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Historias morbosas de mi matrimonio (3)

en Hetero: Infidelidad

Historias morbosas de mi matrimonio (tercera parte)

Llevaba muchísimo tiempo sin mantener relaciones homosexuales, me había esforzado en centrarme en mi matrimonio, pero Sara me había engañado una y otra vez. Últimamente estaba un poco acojonado porque Andrés, el anciano con el que me lié, no paraba de llamarme con insistencia para que volviéramos a vernos. Temí, que fruto de la desesperación, se presentara algún día en el chalet de mi suegra puesto que conocía la dirección. Sara libraba aquel viernes por la tarde y me cité con él a las cinco en un restaurante del centro. Mi intención era darle largas y deshacerme de él, darle a entender que yo había cambiado. Seguía igual, vestido con elegancia, su barriga fofa, aunque con algo de más arrugas en la cara. Me habló un poco de cómo le habían ido las cosas y de lo solo que se encontraba, también de que se lo pasó muy bien conmigo y por supuesto de las ganas que le tenía a Sara. Me dijo que conocía una dirección donde alquilaban apartamentos por horas y que le apetecía pasar un rato conmigo. Y accedí, después de tanto tiempo, me calentó, aparte de que yo ya no sentía ningún respeto por Sara después de sus continuos devaneos.

Pasé mucha vergüenza cuando le pagamos al tipo que nos alquiló el apartamento, me miró con cara de asco al verme con un anciano. El cuarto estaba sucio y oscuro, había un pequeño camastro y un lavabo, así como un sofá y una percha. Yo llevaba un chándal negro. Andrés me abrazó metiéndome las manos por dentro del pantalón para acariciarme el culo. Sentí sus manazas arrugándome las nalgas y su bulto aplastado contra el mío. Yo le correspondía deslizando mis manos por su espalda. Me besó, tuve que aguantar su lengua gorda metida en mi boca.

Cómo me gustas, mariquita… -. No paraba de sobarme el culo -. Cómo me gustaría follarme a tu mujer, a esa puta… Desnúdate…

Mientras yo me desnudaba, él se bajó los pantalones y el calzoncillo y se sentó en la cama para desabrocharse la camisa. Ya tenía la salchicha bien erecta, también sus huevos rosados los tenía duros, y su barriga se tambaleaba al moverse. Desnudo ante él, le miré a espera de su orden.

Arrodíllate, mariquita.

Me postré ante él en actitud de acatamiento. Con la mano derecha cogí su pollita y se la acaricié con la palma, deslizándola con suavidad por su delgado tronco. La izquierda la pasé por el muslo de la pierna, desde la rodilla hasta la ingle. Jadeó al notar mi mano y se tendió hacia atrás, dejándome arrodillado entre sus piernas. Poco a poco se la fui empezando a sacudir. Resoplaba de lo bien que se lo hacía. Al ver cómo se movían sus huevos, acerqué la boca y le estampé un beso hundiendo los labios.

Chúpamelos, marica… Tu mujer los debe de chupar mejor que tú…

Me puse a lamerle aquellos huevos duros al mismo tiempo que le masturbaba, llegándome a tragar a veces algunos pelillos canosos. Le pasaba la lengua por los huevos de manera acariciadora, abrillantándolos de saliva. El hijo de puta cabeceaba excitado.

El culo, chúpame el culo…

Me encargué de levantarle las piernas y acerqué la boca a su ano fétido para mojárselo con la punta de la lengua, para tratar de follarle con ella. Al lamerle el culo se intensificaron sus gemidos. El cosquilleo de mi lengua perforando su ano redobló el placer. Yo también me masturbaba con la mano izquierda. Arrastré la lengua hasta los huevos y entonces bajó las piernas. Me puse a chuparle un poco la polla, pero en cuanto noté que contraía la barriga aparté la cara y ladeé la polla hacia un lado. Soltó un chorro largo de semen hacia las sábanas. Al cesar, le aticé un par de tirones y meó otro poco más de leche, hasta que el líquido se transformó en pís y terminó meando con un chorro hacia arriba, empapando toda la barriga y el vello púbico. Al mantenerle la verga en alto, sólo recibí unos pequeños salpicones en la cara.

Maricona, qué bien la chupas…

Se la estaba escurriendo cuando sonó mi móvil.

Perdona, Andrés.

Era Sara. Si hubiera sabido que en aquel momento terminaba de hacerle una mamada a un anciano de ochenta y tantos años no sé qué hubiera pasado. Me dijo que en casa se encontraba de visita mi primo Carlos, el verdadero origen de mis traumas homosexuales con aquel roce cuando éramos unos adolescentes. Llevábamos mucho tiempo sin vernos y había venido a la ciudad a la boda de un pariente. También pensé enseguida en cómo habría pillado a Sara en casa porque ella siempre andaba en bragas y con camisones sugerentes.

Sí, que me espere, voy enseguida -. Cerré el teléfono y miré hacia mi amante -. Me tengo que ir, Andrés, mi hijo tiene fiebre y tendremos que llevarle al médico – le mentí.

Vaya, qué lástima.

Lo siento, Andrés.

Bueno, no pasa nada. Te llamaré la próxima vez que venga a Madrid, a ver si para entonces has convenido a tu mujer.

Sonreí como un idiota y me vestí a toda prisa. Le dejé echado en la cama, desnudo, con su pene lacio y mojado de pís, sin ganas de volver a verle. Con la llegada de mi primo Carlos a nuestras vidas iban a cambiar muchas cosas, en realidad su presencia iba a revitalizar nuestro matrimonio en un momento crucial. Yo cada vez estaba más decidido a plantearle el divorcio a Sara, entendía que no tenía sentido continuar aguantando sus infidelidades. Tenía miedo escénico a lo que pudiera suceder, a ser un hazmerreír, trataría de hacerlo de la manera más disciplinada posible, salir por la puerta de atrás sin hacer ruido y darle a mi mujer rienda suelta a su lujuria. Como es natural y dadas las circunstancias, no lucharía por la custodia de mis supuestos hijos y le facilitaría todo lo posible la separación. Llevaba días mostrándole mi apatía, ella intentaba normalizar la situación, hasta me propuso un viaje, pero cada vez tenía más clara mi decisión por finiquitar nuestra unión amorosa. Creí que había llegado el momento de mi libertad.

Encontré a Carlos en el salón charlando con Sara. Ella se había cambiado y vestía ropa deportiva, aunque era probable que mi mujer, pensando que era yo, le hubiera abierto la puerta con su sexy camisón y sin bragas. Una sorpresa para él, porque siempre fue un putero y un jodido golfo. Nos dimos un fuerte y entrañable abrazo después de años sin vernos. Venía para la boda, aunque según nos dijo, esperaba un traslado inminente a Madrid. Era profesor de educación física en un pueblo de la costa mediterránea y había una plaza libre en un colegio de las inmediaciones de la capital. Estaba muy guapo, seguro que a Sara, conociendo lo puta que se había vuelto, se le habían derretido las bragas al verle. Melena cuadrada y suelta, al viento, ojos azules, piel morena, de tórax corpulento, con brazos y piernas musculosos, y muy pijo en la forma de vestir, con pantalones chinos y polos de marca. Aquella monada masculina fue el causante de que una parte de mí se hubiese convertido en un gay reprimido. Sara estuvo muy servicial con él, como si se le cayera la baba, hasta le invitó a cenar, pero Carlos prefirió salir conmigo a tomar unas copas. Teníamos muchas cosas que contarnos.

Estuvimos en un par de pub hablando de nuestras vidas hasta que a la una de la madrugada me sugirió ir de putas. Es una sugerencia que yo había previsto, le conocía y sé que le encantaba. Se tiró a un par de ellas mientras yo le esperaba en la barra soportando el acoso de las mujeres. Yo no quise ninguna relación, no me iban aquellos rollos de las prostitutas y hablamos de ello después tomando una copa en la barra.

Yo es que paso, Carlos, me da reparos tirarme una mujer de éstas. Hasta me dan pena, ¿entiendes? Algunas lo pasan realmente mal.

Pues de pequeño sí que te gustaban las pelis y las revistas. Oye, por cierto, ¿sabes que una vez me masturbé contigo, rozándote, cuando estábamos acostados?

Su sinceridad me dejó helado y dejé escapar una sonrisa, aunque antes tuve que darle un trago a la copa. Decidí incitarle, por si tenía suerte y podía mantener una experiencia con él. Se convertiría en el primer hombre guapo y apuesto con el que tendría relaciones. Tenté la suerte y le confesé la verdad de aquella noche.

¿Qué te crees, qué no me di cuenta, cabrón? – le solté.

¿Y te gustó? – se atrevió, pellizcándome en la mejilla -, mariconcete.

Estabas todo salido, cualquiera te paraba los pies.

Fuimos poco a poco elevando el tono de la conversación. Sé que a él le gustaban las mujeres, pero era un jodido pervertido y debía incitarle con mi habitual arma, mi mujer. Primero él me habló de su novia, una chica de Valencia con la que llevaba saliendo desde hacía cinco años. Después, en mi turno, cuando me preguntó sobre mi relación con Sara tras años de noviazgo y matrimonio, continué mi acecho.

Bueno, bien, aunque he tenido dos o tres experiencias desagradables.

¿Y eso? – se sorprendió.

Bueno, me ha puesto los cuernos dos o tres veces, con compañeros de trabajo, al menos que yo sepa. Ella no sabe que yo lo sé. Pero tuvo un amante y les pillé.

¿Les pillaste liados?

Sí, en el chalet de mi suegra. El tío le estaba echando un polvo impresionante… Bueno, hasta les grabé…

¿La tienes grabada? Coño, me podías enseñar el vídeo…

Decidí mostrar mi docilidad al respecto.

Lo tengo en el portátil de casa. Mañana te lo enseño…

Continué estimulándole con relatos acerca de mi mujer, describiendo las escenas que había presenciado con todo lujo de detalles. Él me escuchaba boquiabierto, sorprendido por mi actitud pasiva ante ella. A las cinco de la mañana tuvimos que abandonar el local y de regreso a casa seguí incitándole con los relatos, dejando entrever que poseía fotos eróticas de Sara y que no me importaba mostrarlas. Se desvió por un camino de tierra y detuvo el coche a unos metros de la carretera. Encendió la luz interior y me miró.

¿Y te puso los cuernos estando embarazada? – preguntó tocándose el bulto de la bragueta, con la lujuria cociendo en sus ojos.

Como lo oyes.

Qué jodida puta. Es una zorra de cuidado. Cuando me abrió la puerta, tuve que reprimirme, ¿eh? Llevaba un camisón y se le transparentaba todo.

No me extraña, le gusta que la miren, le gusta lucirse, en casa nunca lleva bragas – añadí.

¿Te gusta que la miren? – me preguntó.

No sé – respondí encogiendo los hombros.

Se bajó la cremallera del pantalón y se desabrochó el pantalón exhibiendo la parte delantera de un slip blanco. Pude apreciar su amplio bulto.

¿Te importa que me haga una paja? Joder, primo, tu mujer me ha calentado.

Tú verás, me da igual.

Echó el asiento hacia atrás para tener más espacio y se bajó el pantalón y a continuación el slip, quedándose desnudo de cintura para abajo. Estaba buenísimo, poseía una polla de piel dorada, como el resto de su cuerpo, de tamaño y grosor normal, aunque el doble de tamaño que la mía. La bolsa de sus huevos era del tamaño de mi mano, blandita, donde se apreciaba la forma de las bolas, sin apenas vello. Sus piernas musculosas eran velludas, deliciosas, la verdad es que me puso a cien con sólo verlo, despertó mi propensión homosexual.

¿Por qué no me la haces tú? – me pidió -. Como si me la agarrara tu mujer. ¿Te importa?

No, me da igual.

Mastúrbame…

Reclinó más el asiento separando las piernas y yo me giré hacia él extendiendo mi brazo derecho. La sujeté por mitad del tronco y deslicé mi palma hacia arriba, hasta pasarle la palma por encima del glande. Jadeó. Me recreé acariciándosela con suavidad, dejando que mi mano patinara por aquella dureza a modo de suaves manoseos, hasta me atreví a tocarle los huevos.

Joder, primo, me gustan las putas como tu mujer. Como me gustaría echarle un polvo… Está tan buena…

Comencé a sacudírsela despacio, apretándola fuerte, taponándole el glande con la yema del dedo pulgar. Sus huevos se movían con mi brazo. Tenía mucho vello púbico y me atrevía a acariciarle toda la zona con los dedos de la mano izquierda.

¿Me vas a enseñar cómo te la follas?

Sí…

Antes tuve que contenerme, porque me entraron ganas de romperle el camisón y abrirle el culo… -. Soltaba bufidos de placer y aceleré los tirones de la verga. Hubiese querido mamársela, pero prefería continuar inmerso en el papel de ingenuo y esperar a que él me lo pidiera -. ¿Has visto cómo se la chupa a sus amantes?

Sí.

¿Te gustaría verla chupándome la polla?

Sí, contigo sí.

Qué zorra, y qué buena está. Vaya putas tetas que tiene… ¿Se la chupan sus amantes?

Sí…

Quiero chuparle las tetas a esa zorra… Ahhhh… Dame, dame más fuerte…

Mi brazo vibró aún más para machacársela más fuerte, pero no quería que se corriera aún, quería gozar de la mejor polla que mis manos habían tocado. La dejé libre y bajé la mano para manosearle los huevos con suaves achuchones, pero estaba tan excitado que él mismo se la agarró con la izquierda para darse. Me tuve que conformar con sobarle los huevos mientras se masturbaba.

Quiero follármela… - jadeaba casi con los ojos vueltos -, quieres ver cómo me la tiro, ¿verdad?

Sí…

Qué bien me tocas los cojones…

Se atizó tres fuertes tirones. Yo le agarré los huevos con la mano y un segundos más tarde la polla salpicó leche hacia arriba cayendo sobre mi brazo y sobre su polo. Se soltó la verga y yo retiré la mano de sus huevos para coger un clínex.

Espera, te limpio.

Le sujeté la polla y le pasé el pañuelo por encima del glande y por el tronco manchado.

Joder, primo, cómo me gustaría follarme a tu mujer. Está tan buena. ¿Quedamos mañana y me enseñas el vídeo?

Sí, claro, llámame si sales pronto de la boda.

Cuando entré en casa, me asomé a la habitación y vi a Sara dormida bajo las sábanas. Ella era una puta, pero yo era un gran cabrón, de alguna manera la había estado utilizando para incitar a los hombres con los que quise mantener relaciones sexuales. Ya había dejado preparada la nueva cita con Carlos, y para aprovecharme de él debía mostrar la intimidad de mi mujer. Me tumbé a su lado y le pasé un brazo por encima. Con mi primo Carlos sentí algo distinto, no sé si por su físico, pero esa vez me excitaba imaginándolo con ella en la cama. Me quedé muy pronto dormido.

Carlos me telefoneó a las diez y media de la noche y quedé en recogerlo en el restaurante donde se había celebrado la boda. Le dije a Sara que iba a tomar algo con mi primo y me pidió que no regresara tan tarde, que la noche anterior me había pasado de hora. Le recogí un cuarto de hora después y nos trasladamos al chalet de mi suegra. Llevaba conmigo mi portátil, tal y como le había prometido. En el salón de abajo le ofrecí una copa, pero la rechazó, estaba deseando ver el vídeo. Le dije que mejor íbamos al dormitorio de matrimonio, por si llegaba alguien, y le pareció una idea excelente. Enchufé el portátil en la mesilla y pulsé la tecla para encenderlo. Aún debía arrancar el programa.

¿Por qué no nos desnudamos? – me propuso -. Así me puedes hacer una paja mientras la vemos.

Como quieras.

Me sentí ridículo al exhibir mi delgado y minúsculo pene. Él estaba buenísimo, con pelo en los pectorales y en su barriga plana, con su verga dorada empinada hacia arriba, mucho más dotado que yo. Era el hombre idóneo para que se follara a mi esposa. Subió encima de la cama y se sentó sobre el cabecero, con las piernas estiradas y separadas, como dejándome hueco para la paja que debía hacerle. Abrí el vídeo de cuando Sara estuvo con el coreano y Joel en la discoteca y le dije que detrás venían más. Y le entregué el ordenador. Lo colocó a un lado, frente a sus ojos. Por su expresión de asombro, el placer le hirvió en la sangre.

Hija de puta, mira cómo se la menea… Joder qué tetas… Madre mía… Joder, dame en la polla…

Me arrodillé entre sus piernas y le cogí la verga acariciándosela muy despacio. La izquierda la deslicé muy suave por el muslo de su pierna, quería gozar del tacto de aquella piel peluda y dorada. Después la conduje a sus huevos para sobárselos con la misma delicadeza que le masturbaba. Estaba tan bueno.

Joder, necesito follarme esta zorra…

¿Quieres que te la haga con sus bragas?

¿Tienes bragas suyas?

Sí…

Abrí el cajón de la mesilla y cogí unas rojas de muselina. Primero se la pasé por los huevos y las piernas, luego rodeé la polla con ellas para sacudírsela un poco. No paraba de hacer comentarios acerca de lo puta que era y lo buena que estaba.

Te gusta que sea tan puta, ¿verdad?

Bueno, no sé…

Quiero comerme ese coño… ¿Por qué no me la chupas, como si fueras esa guarra?

Me curvé sentándome sobre mis talones y me la metí entera en la boca, hasta que noté la barbilla pegada a los huevos. Y se la empecé a chupar de esa manera, extrayéndola entera y bajando la cabeza hasta sus cojones. Así hasta que empezó a contraer el culo, follándome él a mí por la boca. Se me escapó el semen sin tocarme, goteó sobre las sábanas sólo con saborear la verga de mi primo. Cada vez contraía el culo más rápido y la punta me rozaba la garganta llegando a provocarme alguna arcada. Me dolían las mandíbulas de tener la boca tan abierta. Al estar algo bebido, tardaba en eyacular. Mientras tanto, le acariciaba los muslos de las piernas. Olía las bragas con la vista fija en la pantalla del ordenador.

Eres tan puta como tu mujer, maricón… - me dijo sonriendo, viendo cómo se la mamaba.

Noté un escupitajo de leche en el paladar y después un chorro de materia blanda que me tragué sin pensar. Jadeó con profundidad al detener las contracciones. Me mantuve inmóvil con la polla dentro de la boca a esperas de siguiera brotando leche, después le relamí el glande y bajé la lengua por el tronco para lamerle los huevos.

Para, maricona, me has dejado hecho polvo…

Apenas pude probar sus huevos y sólo le dejé un pequeño rastro de saliva. Me erguí algo abochornado, limpiándome la boca con el dorso de la mano. Quería que me hubiese follado, pero volvió a ver los vídeos y estuvo todo el tiempo tocándose, sin pedirme en ningún momento que le masturbara, como hastiado de mi mariconeo. Sólo le interesaba mi mujer. Un rato más tarde le dejé en la puerta de casa de mis tíos y me despedí de él hasta una próxima vez. Prometió que volvería en breve y que estaría encantado de poder tirarse a Sara. Llegué a casa temprano, pero ella ya estaba acostada. Una cosa seguía igual con la visita de mi primo. Me gustaban los hombres. Pero otra cosa había cambiado. Ahora me excitaba ver a Sara follando con ellos. La idea del divorcio se desvaneció aquella misma noche. Estaba casado con una puta y me encantaba.

Nuestro matrimonio mejoraría notablemente hasta límites insospechados a raíz de la visita de mi primo Carlos. Un sábado por la noche nos encontrábamos en el chalet con los niños, sólo los cuatro porque mi suegra había salido de fiesta. Sara acostó pronto a los peques y estuvimos charlando junto a la piscina hasta bien entrada la madrugada. Intuí que esa noche haríamos el amor. Estaba muy cariñosa y yo muy simpático. Nos fuimos a la cama agarrados de la mano, como dos enamorados. La notaba muy contenta últimamente, desde que decidí cambiar mi actitud. Yo estaba ya con el slip dispuesto a meterme en la cama cuando ella apareció del lavabo con su camisón y sin bragas. Apagó la luz, y en el momento de meterse en la cama, oímos el ruido de un motor. Nos asomamos a la vez por la ventana y vimos a Fidel y a Lola bajando del coche.

Es tu amigo Fidel, Juan. No me lo puedo creer, mi madre se ha ligado a ese tipo.

Ya sabes lo zorrilla que es tu madre.

Me he quedado de piedra.

Les vimos entrar en la casa y luego oímos pasos en la planta baja.

¿Y qué hacen? – preguntó Sara sorprendida.

¿Tú que crees? Van a echar un polvo. Oye, ¿les espiamos? – le propuse.

¿Espiarles? ¿Y si nos ven?

Venga – la animé – será divertido.

Bajamos muy despacio las escaleras en medio de la penumbra. Yo, como experto espía, sabía moverme en la oscuridad y marchaba delante. Nada más adentrarnos en el pasillo, oímos la respiración forzada de Fidel. Nos ocultamos de pie tras una planta, cubiertos de oscuridad, con una perspectiva de toda la sala. Estaban en la misma posición que cuando les vi por la primera vez. Fidel, desnudo, permanecía tendido boca arriba y mi suegra echada sobre su abultada barriga mamándole la polla y sobándoles los huevos, con las tetazas aplastadas contra la panza. Se la chupaba golpeándose la lengua con ella y baboseándole el glande, apretándole los huevos con rabia. Fidel le acariciaba el culo con la mano derecha cabeceando en la almohada.

Qué bien la chupas, guarra…

Sara me miró asombrada y yo le devolví la sonrisa. Se acercó a mi oído para susurrarme.

Está bien dotado tu amigo, ¿eh?

¿Te gusta su polla?

No está nada mal, pero que nada mal… Pero, me gusta más la tuya, ya lo sabes, está más rica… – me dijo.

Me coloqué tras ella y metí las manos bajo el camisón para masturbarla frotándole su coñito con todos los dedos. Ella se dejó caer sobre mi hombro.

¿Estás caliente?

Síii.

Mira cómo se la chupa tu madre. ¿Te gustaría probarla? – le pregunté metiéndole dos dedos dentro del coño.

¿Te gustaría que la probara? – me contraatacó.

Sí, me gustaría ver cómo se la chupas…

Fidel se encogía y alzaba el culo del colchón para follarla por la boca. A Lola las babas le vertían por la boca ante la veloz entrada de la verga.

Seguro que tu hija es tan puta como tú – le soltó a mi suegra -. ¿Te gustaría ver cómo me follo a tu hija, zorra?

Sí….

Sara me miró boquiabierta, pero yo continué zarandeándole el chocho.

Quiere follar contigo, ¿ves? Y tu madre le ha dado permiso. Y yo también lo deseo…

Nos besamos mientras la masturbaba y mojaba mis manos con sus flujos. Fidel se había corrido en la boca de Lola y ella vomitaba escupitajos de leche viscosa sobre los huevos para lamerlos después. Fidel se relajó y mi suegra se incorporó para echarse sobre sus brazos y morrearle, deslizando sus manitas por toda su barriga sudorosa. Parecía que se quedaban dormidos. Regresamos a nuestra habitación y follamos con desesperación. Hacía tiempo que Sara y yo no echábamos un polvo tan bueno. La proposición de mantener relaciones con Fidel se asentó en nuestras mentes y lo planeamos con morbo para el día siguiente.

El domingo por la mañana telefoneé a Fidel y traté de incitarle con cierta maestría.

¿Qué pasa, amigo? Cuanto tiempo. Ayer de madrugada te vi salir con el coche, así es que imagino que tienes un rollo con mi suegra, ¿eh, cabrón?

Bueno, sí, la verdad, follamos de vez en cuando, sin compromiso. Está hecha una buena puta, le gusta más una polla que un caramelo. ¿Lo sabe tu mujer?

No, estaba dormida. Oye, vente a comer. Hace calor y Sara va a preparar una paella para chuparse los dedos.

Yo con tal de ver el cuerpazo de tu mujer voy al fin del mundo si hace falta, no sé si me comprendes, amigo.

Te comprendo, cabrón. Quedamos entonces. Ya conoces la dirección.

Cuando llegó Fidel, nosotros ya estábamos asentados en la terraza frente a la piscina. Le habíamos dejado los niños a mis padres para estar más sueltos. Lola se llevó una sorpresa al verle, pero yo salí a recibirle para agradecerle haber aceptado la invitación. Luego saludó a Sara y como cabía esperar la examinó de arriba abajo. Maliciosamente, llevaba su bañador sexy de color blanco, con los bajos tipo tanga, con la tira completamente metida por el culo, y con las dos tiras gruesas anudadas en la nuca y que tapaban sólo la zona de los pezones, dejando que la carne esponjosa de los pechos sobresaliera por ambos lados de la cinta. Fue a cambiarse y apareció con el bañador tipo slip, de color negro. Aún estaba más gordo, con su barriga dura, peluda y de piel blanca, aún mantenía la densa barba en la cara y sus robustas piernas velludas. Sara me comentó que resultaba un poco asqueroso mantener relaciones con un tipo así, pero que lo haría por mí, porque quería participar en mi juego morboso. Fidel no paró de decirme lo buena que estaba y no dejó de soltar grosería acerca del cuerpo de mi mujer. Pronto Sara comenzó su acecho tonteando con él, permitiéndole algunos roces, riéndole las gracias, comportándose dócil y cariñosa cuando se daban un chapuzón o cuando tomaban alguna cerveza. Sara estaba muy pendiente de él y Fidel se percataba de lo tonta que se estaba poniendo mi señora. Lola parecía participar en el lujurioso cortejo y yo trataba de adoptar el papel de marido ingenuo. Almorzamos bajo el cenador permitiendo que él fuera el protagonista de la comida. Luego quité la mesa y les dije que me iba a dormir un par de horas de siesta, dejando margen suficiente para que Sara actuara. Pero no entré en la casa, salí por fuera del chalet y lo rodeé ocultándome en los setos, con la cámara de mi móvil preparada para grabar.

Fidel se tumbó en el césped, encima de una toalla, boca arriba. Sara y su madre merodeaban por su alrededor, hasta que se pusieron a darse crema una a la otra. Fidel se alertó al ver cómo se manoseaban madre e hija. El muy cabrón estaba sudando como un cerdo, con toda la piel áspera abrillantada, con hileras corriéndole por las sienes y la barriga. Se rascó el bulto de los genitales al verlas, al imaginárselas como dos lesbianas. Elevó el tórax apoyándose con los codos.

¿Cómo podéis soportar este calor? – les preguntó.

La verdad es que estaremos a cuarenta grados – añadió mi suegra.

Es que te vas a quemar – le soltó Sara -. ¿Por qué no te das de crema? Tienes la piel muy blanca.

¿Yo? ¿Por qué no me dais vosotras?

Bueno, venga – apremió Sara ante la sorpresa de su madre, que también se prestó al favor.

Vi que Sara miraba hacia mi posición. Fidel volvió a apoyar la cabeza en la toalla quedándose completamente tendido, con las piernas juntas, emocionado por el masaje que le esperaba. Sara se arrodilló a su izquierda, a la altura de su cintura, y Lola a su derecha, a la altura del pecho. Lola se vertió crema en las manos y le entregó el bote a su hija. Enseguida deslizó las manos por sus pectorales velludos extendiendo la sustancia amarillenta. Sara hizo lo mismo, se vertió unas porciones y acercó las manos a sus robustas piernas, comenzando a masajearle el muslo que tenía a su lado. Fidel resopló al sentir las manos de las mujeres.

Qué bien lo hacéis, chicas…

Ya estaba empalmado. Tenía la verga tan hinchada que parecía iba a reventar el bañador, y las manos de mi mujer actuaban muy cerca. Lola, erguida, le untaba toda la barriga y a veces sus tetas colgantes le rozaban la cara. Sara llegó con sus manos hasta el tobillo y volvió a subir de manera acariciante. Al pasar al otro muslo, al derecho, tuvo que inclinarse más y sus tetas blanditas se restregaron levemente por el bulto. Fidel la observaba de perfil, deleitándose con sus curvas, viendo cómo las tetas se mecían levemente, a veces mordiéndose el labio para contenerse. Lola le acariciaba la barriga haciendo círculos con las manos, sorprendida en cómo su hija le manoseaba las piernas y lo ponía a cien. Sara pasó de nuevo al muslo izquierdo para sobarlo con las mismas caricias, haciendo que sus manos resbalaran hacia la cara interior, casi con el canto de las manos rozando los testículos. Ahora Lola le masajeaba el cuello y los hombros, con la base de las tetas rozándole la barriga. Una de las copas se deslizó dejándole un pezón a la vista. Mi suegra miraba con vicio. Fidel le asestó una palmadita en la nalga.

Qué bien lo hacéis.

Verás como así no te quemas – añadió Sara sin cesar los masajes en los muslos, concentrada en la parte alta, cerca de las ingles.

Estoy en el limbo. Qué relajación.

Sara atacó después de mirarme. Le atizó una palmadita cariñosa en la barriga.

A ver si te vas a poner caliente, listo.

Es que me estáis poniendo cachondo, ésa es la verdad.

Ambas sonrieron compartiendo una mirada, sin dejar de masajearle. Su verga palpitó bajo la tela.

Vamos a tener que parar – le incitó Sara recreándose con ambas manos en el muslo.

¿Por qué no me das en los huevos? – le pidió.

Uy, no te pases… Imagina que me pilla mi marido.

Venga, hazme ese favor, dame un masaje en los huevos… Tu marido tardará en levantarse y si te ve no pasará nada. Seguro que le gusta mirar. Tiene pinta de maricón.

Lola miró hacia su hija deslizando las manos por el pecho velludo, como si no quisiera perderse el masaje. Sara mantuvo las caricias en el muslo con la mano derecha, pero abrió la izquierda y la plantó encima de los huevos, por encima de la tela, manoseándolos con suavidad. A Fidel se le escapó un jadeo.

Wuo…. Qué bien…

Lola ahora le masajeaba la barriga.

¿Por qué no te quitas el sostén? – le pidió a mi suegra.

Lola asintió y llevó sus manos a la espalda retirándolo, dejando sus tetazas balanceantes rozando la curvatura de la barriga. Sara continuaba achuchándole los huevos con delicadeza.

Qué bien lo haces, Sarita…

Te gusta, ¿verdad?

Me encanta… No pares… Me gusta cómo me tocas los huevos.

Sara fue a más y le apartó la tela a un lado dejando visibles la bolsa de sus huevos, una bolsa peluda y blanda reposando entre los muslos. Ya la estaba grabando cuando le agarró los huevos para menearlos. Se los movió hacia los lados, provocando que Fidel bufara desesperado de placer. Lola se agarró ambas tetas por la base para rozarlas por toda la barriga, después se las ofreció para que se las lamiera. Lola y Sara se miraron mientras él le chupaba las tetas y ella le sobaba los huevos.

¿Por qué no me coges la polla y me haces una paja? – le pidió a Sara

Pero, es que, Juan…

Venga, hostias, me la has puesto muy dura…

Está bien – accedió buscando mis ojos entre los setos.

Lola quiso participar y entre ambas se ocuparon de bajarle el slip deslizándolo hasta los tobillos y quitándoselo. Su gruesa y corta polla estaba erecta sobre la barriga, la misma que yo probé unos años antes. Sara, arrodillada a un lado de su cintura, dándole la espalda, rodeó su polla con la manita agitándosela despacio. Lola le pasó la mano por los huevos apretujándolos con extrema suavidad. Envuelto en el delirio, Fidel resopló cabeceando, arropado por un inmenso placer. Poco a poco Sara se la empezó a machacar, a un ritmo lento, palpando aquella carne como de goma dura. Mi suegra se afanaba en sobarle bien los huevos. Fidel extendía los brazos hacia los lados emitiendo suspiros secos. Mi suegra se curvó hacia él besándole los huevos, estampándole besitos en distintas zonas de la bolsa, con las tetas aplastadas contra el muslo de la pierna. Sara, sin cesar de sacudírsela con la misma lentitud, le miró por encima del hombro.

Me la quieres chupar, ¿verdad, putita? Adelante…

Arqueó todo su cuerpo dirigiendo la cabeza hacia los genitales, quedando con el culo empinado hacia él. Las copas del sostén rozaron su muslo y se comió la polla sujetándosela por la base. Se la empezó a lamer subiendo y bajando la cabeza, procurando dejarla bien mojada de saliva. Su cabeza chocaba contra la de su madre, que aún se dedicaba a besarle por toda la zona de los huevos. Vi que Fidel extendía el brazo izquierdo y le sacaba la tira del tanga del culo para apartarla hacia la mitad de la nalga, obteniendo una visión del fondo de la raja, una visión de su jugoso chochito y de su ano de esfínteres rosados y arrugados. Después extendió el brazo derecho y tiró de las bragas de Lola hasta bajárselas, consiguiendo una visión de ambos culos, meneándose levemente ante él al mamar. Los acarició cada uno con una mano. Lola también se la chupaba. Sara la sujetaba para mantenerla en vertical y le atizaban continuos lengüetazos por el glande, mordiscos con los labios, derramaban babas que luego esparcían con las putas, llegando incluso a besarse madre e hija con la polla en medio de los labios de las dos. Qué mamada le estaban haciendo. El muy cerdo gemía electrizado. Sara le pasó la lengua por los huevos, como si quisiera probarlos, pero volvió a subir por el tronco para combatir con la lengua de su madre. Le tenían la polla baboseada. Sara sintió que le metía un dedo en el culo y contrajo las nalgas elevando la cabeza. Lola se ocupó entonces de sacudírsela. Diminutas gotitas de babas salían despedidas hacia todos lados. Sara ahora le meneaba el culo con el dedo dentro, concentrada en ello, a cuatro patas, con la cabeza colgando hacia la polla. A veces, con las bruscas sacudidas de su madre, el glande le golpeaba la nariz o las mejillas. Fidel se puso a encoger la barriga hundiendo un poco más el dedo índice en el culo de mi mujer. También Sara se puso a gemir meneando más deprisa la cadera, a modo de baile brasileño. De pronto, Lola le dio un último tirón a la verga y unos segundos más tarde un grueso salpicón de nata manchó toda la mejilla de Sara. Lola se puso enseguida a mamarla, ansiosa por beber la leche. Fidel retiró el dedo del culo y se incorporó nervioso apartando a Lola de un empujón. Sara aún estaba a cuatro patas. Se arrodilló tras ella, apartándole aún más la tira, y le abrió el culo con ambas manos. Mi mujer le miró suplicante. Se la iba a follar.

Cógeme la polla y acércala a su culo – le ordenó a mi suegra -. Tengo que follarme esta puta…

Lola se acercó arrodillada, le cogió la verga y la acercó al ano. Fidel contrajo las nalgas hundiéndola poco a poco. Sara frunció el ceño sin gemir ante la penetración anal. Lola se la sujetaba mientras se deslizaba dilatando el culito de su hija. Se la metió entera. Lola se colocó tras él, con las tetas aplastadas en su sudorosa espalda, abrazándole para acariciarle los pectorales. Y comenzó a follarla embistiéndola con cierta potencia, haciendo que todo el cuerpo de mi mujer temblara. Le daba bastante fuerte enrojeciéndole las nalgas. Sara irguió el tórax y él la rodeó con sus brazos apartando las tiras a un lado para pellizcarle sus tetas blandas y besuquearla por el cuello. Yo captaba la escena masturbándome. Les veía de perfil, los tres arrodillados encima de la toalla, con Fidel en medio, con Lola rozando el chocho por su culo, con Fidel contrayéndose para romperle al ano a mi señora y con Sara mirando hacia arriba, disfrutando como una loca de la penetración anal y de los duros achuchones que sufrían sus tetas. Estuvieron follando sin alterar la postura hasta que Fidel detuvo las contracciones rellenando de nata el ano de mi mujer. Dedicaron un par de minutos a acariciarse unos a otros y a morrearse, después Sara se levantó colocándose el bañador y la melena. Fidel también se levantó y se subió el bañador. Yo regresé a la casa y aguardé media hora antes de presentarme en la piscina tras una supuesta buena siesta. Ellas tomaban el sol y Fidel se había echado una copa, como si allí nada hubiera pasado.

Sara y yo nos tiramos toda la noche del sábado y parte del domingo reproduciendo el vídeo una y otra vez y follando sin parar, excitados con las escenas que se desarrollaron en el césped de la piscina. Habíamos iniciado una nueva etapa en nuestro matrimonio y habíamos ganado en confianza. Nos llevábamos mejor. Le confesé mi placer al verla follar con otro hombre y ella reconoció su lujuria al hacerlo delante de mí. Disponíamos en nuestras mentes de nuevos ideales liberales, sin embargo habíamos arriesgado mucho con un tipo de la talla de Fidel y tuvimos que vivir un desagradable incidente el lunes por la tarde.

Nos encontrábamos relajados en casa, Sara terminaba de planchar y yo me entretenía con los peques en la salita de juegos. Sara estaba vestida de manera informal, pensaba salir a la farmacia en cuanto terminara con la ropa. Tenía unas minifaldas vaqueras muy cortitas, una blusa ajustada de color marrón oscuro y se había puesto unos tacones negros. Estaba informal, pero sensual y elegante. Sonó el timbre y ella se encargó de abrir la puerta. Se quedó de piedra al ver a Fidel ataviado con un pantalón de chándal y una camiseta de tirantes.

¿Fidel?

Qué guapa estás, Sarita. Puedo pasar, ¿verdad?

Sara le dejó pasar y le condujo a la cocina. Le dijo si quería tomar algo y él le dijo que no, sólo que necesitaba verla. Yo lo escuchaba todo desde el pasillo.

Vete, Fidel, por favor, Juan está en casa. Lo del otro día pasó, vale, lo pasamos bien, pero ahora no es el momento…

Decidí intervenir ante el nerviosismo de mi esposa e irrumpí en la cocina. Ambos estaban junto a la mesa rectangular de madera y el camionero se encontraba demasiado cerca de ella. Me miró con cara de asco, como si no hubiese previsto mi presencia. Aquel tipo nos había follado a los dos, pero Sara no sabía de mis perversiones con él y me acojoné con su inesperada visita.

¿Qué haces aquí, Fidel?

Fidel extendió el brazo derecho y acarició a Sara bajo la barbilla. Ella me miró inquieta.

Tu mujercita y yo tenemos unos asuntos pendientes… ¿Por qué no te largas, Juanito, y nos dejas a solas?

No la toques.

Me acerqué a él con la intención de intimidarle, pero recibí un fuerte empujón que me hizo perder el equilibrio. Caí entre dos sillas de la cocina.

No te acerques, maricón de mierda. Seguro que ya sabes que me he tirado a esta zorra.

Déjala, por favor – le supliqué desde el suelo.

Miró a Sara, volviéndola a acariciar, esta vez le pasó su manaza por las mejillas.

¿Sabes que tu marido es un marica que se lo folla cualquiera?

Conseguí levantarme, aunque temí dar un paso hacia él. Sara permanecía atemorizada.

Sal de mi casa, Fidel – apremió Sara con voz temblorosa -, o llamo a la policía.

¿A la policía, zorra asquerosa? ¿Vas a llamar a al policía? Jodida puta…

Le atizó una bofetada que le volvió la cabeza bruscamente. Sara llevó su manita a la mejilla dolorida. Hice un ademán por acercarme, pero me señaló con el dedo y mis músculos se inmovilizaron. Se giró de nuevo hacia mi mujer.

Sólo necesito desahogarme un ratito contigo. ¿Por qué no te portas como una niña buena y todos nos quedamos contentos?

Por favor, Fidel, te lo ruego…

La cogió bruscamente por el culo y la subió encima de la mesa sometiéndola para que se tendiera hacia atrás, aunque Sara trató de desembarazarse de sus brazos atizándole manotazos y procurando incorporarse. Yo asistía impasible en lo que iba a convertirse en una violación. Con una sola mano le inmovilizó los dos brazos y logró tirarle de la falda hacia arriba dejándola en bragas, unas bragas amarillas semitransparentes. Ella pataleaba sin llegar a chillar, pero él procuraba separarle las piernas para meterse en medio. Le atizó otra dura bofetada en la cara partiéndole el labio superior, lo que suavizó la resistencia de Sara ante el goteo de sangre sobre la camisa.

Quieta, zorra, deja de moverte… Sólo quiero probar tu chochito…

Cogió las bragas con ambas manos por la parte delantera y tiró fuerte hasta desgarrarlas. Le rompió las tiras laterales y tiró de los trozos de tela hasta dejarla con el coño al aire. Sara ya no ofrecía resistencia y continuaba echada hacia atrás, con el tórax descansando sobre los codos. Fidel se bajó el chándal y el slip a la vez, se sacudió la polla y sujetó a Sara por las caderas para acercarla al borde. Con la punta de la verga rozando el coño, le abrió la camisa rasgando la tela y dejándola con las tetas vaiveneándose ante sus ojos. Yo me llevé las manos a la cabeza, como un cobarde, sin capacidad de reacción. Se sujetó la verga y la hundió en el coño hasta el fondo, hasta los mismos huevos. Después la sujetó por la nuca y la obligó a incorporarse, hasta que sus narices se rozaron. Las tetas de mi mujer se mecían contra su barriga. Y mirándose fijamente a los ojos, despidiéndose el aliento el uno al otro, comenzó a follarla contrayendo el culo con ligereza. Las manitas de Sara permanecían sobre la superficie para mantener el equilibrio. El muy cerdo la sujetaba por la nuca con la derecha para mantenerla erguida y con la izquierda el culo para que el cuerpo no resbalara por la mesa. Se meneaba entre sus piernas pinchándole el chocho con severidad. Sara no gemía, sólo le miraba a los ojos, despidiendo un acezoso aliento. Él respiraba mucho más forzado, bufando como un toro al zambullir la verga en la jugosidad del coño. Las tetas chocaban contra su asquerosa barriga. Sara no me había dirigido ni una sola mirada, tal vez porque en aquel momento me odió por ser tan cobarde. Pronto Fidel rugió y se detuvo con el culo contraído, rellenado todo su coño de leche. Contrajo el culo dos o tres veces más, como para escurrirse, luego extrajo la polla y se subió el chándal cubriéndose. Sara, con el cabello sudado, bajó de la mesa para bajarse la falda y cruzar los brazos, como queriendo ocultar sus pechos.

Puto marica – me dijo -. No sé cómo puedes estar con esta marica.

Y abandonó la casa. Sara, disgustada, se encerró en su habitación. Estuvimos varios días sin dirigirnos la palabra. Sé lo que pensaba de mí, que era un cobarde, un marica por no defenderla. Me asustó el pánico, que ella se enterara de mi verdadera personalidad, el miedo escénico a salir del armario ante mi mujer. Un día me dijo que tenía que hablar conmigo y nos sentamos en el salón de la casa. Creí que iba a pedirme el divorcio. Pero no se trataba de eso. Fidel la había dejado preñada. CONTINUARÁ. Joul Negro.

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