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De pijo guapo y casado a transexual

en Gays

De pijo guapo y casado a transexual.

           

(La historia de cómo me convertí en transexual y la fuerte humillación que sentí ante mi mujer)

                               

     Soy Nicolás, aunque todos me conocen por Nico. Me casé con Mamen a los veintisiete años. Ella ya había cumplido los treinta. Nos habíamos tirado tres años de novios. Nos conocimos en la facultad de Derecho y nos enamoramos. Mamen acababa de romper con su novio de toda la vida y yo nunca había estado con una chica, siempre fui un empollón y los estudios siempre me mantuvieron alejados de la vida nocturna y juvenil. Tanto ella como yo, pertenecíamos a familias acomodadas. Vivíamos en un pueblo a unos ochenta kilómetros de Madrid. Mamen montó con un primo suyo un bufete de abogados y el negocio les marchaba bastante bien. Mis aspiraciones iban más lejos, quería ser notario, y ya que Mamen tenía un trabajo estable del que podíamos vivir, me puse a estudiar como un loco, dieciséis horas al día hincando los codos.

Éramos una pareja estupenda, alegre, divertida, con amigos, enamorados, nos encantaba viajar y sexualmente bastante activos. A mí me gustaba el deporte, no fumaba, no bebía, me gustaba cuidarme, depilarme para mantener un cuerpo sano y perfecto, siempre con el pelo engominado y vistiendo de manera elegante con ropa de marca. Mamen también era muy pija y tenía un cuerpazo. Alta, delgada, con pechos duros, erguidos y abultados, un culete imponente con forma de corazón, morena, con el cabello largo y liso. Éramos felices y con muchos planes de futuro cuando yo consiguiera aprobar las oposiciones a Notaría.

Pero tenía que trasladarme a Madrid para hacer las prácticas en una Notaría. Estaba cerca, pero tampoco podía tirarme en la carretera mucho tiempo, así es que Mamen y yo decidimos que lo mejor era alquilar un piso barato, pasar allí de lunes a viernes y regresar al pueblo el fin de semana, y si andaba muy atareado, ella podía pasar el fin de semana en Madrid. Pero los alquileres eran carísimos, sobrepasaban los setecientos y ochocientos euros mensuales, una pasada para nuestro modesto presupuesto. Habíamos invertido dinero en el bufete y el negocio estaba arrancado, y tampoco era plan de pedirle dinero prestado a nuestros padres.

Al final nos decidimos por compartir piso con algún estudiante, que el alquiler nos saliera la mitad más barato. El jueves por la mañana estuvimos buscando, viendo anuncios de estudiantes, pero en la mayoría de los casos había dos o tres chicos, y yo necesitaba tranquilidad, necesitaba como mucho compartir el alquiler con una sola persona. Ya estábamos desesperados, entonces entramos en un bar y allí vimos un anuncio donde se buscaba alguien para compartir piso por doscientos euros, muy barato. Llamamos y nos atendió un chico, nos dijo que buscaba un compañero con el que compartir el piso, que sólo seríamos dos, qué pasaba casi todo el día fuera porque trabajaba en un taller mecánico y que no estaba muy lejos de la Notaría donde yo haría las prácticas. Y quedamos con Teo, el nombre del chico, para ver el piso.

Era un piso pequeño y en muy malas condiciones, pero la ventaja es que era muy barato, muy céntrico y tenía un vecindario muy tranquilo. Estaba ubicado en una semiplanta, había sido el apartamento del antiguo portero del edificio, que ahora la comunidad de vecinos alquilaba. La puerta se hallaba ubicada en la planta baja, pero después había que subir unas escalerillas que daban a una pequeña sala de estar con cocina, con acceso al cuarto de baño en la parte izquierda de la salita y con acceso a un estrecho y corto pasillo en la parte derecha. En dicho pasillo se hallaban dos cuartos contiguos muy poco espaciosos, sin puertas, sólo unas cortinas para aislarse, con catres muy estrechos. Todo estaba muy viejo y anticuado, pero yo buscaba tranquilidad y soledad para estudiar y aquel apartamento me lo ofrecía.

El chico se llamaba Teo y parecía buena gente, aunque un poco tímido y acomplejado, sobre todo cuando nos vio a nosotros, tan pijos, incluso le noté nervioso cuando saludó a Mamen, como si nunca hubiera estado al lado de una mujer tan guapa. Le daba corte mirarla y hablaba lo justo. Tenía sólo dieciocho años. Había emigrado a Madrid en busca de trabajo y ejercía de mecánico en un taller de coches. Contrastaba ver a Mamen, tan elegante y tan tremenda, al lado de aquel chico tan poco agraciado. Estaba gordito, de mediana estatura, con la cabeza apepinada, con una calva muy redonda salpicada de mechones que se repeinaba cada uno hacia un lado con tal de ocultar la calva, con la piel muy blanca, sin apenas vello en los brazos, vistiendo con el mono azul de mecánico. Al final acepté, sobre todo por el entorno de tranquilidad, y quedé en regresar el sábado con Mamen para preparar mi cuarto y llevar mis cosas.

-          El pobre, que feíto es y así tan gordito y tan blanco – me comentó Mamen de regreso al pueblo.

-          Parece buena gente, ¿no?

-          Sí, un poco callado, pero bueno.

-          ¿Has visto cómo te miraba? Estaba alucinado…

-          Cómo no, no se comerá ni una rosca.

-          Una tía tan buena como tú. Te comía con los ojos.

-          Pobre chico.

     Regresamos el sábado a media mañana con la intención de pasar allí el fin de semana, así podría instalar y adecuar mi habitación y hacer la compra. Teo llegó del trabajo y nos ayudó a bajar las cosas del coche. Me fijé en cómo la miraba cuando se daba la ocasión, aunque evitaba dirigirse a ella, como si una mujer como Mamen fuera inalcanzable para él. Era bastante callado. Mientras estuvimos preparando mi cuarto, él se tiró todo el tiempo viendo la tele en la salita. Bajamos a comer, quisimos invitarle, pero nos dijo que no, que prefería quedarse en casa. Se enrojecía cuando Mamen le dirigía la palabra y le contestaba con monosílabos, como si le diera mucho corte hablar con ella. Por la tarde continuamos con los preparativos de la habitación, nos comimos unos bocadillos y nos arreglamos para salir a conocer la noche madrileña. Le dijimos a Teo si quería acompañarnos a tomar algo, pero no quiso salir.

-          El chico es un poco raro – comentó Mamen mientras tomábamos una copa en la terraza.

-          Muy callado. Se pone nervioso cuando le hablas, ¿no te has fijado?

-          Como si me lo fuera a comer.

-          He visto cómo te mira, y cuando tú te diriges a él, se pone nerviosito del todo.

-          Seguro que soy lo más cercano que ha estado de una mujer.

-          Seguro.

Cuando llegamos de madrugada, Teo ya estaba acostado, le oímos roncar. Me estaba desvistiendo para acostarnos. Mamen había ido al baño a ponerse el pijama. Se abrió la cortina de la puerta y se asomó Mamen. Me hizo un gesto para que fuera con ella. Pasamos delante de su cortina. Emitía ronquidos muy graves. Irrumpimos en el baño y ella cerró la puerta precavidamente.

-          ¿Qué pasa?

-          Mira, mira – me indicó la taza -. Se ha masturbado -. Me asomé y vi el pis amarillento en el fondo y un par de goterones blancos flotando -. El muy guarro no ha tirado de la cadena.

-          Qué cabrón, con lo tonto que parece.

-          Y mira.

Abrió la portezuela superior de un estante y vi una montonera de revistas pornográficas.

-          El chaval tiene para desahogarse – dije.

-          Mira el calzoncillo.

Abrió el cesto de la ropa sucia y sacó un slip negro. Lo abrió por la parte de dentro y vi las manchas espesas de semen, todavía húmedo, como si fuera moco repegado.

-          ¿Has cogido sus calzoncillos?

-          No sé, me daba morbo y me he puesto a rebuscar – Palpó el moco blanco con la yema del dedo índice y se lo acercó a la nariz para olerlo -. Se ha corrido bien.

-          Has tocado su semen – le dije.

-          Ay, Nico, al ver que se ha masturbado me ha dado morbo – comentó volviendo a oler el dedo, con el slip en la mano.

-          No me jodas que te gusta ese tío.

-          ¿Cómo me va a gustar, tonto? Pero no digas que no es morboso, feo y gordo, 18 años, masturbándose con revistas…

-          Es un poco morboso, sí -. Acercó todo el slip y olfateó el moco grueso de semen -. ¿A qué huele?

-          ¿A qué va a oler? A pene…

-          ¿Te excita oler su pene? – le pregunté.

-          No sé, Nico, pero me he excitado. Es como un juego espiar a ese chico, ¿a qué sí?

-          Un poco sí. ¿Quieres probar su semen?

Miró la mancha mocosa.

-          ¿Quieres probarlo conmigo?

-          ¿Yo?

-          Anda, pruébalo conmigo.

-          Vas a hacer que me sienta como un marica – le dije, empalmado por la excitación que me abrasaba al ver a mi mujer tan obsesionada.

-          Venga, vamos a probarlo.

Elevó el slip negro colocándolo entre nuestras bocas. Sacamos las lenguas y con las puntas las sumergimos en la porción viscosa de semen. Nos rozamos, mirándonos a los ojos, probando el semen de aquel chico gordito. Mamen chasqueó la lengua y la vi tragar. Yo recogí una mota y también me la tragué.

-          Estoy muy excitada, Nico.

-          Yo también me estoy poniendo a tope…

Volvió a pasar la lengua por la porción gelatinosa y atrapó un trozo. Después se lanzó a besarme, degustando juntos el sabor amargo del semen. Era un beso intenso.

-          Dame un poquito, Nico, me muero…

-          ¿Quieres que te dé con su calzoncillo?

-          Sí, por favor, dame…

Se bajó nerviosa el pantaloncito y las braguitas y le planté el slip encima del coño, por la zona manchada de semen. Y empecé a masturbarla presionándole con la prenda, meneándoselo mientras trataba de besarla. Mamen soltaba bufidos eléctricos y cabeceaba con la cabeza apoyada en la pared, con los ojos entrecerrados, concentrada en los refregones del slip. Se le escapaba algún jadeo.

-          Chsss, nos puede oír…

-          Chúpame, chúpame… - apremió retorciéndose.

Me arrodillé ante ella y empecé a lamerle el coño manchado de semen. Me agarraba de los pelos con las dos manos, contrayendo el culete para ofrecerme el chocho, sin parar de resoplar, con los ojos cerrados, como si se lo imaginara a él. No paraba de pasarle la lengua por encima. Le sabía mucho a semen y a polla. Me corrí cuando ella apremiaba golpeándome la boca con el coño, hasta que se contrajo resoplando entre dientes. Aparté la cara y me levanté.

-          ¿Te doy yo? – me preguntó.

-          Me he corrido ya.

-          ¿En serio?

-          Menudo calentón, ¿eh?

-          Uf, demasiado. Anda, ves a ver, voy a lavarme un poco y voy para ya.

-          Vale, te espero en la cama.

Le di un besito en los labios y salí del cuarto. Al rato vino ella, se había lavado los dientes y se había perfumado. Me abrazó.

-          Oye, no pienses que quiero algo con ese chico. Sólo que me he calentado…

-          Ya lo sé, a mí me ha pasado lo mismo.

-          Ha sido muy fuerte, aunque un poco asqueroso si lo piensas bien.

-          Pero muy morboso – añadí.

-          Anda, vamos a dormirnos.

      A la mañana siguiente cuando nos levantamos, Teo estaba desayunando. Llevaba una camiseta de tirantes, se le veían los brazos blancos y sin vello, se le notaba una barriga y unos pectorales fofos y mantecosos, y se le notaba el bulto en su pantalón de chándal ajustado. Mamen salió con su pijamita sexy, un pantaloncito muy corto y una camisa muy suelta donde se le notaba el meneo de las tetas. Al chico se le iban los ojos y se le notaba un tanto incómodo, de hecho se comió rápido la tostada y se fue a su cuarto, como si le diera corte mirar, sin ser consciente de que mi mujer le estaba incitando.

-          ¿No le has notado? – me preguntó Mamen en voz baja -. Se ha empalmado.

-          Lo sé, le has puesto a cien. Te gusta excitarle, ¿eh?

-          Soy muy mala, me gusta ver cómo se le cae la baba.

-          Qué mala eres.

Salimos a dar una vuelta y compramos unas raciones para comer con él. Almorzamos en la sala de estar y nos agradeció que le invitáramos. Tratamos de darle confianza, sobre todo Mamen, que se mostraba muy tontona, le tocaba el brazo, se levantaba y deambulaba hacia la cocina luciendo su explosiva silueta, aunque el chico era tan recatado que delante de mí apenas volvía la cabeza y el rubor no abandonaba sus pómulos. Mamen iba con un pantalón tejano muy ajustado para definir las curvas de su culete y una camiseta elástica para realzar sus pechos. Estaba de cine. Demasiada mujer para él, una mujer inalcanzable para un físico como el de aquel chico gordito. En cuanto terminó de comer, se levantó y dijo que iba a salir con unos amigos. A media tarde, Mamen preparó su bolso y regresó al pueblo antes de que él volviese.

    La presencia del chico me causaba morbo, el hecho de saber que a mi mujer le excitaba y qué él la miraba, esa tensión sexual, me causaba una sensación lujuriosa incontrolable que me mantenía en una continua erección. No paraba de tocarme.

Llegó sobre las once. Yo estaba en pijama viendo la tele. Tenía mucho que estudiar, pero quería verle, su sola presencia, tras el morbo vivido, ya me excitaba. Jamás me había excitado un chico, pero la situación resultaba muy morbosa. Le dije que le había preparado algo de cenar y se sentó a comer.

-          ¿Ya se ha ido tu mujer?

-          Sí, sí, mañana trabaja, volverá el viernes.

-          Es muy simpática.

-          Sí, la verdad es que le cae bien a todo el mundo.

Corrió la silla y cogió el cubierto.

-          Voy a darme una ducha.

-          De acuerdo.

Primero fue a su habitación y luego apareció en slip, un slip blanco, con una toalla colgada del hombro y un neceser bajo el brazo. Su piel era muy blancuzca y apenas tenía vello en brazos y piernas, sólo unos pelos largos entre sus tetillas abultadas y caídas. La barriga fofa le temblaba con los pasos, con pliegues en los costados caídos hacia el slip. Sus piernas eran gruesas y tenía un paquete muy abultado que botaba con las zancadas. Un vello muy negro escapaba de la tira superior. Se lo miré de pasada para no parecer descarado. Pensé en Mamen si le viera así. La erección me palpitaba. Me excitaba un chico feo y gordito que miraba a mi esposa. Oí una maquinilla de afeitar y a los pocos instantes oí cómo meaba. Me levanté precavidamente porque había una pequeña ranura y por el reflejo del espejo le vi de perfil ante la taza, desnudo. Se agarraba una polla muy cortita, engurruñada, perdida entre el denso y largo vello negro, una negrura que contrastaba con su piel blanca. Sus huevos eran gordos y rosados, como una bolsa arrugada de pelos largos. Despedía un grueso chorro de pis. No quise tocarme para no correrme y desgastar mi excitación. Terminó de mear y se la sacudió. Luego se volvió hacia el plato de ducha y le vi su espalda mantecosa y su culo de nalgas abombadas y blandas, nalgas tan blancas como el resto de su cuerpo. Se curvó para coger la esponja, le vi los huevos entre los muslos y le vi el ano, un punto rojo y arrugado, con pequeños pelillos rubios alrededor. Casi me corro al refregarme la mano, al pensar que mi mujer también veía lo mismo. Al meterse en el plato de ducha dejé de mirar y regresé al sofá, a tratar de serenar mi erección para no correrme, tratando de pensar en algo diferente relacionado con los estudios. Tan excitado iba a resultar difícil concentrarme y estaba allí para hincar los codos. Debía aliviar mis impulsos como fuera. Quería masturbarme para apaciguar las ganas, pero por otro lado el morbo intrigante refrenaba ese impulso.

Salió de la ducha al poco rato. Yo seguía viendo la tele, cambiando canales con el mando, como aburrido, con los pies encima de la mesita de madera que había delante. Salió con el torso desnudo y una toalla blanca liada a la cintura a modo de minifalda. Salió con los mechones peinados hacia los lados en un intento de ocultar parte de la calva. Los pelos largos y negros entre sus fofos pectorales destacaban con el blanco de su piel. La toalla se le abría y se le veía la parte alta de los muslos. Cómo podía excitarnos a mi mujer y a mí un tipo tan gordito y mantecoso como aquel chico.

-          ¿Ya te vas a acostar? ¿Te apetece que tomemos algo? – le pregunté con tal de que no se fuera. Me excitaba su presencia.

Consultó la hora.

-          No sé, mañana es lunes y hay que madrugar. Tenemos mucha tarea en el taller.

-          Anda, tómate algo, a mí me gusta tomarme una copita antes de irme a la cama. Siéntate.

-          Está bien, me tomaré algo.

Mientras él se sentaba en un extremo del sofá, yo me levanté a servirle una copa, ya con la erección bajo mi pijama encaminada. Le miraba de reojo, recostado sobre una esquina del sofá, con la barriga fofa ladeada hacia los lados, con la toalla un poco abierta, donde se le veía la parte alta del muslo. Le entregué la copa y me senté a su derecha, muy cerca de él. Olía a jabón.

-          ¿Qué ves?

-          Nada, no hay nada. ¿Quieres ver algo?

-          Yo veo poca tele. Termina uno hecho polvo cuando vuelve del trabajo.

-          Trabajas muchas horas, ¿no?

-          Hasta como en el taller, y sin hora de salida. A veces salgo de noche y vuelvo de noche.

-          ¿Y no tienes novia? – le pregunté.

-          ¿Yo? No, que va.

-          Bueno, eres muy joven todavía.

-          Sí, hasta ahora nunca he tenido novia.

-          ¿Nunca has estado con ninguna chica?

-          Nunca. Soy virgen, vamos, si es a lo que te refieres – me soltó.

-          No quería decir eso, hombre. No ha surgido y ya está, ¿no?

-          ¿Quién va a querer estar conmigo? Gordo, feo, medio calvo…

-          Bueno, hay gustos para todo, ¿no?. Yo tengo amigos gordos y calvos y han tenido sus aventuras.

-          Pues yo, como no vaya de putas y no tengo dinero para eso, lo llevo claro.

-          ¿Nunca has estado con una puta? – le pregunté, encauzando mejor la caliente conversación, una conversación que mantenía mi erección. Se comportaba más abiertamente, más confiado conmigo.

-          Que va, nunca. ¿Y tú?

-          No, yo tampoco. ¿Y te gustaría?

-          No sé, me da un poco de reparo y son caras. Me cuesta trabajo llegar a fin de mes como para irme de putas.

-          Ya he visto la colección de revistas que tienes en el baño – le solté.

-          Sí, bueno, es lo que tengo para desahogarme. A ti no te hace falta, seguro que te las hace tu mujer, ¿no?

-          Bueno, a veces a uno le apetece hacerse una a solas.

-          ¿Te hace pajas tu mujer?

-          Sí, bueno, alguna vez, viendo alguna peli porno…

-          Tiene que dar un gusto tremendo que tu mujer te haga una paja, ¿no?

-          Bueno, la verdad, es que es mejor que hacérsela uno solo.

-          ¿Le gusta hacerte pajas?

-          ¿A Mamen? Sí, es muy calentona.

-          Es un poco putilla la cabrona, ¿no?

-          La verdad es que es muy ardiente.

-          No me importaría que tu mujer me hiciera una paja -. Le solté una carcajada dilatando la confianza -. Tu mujer es muy guapa. Está muy buena.

-          ¿Te pone mi mujer? He visto cómo la miras.

-          Ayer al sentarse le vi las bragas. Está muy buena, me pone cachondo y encima putilla.

-          ¿Le viste las bragas?

-          Sí, al sentarse. Me encantaría que me hiciese una paja. ¿Te gustaría ver cómo me pajea?

-          Sí – le contesté más serio.

Le dio un sorbo a la copa, mirándome, recostado sobre la esquina del sofá. Comencé a tender el brazo derecho, lentamente, mirándole a los ojos, y me metí la mano por la abertura de la toalla. La pasé por encima de sus huevos blandos y le acaricié la verga dura.

-          Tu mujer me pone cachondo.

-          Ya veo – le dije con la mano por dentro de la abertura, acariciándole la verga con la palma, muy suavemente, de arriba abajo.

-          Me gusta verle las bragas.

-          ¿Quieres que te masturbe? – le pregunté.

-          Sí, hazme una paja.

Le saqué la mano de la abertura y me preocupé de desabrocharle el nudo. Él seguía recostado, con la copa en la mano y las piernas extendidas y abiertas. Le abrí la toalla y le dejé desnudo. Tenía mucho vello negro y largo en contraste con la piel blanca y el palote, no muy largo ni muy grueso, erecto y pegado al bajo vientre, con el capullo por dentro del pellejo, como si tuviera fimosis. Los huevos gordos y rosados descansaban entre los muslos. Me coloqué un poco mirando hacia él, se la agarré con la derecha y se la empecé a cascar a un ritmo sosegado. Sus cojones se movían con los tirones.

-          ¿Te gusta así?

-          Ummm, sí, es la primera vez que alguien me hace una paja.

-          Es mucho mejor que te la hagan – le dije meneándosela.

-          Ojalá y fuera tu mujer, ¿eh?

-          Sí – sonreí.

-          ¿Te gusta hacer pajas?

-          Es la primera vez que masturbo a alguien.

-          ¿Sabe tu mujer que eres marica?

-          No creo, bueno, no sé, lo hacemos normal, no creo que…

-          ¿Te gustan los tíos?

-          Un poco.

Resopló entrecerrando los ojos, retorciéndose un poco. Le temblaban las carnes del vientre al sacudírsela.

-          Dame un poco más fuerte.

-          Sí, como quieras.

-          Oh… Oh… Oh…

Recostó la cabeza sobre el respaldo separando más las piernas, concentrado, lanzando pequeños gemidos y elevando la cadera, como apremiando. Aceleré un poco, tocándome yo mis partes con la mano izquierda. Comenzó a jadear ya cabecear.

-          Dame, dame, dame, maricón…

-          Sí, sí…

Yo me corrí dentro del pijama y me concentré en darle fuerte, tirándole del pellejo hacia atrás, hasta que noté palpitaciones por el tronco y paré. Al segundo fluyó semen espeso y semitransparente, fluyó a modo de manantial, resbalando por el dorso de mi mano y de los dedos, manchando el denso vello que rodeaba la verga, con un goterón resbalando por los cojones.

-          Sigue un poquito… - Continué dándole sosegadamente, con toda la mano manchada, con toda la verga impregnada de aquel semen pegajoso. -. Así… No pares… No pares…

-          No paro… No paro…

Seguía acelerando poco a poco. Seguía fluyendo semen de manera descontrolada, igual de espeso. Era como bombear leche. Soltaba gemidos con los ojos entrecerrados y cabeceando, seguro que concentrado  en la imagen de mi mujer. Más hileras de semen caían sobre sus huevos y pequeñas gotitas se esparcían por el vello. Comenzó a fluirle leche de manera más aguada y al ver que bufaba fui parando poco a poco. Ya apenas eyaculaba. Una corrida impresionante. El semen cubría todo el vello y de los cojones no paraba de gotear hacia el suelo, con toda mi mano impregnada de aquella gelatina blanca.

-          ¿Sigo?

-          Para ya.

-          Te has corrido bien – le dije soltándosela, mirándome la mano.

-          Tú también te has corrido, maricón.

-          Sí, la verdad es que me he puesto a tope. Espera que te limpie.

Me levanté y me acerqué a la encimera de la cocina. Arranqué unos trozos de servilleta de papel y fui hacia el sofá. Seguía tendido con la toalla abierta, apurando la copa, todo manchado de semen. Le limpié bien los huevos y los pelos del vello, luego le pasé una servilleta por la polla, ya engurruñada y flácida. Luego se irguió, apuró toda la copa y se puso en pie echándose la toalla al hombro. Yo seguía sentado. Su polla se había convertido en un micro pene que se perdía entre el vello. Le miré el culo de nalgas blancas y caídas, con una raja profunda.

-          Voy a acostarme, me va a costar un trabajo horrible levantarme.

-          Bueno, Teo, espero que te haya gustado.

-          Hubiera preferido que me la hiciera tu mujer.

-          Imagino.

-          No me gustan los maricas, ¿entiendes?

-          Sí – le contesté serio -. Lo siento, no pensé que te ibas a molestar.

-          Debería darte vergüenza mariconear teniendo la mujer que tienes. Me he dejado porque te he visto cachonda perdida.

-          Perdona, ¿vale? Ha sido un error, nos hemos calentado los dos. No le digas nada, por favor.

-          ¿Qué eres una puta maricona? Seguro que ya lo sabe.

-          Lo siento.

Y se dirigió hacia el pasillo, le miré cómo le botaban las nalgas. Me sentí un poco abochornado, no pensé que iba a tomárselo así y me entró el temor de que se lo contara a Mamen. Me fui a la cama, aunque era consciente de que iba a costarme trabajo conciliar el sueño, por muchos motivos, por cómo se lo había tomado mi compañero de piso y por la experiencia homosexual.

     Me levanté antes que él y fui a ducharme para ponerme a estudiar cuanto antes. Debía olvidar el desliz y debía concentrarme en mis tareas, tratar con Teo lo justo y necesario. Me sentía avergonzado de cómo se lo había tomado. Y temía encontrármelo y mirarle a la cara, le había masturbado y se lo había tomado a mal. No le conocía y me daba miedo que fuese contándolo por ahí.

Me estaba secando en el plato de ducha, no había cortinas, cuando irrumpió en slip, un slip blanco muy ceñido a las carnes. Llevaba los mechones de punta y las carnes le temblaban al moverse. Me ruboricé al estar desnudo ante él.

-          Buenos días, Teo – le saludé con el fin de apaciguar los ánimos.

-          ¿Puedo mear?

-          Claro, por supuesto.

Yo seguía secándome. Se acercó a la taza, se colocó de perfil a mí, se bajó la delantera del slip y se la agarró para soltar el chorro.

-          Perdona lo de anoche, Teo, no era mi intención molestarte.

Giró la cabeza hacia mí sin parar de mear.

-          ¿Me estás mirando la polla?

-          No, no, estoy secándome, eres tú el que te has puesto a mear. No te lo tomes a mal, Teo, yo también ha sido la primera vez que he hecho eso. No sé qué me pasó, Teo, de verdad, yo no soy así.

-          Estás toda depilada… - me dijo examinándome, con el chorro de pis más flojo.

Me miré.

-          Es que hago mucha bici y bueno, me gusta.

-          Date la vuelta, déjame verte el culo.

-          Bueno.

Di media vuelta dándole la espalda, ofreciéndole mi culete estrecho y huesudo, depiladito del todo.

-          Tiene culo de mariquita -. Volvía a girarme hacia él y le miré serio -. Estás deseando hacerme una paja, ¿eh, maricón? – dijo parando de mear y sacudiéndosela.

-          Joder, Teo, yo…

-          Tienes ganas, maricón.

-          Sí – le dije.

-          Jodida maricona. Me encantaría que tu mujer viera lo maricona que eres.

-          No le digas nada, Teo, por favor.

-          ¿Quieres hacerme una paja o qué?

-          Es que luego te enfadas, a mí no me importa, pero no quiero molestarte.

-          No me gustan los maricas, pero puedo dejar que disfrutes un poco por 100 pavos.

-          Eso no, Teo, yo no…

-          ¿Cómo que no? Me estoy prostituyendo para que disfrutes y encima mantendré la boca cerrada, no le diré a tu mujer que eres marica. Venga, cien pavos y te dejo hacerme una paja.

-          Está bien.

-          Toda tuya. Anda, marica.

Solté la toalla y desnudo salí del plato de ducha. Me acerqué por su costado derecho, procurando no rozarle para no molestarle. Tendí el brazo derecho y se la agarré. Aún la tenía blanda y me sobraba mano. Aún le rezumaba pis cuando se la empecé a sacudir. Él trataba de concentrarse respirando hondo. Poco a poco se le iba poniendo tiesa y la punta ya sobresalía por encima de mi puño, con el capullo asomando por el pellejo.

-          Te gusta, ¿eh, marica?

-          Sí – le dije acelerando, masturbándome yo mismo con la mano izquierda.

-          Dame en los huevos un poco…

-          Como quieras.

Comencé a sobarle los cojones con la palma derecha y dejé de masturbarme para seguir cascándosela con la izquierda, ligeramente inclinado hacia él. Me pasó la mano abierta por el culo.

-          Qué culito tienes, mariquita. ¿Te lo han follado?

-          No.

-          Seguro que estás deseando, me encantaría que tu mujer viera cómo te lo follan.

Continué acariciándole con suavidad las pelotas blandas, sin dejar de machacarle la verga. Él resoplaba recto ante la taza, con la delantera del slip bajado. Seguía sobándome el culo. Empecé a eyacular sin ni siquiera tocarme y vio cómo me caía el semen de la punta. Sonrió.

-          Cómo te corres, maricona… No me vayas a manchar.

-          No…

Seguía sobándome el culo y yo a él seguía amasándole los cojones y cascándosela fuerte.

-          Me encantaría correrme en la cara de tu mujer -. Le miré sin dejar de tocarle -. ¿No te gustaría?

-          Sí.

Ya soltaba jadeos nerviosos, como si la eyaculación fuera inminente.

-          Arrodíllate, quiero correrme en la cara de tu mujer…

-          Vale, vale…

Retiré las manos de sus partes y me arrodillé ante la taza. Él se la agarró enseguida con la mano derecha dándose veloces tirones, con los cojones columpiándose alocados. Le miré sumisamente, pero con la otra mano me bajó la cabeza, casi me la metió dentro de la taza. Veía muy cerca el caldo amarillento de la meada, podía olerlo. Oía los tirones y sus acezos. Soltó un rugido y noté los escupitajos de semen cayendo por mis cabellos. Uno me cayó en la nuca, en la oreja izquierda, por la mejilla, y uno en la frente, que resbaló hacia la punta de la nariz, desde donde goteó hasta flotar en el pis.

Volví la cabeza mirándole, con semen repartido por mis cabellos remojados. Tenía semen metido dentro de la oreja y notaba el oído taponado. Le vi subirse el slip.

-          Vas a tener que ducharte otra vez -. Asentí sin saber cómo moverme -. ¿cuándo vas a darme los cien pavos?

-          En cuanto me limpie.

-          Voy vistiéndome.

-          De acuerdo.

Y salió del baño dejándome allí arrodillado ante la taza. Me quité los pegotes con papel higiénico y metí la cabeza en la ducha para enjuagarme bien los cabellos y los oídos. Me anudé una toalla a la cintura y cuando fui a su cuarto ya estaba vestido con el mono azul de trabajo. Le entregué el dinero y se lo metió en el bolsillo.

-          Si, ya sé, que no le cuente nada a tu mujer que te alquilo la polla para tus mariconadas.

-          Gracias, Teo.

Y se marchó. Tras lo sucedido, no pude estudiar. La mezcla de sensaciones me confundía, ni siquiera atendí las llamadas de Mamen.

    Pasé todo el lunes solo, Teo no solía ir a comer. No estudié absolutamente nada. A ratos me arrepentía de lo que estaba viviendo y a ratos me excitaba con ganas de masturbarme. Sentía que me estaba volviendo homosexual de repente, empujado por un morbo que había compartido con mi propia esposa, un morbo que se había desmadrado. Hablé con ella a última hora de la tarde y le mentí, le dije que le había quitado el volumen al teléfono para concentrarme. Me preguntó por él y aquello incitó mi lujuria.

-          Le he visto masturbarse.

-          ¿En serio? Ummm, qué morbo. ¿Te has excitado?

-          Sí.

-          A ver si te vas a volver marica.

-          No – sonreí.

-          Has probado su semen.

-          Tú me lo pediste, por eso lo hice.

-          Tiene que dar morbo ver cómo se masturba, ¿no?

-          Seguro que estaba pensando en ti. ¿Te gustaría haberle visto?

-          Sí – respondió -, tan gordito y tan feo, me pone. Y veo que a ti también te pone.

-          Un poco, pero por ti.

-          Bueno, Nico, lo dejamos, ¿eh? Que me estoy poniendo muy ardiente.

-          Mejor, sí.

El tío ponía cachonda a mi mujer y nos lo contábamos. Teo se presentó sobre las diez de la noche, recién salido del taller, con los mechones alborotados, todo el mono lleno de grasa y las manos sucias. Yo tenía puesto el pijama y veía la tele sentado en el sofá.

-          Hola, Teo, qué tarde, ¿no?

-          ¿Qué hay para cenar?

-          Bueno, yo he comido un poco de pasta.

-          Prepárame algo de comer, y trae una cerveza.

-          De acuerdo.

Como un sumiso, me levanté para prepararle la cena mientras él se tiraba en el sofá, con la cabeza en un reposa brazos y los pies en el otro, cambiando de canal y fumando. Le llevé la cerveza y me puse a prepararle una tortilla. Estuvo cenando mientras yo fregaba la loza. Le vi de nuevo tumbarse en el sofá, aún con el mono puesto. Yo tendría que sentarme en una silla si quería ver la tele con él. Me pidió que le llevase una copa. Se la acerqué. Se había desabrochado la corredera hasta la entrepierna, luciendo su barriga lacia y sus pectorales abultados.

Me miró dándole un sorbo.

-          ¿Tienes ganas de tocármela?

-          Sí, pero ya no tengo tanto dinero.

-          Con treinta euros me conformo – asentí con la cabeza -. Desnúdate, maricón -. Me desnudé delante de él, mientras bebía, me quedé sin nada, con mi pene empinado, de pie ante él -. Trae una revista del baño.

-          ¿Cualquiera?

-          Sí.

Fui al baño y escogí una de sus revistas pornos. Cuando regresé, se había desnudado y yacía tumbado de nuevo a lo largo del sofá, con la pierna derecha flexionada y la izquierda estirada. Tenía la verga algo inflada. Le entregué la revista y enseguida se puso a hojearla. Me arrodillé ante el sofá, a la altura de su cintura, y elevé las manos. Empecé a masturbarle con la derecha y a sobarle los huevos con la izquierda. Él hojeaba la revista despacio. Ni siquiera podía verle la cara. Su verga iba creciendo en tamaño y dureza. Me encantaba tocarle los cojones y meneársela. Le daba sosegadamente para disfrutar más.

-          Mira esta puta, se parece a tu mujer… -. Me mostró la foto, era una chica parecida a Mamen, con el pelo moreno y largo, liso y brillante -. Seguro que tu mujer es tan puta como ésta, ¿verdad?

-          Sí.

-          Bésame los cojones -. Me eché sobre su costado y empecé a besarle los huevos sin dejar de tirarle de la polla. Era una piel áspera y arrugada -. Chúpalos, maricón.

Se los empecé a lamer, a darle bocaditos con los labios, a pasarle la lengua por encima, a hundir mi boca en aquella bolsa blanda y peludita. Qué ricos. El tronco de su polla me rozaba la mejilla. Él volvía a hojear la revista mientras yo le comía las pelotas. Podía ver parte de su rostro bajo la revista, su barriga subiendo y bajando. Le vertía saliva sobre los cojones y la esparcía con la punta de la lengua. Se los lamía como un perrito, tirándole acariciadoramente de la verga.

Comenzó a resoplar y a retorcer la cadera, dejó caer el brazo que sostenía la revista. Mantenía la cabezota apoyada en el reposabrazos y entrecerraba los ojos.

-          Me imagino a tu mujer en bragas y madre mía… Cómo me gustaría olerle el coño…

Aparté la boca y de nuevo me puse a masajearle los huevos ensalivados con la palma izquierda. Y entonces comencé a comerle la verga, manteniéndosela erguida con la derecha, le daba bocados a la zona del capullo, le pasaba la lengua por encima y le mordisqueaba la parte alta de la verga, sin dejar de achucharle los cojones acariciadoramente. Empezó a gemir y a retorcerse.

-          No te muevas… Quita la mano…

Aparté la mano de la verga y me mantuve inmóvil con la boca abierta, sobándole los cojones. Comenzó a elevar y bajar la cadera nerviosamente, metiéndome la verga, follándome la boca, cada vez más veloz. Me la metía entera, notaba el roce en la garganta y el paladar. Le tenía la mano izquierda en los cojones y la derecha encima de su vientre blando y frío.

-          Ah… Ah… Ah…

Aparté la mano de los huevos y la deslicé hasta los muslos. Me los aplastaba contra la barbilla, follándome la boca con rabia, hasta que empezó a descargar, a eyacular a chorros. Fui tragándome toda la leche que caía dentro de mi boca, aunque se me vertían babas. Cuando paró de elevar la cadera, se la mamé un ratito más, hasta que noté que se le empezaba a reblandecer. Entonces me erguí y me empecé a masturbar arrodillado ante su cintura, mirándosela únicamente. Me corrí enseguida, me taponé la punta con la palma de la mano para no derramar sobre el suelo.

-          ¿En serio tu mujer no sabe que eres tan maricona?

-          No lo sé.

-          Menuda pareja, una putilla y un maricón, ¿eh?

-          Sí.

Se levantó trabajosamente hasta sentarse, ya con la verga engurruñándose. Yo me puse en pie.

-          Límpiame la verga.

-          Voy a coger algo.

Tratando de no verter mi semen, me acerqué a la encimera y me limpié yo primero. Luego arranqué unos trozos y regresé al sofá. Ya estaba de pie y tuve que acuclillarme ante él y secarle bien los cojones y la verga, tirándole hacia atrás del pellejo para limpiarle el capullo. Le pasé el papel por el vello y me puse en pie.

-          Dame el dinero.

-          Voy a la habitación.

Fui a mi cuarto a buscar la pasta. Llevaba ciento treinta euros gastados por mariconear con él. Ya estaba acostado en la cama y con el slip puesto. Se los dejé encima de su mesilla.

-          Hasta mañana, Teo.

-          Apaga la luz.

-          Como quieras.

Le apagué la luz, le cerré la cortina y al rato le oí roncar. Me había tragado toda su leche, de la noche a la mañana, me había convertido en el mariquita de un tipo gordito y feo de dieciocho años, y casi con el consentimiento de mi esposa.

    El martes por la mañana me desperté temprano para ver si podía estudiar un poco. Esa mañana quería ir a la notaría donde haría las prácticas. Me estaba lavando los dientes cuando Teo irrumpió en el baño, desnudo, con la verga convertida en un micro pene, con la toalla al hombro. Escupí la pasta y me enjuagué la boca.

-          Buenos días, Teo.

-          Salte, tengo que ducharme y hacer mis cosas. Y prepárame el desayuno.

-          De acuerdo, como quieras.

Me molestaba que me tratara así, se aprovechaba de mí, me trataba despreciativamente y encima hasta le pagaba dinero por hacerle favores sexuales, pero no me atrevía a plantarme. Creo que Teo se aprovechaba de esas sensaciones nuevas y sumisas que me abordaban. Salí del baño y le estuve preparando el café y unas tostadas mientras él se duchaba.

Salió del bañó con los mechones remojados y la toalla liada a la cintura. Se sentó a la mesa y como una criada le serví el desayuno.

-          Si no te importa, hazme la cama y prepara un poco la habitación.

-          Está bien.

-          Tengo ropa para lavar y planchar amontonada en el cesto.

-          No te preocupes, Teo, luego puedo preparártela.

Le dejé desayunando y le hice la cama, recogí sus calzoncillos sucios, le ordené la ropa y le barrí la habitación mientras él reposaba el desayuno fumando un cigarro y viendo las noticias. Nunca pensé, con lo cohibido que parecía, que tuviera un comportamiento tan taciturno y dictatorial para ser un chico de dieciocho años con complejos. Me trataba como si yo fuera su esclava.

Terminé y fui hacia la sala. Permanecía recostado en un extremo del sofá.

-          Ya tienes preparado el cuarto, Teo.

-          ¿Qué hora es?

-          Faltan unos minutos para las siete y media, todavía es de noche.

-          ¿Quieres hacerme una paja?

-          Es que aquí no tengo más dinero, Teo.

-          Da igual, cuando pienso en tu mujer me pongo cachondo. Está tan buena, la hija puta, cómo me pone. Desnúdate.

-          Vale.

Delante de él, empecé a quitarme el pijama. Mientras tanto, se desenlió la toalla y la abrió hacia los lados. La tenía erecta y se la empezó a menear despacio viendo cómo me desnudaba.

-          ¿Tienes alguna foto de ella? Quiero mirar su cara mientras me pajeas.

-          En la habitación.

-          Ves a por ella, quiero ver la cara de tu mujer.

Desnudo, fui a mi cuarto y cogí el portafotos de la mesita de noche, donde aparecía un primer plano de Mamen vestida de novia. Regresé a la salita, se la seguía acariciando. Se la entregué y agarró el portafotos con las dos manos, colocándoselo encima de la barriga para examinar con calma el rostro de mi mujer. Estaba abierto de piernas y me arrodillé en medio, le agarré la verga con la derecha y se la empecé a sacudir, acariciándole los cojones con la mano izquierda.

-          Ummm… Qué guapa es la cabrona… -.Yo aceleré un poco cascándosela más velozmente, estrujándole los cojones suavemente -. Cómo me gustaría follar con ella.

Permanecía embobado mirando la imagen de Mamen mientras yo le pajeaba. Me encantaba tocarle aquellos huevos tan blanditos y me lancé a chupárselos curvándome hacia delante y ladeando la cabeza, sin dejar de tirarle de la verga. Le daba gustosos bocados, metiéndome las bolas dentro de la boca, pasándole la lengua, dándole mordiscos, aplastándoselos con los labios, hasta que subía con la boca hacia su polla y se la empecé a mamar despacio, metiéndomela entera, subiendo y bajando despacio la cabeza.

-          Esta puta es mía… - decía ya elevando la cadera para follarme la boca -, es mía… Mía… Maricón, tu mujer es mía…

Ya me follaba la boca nerviosamente elevando y bajando la cadera, metiéndomela hasta la garganta, haciéndome vomitar babas. Se puso a gemir como loco, hasta que volvió el portafotos hacia mí, acercándomelo.

-          Córrete, maricón… Córrete…

Con la boca impregnada de babas, elevé la cabeza y se la empecé a sacudir apuntando hacia la imagen de mamen.

-          ¡Más deprisa, maricón! – gritó sofocado, retorciéndose de gusto

Aceleré bruscamente. Sus huevos se columpiaban en el vacío.

-          ¡Tu mujer es mía, maricón! – gritaba contrayéndose para apremiarme -. Dilo… Dilo, maricón…

-          Es tuya… Es tuya…

-          Ahhhh….

Ya el primer salpicón de semen fue tan grueso que cubrió toda la cara de mamen, resbalando espesamente hacia abajo por el cristal. Las siguientes salpicaduras fueron más dispersas y cayeron por el marco y su barriga. Él rugía cabeceando y yo le seguí dando hasta escurrírsela del todo. Yo me corrí cuando iba a tocarme. Tiró el marco hacia un lado, cayendo al suelo y estallando el cristal. El semen cayó sobre el papel fotográfico donde aparecía la imagen de mi mujer. Me levanté.

-          Espera que te limpie.

-          Date prisa, tengo que vestirme.

-          Voy, voy…

Le limpié la barriga y los huevos con servilletas y le sequé la polla con la toalla. Luego me puse a limpiar mi semen que había caído sobre el suelo y me puse a recoger el portafotos. Se levantó mientras yo seguía a cuatro patas limpiando el suelo.

-          No se te olvide plancharme la ropa.

-          No te preocupes, Teo.

Y se marchó a vestirse, satisfecho con la mamada que le había hecho. Le escuché irse sin ni siquiera despedirse mientras yo trataba de secar y salvar la fotografía, aunque el semen había emborronado una parte.

   Tuve que masturbarme cuando me quedé solo, más tranquilo, oliendo sus calzoncillos sucios, masturbándome con ellos. Tenía el sabor de su polla metido en la boca, ni siquiera desayuné para mantener el sabor. Me estaba obsesionando con aquel chico que me dominaba, a pesar de que se aprovechaba de mí, de que me trataba despreciativamente, de que tenía que ser su perrita faldera, su esclava. Entendí que me estaba volviendo homosexual, que me excitaba más él que mi propia mujer, que cualquier chica. Y todo por un juego morboso, inducido por el aspecto físico del chico, por las revistas que encontró Mamen.

Ni siquiera fui a la notaría ni por supuesto me concentré para estudiar. Como una chacha, pasé la mañana lavándole la ropa y planchándosela. Comí algo al mediodía, volví a masturbarme con sus slips sucios, oliéndolos, pasándomelos por los huevos. Su machismo me absorbía. Por la tarde hablé con Mamen y hablamos de él, la induje mintiéndole, le dije que nos habíamos masturbado juntos viendo porno en la tele y la puse muy cachonda, se que se masturbó al otro lado del teléfono. Estaba deseando que llegara el viernes para que le contara con más detalle, incluso me pidió que le fotografiase desnudo.

Pasé la tarde sin hacer nada, tirado en la cama, reflexionando acerca de mi repentino cambio de mentalidad. Cené y me duché, luego, con el pijama puesto, me puse a ver la tele y a esperarle. Llegó cerca de las once de la noche. Venía todo sudoroso y con el mono azul. Me levanté cuando entró en la salita.

-          ¿Qué tal, Teo?

Empezó a quitarse el mono y se quedó en slip, un slip blanco con manchas amarillentas en la delantera. Me tiró el mono a las manos.

-          Tienes que lavarlo.

-          No te preocupes. ¿Quieres cenar algo?

-          Trae una cerveza.

Llevé el mono al cesto de la ropa sucia y le abrí un botellín. En calzoncillos, ya estaba recostado en su lado del sofá. Cogió el botellín y se la bebió de un trago.

-          Trae otra.

-          Vale.

Le llevé otro botellín.

-          ¿Ha dejado tu mujer ropa aquí? – me preguntó.

-          ¿Ropa? Sí, ha dejado algunas prendas.

-          Ponte guapa, ponte su ropa, quiero que te pongas la ropita de tu mujer. Y maquíllate  -. Me quedé un poco anonadado y ruborizado por la inesperada petición -. ¿A qué coño esperas?

-          Está bien, no te enfades.

Me fui al cuarto, me desnudé y empecé a vestirme de mujer. Me puse un tanga negro que me estaba pequeño, apenas me cabía el pene, el cuál se transparentaba al ser de muselina. Me puse unas medias negras que me llegaban hacia la mitad de los muslos, con bandas de encaje, y me puse unos zapatos de tacón también negros. Luego me metí un camisón de tirantes color crema, semitransparente. Me quedaba ajustado y corto, por encima de las bandas de las medias. La prenda destacaba con la negrura de las medias, el tanga y los tacones. Me abochorné de mí mismo cuando me miré al espejo. Parecía un transexual barato. Me pinté los labios, me eché coloretes en los pómulos y sombras en los ojos, y así, como una mariquita transexual, me presenté ante él, contoneando mi silueta por efecto de los tacones.

Seguía echado sobre el sofá bebiendo cerveza. Me miró un soltó un par de carcajadas.

-          Qué guapa te has puesto, maricona, pareces una putita barata.

-          Me siento un poco ridículo.

-          Ponme la cena.

-          Vale.

Y así, vestido de mariquita, yendo de allá para acá ante sus ojos, luciendo las transparencias, le serví la cena, tuve que limpiar la cocina y después recogerle la mesa. Luego me pidió que le acompañara al baño. Allí me pidió que le bajara el slip y le pusiera a mear. Tuve que sujetarle la polla mientras meaba, tuve que sacudírsela y limpiarle de pis el capullo. Luego se metió en el plato de ducha y tuve que encargarme de ducharle, de enjabonarle, de frotarle la espalda, los brazos y la barriga, tuve que lavarle el pelo, la polla, los huevos, y tuve que lavarle el culo, metiéndole la esponja por dentro de la raja. También le tuve que secar con la toalla, así, vestidito de mujer. Me ocupé de asentarle los mechones con un cepillo y entonces se fue desnudo y limpio hacia la salita. Yo me quedé preparando el baño, recogiendo sus calzoncillos y limpiando todo aquello.

Cuando salí fuera se había servido una copa y permanecía recostado en su lado, desnudo, con los pies encima de la mesa. Estaba viendo un partido de fútbol. Le dio un buen trago a la copa y tendió el brazo hacia mí con el vaso.

-          Echa otra.

Le serví otra copa y al entregársela volvió a mirarme. Parecía embelesado con el fútbol, allí estirado, con la verga engurruñada.

-          Dame un masajito en los pies.

-          Como quieras.

Me arrodillé al otro lado de la mesa, de espaldas a la tele y de cara a él, y me puse a masajearle los pies. Él bebía y miraba hacia la tele, discutiendo para sí mismo decisiones arbitrales, lamentando oportunidades de su equipo. Yo le masajeaba un pie con las dos manos.

-          Chúpalos, maricón.

-          Sí.

Me lancé a mamarle los pies, a comerle los dedos y las plantas mientras él se relajaba con la copa y el partido. Estuve casi media hora sin parar de chupárselos, hasta que terminó el fútbol. Se los tenía todo baboseados y tenía ya la boca seca. Vi que empezaba a tocarse la polla. Yo le mordisqueaba el dedo gordo y le miraba con sumisión, viendo cómo se le iba hinchando.

-          ¿Quieres que vayamos a mi habitación? – me preguntó pasándose la palma por encima de la verga.

Elevé la boca de sus pies y seguía masajeándoselos.

-          Donde a ti te apetezca, Teo.

-          Vamos a mi cama. Estoy muy cachondo.

-          Vamos.

Yo me levanté primero y marché delante de él hacia su cuarto. Llevaba la verga dura y empinada. Yo le contoneaba mi culete, que se apreciaba a través de las transparencias del camisón, con la tira metida por dentro, con las medias negras y las bandas en lo alto, otorgándome ese aspecto erótico y transexual. Entramos y él fue el primero en tumbarse boca arriba en el lado izquierdo de la cama, una cama muy estrecha. Yo esperaba de pie sus órdenes.

-          Bájate las braguitas, bonita, quítatelas -. Me metí las manos bajo el camisón y me bajé le tanga. Ahora se transparentaba mi pene erecto y mis pelotitas pequeñas tras la gasa del camisón -. Así, maricona, estás muy guapa – me dijo dándose tirones a la polla -. Échate a mi lado, bonita -. Me tumbé boca arriba a su derecha. Apenas cabíamos, nos rozábamos. Se volvió hacia mí, noté el roce de su verga por mi costado -. Mira para allá, bonita, dobla las piernitas.

Me volví recostándome de lado, dándole la espalda, y flexioné ambas piernas. Se pegó a mí levantándome el camisón, aplastando su fofa barriga en mi espalda, vertiéndome el aliento sobre mis cabellos. Se sujetaba la verga y trataba de encajarla en la raja de mi culo, buscando posicionarla en mi ano.

-          No te muevas, maricón – decía removiéndose sobre mi culo en busca de mi orificio.

-          No… No…

-          Tengo ganas de follarte, maricón, de metértela en tu culo…

-          Sí…

Comenzó a contraerse sujetándosela para embutirla en mi ano y empezó a dilatarme. Resoplé de dolor y emití un gemido tembloroso, empuñando las manos.

-          Te duele, ¿verdad, maricón?

-          Sí… Sí…

-          No te muevas, puta…

Me encajó media verga. Yo no paraba de bufar, con el ano dilatado, siento la presión, comenzando a sentir cierto gusto. Me la metió entera, noté el roce de sus huevos, su pelvis, su barriga, sus acezos sobre mi oreja. Y empezó a removerse follándome, acezando como un perro tras de mí. Yo soltaba gemidos, concentrado en los pinchazos, sintiendo su aliento en mi nuca, las embestidas, y bajé mi mano izquierda para masturbarme.

-          No te muevas, puta… - repitió nervioso, sin parar de asestarme clavadas.

-          No… No…

-          Estoy follándome a tu mujer, puta…

-          Sí… Sí…

-          Tu mujer es mía, maricona – acezaba dándome sin parar.

-          Sí… Sí…

Aceleró bruscamente casi echándose sobre mi espalda, casi volviéndome boca abajo contra el colchón. Tuve que dejar de tocarme al tener mis partes presionadas. Me corrí en las sábanas. Seguía golpeándome el culo y pinchándome, echado encima de mí, con la cama rechinando, jadeando secamente al metérmela, mientras yo no paraba de emitir gemidos, con el camisón hacia la mitad de la espalda.

-          Puta… Puta… Puta…

Aceleró muy fuerte. La polla entraba y salía de mi polla velozmente. Y frenó, noté cómo se corría dentro, cómo la verga emitía chorros, anegándome el ano. Soltó unos jadeos profundos y al instante me la sacó volviéndose boca arriba hacia su lado. Notaba la leche caliente dentro. Me palpé el ano y lo noté viscoso, como si el semen fluyera. Tenía mi pene encharcado por mi propio semen.

-          Chúpamela un poco…

-          Sí.

Me volví hacia él y pasé mi brazo izquierdo por encima de su barriga, echándome sobre su regazo. Le agarré la verga y se la empecé a chupar. Tenía un fuerte sabor a culo y semen, me provocó una arcada, pero se la seguí mamando y sacudiendo sobre mi boca, acariciándole los cojones. Él me acariciaba el culo con la mano abierta, la pasaba de una nalga a otra. Yo subía y bajaba el tórax con el camisón subido. Tardó en correrse otra vez cerca de media hora, tuve que sacudírsela hasta que fluyeron pequeñas y aguadas porciones. Se le reblandeció enseguida. Entonces me erguí hasta apoyar la cabeza en la almohada.

-          Duerme conmigo, putita.

-          Sí.

Me pasó el brazo por los hombros y me volví hacia él asentando la mejilla sobre su pectoral, alzando mi mano derecha para abrazarle, para pasarle la mano por su pecho, por su barriga, a modo de caricia. Estábamos como dos amantes. Enseguida se puso a roncar y yo me acurruqué más contra él. Era mi macho y yo su maricona.

     Me quedé dormido sobre su pecho y cuando por la mañana temprano sonó el despertador, dormía dándole la espalda, vuelto hacia el otro lado. Había pasado la noche con él, en su cama, tras ser follado por un hombre por primera vez en mi vida. Era miércoles. Le sentí apagar el despertador y encender la luz de la mesilla. Yo me hallaba con las medias, sin bragas y con el camisón subido hasta la mitad de la espalda.

Se pegó a mí, noté su polla erecta por mi culo, su aliento y su espalda blanda. Noté que se la agarraba para posicionarla en mi ano. Me echó las piernas hacia delante. Apreté los dientes cuando empezó a dilatarme, a embutirme la verga a base de empujones. Me la clavó entera y empezó a follarme de manera aligerada, golpeándome el culo con la pelvis, acezando sobre mi oído.

-          Me gusta follarte este culito estrecho, maricón…

Continuó moviéndose, dándome sin parar, cada vez más fuerte y más apresuradamente. Yo comencé a jadear sobre la almohada, cada vez se echaba más encima de mí. Bajé mi mano izquierda y empecé a masturbarme. Sentía un gusto tremendo con las clavadas y su olor a macho. Sentía la presión de la polla. Me pasó un brazo por encima, metiéndolo por debajo del camisón, acariciándome las tetillas de mis pectorales, como si se imaginara que eran tetas. Aceleró fuertemente jadeando como un perro. Yo gemía como una perrita. Hasta que fue parando, lentamente, corriéndose dentro de mí. Paró y descansó unos segundos con la verga metida en mi culo. Aún me acariciaba los pechos bajo el camisón.

-          Eres mi maricona, ¿verdad? – me susurró al oído, aún con la respiración fatigosa.

Giré la cabeza para mirarle. Aún seguíamos unidos por la polla.

-          Sí.

Me la sacó al girarse y quedar tumbado boca arriba, con las piernas abiertas y estiradas, con la verga inflada y manchada. Me palpé el ano con los dedos, fluía semen viscoso.

-          Lávame la polla, tiene que oler fatal…

-          Ahora mismo.

Me levanté y fui al baño. Regresé con una esponja húmeda y una toalla. Me arrodillé ante su cintura y le froté la verga con la esponja, luego se la sequé con la toalla. Luego regresé al baño y él entró cuando me hallaba sentado en el bidé para lavarme el culo.

-          ¿Qué coño haces ahí sentado?

-          Iba a lavarme, estoy echando mucho.

-          Ponme a mear y prepárame el puto desayuno.

-          Voy, voy…

Tuve que agarrarle la verga y ponerle a mear, sacudírsela y limpiársela con papel higiénico. Yo con mi camisón y mis medias. Le llevé la ropa limpia del trabajo mientras se lavaba la cara y mientras se vestía le preparé el desayuno.

-          Qué mierda de tostadas son éstas…

-          Perdóname, Teo, se me han quemado un poco. Ahora mismo te hago otras.

Tuve que prepararle otras tostadas, luego se levantó para irse y me dijo que igual venía al mediodía, que tenía poca tarea, y que le tuviera la comida lista. Luego se marchó.

Me masturbé nada más irse, aunque luego la desgana me inducía al arrepentimiento. Me resultó patético cuando me miré al espejo y me vi vestido de aquella manera. Qué pensaría la gente de mi entorno si me vieran así. Qué cambio tan brusco había sufrido mi vida. Me di una buena ducha, me eché pomada en el ano y me vestí con una camiseta de manga corta y un pantalón negro de chándal. Llamé a la notaría y les mentí, les dije que estaba enfermo. Le preparé la habitación. No era capaz de estudiar. Era una mezcla de sensaciones brutal, una mezcla de remordimientos y sensaciones novedosas. El hecho de que viniera a comer me exaltaba.

Mamen me llamó, pero apenas le hice caso, le dije que estaba muy atareado, que ya la llamaría. Sobre las dos, estaba ante la encimera de la cocina preparando una ensalada cuando le oí entrar. Me sequé las manos y me gire hacia él. Llevaba el mono azul de trabajo.

-          ¿Qué tal? ¿Cómo te ha ido? – le pregunté -. ¿A qué hora vuelves?

Se dirigió hacia mí rodeando la mesa.

-          ¿Qué cojones haces así vestida? ¿Eh? – gritó enfurecido.

-          Chsss, por favor, Teo, nos van a oír…

-          ¡Quiero verte vestida como una maricona!

-          Teo, yo no sabía qué…

-          Jodida, maricona, ven acá…

-          ¡Teo, tranquilo!

Me agarró fuertemente del brazo, tenía una fuerza poderosa. Bruscamente, me empujó contra la mesa y me forzó a curvarme sobre ella.

-          Teo, por favor, no te pongas así… - supliqué.

-          Vas a saber lo que es bueno, maricón.

Me bajó el pantalón del chándal de un tirón y acto seguido el calzoncillo, me dejó con el culito al aire y las prendas bajadas por las rodillas. Y se puso a azotarme el culo, con toda la palma abierta.

-          Maricona, cómo vuelva a verte así vestida…

Yo contraía el culo en cada azote. Me estuvo azotando con la palma hasta enrojecerme las dos nalgas. Aguanté las palmadas con el tórax echado sobre la mesa y el culo en pompa. Paró de azotarme y miré por encima del hombro. Vi que se estaba bajando la corredera y posteriormente desenfundó su verga bajándose la delantera del slip.

-          No me mires, maricón.

Miré hacia delante y empezó a follarme el culo, me sujetó por las caderas y me asestó una serie de clavadas secas. Mi pene vertía semen en abundancia mientras me follaba, sin ni siquiera tocarme.

-          Cómo te corres, maricón, cómo puede gustarte tanto…

Se corrió pronto tras una serie de embestidas rápidas, se corrió dentro. Me sacó la verga subiéndose el slip y la cremallera del mono. Yo me erguía con los pantalones bajados y me acuclillé en el suelo con una servilleta para limpiar mi semen de las baldosas. Le miré.

-          Venga a ponerse las bragas, quiero verte con las bragas…

-          Está bien, voy ahora mismo.

Mientras él se abría una cerveza, tuve que cambiarme. Aparecí en la salita con tacones, las medias y el tanguita negro transparente. Y así tuve que servirle la comida, quitarle la mesa y limpiar después la cocina mientras él daba una cabezada. Luego se marchó, dijo que probablemente volvería temprano y me advirtió que quería verme guapa a su vuelta. Me había azotado bien y me dolían las nalgas.  Estaba obligado por mi macho a convertirme en transexual.

    Salí a comprarme ropa erótica, prendas sexy, como a mi macho le gustaba verme. Mi mentalidad había cambiado por completo, estaba obsesionado por el chico gordito de dieciocho años que me dominaba. Ya no me atraía ni siquiera mi propia esposa. Todo este mundo nuevo me causaba reparo y mucho temor a mi entorno, pero me sentía plenamente dominado por mi macho. Mamen no paraba de llamarme, pero no sabía qué decirle, cómo afrontar aquello con ella.

Regresé a casa y me vestí para él. Le gustaba verme vestida como una putita y me compré un picardías muy erótico, cortito, por la cintura, con volantes de plumas en la base y transparente, de gasa, de color rojo y abierto por delante, sólo con un lacito blanco a la altura del pecho. Me puse un tanguita de seda y unas medias rojas brillantes, con bandas de encaje hacia la mitad de los muslos. Me puse los zapatos negros de tacón, me engominé el pelo y me maquillé con tonos fuertes. Y le esperé casi hasta las diez de la noche.

Cuando entró en la salita, yo me volví hacia él. Me hallaba ante al encimera. El picardías se me abría por delante y se me veía el vientre, era tan cortito que me dejaba en braguitas y con las medias.

-          ¿Te gusta?

Se dirigió hacia mí y me pasó un brazo por la cintura, acurrucándome contra él, pegándome a su costado. Alcé la mano derecha y la planté en su pecho. Mi pene se ponía erecto dentro del tanguita.

-          Te has puesto muy guapa, maricona.

-          Gracias.

-          Bésame.

Me lancé a besarle, nos empezamos a morrear, noté su lengua gorda dentro de mi boca, con nuestros labios pegados. Era la primera vez que me besaba con un hombre. Me comía la boca y me acariciaba el culo con toda la mano abierta. Aún tenía las nalgas enrojecidas por los azotes. Yo le acariciaba por el pecho. Dejamos de besarnos, aunque nuestros labios quedaron rozándose. Seguía pasándome la mano por el culo.

-          Eres mi maricona.

-          Sí.

-          Vamos a ducharme, anda…

Me dio un cachete en el culete para que aligerara hacia el baño y marchó detrás de mí, fijándose en cómo meneaba mis caderas por los tacones, con el camisoncito por la cintura y las medias rojas. En el baño me ocupé de quitarle el mono y bajarle el calzoncillo. Luego le puse a mear, se la sostuve y se la sacudí cuando terminó. Después se metió en el plato de ducha y me encargué de enjabonarle todo el cuerpo, lavarle bien el culo, frotándole con la esponja por dentro, y la verga, aclarando todo su cuerpo mantecoso después con la ducha. Aquello se convertía en una rutina. Luego le estuve secando y le peiné los mechones remojados. Y salimos fuera, él desnudo y yo con mis prendas transexuales. Le serví una cerveza y le preparé la cena. Luego se relajó en el sofá, subió los pies encima de la mesa y me pidió que se los chupara. Le estuve mamando los pies cerca de media hora, mientras él veía la tele, arrodillado ante él al otro lado de la mesa, hasta que empezó a ponerse caliente, hasta que empezó a tocarse.

-          Ven aquí conmigo, guapetona -. Me levanté y me senté a su derecha, pegadito a él. Me pasó un brazo por los hombros y me eché sobre él apoyando mi mejilla izquierda sobre su hombro derecho -. Dame…

Le agarré la polla y se la empecé a machacar, haciendo que sus huevos danzaran. Él soltaba acezos. Giró la cabeza hacia mí y yo hacia él, y empezamos a morrearnos mientras se la sacudía. Resoplaba dentro de mi boca. Yo empezaba a eyacular dentro del tanga. Me comía la boca con ansia, vertiendo sus jadeos dentro de mí. Aceleré. Volvió al cabeza al frente para cabecear, elevando la cadera para apremiar más velocidad. Aceleré con más fuerza, con la mejilla sobre su barriga blanda. Un primer escupitajo de semen me alcanzó la cara, me cayó sobre la frente y me resbaló hacia la ceja. Le seguí dando fuerte. La verga chorreaba gran cantidad de leche espesa hacia el vello y la barriga.

-          Para, cabrona…

-          Sí…

Paré y se la mantuve sujeta unos segundos mientras trataba de apaciguar la respiración. Me erguí de su cuerpo y me levanté hacia la encimera a por unas servilletas. Me limpié la frente y luego volví a sentarme a su lado para secarle la verga, el vello y la barriga. Volví a echarme sobre él abrazándole, pasándole el brazo derecho por encima de su barriga, apoyando la mejilla en su hombro. Era mi macho.

-          ¿Nos vamos a la cama?

-          Como tú quieras.

-          Venga, mueve el culo, maricona.

-          Sí, sí…

Me levanté y marché delante de él hacia la habitación. Me encargué de deshacer la cama y le dejé que se echara primero. Me tumbé a su lado, mirando hacia él.

-          Vuélvete.

-          ¿Vas a follarme?

-          Vuélvete y bájate las bragas, maricón.

-          Vale.

Me volví dándole la espalda, recostándome de lado, me bajé las braguitas hasta las bandas de las medias y enseguida se pegó a mí, noté su barriga blanda sobre mi espalda y cómo se agarraba la verga para metérmela en el culo. Me penetró y me embistió hasta encajarla entera en mi ano. Gemí estirando el cuello.

-          Te gusta, ¿verdad, perra?

-          Sí…

-          Jodida perra -. Comenzó a follarme bruscamente, dándome fuerte, echándose sobre mí, pasándome un brazo por encima para acariciarme los pectorales, jadeando ansiosamente sobre mi oído -. Qué lástima que no tengas coño, perra. Me gustaría follártelo, perra.

Me daba a fondo y sin parar. Saltábamos en el colchón. Me besuqueaba por la oreja y la cara, acezando como un cerdo, pellizcándome las tetillas, causándome dolor, un dolor que yo expresaba con gemidos estridentes.

-          Eres mi perra, dilo, perra…

-          So… Soy… Soy… Tu perra…

-          Perra asquerosa, voy a follarme a tu mujer…

Eyaculé sobre las sábanas. Me daba tan fuerte que ya estaba boca abajo, soportando su peso, soportando los golpetazos en el culo, soportando las clavadas y sus acezos sobre mis cabellos.

-          Quiero follarme a tu mujer, perra.

No paraba y ya notaba su sudor. Me follaba trabajosamente y tuvo que hacer un descanso para recuperar el aliento, echado encima de mí, sus noventa y cinco kilos. Yo permanecía atrapado entre él y el colchó, medio asfixiado por su peso. Parecía muy fatigado. Comenzó a removerse de nuevo, tratando de ahondar con la polla. Yo eché mi brazo izquierdo hacia atrás y le planté la mano en su culo, en una nalga blanda y fría, ayudándole a empujar. Volvía a parar.

-          Joder, no soy capaz de correrme… ¿Por qué no me la chupas un poco?

-          Lo que tú quieras.

Me sacó la verga al volverse boca arriba, con las piernas estiradas y separadas. La verga se le doblaba un poco blanda.

-          Trae una foto de tu mujer, quiero inspirarme en esa perra…

-          De acuerdo.

Fui a mi cuarto con las bragas bajadas y le llevé la foto de mi mujer, sin portafotos, donde aparecía vestida de novia. Yo me arrodillé entre sus gruesas piernas y me puse a sacudirle la verga y a chuparle los cojones a mordiscos, mientras él se embobaba con la imagen de Mamen. Le acariciaba el muslo de la pierna y le lamía los huevos con ansia. Luego me puse a lamerle la verga. Tenía un fuerte sabor a culo, pero seguí comiéndosela despacito, poniéndosela dura, sobándole los cojones.

Enseguida se puso a gemir y a retorcerse. Vi que lamía la foto de Mamen. Empecé a sacudírsela con el capullo dentro de la boca y empecé a sorber como si fuera un biberón, tragándome toda la leche que echaba, estuve mamándole la polla hasta que dejó de echar. No había vertido nada. Me erguí y me eché sobre su lado, acurrucándome contra su costado, pasándole un brazo por encima de su barriga. Él me pasó su brazo robusto por los hombros, los dos abrazaditos, con la foto de mamen baboseada encima de su pecho. Éramos amantes. Y así nos dormimos, como una pareja, abrazados.

     El jueves por la mañana me levanté antes que sonara el despertador. Él aún dormía y roncaba. Me levanté con mi picardías cortito y abierto por delante, mi tanguita y mis medias, y fui a la cocina a preparar el café y cortar las rebanadas para sus tostadas.

Me hallaba ante la encimera esperando a que terminara de calentarse cuando oí el despertador. Oí la cama y le oí deambular por el cuarto, luego apareció en la salita, con los mechones de punta y desnudo. Tenía la verga floja y escondida entre el vello y los cojones se le columpiaban con los pasos. Me volví hacia él. Yo me excitaba sentirme en el papel de esposa y que él fuera como mi marido.

-          Buenos días – me incliné para darle un besito en los labios, apoyando mis manos en su pecho.

-          Ya estás empalmada, maricona.

-          Es que casi siempre suelo levantarme así – me excusé -. En diez minutos tendré el café listo.

-          Vamos a mear y a prepararme.

-          Sí, vamos, mientras se hace.

Fui detrás de él hacia el baño, fijándome en su culo, en cómo le botaban las nalgas blancas y blandas, en su ancha y mantecosa espalda. Se colocó ante la taza y yo me encargué de abrir la taza, sujetarle la verga y bajársela para que meara. Se la mantuve hacia abajo mientras soltaba la meada, luego se la sacudí y le limpié el capullo con un trozo de papel higiénico.

-          Hazme una paja – me pidió.

-          ¿Te apetece?

-          Trae la foto de tu mujer, me concentro mejor viéndole la cara.

-          Espera un momento.

Fui a por la foto de Mamen vestida de novia y regresé al baño. La coloqué en la cisterna, apoyada contra los azulejos, frente a él. Yo me hallaba a su derecha. Se la agarré y se la empecé a cascar, a ponérsela dura. Apoyé mi mano izquierda encima de su culo, me excitaba tocarle el culo frío y blando. Con la derecha le masturbaba, le ordeñaba la verga. Permanecía atento a la foto. Ya la tenía dura y aceleré un poco.

-          Arrodíllate, que tu mujer vea lo perra y maricona que eres.

-          De acuerdo.

Me arrodillé en un lado de la taza y él me empujó la cabeza hacia el interior. Respiré la meada del fondo. Me indicó con el dedo todo el borde de la taza.

-          Chupa por ahí como una perrita… -. Asentí. Saqué la lengua siguiendo sus instrucciones y me puse a lamer el borde de la taza mientras él se la cascaba, mirando hacia mí y hacia la foto -. Bájate las bragas, perra, quiero verte ese culo maricón.

Sin dejar de arrastrar la lengua por el borde, me bajé el tanguita con las dos manos y dejé mi culito a la vista. Llegué a saborear una gota de pis que había salpicado antes.

-          Mueve el culo, perra… -. Comencé a menear mi culito. Oía los tirones y veía de reojo sus huevos moviéndose -. Así, maricona, no pares de lamer… -. Mi pene se puso a verter semen mientras lamía y meneaba el culete -. Ya te estás corriendo, maricona.

Elevé la cabeza hacia él.

-          Me pongo muy caliente.

-          ¡Sigue lamiendo, perra! – me gritó -. ¡Y mueve el culo!

-          Perdona…

Continué lamiendo el borde y de nuevo me puse a menearle el culo. Al instante comenzaron a llover goterones de semen. Me caían por la cara, por el pelo, dentro de la taza y por el borde. Yo las lamía y me las tragaba. Hasta que oí que paraba y levanté la cabeza.

-          Vamos a prepararme.

-          Enseguida.

Tuve que lavarle la verga con una esponja y secársela. Le puse el slip y el mono y me ocupé de peinarle los mechones. Luego le preparé el desayunó y al cabo de un rato se marchó, se despidió con un beso, como si fuera mi marido, advirtiéndome que quería verme guapa y que probablemente vendría a comer.

    De que se marchó estuve preparándole su cuarto, nuestra cama, le lavé la ropa y se la estuve planchando, era como mi marido. Me excitaba mucho tenerle contento. Me di una ducha y llamé a la notaría para avisarles de que no iba a poder ir en toda la semana, que ya empezaría el lunes. Tampoco me apetecía ponerme a estudiar, estaba aparcando un futuro prometedor por unas sensaciones nuevas que invadían mi mente. Sólo me apetecía ponerme guapa para él, satisfacerle como a él le gustaba.

Mamen empezó a llamarme temprano y tuve que atender la llamada. Me dijo que estaba preocupada, que se había pasado todo el miércoles llamando, que había contactado incluso con la notaría, pero le dije que tenía puesto el silenciador en el móvil, que me había tirado quince horas seguidas estudiando, que me acosté pronto y cansado y que había acordado con la notaría que empezaría la semana próxima. Empezó a preguntarle por él, pero traté de ser tajante para zanjar el tema.

-          ¿Y con Teo qué tal? ¿Has vuelto a verle?

-          Que va Mamen, me paso todo el día estudiando, él se pasa todo el día fuera, llega tarde y se acuesta. Apenas hablamos. Y no me apetece tampoco, bueno, ya sabes.

-          Ya, entiendo, si era por el morbo que da.

-          Bueno, Mamen, tengo que dejarte…

-          ¿Vas a venir mañana viernes?

-          Creo que pasaré aquí el fin de semana entero, cariño, quiero desarrollar unos supuestos antes de empezar las prácticas.

-          Te echo de menos.

-          Y yo – le dije secamente y con desgana.

-          ¿No tienes ganas de verme?

-          No seas, tonta, Mamen, tengo que esforzarme.

-          ¿Quieres que vaya yo?

-          No, no vengas, si vienes no hago nada, ya lo sabes. Si voy bien, el domingo por la mañana voy a casa, ¿vale?

-          Pero llámame.

Nos despedimos y pensé en que debía llamarla más para evitar que sospechara de mi comportamiento, me había mostrado muy frío y desganado, como con ganas de colgar. Yo estaba viviendo una aventura homosexual de la que no quería salir, pero estaba arriesgando mi buena y prometedora vida.

    Bajé y fui a un sex shop a comprarme un disfraz de criada muy sexy. Sabía que a mi macho le gustaba verme así vestidita. Me lo puse al llegar a casa para que me viera junto con los tacones negros de mi mujer, muy bien maquillada con los labios pintados y los ojos. Era un delantal corto de encaje, negro, semitransparente, donde se apreciaba mi pene, atado al cuello y a la espalda mediante lacitos blancos, con una cofia blanca en la cabeza, medias blancas y un liguero blanco de finas tiras laterales, sin tanga. Llevaba el culo al aire con el lacito blanco por encima, la parte delantera negra y transparente, por donde se veía mi pene, y en contraste la cofia, las medias y el liguero blanco.

Y así le recibí cuando llegó al mediodía con el mono desabrochado hasta el ombligo.

-          ¿Te gusta? – le pregunté exhibiéndome, dándome la vuelta para que viera mi culito, con las medias y el liguero.

Comenzó a quitarse el mono.

-          Menuda maricona estás hecha. ¿Cómo tu mujer no se ha dado cuenta de lo maricón que eres? – me preguntó quedándose en slip.

-          Bueno, ella no sabe nada de esto, Teo.

-          Dame un beso.

-          Sí.

Me acerqué a él y me lancé a besarle abrazándole. Me rodeó por la cintura y me asestó unas palmadas cariñosas en el culete.

-          Dame una cerveza y ponme la comida.

-          Siéntate.

Eso hice, lucirme con aquel disfraz de criada, luciendo mi culete de maricón, sirviéndole la cerveza mientras se relajaba en el sofá viendo las noticias. Luego preparé y serví la mesa y comimos juntos sin apenas hablar, le gustaba ver las noticias. Después quité los cubiertos mientras se echaba un cigarrillo. Fui después hacia él.

-          ¿A qué hora te vas?

-          Todavía me queda un rato. ¿Te apetece hacerme una mamadita para irme a gusto?

-          Lo que tú quieras.

Abrió las piernas. Seguía fumando.

-          Anda, empieza.

Me arrodillé ante él, con el culo en pompa y a la vista, con mi disfraz de criada. Le bajé la delantera del slip hasta descubrir sus cojones y me curvé para chupársela. Aún la tenía blanda y pequeña, me la metía en la boca como un caramelo, con la nariz metida en su vello. Subía y bajaba la cabeza al mismo ritmo. Le iba creciendo y se le iba poniendo dura. Con la mano derecha me puse a sobarle las pelotas y con la izquierda le acariciaba el muslo.

-          Así, maricona, qué bien me la comes… Ummm, qué bien…

Me la metía entera y deslizaba los labios hasta el capullo. Cuando empezó a jadear y a elevar la cadera, me concentré en el capullo, mamando como si fuera un biberón, y al instante me puse a tragar semen, tragué hasta que dejó de echar. Luego le relamí un poco el capullo y elevé la cabeza. Él se tapó con el slip.

-          ¿Te ha gustado? – le pregunté.

-          Ven aquí conmigo, bonita, tengo que irme pronto.

Me senté a su derecha y me eché sobre él acariciándole los pectorales fofos. Me rodeó por la cintura, acurrucándome contra él, y me besó.

-          Quiero pedirte un favor, guapetona, necesito un poco de dinero, ¿entiendes?

-          ¿Dinero? -. Me extrañé sin parar de acariciarle.

-          Mi jefe quiere venderme el taller y me pide quince mil pavos por el traspaso.

-          Yo no puedo dejarte ese dinero, Teo, no lo tengo.

-          Con tres mil pavos de adelanto se conformaría el muy cabrón, el resto ya se vería.

-          No tengo tres mil euros, Teo, te lo juro. Por eso Mamen y yo buscábamos algo barato. Su negocio es nuevo, hemos tenido muchos gastos y yo de momento sabes que no tengo ingresos hasta que no consiga aprobar las oposiciones.

-          ¿Cuánto puedes dejarme? – me preguntó acariciándome el culo con su mano basta, algo que me encantaba.

-          No lo sé, Teo…

-          ¿Cuánto, guapetona? – insistió arreándome un pequeño azote -. Voy a necesitar pronto la pasta.

-          No sé, podría dejarte mil, pero más no. Y todo esto sin que mi mujer se entere. Quiero ayudarte, pero…

-          ¿Quieres ayudarme?

-          Claro, Teo, sabes que sí.

-          Me faltan dos mil pavos.

-          No los tengo, Teo, te lo juro, si los tuviera, te los dejaría.

-          ¿Y tú familia?

-          Yo no puedo contar con mi familia para esto, Teo.

-          Vas a tener que hacerme unos favores a ver si conseguimos el dinero en poco tiempo -. Nos miramos a los ojos, no paraba de acariciarme el culo y yo a él su pecho y su barriga -. ¿Quieres hacerme esos favores? Podemos conseguir el dinero. Hazlo por mí, guapetona – subrayó dándome un beso.

Asentí besándole yo a él.

-          Si está en mi mano, claro, Teo, claro, quiero ayudarte…

-          Eres un maricón muy guapo y hay tipos a los que les gusta divertirse con maricones, ¿me entiendes, guapetona? -. Asentí deduciendo lo que pretendía -. Podemos aprovechar que eres tan guapo y tan marica, ¿comprendes?

-          Sí – contesté algo asustado.

-          Sé de zonas donde algunos tipos van en busca de maricones guapos como tú.

-          Pero eso es un poco peligroso, Teo.

-          Que va, suelen ser tíos hechos y derechos que le entran el antojo de hacérselo con un maricón. Te echan un polvo y salen pitando. Tienen tantas ganas que pagan lo que no está escrito. Probaremos esta noche, ¿de acuerdo, guapetona?

Volví a sentir como una sumisa.

-          Ponte guapa, cómprate un vestido y una peluca. Tienes que parecer una putita para atraer clientes. Vendré temprano, ¿de acuerdo, bonita? Está preparada para cuando yo llegue -. Asentí -. Trae el mono, tengo que irme ya.

Le ayudé a vestirle, le acompañé a mear y después se marchó. La idea me asustaba, pretendía prostituirme para sacar dinero a mi costa, con el tremendo riesgo que todo eso entrañaba. Iba a sumergirme en el mundo del vicio, en el mundo de la prostitución. Aparte de mi amante, se convertía en mi chulo. Cómo había cambiado todo en sólo unos días, me sentía cegado por un chico que había sacado de mis entrañas mis inclinaciones homosexuales y me sentía dominado.

    Me causaba mucho temor, pero era incapaz de negarme. Me excitaba satisfacer a mi macho, aunque el precio fuese demasiado caro y entrañara tantos riesgos. Con el paso de los días, tenía la sensación de que estaba renunciando a mi vida y a mi mujer. Fui a un sex shop a comprar ropa. Me compré un vestidito muy corto de látex, brillante, color blanco, de tirantes, escote redondeado y cremallera delantera. Me compré una peluca similar a la melena de Mamen, morena y larga de cabellos lisos. Me compré un bolso, pendientes y uñas postizas de color rojo. Y también una caja de preservativos, no podía arriesgarme a hacerlo a pelo con desconocidos.

En casa me puse el vestidito blanco de látex, me quedaba tan cortito y tan ajustado, que al ponerme las medias negras se me veían las bandas de encaje y un trozo de carne de los muslos. Tendía a subirse y aparecían los bajos de las nalgas, debía estar todo el tiempo tirándome hacia abajo. Me puse un tanga negro transparente, los tacones, y me anudé un pañuelo al cuello para parecer más femenina. Luego me coloqué la peluca, me maquillé con tonos fuertes y me puse las uñas postizas, con el bolso colgado del hombro, donde llevaba los preservativos.

Y le esperé nervioso, sin parar de mirarme al espejo, sin parar de retocarme para mejorar el estilo femenino. Llegó sobre las nueve, ya sin el mono, con un pantalón de chándal y una camisa de cuadro por fuera. Me planté ante él cuando irrumpió en la sala.

-          ¿Qué tal, Teo? ¿Cómo me ves?

Se me acercó y me dio un cachete en el culo, por encima del látex.

-          Muy bien, pareces una putona de verdad.

-          Se me sube un poco el vestido…

-          No pasa nada, es bueno que se te vea el culito.

-          Me da corte salir así.

-          Nadie se va a dar cuenta de que eres maricona. Vámonos ya, que aprovechemos el tiempo.

-          De acuerdo.

Pasé mucha vergüenza cuando salíamos del edificio. Iba a su lado y cantaba que era mi chulo. La gente se me quedaba mirando cuando íbamos por la calle hacia el coche. El rubor me cocía en los pómulos y no paraba de pensar en la gente que me conocía, en mi familia, en Mamen, si me viera así.

-          Mira la maricona qué guapa va – se burlaron unos jóvenes.

-          Se te ve el culo, maricona…

Aligeré el paso tirándome del vestido, sin separarme de Teo, como si así me sintiera protegido. Nos montamos en su coche y allí respiré un poco más tranquilo. Había pasado mucha vergüenza.

-          Pon otra cara, coño, pareces un marica asustado.

-          Es que me da mucho corte, Teo… Yo nunca…

-          Presta atención a lo que vamos a hacer y pórtate bien.

-          No te preocupes.

Me llevó a un polígono abandonado frecuentado por transexuales. Me azotaba el pánico cuando vi el movimiento, transexuales apostados en distintos puntos esperando clientes y un incesante trasiego de coches. Me llevó al final de una avenida, cerca de una fábrica medio derruida, al lado de un parque mal cuidado. Me dijo que bajara, que esperara junto a la farola a que llegara alguien, que más tarde se pasaría a recogerme.

Me coloqué junto a la farola, a esperas de un cliente, ataviada de prostituta. A lo lejos veía a otros transexuales subiendo en coches o yéndose con hombres. Estaba en un extremo de la avenida, un punto poco estratégico. Al cabo de una hora, vi que se acercaba un coche. Era un coche de gran cilindrada. Se detuvo junto a la farola y bajó la ventanilla. Era un tipo de unos cuarenta años, con buen aspecto, robusto, con barba de tres días, vestido de traje.

-          Sube, corazón -. Me monté en el asiento del copiloto y cerré la puerta. Estaba muy cortado -. Me gusta que me la mamen maricones, ¿cuánto me cobras por una mamada?

-          Sesenta euros – le dije con el tono cohibido.

-          ¡Sesenta euros! ¿Estás loca?

-          Cuarenta – le dije.

-          Veinte por comer un rabo creo que está bien pagado, ¿no te parece?

-          Sí.

-          Muy bien -. Se sacó el billete del interior de la chaqueta y me lo entregó. Lo guardé en el bolso -. Sin prisas, ¿estamos?

-          No se preocupe.

Se echó la corbata al hombro y se desabrochó los pantalones. Luego reclinó el asiento hacia atrás, al máximo, poniéndose cómodo, hasta quedar casi en horizontal. Elevó la cadera y se bajó el pantalón y el calzoncillo casi hasta las rodillas, desenfundando una buena verga, muy larga.

-          Vamos, a qué cojones esperas…

-          Perdone.

Me ladeé hacia él y me curvé levantándosela con la derecha. Y me puse a mamársela despacio. Fue una mamada rápida, se la sacudí con la polla en la boca y empezó a correrse, iba tragándome todo, sorbiendo como un biberón mientras él tipo jadeaba escandalosamente. Se la relamí un poco y elevé la cabeza.

-          ¿Te limpio?

-          No hace falta – empezó a subirse los pantalones -. Puedes irte.

-          Gracias.

Me bajé del coche y al segundo salió disparado. Estuve esperando media hora junto a la farola, hasta que vi acercarse un tipo. Parecía un paleto, con pantalones azules finos, le quedaban cortos y muy ajustado, muy culones, con una camisa amarilla muy cateta. Rondaría los cincuenta años, era de mi estatura, fino, con la cabeza cuadrada y alargada y el pelo canoso.

-          ¿No hay putas por aquí? ¿Sólo maricones?

-          No lo sé, creo que sí.

-          ¿Tú también eres marica?

-          Sí.

-          Pues pareces una puta de verdad.

-          Gracias.

-          ¿Cuánto cobras?

-          ¿Qué desea?

-          Una mamadita no me vendría mal.

-          Cobro veinte euros.

-          No tengo coche, pero podemos ir ahí, a las traseras de la fábrica.

-          Como usted quiera.

Me entregó los veinte euros y le acompañé hacia la fábrica abandonada. Cruzamos la calle. Caminamos por un acerado y torcimos hacia un lateral de la fábrica, una zona oscura, sólo iluminada en parte por los focos del parque cercano. El tipo se apoyó contra la pared.

-          ¿Por qué no te quitas el vestido, guapa?

-          Sí.

Me bajé la cremallera y me quité el vestido, me quedé con el tanguita negro y transparente y las medias. Coloqué el vestido encima del bolso. El tipo estaba meando. Se la sacudió y volvió a guardársela.

-          Ven aquí, guapa -. Me acerqué a su costado derecho, me rodeó por la cintura acurrucándome contra él, con mis partes apretujadas contra la cintura -. Tócame y muévete, zorrita…

Empecé a frotar mis partes, a removerme, y me puse a sobarle por encima de la tela del pantalón, percibiendo su erección. Comenzó a sobarle el culo y se lanzó a besarme por el cuello.

-          Muévete, marica…

Me esforzaba en frotarle con mi pene. Él me lamía por el cuello. Le metí la mano por dentro de la bragueta y le saqué la polla, comencé a sacudírsela. La tenía húmeda por la meada. Me buscó la boca hasta que consiguió morrearme, sin dejar de sobarme el culo. Yo se la machacaba y a veces deslizaba la mano y le sobaba un poco los cojones. Estaba erecto y no paraba de rozarle mi pene por su cintura, con el tanga puesto.

-          Estás cachonda, maricona, se te ha puesto dura…

-          Sí…

-          ¿Quieres chupármela?

-          Sí…

-          Muy bien, marica, arrodíllate.

Me postré ante él, acuclillado, y aguardé hasta que se desabrochó el pantalón. Se lo abrió hacia los lados y se bajó la delantera del slip, desenfundado su verga y sus pelotas. Miraba hacia los lados, como nervioso a que nos vieran. Me acercó la cabeza con brusquedad metiéndome la verga en la boca.

-          Vamos, chupa, maricona…

Se la empecé a mamar, él me imponía el ritmo, agarrándome la cabeza con ambas manos, echándola hacia atrás y hacia delante, obligándome a comerme su enorme polla. Las babas me resbalan por la comisura de los labios y desde la barbilla me goteaban sobre el pecho. Apartó las manazas de mi cabeza, me dejó mamar a mi antojo. Se la agarre por la base, bajándola hacia mi rostro, dándole lentos y profundos bocaditos. El tipo no paraba de mirar hacia los lados, como asegurándose de que no había mirones.

-          Chúpame los huevos…

Ladeé la cabeza y me lancé a lamerle los cojones mientras él mismo se la sacudía. Se los lamía con ansia, hundiendo mis labios y pasándole la lengua. Miraba hacia él sumisamente, que no paraba de cascarse la verga. Volvió a ofrecérmela sin parar de darse. Empecé a mordisquearle el capullo. El tío se daba por la base con la mano para que le chupeteara por la punta. Seguía mirándole.

-          ¿Quieres chuparme el culo? -. Aparté la cara de la verga -. ¿Qué pasa? ¿Nunca has chupado un culo?

-          No.

-          Chúpame el culo un poquito -. Me acarició bajo la barbilla -, anda, maricón, sé bueno.

-          Está bien.

Me mantuve acuclillado mientras él se daba la vuelta, contra la pared, y se bajaba los pantalones y el slip hacia las rodillas. Veía sus cojones danzar entre los muslos. Acerqué la cara, me impregné del olor y metí la nariz y los labios en su raja, saqué la lengua y me puse a acariciarle el ano con la punta. Notaba pelillos y asperezas, notaba cómo lo contraía. Sólo se lo lamía con la puntita. Le oía emitir acezos y oía los tirones. Tuve que apartar la cara para tomar aire. Entonces se volvió y me agarró del brazo.

-          Levántate, me tienes a cien, maricón…

Me colocó de cara a la pared y me bajó el tanga a tirones.

-          ¿Qué va a hacer?

-          Cállate, maricón, no me desconcentres…

-          Tengo los preservativos en el bol…

No me dio tiempo, se pegó a mi espalda, rebuscó con la verga por mi culo, apretándome contra la pared.

-          No te muevas, maricón…

-          Por favor, póngase…. Ahhh…

Me penetró con su polla y comenzó a follarme removiéndose nerviosamente sobre mi culo, acezando como un perro sobre los cabellos de mi peluca. Yo aguantaba sin gemir, acongojado, sintiéndome violado, con las braguitas bajadas. El tipo me follaba sin apenas extraerme la verga, sólo contrayéndose, apretándome las nalgas con su pelvis, vertiendo su apestoso aliento contra mi nuca. Aceleró y frenó de golpe, resoplando sobre mí mientras se corría y me llenaba. Aguantó con la verga dentro unos segundos y después retrocedió sacándomela.

-          No te muevas, maricón -. Iba a girar la cabeza por encima del hombro -. Que no me mires…

-          Vale, vale…

Me mantenía de pie contra la pared, con el tanga bajado. Y al instante, noté que me meaba el culo, sentí el chorro caliente por mis nalgas, noté el torrente por la raja, noté el goteó desde mis testículos, noté hileras corriéndome por las piernas, noté cómo me empapaba las bragas. Yo aguantaba con la frente apoyada en la pared y las manos en alto.

-          Te gusta, ¿verdad, marica? ¡Contesta!

-          Sí.

-          Jodido marica.

Cuando se cortó el chorro, estaba empapado de cintura para abajo, con pis dentro de los tacones. Oía cómo se subía los pantalones y la cremallera. Después oí unos pasos. Miré y vi que se alejaba aligeradamente hacia la avenida. Me miré, estaba todo meado. Con las bragas bajadas, saqué un paquete de clínex y los gasté entero tratando de secarme. Tenía todas las medias manchadas. Tuve que limpiar los zapatos por dentro y limpiarme bien el culo por el semen que brotaba. Estaba muy asustado, me habían violado sin condón.

Me subí las bragas húmedas y me puse el vestido. Estaba agobiado. Caminé hacia la avenida y me fui hasta la farola. Aquello estaba todo más desierto y hasta cerca de la medianoche no vi acercarse el coche de Teo. Me monté a prisa y corriendo.

-          ¿Cuánto has sacado?

-          Veinte euros…

-          ¿Cuarenta euros nada más?

-          No ha venido casi nadie, Teo…

-          Me cago en la puta que parió. Joder.

-          Esto no es una buena idea, Teo, y es muy peligroso.

-          ¿A qué coño hueles?

-          Un tío me lo ha hecho sin condón, Teo, y luego me ha meado. Yo no quería, pero se puso muy bruto y me obligó.

-          ¿Te ha meado el muy cabrón?

-          Sí, yo aquí no vengo más, Teo, me puedo meter en un lío.

Me tiró del vestidito hacia arriba hasta que apareció el tanga, con mi pene transparentándose.

-          Tienes todas las bragas meadas, estás hecha una guarra…

-          Vámonos a casa, Teo, te lo ruego, este sitio es muy peligroso.

-          ¿Cuántas pollas has mamado?

-          Dos veces.

-          ¿Y te han follado?

-          Ese hombre y sin condón. Puede pegarme alguna enfermedad, Teo, yo quiero ayudarte, pero yo aquí no puedo volver, por favor.

-          Joder, necesito el dinero, a lo mejor, por ser el primer día…

-          Teo, por favor – le supliqué -, no me hagas esto por favor, aquí no, por favor…

-          Vámonos a casa, anda, estás hecha un asco.

Nos fuimos al barrio y de nuevo tuve que pasar la vergüenza de cruzarme con los viandantes que me miraban y con algunos vecinos que entraban y salían del edificio. Trataba de echarme los pelos de la peluca sobre la cara para evitar que me reconocieran, sin dejar de tirarme del vestidito hacia abajo. Iba caminando un paso por detrás de él, siguiendo a mi chulo. Pensé en la idea de que mis padres estuvieran por allí y me vieran así vestido, o mi esposa, o mis amigos. El pánico resultaba horroroso.

Cuando entramos en nuestro piso me sentí más tranquilo.

-          Vete a lavar, y quítate esas putas bragas meadas, guarra.

-          Sí, sí, ahora mismo.

Me fui directa al baño a darme una buena ducha, un buen lavado de dientes, un buen lavado anal metiéndome el dedo. Estaba como escocido de haber llevado el tanga húmedo y tuve que echarme pomada en las ingles. Me puse el picardías abierto por delante y unas braguitas limpias. Me dejé la peluca puesta, estaba segura de que a mi macho le gustaba. Cuando entré en la habitación, ya estaba dormido y roncaba como un cerdo. Me eché a su lado, me acurruqué sobre él y traté de dormir un poco.

      El viernes por la mañana, cuando sonó el despertador, me lo hizo, me folló como a él le gustaba. Me pidió que me bajara las bragas, que me diera la vuelta, se pegó a mí y me dio por el culo hasta correrse, jadeando como un cerdo sobre mi oído, sin emitir una sola palabra. Después tuve que acompañarle, como todas las mañanas, al baño, tuve que ponerle a mear, lavarle la polla y el culo, ponerle los calzoncillos, ayudarle a ponerse el mono y peinarle los mechones.

Luego le preparé el desayuno.

-          ¿Vas a venir a comer?

-          No voy a poder. Tengo jaleo de cojones y saldré tarde. Quiero que te pongas guapa y salgas esta noche.

-          Pero, Teo, ese sitio no me gusta, es muy peligroso, mira lo que me pasó ayer…

-          Ayer fue el primer día, y pon más arte, pareces un maricón asustado.

-          Por favor, Teo, no me pidas eso.

-          Ponte en el mismo sitio y no cobres menos de sesenta pavos si alguien te pide que se la chupes. Échale cojones. No dejes que te echen un polvo sin condón. Y no me jodas, que no me pase por allí y no te vea. Hártate de chupar pollas, haz lo que sea, pero no se te ocurra venir con cuarenta euros guarros.

-          Por favor, Teo…

-          ¿Quieres que vuelva a repetírtelo? – me preguntó alzando la voz.

-          No.

-          Vete temprano, aprovecha el tiempo, verás cómo esta noche se te da mucho mejor.

-          De acuerdo.

Se bebió el café y se marchó, me dejó sumido en mis temores. El mundo de la prostitución callejera me asustaba mucho y más después de lo sucedido la noche anterior, pero mi macho me obligaba a hacerlo para conseguir dinero, y me daba pánico negarme, me daba pánico su reacción. Me gustaba desahogar mis sensaciones homosexuales con él, pero no prostituirme con desconocidos. Le estuve preparando la habitación y le hice la cena para cuando llegara del trabajo. Mamen me estuvo llamando, pero no atendí sus llamadas, no me apetecía hablar con ella. Ya le había dicho que ponía el silenciador para estudiar, aunque fuera mentira. El domingo iba a tener que acercarme al pueblo a verla para evitar sus sospechas. No sabía cómo terminaría aquella aventura, había pasado de ser un chico guapo, pijo y casado a ser un transexual, a ser el mariquita de un chico gordito de dieciocho años. Era una aventura a la que debía buscarle un final, fuese cual fuese, porque sé que Mamen, a aquel ritmo, se pondría a sospechar.

   El vestido de látex se había manchado y tuve que salir a comprar ropa. Tenía que ser algo sexy que llamara la atención de los clientes. En el sex shop me compré un conjunto de dos piezas, un panty blanco de gasa transparente y con brillo y un top a juego igual de transparente. Cuando me lo puse, me quedaba ajustadito al cuerpo, se me transparentaban las tetillas y unas braguitas blancas que me había puesto. Me puse los tacones negros, la peluca, me maquillé, me puse las uñas postizas y me tapé con una gabardina para salir de casa, con unas gafas de sol.

Y sobre las ocho de la noche salí de casa. Con la gabardina larga, llamé menos la atención, incluso recibí algún piropo de alguien que pensaba que era una tía buena. Y me trasladé al polígono. Dejé el coche aparcado lejos y fui caminando hasta la farola donde había estado la noche anterior. Había rondando más transexuales y más trasiego de vehículos al ser fin de semana.

A los quince minutos vi acercarse al mismo paleto que me había meado. Llevaba la misma ropa cateta, el pantalón fino azul marino y la camisa amarilla. Era muy delgado, con una cabeza rara, rectangular y canosa, con arrugas por la cara. Yo tenía la gabardina colgada del brazo y lucía mi conjunto transparente.

-          Qué guapa estás hoy.

-          ¿Qué quiere? Déjeme, por favor.

-          Tranquila, hombre, no te asustes, no voy a hacerte nada.

-          Por favor, déjeme, estoy trabajando.

-          Perdona lo de ayer, coño, me gusta mear a los maricones, pero sé que debería haberte pedido permiso. No me porté bien, ya lo sé -. Sacó la cartera y extrajo cien euros en dos billetes de cincuenta. Me los entregó -. Toma, guapetona, te los mereces, por lo que te hice.

-          Gracias.

-          Me gustas mucho. Me gustaría pasar otro ratito contigo -. Sacó otros cien euros -. Toma, guapa, cógelos.

Recogí los otros cien euros.

-          Gracias.

-          Si quieres, podemos ir a un sitio más tranquilo. Aquí cerca los hay muy listo, aprovechan todo esto y alquilan habitaciones por hora, por diez euros. ¿Qué te parece, guapa? Yo los pago, está aquí al lado. Me apetece echarte un polvo, estás muy buena, mejor que muchas putas.

-          Si quiere usted que lo hagamos, tiene que hacerlo con preservativo.

-          ¿Tienes ahí preservativos?

-          Sí.

-          Pues sin problemas, guapa, cómo tú quieras, me gusta hacerlo a pelo, pero si te quedas más tranquila, por mí no hay inconveniente.

-          Entiéndalo…

-          No se hable más, yo te follo con goma.

-          Gracias.

-          Anda, guapa, vamos, está aquí al lado.

Me puse la gabardina y le acompañé hasta un edificio. Me dijo que se llamaba Vicente, estaba soltero y tenía sesenta años. Picó el portero automático y dijo que quería alquilar una habitación. Subimos y nos abrió una mujer joven muy seca, con pinta de drogadicta. Vicente le entregó los diez euros y nos indicó la habitación del fondo.

Era una habitación alargada y muy estrecha, con un catre mugriento donde sólo había un colchón cubierto por una sábana. La luz era tenue. Había un urinario de pared y lo primero que hizo fue ponerse a mear. Yo me quité la gabardina, luciendo mi conjuntito transparente. Se volvió con la verga por fuera, goteando pis de la punta, y empezó a quitarse la camisa. Tenía un tórax raquítico con pelos canosos por el pecho. Se quitó los pantalones y los calzoncillos y se quedó desnudo. Tenía un buen vergón erecto, con huevos gordos y vello canoso.

-          Acércate.

Di unos pasos hacia él, me agarró del brazo, girándome un poco, y me arreó un fuerte cachete en el culo, por encima de la gasa.

-          Au…

-          Puta, qué culo tienes…

Me asestó otro azote en la misma nalga. Yo encogía el culo dando unos pasitos hacia delante.

-          Ay…

-          Jodida puta, menudo culo que tienes…

Me volvió a azotar, haciéndome dar pasitos para adelante.

-          Puta, te gusta, verdad…

Siguió azotándome en la misma nalga mientras yo caminaba en círculo en torno a él. Me mantuvo sujeta del brazo y me acercó a la cama. Me soltó y él se sentó en el borde, echándose hacia atrás. Yo me arrodillé entre sus rodillas y empecé a comerle la verga y a sacudírsela. Tenía una verga tan grande que sólo podía comerme la mitad. Con la mano izquierda le acariciaba el muslo de la pierna. Se me puso tiesa bajo el tanga. Me puse a mamarle los huevos, a chupetearlos, a mordérselos con los labios al mismo tiempo que le daba tirones a la verga. Miraba hacia él, le veía resoplar y bufar de gusto, cabeceando lentamente, con los brazos extendidos. Le baboseé bien los huevos y regresé con la lengua por el tronco hasta relamerle el capullo con la punta de la lengua. Empecé a eyacular en mis bragas.

-          Chúpame el culo… Venga, maricón…

Aparté la cara y elevó las piernas. Acerqué la boca y empecé a lamerle por dentro de la raja, pasándole la lengua por encima del ano peludo, despacito, con mi frente sobre sus cojones. Él se la sacudía concentrado en las lamidas.

-          Mete la lengua un poquito…

Le abrí la raja un poco con los pulgares y vi que relajaba el orificio anal. Estiré la lengua y traté de meterle la puntita. Se puso a gemir como loco y a darse fuerte.

-          Ah… Ah… Ah…

Hacía fuerza para metérsela un poco más, con los cojones botando sobre mi frente. Hice una pausa y me puse a besarle el ano, un besito tras otro. Él mantenía las piernas en alto y abiertas, sin parar de gemir.

-          Ay, cabrón… Ay… Ay…

Volvía a lengüetear con la puntita y a darle besitos, hasta que bajó las piernas y se incorporó.

-          Ven aquí, bonita.

Se puso en pie y me ayudó a levantarme. Se encargó de colocarme a cuatro patas encima de la cama y se encargó de bajarme el panty y las bragas hasta las rodillas. Mi pollita colgaba lacia hacia abajo. Él seguía de pie junto a la cama, en mi lado izquierdo. Me azotó el culo, me asestó tres azotes en cada nalga, obligándome a gemir. Luego subió de rodillas en la cama, se colocó detrás de mí y me penetró, me dilató el ano y empezó a follarme de manera nerviosa, dándome fuerte, extrayendo casi toda la verga y hundiéndomela de golpe. Jadeaba como un loco y a mí se me escapaba algún gemido. Me daba tan fuerte que iba tumbándome boca abajo cada vez más. Me follaba echado sobre mi culo, con su tórax elevado de mi espalda, follando sin parar. Yo ya tenía la mejilla en el cochón, sin parar de recibir clavadas. Ni siquiera me había acordado del condón. Volvía a follarme a pelo. Fue parando poco a poco a medida que se corría y me llenaba por dentro. Paró del todo, se mantuvo unos segundos dentro y después retrocedió sacándomela hasta bajar de la cama. Yo seguía tumbado boca abajo con el culo al aire, con las nalgas enrojecidas, notando la leche caliente dentro de mí. Miré que iba en busca de su camisa para sacar un cigarrillo. Se lo encendió y se giró mirándome, con la verga desinflándose y goteando babas de semen de la punta.

Yo me incorporé y bajé de la cama. Me limpié el culo con un clínex. No paraba de echar semen. Empecé a subirme las bragas y el panty.

-          Te has corrido en las bragas, cabrón.

-          Sí.

-          Te ha gustado el polvo que te he echado, ¿eh? -. Asentí colocándome -. Si quieres podemos vernos, podemos trabajar juntos, puedo conseguirte clientes y por una comisión puedes ganar bastante pasta, ¿qué me dices?

Se me estaba ofreciendo como chulo. Empecé a ponerme la gabardina.

-          No sé.

-          Piénsalo, llevo algunas mariconas y están contentas. Yo suelo estar por aquí cada noche. Piénsalo, eres muy guapa.

-          Gracias, tengo que irme.

-          Dame un beso, anda.

Le besé en su apestosa boca y me fui de allí en busca del coche, recién follado, con sabor a culo en la boca y con doscientos euros en el bolso. Al menos esa noche pondría contento a mi macho.

   Durante el trayecto a casa, fui reflexionando acerca de esa aventura insólita que estaba viviendo, una aventura novedosa y excitante, pero que podía destrozar mi vida. Me había visto cegado por un morbo descontrolado. Tenía que enmendar todo aquello, dejarlo como lo que era, una aventura que tarde o temprano tendría un final escandaloso si no cortaba con aquello. Tomé la decisión de zanjar aquella lujuria. Debía irme de aquel piso, reconstruir mi vida, alejarme de mi macho. Y tenía que hacerlo esa misma noche. Estaba seguro que Mamen pronto empezaría a sospechar.

Nada más entrar en casa, me quité la gabardina, me quedé con el conjunto sexy y transparente, con las braguitas, con los tacones, la peluca, el maquillaje y las uñas postizas, dispuesto a hablar con Teo, y así aparecí en la salita. Y allí estaba Mamen, junto a mi macho y su primo, su socio en el bufete. Estaban tomando unas copas. Se quedó de piedra al verme vestida como un transexual y a mí se me vino el mundo encima. Me temblaron las piernas y el rubor se extendió por mi rostro. Su primo no daba crédito y empezó a descojonarse de risa.

-          Está guapa tu marido, ¿eh? – le dijo Teo.

-          Mamen, puedo explicarte…

-          Qué asco. ¡Maricón!

-          Mamen.

-          Esto no se va a quedar así, todo el mundo va a saber lo maricón que eres…

-          Mamen, vamos a hablar, por favor, yo no quería…

-          Vámonos, Luís, la gente tiene que saber quién es mi marido.

-          Por favor, Mamen – dije quitándome la peluca.

Pero me dio un empujón para que la dejara pasar a ella y su primo. Y dieron un portazo al salir. Miré a Teo.

-          La muy cabrona se ha presentado de improviso. Recoge tus cosas y lárgate del piso. Ya no quiero maricones en mi casa, traen muchos líos.

Preparé mis cosas y abandoné el piso a esas horas vestido de hombre. No iba a poder soportar la vergüenza ante mi familia, amigos, conocidos, tenía que desaparecer. Y me fui a buscar a Vicente, mi nuevo chulo, con quien empezaría a trabajar para él como prostituta. Fin. Joul Negro.

Agradezco comentarios y emails.   joulnegro@hotmail.com y Faceebook. 

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