. Pero de nuevo se acobardó y regresó de puntillas a la zona del bar. Se pidió otra copa, Rosana continuaba charlando con amigos y amigas que se iba encontrando. Lo estaba pasando realmente mal, él era de otra manera como para integrarse en aquel mundo, como para compartir a su esposa con otros hombres.

En la sala de masajes, Dani no paraba de abrirle y cerrarle el culo, excitándola en cada segundo.

  • ¿Te gusta, guapa?
  • Sí…

Sintió la yema de un dedo deslizarse desde la rabadilla hasta el ano. Era el dedo índice de la mano izquierda. Al tenerlo lubricado por el aceite, lo fue sumergiendo con facilidad en el agujerito hasta llegar al nudillo. Carlota contrajo las nalgas con el dedo dentro del culo y frunció el entrecejo mirando a Nacho, al que la japonesa lamía la leche por su barriga tras haber eyaculado. Después Dani acercó la mano derecha al coñito y con la misma lentitud le metió dos dedos, el índice y el corazón, unidos, con la mano en forma de pistola. Follada por los dedos doblemente, meneó la cadera y gimió débilmente. Chorreó líquido en abundancia mojando la mano de Dani, que empezó a masturbarla con ambas manos, hundiendo el índice en su culo como si estuviera escarbando y taladrando su chocho con los dos dedos de la mano derecha. La sensación resultaba electrizante y se puso a gemir continuadamente, elevando el culo y bajándolo, meneando la cadera y contrayendo las nalgas, absorbida por el placer que el proporcionaba el chico. Vio a Nacho de pie a su lado alisándole el cabello mientras Dani la follaba con ambas manos. De nuevo fluyó intensamente flujo vaginal del chocho manchando las sábanas de la camilla y la mano de Dani. Contrajo fuertemente las nalgas y con las nalgas contraídas emitió un gemido profundo. Entonces le sacó el dedo del culo y retiró la mano derecha del chocho.

  • Te ha hecho una buena paja mi amigo Dani, ¿eh? -. Le asestó una palmada en el culo – Anda, ponte las bragas, vamos un rato a la sauna. A lo mejor tu marido se apunta.

Se incorporó subiéndose el tanga y colgándose la toalla del brazo. Se despidió de Dani con un par de besos y acompañó a Nacho hasta el pasillo. Rosana había convencido a Gaspar para pasar un rato en la sauna y en el pasillo se reencontraron los cuatro. Gaspar vio a su mujer en bragas, con aquellas bragas transparentes, junto a su amigo, con aquel slip ajustado, después de que un extraño le hubiese estado magreando el culo. Estaba tan campante, como si tal cosa, y le dolía su comportamiento, pero la amaba, no quería perderla por nada en el mundo y si hiciera falta estaba dispuesto a soportar cualquier actitud. Con su talante dicharachero, Nacho les ofreció los brazos y las dos mujeres le acompañaron sujetas a él con Gaspar tras ellos en el papel de imbécil. Pasaron por un jacuzzi donde un grupo de personas desnudas se divertían y relajaban. Llegaron a la sauna, un habitáculo cuadrado de unos 14 metros, de madera, compuesto por tres filas de gradas en tres de los lados y una televisión plana empotrada donde se reproducían escenas pornos de películas míticas. Nada más entrar sufrieron el tremendo golpe de calor y en pocos segundos sus cuerpos hervían en sudor. Una mujer cincuentona, sólo ataviada con unas braguitas naranjas, permanecía sentada en las gradas de la derecha. No era muy guapa y tenía unos pechos muy fofos. La saludaron y luego comenzaron a acomodarse. Rosana se despojó de la toalla y se quedó como su amiga Carlota, con las tetas al aire y con unas braguitas negras de satén. Gaspar, acomplejado y con el rostro retraído, tomó asiento en la grada de debajo de la izquierda sin ni siquiera quitarse la toalla del torso. Y con perplejidad contempló cómo su amigo Nacho se bajaba el slip y se quedaba desnudo, con su ancha verga empinada y sus huevos gordos balanceándose con cada movimiento. Y osadamente se acomodó en las gradas frente a la puerta, entre las dos mujeres. Gaspar se fijó en cómo el costado de su mujer rozaba el cuerpo velludo y sudoroso de su amigo. Los cuerpos brillaban intensamente por los chorreones de sudor. Enseguida Rosana se puso a tontear con su marido echándose sobre él y besuqueándole por el cuello. Carlota, al lado de ellos, les observaba con media sonrisa en la boca. Tras un intenso morreo, Rosana deslizó su mano por encima de la polla de su marido acariciándola con la palma. Le dio varios pases hasta que la agarró para sacudirla pausadamente. La cincuentona se metió la mano dentro de las bragas anaranjadas y comenzó a masturbarse. Podía verse su chocho peludo al tensar la tela. Gaspar, nervioso, tragó saliva. Nacho le miró con seriedad.

  • La hija puta está cachonda – añadió refiriéndose a su mujer, quien no paraba de moverle la polla y besuquearle por el cuello -. ¿Quieres follártela? ¿Cómo en los viejos tiempos?

De nuevo sonrió como un idiota sin atreverse a mirar a su mujer.

  • No, yo no…
  • Prefieres a tu mujer -. Miró hacia Carlota -. ¿Por qué no le haces una paja a tu marido?
  • No, de verdad – saltó Gaspar abochornado, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano -, yo aquí, bueno, yo no me concentro.
  • No me toques los cojones, Gaspar.
  • Que no, Nacho, en serio…
  • ¿Quieres que me toque los huevos tu mujer? ¿eh? -. Miró hacia Carlota -. Tócame los huevos, que lo vea tu marido… Seguro que así se anima… -. Carlota apenas reaccionó y se mantuvo inmóvil. La cincuentona se atizaba en el coño con soltura, pendiente de la masturbación que Rosana llevaba a cabo -. Venga, hostias, tócame los huevos, seguro que le gusta mirar.

Ciertamente, a Carlota le excitaba que su marido estuviera observándola y no dudó en extender el brazo y comenzar a masajearle los huevos mientras Rosana le meneaba la verga. Gaspar observaba la manita de su mujer, con sus uñas pintadas de un tono morado, sobando los huevos brillantes por el sudor. Al estar inclinada hacia él, el pezón de su teta izquierda acariciaba el costado peludo de su amigo. Nacho y Rosana se morreaban a la vez. La cincuentona no paraba de abrirse el chocho con ambas manos, inspirada por la escena que se desarrollaba ante sus ojos. Rosana cada vez le meneaba la polla con más soltura. La manita de Carlota pasó de los huevos al muslo, pero Nacho la miró enseguida.

  • No dejes de tocarme los cojones…

Y de nuevo se los volvió a sobar, mediante débiles achuchones, zarandeándolos hacia los lados. Cuando quiso dirigir la mirada hacia su marido, éste bajó la cabeza. Sufría con verla y ella se esforzó en amansarle bien los cojones mientras Rosana le pajeaba. Pronto Nacho empezó a cabecear con los ojos cerrados y a emitir continuos jadeos. Su mujer agitó más el brazo machacándosela más fuerte. Carlota procuraba agarrarle los huevos y meneárselos. La cincuentona se frotaba el coño con fuerza y Gaspar seguía mirando como un memo. En cuestión de segundos, la polla derramó porciones de semen viscoso sobre la barriga que Rosana se encargó de extender con la palma de su mano, dejando la polla reposando a un lado. Se enzarzaron en un apasionado beso, pero Carlota continuaba acariciándole los huevos en presencia de su marido. Gaspar ya no aguantaba más y sin decir palabra abandonó la sauna. Se dirigió hacia la zona del bar, cada vez más llena de gente, y se pidió un whisky solo para intentar serenar sus nervios. En el otro extremo vio al árabe, al ricachón Asir Lemad, el tipo que había intentado ligarse a su mujer. Estaba rodeado de mujeres guapas y algunos hombres. Permanecía desnudo, sólo una corta toalla a modo de minifalda ocultaba sus genitales. Un cuarto de hora más tarde apareció Nacho acompañado de las dos mujeres. Rosana iba completamente desnuda y Carlota con sus bragas transparentes, ambas recién duchadas y con el cabello cepillado hacia atrás. Enseguida Nacho se acercó al grupo de Asir y éste saludó a las dos con besos en las mejillas. Su mujer se prestaba a la diversión. Cinco minutos más tarde, vio que Nacho se separaba del grupo para charlas con unos hombres y Rosana y Carlota acompañaban a Lemad a una zona de reservados. Les vio entrar en un habitáculo tras unas cortinas. Gaspar, hundido, apuró el vaso y buscó un sofá donde dominar sus penas y celos.

Lemad las condujo a una sala reservada y exclusiva para los buenos clientes. Un foco iluminaba tenuemente la estancia. Había un confortable sofá en forma de L, en medio una mesita llena de bebidas y enfrente una cama redonda con sábanas rojas. Había un hombre sentado en un extremo del sofá bebiendo una copa, también con la toalla alrededor del torso. Tenía al menos setenta años, medio calvo, sólo tenía una hilera de pelos canosos con forma de herradura alrededor de la cabeza. Estaba rellenito, con una barriga fofa y muy blanca, aunque las piernas las tenía muy raquíticas. Lemad le saludó y le presentó como el señor Velezzi. Las dos mujeres se inclinaron para besarle y después se sentaron flanqueando a Lemad. Rosana comenzó a ponerse tontona acariciándoles los pectorales a Lemad.

  • ¿Por qué no le enseñas a mi amiga tu gran polla? -. Le pidió Rosana. Miró a Carlota -. Seguro que es la más grande que hayas visto nunca.
  • ¿Por qué no se la enseñas tú?

Muy dispuesta, desató el nudo y apartó la toalla a un lado descubriendo una polla delgada pero increíblemente larga, más de veintidós centímetros de carne dura. Rosana la cogió con dos dedos y la zarandeó hacia los lados. Lemad miró a Carlota.

  • ¿Te gusta? ¿Quieres tocarla?

Entre las dos, le acariciaron la polla desde la base hasta el glande, recreándose en esa dureza y en ese glande afilado. Carlota llegó a sujetarla y sacudirla. El viejo se tocaba los genitales con la toalla encima.

  • Estáis poniendo a mi amigo cachondo. ¿Le gustan mis amigas, señor Velezzi?
  • Están muy buenas.

Lemad miró a Carlota.

  • ¿Por qué no le relajas un poco? Quítate las bragas y enséñale tu culito…

Acató la sugerencia como una orden. Se levantó bajándose las bragas con lentitud. El viejo se levantó del sofá para sentarse en el borde de la cama redonda de sábanas rojas. Se acercó al viejo y cuando estuvo a su altura, dio media vuelta hacia Asir y Rosana, dejando su trasero a escasos centímetros del rostro del viejo. Rosana le pajeaba con soltura, ambos pendientes de ella. Se inclinó ligeramente para que su raja se abriera y notó cómo Velezzi le plantaba una mano en cada nalga y acercaba su nariz para olerlo. Dedicó unos segundos a olerle el culo, después le pasó la lengua por el fondo de la raja impregnándole el coño y el ano de saliva. Era una lengua gorda que arrastraba hasta la rabadilla. Le chupo el culo durante un rato, hasta dejárselo bien mojado. Luego le besó las nalgas hundiendo los labios en ella. Rosana se había subido encima de Lemad y cabalgaba ágilmente clavándose la verga en el coño.

  • Date la vuelta…

Al hacerlo, el viejo había retirado la toalla de su torso y exhibía una polla pequeña y delgada, como una salchicha, con unos huevos pequeños y duros, todo salpicado de vello muy largo y canoso.

  • Chúpame, vamos, chúpame… - apremió tumbándose hacia atrás.

Carlota se arrodillo entre sus raquíticas piernas. Iba a hacerle una mamada a un tipo que podía ser su abuelo, de cuerpo asqueroso, pero ya estaba atrapada por la aureola de placer. Le cogió la verga con la derecha, estaba blanda, aunque tiesa, y acercó la boca para lamerla, para saborearla, para degustarla, metiéndosela entera sin problemas y mojándola de saliva por todos lados. Dedicó un tiempo a chupetearla, pero después le lamió aquellos huevos pequeños y duros, provocando gemidos en el viejo, que movía la cabeza y respiraba por la boca ante la profunda excitación. Quería mamar, quería chupar vergas. Su marido lo contemplaba desfallecido tras las cortinas. Había ido a buscarla para decirle que la amaba muchísimo y que quería irse a casa para hacer el amor con ella, para comenzar de nuevo. Y la había encontrado haciéndole una mamada a un viejo de setenta años mientras Lemad y Rosana follaban como locos en el sofá. Mamaba como una perra hambrienta. Ella misma se encargó de levantarle las piernas para chuparle el culo, un culo arrugado y blanco inundado de vello canoso. Lamió el ano con furia, primero con la punta de la lengua y luego deslizándola hasta los huevos. Tras lamerle el culo, se irguió para sacudirle la pequeña pollita. En ese momento, el viejo se levantó y la sujetó del brazo obligándola a levantarse. Carlota se tumbó de espaldas en la cama redonda. La cabeza le sobresalía por el otro lado y le colgaba hacia abajo. El viejo se echó encima, primero chupándole las tetas y luego morreándola a mordiscones. Ella le abrazó acariciándole la espalda y elevó ambas piernas para cruzarlas sobre el culo del viejo. Al abrírsele el chocho, enseguida notó cómo la penetraba, aunque por la delgadez, no notó ningún dolor. Y empezó a follarla contrayendo el culo. Y ambos empezaron a gemir. El viejo se esmeraba en hundirla, pero acezaba como un perro. Carlota dejó caer la cabeza de nuevo y descubrió a su marido asomado. Su cuerpo se movía por las embestidas del viejo. Se miraron a los ojos. Ella bajó las piernas del culo de Velezzi, pero se espernacó para que viejo continuara follándola. La mirada con su marido duró hasta que el viejo frenó en seco, con el culo contraído, derramando la leche dentro de coño. Con la pollita dentro, Velezzi se lanzó a besarla, pero ella continuaba con los ojos en su marido. Allí, besada y follada por un extraño, fue cuando Gaspar supo que todo se había terminado. Anduvieron unos meses juntos, por los niños, pero ella salía diariamente de fiesta y regresaba de madrugada, inmersa en su nueva vida liberal. Tras las Navidades, Carlota le pidió el divorcio y le dejó medio arruinado. Gaspar nunca más volvió a estar con ninguna mujer, sólo se esforzó en sobrevivir.

Fin. Joul Negro.

OPINIONES: joulnegro@hotmail.com

Gracias por vuestros comentarios.

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