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Juegos peligrosos con su tío 1

en Dominación

Juegos peligrosos con su tío.

Coral, de veinte años, una chica preciosa y despampanante, vivía en un pequeño pueblo de la sierra y quería empezar la carrera de Enfermería en la Universidad. Lamentablemente, su padre había fallecido y a Carmen, su madre, la pensión de viudedad no le alcanzaba para soportar los gastos de su hija en Madrid, incluso aunque le aprobaran la beca. El novio de Coral, Carlos, un chico empollón y bastante simpático, quería matricularse en Derecho y la idea era compartir piso con su novia en Madrid. También Pepi, una amiga de la pareja, pretendía iniciar sus estudios universitarios de Medicina, pero a igual que Coral, su familia atravesaba verdaderos apuros económicos como para enviarla a la capital. En Madrid vivía Darío, el cuñado de Carmen, también viudo y sin hijos, la hermana de Carmen falleció unos años antes víctima de una larga enfermedad. Darío era dentista y tenía una consulta. Vivía sólo en un amplio piso por el centro de Madrid. Coral le sugirió a su madre la idea de que los tres podían hospedarse en el piso de su tío, que estaba segura de que no les cobraría nada por el alojamiento. A cambio ella le ayudaría en la clínica y con Pepi y Carlos le mantendrían el piso en perfectas condiciones. A Carmen no le hacía mucha gracia pedirle tal favor a su cuñado, llevaban mucho tiempo sin tratarse y la última vez que se vieron fue en el entierro de su hermana, de hecho, Coral tenía doce años cuando vio a su tío por última vez. Las malas relaciones se debían a que una vez Darío, borracho perdido, se sobrepasó con Carmen, le tocó el culo con descaro, y aunque luego pidió perdón, la relación se enfrió con el tiempo. A pesar del corte que suponía telefonearle, al final decidió llamarle para pedirle el favor de acoger a su hija y a los otros dos. Tras una larga conversación donde recordaron viejos tiempo, Darío aceptó encantado. No le vendría mal un poco de compañía femenina. Prometió no cobrarles nada a cambio de un poco de ayuda en la clínica y en las tareas del hogar. A mediados de septiembre, Coral, su novio y su amiga Pepi viajaron a Madrid para iniciar su nueva vida universitaria.

Darío les acogió con mucha cordialidad, a pesar de que era un tipo un tanto serio y arisco. Su sobrina, a la que no veía desde hacía diez años, era una monada y le sorprendió su belleza. Alta y delgada, guapa con los ojos verdes, melena morena y corta, con la nuca afeitada y un largo flequillo a un lado, tetitas voluminosas con formas de peras, erguidas y duras, y un culito despampanante. Carlos, su novio, era un chico introvertido, con cara de empollón y un cuerpo de culturista por las horas de gimnasio que se metía. Pepi, la mejor amiga de su sobrina, estaba bastante rellenita, con grandes tetas redondas, blandas y balanceantes, con un culo voluminoso y ancho, así como su cara grande y cuadrada, de pronunciados mofletes. Les mostró el piso y les enseñó las habitaciones donde dormirían cada uno. Disponía de seis cuartos, todos seguidos en el largo pasillo. Coral se fijó en el físico de su tío. Para tener cincuenta años, no se conservaba mal. Era alto y delgado, casi raquítico, medio calvo y con una fina perilla alrededor de los labios. Había oído hablar del incidente con su madre, de que era un baboso y un putero, pero debía agradecerle que les hubiera acogido en aquel piso tan grande sin cobrarles un solo euro. Se acomodaron cada uno en sus habitaciones y durante el almuerzo Darío estableció las normas de convivencia. Su sobrina le ayudaría en la clínica por las tardes y le serviría de experiencia para su carrera, Pepi se ocuparía de la limpieza de la casa y Carlos de hacer la compra y preparar las comidas. Darío tenía claro que trataría a su sobrina como una reina. Era muy simpática y tenía un polvazo, como su madre. Estaba encantado de tener semejante belleza bajo sus alas, por eso quería llevársela a la clínica como su secretaria, para poder intimar con ella y llegado el caso echarle un buen polvo. Su novio parecía un memo, un guaperas estúpido. También le llamó la atención el inmenso culo de la amiga, de Pepi, y sus gigantescas tetas redondas que botaban con cada zancada. Él estaba acostumbrado a follar con putas de lujo, de ahí sus pervertidos deseos por tirarse a una chica como Pepi, de carnes blandas y gruesas. Al ser domingo, durante la tarde, los chicos se relajaron preparando sus cosas en las respectivas habitaciones. Darío se fijó en el continuo tonteo de su sobrina con su novio, besuqueándose cada vez que tenían la oportunidad, encerrándose en la habitación de él, quizás para echar un polvo. Parecían muy enamorados y verles enrollados le ponía la polla dura. Por la noche, la parejita se fue pronto a la cama y Pepi aguardó con Darío en el salón hasta que terminó la película.

  • Buenas noches, Darío.

Darío sólo sacudió la cabeza, aunque cuando la chica se dio la vuelta la devoró con la mirada, pendiente de su culo gordo y del movimiento de sus enormes tetas. Lo puso tan cachondo que decidió seguirla, por si tenía la suerte de pillarla desnuda. ¿Por qué no recrear sus ojos con aquellas dos mujercitas que vivían en su casa? Pasó junto a la puerta de Carlos. Estaba cerrada, aunque vio un haz de luz escapar por debajo. Continuó hacia el dormitorio de al lado, donde dormía Coral, y tuvo la suerte de que la puerta estaba abierta y la luz encendida. Su sobrina estaba dormida encima de la cama, tendida bocarriba, en bragas y con una camiseta de tirantes de color blanco, muy suelta, de hecho sus dos tetitas sobresalían por los lados y el pezón de la derecha permanecía al descubierto, un pezón largo y erguido en medio de aureolas muy oscuras. Se quitó las zapatillas e irrumpió muy despacio acercándose hasta el borde de la cama. Había un libro abierto junto a ella y un MP3, señal de que se había quedado dormida leyendo. Eran unas braguitas blancas de muselina, completamente transparentes, podía diferenciar con claridad su chochito, una fina línea de vello que terminaba en sus labios vaginales, un vello con los pelillos apretujados contra la gasa de la tela. Joder, exclamó para sí tocándose la bragueta, tenía la necesidad de masturbarse allí mismo. Se fijó en la masa de sus tetas que sobresalía por los lados de la camiseta y en el eréctil pezón que asomaba por el borde. Estaba para comérsela. Qué guapa y qué buena estaba la hija de puta. Temió cometer una locura y le apagó la luz de la mesilla. Al salir, cerró la puerta tras de sí sin parar de magrearse la zona de la bragueta. Qué suerte había tenido. Iba a disfrutar de lo lindo con su sobrina y su amiguita conviviendo con él las veinticuatro horas. Entró en su cuarto sin encender la luz y salió a la enorme terraza donde daban todas las habitaciones. Sigilosamente, caminó hacia el de Pepi. A la persiana le faltaban unos centímetros para cerrarse del todo, así es que se acuclilló para mirar. De nuevo la fortuna estuvo de su parte. Estaba en bragas, unas bragas marrones de tul sin transparencias. La vio de espaldas, colocando los vestidos en el fondo del armario. Tenía una espalda ancha y carnosa con pronunciados michelines, un culo impresionantemente ancho y redondo y unos muslos muy rechonchos, aunque con una piel muy blanca y tersa. Estaba rellenita, como una mujerona, pero apetecible. Se sacó la verga para masturbarse. Tras colocar los vestidos, Pepi dio media vuelta. Sus redondeadas y flácidas tetas se balancearon chocando entre sí. Poseía diminutos pezones en medio de sombras claras, con zonas machadas de pecas por la blancura de su piel. Los pliegues de su estómago desagradaban, pero el resto de su cuerpo estaba para echarle un bocado. Tenía una melenita rubia de pelo liso y ojos azules, con labios gruesos y mirada sensual. Qué movimiento de tetas, al inclinarse parecían las ubres de una vaca. Metió la maleta bajo la cama y se irguió para bajarse las bragas. Darío se sacudió aún más fuerte al verle el chocho, muy peludo, toda la zona púbica abarcaba hasta las ingles y los bajos del vientre, un vello negro que tapaba la carnosidad de sus labios vaginales, aunque el abultado clítoris se distinguía entre la oscura vellosidad. Se embadurnó de crema ante él manoseándose las tetazas y el vientre, luego volvió a girarse para rebuscar en los cajones del armario y se inclinó ligeramente exhibiendo ahora su gran culo. Poseía una raja profunda y abierta, con un ano grandioso de esfínteres muy rojizos. El vello procedente de la vagina se extendía por casi toda la raja. Lograba ver su chocho abierto entre las piernas. Justo cuando se erguía para ponerse un camisón negro, Darío salpicaba la pared de semen. Aguardó espiándola hasta que la vio tumbarse y apagar la luz, luego regresó a su habitación y se recostó para revivir las dos escenas. Tardó en dormirse, antes tuvo que hacerse otra paja.

Darío se despertó muy temprano con el pene bien empalmado por lo que sus ojos habían gozado la noche anterior. Le quedaba mucho que disfrutar con dos chicas jóvenes viviendo bajo su techo. Oyó pasos por el pasillo. Entreabrió la puerta y vio a Carlos dirigiéndose al cuarto de baño para ducharse. Sabía que tenía clases a primera hora, que podría deleitarse con la compañía de su sobrina durante todo el día. Aguardó tocándose la polla hasta que le oyó salir. Después salió y se metió en el lavabo para darse una ducha. Se entretuvo al menos veinte minutos. Tras secarse, se lió la toalla a la cintura y al abrir la puerta se fijó en la luz encendida procedente de la habitación de su sobrina. Ya estaba despierta. Con cierto descaro, irrumpió sin avisar.

La encontró de espaldas sacando prendas de la maleta. Llevaba la misma camiseta de tirantes y estaba en bragas, las mismas bragas, a través de la fina tela se entreveía la raja de aquel delicioso culito. Qué buena estaba.

  • Buenos días, sobrina.

Coral se giró hacia él sorprendida, aunque sonriendo. Parte de la base de sus tetas asomaban por el lateral de la camiseta y los pezones empitonados quedaban señalado en la tela. Darío fulminó su chocho a través de la muselina de las bragas, su fino hilo de vello, sus pulidos labios vaginales, que se diferenciaban claramente. Apenas podía apartar la mirada de la entrepierna de su sobrina. La polla se le hinchó en segundos. Coral también se fijó en el torso desnudo de su tío, con unos pectorales raquíticos y con vello muy salteado, así como en la toalla que envolvía su cintura, donde creyó apreciar el bulto de sus genitales. Se acercó a él con docilidad sin abandonar su simpatía.

  • Buenos días, tío -. Le dio unos besos en las mejillas. Él se fijó en el balanceo de sus pechos bajo la camiseta.
  • ¿Has dormido bien?
  • Sí, es una cama muy cómoda.

Darío alzó la mano y le atizó un cariñoso cachete en el culo.

  • ¡Qué sobrina más guapa!
  • Gracias.

Se alejó de él caminando con estilo, exhibiéndose ante aquel baboso que años antes había abusado de su madre.

  • ¿Tienes clase?
  • Hoy no. Sólo tengo que ir a la facultad a entregar una documentación y recoger el horario.
  • ¿Quieres que te lleve en la moto?
  • Perfecto.
  • Luego puedo enseñarte la clínica. Esta tarde empezamos.
  • Me parece una idea excelente, tío.
  • Muy bien. Voy a cambiarme.

Carlos, ya preparado para marcharse, salía de su cuarto cuando vio salir a Darío de la habitación de su novia. Iba desnudo, sólo cubierto por la toalla. Frunció el entrecejo, mosqueado por el gesto de confianza. Al asomarse a la habitación de su novia, la vio merodeando con aquellas bragas transparentes y aquella camiseta y los celos le provocaron cierto nerviosismo.

  • ¿Ya te vas? – le preguntó ella como si tal cosa.
  • ¿Qué?... Sí, sí… Oye, ¿Y tu tío? ¿Qué hacía aquí?
  • Me va a acompañar a la universidad.
  • Joder, cariño, te ha visto en bragas.
  • No pasa nada, hombre, es mi tío…

Carlos abandonó el piso incómodo de dejar a su novia en manos de aquel baboso. Coral pensó en la advertencia de su novio y recordó la mirada de su tío al descubrirla con aquellas bragas transparentes. Sintió algo raro dentro de su cuerpo, experimentó una sensación libidinosa ante el descaro de su tío. Resultaba un juego peligroso, pero ciertas fantasías navegaron por su mente. Ya vestida, con unos tejanos y una blusa blanca, se asomó al pasillo y le vio entrar en el lavabo. Llevaba la ropa al hombro y aún la toalla envolvía sus caderas. Caminó descalzada para no hacer ruido y se atrevió a mirar por la ranura. En ese momento se despojaba de la toalla y le veía de espaldas, podía ver su culo huesudo y salpicado de vello. En su vida y al natural, sólo había visto a Carlos desnudo, jamás a un hombre tan maduro como su tío. Darío se inclinó para subirse los calcetines y entonces pudo ver sus huevos colgando entre las piernas, unos huevos muy redondos y duros. Desplazó la mirada hacia el espejo y descubrió su polla, flácida, colgando hacia abajo, un pollón enorme con un glande bastante adiposo, un tamaño espectacular comparado con el pene de su novio. Estaba bien dotado, menuda verga. Duplicaba en tamaño y anchura a la de su novio. Temerosa de que la descubriera, retrocedió hasta la habitación y un rato más tarde volvieron a reunirse en la cocina, ya vestidos. Desayunaron juntos, intimaron, se divirtieron hablando de sus respectivas vidas. Para Darío su sobrina era de un carácter demasiado abierto, y debía aprovecharlo para follársela a la más mínima ocasión. Cuando se disponían a marcharse, Pepi salió de su habitación y Darío reparó en las pronunciadas curvas de su cuerpo, unas curvas con las que se había masturbado la noche antes.

  • Plánchame las camisas – le ordenó Darío al abrir la puerta.
  • Vale, no te preocupes.

Pepi se quedó de piedra ante la imposición. La había tratado como a una criada mientras mimaba a su sobrina. Pero debía aguantar aquellas impertinencias de Darío si quería vivir en Madrid, sacar adelante la carrera de Medina. Estaba acostumbrada a que los hombres le dieran de lado. Ese día estaba animada. Iba a conocer a un chico con el que había estado chateando durante todo el verano. Pero antes debía plancharle las camisas.

Coral, ataviada con unos tejanos ajustados que realzaban sus curvas y una blusa blanca que dejaba su vientre a la vista, no paró de tontear con su tío Darío durante toda la mañana a sabiendas de que se trataba de un juego realmente peligroso. Era demasiado joven y llevaba desde niña saliendo con Carlos, jamás estuvo con ningún otro chico, y en el fondo empezaba a aburrirse de estar con él. Durante el trayecto en moto hasta la universidad ella rodeó a su tío por la cintura de una manera muy sensual, con sus manitas delicadas plantadas en sus pectorales y sus tetitas aplastadas contra su espalda. Darío podía sentir aquella masa blanda, aquel tacto que le endurecía el pene. Hubo roces y algún tocamiento, pero todo muy ligero, con Coral es su papel de niña ingenua. Tras las gestiones, él la invitó a un café y allí se produjo una conversación bastante subidita de tono.

  • Y tu amiga Pepi, un poco tímida, ¿no?
  • Bueno, está un poco acomplejada.
  • ¿Tiene novio?
  • ¿Ella? -. Coral sonrió -. Nunca ha estado con ningún tío.
  • ¿Es virgen?
  • Claro que es virgen, vamos, estoy segura.

Darío le dio un golpecito con el dedo en la barbilla.

  • ¿Y tú, preciosa, eres virgen?
  • ¿Yo? -. Volvió a exhibir la misma sonrisa ingenua -. ¿Tú que crees?
  • Tú eres más zorrita, ¿verdad?

Coral le atizó un cariñoso manotazo en el brazo.

  • Ay, tío, cómo eres. Mi novio y yo llevamos mucho tiempo. Te lo puedes imaginar.
  • Con el polvazo que tienes cualquiera se aguanta…
  • Como eres, tío…

Almorzaron juntos y siguieron intimando, reforzando la confianza que existía ya entre ambos. Se ganó algún que otro cachete en el culo por encima del pantalón, alguna caricia por el brazo y la cara y algún que otro roce cargado de sensualidad. Ella estaba jugando y Darío se aprovechaba de la docilidad de su sobrina. Al regresar, fue ella quien se ofreció a conducir la moto. Fue otro rato voluptuoso y ardiente. La rodeó por la cintura dejando sus manos robustas sobre su vientre liso y delicado y sintió el enorme bulto de sus genitales aplastados sobre el culito, el aliento por la nuca y tras las orejas. Irremediablemente, su tío, de cincuenta años, la ponía demasiado cachonda y ella estaba prestándose a un juego peligroso. Más tarde Darío le mostró la clínica y la forma de llevarla.

  • Mañana empiezas. Nos vemos luego en casa, hoy tengo muchas consultas. Cómprate un uniforme. Quiero que estés muy guapa.
  • Descuida, tío.

Coral se marchó y antes de comenzar la ronda de consultas, Darío se masturbó en el cuarto de baño rememorando los roces y tocamientos.

Cuando Darío llegó a casa alrededor de las once de la noche, se percató de que su sobrina estaba encerrada con su novio en el cuarto de éste. Fue hasta el salón y se encontró con Pepi, que enseguida se levantó al verle.

  • Buenas noches, Darío. ¿Qué tal el día?
  • Bien.
  • ¿Quieres que te prepare algo de cenar?
  • No, déjalo.
  • Ya te he colgado las camisas en el armario.
  • Muy bien.

Darío se dejó caer en el sofá y la miró. Pepi sonrió como una tonta, bastante cohibida por el carácter arisco del dueño.

  • Bueno, Darío, buenas noches.
  • Adiós.

Aguardó erguido hasta que la vio entrar en su habitación. Era un buen momento para fisgar. Apagó la luz del salón y salió disparado hacia la terraza. La persiana de Carlos permanecía cerrada hasta abajo, pero en la de Pepi existía la misma abertura para poder fisgonear. La vio alisando algunas prendas. Luego estuvo cepillándose el cabello y llamó a un chico por teléfono. En cuanto colgó, se puso a desnudarse. Darío quería estar cómodo ante el espectáculo, así es que se desabrochó la camisa y luego se quitó los pantalones dejándolos sobre el tendedero. Vio que Pepi se quedaba en sujetador. En ese momento se bajó la parte delantera del slip. Al desabrocharse el sostén y retirarlo, aparecieron sus grandiosas tetas redonda y blandidas, con sus diminutos pezones en medio de las manchas claras. Ambas tetas chocaban entre sí con cada mínimo movimiento. A continuación se bajó el pantalón y se quedó en bragas, unas bragas de tul marrones muy ajustadas a sus caderas, con las tiras laterales hundidas en la piel. El vello del chocho le sobresalía por todos lados y la parte trasera apenas abracaba todo el culazo. Deseó que se quitara las bragas, pero cogió una camiseta negra ajustadas y se la metió por la cabeza cubriendo sus pechos, cuyo enorme volumen quedó resaltado por la elasticidad de la prenda. En ese momento comenzaron a sonar unos gemidos que alertaron a los dos. Pepi se quedó inmóvil junto a la cama y Darío miró hacia la oscuridad. Los gemidos provenían del cuarto de Carlos. Era Coral, jadeando como una perra. Estaba follando con su novio y no se cortaba en gritar. Darío vio que Pepi, en bragas, se acercaba a la puerta y la abría para asomarse al pasillo. Pretendía avisarla de que estaban haciendo mucho ruido. Pepi había escuchado a su amiga follar muchas veces, y la envidiaba por ello. Ella jamás había estado con un hombre y a veces se pasaba un largo rato oyendo los gemidos de su amiga. Darío vio que abandonaba la habitación y entonces decidió arriesgarse. Salió a su encuentro.

La pilló con la oreja pegada a la puerta. Estaba de espaldas, con las bragas marrones y la camiseta negra. Una parte de las bragas la llevaba metida por el culo y dejaba una nalga al aire.

  • ¿Te han despertado?

Pepi dio un respingo asustada. Se volvió hacia Darío. Se quedó boquiabierta al verlo con la camisa desabrochada y con el slip, un slip negro donde se apreciaba con claridad el tremendo relieve de la polla, echada a un lado, así como el bulto de los testículos. Fue una situación embarazosa para ella. Sus mejillas se enrojecieron por el bochorno. No sabía si taparse o correr hacia su habitación. Decidió aparentar naturalidad y mantuvo los brazos pegados a los costados, exhibiéndose.

  • ¡Darío! No sabía qué pasaba…

Darío dio unos pasos hacia ella. La examinó de arriba a bajo. Pepi le miró envuelta en una estúpida sonrisa. Coral seguía gimiendo como una loca.

  • Están follando. Carlitos le debe de estar dando caña a mi sobrina, ¿eh?
  • Sí, es verdad…
  • Nos van a poner cachondos, ¿eh? -. Pepi, abochornada, no abandonaba su vulgar sonrisa -. Yo estoy muy cachondo. ¿Y tú?
  • Sí… Yo… Sí, también…
  • ¿Nos masturbamos juntos? -. La propuesta la dejó helada. Darío alzó el brazo y le acarició bajo la barbilla a modo de niña buena -. Eres muy guapa. ¿Por qué no te masturbas? -. Con mucha lentitud, Darío se bajó el slip unos centímetros por debajo de los huevos y mostró su larga polla tiesa de grueso glande y sus huevos duros y peludos. Se la agarró deslizando la mano muy lentamente por el tronco -. Vamos, guapa, ¿por qué no nos relajamos? Mira ellos… No pasa nada.
  • Es que… Me da corte y…
  • Vamos, guapa, ¿por qué no te tocas el coño?

Dominada por el carácter de Darío, alzó su mano izquierda y se la metió dentro de la braga acariciándose todo el chocho. Darío resopló al ver cómo los nudillos se movían bajo la tela brillante, al ver parte del chocho por la abertura que dejaba la mano. Ambos se tocaban mirándose uno al otro. La situación resultaba realmente morbosa. A Pepi jamás le había pasado algo parecido. Se encontraba masturbándose en presencia de un hombre treinta años mayor que ella. Sentía cierto gustillo al frotarse el chocho, al ver cómo él se movía la verga. Ese día había conocido a Fran, un chico excepcional, y le estaba traicionando por un momento de placer. Coral y Carlos aún gemían al unísono. Darío apoyó la espalda en la pared y soltó el pene, dedicó varios segundos a contemplar cómo la mano de Pepi actuaba dentro de las bragas.

  • Mastúrbame, guapa, necesito que me toques -. Dio un paso hacia él y extendió el brazo derecho agarrándole la polla y empezando a sacudírsela muy despacio, sin parar tampoco de menearse el coño. Era un momento delirante. Darío resopló ante el tacto femenino acariciando su verga -. Tócame los huevos…

Pepi se sacó la mano de las bragas y acercó la palma a los huevos para sobarlos con la misma delicadeza que le masturbaba. Darío la miraba a los ojos y alzó el brazo derecho para alisarle el cabello. Pepi sabía que debía continuar, que no había marcha atrás, por mucho que el remordimiento la azotara, por mucho que el recuerdo del fabuloso día con Fran inundara su mente. Coral y Carlos habían dejado de gemir. Pepi continuaba masturbándole y tocándole los huevos en medio de la penumbra.

  • Agáchate y chúpamela -. Le ordenó. Pepi no detuvo los manoseos, pero le miró extrañada, con una mirada suplicante -. Vamos, coño, tengo la polla que me va a reventar…

Temerosa por la brusquedad de sus palabras, se arrodilló ante él y, sujetando la polla por la base, comenzó a lamerla con la misma lentitud, moviendo la cabeza hacia atrás y hacia delante, metiéndose prácticamente sólo el glande dentro de su boca, percibiendo el sabor amargo y el mal olor, achuchándole los huevos con las yemas de la mano izquierda. Pero Darío no se conformaba con aquella mamada tan light. Plantó sus manazas en la melenita rubia de Pepi para inmovilizarle la cabeza y comenzó a menear la cadera para follarla por la boca. Pepi tuvo que agarrarse a las piernas raquíticas de Darío para soportar las duras embestidas de la polla. Con la boca muy abierta, el glande y gran parte del tronco penetraba hasta la campanilla provocándole profundas arcadas. Las babas discurrían por las comisuras de sus labios vertiendo sobre su escote. No paraba de follarla y cada vez con más fuerza. Le oyó gemir y unos segundos más tarde extrajo la verga dejando la punta dirigida hacia su cara. Un grueso salpicón de semen se estrelló bajo su nariz y un segundo le cayó en la lengua coincidiendo con una vomitona de saliva. Después pequeños salpicones le embadurnaron toda la cara. Pepi escupió la leche pasándose el dorso de la mano por los labios y alzó una mirada sumisa hacia él. Darío le acarició la barbilla. La punta de la verga rozaba sus mejillas.

  • Nunca te han follado, ¿verdad, guapa?

Pepi, asustada, se incorporó con sus ojos cargados de súplica.

  • Es tarde, Darío, ya nos hemos relajado.
  • Necesito follarte.
  • No, Darío, por favor…

La sujetó del brazo, con los calzoncillos bajados, y tiró de ella hacia su cuarto. Pepi se dejó empujar. En ese momento, Coral mantenía la cabeza apoyada sobre el regazo de Carlos y la elevó al oír un murmullo. Miró hacia su novio, pero se había quedado dormido tras el polvo que acaban de echar. Se levantó con sigilo y se echó un albornoz por encima. Entreabrió la puerta y les descubrió yendo hacia la habitación de su amiga. Su tío la llevaba agarrada del brazo y tiraba de ella con cierta brusquedad. Vio a su amiga en bragas y con la camiseta negra, pero sus ojos se centraron en el culo flaco de su tío y en el slip enrollado en los muslos. La estaba obligando, iba a follársela. Salió al pasillo, oculta en la penumbra, y se acercó para espiarles.

Darío y Pepi entraron en el cuarto sin cerrar la puerta, sólo se ocupó de encender la luz.

  • Por favor, Darío… - volvió a replicar.
  • Me has puesto caliente como un perro.

La empujó contra una mesa de estudios y la obligó a curvarse contra la superficie. Pepi se aferró a los cantos, con la frente apoyada en la madera. Resoplaba nerviosa empañando el recubrimiento acristalado. Notó que le subía la camiseta negra hacia las axilas dejando sus blandas tetas sobresaliendo por los costados. Iba a perder la virginidad a manos de un hombre treinta años mayor que ella, un hombre que no amaba, y todo por haberse dejado llevar por un momento de placer. Le bajó las bragas a tirones hasta dejárselas enganchadas a la altura de las rodillas, dejando su gran culo al descubierto. Fascinado por aquellas nalgas voluminosas, por aquella raja profunda inundada de vello vaginal, se bajó el slip hasta quitárselo. Se agarró la polla y se pegó a ella hurgando con la punta entre las piernas, hasta que contrajo el culo y fulminó su chocho secamente, un chocho carnoso y húmedo, un chocho de vello abundante que acariciaba todo el tronco. Pepi chilló con los ojos desorbitados ante el fuerte dolor, con la cabeza elevada y vertiendo una fatigosa respiración por la boca. Le había roto el himen de una sola clavada. Notó la verga en el fondo de sus entrañas. Notó que la besuqueaba por la espalda antes de sujetarla por las caderas y empezar a follarla con violencia, atizándole penetraciones bruscas y secas. El dolor fue disminuyendo, aunque continuó acezando como una perra malherida cada vez la pinchaba. Seguía aferrada a los cantos de la mesa con la mirada al frente, notando los golpes de la pelvis contra su culo blando. Lejos de sentir pena por su amiga, Coral se frotaba el chocho viendo a su tío de espaldas moviendo el culo para follarse a su mejor amiga. Podía ver sus huevos suspendidos entre las piernas. Podía ver las hileras de sudor cayendo por su espalda. Darío aligeró las embestidas y emitió algunos jadeos. Se detuvo con la polla dentro vertiendo la leche en el interior, luego dio unos pasos hacia atrás extrayendo la verga afilada. Del chocho empezó a brotar semen mezclado con sangre, señal de la virginidad perdida. A los pocos segundos, un chorro de orín cayó del chocho empapando todo el vello vaginal y dejando un charco en el suelo. Darío sonrió al tiempo que ella se incorporaba con el ceño fruncido, girándose hacia él con la camiseta en las axilas y sus grandiosas tetas vaiveneándose ante él.

  • Jodida guarra, te has meado.

Ella se miró. Del chocho peludo aún caían gotas de orín. Coral se quedó prendada de la enorme polla tiesa de su tío, con un glande afilado y grueso y un tronco con las venillas señaladas, abrillantado por los resquicios de semen.

  • Es tarde, Darío. Por favor, sal de la habitación.

Caminó con la verga empinada balanceándose hacia los lados y se agachó a recoger el slip. En ese momento Coral se retiró a su habitación para revivir la escena una y otra vez.

Por la mañana, Coral y Carlos salieron juntos, muy temprano, ambos tenían clases a primera hora de la mañana, aunque los planes de Coral eran asistir a dos o tres y luego irse a un centro comercial a comprarse el uniforme para estar guapa ante su tío. Darío estaba desayunando en la cocina, ataviado con un albornoz, cuando apareció Pepi con su mochila. Poseía un rostro alicaído y no se atrevía a mirarle. La morbosidad de la noche la condujo a semejante situación. Se había dejado dominar por la lujuria del momento y ya no había marcha atrás. Había perdido la virginidad con aquel hombre que podía ser su padre y sentía que traicionaba a la persona de la que se estaba enamorando, Fran, el chico romántico con el que llevaba meses chateando.

  • Buenos días, Darío. Mira, lo de anoche, lo siento pero…
  • Escúchame. Lo siento, ¿vale? Me calenté. Al principio te noté animada y bueno, luego se me fue la cabeza, ¿vale? Será mejor para los dos que te marches de esta casa -. A Pepi le tembló la barbilla. Sus sueños se derrumbaban -. Hoy puedes quedarte, pero mañana deberás irte. No quiero que estés incómoda en mi casa.

Darío dio un último trago al café y la dejó sola en la cocina, envuelta en lágrimas.

Coral llegó a la clínica en torno a las cuatro de la tarde y encontró a su tío en el despacho preparando numeroso papeleo. Estaba ataviado con un pijama verde similar al de los médicos. Enseguida salió a recibirla y a besarla en las mejillas.

  • He anulado las citas de primera hora – le anunció -. Quiero que veamos cómo funciona la clínica.
  • Estupendo. Me he comprado el uniforme. De color rosa, no sabía…
  • Bien, bien. ¿Por qué no te cambias?

Darío se encendió un cigarrillo y se acomodó en el sofá contemplando cómo se alejaba hacia el cuarto de baño, cómo contoneaba aquel culito, cómo desprendía aquel glamour. Apareció cinco minutos más tarde ataviada con el uniforme rosa. Darío se quedó electrizado y la verga se le hinchó en dos segundos. Era un vestidito muy ceñido al cuerpo, abotonado en la parte delantera, con un escote en forma de V, muy cortito, con la base muy cerca de las ingles, de hecho casi se distinguían los encajes de las medias rosas con las que se había forrado las piernas. Llevaba unos tacones blancos de tacón que agudizaba el meneo de su culito y las perfectas curvas de sus caderas. Estaba tremendamente sexy y no sabía si iba a poder mantener las manos quietas.

  • Qué guapa estás, sobrinita.
  • ¿Te gusta? No sabía cómo comprármelo…
  • Me encanta -. Se levantó fascinado y caminó hacia ella, quien aguardaba con una sonrisita en la boca -. Vas a quitarle el hipo a los pacientes.
  • Cómo eres.

La sujetó por los hombros y la giró hacia la mesa para examinarla por detrás. Ella apoyó las manitas en la superficie, inclinándose ligeramente. Le magreó el culo por encima del vestido con la palma muy abierta, como para probar aquella tela tirante, y ella no protestó, se limitó a sonreír como si el tocamiento fuese un gesto natural. Para ella suponía un juego de seducción muy arriesgado, una atracción fatal.

  • Te queda perfecto – le dijo atizándole unos cachetes.
  • ¿Te gusta entonces?
  • Tienes un polvazo…
  • Jo, tío, no seas tonto…

Sin previo aviso, le levantó la falda de un tirón enrollándola en la cintura y dejando a la vista un tanga rosita de lunares blancos, con una fina tira metida por el culo. Le manoseó las nalgas con fuerza, con ambas manos, achuchándolas y pellizcándolas, deseando comerse aquella carne fresca. Ella le miraba por encima del hombro sin oponer resistencia.

  • Tío, qué haces…
  • Es que estás muy buena…

Le sacó la tira del tanga apartándola a un lado y le abrió la raja bruscamente con ambas manos. Sintió electricidad en sus venas al ver su pequeñito ano, rojizo y tierno, contrayéndose levemente. Más abajo pudo distinguir sus labios vaginales afeitados, con el diminuto clítoris en medio. Se acuclilló tras ella y le olió el culo con profundidad. Coral notó el roce de la nariz por su ano.

  • Tío, por favor, para ya…

Trató de bajarse la falda para aparentar cierta ingenuidad y quiso girarse hacia él. Darío, frenético, se levantó fijándose en la delantera de sus bragas, completamente transparentes, con la gasa salpicada por los lunares blancos, apreciándose la delgada línea de vello que decoraba su coñito. Coral se colocó la tira del tanga, pero su tío la abrazó plantando las manazas en su culito. Le abrió la raja bruscamente. Intentó besarla, pero ella le empujó y le apartó de su cuerpo. Darío la miró boquiabierto viendo cómo se bajaba la falda.

  • Por favor, tío, te estás pasando tres pueblos.
  • Pedazo de puta. Me calientas la polla y dices que me estoy pasando. Serás zorra y puta…
  • Tranquilo, ¿vale?
  • Vete a tomar por culo, puta de mierda. Largaos los tres a tomar por culo.
  • No te pongas así, ¿de acuerdo?

Darío se dejó caer en el sofá y cogió el paquete, encolerizado, con las manos temblorosas.

  • Será zorra, la cabrona.
  • Vale, tío, disculpa, es culpa mía. No te enfades…
  • Vete a tomar por culo…
  • Vale, por favor, yo también me he pasado, lo reconozco. ¿Quieres verme el culo? Yo te lo enseño, pero relájate.
  • Jodida puta…

Coral, algo nerviosa por la actitud de su tío, dio media vuelta para darle la espalda. Se inclinó ligeramente hacia delante y se subió la falda del vestidito mostrando su culito con la tira metida en la raja. Darío se reclinó en el sofá desabrochándose el pantalón del pijama. Muy lentamente se fue bajando el tanga hasta dejarlo enrollado unos centímetros por debajo de las ingles, dejando visible su culo a los ojos de su tío, dejando visible la rajita de su coñito entre aquellas lindas piernas, con el erótico encaje de las medias en la parte alta de los muslos.

  • ¿Te gusta así?
  • Voy a masturbarme…
  • Vale, te lo debo, y estamos en paz.

Darío se quitó el pantalón y se agarró la polla para sacudirla despacio, embelesado con la posición erótica de su sobrina. Ella miraba por encima del hombro cómo se masturbaba, cómo se movía aquella gigantesca verga.

  • Ábretelo.

Obediente, echó los brazos hacia atrás y separó sus nalgas con fuerza para mostrar su pequeño y delicado ano. Embriagado de placer, Darío se la sacudía sin parpadear, resoplando por la arrebatadora visión que le ofrecía su sobrinita. Ella aguardaba con el culo abierto. Darío se masturbaba con la mente noqueada. Un momento más tarde, Darío se irguió sin parar de darse y acercó la cara para olerle el culo. Coral cerró los ojos al notar el aliento y la punta de la nariz. Notó que le pasaba la lengua por encima del ano.

  • Ay, tío – protestó -, yo te enseño el culo, pero no te pases…
  • ¿Por qué no me masturbas?
  • Tío, no me pidas eso – replicó irguiéndose y retirando las manos del culo, aunque manteniéndose de espaldas a él.
  • Sólo por esta vez, me lo debes…
  • Sólo esta vez, ¿de acuerdo?
  • Acércate, sobrina, siéntate conmigo…

Con las bragas bajadas, se giró hacia él exhibiendo sin pudor su coño. Su tío clavó los ojos en aquel chochito depilado, salvo por la fina línea de vello que lo hacía más apetecible. Caminó hacia un lado del sofá y tomó asiento junto a él, erguida, aún con las bragas en los muslos. Darío se reclinó y separó las piernas dejando la verga a su disposición.

  • ¡Qué pene tan grande!
  • ¿Te gusta?
  • Es muy grande…

Nada más cogerle la polla notó un aluvión de flujos en su vagina. Su tío alternaba la mirada entre sus ojos y el coño. Empezó a zarandeársela acariciándole todo el tronco, sacudiéndosela de una manera suave, apretujándole el adiposo glande al llegar arriba. Los huevos se mecían despacio con los tirones. Darío resopló con la cabeza apoyada en el respaldo. Su sobrina haciéndole una paja, aquella manita delicada, con las uñas pintadas de azul marino, masturbándole. El desbordante placer recorría sus entrañas.

  • ¿Te gusta así?
  • Lo haces muy bien -. Ella apoyó la mano izquierda en el vientre de su tío mientras se la sacudía con la derecha. Notó que sudaba. Darío le acarició bajo la barbilla -. Eres un poco puta, ¿verdad, sobrina?
  • Anda, relájate…

Darío cerró los ojos concentrándose. Ella, con el coño mojado, gozaba agitándole la polla. Quería chuparla, comérsela, pero trató de contenerse. También pensó en sobar aquellos huevos que se movían con la masturbación, pero se abstuvo. El morbo de hacerle una paja a su tío le nublaba la mente. Darío comenzó a cabecear acezando, con hileras de sudor abrillantando sus sienes, y ella se esmeró en sacudirla con más velocidad. Metía sus deditos por su pubis para acariciarle el vello y acrecentar su placer. Quería hacerle una buena paja. Cuando le vio cerrar con fuerza los ojos, aceleró las sacudidas apretando la polla con fuerza.

  • Me voy a correr…

No paró de agitar la verga a pesar de los salpicones de leche amarillenta y viscosa que caían sobre el bajo vientre de Darío. Alguna gota discurría por su manita. Cesó la masturbación cuando él emitió un rugido profundo. Entonces retiró la mano de la polla de su tío. Darío abrió los ojos para mirarla y ella le sonrió.

  • Lo has hecho muy bien, guapa.
  • Espera, que te limpio.

Con las bragas bajadas, se acercó a la mesa, cogió un clínex y volvió a sentarse a su lado. Le pasó el pañuelo por encima de la verga, por el vello y por el vientre, hasta que consiguió secarle toda la zona. Luego se levantó para subirse las bragas y bajarse la falda del vestidito, como si allí nada hubiese pasado. Mientras ella se alisaba la falda, Darío se levantó con la verga empinada y caminó en busca de un cigarrillo. Coral le observó de espaldas, desnudo, con aquel culo raquítico y velludo. Se volvió hacia ella. La verga, aún bastante tiesa, se balanceó hacia los lados. Ambos se comportaban como dos amantes.

  • Se va haciendo tarde, pronto llegarán los primeros pacientes.

Fin primera parte.

Joul Negro. Email: joulnegro@hotmail.com

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