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Tu madre y yo somos unas cerdas, cariño.

en Amor filial

 

Tu madre y yo somos unas cerdas, cariño.

(Tu madre y yo somos unas cerdas, cariño. Es lo que le dijo Adriana a su novio mientras espiaban a la madre de éste, presenciando como se liaba con Curro, su cuñado, hermano de su marido. Muchas dosis de incesto, homosexualidad y dominación en esta trepidante historia de una familia muy pervertida, donde la madre y la novia de Emanuel se convierten en unas cerdas)           

Curro se iba a vivir con su hermano Mario. Curro tenía 55 años, llevaba viudo desde hacía diez años, sin hijos, viviendo solo, casi siempre desempleado, sin apenas ingresos, por lo que el banco le había embargado la vivienda por los continuos impagos y le había puesto de patitas en la calle. Por caridad, su hermano Mario le había recogido a pesar de las reticencias de su familia, y eso que Curro se llevaba bien con Elisa, su cuñada, y con Emanuel, su sobrino. Había sido la oveja negra de la familia. Desde que perdió a su mujer, se había convertido en una cabeza loca sin luces, en un adicto al juego, sobre todo a las máquinas tragaperras, a las juergas nocturnas y los clubes de alterne, así hasta llegar a un punto sin retorno como había sido el desahucio. Físicamente, daba asco verlo por su increíble dejadez. Medía más de metro ochenta, pero estaba excesivamente gordo, con una barriga muy redonda y abultada, con una barba negra muy tupida que le cubría toda la cara y una cabellera cuadrada casi siempre rapada. Mario y Elisa eran un matrimonio normal y corriente de treinta y seis años cada uno que vivía felizmente en un tercero de noventa metros cuadrados, en un barrio obrero de la periferia de Madrid. Mario trabajaba como mecánico en una fábrica y Elisa era ama de casa. Ganaban lo suficiente como para ir tirando sin muchos inconvenientes, con su hipoteca, sus tarjetas de crédito, sus préstamos, pero mensualmente desahogados. Estaban enamorados el uno del otro, se conocían desde que eran jóvenes, habían sido fieles el uno al otro y sus relaciones sexuales eran bastante frecuentes y algunas veces divertidas, por lo que ni uno ni otro podía quejarse de la típica monotonía, salvo el hecho de hacerlo siempre con la misma persona. Tenían un hijo, Emanuel, que acababa de cumplir los dieciocho y estudiaba formación profesional. El chico tenía novia formal, una chica muy guapa llamada Adriana, con la que llevaba saliendo tres años. Corría el mes de agosto cuando Curro se trasladó al piso de su hermano cargado de dos maletas y numerosos enseres. El piso constaba de tres habitaciones, la de matrimonio, la de Emanuel y una que usaban como cuarto trastero, por lo que decidieron que se instalara en el cuarto de su sobrino, donde había dos camas separadas por una mesita de noche. Tanto Elisa como su hijo Emanuel esperaban que la visita de Curro fuese temporal, aunque de alguna manera les daba pena de que se hubiese quedado en la calle, al fin y al cabo no era mala gente y en otros tiempos siempre estuvo dispuesto a hacerles cualquier favor. Cuando Elisa y Mario se casaron, desinteresadamente, Curro les cedió una casa para que vivieran el tiempo que hiciera falta y les prestó dinero para que salieran adelante, sin exigencias de ningún tipo, así es que de alguna manera, le estaban agradecidos y no tuvieron inconveniente en devolverle el favor cobijándolo en casa por tiempo indefinido. Además, Curro era el único hermano de Mario, la única familia directa que le quedaba. De no haber sido por ellos, Curro tendría que haberse dedicado a vagabundear.

Era la primera noche que dormía en casa. Habían cenado los cuatro en la cocina. Su hermano y su cuñada se fueron a la cama y él aguantó un rato viendo la televisión con Emanuel, que aún estaba de vacaciones en el centro donde impartían las clases. Viendo la película, Curro se quedó adormilado y al poco rato se puso a roncar, unos ronquidos escandalosos que retumbaban en toda la casa. Emanuel se fue a su cuarto a jugar un rato con el móvil y casi una hora más tarde entró su tío para acostarse.  Mientras se desvestía, le preguntó a su sobrino por la novia.

-          A ver cuándo me la presentas. Seguro que debe ser muy guapa.

-          Sí, lo es – le respondió tumbándose y arropándose.

Cuando se quitó la camisa, Emanuel se sorprendió de su hinchada barriga, una barriga dura y peluda con una pronunciada curvatura. Tenía la piel muy blanca, en contraste con el vello negro del cuerpo, un vello que se extendía densamente por sus pectorales, brazos y parte de la espalda, una espalda ancha y corpulenta de blandos michelines. Cuando se quitó los pantalones, vio que llevaba un ajustado slip blanco cuya tela se hundía en las carnes, con los laterales tapados por los michelines de los costados. El vello genital se extendía hasta las ingles, le sobresalía por el borde superior y por los lados de la delantera, a igual que parte de sus cojones, tenía unos huevos tan grandes que no le cabían en el slip, con el pene apretujado. Ciertamente, su aspecto seboso y velludo resultaba repugnante. Sonrió al recordar un comentario de su novia una vez que hablaron de fantasías eróticas y ella le dijo que había fantaseado con hacerlo con un hombre maduro, con mucho vello y un poco gordito. Desde luego, si Adriana viera a su tío así, en calzoncillos, seguro que se le quitaban las ganas. Emanuel era alto y tenía un cuerpo robusto, piernas y brazos corpulentos y tórax fornido, con una piel de un tono rojizo, prácticamente sin vello en todo el cuerpo, ni tan siquiera en la zona genital. Cuando le vio echarse en la cama, se fijó también en su culo, un culo muy rechoncho de nalgas mantecosas. Apagó la luz y le costó dormir por los ronquidos que despedía.

 

       Mario salió de la casa antes de las siete de la mañana para estar puntual en el trabajo. La jornada empezaba a las ocho en punto y entre los trasbordos de metro y autobús, empleaba cincuenta minutos en atravesar la ciudad. Curro estaba acostumbrado a levantarse temprano y sobre las siete y media de la mañana se despertó. La luz del amanecer entraba por las rendijas de la ventana e iluminaban parte del cuarto. Su sobrino dormía como un angelito. Ya hacía calor para ser tan temprano. Sólo ataviado con el slip, salió de la habitación y miró hacia ambos lados del pasillo, sin saber dónde ir. Vio al fondo la puerta del cuarto de su hermano, entreabierta, igualmente iluminada por la luz de la mañana. Descalzo, sin hacer ruido, fue a asomarse y se llevó la grata sorpresa de ver a su cuñada tumbada de costado en el centro de la cama, con una pierna estirada y otra flexionada hacia delante, mirando hacia la pared. Tenía un camisón negro de tirantes, de muselina, subido hasta la mitad de la espalda, y sin bragas, por lo que su culo quedaba expuesto a los ojos de su cuñado, perplejo bajo el arco de la puerta, a sólo metro y medio de la cama. Se pasó la mano por encima del paquete al verla sin bragas, desnuda de cintura para abajo. Era un culo blanco de nalgas blandas y abombadas, una piel muy pulida sólo salpicada de algunos granitos rojos, con una raja profunda donde se le distinguía con claridad el ano, un orificio de un tono rosado con los esfínteres muy señalados. Al tener una pierna flexionada hacia delante, se apreciaban los pelillos del chocho en la entrepierna, unos pelillos que se extendían hasta el inicio de la raja. Joder, qué culo, qué sorpresa pillarla así, qué buena estaba la hija de puta, por muy esposa que fuera de su hermano. Era una mujer atractiva a pesar de tener el cuerpo algo rellenito. Tenía una media melena de cabellos entrelazados, de un tono rubio dorado pálido, con puntas rubias, descansando sobre el tono oscuro del camisón. Parecía dormida profundamente. Se bajó la delantera del slip y se agarró la verga sacudiéndosela despacio, tratando de enderezársela, concentrado en el culo de su cuñada, tratando de examinar el ano y los pelos del coño que sobresalían de su entrepierna. Qué suerte que durmiera sin bragas, que tuviera el camisón corrido y que su hermano se hubiera dejado la puerta abierta. Llevaba mucho tiempo sin ver una mujer desnuda, desde que se quedó sin pasta para ir a los clubes. Ya tenía la verga muy tiesa y aceleró los meneos, sin apartar los ojos del culazo de su cuñadita.

Emanuel entreabrió los ojos y comprobó que la cama de su tío estaba vacía. Consultó la hora. Era temprano. Se levantó y abrió la puerta. Cuando torcía hacia al pasillo, retrocedió rápido para ocultarse, al ver a su tío masturbándose asomado al cuarto de su madre. Le veía de perfil, con el slip enganchado bajo los cojones. Vio sus huevos gordos y blandos, con la piel áspera cubierta de vello largo, le colgaban hacia abajo como unas pequeñas ubres. Luego vio cómo se meneaba la verga, una verga gruesa, no muy larga, con el capullo entrando y saliendo del pellejo al son de los tirones que se daba. Respiraba fatigosamente, podía oír sus exhalaciones, embelesado con alguna postura erótica de su madre. Le resultó morboso que se hiciera una paja espiándola. Ciertamente, debía de estar muy desesperado, con lo putero que había sido siempre. Las carnes de la barriga le vibraban por las agitaciones del brazo. Vio que elevaba la cabeza y entrecerraba los ojos, atizándose tirones más fuertes, agarrándosela por la punta, hasta que ladeó el cuerpo hacia una maceta y al cabo de unos segundos comenzó a verter leche sobre las hojas, una abundante cantidad de nata muy líquida y blanca, a chorros, chorros gruesos que no cesaban, como si fuera una meada entrecortada. Emanuel jamás había visto una corrida tan abundante, ni en las películas, y no le extrañaba con aquellos huevos tan gordos. Tras exprimirse el capullo, se subió el slip y volvió a echar un vistazo al interior de la habitación, después caminó más allá, con las nalgas de su culo botando con las zancadas, hasta adentrarse en el cuarto de baño. Debía de haberle resultado una escena asquerosa, pero a Emanuel le pareció muy morboso, incluso su polla se había empalmado. Cuando oyó el grifo abierto del baño, recorrió el pasillo y se asomó a la habitación de sus padres, encontrándose a su madre con el camisón subido y el culo al aire. Ladeó la cabeza para examinarle el ano rosado, cerradito, arrugadito, e igualmente distinguió los pelos del chocho provenientes de la entrepierna. No sabía que su madre dormía sin bragas. Miró hacia la maceta y se asombró de la corrida. El semen tupía la tierra del recipiente y gruesos pegotes colgaban de las hojas, era como si hubiera nevado. En ese momento, su tío salió del baño y le descubrió ante la maceta. Dio unos pasos hacia él y se detuvo mirando hacia el culo de su cuñada.

-          Joder, sobrino – le dijo en voz baja -, me he hecho una paja, lo siento, pero es que la he visto así… Entiéndeme.

-          No pasa nada, tío, es normal.

-          No digas nada, haz el favor, pero es que…

-          Tranquilo.

-          Mira qué culo tiene, ummmm -. Los dos miraron a la vez hacia el cuerpo de Elisa, fijándose con atención en el ano y en los pelos del chocho -. Cualquiera se resiste, ¿eh, sobrino? -. Emanuel sonrió sin apartar los ojos del culo de su madre -. Entran ganas de echarle un buen polvo. Mírala, parece una puta. Qué buena está… Bueno, voy a tomar un café antes de que se me hinche otra vez. Hazte una paja si quieres, con ese culo de tu madre, cualquiera se resiste…

Le dio un manotazo en el hombro y continuó hasta torcer hacia el otro pasillo que conducía hacia la cocina. Emanuel se volvió hacia la cama y dio un paso para acercarse, deteniéndose a pocos centímetros del culazo blanquito de su madre. Se inclinó hacia la cama y ladeó la cabeza asomándose bajo el culo, distinguiendo un trozo de la raja del coño, una rajita jugosa y peluda con el clítoris apretujado. En ese momento se metió la mano dentro del pantalón del pijama para frotarse con fuerza la verga. Recorrió con la nariz toda la raja, oliéndole el culo, hasta llegar a la rabadilla y regresar hasta la entrepierna, aspirando el olor que desprendía el culo de su madre, así hasta que eyaculó manchando el interior del pantalón. Después se irguió, algo arrepentido de lo que acababa de hacer, de lo que acababa de compartir con su tío de 55 años. Vertió una jarra de agua en la maceta para disolver el semen de las hojas y la tierra. Regresó a su cuarto para tratar de reflexionar sobre su inmoral comportamiento. Acababa de masturbarse oliéndole el culo a su madre, tras haber presenciado como su tío se masturbaba espiándola. Pero la situación había sido muy morbosa. La puerta del cuarto se abrió de pronto y apareció su tío con el slip, con todo el paquete temblándole con los movimientos.

-          Ven – le dijo en voz baja -. Se ha dado la vuelta y ahora se le ve todo el chocho.

En complicidad con su tío, se levantó y le siguió por el pasillo hasta que llegaron al cuarto, fijándose en cómo también le botaba su culo gordo. Efectivamente, su madre yacía ahora boca arriba, con las piernas separadas y la cabeza ladeada hacia la pared. Mantenía el camisón subido a la altura del ombligo, con sus enormes tetazas acampanadas caídas hacia los costados, transparentándose a través de la muselina. Se le veía todo el chocho, una mancha triangular de un vello denso que bajaba por la almeja hacia la entrepierna y se extendía hasta las ingles.

-          Mira, la hija puta, se le ve todo el coño – susurró refregándose primero y metiéndose la mano después -. ¿No te la follarías? -. Curro se fijó en la mancha del pantalón del pijama -. Te has hecho una paja, ¿eh, cabroncete?

-          Me da cosa porque es mi madre, pero me ha puesto muy caliente verla así – reconoció algo ruborizado -. Está muy buena.

-          Joder, cómo me pone la muy puta. Desde que no me tocan la polla… - lamentó sin apartar los ojos de ella -. Necesito que me toquen… Llevo mucho tiempo sin estar con una mujer -. Se bajó la delantera del slip y descubrió su verga tiesa, gruesa y de venas hinchadas, con el capullo sobresaliendo del pellejo -. ¿Por qué no me das un poquito mientras miramos a tu madre? Hazme ese favor, sobrino, necesito que alguien me toquen la polla o si no voy a reventar…

Emanuel, perplejo por la petición de su tío, sonrió de manera estúpida mirando de reojo su polla empinada, con la punta rozando los bajos de la barriga. Jamás había tenido una experiencia homosexual, ni se le había pasado por la cabeza, pero la morbosa situación de espiar a su madre desnuda le provocaba unas sensaciones eléctricas cargadas de placer. Que la mirara un cerdo seboso como su tío le resultaba extremadamente lascivo.

-          Pero es que aquí – susurró algo nervioso -. Se puede despertar.

-          Vamos al baño aunque sea, pero hazme ese favor… - le suplicó su tío.

-          Bueno, está bien, vamos al baño…

Caminó detrás de él, fijándose en las nalgas abultadas de su trasero, hasta que se adentraron en el baño. Se encargó de echar el cerrojillo para no correr riesgos. Su tío abrió la tapa de la taza, se bajó la delantera del slip y se puso a mear. Emanuel aguardaba observando cómo caía el chorro dentro de la taza. Su tío volvió la cabeza hacia él.

-          Qué buena está tu madre, sobrino, imagina mi polla metida en su chocho. Ummm…

Terminó de mear y sin sacudírsela se bajó el slip hasta quitárselo por los pies. Emanuel examinó su cuerpo peludo al sentarse en la taza y reclinarse sobre la cisterna, con sus piernazas separadas y los huevos gordos colgándole hacia el interior de la taza. Daba asco, pero la morbosidad le superaba. Dio unos pasos hacia él y se arrodilló entre sus rodillas. Le entró por la nariz su fragancia de macho. Le rodeó la polla con la mano derecha y le tiró hacia atrás del pellejo para destapar el glande. Aún le brotaba algo de pis. La tenía dura como un hueso, con las venas hinchadas y algunos pelillos por la base del tronco. Erguido y postrado ante él, se la empezó a menear despacio, tirándole del pellejo hacia atrás para descubrir el rojizo capullo y volviéndolo a tapar al tirar hacia arriba.

-          Ufff, sobrino, qué bien… Ummm – exhalaba con los ojos entrecerrados -. Ahora mismo me estoy imaginando que eres tu madre… Ohhh… Ahhh…

Se la apretaba fuerte cerca del capullo aumentando las sacudidas poco a poco. Los huevos le bailaban al son de los tirones que recibía la verga. Le estaba haciendo una paja a su tío y se sentía muy excitado por ello. Se bajó la delantera del pijama y se agarró la verga con la izquierda para machacársela. Una polla en cada mano, dos masturbaciones sincronizadas. Su tío vio cómo él también se la meneaba.

-          Cómo nos pone la hija puta de tu madre, ¿eh? … -. Su sobrino le miraba a los ojos, como un sumiso, dándole cada vez más premiosamente -. ¿Por qué no me la chupas un poco? ¿Eh? No pasa nada por un poco de mariconeo, nadie va a enterarse… Anda, dame unas chupaditas…

Deslizó un poco la palma hacia la base del tronco, cesando los meneos, y le tiró del pellejo para descubrir el capullo. Tímidamente, acercó la boca y le lamió el glande con la punta de la lengua, llegando a saborear el pis acumulado y el sabor rancio de la verga, con la frente rozándole la peluda barriga y atizándose fuerte en su pene.

-          Ohhh…. Cómo me gusta… Ummm…

Rodeándole el capullo con la punta de la lengua, se dio más fuerte a su pene y eyaculó en la baldosa. Apartó la boca y reanudó las sacudidas, de una manera aligerada, provocándole ahogados gemidos y que los huevos danzaran alocados. La barriga comenzó a subir y bajar fruto de la acezosa respiración. Soltó un chorreón de leche que le alcanzó el labio inferior, resbalando hacia la barbilla. Sin parar de derramar leche, formando un charco en el borde de la taza, se la bajó enseguida apuntando hacia el interior y se la sujetó mientras manaba leche. Una corrida espectacular. Se la sacudió y retiró la mano soltándosela, a la vez que se subía la delantera del pijama. Su tío trataba de recuperar las fuerzas bufando como un cerdo, con la polla empinada hacia arriba. Se puso de pie, arrancó un trozo de papel higiénico y se limpió el labio y la barbilla. Luego el mismo trozo lo pasó por el borde, entre los muslos de su tío, para secar el charquito de semen.

-          Qué bien, sobrino… Límpiamela, anda…

Ya estaba poniéndose lacia cuando se la sujetó para secarle el capullo. Después, Curro se levantó, se puso el slip y abandonó el baño sin decirle nada. Emanuel se aseguró de que todo estaba limpio de semen. Los pegotes flotaban en el interior de la taza. Tiró de la cadena y se lavó bien las manos. Cuando regresó a la habitación, el muy cerdo se había vuelto a tumbar y se había quedado dormido. Se vistió deprisa y media hora más tarde salió de la casa. Había quedado con su novia para desayunar fuera.

 

        Se encontró con su novia Adriana en una cafetería. Era una chica muy mona. Alta, delgada, culo pequeño y redondito, pechos pequeños y picudos, bastante duritos, y una melena larga y rizada de color negro, con ojos verdes y labios gruesos. Era una chica simpática y en cuanto al sexo bastante abierta, de hecho con su novio había probado incluso la penetración anal, no tenía inconveniente en mamársela, ver pelis pornos con él, navegar por Internet o dejar al descubierto sus fantasías eróticas o sus pequeñas travesuras, como cuando era más joven y espiaba a su padre para verle el pene. Le gustaba que la miraran y le gustaba provocar, como muchas veces hacía con el jefe de su padre, un viejo verde al que se le iban los ojos cada vez que la veía. Y Emanuel estaba al tanto de sus jueguecitos. Solían compartir esos secretos íntimos. A pesar de su actitud ardiente, jamás se había desmadrado y tanto uno como otro siempre habían sido fieles. Pero trataba el sexo como un tema natural y divertido.

-          ¿Qué tal con tu tío? Ya está en casa, ¿no? – le preguntó a Emanuel.

-          Calla, menudo espectáculo. Iba a contártelo ahora.

-          ¿Y eso? – se sorprendió - ¿Qué ha pasado?

-          Bueno, de película. Primeramente me acordé de ti cuando le vi ayer, desnudo, en mi habitación. Duerme en la otra cama.

-          ¿Te acordaste de mí? – sonrió -. ¿Y eso por qué?

-          ¿Te acuerdas cuando me contaste que tenías fantasías con hombres maduros y un poco gordos?

-          ¿Es gordo?

-          Tiene una buena barriga, y peludo, madurito, muy macho, como a ti te gustan.

-          Era una fantasía, ¿eh?, no sé yo si a la hora de la verdad me atrevía con un ogro así…

-          Pues me puse cachondo imaginándote con él – reconoció dándole un mordisco a la tostada.

-          ¿Sí? ¿En serio? Serás cabrón -. Le dio un cariñoso manotazo en el brazo -. O sea, que no te importaría que me acostara con un gordo, viejo y peludo.

-          Es tu fantasía – le recordó.

-          Ten cuidado, canalla, que como me enfades, me tiro a tu tío.

-          Jajaja, no serías capaz.

-          No me tientes – le retó ella -. ¿Te gustaría verme follar con él?

-          No sé, amor, me he puesto muy cachondo esta mañana, hasta he estado a punto de hacerle una paja – le mintió, algo avergonzado de contarle exactamente la verdad.

-          ¿Qué ha pasado? – preguntó asombrada.

-          Cuando me levanté esta mañana, le pillé haciéndose una paja en la habitación de mi madre, en la puerta…

-          ¡No jodas!

-          Mi madre estaba dormida, con el camisón subido y todo el coño y el culo a la vista. Ni se ha cortado, al final nos hemos hecho una paja. La situación era, no sé, me dijo que por qué no le daba, pero le dije que no. Pensé en hacérsela, pensando que eras tú.

-          Joder, tío, qué morbo. Podías haberle hecho una paja.

-          Te voy a decir la verdad – le dijo Emanuel -. Al final se la hice, en el baño.

-          Me estás poniendo muy caliente, Emanuel – le confesó ella -. ¿Cómo la tiene?

-          Muy gorda y muy dura, se la hice pensando que eras tú quien se la hacía. Si quieres esta tarde vienes a casa y le conoces.

-          Podíamos incitarle, puedo ir ligera de ropa…

-          Corro el peligro de que te vea y me obligue a pajearle, está salido, lleva años sin estar con una tía…

-          Eso me encantaría – subrayó ella.

-          Vale, esta tarde le conocerás.

 

      En la casa, Curro se encontraba de pie en la cocina, apoyado de espaldas en la encimera, con un bañador y una camiseta de tirantes, echando un pitillo, cuando apareció su cuñada, toda desmelenada, recién levantada de la cama, y sorprendentemente con el camisón negro puesto, un picardías de muselina bastante cortito, con volante en la base, donde se entreveían las curvas de su cuerpo, como el balaceó de sus dos tetas blandas, con sus pezones pegados a la gasa, chocando una contra la otra, así como la mancha del chocho. Ummm, la hija de puta nunca había tenido pudor a exhibirse y la recordaba como cuando hacía top less en la playa. Dio los buenos días con voz atontada y dijo que necesitaba café. Mientras se lo servía junto a la cafetera, pudo verla de espaldas, pudo verle la raja del culo, claramente tras la gasa, con sus nalgas meneándose fláccidamente con sus movimientos. Examinaba su cuerpo con descaro, sin importarle que se percatara, llegando a rascarse los huevos ante sus ojos. Se sentó a la mesa para tomarse el café con un dulce y cruzó las piernas, con sus muslos a la vista, con el coño apretujado entre los muslos, visible a través de la tela, y con la base de las tetas reposando sobre la superficie. Qué ganas de follársela, cuánto le gustaría que fuera puta. Ella le preguntó qué tal había pasado la noche y él le dijo que fenomenal. Hablaron unos minutos y después Elisa se levantó para dirigirse hacia el baño. Sin que se diera cuenta, Curro la siguió, atento al contoneo del culo y al temblor de las nalgas. Se había quitado las zapatillas para que no la oyera. Tuvo suerte de que no llegó a cerrar la puerta del todo. Primero la vio de espaldas, enjuagándose la cara y lavándose los dientes, después arrancó un trozo de papel para limpiar el borde de la taza de gotitas de pis, gotitas de Curro, quien había meado un rato antes. Se subió el camisón hasta la cintura, sujetándoselo con los antebrazos. De nuevo, Curro se embelesó con el culo de su cuñada, al natural, de nalgas blanditas y blancas, con una raja oscura y profunda, con los pelillos del chocho asomando en la entrepierna. Se sentó en la taza a mear, con los pechos casi rozándole los muslos, ahora obteniendo una visión de su coño entre las dos ingles, un coño de vello denso que cubría toda la rajita. Al terminar de mear, se pasó al bidé, sujetándose el camisón a la altura del ombligo. Curro llegó a distinguir el clítoris sobresaliendo de la vulva. Se lavó el chocho mediante refregones con la palma de la mano, salpicándoselo con agua fresca, para luego secárselo con una toalla pequeña. Curro se contuvo y no se masturbó. Cuando se puso de pie, el camisón volvió a taparla y dejarla solo expuesta a las transparencias, pero empujó la puerta para cerrarla y a los dos minutos oyó la ducha. Esperó y la vio salir al poco rato con una toalla liada dirigiéndose hacia su cuarto, donde sí tuvo la mala suerte de que cerró la puerta. Entró en el baño y olió el camisón colgado en la percha, después se bajó el bañador y se lo pasó por la polla y los huevos, pero cuando la oyó salir, volvió a colgarlo. Su cuñada salió decentemente vestida con un pantalón negro de tela, bastante ancho, y una blusa de manga corta. Le dijo que si quería acompañarla, que iba al supermercado, pero Curro le dijo que no, que prefería quedarse en casa y hojear el periódico en busca de ofertas de trabajo.

        Al mediodía, Mario vino a casa y mientras tomaban una cerveza en la cocina a esperas de que la comida estuviera lista, pudo percatarse de cómo su hermano Curro le miraba el culo a su mujer. Elisa se había cambiado para estar más cómoda. Llevaba unas mayas blancas ajustadas de cinturilla baja, donde se le transparentaba la sombra de unas bragas negras, luego llevaba una camiseta cortita de tirantes de color verde botella, con escote en U, sin sostén, por lo que sus pechos sufrían ligeros vaivenes al moverse, con los pezones clavados en la tela. Cada vez que se agachaba, parte de la raja del culo le sobresalía por la tira superior de las mayas y a su hermano se le iban los ojos. Le conocía bien, estaba muy salido y tras años de viudez y arruinado, muy necesitado sexualmente. Siempre le había gustado ir de putas, incluso él en alguna ocasión le había acompañado, aunque sin llegar a echar un polvo. Entendía que se le fueran los ojos tras Elisa, seguro que llevaba mucho tiempo sin estar con una y seguro que se conformaba con hacerse pajas, y que alguna inspiradas en su esposa. Con lo putero que había sido su hermano y ahora a pan y agua. Hasta sintió pena por él. Emanuel también se fijó en las continuas miradas de su tío hacia su madre. La verdad es que su madre estaba buena, tenía un cuerpazo macizo y ahora, debido al morbo, la veía con otros ojos. Almorzaron los cuatro juntos en la cocina hablando de diversos temas, como si allí no se cociera nada. Después, Curro se fue a echar la siesta, Emanuel salió a buscar a su novia y Mario se quedó en la cocina para ayudar a Elisa a recoger la mesa.

-          Me he fijado en cómo mi hermano te miraba el culo – le confesó -. No sé si tú te has dado cuenta.

Ella se quedó perpleja, con las cejas arqueadas y una media sonrisa.

-          ¡Será guarro y pervertido! ¿Y no le has dicho nada?

-          Qué quieres que le diga, tiene que estar desesperado, llevará años sin estar con una tía, es normal -. Le atizó una palmadita en el trasero -. Y más con este culito que tú tienes…

-          Con lo mujeriego que ha sido siempre, habrá ido de putas…

-          Si no tiene ni donde caerse muerto.

-          Vamos, que sin darme cuenta, se la estoy empalmando – bromeó.

-          Pues yo creo que sí, cariño.

-          Vaya, vaya con tu hermano… ¿Y a ti no te importa? ¿Me lo dices así, tan campante?

-          Deja que disfrute el pobre hombre – se burló Mario en medio de risas, ganándose un manotazo de su esposa.

-          Serás cabrón…

En cuanto limpiaron la cocina, aprovechando que Mario libraba esa tarde, se arreglaron y salieron para hacer un montón de recados que tenían pendientes.

 

        Emanuel y Adriana llegaron a casa en plena siesta, antes de las cinco, para aprovechar la ausencia de sus padres. Ella iba despampanante, arreglada conscientemente para deslumbrar al baboso del tío de su novio. Llevaba unas sandalias de tacón grueso, pero altos, para realzar sus curvas con las zancadas, unas falditas vaqueras muy ajustadas y excesivamente cortas, dejándola con los muslos dorados de sus piernas a la vista, y para la parte de arriba una camiseta morada igual de ceñida, cortita, con el ombligo a la vista, con sus pechitos picudos señalados en la tela y con un escote flojo que permitiera una vista del interior. Emanuel llevaba un pantalón de chándal y una camiseta negra de tirantes. Encontraron a su tío sentado en el sofá del salón viendo la tele, con un bañador corto y una camiseta blanca de tirantes que le dejaba a la vista los bajos de la barriga peluda. Cuando les vio aparecer, se irguió en el sofá, pero sin llegar a levantarse.

-          Mira, tío Curro, es mi novia, Adriana.

-          Hola, encantado, qué novia más guapa.

-          Gracias, encantada – le saludó ella.

Se inclinó para darle dos besos en sus mejillas barbudas y al hacerlo le permitió una visión del interior de su escote, con sus dos tetitas colgando hacia abajo, picuditas, tipo cono, con unos pezones puntiagudos en mitad de diminutas aureolas. También le echó una ojeada a sus piernas, largas y delgadas, de piel lisa y tostadita, y a su vientre plano, con su pequeño ombliguito.

-          Es una experta en informática – le aclaró Emanuel -. Viene a formatearme el ordenador.

-          Es bueno saberlo, aunque yo de ordenadores…

-          ¿Queréis un café? – se ofreció ella -. Sin un café a primera hora de la tarde, no soy nadie.

-          Venga, un café – la animó Curró, embelesado en aquel cuerpo joven y bello.

Adriana se giró y se encaminó hacia la cocina, exponiendo su culito redondito pegado a la tela de la falda, contoneándolo con sensualidad. Emanuel tomó asiento al lado de su tío, quien no despegaba los ojos de su novia.

-          Joder, cabronazo, qué buena está la hija puta. Y le he visto las tetas.

-          ¿Te gusta? Y encima es muy simpática.

-          Debe de dar gusto follársela.

Desde el sofá, tenían una visión de la cocina y la veían preparar el café. Para coger las tazas del armario de arriba, Adriana alzó los dos brazos para abrir la portezuela y coger los envases y entonces la falda se elevó unos cuantos centímetros, dejándola con medio culo al aire, con la tira del tanga blanco apreciándose en el fondo de la raja, con sus nalgas redonditas y duritas. Curro dispuso de unos instantes para deleitarse con el culito y se refregó varias veces la zona de la bragueta en presencia de su sobrino.

-          Mira qué culito, ummm, parece que no lleva bragas…

-          Es que usa tanga…

-          Joder, cómo me gustaría follarme a esa cabrona. Le rompería el puto culito ése que tiene

Emanuel sonrió para incitarle, como dándole a entender que le daban igual los comentarios. Adriana regresó con las bandejas y le entregó una taza a cada uno, después acercó una silla para sentarse frente a ellos, conversando animadamente con su habitual simpatía. A veces cruzaba las piernas mostrando su despampanante muslo y otras las descruzaba, separándolas, con la faldita corrida hacia las ingles, dejando que Curro le viera las bragas, la delantera del tanga, una delantera de muselina blanca donde se apreciaba su coñito depilado, su rajita impoluta. Tenía la verga como si le fuera a reventar. Tras beberse el café, Adriana se levantó y se dirigió hacia la mesa del ordenador, ubicada junto al mueble bar, en el otro extremo del salón. Afanosamente, se puso a teclear de espaldas a ellos, en la otra punta de la estancia. Curro mantenía la mirada clavada en ella y Emanuel continuaba sentado a su lado.

-          Joder, sobrino, tu novia me ha puesto muy cachondo – le susurró en voz baja -. Le he visto hasta el coño, lleva unas bragas transparentes. Hija puta…

-          Usa ropa interior muy erótica – le incitó Emanuel a conciencia.

-          Necesito desahogarme, ¿por qué no vamos a la habitación?

-          Pero es que…

-          Será un momento… Sino me voy a correr aquí mismo.

Curro se levantó dirigiéndose hacia la salida.

-          Nena – Adriana le miró por encima del hombro -. Voy con mi tío a enseñarle una cosa, vuelvo enseguida.

-          Yo aquí voy para rato.

Siguió a su tío por el pasillo hasta que se adentraron en la habitación que compartían. Emanuel se preocupó de no cerrar la puerta del todo. Su tío se giró hacia él y se bajó el bañador de golpe hasta dejarlo en los tobillos, a modo de grilletes. Tenía la verga empalmada y se la sacudió meneando los huevos, con la punta rozándose la barriga. Había empezado a sudar, las gotas le cocían en las sienes y la frente y finas hileras le corrían por la curvatura de la panza.

-          Ponte ahí, contra la pared, y bájate el pantalón.

Siguiendo los deseos de su tío, Emanuel se bajó el pantalón hasta la mitad de los muslos, dejando su culo de nalgas rojizas expuesto. Se colocó contra la pared, con los brazos en alto, la frente apoyada y el pene aplastado, como si fueran a cachearle. Enseguida notó cómo su tío se pegaba, cómo notaba la presión de su barriga sudorosa en la espalda, acariciándole los costados con sus manazas, cómo le rozaba con la barba por la espalda, percibiendo su aliento en los cabellos. Le encajó el tallo de la polla en la raja del culo y comenzó a menearse masturbándose, simulando que le follaba. Emanuel ladeó la cabeza hacia la puerta. Vio a su novia asomada, contemplando cómo su tío se masturbaba con su culo. Tenía el tallo de la verga completamente incrustado en la raja y flexionaba y estiraba las piernas para masturbarse, rozando la barriga por la espalda, acariciándole los costados, imaginándose que se trataba de ella. Emanuel, excitado, notaba la dureza de la verga. En el pasillo, Adriana se había metido la manita dentro del tanga y se acariciaba el coño presenciando cómo Curro se masturbaba con el culo de su novio. Examinó su cuerpo seboso, su piel blanca y velluda por todos lados, sus muslos y brazos robustos, su culo gordo encogiéndose, su barriga presionada contra la espalda de Emanuel, su mirada eléctrica jadeando, las hileras de sudor resbalándole por el cuerpo. A veces cruzaba una mirada de complicidad con su novio, pero enseguida sus ojitos se iban hacia el cuerpo maduro de Curro. Había soñado y fantaseado muchas veces con hombres maduros y muy machos, de los que daban caña en la cama, de los de pelo en pecho, pero nunca había visto uno al natural, tan de cerca, tan seboso, y con la morbosidad añadida de que simulaba que se follaba a su novio. Observaba el cuerpo de Emanuel apretujado contra la pared. Curro dio un paso hacia atrás. Adriana pudo fijarse entonces en el grosor de la verga, en su glande asomando por el pellejo, en su erección, empinada hacia arriba, con las venas hinchadas, y pudo fijarse en sus huevos colgantes, peludos y grandes.

-          Cierra las piernas – le dijo acezando -. Quiero imaginarme que eres la putita de tu novia.

Emanuel, mirando hacia ella, notó que manchaba la pared al tener la polla pegada, fruto de una eyaculación precoz. Juntó bien las piernas. Su tío colocó la verga en posición horizontal y flexionó ligeramente las piernas para meterla entre los muslos de las piernas de su sobrino, rozándole los huevos con el tallo de la polla, simulando que la penetraba en algún chochito. Y comenzó a echar el culo hacia atrás y a embestirlo masturbándose ahora con la presión que ejercían los dos muslos sobre la polla, presionándole la espalda con la barriga cuando ahondaba. Adriana se daba fuerte en el coñito al ver a su novio como una puta maricona. La polla entraba y salía de entre los muslos, con la parte de arriba del tronco rozándole los huevos. Emanuel la miraba con el ceño fruncido, tratando de mantener la polla atrapada entre las piernas. Su tío comenzó a bufar moviéndose más deprisa. Emanuel procuraba echar el trasero hacia atrás para facilitarle la penetración. Adriana en el pasillo se clavaba los dedos aligeradamente. Tras un par de minutos masturbándose de esa manera, de nuevo Curró dio un paso atrás para machacársela a la desesperada, hasta que de pronto una meada de leche salió disparada hacia el culo de su sobrino, regándolo por todos lados. Adriana, alucinada por el potente chorro blanco, se sacó la mano del tanta para observar cómo le meaba el culo de semen, una corrida que le dejó numerosas hileras blancas resbalando por sus nalgas, gruesos goterones deslizándose por el fondo de la raja y pasando por encima de su ano y varias salpicaduras por las traseras de los huevos. Ni en una peli porno había visto una eyaculación tan abundante. Las hileras caían por las piernas de su novio como torrentes hasta frenar en donde tenía arrugado el pantalón del chándal. Tuvo que quitarse la camiseta para limpiarse el culo y las piernas mientras su tío se subía el bañador y retrocedía hasta sentarse en la cama. Miró de reojo hacia la puerta y no la vio. Se subió el pantalón del chándal.

-          Joder, tu novia cómo me ha puesto, con esa pinta de putita que tiene, debe de dar gusto follársela -. Se echó hacia atrás para relajarse -. Qué culo tiene la muy cabrona…

Con el tórax desnudo, se asomó el pasillo y vio que no estaba. Fue hacia el salón y la vio sentada en el sofá, esperándole, con las piernas cruzadas. Se sentó a su derecha y en ese momento ella descruzó las piernas separándolas.

-          Te dije que me iba a obligar, Adri…

-          Qué morboso – jadeó ella -, ummm, te trata como a un maricón -. Se subió la falda hasta las ingles descubriendo el tanga -. Mastúrbame – le pidió ella relajándose -. Cómo te follaba, ummm

Erguido y ladeado hacia ella, extendió el brazo derecho y le metió la mano por el lateral del tanga meneándole la rajita del chocho con suaves movimientos circulares. Con los ojos entrecerrados, Adriana meneaba la cadera al sentir la presión y el roce de las yemas, con la mente puesta en el cuerpo maduro de Curro, con la mente puesta en la escena donde simulaba haberse follado a su novio, rozando la gruesa polla por su culo. Tuvo que masturbarla hasta que ella le sujetó el antebrazo, entonces Emanuel retiró la mano del tanga y ella se bajó la falda para taparse.

-          Ha sido impresionante, qué pasada – subrayó ella.

-          ¿Te lo tirarías?

-          No sé, me ha puesto muy cachonda. Es tan morboso y tú tan maricón.

-          ¡Serás cabrona!

-          Anda, vámonos, antes de que se me vaya la cabeza

Emanuel fue a su cuarto a por otra camiseta. Su tío continuaba tumbado, despierto y relajado. Luego regresó al salón y abandonaron la casa electrizados por la experiencia lujuriosa que acababan de vivir.

 

     Mario y Elisa llegaron al anochecer, casi al mismo tiempo que Emanuel. Curro veía la televisión sin camiseta, exhibiendo su grandiosa panza. Le echó un vistazo a las curvas de su cuñada, ataviada con las mayas blancas. Elisa le pidió a su hijo que la ayudara a en la cocina y Mario le llevó a su hermano una lata de cerveza, sentándose a su lado. Pero los ojos se le iban tras el culo de su cuñada cada vez que la veía pasar por la cocina. Mario sonrió ante el descaro de su hermano y Curro le miró.

-          ¿De qué te ríes?

-          Jajajaja, se te ve el plumero macho, no le quitas ojo al culo de Elisa, podías ser más precavido, hombre

-          Tienes una mujer que está como un tren, como para no mirarla. Perdona, es que estoy que reviento. ¿Sabes desde cuándo no echo un polvo?

-          Imagino…

-          ¿Folláis mucho?

-          Lo normal, no sé, va por rachas.

-           ¿Por qué no me dejas algo de pasta para irme de putas?

-          Sí que estás desesperado. Paso de dejarte dinero para putas.

-          Estoy hasta los huevos de hacerme pajas, hermano. Préstame a tu mujer aunque sólo sea para que me haga una paja.

-          Lo que el señorito quiera -. Le atizó unas palmaditas en la barriga -. Además, con esta panza, ¿crees que puedes ser su tipo?

-          Eso me da igual, me conformo con que me haga una paja.

Mario se levantó sonriendo.

-          Anda, vamos a cenar, y luego te la presto un rato. Estás apañado…

Cenaron los cuatro en la cocina sin mucha conversación de por medio y estuvieron más pendientes de las noticias. Después vieron la televisión hasta que se fue acercando la hora de acostarse. Curro, tras varios bostezos, fue el primero en levantarse y dar las buenas noches. Medio minutos más tarde lo hizo Elisa. Cuando recorría el pasillo, vio que su cuñado irrumpía en el baño y empujaba la puerta sólo un poco. Se detuvo en mitad del pasillo con la intención de fisgonear, cobijada en la penumbra, con una perspectiva del interior del baño. Vio cómo se bajaba el bañador y se fijó en su culo gordo y peludo, con una raja profunda cubierta de un denso vello y sus cojones colgando entre las piernas, flácidos y tan peludos como el resto de su cuerpo. Se asombró cuando vio que descolgaba su picardías negro, lo olía y después se lo pasaba por la polla y los huevos, sacudiéndosela un poco con la fina prenda. Pero lo colgó de nuevo tras la puerta sin llegar a masturbarse y se inclinó para lavarse la cara, pudiendo apreciar el fondo de su raja, donde ni siquiera se apreciaba su ano por la densidad y la negrura del vello, sólo sus cojones balanceantes entre las piernas y su espalda ancha y grasienta. Retrocedió hasta el recodo del pasillo y aguardó a que saliera. Lo hizo al cabo de cinco minutos, completamente desnudo. Su barriga botaba con los pasos y la verga, un grueso salchichón flojo, se balanceaba hacia los lados, así como sus huevos, siendo empujados por los robustos muslos de las piernas. En cuanto se encerró en su habitación, cogió el camisón del lavabo, el mismo con el que se había frotado la verga, se lo puso y se encerró en su cuarto. Su marido se presentó media hora más tarde echándose en su lado de la cama.

-          Buenas noches, cariño.

-          ¿Sabes qué he visto, Mario? A tu hermano frotándose ahí con mi camisón.

Mario elevó el tórax.

-          No me extraña, está súper enfermo el cabrón, hasta me ha pedido dinero para irse de putas. Está que revienta. Y es normal, joder, el pobre lleva mucho tiempo sin probarlo.

-          ¿A ver si me va a violar?

-          No creo, pero está que arde. Me fijé en cómo te miraba el culo y se lo dije.

-          ¿Sí? ¿Y qué dijo?

-          Que estabas muy buena y que te prestara un rato, para que le hicieses una paja.

-          ¿Yo? ¿Hacerle una paja a tu hermano?

-          ¿Se la harías? – le retó su marido.

-          ¿No crees que nos estamos calentando con esta conversación?

-          Dime si le harías una paja, yo le he dicho que no es tu tipo, pero no sé, dime si le harías una paja.

-          No me agradaría hacerle una paja a tu hermano, la verdad, parece un oso.

-          ¿Y como un favor? – insistió Mario.

-          Si tú me lo pidieses, por ti haría cualquier cosa…

Y se fundieron en un apasionado beso que derivó en un polvo tranquilo, con él encima y ella debajo, gimiendo despacio, ardientes por la conversación sobre Curro.  

 

      Cerca de la medianoche, Emanuel entró en su cuarto y cerró la puerta. Su tío Curro estaba desnudo, sentado en el borde de la cama, con la barriga reposando sobre los muslos de las piernas y el grueso rabo flácido colgándole hacia abajo. Parecía una bola peluda. Le daba profundas caladas a un cigarro y se tomaba un vaso de whisky solo. Se quitó el pantalón del chándal y se quedó solo con el slip.

-          ¿Quieres un trago? – le preguntó su tío ofreciéndole la copa.

-          Gracias – contestó dándole un sorbo.

-          Joder, sobrino, qué cachondo me pone tu madre, y no quiero ni contarte tu novia, con esa pinta de puta que tiene – empezó a pasarse la palma de la mano por encima de la flácida verga -. Cómo me gustaría follarme a las dos. Pagaría lo que fuera. ¿Folla bien la cabrona?

-          Sí, es muy abierta para eso, no es nada estrecha.

-          Yo la reventaría -. Tenía la verga a medio camino de la erección -. Llevo ya tres pajas hoy y tengo la verga muy caliente. ¿Por qué no te arrodillas y me la meneas un poco? Ni tú ni yo le vamos a decir nada a nadie, no estamos haciendo nada malo, sólo desahogarnos un poco, ¿no?

-          Sí, si te apetece…

Curro soltó el vaso en la mesita y apagó el cigarrillo. Luego se echó hacia atrás hasta apoyar los codos en el colchón. Emanuel se arrodilló entre sus rodillas y con la mano derecha le agarró la verga. Aún no la tenía dura del todo y tuvo que acariciarla primeramente deslizando la mano por todo el tronco. Curro entrecerró los ojos mirando hacia arriba, concentrado e imaginándose que era Elisa o Adriana quien se la tocaba.

-          Tócame los huevos…

Mientras trataba de endurecérsela con la derecha mediante suaves manoseos, comenzó a sobarle los gigantescos y blandos cojones estrujándolos con la mano izquierda. Curro soltaba bufidos ante los tocamientos. Poco a poco, se la enderezó hasta ponérsela dura como una piedra y se la empezó a machacar de manera calmosa, aumentando los tirones gradualmente. Al mismo tiempo no dejaba de manosearle los huevos con ligeros achuchones.

-          Ohhh… Qué bien… Imagina que eres tu novia o tu madre… Uahhhh… Chúpamela un poquito…

Le tiró del pellejo hacia atrás para descubrir el glande, deteniendo las sacudidas, y sacó la lengua para deslizarla alrededor del capullo, siempre lamidas en movimiento circular, con la verga quieta en posición vertical y sin dejar de sobarle los cojones. A veces Curro se contraía como para querer metérsela dentro de la boca y una de las veces le rozó con el capullo el paladar, pero Emanuel se concentraba más en lamerle el glande rodeándolo con la lengua, sin llegar a comerse la verga, salvo cuando su tío se contraía y le metía un trozo. Apartó la cabeza para machacársela un poco apretándole bien los huevos con la palma izquierda. A veces le dejaba el pellejo hacia atrás, le atizaba un par de lamidas y se nuevo volvía a menearla sin chupar.

-          Entonces, tu novia es muy abierta, ¿no?

-          Sí.

-          ¿Follaría conmigo?

Encogió los hombros sonriendo, sin cesar los meneos a la verga.

-          No sé, una vez tuvo una fantasía con un hombre maduro y así gordo, como tú.

-          ¿Habláis de ese tipo de cosas?

-          Sí, tenemos confianza.

-          ¿Te hace mamadas?

-          Sí, le encanta.

-          ¿Le encanta mamar pollas?

-          Sí.

-          ¿Te gustaría que me mamara la polla?

-          Bueno, a ti sí, pero solo a ti, ¿eh?

-          ¿Te chupa el culo?

-          No, eso no.

-          Cuando iba de putas, me encantaba que me chuparan el culo. ¿Quieres chupármelo un poco? Me excita mucho…

-          ¿El culo? – preguntó tragando saliva.

-          Imagina que eres la puta de tu novia y te pido que me chupes el culo -. Emanuel sonrió para seguirle el juego -. ¿Quieres chupármelo, puta?

-          Como tú quieras…

Curro se incorporó para darse la vuelta y subirse a cuatro patas encima de la cama, con las rodillas en el borde y los pies por fuera. Emanuel tuvo ante sí el gran culo de su tío, de nalgas carnosas y peludas de un color muy blanco. La enorme barriga le colgaba hacia abajo, a igual que sus huevos, parecidos a las ubres de una vaca, balanceante entre los muslos. Vio que los huevos comenzaban a mecerse y que sostenía todo el cuerpo con un solo brazo, porque el izquierdo lo había metido bajo la barriga para sacudirse la verga. Emanuel sufrió una arcada al acercar la cara al culo, viéndose envuelto en una mueca de asco por el tufo que desprendía. Le abrió el culo con ambas manos, descubriendo el fondo de su raja velluda, donde apreció el ano, un grandioso orificio de esfínteres muy fruncidos, con pelillos sobresaliendo del interior. Le pasó la lengua por encima apartando de nuevo la cabeza. Las siguientes lamidas fueron de la misma manera mientras Curro se masturbaba, quedándose con la lengua reseca por el repulsivo sabor. Le mantenía el culo abierto para atizarle lamidas, con la barbilla rozando los huevos. Curro cada vez se daba más fuerte. Le pasaba la lengua por el ano apretándola y apartaba la cabeza, como para recuperarse del mal olor. Curro se irguió meneándosela. El culo se cerró, pero Emanuel acercó la cara lamiéndole a lo largo de la raja, tratando de meterle la punta, esta vez sin apartar la cabeza. Chupándole la raja del culo a su tío, se metió la mano dentro del slip y se corrió nada más tocarse. Ya no tenía saliva en la lengua de tanto lamerle aquella raja áspera y velluda. Estaba tardando de tantas pajas que se había hecho ese día. Curro volvió a colocarse a cuatro patas, esta vez soltándose la verga.

-          Cómo me gusta que me chupen en el culo… -. Su sobrino le clavó la cara en la raja y empezó a mamarle el ano, esta vez sin apartar la cara ni un momento, succionando, como habituado al olor hediondo -. Dame tú, me voy a correr, ahhh…

Le metió la mano entre los robustos muslos, rozándole los huevos con el antebrazo, hasta agarrarle la verga. Con la cara pegada al culo de su tío, mamándole el ano, bastaron tres tirones a la verga para sentir cómo salpicaba, notó la ebullición de la leche por las palpitaciones de las venas, aunque fue una corrida menos intensa que otras veces. Se trataba de la cuarta eyaculación en un día. Retiró la mano de entre las piernas y apartó la cara del curo limpiándose los labios con el dorso de la mano, fijándose en cómo le había baboseado el ano, habiéndole dejado los pelillos pegados a la piel por la saliva. Se puso de pie. Había puesto perdida las sábanas y cuando Curro se apeó de la cama, la quitaron entre los dos y la tiraron al cesto de la ropa que su madre solía recoger para lavarla. Su tío, desnudo, con el culo mojado de tanto mamárselo, se tumbó de lado aún con la polla tiesa y Emanuel hizo lo mismo en su cama, apagando la luz. En breves instantes, oyó sus ronquidos. Se estaba convirtiendo en un maricón y su novia lo sabía. Sintió algo de pánico. Era más la situación que el hecho de haberse convertido en un marica. Trató de dormir, pensando en si contarle a su novia el beso negro que le había hecho a su tío o guardar silencio.

 

     Mario madrugó como siempre para irse a trabajar y fue el primero en levantarse. Su mujer dormía de costado mirando hacia el otro lado, con el picardías negro que solía usar en verano subido casi hasta la cintura, dejándola con medio culo a la vista, porque ella siempre dormía sin bragas. Se dio una ducha, se vistió, se tomó un café y cuando se disponía a salir, se percató de que se abría el cuarto donde dormía su hermano. Eran poco más de las siete y media de la mañana. Al fondo vio que había dejado abierta la puerta de su habitación, exponiendo con ello el cuerpo de su mujer. Refugiado en la penumbra de la entrada, vio a salir a su hermano, en slip, un slip blanco ceñido a sus sebosas carnes. La barriga peluda le botaba con las zancadas, así cómo el bulto de sus genitales y su culo gordo. Como se había imaginado, se encaminó hacia el cuarto donde dormía Elisa. El muy cabrón seguro que llevaba un rato despierto y había esperado hasta que él se fuera. Se detuvo bajo el arco de la puerta, mirando hacia el interior. Vio que se metía la mano dentro del slip y que se refregaba la polla con la palma, de hecho vio la punta asomando por encima de la tira superior del slip. Mario sonrió ante el descaro de su hermano, estaba verdaderamente jodido y hambriento de sexo. Salió de casa despacio y le dejó disfrutando del cuerpo de su mujer, tampoco era malo que se desahogara un poco haciéndose una paja mientras la observaba, al fin y al cabo se trataba de su hermano y era una manera de devolverle los favores que les había hecho en el pasado.

Emanuel abrió los ojos y vio vacía la cama de su tío. Todavía tenía el sabor del culo metido en la lengua. Cogió el vaso de la mesita, pero estaba vacío. Se hubiera bebido aunque sea un sorbo de whisky a esas horas de la mañana, pero no había nada. Con el vaso en la mano, salió al pasillo y le vio asomado a la habitación de su madre, con la mano metida dentro del slip, sólo refregándose. Curro le hizo un gesto para que se acercara.

-          Mírala – le dijo en voz baja -. La muy puta siempre duerme sin bragas.

Emanuel miró hacia su madre. Tenía la base del picardías hacia la mitad del culo, dejando visible parte de la raja. De la entrepierna escapaban los pelillos del chocho y se diferenciaba parte de la almeja, así como su ano tierno en el fondo. Curro, embobado, se bajó la delantera enganchándosela bajo los cojones.

-          Hazme una paja, anda, así, viéndole el culo a tu madre.

Ya se había convertido en su maricón particular, en el maricón que desahogaba sus fantasías. Casi rozando su costado, le agarró la verga con la mano derecha y se la empezó a sacudir a un ritmo presuroso atizándole contundentes tirones hacia atrás, como si quisiera provocarle una eyaculación precoz, temeroso de que su madre despertara. Los huevos se mecían al son de los meneos. Procuraba apretarle y tirarle fuerte para provocarle un mayor grado de placer. Su tío no apartaba los ojos del culo de su madre y resoplaba con los dientes apretados, como ahogando los jadeos para no hacer ruido. Cuando le vio fruncir y desfruncir el entrecejo, resoplando más aceleradamente, notando las venas más hinchadas, se la agarró con la izquierda sacudiéndosela fuerte y con la derecha le colocó el vaso debajo. Unos segundos más tarde comenzó a evacuar a chorros, con la punta metida en el interior del vaso, así hasta llenarlo por la mitad. Se la sacudió y le exprimió el capullo, luego se la soltó y Curro se subió el slip.

-          Voy a vaciar esto – le dijo su sobrino.

-          Pedazo de puta, cómo me pone la cabrona.

Curro regresó a la habitación y Emanuel se encerró en el baño. Se colocó ante la taza y se sacó la verga. Después se vertió el semen de su tío a lo largo del tallo y se masturbó embadurnándose la polla de leche. Tardó poco más de treinta segundos en correrse. Se estaba volviendo demasiado marica. Se lavó la polla en el bidé y un rato más tarde salió de la casa, pensando en cómo incitar a su novia para un nuevo juego de seducción con su tío.

 

       Serían las nueve menos cuarto de la mañana cuando Elisa salió de su habitación con su picardías negro y sin bragas, con sus encantos visibles a través de las transparencias de la gasa. Se asomó al cuarto de su hijo y vio las dos camas vacías. Miró en el cesto de la ropa sucia. Había unas sábanas y un par de calzoncillos de su cuñado. Cogió los dos y comprobó que estaban manchados de semen reseco. Le costó dormir pensando en la conversación tan caliente que había mantenido con su marido y ahora se sentía un poco incómoda de encontrarse a solas con su cuñado. Y con aquel camisón resultaba demasiado insinuante, pero aún así, se atrevió a ir a la cocina. Le encontró sentado a la mesa y de qué manera. Ambos se lanzaron miradas atrevidas al darse los buenos días. Curro estaba con el tórax al aire, con su barriga peluda rozándole los robustos muslos, y llevaba un slip blanco muy apretado en las carnes, con la delantera tan estrecha que los huevos le sobresalían por los lados, se le notaban los contornos de la verga tumbada a un lado, así como el vello emergiendo por la tira superior. A Elisa se le fueron los ojos y pudo ver unas manchas amarillentas en la delantera, manchas de alguna meada reciente. Curro tampoco se cortó en devorarla. Las tetas se le transparentaban y le botaban al moverse, de hecho, parte de la curvatura le sobresalía por los lados. Se entreveía la sombra de su coño y al volverse para servirse el café pudo admirar toda la raja de su culo y sus nalgas temblando. La hija puta no tenía ningún pudor en presentarse así ante él. Además, pudo fijarse en cómo le miraba el paquete. Se sentó frente a él, con las tetas rozando la superficie de la mesa, y le preguntó si había visto alguna oferta de trabajo interesante. Elisa notó un sudor frío en todo su cuerpo, percibiendo una arrebatadora sensación que le calentaba la vagina. La obscenidad alimentaba su líbido. Su cuñado poseía un cuerpo mantecoso, pero la situación resultaba lujuriante. Su propio marido la había arrastrado ante ese frenesí. En cuanto él apartaba la vista, le miraba el paquete, sus huevos gordos sobresaliéndole por los lados y la forma de una verga muy inflada. Hacía un calor horrible. Vio que le corrían gotas de sudor por las sienes y que se formaban gotitas por sus pectorales peludos.

-          ¿A cuántos grados estaremos? – preguntó ella -. Mira qué hora es y hace ya un calor espantoso.

-          Cerca de treinta o treinta y cinco, yo ya estoy sudando.

-          Y yo, voy a darme una ducha.

Sonó el teléfono y ella se levantó para cogerlo, un teléfono adosado en la columna. Era una amiga. Se encontraba de perfil ante él. Vio que se levantaba y que se dirigía hacia la encimera para echarse otro café. Sólo había un pequeño hueco entre ella y la mesa. Le dio la espalda, sin ni siquiera escuchar lo que le contaba su amiga, y su cuñado pasó por el hueco, rozándola con el paquete, pudo sentir su dureza arrastrándose por la gasa que le tapaba el culo, pudo sentir su aliento varonil, su barriga rozándole la espalda. El roce le provocó humedad en el coño. Curro se restregó a conciencia al pasar entre ella y la mesa y pudo notar la blandura de sus nalgas. Una vez que pasó, Elisa le miró el culo, el culo gordo con nalgas abombadas que le botaban.

Necesitaba serenar sus impulsos. La excitación contaminaba la atmósfera y a juzgar por las miradas y el silencio que se interponía, los dos eran conscientes de lo que estaba sucediendo. Le dejó en la cocina, hojeando el periódico y tomando un café. Se sentía enfervorizada, y no quería cometer una locura, era su cuñado y su cuerpo daba asco, pero resultaba tremendamente incitante. En su cuarto, se quitó el camisón, se lió una toalla y se encerró en el baño. Estuvo casi diez minutos debajo de la ducha, a veces palpándose el coño para aplacar el ardor que la abrasaba. Se peinó echándose gomina y se puso unas braguitas de color crema, unas braguitas de tul muy pequeñas, que sólo le tapaban la raja del culo y la mitad del triángulo afelpado del chocho, con gran parte del vello visible por encima de la tira superior. Luego se puso una fina bata de seda por encima, abierta, sin abrochar, con los pechos sólo tapados en parte. Y abrió la puerta, y al salir al pasillo, se topó con su cuñado, que se quedó paralizado al verla con la bata abierta, al ver gran parte de los pelos del coño asomando por la tira de las bragas y con la bata abierta, exponiendo las formas acampanadas de las tetas. Ella también le miró el slip.

-          ¿Has terminado? – le preguntó él.

-          Eh… Sí, me he duchado y vuelvo a tener calor…

Nerviosa, continuó hacia su cuarto y antes de cerrar, vio que entraba en el baño. Oyó un chorro, como si estuviera meando. Aguardó hasta que le vio salir, y le observó caminando de espalda a lo largo del pasillo, hasta que torció hacia el salón. Volvió a ponerse el camisón negro, aunque con las braguitas color crema, contrastando su tono claro con la oscuridad de la gasa. Fue hasta el baño y se asomó. Todo el borde de la taza estaba salpicado de pis y tuvo que limpiarlo con un trozo de papel para poder sentarse ella. Volvía a sudar, fruto de la incipiente excitación. Abandonó el baño y se dirigió hasta el salón. Y allí se lo encontró, sentado en mitad del sofá, fumando un pitillo, con las robustas y peludas piernas separadas para exhibir su grandioso paquete y la delantera del slip manchada. Curro se fijaba en las braguitas que llevaba, tapándole sólo la raja y dejándole las nalgas vibrantes expuestas a las transparencias de la gasa. Elisa abrió la mesa de la plancha y se puso a planchar frente a él, a veces echándole un vistazo a la hinchazón de su slip. Curro le miraba el ligero balanceo de las tetas al mover el brazo que deslizaba la plancha.

-          Cuñada – le dijo rascándose descaradamente -. Me da un poco de corte, pero quería pedirte un pequeño favor.

-          Dímelo y te diré si te puedo ayudar.

-          Llevo mucho tiempo solo y los hombres, los hombres, bueno tenemos necesidades…

-          Me temo que sé por dónde van los tiros – sonrió ella.

-          Hace tiempo que no echo un polvo con una tía y me preguntaba si podrías dejarme cuarenta o cincuenta euros para tirarme a una puta.

-          Jajajaja – se rió mirándole -. ¿Quieres que te deje dinero para irte de putas? No voy a dejarte dinero para que te vayas con una fulana. Puedes rehacer tu vida con otra mujer, sal y conoce gente, no sé…

-          Estoy muy malo, cuñada, necesito un desahogo y más desde que esta mañana me asomé de casualidad a tu habitación y te vi el culo. Duermes sin bragas.

Elisa arqueó las cejas ante la directa de su cuñado y frenó con la plancha, dibujando una sonrisa en sus labios.

-          Serás cabrón, o sea, que me espías en mi propia casa.

-          Te vi ahí, con el culo al aire, no lo pude evitar…

-          Yo también te he visto, ¿sabes? Anoche, cuando me iba a acostar, sí, gracioso, te vi frotándote, ahí, en tus partes, con este camisón.

-          Por eso te pido ese favor, necesito un desahogo o mis partes van a reventar – le soltó dándose una palmadita ante sus ojos -. Entiéndelo, estás muy buena, condenada.

-          Pues los desahogos los hombres los solucionáis yendo al baño, ¿no? Os hacéis una pajita y tan tranquilos.

-          No es lo mismo hacerse una paja a que te la hagan.

-          Imagino.

-          ¿Quieres desahogarme tú? – le propuso -. Me encantaría que me hicieses ese favor, sólo será eso, un favor. Sabes los muchos favores que os he hecho…

-          Pero, Curro, ¿me estás pidiendo que te haga una paja? ¿Y tu hermano?

-          Sólo es una paja, mujer. Ven, haz el favor.

-          Pero, Curro -. Le replicó seria, aunque con la excitación trasluciendo por sus ojos -. ¿Cómo quieres que te haga una paja?

-          Ven, acércate, siéntate a mi lado -. Soltó la plancha, rodeó la mesa y dio unos pasos hacia él, exponiendo su cuerpo a través de las transparencias del picardías, como si se tratara de una prostituta que se presenta ante un cliente, con el coño crepitando de placer -. Siéntate aquí.

Obedeció. Se sentó a su derecha, rozándole la pierna, percibiendo su olor a macho, olfateando el sudor que le resbalaba por todo el cuerpo peludo.

-          Curro, no me pidas algo así, no está bien, somos cuñado, Mario es tu hermano.

-          Mira cómo me tienes -. Elisa dirigió sus ojos hacia el paquete. La verga le palpitaba erecta bajo la tela y ahora le veía mejor la masa blanda de los huevos que le sobresalía por los lados, con el vello denso asomando por todos lados -. Tócamela, anda, no te pongas tontona…

Se mordió el labio inferior para resistir las frenéticas sensaciones. Tímidamente, acercó la manita y le cogió la polla sin bajarle el slip, por encima de la tela, moviéndosela hacia arriba y hacia abajo, advirtiendo su extrema dureza, sin importarle plantar las manos sobre las manchas amarillentas. Curro se relajó reclinándose y separando más las piernas.

-          ¿Te gusta, cuñada? ¿Te gusta mi polla?

-          Ay, Curro, me estoy poniendo encendida, y no quiero…

-          Imagina por un momento que eres mi puta -. Le pasó el brazo por los hombros y la apretujó contra él. Las tetas de Elisa se aplastaron contra su costado y apoyó su mejilla en el pecho fofo y peludo de su cuñado, mirando hacia la barriga mientras le meneaba la verga por encima del slip -. Tócame, putita, así, ponme cachondo… Ahhh…Ahhh…

Elisa cerró los ojos al meterle la mano dentro del slip y frotarle con la palma todo el tallo y los grandiosos huevos, que se los sobó mediante dos leves achuchones para volver a rodearle la verga con su manita y comenzar a sacudírsela, ya sacándola por fuera del slip. Estaba muy caliente, el jodido cerdo la había puesto muy cachonda.

-          ¿Te gusta así? – le preguntó ella acelerando un poco los tirones, a veces tapándole el capullo con la mano para luego deslizar la palma por el ancho tronco, darle una pasada a los huevos, aún dentro del slip, y volver a sujetársela para nuevos meneos.

-          Sí, puta, qué bien me tocas la polla…

Notaba la mejilla húmeda por el sudor, pero aún así, la arrastró por todo el pecho, hacia un lado y hacia otro, hasta que volvió la cara para lamerle las tetillas como si fueran diminutos penes. Le provocó un jadeo profundo. Probaba el sudor amargo al mordisquearle los minúsculos pezones, arrastrando los labios por el vello para lamer uno y otro. Qué gusto tan grande menearle la verga, qué gusto comportarse como su puta ante un cerdo seboso como él. La gasa también se impregnaba de sudor y se le pegaba a las tetas. Le tiraba fuerte hacia debajo de la polla y al subir con la mano le exprimía el glande, metiendo a veces la mano dentro del slip para darle unas pasadas a las pelotas. Le mordía la tetilla con los labios y le tiraba de ella. Elevó un poco la cara para mirarle a los ojos. Sus labios llegaron a rozarse.

-          Qué caliente me tienes, Curro – reconoció ella dándole un acelerón a la verga.

-          Chúpamela…

-          Sí, deja que te la chupe, Curro, estoy muy caliente – repitió jadeándose mutuamente a la cara.

Elisa se irguió y se apeó del sofá para arrodillarse entre sus piernas corpulentas. Lo hizo deprisa, como si no quisiese perder tiempo. Sus tetas se meneaban bajo la gasa ante los desesperados movimientos. Ella misma le bajó el slip deslizándoselo por las piernas hasta sacárselo por los pies, dejándolo completamente desnudo, y ella misma le empujó las rodillas hacia los lados para abrirse más hueco. Y se lanzó a lamerla sacudiéndosela sobre la lengua muy velozmente, mirando hacia él y acariciándole con la otra mano el muslo peludo. Emanuel acababa de entrar en la casa y les observaba a través de unas rendijas de la puerta. La puta de su madre le hacía una mamada al cabrón de su tío. El hijo de perra había conseguido seducirla, como había hecho con él. Le lamía la verga a la desesperada, comiéndosela, mordiéndola como un biberón y sin parar de meneársela en ningún momento. Su tío rugía excitado. Los ojos de su madre se volvían blancos por la lujuria. Con qué energía se la sacudía sobre la boca. Su tío le plantaba la manaza en la coronilla para ayudarla a mamar.

-          Chupa… Chupa, puta… No pares…

A veces detenía los menos para deslizar la lengua a lo largo de todo el tronco duro. Curro se irguió y ella también, sacudiéndosela ahora con las dos manos, con un puño encima del otro, golpeándose las tetas con ella. Tenían los rostros enfrentados, acezándose mutuamente. Su tío le plantó las manos en el culo y le levantó la faldilla para apartarle las bragas a un lado y dejarla con la raja vista. Después le dio unas palmaditas en la cara. Ella se la continuaba machacando con ambas manos, apretujándosela también entre las tetas.

        -    Qué putas eres, condenada -. Le apretujó las mejillas y le atizó un lengüetazo desde la barbilla hasta la frente, luego le lanzó un escupitajo dentro de la boca. Emanuel pudo ver la saliva en la lengua de su madre y como posteriormente se la tragaba -. Chúpamela, puta.

De nuevo, Curro se reclinó y la dejó que ella bajara la cabeza y volviera a lamérsela, succionando como si la verga fuera un biberón. Al estar ligeramente inclinada hacia él y con el camisón subido, Emanuel veía su culo meneándose ligeramente, veía los pelillos del coño entre las piernas, sus tetas balanceantes bajo la gasa, los movimientos de su cabeza mamándosela, y oía los chasquidos de saliva. Nunca se imaginó a su madre comportándose como una perra, como la perra de su tío. Se sacó su verga y se la comenzó a menear con la escena. Su madre le pegó la polla a la barriga y bajó la boca para lamerle los huevos, hundiendo los labios en la masa blanda y peluda, degustando las bolas y escupiéndolas impregnadas de saliva. Mientras le chupaba los huevos y le mantenía la polla pegada a la barriga con la palma derecha, Emanuel vio que bajaba la manita izquierda, la metía bajo su cuerpo y se apartaba la delantera de las bragas para acariciarse el chocho y masturbarse mientras le chupaba las pelotas. La muy puta le ponía los cuernos a su padre con su tío Curro. Le tenía los huevos muy baboseados cuando Curro elevó un poco las piernas acercando la cadera al borde del sofá para ofrecerle la raja del culo. Elisa apartó la boca esperando que se colocara.

-          Chúpame el culo, puta…

Elisa se sentó sobre sus talones, curvándose todo lo que pudo, aplastándole los huevos con la frente y percibiendo el apestoso tufo que desprendía, pero con los pulgares le abrió la raja y acercó la punta de la lengua acariciándole el ano velludo, caricias circulares por los esfínteres y el orificio, probando el sabor rancio y hediondo. Apartaba la cabeza, se la abría más tirándole con los pulgares, y de nuevo acercaba la punta de la lengua, esta vez intentado metérsela. Curro, sacudiéndose él la polla, relajaba el músculo anal para que se abriera y entonces notaba la lengua dentro. Jadeaba como un loco, meneándosela y haciendo una pausa cuando notaba la lengua dentro, como queriéndose concentrar en el cosquilleo. Emanuel ya se había corrido, nada más ver cómo su madre le chupaba el culo a su tío. Le acariciaba el ano con suavidad, a veces apartaba la cara y le pasaba la yema por encima para repartir la saliva, volviendo a acercar la boca para lamerlo con la punta. Curro ya se daba muy fuerte y jadeaba como un perro. Bajó las piernas y Elisa irguió el tórax. Tenía la lengua seca y un sabor pestilente de haber lamido el culo. La encañonó con la verga dándose muy fuerte. Fue como si le enchufaran una manguera, recibió gruesos chorros de semen sobre el rostro, algunos dentro de la boca, una auténtica meada de leche que la puso perdida, una leche muy líquida que le resbalaba en gruesas hileras goteándole al camisón. Se pasó el dorso de la mano por la cara limpiándose lo que pudo, mientras él se daba los últimos tirones.

-          Joder, cuñada, qué paja y qué mamada me has hecho.

-          Es que me has puesto muy caliente – le soltó acariciándose bajo el camisón, con numerosos pegotes de semen repartidos por el rostro.

-          ¿Todavía estás cachonda?

-          Un poco sí – confesó algo ruborizada, aún limpiándose con la mano.

-          Levántate -. Se puso de pie entre sus piernas. Curro la sujetó por la cintura y la giró para que le diera la espalda. Le subió el camisón y ella se lo sujetó en alto con las manos. Le tiró de las bragas hasta bajárselas hasta las rodillas -. Inclínate.

Elisa se curvó hacia delante plantando las manitas en las rodillas. Su cuñado le abrió el culo rudamente con ambas manos. Fue fácil al tener las nalgas flácidas. Le insertó su cara barbuda para lamerle su ano tierno pasándole la lengua repetidas veces, luego bajó un poco la boca y comenzó a lamerle el coño, primero escupiéndole en mitad de la raja y después repartiendo la saliva con la lengua, tratando de mordisquearle el clítoris que sobresalía de la vulva. Emanuel observaba cómo su madre menaba el culo sobre la cara barbuda de su tío al lamerle el coño con aquella intensidad. Miraba al frente. Su tío sentado y erguido con su cara grandota pegada al culo. A veces le pasaba la lengua desde el coño hasta la rabadilla, siempre manteniéndoselo abierto con ambas manos. Elisa gemía débilmente. Notaba la jugosa lengua merodear por el coño, deslizarse hasta el ano y regresar hasta la almeja. Tuvo que bajar la manita izquierda y frotarse el coño mientras se lo lamía. Pronto los gemidos se hicieron más agudos y los refregones más intensos. Curro apartó la cabeza, manteniéndole el culo abierto, hasta que comprobó que del chocho manaba un líquido amarillento y se deslizaba por la cara interior de las piernas.

-          ¡Te estás meando, cabrona!

-          Ay, qué gusto, Curro, no puedo…

-          Hija puta…

Dejó de manar y comenzó un incesante goteo. Curro retiró las manos y apartó la cara volviéndose a reclinar en el sofá. Las gotas caían sobre las bragas. Elisa se miró, al correrse, se había meado de manera incontrolada. El líquido le resbalaba por las piernas en forma de gruesas hileras. Dio unos pasos hacia delante y se volvió hacia su cuñado, quien reposaba reclinado con la verga ya floja colgándole hacia abajo.

-          Qué caliente me he puesto… No he podido aguantarme…Qué vergüenza, Curro.

-          No pasa nada, mujer.

Se subió las bragas y se bajó el camisón.

-          Voy a lavarme y a cambiarme. Y tú vístete, Emanuel puede llegar en cualquier momento y Mario saldrá antes. Y por favor, Curro, ni una palabra de esto a nadie, se me ha ido la cabeza, no sé qué me ha pasado…

-          Descuida, mujer, sólo nos hemos hecho unas mamadas.

-          Sí, unas mamadas, estamos apañados. Esto ya no vuelve a pasar, Curro, yo no soy así, se me ha ido la cabeza, estoy súper arrepentida.

-          Que no pasa nada, coño.

-          Me voy, me voy

Se dirigió hacia el lavabo y le dejó relajado en el sofá. Ya encerrada en el baño, se miró al espejo y cerró los ojos, como si sintiera vergüenza de mirarse a la cara. Lo había hecho, se había dejado guiar por los impulsos lujuriosos y se había comportado como una auténtica ninfómana. Joder, lamentó escupiendo en el lavabo, como queriendo expulsar el mal sabor del culo. Cómo se había dejado llevar por unas sensaciones tan lascivas. Trató de culpar a su marido por incitarla con su propio hermano. Se lavó la cara, se lavó los dientes y se enjuagó la boca con un líquido especial, después se lavó bien el coño y el culo en el bidé, bastante arrepentida de lo que había hecho. Necesitaba que le diera el aire, necesitaba caminar para una profunda reflexión, acababa de liarse con su propio cuñado tras un lapsus. Se vistió y cuando caminaba por el pasillo oyó la ducha. Después abandonó la casa, casi convencida de que su marido debía saberlo, para bien o para mal, de alguna manera él la había arrastrado a cometer un desliz tan grave e inmoral.

 

       Emanuel se reunió con su novia en un bar para contarle lo que acababa de descubrir. La chica se quedó estupefacta cuando le contó que su madre y su tío estaban liados, que se habían mamado, primero ella a él y después al revés.

-          No me extraña que tu madre haya caído, los dos solos en casa, ummm, qué morbo… Está gordo y es feo, pero tiene mucho morbo. No sabes lo caliente que me puso cuando fingía que te follaba.

-          ¿Te gustaría tirártelo?

-          Sí, siempre he querido hacerlo con un hombre maduro y gordo. ¿Y a ti? ¿Te gustaría verme con él?

-          Sí, me pone cachondo pensarlo.

-          Y a mí me pone cachonda que te haya convertido en su mariquita.

-          No seas cabrona, que anoche me obligó a tener que hacerle otra mamada.

-          ¿En serio? Cómo me pone que seas su maricón. ¿Qué le hiciste?

-          Me pidió que le chupara el culo.

Adriana hizo una mueca de asco.

-          ¿En serio? ¿Y se lo chupaste?

-          Sí.

-          ¿Y no te dio asco?

-          Sí, pero qué querías que hiciera. También se lo ha pedido a mi madre.

-          O sea, si me lío con él, tendré que chuparle el culo.

-          Me temo que sí.

-          Qué asco, chuparle ese culo gordo.

-          ¿Quieres que sigamos jugando con él esta tarde? Me gusta cuando te mira.

-          Sí, vale, estoy deseando jugar con tu tío. Pasaré por tu casa.

Estuvieron juntos hasta el mediodía, luego Emanuel regresó a casa.

 

          Al mediodía, Mario llegó a comer y se tomó una cerveza con su hermano en el salón mientras su esposa preparaba la comida. Emanuel también había llegado. Curro vestía con un bañador y una camisa desabrochada, exponiendo su abultada panza. Elisa también se había vestido decentemente y lucía un pantalón vaquero ajustado y una blusa verde bastante ajustadita. Mario se sintió tentado a decirle a su hermano que le había descubierto espiando a su mujer mientras dormía, pero lo dejó pasar y se lo imaginó haciéndose una paja mientras la observaba. Se lo merecía después de tanta soledad y sufrimiento, que se desahogara mirándola, incluso le resultaba morboso que utilizara a Elisa para satisfacerse. Comieron los cuatro en la cocina viendo las noticias. Emanuel detectó las miradas que se echaban su tío y su madre, como Mario detectó las miradas que su hermano le echaba al culo de su esposa. Elisa estaba nerviosa por la tensión que se respiraba y de nuevo sentía ese sudor frío por todo su cuerpo. Por un lado, le remordía la conciencia al tener a su marido delante, por someterse a las pervertidas exigencias de su cuñado, pero por otro lado la lujuria vapuleaba sus sentimientos, sobre todo al recordar los detalles, sobre todo cuando su cuñado le lanzaba esas miradas lascivas. Había conseguido que se sintiera como una zorra, como una guarra, y eso le encendía la vagina. No quería cometer otro lapsus, pero combatir esas ninfómanas sensaciones le resultaba mentalmente agotador. Cuando terminaron de comer, Mario y su hermano ocuparon los sillones del salón y su hijo la ayudó a quitar la mesa, después Emanuel se fue a su cuarto. En cuanto limpió la cocina, pasó por el salón y dijo que iba a ducharse. Mario libraba esa tarde y permanecía adormilado en el sillón, aunque aún estaba despierto. Con su cuñado intercambió una mirada de complicidad y continuó hacia el lavabo. Frente al espejo, se reconoció a sí misma que estaba caliente, que el jodido cabrón la excitaba fatalmente con sólo mirarla. Se dio una ducha de agua fría, para despejarse, para serenar el frenesí lascivo que le recorría las venas. Salió de la bañera y se lió la toalla a la cabeza para después secarse el pelo. Estaba desnuda cuando se sentó en la taza a mear. Quería tocarse, aplacar la enigmática emoción, pero empuñó las manos para contenerse. Jamás había sentido algo así tras hacerle una mamada a un hombre. Se había sometido a marranadas como chuparle el culo y los cojones y había sentido tal gozo que se había meado cuando él le lamía el coño, dejando traslucir con ello sus impulsos. Levantó el culo un poco de la taza y estaba pasándose un trozo de papel por el culo cuando su cuñado irrumpió de improviso. Cerró la puerta nada más entrar y echó el cerrojillo. Ella se irguió asustada.

-          ¿Qué haces aquí, Curro? Por favor, Mario puede…

-          Está dormido -. La agarró del brazo y tiró de ella acercándola. Sus tetas se mecieron alocadas -. Chúpamela, necesito que me la chupes, vamos, hazme una mamada.

-          Pero Curro…

-          Arrodíllate…

Se acuclilló ante él, con la toalla liada en la cabeza, y se ocupó de bajarle el bañador hasta las rodillas, liberando su gran polla erecta y sus huevos adiposos. Se la sujetó con la derecha empezándosela a sacudir y directamente comenzó a mamársela como si fuera un biberón. Curro jadeó colocándole ambas manos encima de la toalla, ayudándola a mamar, contrayendo el culo para follarle la boca. Una de sus tetas se mecía y le golpeaba el muslo de la pierna. Recorría el grueso tronco desde el capullo hasta casi la base, notando cómo le rozaba la garganta, a veces meneándosela y a veces manteniéndola quieta. Qué rica estaba. Bajó la manita izquierda para menearse su chocho abierto, permanecía acuclillada con las piernas muy separadas entre sí. Curro la miraba resoplando entre los dientes, observando cómo ella misma se acariciaba el chocho mientras se la mamaba. En el pasillo, Emanuel había seguido a su tío y le había visto encerrarse en el cuarto de baño con su madre. Pegó la oreja a la puerta y oyó algunos chasquidos, aunque nada claro, se imaginó que probablemente le estaba haciendo otra mamada, su tío era insaciable, con los huevos tan gordos fabricaba semen a destajo. En el baño, Elisa apartó un poco la boca para tomar aire, meneándosela, con hilos de babas que unían sus labios y la punta de la verga. Le miró sumisamente como una puta y se ganó una palmadita en la cara, luego le dio varias chupadas al capullo y después se la levantó para darle unas lamidas a los huevos, con toda la lengua fuera, besándoselos o una chupándole una de las bolas. Curro resoplaba cada vez más aceleradamente con los dientes apretados, para no hacer ruido, viendo cómo se daba fuertes refregones al coño y como de nuevo se comía la polla tras haberle baboseado los huevos. Ya soltaba jadeos muy seguidos. Elisa apartó la boca, con babas colgantes en la barbilla, agitándosela muy deprisa y apretándosela fuerte. Abrió la boca a esperas de la eyaculación, con la punta cerca del labio inferior. Ya había retirado la mano del coño y ahora la deslizaba por su muslo peludo a modo de caricia. La polla comenzó a despedir chorros de leche que le caían dentro de la boca. Poco a poco se la fue llenando, hasta que dos finas hileras le resbalaron por la comisura de los labios como si fueran dos colmillos. Cerró la boca con las mejillas abombadas y le soltó la verga al levantarse. Se curvó hacia la taza y vomitó la leche mediante gruesos escupitajos. Se pasó el dorso de la mano por los labios y se giró hacia él. Ya se había subido el bañador.

-          Vete, Curro, tengo que vestirme. Mario va a despertarse.

-          Gracias por la mamada, puta.

-          Anda, vete…

 

       Emanuel llegó al poco rato a casa acompañado de Adriana, dispuestos a reanudar el juego de seducción con Curro, pero su tío no estaba, había salido con unos amigos. Su padre continuaba recostado en el sofá viendo una película del oeste y su madre planchaba en el otro extremo del salón. Al mirar a su suegra, al imaginársela mamándosela al tío de su novio, sintió una envidia atroz, se puso cachonda y se enrabietó de que estuviera ausente.  Decepcionados, se masturbaron el uno al otro en el cuarto, unas pajas rápidas, para satisfacer las perversas fantasías que rondaban por sus mentes, y volvieron a salir de casa. Elisa se encontraba inquieta y cuando oyó salir a su hijo, soltó la plancha y se sentó al lado de su marido. Tenía el rostro empalidecido y le temblaban ligeramente las manos.

-          Mario, me he liado con tu hermano – le confesó.

-          ¿Qué? ¡Elisa! ¡No me jodas!

-          Lo siento, ha sido un lapsus, se me ha ido la cabeza y…

Mario se incorporó en el sofá y trató de adornar su sorpresa con una media sonrisa, como queriéndole demostrar que le entusiasmaba la situación.

-          ¿Cómo ha sido?

-          Yo estaba en camisón y él salió en calzoncillo, y nos miramos, nos calentamos, y al final…

-          Me acabas de convertir en un cornudo, lo sabes, ¿no? Con mi hermano… - le dijo dándole un cariñoso manotazo.

-          Ay, Mario, déjate de cachondeo…

-          ¿Habéis follado?

-          No, me pidió que le hiciese una paja.

-          ¿Te gustó su polla?

-          La tiene muy gorda, la verdad – sonrió – y unos huevos impresionantes, no le caben ni en los calzoncillos.

-          Veo que te ha gustado – la achuchó su marido.

-          No sé cómo se me ha ido la cabeza de esta manera, de verdad, Mario, me he comportado como una puta, encima anoche con nuestra conversación ya me he levantado alterada…

-          Tranquila, mujer, no pasa nada, por mi parte no pasa nada, le has desahogado un poco y es mi hermano, nos ha hecho muchos favores.

-          Ya lo sé, Mario, pero no está bien. Me llamaba puta, ¿sabes?

-          ¿Sí? Joder. ¿Y te ha pedido que se la chupases?

-          Sí, se la he tenido que chupar y ¿sabes qué? Me pidió que también le chupase el culo. No sabes el asco que me ha dado, todavía tengo arcadas de pensarlo.

-          Qué cabrón, ¿y se lo has chupado?

-          Qué asco, pero estaba ciega. De verdad, Mario, me siento tan mal.

Su marido le pasó el brazo por los hombros y la apretujó contra él estampándole un beso en la mejilla.

-          No pasa nada, mi amor, está muy necesitado y tú le has correspondido. Es muy morboso. Lo que pasa que no pegas con él, así, tan gordo, tan peludo y tan feo, con esa barba…

-          ¿Encima te vas a burlar?

-          Me excita mucho cuando te mira – le confesó serio, acercándole los labios.

-          Y a mí me excita que te excite.

Y terminaron fundidos en un apasionado beso, manoseándose por todos lados.

 

      Curro no se presentó a cenar y cuando llegó eran casi las once y media de la noche. Venía algo bebido, apestaba a alcohol y daba tumbos al caminar. Vestía un pantalón corto azul marino con la bastilla por las rodillas y una camisa blanca a medio abrochar, con los pelos del pecho sobresaliéndole y la barriga botándole. Llevaba la camisa manchada de sudor, con gotitas cociéndole en la frente y las sienes. Emanuel ya se encontraba en su habitación, en alerta, con la puerta sin cerrar del todo para poder espiarles. En el salón se encontró a su cuñada ocupando un sillón y llevaba puesto el picardías negro donde se le transparentaban las curvas de su cuerpo, los pechos balanceantes y unas braguitas negras. Se había vestido así para incitarle, bajo el consentimiento de su marido, que fingía estar adormilado en el sofá, bostezando continuamente. La miró descaradamente, llegando a rascarse bajo la bragueta. Dio las buenas noches y se dejó caer en el otro sillón, frente a su cuñada. En ese momento, Mario se levantó bostezando.

-          Yo me voy a la cama. ¿Te quedas, cariño?

-          Sí, voy a terminar  de ver esto y voy enseguida, ¿vale?

Mario se dirigió hacia la salida, profundamente excitado de dejarles a solas. Se metió en su habitación, tocándose, con el pene al rojo vivo. Cómo le gustaría estar presente, observar cómo se liaban. En el salón, Curro se levantó trabajosamente y dio unos pasos hacia donde ella se encontraba sentada, fingiendo que permanecía atenta a la película. Al detenerse frente a ella, le miró con ojos sumisos, y él le colocó la manaza bajo la barbilla levantándole aún más la mirada.

-          Qué cachondo me pones, puta…

-          Curro, ahora no – le pidió con una mirada suplicante.

-          Quiero follarte.

-          Curro…

-          Necesito follarte, puta.

-          Sin preservativo yo no…

-          Ves a buscar alguno, seguro que tu marido tiene alguno por ahí guardado. Te espero en el baño, ya estará dormido, no va a enterarse de nada.

Como su puta que era, se levantó y se ganó un cachete en el culo cuando se dirigía hacia la puerta. Su hijo Emanuel la vigiló mientras recorría el pasillo, fijándose en cómo le bailaban las tetas, fijándose en las bragas tras la gasa. Elisa irrumpió en su cuarto y encontró a su marido expectante, sentado en el borde de la cama. Se levantó al verla.

-          ¿Ya estás aquí?

-          Quiere follarme, dame un preservativo.

-          Joder, qué cabrón -. Abrió el cajón de la mesita de noche y le entregó uno -. ¿Quieres hacerlo?

-          Estoy muy cachonda, Mario – le estampó un besito en los labios y se giró enseguida hacia la puerta -. Ahora vengo.

Salió y cerró la puerta, pero Mario la entreabrió enseguida. En ese momento, al fondo del pasillo, su hermano entraba en el lavabo, sin camisa, exhibiendo su tórax peludo y su enorme barrigocha. Al girar hacia el baño, su mujer le lanzó una mirada, luego se encerró con él.

Curro se desabrochó el pantalón mientras ella abría el envase del preservativo. Su actitud era similar a la de una prostituta esperando a que el cliente se desnude. Aguardó a que se bajara y se quitara el pantalón y luego se quitó el slip quedándose completamente desnudo. Ya tenía la verga empinada hacia la barriga. Elisa se ocupó de agarrarle la verga y forrársela con el preservativo, dejando la goma muy tensa por el grosor. Se la sacudió con suavidad, ya con la goma puesta.

-          Me gusta más a pelo – le dijo él.

-          No, Curro, con preservativo.

-          Venga, date la vuelta y bájate las bragas.

Elisa se giró hacia el lavabo, de cara al espejo. Curro se la sacudía esperando que se preparara. Se metió las manos bajo el camisón y se deslizó las bragas hasta dejarlas enrolladas unos centímetros por encima de las rodillas, a continuación se subió la faldilla del camisón y se curvó hacia el espejo, empinando el culo hacia su cuñado, con las tetas metidas dentro del lavabo. Enseguida notó el peso de la barriga sobre la cintura, enseguida notó cómo le hurgaba con la punta de la verga por los bajos del culo, hasta que notó el roce por el chocho. Le frotó el tronco por la rajita, hasta que flexionó las piernas y las estiró clavándosela hasta el fondo. Elisa cerró los ojos soltando un largo bufido cuando sintió cómo recorría el interior de su coño, cómo le pegaba la pelvis a sus flácidas nalgas, cómo la empujaba contra el borde del lavabo, cómo aplastaba su barriga contra la espalda, cómo resoplaba tras su oreja, cómo la abrazaba sobándole las tetas por encima del camisón. Se mantuvo quieto con la verga encajada en el chocho de su cuñada.

-          Qué gusto, puta… - le jadeó -. ¿Te gusta?

-          Sí, fóllame…

Comenzó a empujarla, a embestirle golpes a las nalgas, extrayendo media polla para bombearle el chocho, sin cesar los manoseos a las tetas por encima del camisón y babeando sobre su nuca y cuello, impregnándola de sudor en la espalda. Pronto, Elisa, con los ojos entrecerrados, empañando el espejo, comenzó a emitir gemidos que poco a poco se fueron acrecentando. La follaba a un ritmo constante, ni muy rápido ni muy lento, deslizando las manazas a su cintura para sujetarla bien. Las tetas se balanceaban dentro del lavabo chocando una contra la otra. Curro sólo resoplaba. Mario podía oír desde su cuarto los débiles y continuos suspiros de su esposa y los resoplidos de su hermano. Emanuel también permanecía atento a la sintonía de gemidos. Muerta de placer, Elisa se curvó aún más apoyando la frente en el grifo, ya con las tetas reposando en el interior del lavabo. Qué gusto sentir el avance y retroceso de aquella polla tan gorda. Sus nalgas temblaban en cada embestida. Su barriga se rozaba por la espalda. Notaba la presión de las manos en las caderas. Ahora empañaba el acero inoxidable del grifo con sus jadeos. Se mantenía aferrada a los cantos del lavabo, con las tetas pegadas al fondo. Mario se sacudía su verga en su habitación, concentrado en los gemidos de su mujer, y Emanuel se sacudía la suya, concentrado en los gemidos de su madre. La verga resbaló y escapó del chocho. Elisa emitió un jadeo profundo, aunque se mantuvo curvada, sin moverse. Curro se quitó el preservativo.

-          Deja que te folle el culo, estas putas gomas no me gustan.

Elisa no protestó, cerró los ojos y echó los brazos hacia atrás para abrirse la raja y exponer el fondo, manteniéndose la faldilla del camisón en lo alto de la cintura. Iba a ser su primera penetración anal y sabía que iba a dolerle. Apretó los dientes y cerró muy fuerte los ojos, frunciendo el ceño. Notó un escupitajo en el ano. Notó cómo le pasaba la yema de un dedo para esparcir la saliva y lubricarlo. Notó cómo le pegaba el capullo. Trató de abrirse más la raja. Fue hundiéndole la polla despacio. Ante el doloroso avance, resopló fuerte con los dientes apretados, poniéndose de puntillas, contrayendo las nalgas, abriéndose la raja todo lo que podía, hasta que se la hundió entera, hasta que notó los huevos pegados al chocho. Volvió a sujetarla por la cintura y le folló el culo sin apenas extraer la verga, sólo un par de centímetros, para volver a hundirla mediante continuas contracciones de las nalgas peludas. Elisa no pudo contenerse y soltó un par de gemidos estridentes, gemidos que llegaron claramente a los oídos de su marido. La mezcla de dolor y placer le proporcionaban convulsiones cada vez que se la hundía, cada vez que la notaba tan adentro. Gemía desesperadamente. Su cuñado se paró con la verga clavada y a los dos segundos notó cómo circulaba la leche en el interior de su ano, a chorros intermitentes, notando el frescor de la circulación. Fue tal el placer que sus piernas temblaron y no pudo contenerse. Un chorro disperso de pis brotó de su chocho, salpicando los huevos de Curro y las piernas de ambos, formando unos charquitos por los pies de los dos. Curro fue retirando la verga despacio. Al sacarla, un grueso hilo de semen unía la punta con el ano.

-          Te gusta mearte, hija puta. -. Su cuñada, con la boca muy abierta, acezando como una perra y con la excitación brotando en su mirada, le miró por encima del hombro -. Ven aquí.

La obligó a incorporarse y la sujetó por la muñeca conduciéndola hasta la taza. Ella notaba el culo dilatado y la emanación de leche. Aún le caían gotas del chocho y pudo fijarse en sus huevos salpicados y en los charcos que se habían formado bajo el lavabo.

-          Siéntate ahí, voy a darte lo que quieres, puta.

Elisa se sentó en la taza. El camisón se le había bajado tapándola. Tenía las bragas en las rodillas y manchas de agua por la zona de las tetas de haberlas tenido dentro del lavabo. Le miró con su expresión sumisa. Curro se agarró la verga, apuntó y al segundo le meó las tetas, con el chorro recorriendo la gasa del camisón, subiendo por el cuello hasta que el chorro le entró por la boca. Ella lo vomitaba sacudiendo la cabeza, tratando de reprimir la meada, escupiendo cuando bajaba de nuevo hacia los pechos. Mientras recibía el chorro que la empapaba como si fuera una manguera, notó que la leche le goteaba del culo hacia el interior de la taza. Se metió la mano entre las piernas, acariciándose el chocho, masturbándose en mitad de la lluvia dorada, circunstancia que aprovechó su cuñado para mearle el coño y la mano con la que se hurgaba. El chorro fue subiendo de nuevo, aunque al llegar a su barbilla, comenzó a cortarse. Se había tragado algo de pis, inevitablemente, aunque continuó escupiendo, agitando la cabeza y secándose la cara con la palma de la mano izquierda, porque con la derecha continuaba refregándose el coño mojado. La dejó perdida de orín, como recién duchada, envuelta en un hedor insoportable, goteando por todos lados, con un enorme charco alrededor de la taza, con toda la gasa pegada al cuerpo. Curro se la sacudió y sonrió al verla.

-          ¿Te ha gustado, puta?

Aún se acariciaba el coño suavemente, consciente de lo cerda que era.

-          ¿Qué me has hecho, Curro? Me siento muy puta.

Curro se limpió los huevos con una toalla y recogió sus prendas.

-          Eres mi puta. Anda, lávate.

Mario, desde su cuarto, vio salir a su hermano. Iba desnudo. Vio su gruesa polla, empinada hacia arriba, con el capullo pegado en la barriga y los huevos danzándole con los pasos, sudando como un cerdo. Acababa de follarse a su mujer. Le vio de espaldas y cómo su culo gordo y asqueroso le botaba, un culo que su mujer también había lamido. Cuando le vio entrar en el cuarto de su hijo y oyó que cerraba la puerta, salió disparado hacia el baño y al entrar se la encontró sentada en la taza, bañada en pis, pisando el charco, aún acezando, con la gasa pegada al cuerpo. Un olor insoportable le penetró por la nariz. Ella le miró. Escupió en el suelo, sentía el sabor agrio del pis en la lengua.

-          Elisa, ¿qué ha pasado?

-          Se nos ha ido la mano – dijo tratando de despegarse la gasa del cuerpo e incorporándose -. Me ha meado encima y me ha dado por el culo.

Mario vio el preservativo en el suelo y se le escapó una sonrisa idiota ante la dureza que su hermano había empleado con su esposa.

-          Joder, cariño, se ha pasado, ¿no?

-          No pasa nada, no sé que me pasa, Mario, pero pierdo la cabeza. Espérame en la cama, tengo que ducharme – le dijo levantándose, con el camisón chorreándole, levantando un pie del charco amarillento -. Tendré que limpiar todo esto.

-          Pero, ¿estás bien?

-          Sí, sí, vete, deja que me prepare -. Se palpó el trasero por encima de la gasa repegada -. Uff, no sabes cómo duele. La tiene demasiado gorda.

-          Venga, te ayudo.

-          Límpiame el culo – le pidió ella -, estoy echando mucho y creo que me ha hecho daño.

Elisa se quitó el camisón y se curvó hacia delante, echando los brazos hacia atrás y abriéndose el culo con ambas manos. Mario se asomó. Aún le brotaba leche del ano, mezclada con finísimas hileras de sangre. Le limpió todo el culo con un trozo de papel. Luego, mientras ella se duchaba, Mario se ocupó de recoger el camisón empapado, escurriéndolo bien dentro de la taza, manchándose las manos con el orín de su hermano. Luego trajo el cubo de la fregona y fregó todo el suelo, limpió los bordes de la taza y perfumó toda la estancia para extinguir el mal olor. Aguardó hasta que ella terminó de ducharse y le entregó la toalla, ayudándola a secarse. Luego se lavó él las manos mientras ella se iba acomodando en la cama. Cuando llegó un rato más tarde, ya estaba dormida. Se recostó a su lado, mirándola, tratando de calibrar la situación, porque en realidad él había sido quien había propiciado aquella lujuria. Trató de imaginar lo sucedido en el servicio, cómo la había follado, cómo le había dado por culo, cómo la había meado y se masturbó mirándola, cobijado en el silencio y la oscuridad.

Cuando vio salir a su tío del baño, Emanuel se tumbó en la cama fingiendo que dormía. Al entrar, Curro encendió la luz y él se incorporó, como si le hubiese despertado. Iba desnudo y sudando como un cerdo, con la verga aún tiesa, empinada, y con los huevos mojados a juzgar por los pelos pegados a la piel. Casi pierde el equilibrio al acercarse a la cama. Llevaba una mirada perdida, con un parpadeo lento.

-          Tío, ¿estás bien?

-          No puedo con el pellejo, sobrino.

El olor a alcohol se extendía por toda la habitación. Pudo fijarse en el glande manchado de semen. El muy cabrón se estaba tirando a su madre. Se tumbó en la cama boca arriba, ya con la verga algo más floja, y se volvió hacia la pared adoptando una posición fetal, con las piernas juntas y flexionadas y el culo empinado de lado, cerca del borde de la cama. Emanuel le miró. Su corpulenta espalda brillaba por el sudor, así como sus nalgas gordas, por donde algunas gotas resbalaban desde la cintura. Tardó poco en ponerse a roncar. Emanuel bajó de la cama y se arrodilló ante el culo de su tío bajándose la delantera del pijama para acariciarse la polla. Le había convertido en un maricón, ya era consciente de ellos, porque ahora lo que sentía era envidia de su madre. Acercó la cara. Tenía los huevos atrapados entre los muslos. El denso vello le sobresalía por encima de la raja. Se dio fuerte a la verga y le olió el culo con aspiraciones profundas, sacando la lengua, con ganas de chupárselo. Temía que se despertara, pero estaba muy caliente. Continuó oliéndoselo, hasta que sacó la lengua y con la punta recorrió toda la raja, dándose cada vez más fuerte. Al ver que ni se inmutaba, le lamió la nalga, arrastrando la lengua como una perrita, saboreando el amargor del sudor que cubría la piel, y así, lamiendo el culo de su tío, eyaculó cobre el suelo. Tras limpiar la mancha, algo más calmado, le tiró varias fotografías desde distintos ángulos para alimentar con ellas la lujuria de su novia. Luego se acostó y trató de dormir.

 

      Mario tuvo que irse a trabajar tan temprano como siempre. Le hubiese gustado quedarse y ser testigo del acecho de su hermano, porque estaba seguro de que cuando se quedaran a solas la acecharía. La había convertido en su puta para satisfacerse cada vez que le daba la gana. Inmediatamente después, antes de las ocho, se levantó su hijo Emanuel, se atavió con ropa deportiva y abandonó la casa. Nada más salir, telefoneó a su novia para despertarla. Un cuarto de hora más tarde se vieron en una cafetería cercana a su domicilio. Ya sentados a la mesa con el desayuno, le mostró las fotos del móvil. Adriana las miró asombrada, mordiéndose el labio, con una mirada donde se traslucía su excitación.

-          Ummm, qué maduro. Y qué culo más asqueroso, ¿no? Y encima lo tiene sudado. ¿Y se lo tuviste que chupar?

-          Sí.

-          ¿Y de verdad que no te dio asco?

-          Sí, cómo no, pero qué hacía. Ahí acababa de follarse a mi madre, al rato de irse a acostar mi padre.

-          Tu madre es una puta, cariño, perdona que te lo diga.

-          Lo sé, qué cachondo me pone. Se encerró con él en el baño y follaron, la oí gemir como una perra.

-          Mmmm, ¿te la follarías? – le preguntó su novia.

-          Sí, me encantaría.

-          Seguro que ahora, los dos solos en casa, se pondrán a follar como locos – imaginó Adriana.

-          ¿Quieres venir y les espiamos? – le propuso Emanuel.

-          ¿No será peligroso?

-          Podemos escondernos en el vestidor de la entrada y si nos pillan, no pasa nada, nosotros como si no supiéramos qué sucede, estamos yendo a casa, como cualquier otro día.

-          Me gusta el riesgo, vamos.

Entraron en la casa con discreción, sin hacer ruido, y enseguida se metieron en el vestidor dejando la puerta entrecerrada, con la abertura suficiente como para disponer de una amplia visión de la cocina. Emanuel se colocó detrás de su novia, de pie, preparados para el espectáculo. Eran las nueve y media de la mañana. Al cabo de un rato, apareció su madre en la cocina. Llevaba otro camisón negro, menos transparente, se le meneaban las tetas bajo la tela y ligeramente se le transparentaban unas braguitas de color crema.

-          Parece una puta – le susurró Adriana en voz baja -, tiene un buen culo y qué tetas más grandes, me gustaría tenerlas así.

-          ¿Te tirarías a mi madre? – le preguntó su novio.

-          ¿A la puta de tu madre? Claro que me la tiraría, y contigo mirando. Tócame, maricón, tu madre me pone cachonda…

Llevaba unos tejanos ajustados. Emanuel se pegó a ella abrazándola. Le aplastó el bulto contra el culo y le desabrochó la bragueta metiendo la mano y apartando las bragas para acariciarle el coño. Adriana se removió, atenta a los movimientos y las transparencias de su suegra. Elisa se tomó un café y cuando enjuagaba el vaso vieron que aparecía Curro, en slip. Su paquete daba severos botes al caminar, a igual que su panza peluda. Era un macho de verdad. Adriana sujetó la mano de su novio para obligarle a rozarle con más esmero.

-          Dame, maricón – apremió embelesada con el cuerpo seboso de Curro -, no pares de darme… Mira qué macho… Ummm…

En la cocina, Elisa se volvió hacia su cuñado, examinándole de arriba abajo. Se encontraban frente a frente, de pie junto a la mesa, observándose mutuamente.

-          ¿Cómo tienes el culo? – le preguntó Curro.

-          Todavía me duele, nos pasamos tres pueblos.

-          Me encanta follarte, ahora mismo es lo que deseo.

-          No, Curro, no podemos seguir con esto…

Pero Curro la cortó abrazándola y baboseándola por la cara. Ella trataba de apartar la cabeza, pero sin resistirse mucho, dejando que la lamiera por el cuello, que le manoseara la espalda y el culo por encima del camisón, con sus tetas aplastadas contra la curvatura de la barriga.

-          Te deseo, zorra – le jadeaba palpándola por todos lados -, eres mía, puta, eres mi puta…

La morreó metiéndole la lengua gorda, pellizcándole el culo blando con sus manazas, por encima de la tela. Ella alzó los brazos y deslizó las manitas por la corpulenta y mantecosa espalda de su cuñado, descendiendo lentamente hasta meterlas dentro del slip para acariciarle el culo seboso. Emanuel continuaba masturbando a su novia con la escena, con la barbilla apoyada en su hombro, refregando el paquete por su culito, viendo las manitas de su madre acariciando dentro del calzoncillo el culo de su tío. Mientras se morreaban trataban de rozarse removiéndose el uno contra el otro. Elisa condujo la manita izquierda por el lateral del slip hasta meterla dentro de la delantera, refregándole ahora la polla y los huevos con una mano y el culo con la otra. Adriana, desde el vestidor, vio que la punta de la verga le asomaba por la tira superior ante los intensos refregones y apretaba más la mano de su novio contra su coño. Elisa ya estaba fuera de sí, con su ninfomanía encendida, dispuesta a demostrarle a su cuñado lo cerda que era. Deslizó sus labios por la tupida barba, le lamió el cuello y bajó con la boca hasta las tetillas de los pectorales, lamiéndolas, mordisqueándolas, pasando la lengua por encima del vello para pasar a la otra. Curro cerraba los ojos dejándose lamer el pecho, con los brazos pegados a los costados, concentrado en los tocamientos dentro del calzoncillo y en las lamidas. Le miraba como una sumisa mientras le lamía la tetilla. Como una cerda, apartó la boca y le levantó el brazo derecho para lanzarse a lamerle la axila peluda, una axila sudada con sabor amargo. Fue bajando con la lengua, lamiéndole la barriga, metiéndole la punta en el ombligo, hasta que fue acuclillándose poco a poco. Curro jadeaba con los ojos entrecerrados, mirando al frente, con rastro de saliva por todo el cuerpo. Le bajó el calzoncillo hasta los tobillos a toda prisa, como deseosa, y le sujetó la polla colocándola en horizontal para mamarla como una descosida, atizándole fuerte chupetones en el capullo, comiéndosela y baboseándola, sacudiéndosela sobre la lengua, con las tetas golpeando levemente sus robustas piernas. Qué mamada le estaba haciendo, Adriana ya se había corrido en la mano de su novio, pero quería más y continuó apretándole la mano contra el coño para que siguiera escarbándole. Le lamió los huevos con tres pasadas y apartó la cara para mirarle, meneándosela deprisa.

-          ¿Quieres que te chupe el culo?

-          Sí, guarra, chúpamelo.

Curro se volvió inclinándose ligeramente sobre la mesa, apoyando las manazas en la superficie. Elisa se mantenía acuclillada cuando pegó la cara al culo de su cuñado, incrustando la nariz y los labios en la raja, sacando la lengua para acariciarle el ano velludo con la punta. Adriana y Emanuel observaban atónito el comportamiento de Elisa. No despegaba la cara del culo, sólo movía la cabeza con la cara metida en la raja mamándole el ano mientras Curro se la sacudía sobre la mesa, concentrado en el continuo y húmedo cosquilleo de la lengua. Le acariciaba las nalgas gordas mientras le mamaba, sin apartar la cara ni un momento para tomar aire. A los pocos instantes, Curro se volvió de repente y la sujetó del brazo obligándola a levantarse. Ella escupió algunos pelillos. Su cuñado le atizó unas bofetadas en la cara, agarrándola por los pelos y zarandeándole la cabeza.

-          Abre la boca, guarra -. Elisa abrió la boca y recibió un grueso escupitajo en la lengua, luego le achuchó la cara y le dio varias palmaditas -. Te voy a follar, puta.

La cogió en peso por el culo y la sentó encima de la mesa. Volvió a apretujarle las mejillas y le escupió de nuevo, cayendo la porción de saliva bajo la nariz. Con ambas manazas, le sujetó el escote y le rasgó el camisón rudamente hasta partirlo en dos, abriéndolo hacia los lados y achuchándole las tetas como si fueran esponjas. Adriana y Emanuel observaban estupefactos la dureza que empleaba Curró. Le escupía a las tetas y luego se las mamaba, volviendo a incorporarse para atizarle palmaditas en la cara. La cogió por los hombros y la obligó a tumbarse hacia atrás, pegando la espalda en la superficie de la mesa. Recibió severas palmadas en las tetas que la obligaron a quejarse y después le arrancó las bragas a tirones, desgarrándolas y tirando los trozos hacia los lados. Le separó las piernas abriéndole el coño. Curro aguardaba con la punta casi rozándola.

-          Vamos, guarra, te estoy esperando.

Elisa frunció el entrecejo, con la cara sonrojada, haciendo fuerza, y al instante le meó la polla con un chorro de pis muy potente y abierto. Adriana y Emanuel veían cómo un incesante goteo le caía de los huevos. En mitad de la meada le clavó la polla encajándosela secamente en el chocho, sujetándole las piernas por debajo de las rodillas. El pis aún fluía con la verga incrustada, salpicando hacia los lados. Comenzó a follarla contrayendo el culo gordo aligeradamente, manteniéndole las piernas separadas y en alto, con los huevos goteándole hacia el suelo. Elisa comenzó a chillar como una loca cabeceando en la mesa y aferrándose a los cantos, con sus tetas meneándose como pasteles de gelatina, mirando hacia los ojos de su cuñado, que le destrozaba el coño con severas embestidas, resoplando insistentemente con los dientes apretados. Frenó en seco, llenándola de leche, un vertido abundante que le inundó el coño, hasta el punto que la leche rebosó y discurrió por la comisura de la vulva, aún con la polla encajada. Elisa trataba de recuperar el aire bufando y cabeceando con los ojos cerrados. Curro se mantuvo con la verga encajada un rato, luego la fue sacando despacio, impregnada de esperma por todo el tallo, esperma mezclado con el pis de la meada. Nada más sacarla del todo, manó leche del coño discurriendo hacia la rajita del culo.

-          Ven – Curró la ayudó a incorporarse y a bajarse de la mesa, con el camisón rajado y abierto como si fuera una bata -. Arrodíllate aquí.

Elisa se arrodilló ante él y no hizo falta que le indicara nada más, abrió la boca todo lo que pudo y alzó las manos para taparse el cabello con las palmas. Su cuñado le acercó la verga, la apoyó en su labio inferior y un segundo más tarde comenzó a mear mediante un chorro flojo, un chorro grueso y amarillento que tanto Adriana y Emanuel distinguían desde su escondite. Su lengua quedó sumergida y dos fina hileras le resbalaron por la comisura hacia la barbilla, entonces Curro cortó el chorro. Elisa cogió una taza de la mesa y vomitó dentro todo el caldo caliente. De nuevo levantó la cara con la boca abierta y Curro le acercó la verga.

-          ¿No vas a probarlo?

Volvió a mearle hasta llenarle la boca, pero volvió a vaciarlo en la taza, que ya estaba medio llena. De nuevo abrió la boca y Curro le inyectó tres pequeños chorros, estrujándose el capullo para exprimir. Esta vez sí se lo tragó, envuelta en un temblor fruto de las muecas de asco y las arcadas que le venían del estómago. Se limpió la boca con el dorso de la mano y se levantó mirándose el camisón roto y las bragas desgarradas tiradas por el suelo. Vertió la taza de pis en el fregadero y se tomó un trago de zumo de la botella para quitarse el mal sabor, enjuagándose la boca y escupiendo. Curro ya se había subido el slip.

-          Curro, esto es una barbaridad, yo no soy así.

-          Anda, cállate, putita, voy a vestirme, tengo que salir.

La dejó en la cocina bebiéndose un zumo, ensimismada, con el camisón abierto y goteándole leche del chocho, tratando de entender cómo había llegado a convertirse en la cerda de su cuñado. Adriana había manchado la mano de su novio con sus flujos vaginales. La observaban. Se diferenciaba el charquito de leche que se había formado entre sus pies por el incesante goteo. Lograron salir sin ser vistos cuando su madre se fue al baño. Ya caminando por la calle, Adriana aún no daba crédito a lo que había presenciado.

-          Pero cómo puede ser tu madre tan guarra. Se bebe el pis y todo. ¿Con tu padre hace lo mismo?

-          No lo sé, pero no creo. ¿Tú serías capaz?

-          A mí me daría mucho asco, no creo que pudiese.

-          ¿Y si él te obligara?

-          Es sexo muy duro, Emanuel, no había visto algo así ni en las películas. No sé qué haría, el cabrón sabe follar y te vuelve loca. ¿A ti te gustaría que me meara y que le tuviera que chupar el culo como tu madre?

-          Yo me he puesto muy cachondo – reconoció.

-          Serás malo.

-          Esta tarde mis padres tienen que salir. Podemos estar a solas con él y jugar.

-          Puedo perder los papeles, me pongo cachonda con sólo verle.

-          ¿Quieres jugar o no?

-          Sí, quiero jugar.

 

       Mario regresó al mediodía, se tomó unas cervezas con su hermano y luego almorzaron los cuatro juntos en la cocina. Mario y Elisa tenían que desplazarse a la otra punta de la ciudad para hacer unas gestiones en una notaría y tras la comida cada uno se dispersó por su lado, Emanuel a su cuarto, a esperas de que sus padres se fueran para avisar a su novia, y Curro se echó en el sofá para dormir la siesta. Ya en la habitación, mientras se vestían, Mario le preguntó a su esposa si había pasado algo durante la mañana.

-          Sí, ha pasado, Mario. Ahora soy su puta y me folla cada vez que le da la gana.

-          ¿Te ha follado? – le preguntó con la verga empalmada bajo el pantalón.

-          Veremos a ver si no me queda preñada.

-          ¿No habéis usado preservativo?

-          Que va, el cabrón me vuelve loca, hace que pierda los papeles. Ya te he dicho, soy su jodida puta. He tenido que tragarme su pis.

-          ¿Qué?

-          Está salvaje, Mario. He tenido que chuparle el culo y después de correrse me ha meado en la boca.

-          Qué bestia, ¿y qué has sentido?

-          En esos momentos estoy cegada como una ninfómana. No sé qué me pasa con él, pero me presto a cualquier marranada. Luego lo pienso y me entran ganas de vomitar – reconoció -. Te excita lo que me hace, ¿verdad? -. Mario la sujetó por la nuca y le acercó la cabeza para besarla. Ella le correspondió abrazándole y dándole unos toquecitos en el paquete para comprobar que estaba empalmado -. Sí, te excita, te gusta que me trate como a su puta, que sea una guarra con él. Me gustaría que vieras cómo me folla, eso me encantaría. ¿Quieres que siga siendo su puta, amor mío?

-          Sí – jadeó Mario.

Elisa se acuclilló. Le bajó la bragueta, metió la mano y le sacó la verga erecta. La empuñó acariciándola por todo el tronco, mirándole sumisamente, luego le hizo una mamada a su marido hasta que le eyaculó dentro de la boca y se tragó toda su leche.

 

      A las cuatro en punto, sus padres se habían marchado y su tío Curro dormía plácidamente la siesta tendido en el sofá del salón. Le dio un toque al móvil de su novia y Adriana se presentó un cuarto de hora más tarde de manera despampanante. Lucía un vestidito de seda color rosa fucsia, brillante, holgadito, pero muy corto, tan corto que la bastilla se hallaba al límite de sus bragas, con un pronunciado escote en forma de U abierta, finísimos tirantes anudados al cuello y con la espalda al descubierto. Para acentuar su obscenidad, se había calzado con unas sandalias a juego, también de un tono rosa fuerte, con tacones gruesos y altos. Con su melena rizada, se había hecho un moño en la coronilla y llevaba la nuca al descubierto, otorgándole cierta sensualidad, perfectamente maquillada y cargada de complementos a juego con la ropa. Emanuel la recibió ataviado con el pantalón del pijama y con una camiseta de tirantes.

             -   Qué guapa vienes, le vas a poner rabioso, se va a correr en cuanto te vea o pagaré yo los platos rotos y tendré que pajearle.

Adriana pasó dentro.

-          ¿Dónde está?

-          Duerme en el sofá, ¿quieres verle?

Ella asintió y su novio la condujo al salón de manera sigilosa, procurando hacer el mínimo ruido con los tacones. Los ronquidos le llegaban a los oídos a medida que se acercaban. Le vio tumbado boca arriba en el sofá, con la boca abierta y la cabeza ladeada. Sólo llevaba puesto un bañador ajustado de color negro, tipo ciclista, donde se apreciaba con claridad el enorme bulto de sus genitales. Su enorme barriga peluda subía y bajaba al son de los ronquidos. Le observaron durante unos segundos.

-          Sólo con verle me pongo muy caliente – le confesó ella embobada con aquel cuerpo seboso y maduro -. Vamos a algún sitio, amor, necesito un desahogo.

-          Vamos al baño.

Se dirigieron al baño y Emanuel cerró la puerta tras de sí, aunque sin echar el cerrojillo, emocionado con la posibilidad de que su tío les descubriera. Se bajó el pantalón del pijama y se sentó en la taza. Adriana, caliente como una perra, se arrodilló ante él y tras menearle la polla unos instantes, se lanzó a mamársela, bajando con los labios hasta sentirla en la garganta y volviendo a subir hasta el capullo. Emanuel veía cómo subía y bajaba la cabeza. Permanecía reclinado sobre la cisterna. Le pasó un brazo por encima del hombro y le tiró del vestido hacia arriba, dejándoselo ceñido a la cintura, descubriendo su culito redondito, con la tira del tanga metida en la raja.

-          Bájate las bragas – le pidió él.

Sin dejar de mamarle la polla, se bajó el tanga con una sola mano dándose tirones hacia abajo, hasta conseguir deslizarlo hasta la mitad del muslo. Le mamaba con el cuerpo erguido entre las piernas, ligeramente curvada hacia la verga, que se comía sin descanso, acariciándose el coño con la mano derecha y sujetándole la verga en vertical con la izquierda. La muy perra no podía ni aguantarse. Y de repente, se abrió la puerta y apareció su tío ataviado con su ajustado bañador. Se quedó paralizado al verles, con los ojos muy abiertos y las cejas arqueadas. Les vio de perfil. A su sobrino sentado en la taza y a su novia haciéndole una mamada, con las bragas bajadas y un delicioso culito a la vista, con la mano derecha plantada en el coñito, masturbándose. Emanuel le miró.

-          ¡Tío Curro!

En ese momento, Adriana apartó la cabeza del biberón y ladeó la cara hacia él, con la boca muy cerca de la polla, con dos hilos de babas uniendo sus labios con la punta. Hizo un ademán de subirse las bragas, irguiéndose un poco y soltando el pene, pero sólo consiguió subírselas de un lado. Los hilos de babas parecían finos péndulos colgando en su barbilla. Curro dedicó unos segundos a mirarla, a cruzar una mirada con ella.

-          Disculpad, no sabía que estabais aquí.

Y fue cerrando la puerta sin apartar los ojos de ella. Adriana se subió las bragas y se bajó el vestido.

            -     Hostias, nos ha pillado – exclamó -. Qué vergüenza, cómo que no habías echado el cerrojillo.

Ambos se levantaron a la vez.

-          Qué morboso, ¿no? – la azuzó su novio.

-          Sí, lo que faltaba. ¿Y ahora qué hacemos? Me da mucho corte.

-          Nada, tú como si nada. Vamos y nos tomamos un café. No pasa nada, lo va a comprender, ahora, se la habrás puesto bien dura.

-          Ay, Emanuel, no me pongas más nerviosa. Estoy un poco acojonada, tu tío es una bestia.

Salieron del baño y fueron juntos hasta el salón. Curro se hallaba sentado en el centro del sofá, con el ajustado bañador, con su barriga subiendo y bajando y los pies encima de la mesita, viendo un programa de la tele. Adriana se ruborizó cuando la miró. Parecía una putita con aquel vestidito rosa fucsia y aquellas sandalias tan estrambóticas. Se fijó de pasada en su paquete, como para comprobar la erección, pero sólo le vio el enorme bulto apretujado.

-          ¿Quieres un café, tío? – le preguntó Emanuel.

-          Sí, tráenos un café, anda -. Emanuel se giró encaminándose hacia la cocina y entonces volvió a clavar su sucia mirada en el cuerpecito de la chica -. ¿Qué tal, Adriana? Siéntate, mujer.

Tímidamente, dio unos pasos hacia el sofá contoneando sus caderas y tomó asiento a su derecha, erguida y con el culo cerca del borde, ligeramente ladeada hacia él, olfateando su fragancia viril, viendo tan de cerca su piel áspera, blanca, grasienta y peluda.

-          Bien, ¿y tú?

-          Bueno, tirando.

Adriana tragó saliva, algo nerviosa, aunque excitada por la morbosidad. Tenía la base del vestido al límite de sus bragas.

-          Curro, perdona por lo de antes, nosotros, es que…

-          No pasa nada, mujer -. Emanuel llegó con la bandeja y le entregó a su tío una taza y otra a su novia, después se sentó en una silla frente a ellos -. He entrado sin avisar.

-          No le digas nada a mi suegra, entonces nos mata – le pidió ella.

-          Estate tranquila -. Le dio una palmadita en la pierna, a la altura de las rodillas -. Mi sobrino y yo tenemos mucha confianza y entiendo que cuando no está mi hermano os apetezca echar un polvo -. Ella sonrió como una tonta -. Por mí, si queréis, podéis seguir, podéis ir a la habitación.

-          Es que nos hemos calentado y… - se excusó ella -. No tenemos muchas oportunidades de estar solos.

Curro se inclinó ligeramente hacia ella, como para susurrarle al oído, con una amplia sonrisa en la boca. Emanuel asistía impasible al acecho de su tío.

-          A mí también me habéis calentado, que lo sepas, guapa.

Adriana sonrió con las mejillas ruborizadas y miró hacia Emanuel.

-          Lo imagino, nos has pillado así, en plena faena.

-          Me la has puesto muy dura, eres una chica muy guapa. Te he visto así, con las bragas bajadas y el culito a la vista y me ha entrado una cosa…

-          Lo siento, no era mi intención eso…

-          ¿Qué?

-          Eso, ponértela dura – le contestó mirándole a los ojos.

-          ¿Sigues caliente? – la instigó.

-          Jajaja, ya, ya se me va bajando la calentura.

-          Mi sobrino y yo tenemos conversaciones típicas de hombres, ya me comprendes, él y yo nos entendemos bien. Dice que a veces tienes fantasías con hombres maduros y gordos, así, con mi aspecto.

-          Bueno, sí, alguna vez, pero son eso, fantasías, y fantasías íntimas. A tu sobrino y mi novio se le va la lengua de vez en cuando. Yo nunca me he liado con un hombre así, pero, sí, es verdad que me resultáis morbosos, no sé, diferentes. No me gustan los tíos estos culturistas, depilados, con esos músculos tan feos.

-          ¿Le has visto la polla a un hombre así?

-          ¿A uno así, como tú? No, nunca, ni en la tele, en las pelis pornos sólo salen tíos buenos, modelitos sin pelos en el pecho, jajajaja

-          Yo tengo pelos en el pecho.

-          Ya, ya veo, jajaja.

Se estaba poniendo muy tonta con la conversación y Emanuel la veía muy cómoda, podía sentir la excitación que desprendía su mirada. Y su tío Curro lo sabía, de ahí que no parara de atosigarla. Él sólo observaba, sin participar en el acecho.

-          ¿Te gustaría ver la polla de alguien maduro y gordo como yo?

-          ¿Me la vas a enseñar? – le retó ella con una lujuriosa sonrisa dibujada en los labios.

-          Tengo que ir a mear, si quieres puedes acompañarme y así me la ves -. Adriana soltó una carcajada dirigiendo la mirada hacia su novio -. Seguro que a mi sobrino no le importa, ¿verdad, sobrino?

-          No, ella verá. Tiene la oportunidad de verla.

-          ¿Quieres acompañarme, guapa? Me gustaría enseñarte la polla.

A Adriana le tembló la barbilla, envuelta en espasmos excitantes que le atizaban por todo el cuerpo. Le miró seria y sonrió temblorosamente.

            -    Vale, venga, te acompaño, saldré de dudas, jajajaja.

Curro se levantó trabajosamente y le tendió la mano para ayudarla a ponerse de pie. Emanuel les observaba impasible, con el pene duro al ver a su novia tonteando con su tío. La dejó pasar y la siguió fijándose en el delicioso contoneo de su culito. Parecía una prostituta que conducía a su cliente hacia el picadero. En cuanto salieron del salón, Emanuel se levantó para seguirles y espiarles, un tanto rabioso de no poder participar directamente con ellos. Adriana fue la primera en entrar en el cuarto de baño y detenerse a un lado del lavabo. Curro entró después, empujando un poco la puerta tras de sí, lo suficiente como para que Emanuel pudiera presenciar desde el pasillo lo que sucedía dentro.

-          Me sorprende que una chica tan guapa como tú tenga fantasías con hombres mayores – le dijo Curro colocándose frente a la taza -. Pero me parece estupendo.

Adriana dio unos pasos hacia él, parándose cerca de su costado, algo sonrojada de estar a solas con él. Curro se curvó y abrió la tapa, luego volvió a erguirse rascándose bajo los cojones.

-          No sé, son fantasías, es algo incontrolable – le aclaró ella.

Curro se bajó la delantera del bañador y exhibió su obesa e hinchada polla, con sus venas ya infladas y empinada hacia arriba, rodeada de un vello negro y rizado y unos huevos gordos y blandos que se balanceaban ligeramente. Adriana la miró boquiabierta y fascinada, llegando a morderse el labio inferior para contener el flujo de placer que inundaba su mente. Jamás había visto un nabo de aquel grosor y mucho menos al natural, tan de cerca.

-          ¿Te gusta, bonita?

-          Me la había imaginado más normal – le dijo con una sonrisa -. La tienes grande.

-          ¿Quieres sujetármela?

-          ¿Para mear? Bueno.

Extendió la mano derecha y se la sujetó con las yemas de los dedos. Curro la miró. Tenía las uñas pintadas de rosa, a juego con el vestido reluciente. La tenía dura como el acero. Se la bajó apuntando hacia la taza y al segundo salió el chorro de pis, un chorro disperso que al principio salpicó de gotitas verdosas todo el borde. Trató de dirigirlo hacia el interior, notando el tacto de sus venas hinchadas, procurando tirarle hacia atrás del pellejo para destaparle el capullo. Ya estaba caliente como una perra con sólo tocársela y notaba un lujurioso hormigueo en la vagina. Se miraron y se sonrieron, expulsándose los alientos mutuamente. Antes de que el chorro de pis se cortara, empuñó la verga y comenzó a meneársela, haciéndole una paja, delicadamente, manchándose las manos y salpicando hacia todos lados. Curro frunció el ceño jadeando sobre su rostro y ella aceleró comprimiendo fuerte la verga  con la palma.

-          Qué bien me la tocas, bonita… Ahhh… Ahhh… Sigue… Así…

-          Me siento como una putita haciéndote una paja.

-          Eres mi putita… Ahhh… Sigue, cabrona…

Le asestó tres tirones fuertes y reanudó la marcha a un ritmo constante y apresurado. Curro le metió la mano bajo el vestido y le acarició el culo, metiéndole la mano entre la tira del tanga y la raja. Emanuel podía ver cómo se lo manoseaba y cómo ella le meneaba la verga, con la barbilla apoyada en el hombro de su tío, pegada a su costado.

-          ¿Te gusta así? – le preguntó ella.

-          Sí, sigue… Qué bien lo haces, puta… Bájate las bragas, venga…

Le soltó la verga para elevarse la faldilla del vestido y se bajó el tanga a toda prisa deslizándolo hasta las rodillas. Tenía la mano derecha salpicada de pis. Enseguida se pegó a él volviendo a rodearle la polla con la manita para reanudar la masturbación. También Curro la rodeó por la cintura metiéndole la mano bajo el vestido para acariciarle el culito con la manaza abierta, deslizándola de una nalga a otra constantemente. Ella tenía los labios pegados a su hombro peludo mientras le zarandeaba la verga, con el dedo índice y pulgar formando un aro para sacudírsela agarrándosela bajo el capullo. Curro jadeaba lentamente. Adriana alzó la mano izquierda y se la metió por dentro del bañador para acariciarle el culo peludo y mantecoso, frotándole las nalgas con su delicada palmita. Le metió los deditos en la raja y recorrió con las yemas su fondo velludo, palpándole el ano áspero con suavidad. Curro la miró.

-          ¿Te gusta mi culo, putita?

-          Sí, me gusta todo de los hombres maduros – le desafió Adriana, casi aventurando lo que le deparaba.

-          Bésame el culo, puta -. Adriana le miró seria y se ganó una palmada en la nalga -. Venga, vamos, quiero que me beses el culo.

Con las bragas bajadas, le soltó la verga y dio un paso lateral hasta colocarse detrás de él. Curro se curvó hacia delante plantando ambas manos encima de la cisterna. Emanuel se daba fuerte a su pene en el pasillo, presenciando el sumiso comportamiento de su novia. Se arrodillo y, tras bajarle el slip,  primeramente le acarició las nalgas peludas con sus manitas. Se impregnó las palmas. Tenía el culo sudado. Las hileras de sudor le resbalaban desde la espalda. Le vio los huevos entre las piernas. Comenzó a estamparle besitos, en una nalga y en otra, hundiendo los labios, probando el amargor del sudor. Deslizó sus manitas hacia los muslos de las piernas y hundió la cara en su raja peluda, sin abrirla, besándole el ano, olisqueando el vaho fétido que desprendía, impregnándose las mejillas de sudor. Los huevos se zarandeaban, señal de que estaba machacándosela. Le besaba el ano con delicadeza, mediante pequeños besitos, apartando un poco la cara y volviéndola a hundir. Sus manitas se deslizaron hasta sus ingles y con las dos palmas le agarró los huevos, sobándolos con leves estrujones. A veces le pegaba los labios al ano y se lo besaba apasionadamente, moviendo la cabeza, como si besara a su novio. Las manos regresaron a las carnosas nalgas para abrirle la raja y así poder acariciarle el ano con la punta de la lengua, a veces envuelta en una mueca de asco. Curro rugió escandalosamente irguiéndose y machacándosela fuerte, como si no pudiera más. Adriana apartó la cabeza y se levantó. Se subió la faldilla del vestido y le abrazó pegando el coñito rasurado a su culo gordo e impregnado de sudor. Las tetitas se aplastaron contra su corpulenta espalda. La mejilla la apoyó contra su nuca. Deslizó las manitas por su barriga hasta empuñarle la polla con la derecha y agarrarle los huevos con la izquierda. Y se ocupó de machacársela velozmente, refregando el coño por su culo gordo. Curro jadeaba como un loco, sintiendo tanto gusto que trataba de contener la inminente eyaculación. Emanuel ya se había corrido en el pasillo, pero continuaba observando la entrega de su mujer. Adriana conocía los gustos del tío de su novio porque le había espiado cuando se follaba a su suegra. Estaba tan caliente que todo le daba igual. Sacó la lengua lamiéndole por la nuca sudorosa, le estrujó aún más los huevos y aceleró los tirones a la polla. Se removió más contra él, y cuando el coño se encontraba pegado a la raja, hizo fuerza y le meó el culo. El pis brotó hacia los lados, derramándose hacia ambas nalgas, como cuando tapas un grifo con la palma de la mano. Las hileras de pis alcanzaron los huevos, de donde comenzó a gotear incesantemente, y algunas hileras le resbalaron por las piernas. La polla comenzó a emitir chorros de leche, gruesos chorros que salpicaban la taza y el borde, una eyaculación inagotable de leche muy blanca y fluida. Adriana, refregando el coño mojado por su culo, acariciándole los huevos salpicados de pis, fue disminuyendo los tirones hasta comprimirle la punta para que vertiera los últimos pegotes. Curro suspiró envuelto en fatigosos bufidos. Adriana se apartó de él volviéndose a colocar a su lado para fijarse en las numerosas salpicaduras de semen por el borde, mezcladas con las gotas verdosas de la anterior meada. También se había salpicado el vestido.

-          Me has meado el culo, hija puta.

-          No he podido contenerme, pero estoy segura de que te ha gustado - le provocó incitándole.

-          Vaya, veo que te gusta, que eres una buena guarra. Ven acá, cabrona.

La sujetó por el brazo y la obligó a colocarse ante la bañera, de espaldas a él. La agarró rudamente por la nuca y la curvó hacia delante. Adriana se aferró a los cantos de la bañera. Le subió la faldilla del vestido deslizándoselo por la espalda, hasta que sus tetitas picudas y duras asomaron quedando colgando hacia abajo. Mantenía el tanga enrollado en las rodillas.

-          Ábrete el culo, guarra.

Tenía las piernas juntas. Echó los brazos hacia atrás y se abrió el culito. Curro pudo ver su ano, un diminuto orificio rosado con los esfínteres muy suaves, y también se fijó en su almejita entre las piernas, debidamente depilada, una rajita reluciente de voluminosa vulva. Curro separó las pierna y la encañonó con la verga. Al segundo, un fino y potente chorro de orín verdoso se estampó justo en el ano, formando un torrente de caldo hacia el coño. Adriana cerró los ojos jadeando e irguiendo la cabeza, percibiendo el ardor de la meada, tratando de abrirse la raja al máximo. Curro subía y bajaba la polla para deslizar el chorro desde el ano hasta el coño. Cuando dejó de mear, le había dejado el culo empapado, con las nalgas salpicadas, el coño chorreando hacia las bragas y un charco verdoso alrededor de las sandalias. Adriana se mantenía el culo abierto. Le miró por encima del hombro y vio que se acercaba a ella. Le rozó el coño mojado con la punta de la polla y de un solo empujón se la clavó de golpe. Adriana aulló como una loca ante la extrema dilatación de su coñito. La sujetó con las manazas por las caderas y se puso a follarla aceleradamente embistiéndola con fuerza, hundiéndole la polla hasta los mismos huevos. Tuvo que aferrarse de nuevo al canto de la bañera para no perder el equilibrio, con sus tetitas duras temblando ante los empujones que recibía su cuerpo. Emanuel observaba asombrado. Sólo veía a su tío de espaldas, contrayendo su culo gordo para follarse a su novia, reventándole el coño, sudando como un cerdo, con gotas de orín cayendo de entre las piernas de los dos. Adriana gemía como una loca mirando al frente y Curro sólo resoplaba apretando los dientes. Notaba el peso de su barriga sudorosa sobre la cadera. Notaba la presión de sus manazas sobre el costado. Notaba el avance imparable de la polla en el interior del chocho. El dolor se convirtió en placer y comenzó a cabecear sin parar de gemir. Se le deshizo el moño y su melena rizada le cayó hacia los lados. Las manazas pasaron a sus hombros, obligándola a incorporarse ligeramente, tirando de su cuerpo hacia él para hundirle la polla más profundamente, con las nalgas del culito apretadas contra la pelvis. Y en esa postura le llenó el coño de leche, evacuó de manera intermitente con la polla encajada y en reposo. Ella mantenía los ojos cerrados notando cómo la leche se propagaba en el interior de su coño. Emanuel reflexionó unos segundos, con aquella corrida podía dejarla preñada. Los jadeos de ambos se fueron apagando. Poco a poco, fue sacando la verga del chocho dando un paso atrás. Adriana también se incorporó, manteniéndose el vestido en alto para no manchárselo. Se miró y vio cómo comenzaba a gotearle leche del chocho, gotas que se mezclaban con el charco verdoso que rodeaba sus pies. Se miraron. Curro permanecía desnudo con el bañador en la mano, secándose el culo y la polla con una toalla.

-          Habrá que ducharse, ¿no? – sonrió ella.

-          ¿Te ha gustado, bonita?

-          Uff, muy fuerte, ¿no?

-          Tengo que irme. Volveremos a vernos. Limpia todo esto, anda.

Y salió del baño. Se encontró con su sobrino en el pasillo. Emanuel se fijó en su verga, completamente empinada, con el capullo destapado, rozando los bajos de la barriga. Sudaba como un cerdo.

           -    Ayuda a tu novia, anda, hay que limpiar todo eso antes de que vengan tus padres. Yo me tengo que ir.

          -      Sí, vete, no te preocupes, nosotros lo limpiamos.

Y aguardó fijándose en su culo gordo hasta que se adentró en la habitación. Irrumpió en el baño. Su novia se había quitado el vestido y escurría las bragas en el bidé.

          -    Qué salvaje, Emanuel, no sabes lo guarra que me siento.

Se fijó en el charco y las salpicaduras de pis, también en los goterones de semen repartidos por la taza.

-          Pero, ¿estás bien?

-          Tu madre y yo somos unas cerdas, cariño. Anda, trae la fregona y ve limpiando esto mientras me ducho -. Le entregó las bragas empapadas de orín -. Toma, tíralas.

Obedeció la imposición como un sumiso. Llevó las bragas a la basura, empapándose la mano con el pis de su tío. Después se ocupó de fregar el baño, primero limpió bien la taza y después fregó el suelo mientras ella se duchaba. Cuando dejaron todo listo, su tío ya se había marchado. Adriana se colocó el vestido sin bragas, se cepilló la melena y le dijo que tenía que irse, que había quedado con sus padres para visitar unos parientes. Le dejaron solo en la casa, ahogado en los celos y la envidia. Su tío ya disponía de dos cerdas para satisfacerse, su madre y su novia, y ya no le dejaba participar en esa lujuria incontrolada, en esa fugaz homosexualidad que se había asentado en sus entrañas.

 

      Emanuel pasó toda la tarde solo, codiciando un nuevo encuentro con su tío, deseando adoptar el papel de su mariquita. Sus padres se presentaron al anochecer y sobre las diez de la noche cenaron los tres juntos en la cocina, en silencio, viendo las noticias, sin apenas hablarse. Emanuel miraba a su madre. Era una jodida cerda que se entregaba en cuerpo y alma a las perversiones de su tío Curro. Cómo le gustaría estar en su pellejo, o en el de su novia. La muy puta actuaba ante su padre como si nada estuviera sucediendo. Curro aún no había llegado cuando a las once de la noche, Emanuel dijo que se iba a la cama. Le dolía la cabeza de tanto pensar, de tanto resentimiento por sentirse al margen de la perversión. Mario y Elisa se quedaron solos en el salón. Víctimas igualmente de la voluptuosa inspiración que Curro había traído a la casa desde su traslado, ansiaban su llegada para propiciar un nuevo encuentro. Estaban excitados. Ella lucía un camisoncito blanco de color crema, muy holgado y cortito, con tirantes finos y escote en U abierto, igual que la base, hacia la mitad de los muslos. Iba sin bragas, aunque al ser de seda y holgado, carecía de transparencias y sólo se realzaba el volumen de sus pechos. Pasaban veinte minutos de la medianoche y seguían esperando, Mario tumbado en el sofá, adormilado, y ella en la cocina, ultimando los preparativos para la comida del día siguiente. Le escucharon entrar dando tumbos. Venía borracho como una cuba. Entró en el salón eructando y apestando a alcohol, tambaleándose ante el sofá donde se encontraba tendido su hermano Mario. Vestía una camisa a medio abrochar y un pantalón corto azul marino muy veraniego, como de lino.

-          ¿Qué haces, hermanito?

-          Viendo esta peli. ¿Y tú? De juerga, por lo que se ve.

-          Traigo una buena tajada. Estoy que me caigo – le aclaró con la voz tomada, entrecerrando los ojos al hablar -. ¿Y mi cuñada?

-          En la cocina.

-          Voy a decirle una cosa.

Elisa le escuchó acercarse y continuó ante la encimera sin volverse. El apestoso olor a alcohol le entró por la nariz. Cuando notó sus yemas por la espalda, le miró sonriendo.

-          ¿Ya estás aquí, Curro?

Desde el salón, Mario observaba empalmado el acecho de su hermano. Al estar borracho perdido, ni siquiera respetaba su presencia en el salón. Curro le acercó la cara al oído, rozándole las mejillas con la barba.

-          Estoy caliente como un perro -. Le pasó ligeramente la mano por el culo -. No llevas bragas, ¿verdad?

-          No.

-          ¿Quieres acompañarme y hacerme una mamadita?

-          Mario tardará en acostarse, está viendo la película y acaba de empezar – le susurró -. Si quieres vamos a mi habitación, Emanuel ya está acostado – le propuso limpiándose las manos.

-          Sí, cabrona, estoy deseando follarte.

Curro le echó el brazo por los hombros y ella su brazo por la cintura, como ayudándole a caminar. Mario tenía la polla que le estallaba cuando les vio venir abrazados.

-          Voy a llevar a tu hermano a acostar, Mario, mira cómo viene.

-          Sí, sí, menuda borrachera lleva encima.

-          Me voy con tu mujer, hermanito, ja ja ja…

Caminaron despacio hacia el pasillo y al pasar delante del baño, Curro se detuvo.

-          Quiero mear y quiero que tú me la sujetes.

Irrumpieron en el baño y Elisa le colocó ante la taza. Primero le terminó de desabrochar la camisa y después le bajó la bragueta. Introdujo la mano y rebuscó dentro del slip hasta que le sacó la verga. No la tenía erecta del todo y parecía de goma. Se la sujetó con las yemas por la zona del capullo y se la inclinó hacia abajo. Curro se puso a mear y ella procuró guiar el chorro hacia el interior de la taza. Después se la sacudió y le empujó apartándolo de la taza. Recorrieron el pasillo hasta la habitación de matrimonio con la verga por fuera de la bragueta. Al entrar, Curro empujó la puerta y la cerró del todo. Se encontraban de pie junto a la cama. No paraba de resoplar y expulsar su aliento apestoso, envuelto en un parpadeo lento y con su grandioso cuerpo tambaleándose. Elisa le quitó la camisa y le bajó los pantalones y el slip, quedándolo desnudo. Mientras ella se quitaba el camisón sacándoselo por la cabeza, Curro, que apenas podía mantenerse en pie, se tumbó en el centro de la cama, boca arriba, con su cabezota en la almohada, los brazos extendidos y con la barriga subiendo y bajando. Continuaba con los ojos entornados. Elisa se arrodilló ante el seboso cuerpo de su cuñado, apoyando el culo sobre los talones. Con la mano izquierda comenzó a acariciarle la barriga y los pectorales, deslizando la palmita en círculos, y con la derecha empuñó la polla para sacudírsela y tratar de ponérsela dura. No lograba empinársela del todo, estaba demasiado borracho y con Adriana esa tarde llevaba ya varias eyaculaciones desde que se levantó. Le dolía el brazo de meneársela fuerte. Se curvó estampándole besitos por la barriga, procurando tirarle con potencia. Curro sólo respiraba fatigosamente por la boca con los ojos cerrados, inmóvil, sin apenas moverse, como si no pudiera con el pellejo. Elisa ya no podía más, estaba demasiado cachonda. Se subió encima de él, colocándose la polla en vertical para posicionarla en el chocho, y se sentó sobre ella clavándosela hasta el fondo. Erguida, con las palmas apoyadas en la barriga, comenzó a menear el culo con la polla encajada en el chocho, mirando al frente, emitiendo jadeos muy continuos y apagados. Mario empujó un poco la puerta y la vio en el fondo, de espaldas, montada encima de su hermano. El culo descansaba sobre los huevos y ella era la que se movía, meneando la cadera deprisa con la verga dentro, como desesperada, como si notara que la verga no terminaba de ponerse dura. Curro continuaba inmóvil con la boca muy abierta para tomar aire y con los ojos cerrados, como si ya estuviera dormido. Elisa, sin dejar de moverse, miró por encima del hombro justo en el momento en que su marido abría más la puerta. Se mordió los labios para demostrarle lo caliente que estaba.

-          Ohhh… Ohhh… El cabrón está borracho, no se empalma – gemía tratando de aplastar más el culo contra él, como queriéndose clavar la polla todavía un poco más.

Mario se bajó la delantera del pijama para masturbarse. Veía los huevos de su hermano apretujados por el culo de su mujer. Desesperada, Elisa se apeó del cuerpo de Curro. La verga se dobló hacia un lado, bastante flácida. Se echó sobre él, con la axila pegada a su barriga, le cogió la verga y se la comenzó a mamar como una descosida, acariciándole los huevos al mismo tiempo. Se la sacudía sobre la lengua, a veces succionándola como si fuera un biberón, saboreando sus propias babas vaginales, pero resultaba imposible ponerla dura. Volvió a cambiar de posición, esta vez arrodillándose entre sus robustas piernas, y curvándose hacia la verga para reanudar la mamada, sacudiéndosela fuerte sobre la lengua, esforzándose en enderezarla. Pero Curro no reaccionaba y la verga se torcía hacia los lados. Ya emitía ronquidos. Rendida, le soltó la verga irguiéndose, sentada sobre sus talones, pasándole las manitas por los muslos peludos. Notó las manos de su marido por los hombros, resbalando por su cuello hasta abordarle las tetas. Ella apoyó la cabeza sobre el tórax de Mario, alzando las manos para acompañarle en los estrujones en las tetas.

-          Fóllame, Mario, necesito que me folles.

Mario se inclinó y la morreó, después ella se echó hacia delante abrazando la barriga de su cuñado, con la barbilla apoyada encima del ombligo y las tetas rozándole la verga. Notó cómo su marido le pinchaba el chocho y la follaba mediante golpes secos. Le aplastaba los huevos con las tetas con cada empujón. Su barbilla la deslizaba por la barriga cuando la embestía, acariciándole los costados mantecosos con las manitas. Curro roncaba como un cerdo. Frunció el entrecejo mirando hacia su cuñado cuando sintió cómo su marido la llenaba de leche. Tuvieron que dormir en el sofá, acurrucados uno contra el otro, y dejar a Curro durmiendo la borrachera en su lecho de amor.

 

        Al día siguiente, Mario se despertó para irse a trabajar. Dejó a su mujer tendida en el sofá, dormida profundamente, y a su hermano roncando en la habitación de matrimonio. Entendía que todo se había desmadrado, que la morbosidad les había conducido a una lujuria descontrolada. Ni siquiera se sentía capacitado para trabajar, su mente estaba infectada por la perversión, pero tuvo que irse, tampoco podía perder su puesto de trabajo. Un ratito más tarde se levantó Emanuel. Llevaba puesto un slip. Todo estaba en penumbra y silencio y sólo los ronquidos de su tío interrumpían la paz de la casa, unos ronquidos provenientes del cuarto de sus padres. Empujó la puerta y le vio acostado, desnudo, boca arriba, con su verga echada a un lado, sus huevos reposando sobre el colchón y su panza subiendo y bajando con los ronquidos. Se puso cachondo al verle y tuvo que pasarse la mano por el paquete. Era un maricón, se lo reconocía a sí mismo, su tío le había empujado a esa tendencia homosexual. Pero ahora que se follaba a su novia y a su madre, pasaba de él. Fue hacia el salón y descubrió a su madre dormida en el sofá, tumbada de costado, mirando hacia el respaldo, con el camisón crema. Estaba demasiado caliente como para aguantarse. Había un pequeño hueco entre el borde y la espalda de su madre. Se quitó el slip y se tumbó a su lado, corriéndole de golpe el camisón y pegándose a ella, pasándole el brazo por encima del cuerpo y metiéndole la mano por dentro del camisón hasta alcanzar sus tetas blandas, lamiéndole la oreja y olisqueando su melena rubia. Elisa abrió los ojos, sintiéndose apretujada contra el respaldo, notando la polla pegada a su culo, notando las tetas presionadas por una mano, y una lengua lamiéndole la oreja. Ladeó la cabeza y descubrió a su hijo echado sobre ella, manoseándola y rozándose.

-          ¡Hijo! – se sorprendió tratando de removerse, aunque permanecía atrapada entre el respaldo y el cuerpo de Emanuel -. ¿Qué haces?

-          ¡Cállate, zorra! -. Consiguió colocarse la polla por los bajos del culo y al contraerse la inyectó en el chocho. Su madre frunció el ceño soltando un profundo jadeo -. Eres una guarra, sé que te lo follas…

Con la verga dentro, comenzó a contraer las nalgas para follarse a su madre, jadeando sobre su cara y estrujándole rudamente las tetas bajo el camisón, ambos con el tórax ligeramente elevado de los cojines, Emanuel expulsando los jadeos sobre el cabello de su madre y Elisa sobre el respaldo. Su hijo se retorcía para ahondar con la polla y ella se mantenía quieta dejándose follar, con las nalgas presionadas por la huesuda pelvis de su hijo. El sillón rechinaba ante los meneos de ambos cuerpos. La había cogido desprevenida. Percibía el avance y retroceso de la polla dentro de su chocho y trataba de concentrarse con los ojos cerrados, hasta que notó el derramamiento de leche. Entonces Emanuel se paró con la verga encajada y la pelvis pegada al culo de su madre. Había tardado poco en correrse por lo caliente que estaba, pero no por el hecho de follarse a su madre, sino por haber visto a su tío desnudo. Ya se consideraba un maricón. Elisa volvió a dejarse caer, avergonzada de haberse visto involucrada en una situación semejante, y entonces su hijo se apartó de ella bajando del sofá. No quiso volverse para mirarle. Enseguida le brotó leche del chocho, Emanuel pudo verlo. Acababa de ser follada por su hijo.

    

 Salió de la casa. Se sentía desesperado y agobiado, muerto de celos porque su tío ya no le prestaba atención ahora que se follaba a su madre y a su novia. Aún era temprano. Telefoneó a su novia y quedaron en una cafetería. Ella iba con ropa informal, con un chándal ajustado de tono gris oscuro que definían las curvas de sus caderas y de su culito y una camiseta negra ajustada de tirantes, con zapatillas deportivas y el pelo recogido en una coleta. Emanuel también iba con ropa deportiva.

-          ¿Te gustó ayer? – le preguntó él.

-          Fue todo muy guarro, una experiencia dura. Sé que nos viste – le dijo ella -. ¿Qué sentiste?

-          Envidia – le confesó.

-          Para mí fue muy excitante que nos vieras. Te gustan los hombres tanto como a mí, ¿verdad? -. Emanuel asintió algo ruborizado -. No pasa nada, cariño. Yo soy una cerda como tu madre y tú ahora eres un maricón.

-          No bromees que mira dónde hemos llegado desde que mi tío Curro aterrizó en casa.

Adriana le tendió la mano.

             -    Conozco un sitio donde puedes desahogarte -. Emanuel la miró con los ojos desorbitados ante la indecente proposición -. Lo he visto en algún reportaje de la tele. Puedo acompañarte.

Se trataba de un parque abandonado donde muchos hombres solían desahogarse con maricones resentidos que iban en busca de alguna polla, un sitio inhóspito, un verdadero picadero con movimiento a todas horas. Se trasladaron hasta allí y recorrieron algunas calles ajardinadas como si fueran paseantes, algo nerviosos, cruzándose con parejas de maricones que buscaban un buen sitio para instalarse. Se sentaron en un banco, sin saber cómo actuar en un sitio tan deshonroso como aquél, cómo tomar la iniciativa, allí la gente iba a lo hecho y no se daban ni el nombre. Al ser tan temprano y día laborable, tampoco había mucha gente transitando por el recinto. Frente a ellos se encontraba la caseta con los lavabos, con la fachada pintada de graffitis y las puertas de acceso destartaladas, señales del abandono de aquel parque. Había mucha basura por el suelo. El lugar daba asco verlo. Vieron entrar un hombre solo. Era un tipo delgado, de unos cuarenta años, muy bien repeinado, aunque con ropa muy ordinaria, con unos pantalones de tela azul marino muy ajustados y una camisa de cuadros. Iba fumando y destacaba su voluminoso bigote curvado, tipo camionero. Miraba a su alrededor, como buscando a alguien, pero finalmente entró dentro. Se miraron y se levantaron al instante para seguir la tipo. Nerviosamente, se dirigieron hacia los servicios. Accedieron con cierta timidez. Era una estancia rectangular sucia y cochambrosa de azulejos blancos, con un lateral lleno de lavabos, otro donde se encontraban distintas portezuelas con habitáculos y al fondo una fila de meaderos con muy poca separación entre sí. Olía a perros muertos. Todo el suelo estaba impregnado de suciedad, con multitud de condones repartidos por todos lados, algunos recientes a juzgar por la fluidez del semen que tenían dentro.Vieron al tipo de espaldas, meando en uno de los extremos. Miró por encima del hombro y se sorprendió de ver allí una chica tan pija como Adriana. La miró de arriba abajo. Dieron unos pasos hacia él y se detuvieron a medio metro de su espalda.

-          Hola – le saludó Emanuel.

-          Hola.

Emanuel se colocó en el meadero contiguo y se bajó la delantera del chándal para sacarse el pene. Se atrevió a ladear la cabeza para mirarle. Tenía los pantalones abiertos y con el calzoncillo enganchado bajo los huevos, unos huevos redondos y gordos, duros, salpicados de vello. Se sujetaba la verga, una verga inmensa, extremadamente larga y gruesa, a medio camino de la erección. Estaba meando en ese momento. Adriana aguardaba detrás de ellos.

-          Estábamos buscando los servicios de las chicas – le mintió con la voz temblorosa, fruto de los nervios.

El tipo miró de nuevo hacia atrás, hacia los ojos de Adriana, bajando después por todo su cuerpo.

-          Estos servicios son mixtos, guapa – le dijo aún sujetándose la verga -. Puedes entrar en uno de esos, pero están todos hechos una mierda. Si a tu novio no le importa, puedes mear en esa esquina. Aquí nadie te va a decir nada.

Adriana, muy dispuesta, dio unos pasos hacia una esquina bajo la ventana, al lado del meadero del otro extremo. Asombrado, el tipo la siguió con la mirada, esta vez acariciándose muy despacio la verga con la palma de la mano. Emanuel se subió el pantalón y dio un paso atrás, para permitirle una mejor visión de lo que iba a hacer su novia. Vio que el desconocido y ella se miraban a los ojos. Comenzó a deslizarse el pantalón del chándal hasta las rodillas y a continuación las braguitas blancas que llevaba, exhibiendo su coñito depilado, de vulva abultada, con una pequeña rajita reluciente. El desconocido ni parpadeaba pegado al meadero, ya sacudiéndose la polla, aunque a un ritmo muy lento. Adriana se acuclilló, alternando la mirada entre el desconocido y su novio. Podía ver el movimiento del brazo al masturbarse, aunque la verga quedaba oculta por el hueco del meadero. Se puso a mear, a fluir el pis de su chocho, ante los ojos de aquel desconocido, formándose un charco bajo su culo que inundó la planta de sus pies. En cuanto terminó, se incorporó subiéndose las bragas y el pantalón al mismo tiempo.

-          ¿Por qué no te acercas, bonita? – le propuso el tipo -. Ven, anda, seguro que a tu novio no le importa -. Adriana dio unos pasos hacia él y entonces le vio la verga hinchada apuntando hacia el interior del meadero, donde se había formado un charco de pis amarillento, con todas las paredes salpicadas -. ¿Quieres hacerme una paja, bonita? Anda, anímate…

Ante los ojos de su novio, extendió el brazo derecho hacia el interior del meadero y le agarró la verga dura, comenzando a sacudírsela despacio, salpicando aún algunas gotas de pis que fluían de la punta, pegada a su costado, mirando hacia la masturbación. El tipo la rodeó por la cintura pegándola más a él, percibiendo el roce de sus tetas duras, bajando la mano por su culito para manoseárselo. Cada vez aceleraba más los tirones a la verga.

-          Acaríciame los huevos… - le pidió.

Le soltó la polla y comenzó a masajearle las pelotas, achuchándolas suavemente con la palma. La polla actuaba con un péndulo al sobarle los cojones. Mientras tanto, con la otra mano, el desconocido se bajó aún más los pantalones, arrastrando con ello los calzoncillos, dejando ambas prendas hacia la mitad de los muslos. La manita de Adriana pasó de nuevo de los huevos a la polla para machacársela apretándola fuerte. Emanuel, a un metro de ellos,  veía al tipo de espaldas, con el brazo derecho por la cintura de su novia para mantenerla pegada a él, y a ella de perfil, con la derecha dentro del meadero para masturbarle. Vio que alzaba su manita izquierda para acariciarle el culo, un culo de nalgas aplastadas y peludas, muy bronceadas. Le metía los deditos por la raja y luego la deslizaba por sus nalgas. El tipo la miró.

-          Qué gusto que me toques el culo, bonita

-          Me gusta mucho – le soltó acelerando y desacelerando la masturbación, a veces rozando el capullo por las paredes del meadero.

-          ¿Quieres chupármelo?

-          Sí...

-          Es todo tuyo.

Le soltó la verga y al volverse miró y sonrió a su novio haciéndole una mueca de asco, pero se colocó  tras de él y se arrodilló en el suelo. Con ambas manos, terminó de bajarle los pantalones hasta las rodillas, después le pegó las palmas a las nalgas y pegó la cara a la raja del culo, olisqueando como una perra, lamiéndole el pestilente ano con la punta de la lengua mientras el tipo se masturbaba. Como ella misma decía, Emanuel comprendió que su tío Curro la había convertido en una cerda sin escrúpulos de ninguna clase. A veces apartaba la cabeza para respirar y enseguida hundía la boca para mamarle el culo a un completo desconocido.  Emanuel oyó pasos a su espalda y miró hacia atrás por encima del hombro. Se trataba de un hombre ya mayor, probablemente de unos setenta años, ya con el rostro salpicado de arrugas, con el pelo canoso y pronunciadas entradas en la frente, con barbilla igualmente canosa, con una barriga algo abombadita y piernas delgadas. Tenía cara de bonachón e iba bien vestido, con un traje color caqui, aunque sin corbata. Se detuvo a su lado, con los ojos fijos en su novia mamándole el culo al tipo.

-          Mira la muy guarra como le chupa el culo -. Emanuel estaba tan desesperado que no le importaba la edad y el aspecto de aquel hombre. Le regaló una sonrisa de complicidad -. ¿No estás cachondo?

-          Sí.

-          ¿Por qué no nos metemos ahí dentro y nos quitamos esta calentura? No sólo vamos a mirar, ¿verdad?

Dejó a su novia mamándole el culo al desconocido y acompañó al nuevo desconocido hasta unos de los habitáculos. Sólo había una pequeña taza, sin tapa, sucia por todos lados, con todo el suelo lleno de mugre. La puerta estaba desencajada y rota y no cerraba bien. El tipo comenzó a desabrocharse los pantalones.

-          ¿Eres maricón?

-          Sí.

-          Y estás deseoso de comerte una buena polla, ¿verdad? -. Se bajó los pantalones y los calzoncillos a la vez, exhibiendo una polla pequeña y delgada, de un tono blanquecino, rodeada de vello canoso, con unos huevos pequeños y duros -. Me vas a hacer una mamada, maricona.

Se sentó en la taza reclinándose hacia la pared. Emanuel se arrodilló ante él y se curvó hacia delante, sujetándole la dura pollita por la base para mantenerla empinada. Y comenzó a mamársela mientras el viejo le ayudaba poniéndole las manos sobre la cabeza. Se la comía bajando y subiendo la cabeza, deslizando los labios desde el capullo hasta la base.

-          Chúpame también los huevos, maricón.

Obedecía, le lamía las pelotas con la lengua fuera, probando su sabor rancio, después regresaba a la verga. A veces el tipo le colocaba la mano bajo la barbilla y se la sacudía él mismo sobre la lengua de Emanuel.

-          Chupa, maricón -. Emanuel se esforzaba en babosearla, a veces le golpeaba los labios con ella o le sujetaba por los pelos y le follaba la boca encogiéndose en la taza -. ¿Quieres chuparme el culo como esa guarra? – le preguntó atizándole unos pollazos en las mejillas -. Contesta, mariconazo.

-          Lo que usted quiera.

-          Me lo vas a chupar, hijo puta.

Emanuel se irguió y aguardó arrodillado hasta que el viejo se levantó y se dio la vuelta mirando hacia la pared. Tenía un culo encogido, pequeño, de nalgas huesudas y blancas, con algunos filamentos canosos repartidos por la zona de la raja. Él mismo echó los brazos hacia atrás y se abrió el culo ofreciéndole un ano muy pequeño de esfínteres muy arrugados, con vello muy pequeño alrededor del orificio. Los huevos permanecían en reposo entre las piernas. A pesar del desagradable tufo que desprendía, Emanuel acercó la boca y tímidamente comenzó a lamerle el ano con la punta de la lengua, acariciándole al mismo tiempo las piernas raquíticas.

Fuera, Adriana tenía la lengua seca de lamerle tanto el culo a aquel desconocido. El hombre se volvió y la sujetó del brazo para levantarla. Le subió la camiseta de golpe liberando sus dos tetitas y la colocó contra la pared, justo entre dos meaderos. Adriana alzó los brazos, con la mejilla pegada al frío azulejo, a igual que sus tetas. Le dio unos tirones hacia abajo al pantalón del chándal y a las bragas hasta dejarla con el culito expuesto. Adriana dispuso de unos segundos para reflexionar acerca del peligro que entrañaba aquella relación esporádica, con aquel tipo de persona y en aquel lugar, sin protección de ninguna clase, pero ya era tarde, el desconocido se pegó a ella guiando la verga a los bajos del culo para pincharle el coño de un golpe seco. Y aplastándole las nalgas con la pelvis, comenzó a follarla mediante fieras embestidas, vertiéndole el aliento tras las orejas, manoseándola por los costados.

En el habitáculo, mientras le lamía el culo al viejo ensalivándole el ano con la punta de la lengua, oyó los escandalosos gemidos de su novia. Se la estaba follando. Apartó la cabeza del culo, como para oírla, y entonces el viejo se volvió acariciándose la verga y sujetándolo por el brazo para que se levantara.

-          Ven acá, maricón, te voy a dar por culo, que es lo que quieres…

Emanuel se dejó manejar. Le obligó a curvarse sobre la taza. Tuvo que aferrarse a los cantos impregnados de manchas amarillentas, mirando hacia el interior de la taza, hacia el agua sucia donde veía reflejada su imagen. Le bajó el chándal a tirones, a igual que el slip, después le abrió el culo con los pulgares y le acercó el capullo al ano. Su novia continuaba jadeando como una perra. El viejo tenía una polla pequeña y fina, pero era como una barra de acero y se la clavó en el culo sin mucha dificultad, originándole un agudo dolor que le produjo jadeos estridentes. Le sujetó por las caderas y comenzó a follarle a un ritmo pausado. Sus propios gemidos y los de su novia se entremezclaban y hacían eco en toda la caseta. Miró bajo sus brazos y a través de la rotura de la puerta vio al desconocido al fondo meneándose sobre ella y Adriana también miró hacia atrás observando al viejo rompiéndole el culo a su novio. Estaban mirándose a los ojos mientras les follaban, sin parar de gemir, cuando el desconocido se apartó de ella. La sujetó del brazo y la condujo hasta la esquina donde antes había meado. Emanuel dejó de verla y cerró los ojos, concentrado en las clavadas que recibía en su culo.

No hizo falta que le diera ninguna orden. El tipo se la sacudía muy deprisa y con una mirada desesperada, señal de la inminente eyaculación. Se acuclilló ante él, pisando con las deportivas el charco de su propia meada. Tenía la camiseta subida por encima de las dos tetas duras. La sujetó por la barbilla acercándole la cara a la verga. Adriana abrió la boca y tras dos intensos tirones comenzó a verterle la leche dentro, gruesos escupitajos que le caían sobre la lengua. Se oprimió el capullo para que le cayeran las últimas gotas. Adriana continuó con la boca abierta, con la lengua impregnada de nata, y el desconocido le mantuvo la cara inmovilizada, con la manaza bajo la barbilla y con la verga rozándole el labio inferior. Transcurrieron unos segundos. Ella le miró sumisamente sin cerrar la boca. El tipo apretó los dientes, como si adivinara lo que ella deseaba. Y así fue, un chorro de orín amarillento salió disparado hacia su garganta, llenándole la boca poco a poco, un caldo caliente que ella procuraba irse tragando, aunque gruesas hileras le resbalaban por la comisura de los labios goteándole sobre las tetas y la camiseta, salpicándole igualmente el pantalón. Fue una meada intensa y se tragó sin escrúpulos casi todo lo que le había caído dentro, después le dio unas lamidas a la polla y apartó la cabeza para levantarse. Mientras ella se bajaba la camiseta y se miraba las manchas, el tipo se guardaba la verga y se subía la ropa para colocarse. Su novio todavía gemía secamente.

-          ¿Le esperamos fuera echando un cigarro? – le propuso el tipo.

-          Sí, vale.

Al pasar junto al desconocido por delante del habitáculo, le vio curvado sobre la taza mientras el viejo le follaba el culo. Llegaron a mirarse, una mirada que coincidió justamente con la eyaculación del viejo, que comenzó a escupir leche dentro del culo, a chorros, Emanuel pudo sentir el frescor de la corrida. El viejo se la sacó y la rozó por sus nalgas para limpiarse el capullo, después se subió los pantalones y se abrochó el cinturón.

-          Bueno, marica, cuando tengas ganas, ya sabes donde encontrarme. Suelo darme una vuelta todas las mañanas.

Y salió del habitáculo. Emanuel se incorporó. Tenía las manos llenas de mugre y un agudo dolor en el ano, como si le hubiesen desencajado las caderas. Se palpó el ano con la yema del dedo. Le brotaba semen, un semen muy espeso. Se quitó el pantalón y el slip y se limpió el culo con la prenda, pasándoselo repetidamente por el fondo de la raja. Tiró el slip al suelo y se puso el pantalón. Su novia había sido testigo de cómo le follaban, había comprobado con sus propios ojos lo maricón que era. Estaban enfermos de sexo, arriesgándose a pillar una infección en un lugar como aquél. Le daba vergüenza salir fuera, con el tipo desconocido, pero cuando salió de la caseta no les vio. Abandonó el parque y comprobó que tampoco se encontraba en el coche de ella. Seguro que se había ido con el tipo desconocido a echar otro polvo. Como ella misma decía, era una cerda. Estaba lejos de casa, pero no iba a venirle mal pasear y emplear esa soledad en reflexionar sobre su vida.

 

         A Elisa le costó levantarse del sofá. La situación se les había ido de las manos hasta el punto de que su hijo la había violado y ella no había ofrecido resistencia ninguna, todo lo contrario, había sentido hasta un orgasmo mientras la follaba. Pero se trataba de una situación inmoral y escabrosa si llegaba a oídos de alguien. Su marido y ella habían arriesgado mucho con Curro, habían llegado demasiado lejos con las fantasías. Allí estaba, en su cama de matrimonio, roncando como un cerdo. Acababa de salir del baño cuando sonó el timbre de la puerta. Llevaba el camisón color crema. Se asomó a la mirilla por si tenía que cambiarse y comprobó que se trataba de su nuera, así es que le abrió la puerta y la recibió con el camisón.

-          Hola, hija, buenos días – se besaron en las mejillas. Adriana la miró con una intención muy especial -. Emanuel salió temprano y no ha vuelto, creí que estaba contigo.

-          Y hemos estado juntos, hemos ido a correr, pero le he perdido de vista y pensé que estaba aquí.

-          Pues no ha vuelto. Pasa, ¿quieres un café?

-          Sí, me apetece.

Adriana la siguió en dirección a la cocina, examinando el contoneo de su culo, los relucientes muslos de sus piernas y de su espalda. La mente de la chica ya estaba muy contaminada por la perversión y ardía en deseos de tirarse a su suegra. En la cocina, Elisa fue hasta la encimera para encender la cafetera y Adriana se detuvo tras ella, mirándola con deseo. Ella se había pasado por casa y se había cambiado, lucía un vestidito negro elástico, muy cortito, de tirantes, con el escote muy abierto y no llevaba bragas. Elisa aguardaba a que se encendiera la luz de la cafetera. De pronto, sintió que su nuera se pegaba a ella y la rodeaba con los brazos, jadeándole tras la oreja.

-          Sé que eres una cerda – le dijo mordisqueándole el lóbulo de la oreja, subiendo las manos para sobarle los pechos con suavidad, por encima del camisón -. He visto lo que haces con tu cuñado, te deseo, zorra…

Elisa cerró los ojos meneando ligeramente la cabeza mientras su nuera la besaba por el cuello, le sobaba con las palmas ambos pechos y se rozaba con su culo. En medio de los sensuales manoseos, Elisa volvió la cabeza en el hombro de su nuera y se besaron, un morreo intenso lleno de pasión. Estaban cachondas. Adriana alzó más las manos y empujó los tirantes hacia fuera. El camisón cayó por sí solo hasta los tobillos, dejando a su suegra completamente desnuda. Con un movimiento rápido, se sacó el vestidito negro por la cabeza y volvió a abrazarla, esta vez achuchándole los pechos, centrándose en los pezones, refregando el chocho por sus nalgas blanditas, besándola, baboseando por su cuello. Adriana se volvió entre sus brazos para besarla con más pasión, ahora manoseándose los culos una a la otra, pegando los coños para rozarse uno con el otro, aplastándose las tetas unas contra las otras. Se besaban con rabia y se pellizcaban los culos, con los coños rozándose. Curro apareció en la cocina en ese momento y las vio junto a la encimera, desnudas, magreándose con entusiasmo y morreándose con frenesí. Se bajó el slip para unirse a la pasión. Adriana sintió cómo le encajaba el tronco de la polla en la raja de su culito y formaban un sándwich con ella en medio. Enseguida Elisa sintió las manazas de su cuñado sobre el culo, acompañando a las de su nuera. Curro acercó la cara y se unió al morreo, besándose los tres a la vez, jadeándose a la cara, combatiendo con las lenguas, con la maraña de manos magreándose unos a otros. Ambas mujeres fueron acuclillándose ante él, acariciándole por las piernas, hasta que le sujetaron la polla y comenzaron a mamársela, a veces con las dos lenguas el capullo y a veces deslizándolas por el tronco, cada una por un lado. Le escupían y mamaban. Adriana se lanzó a mamarle los huevos mientras su cuñada le chupaba la polla. Él mantenía las manos sobre sus cabezas, mirando hacia abajo para ver como lamían. A veces hacían una pausa y se la sacudían mientras se besaban, mientras compartían goterones de saliva. Curro gemía con los ojos entrecerrados revolviéndoles las melenas, la melena rizada de Adriana y la melena rubia de su cuñada. Qué mamada más ricas, cómo se comían sus huevos, cómo le mordisqueaban la polla, como le succionaban el capullo. Se les había formado espumillas de saliva en sus labios de chupar con tanta intensidad e hileras de babas le colgaban de las barbillas. Pero apuraban con todo, se lamían la una a la otra en una de las pausas. Las dos mujeres se levantaron a la vez y cada una le sujetó por un brazo, obligándole a retroceder hasta la mesa rectangular, donde le dieron la vuelta. Su cuñada le colocó su manita en la nuca.

-          Échate sobre la mesa.

Curro obedeció y se curvó sobre la mesa, con la barriga aplastada contra la superficie. Las dos se arrodillaron ante su culo gordo. Comenzaron a besarle por las nalgas peludas y blancas, después Elisa fue la primera en hundir la cara en la raja velluda para mamarle el ano. Mientras tanto, Adriana continuaba besándole el culo y ordeñándole la verga, mirando hacia abajo entre los dos robustos muslos. Cuando Elisa apartó la cabeza, Adriana pegó la cara a la raja para acariciarle el ano con la lengua, y entonces Elisa se ocupó de lamerle las nalgas con la lengua fuera y tirarle hacia abajo de la verga. Adriana apartó la cara y le abrió la raja del culo con ambas manos, exponiendo su ano salpicado de vello y cubierto de saliva. Y ambas acercaron a la vez las puntas de las lenguas, agitándoselas por el ano como si fueran víboras. Curro rugía de placer echado sobre la mesa, con la mejilla barbuda pegada a la superficie mientras las dos mujeres le lamían el culo. Relajaba el músculo anal para percibir cómo le metían la punta. Adriana pasó a chuparle los huevos, con la frente pegada al culo, y Elisa ladeó la cabeza, mamándole la polla que mantenía erecta hacia abajo. Curro ya gemía escandalosamente y ya no podía más. Se irguió y se giró hacia ellas sacudiéndose la verga a la desesperada. Las dos aguardaban arrodilladas, con las bocas abiertas y las lenguas por fuera. Una intensa lluvia de leche cayó sobre sus rostros, gruesos pegotes blancos y espesos que dejaron sus caras y bocas rociadas de semen. Les ofreció la polla para que lamieran los residuos que aún fluían de la punta. Curro parecía relajarse con suspiros eléctricos. Las dos mujeres eran unas cerdas y deseaban más. Se levantaron a la vez y fue Elisa quien bajó al suelo una ensaladera de acero inoxidable. Se acuclilló colocándosela debajo del culo y al instante se puso a mear mientras era observada por su cuñado y su nuera. Al terminar, se puso de pie, con el chocho goteándole, y se apartó a un lado. Había llenado dos dedos de un caldo verdoso. Le tocó el turno a Adriana, que meó de pie sobre la ensaladera mediante un chorro muy disperso que salpicó incluso en el suelo, aumentando la capacidad dos centímetros más, tiñendo de más oscuro el tono verdoso. Entre las dos flanquearon a Curro y entre las dos le sujetaron la verga para que meara. El chorro salió potente hacia el interior de la ensaladera. Mientras meaba, ambas le acariciaban el culo y le besaban por los pectorales. El pis rebosó por el borde de la ensaladera. Había adquirido un tono amarillo oscuro. Mientras una se la sacudía, la otra le acariciaba los huevos. Después ambas se arrodillaron alrededor del recipiente, a los pies de Curro, y se colocaron a cuatro patas para sorber a la vez el caldo amarillento. Mario las observaba desde la puerta de la cocina sin que ninguno de los tres se hubiera percatado de su presencia. Había pedido permiso y había salido antes del trabajo. Las dos bebían como dos perritas, a los pies de su hermano, que volvía a sacudirse la verga para enderezarla. La ensaladera iba bajando de nivel. A veces se miraban y se morreaban con los labios mojados, para volver a hundir la boca en el líquido amarillento. Y al mismo tiempo, desde la entrada, Emanuel observaba al fondo a su padre asomado en la puerta de la cocina, masturbándose con alguna escena que acontecía en el interior. Se quedó estupefacto e inmovilizado. Le vio entrar y desaparecer de su vista. No se podía creer que su padre fuese también partícipe de aquella perversión. Alucinado, dio unos pasos hasta que pudo asomarse sin ser visto. Vio a su tío sentado en una silla y a su madre arrodillada entre sus piernas haciéndole una mamada, subiendo y bajando la cabeza a un ritmo veloz y constante mientras Curro le revolvía la melena. Vio la ensaladera en el suelo, medio llena, de un caldo amarillento, con salpicaduras alrededor. Y vio a su novia arrodillada ante su padre mientras le meaba dentro de la boca, llenándosela poco a poco hasta que le vertió el pis por la comisura de los labios goteándole hacia las tetas. En cuanto se cortó el chorro, se lanzó como una posesa a mamársela. A él su tío, con aquella morbosidad, le había convertido en un maricón y a ellas su novia ya se lo había dicho en una de sus conversaciones calientes: Tu madre y yo somos unas cerdas, cariño. Fin. Carmelo Negro.

Gracias por los comentarios. Mi email joulnegro@hotmail.com. Estoy en Messenger y Facebook. Estaré encantado de atenderos.

 

 

 

 

 

 

 

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