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Masturbaciones con su sobrino 1

en Amor filial

Masturbaciones con su sobrino.

PRIMERA PARTE: EL VIAJE DE IDA

Isabel residía en un pueblo perdido de la sierra, un pueblo pequeño y recóndito de duros inviernos por las fuertes nevadas, un pueblo de no más de quinientos habitantes. Ya tenía cuarenta y tres años y una vida un tanto desgraciada, salpicada de penurias y malos avatares. Ni siquiera había tenido hijos, el destino no le concedió el deseo de ser madre. Se casó muy joven con Ezequiel, un tipo muy bruto veinte años mayor que ella, alcohólico empedernido y ludópata, se gastaba todo el jornal en borracheras, juergas con putas y en las máquinas tragaperras. Se había pasado la mayor parte de su vida dando tumbos laborales porque terminaban despidiéndole de todos los trabajos. Fue un error casarse con él, pero ella era muy joven y la engatusó de tal manera que terminó aceptándole como marido. Desde entonces su vida fue calamitosa, llena de rutina y desesperación. Apenas llegaban a fin de mes, se les acumulaban las deudas y nada de caprichos, llevaba casi quince años aislada en aquel pueblucho. Envidiaba a muchas de sus amigas, casi todas habían prosperado, se habían casado con hombres que les habían resuelto la vida, habían estudiado, se habían convertido en auténticas señoras y algunas de ellas residían en la capital, habían huido de aquella desoladora rutina de un pueblo de montaña. Isabel vivía al borde de la miseria, sumida en la infelicidad, ya concienciada de que su desdicha era interminable. A Ezequiel le soportaba como buena esposa que era, como su criada, todo bajo la ausencia de gestos tiernos, de gestos cariñosos, de muestras de amor. Ezequiel controlaba el poco dinero que entraba en casa, pero ella jamás se atrevió a levantarle la voz, su mal genio le daba pánico. Vivía enclaustrada en casa y trabajando en un pequeña ferretería que había heredado de su padre. Su marido, simplemente, la ignoraba. Apenas tenía vida sexual, si acaso en alguna borrachera le echaba un polvo rápido como desahogo, sin gestos de ternura ni amor de por medio. Llegaban a pasar meses sin que Isabel tuviera una experiencia sexual con su marido, vivía resignada, ahogada en la mala sombra, encadenada a un destino cruel. En el pueblo sólo vivía su hermana Lola, el resto de sus hermanos y sus padres emigraron a Alemania y les veía cada cinco o seis años. Ella no estaba en disposición económica como para ir a verles de vacaciones.

Sus padres cada vez eran más mayores y dejaron de venir a España. Aquel verano, Isabel llevaba ocho años sin verles y les echaba mucho de menos. Sentía devoción por su padre y su madre era una mujer muy melosa. El tiempo se le hacía insoportable. Había transcurrido mucho tiempo sin el abrazo de su padre y los besos de su madre. Habló con su marido para que le dejara dinero, pero Ezequiel pasaba de ella y lo único que se ganó es una buena bronca por la intención de malgastar el dinero con un viaje a Alemania. Pero una tarde fue a visitarla a la tienda su sobrino Armando, hijo de su hermana Lola, un chico de veintitrés años estupendo, un chico cariñoso con el que se llevaba divinamente, de hecho aquella tarde se presentó en la tienda para ayudarla a despachar porque estaban en plena campaña agrícola y los jornaleros no paraban de comprar y arreglar aperos agrícolas. Armando era bastante alto y delgado, con una melena rizada, ojos verdes y normalmente con barba de tres días. Trabajaba como camionero para una empresa de transporte de la ciudad. Dejó los estudios y durante el servicio militar, para aprovechar el tiempo, se sacó todo los carnets de conducir. A Isabel se le iluminaron los ojos cuando le dijo que el siguiente lunes tenía un viaje programado a Alemania, concretamente a una fábrica de piezas mecánicas a cincuenta kilómetros de Berlín. Era una gran oportunidad.

Podría irme contigo, Armando.

Por mí, encantado, aunque es un viaje largo, tres o cuatro días de ida y otros tanto de vuelta. Y el camión ya sabes lo incómodo que es, me toca el viejo, que no tiene ni literas.

Bueno, pero por lo menos el viaje me sale gratis. Tengo muchas ganas de verles, tú lo sabes, están muy mayores.

¿Y tío Ezequiel te dejará?

Estará borracho como siempre, le dará igual.

Bueno, prepara una maleta y te vienes, pero no me eches las culpas del dolor de huesos que vas a llevar.

Isabel no iba a desaprovechar la oportunidad de viajar a Alemania sin tener que gastarse un euro. Entusiasmada, llamó a sus padres y a sus hermanos y preparó el equipaje, compuesto por una pequeña maleta con dos o tres mudas y un neceser con las cosas del aseo. Le hacía ilusión alejarse de aquel pueblo, viajar y conocer un trocito de mundo, concretamente el trocito donde vivían los seres que más quería. Le pidió permiso a su marido y le pilló de buenas, por lo que no se opuso al viaje. El lunes a primera hora de la mañana, su sobrino la recogió en la puerta de casa y dio comienzo la odisea de Isabel, una odisea cargada de lujuria y pasión.

Pusieron rumbo a Alemania sobre las seis de la mañana en un camión viejo de dieciséis toneladas. La cabina del camión era bastante espaciosa, con asientos confortables, pero era una cabina anticuada y cutre, herrumbrosa, sin literas para descansar ni comodidades como para hacer el viaje más ameno. Como adolescente y sin compromisos, a Armando le atraía sexualmente su tía Isabel, una mujer madura veinte años mayor que él. Era puro morbo y, además, no estaba mal. Tenía una cara linda, con la nariz algo afilada y labios pequeños, ojos negros y una melena negra muy voluminosa, rizada y redonda, como si fuera una peluca a lo afro. Destacaban sus pechos, grandes y blanditos, con tiesos pezones que quedaban señalados en las prendas. Estaba algo rellenita y su culo era algo respingón, muy redondo, de nalgas abultadas. Aquella mañana, las mallas blancas y ajustadas que llevaba, junto con unos zapatos negros de tacón, definían con claridad las curvas de su trasero, así como la camiseta negra y elástica, con escote muy abierto en forma de U, que delimitaba los contornos de sus grandiosos pechos. Armando la miraba de reojo. Cruzaba las piernas y se fijaba en la robustez de los muslos, en la pronunciada curva de sus tetas y en el canalillo que se le divisaba por el escote. Y cómo se le movían bajo la tela con cualquier mínimo movimiento. Llevó el pene hinchado durante muchas partes del trayecto. Era una infeliz y seguramente una mujer insatisfecha al estar casada con un marido borracho que la ignoraba. Conversaron animadamente durante muchos ratos. Siempre se habían llevado estupendamente, siempre habían confiado el uno en el otro. Isabel había sido para él como una segunda madre. A veces ella se echaba sobre la ventanilla para dormir un poco, y su sobrino se deleitaba fijándose en la silueta de su culo, donde se le transparentaban unas braguitas pequeñas y ajustadas. Iba tocándose y casi a punto de eyacular, desconcentrado de la conducción. Almorzaron unos bocadillos sobre el mediodía y condujo otras seis horas más hasta que cayó la noche. Pararon en torno a las nueve en una gran área de servicio con aparcamientos para camiones, gasolinera, un hostal restaurante y cerca había un club con muchas luces de neón, un club muy concurrido a juzgar por el trasiego de hombres. Isabel se fijó cuando bajaba del camión. Ya en el restaurante, Armando le presentó a unos colegas y cenaron todos juntos en una gran mesa que dispuso el propietario. Todos eran camioneros y ella era la única mujer. Se sentía cohibida ante tanto hombre y apenas abrió la boca. La piropeaban con descaro y la bombardeaban con miradas babosas, sobre todo un tal Manolo, un camionero gordo muy amigo de su sobrino. Se sentía fuera de lugar en aquellas conversaciones y sus mejillas llegaron a enrojecerse. Ella, una mujer hecha y derecha, rodeada de aquellos buitres. Poco a poco fueron levantándose de la mesa. Eran casi las once de la noche. Isabel procuraba no separarse de su sobrino, pero al salir a la calle la agarró del brazo y la apartó del grupo.

Tía, espérame en el camión, ¿de acuerdo? Nosotros vamos a tomar una copa ahí al lado, ¿vale? – dijo señalando hacia el club de putas.

¡Ah! Vale, vale…

Tú no puedes venir, jaja, es cosa de hombres, ¿entiendes?

Sí, sí, tranquilo, yo espero en el camión – añadió ruborizada.

Por el disco estamos obligados a parar unas horas. Sólo serán unas copas.

Más de uno quiso despedirse de ella con besazos en las mejillas o algún que otro tocamiento. Abochornada, recogió las llaves que le entregó su sobrino y se fue al camión. Nada más irrumpir en la cabina, corrió las cortinas, pero por un hueco pudo ver cómo el grupo de hombres, con su sobrino a la cabeza, se adentraba en el club. Iban a echar un polvo con alguna prostituta. Ella esperaba sentada en medio del silencio, con la luz interior encendida. Se imaginó a su sobrino desahogándose con alguna de ellas, algo natural teniendo en cuenta que no tenía compromiso y que se tiraba viajando la mayor parte del tiempo. Los hombres eran así. Sabía que su marido se gastaba gran parte del sueldo en tirarse a las putas del pueblo. Llevaba casi siete meses sin una relación sexual con él y las últimas veces que le había hecho el amor había estado borracho, apestando a alcohol. Era algo que tenía asumido. Apagó la luz y trató de dormirse, pero era incapaz de conciliar el sueño y no paraba de dar vueltas. Volvió a encenderla y apartó un poco la cortina para asomarse. El reloj ya marcaba las dos de la mañana. Vio salir a su sobrino acompañado de dos rubias jóvenes, dos chicas guapísimas que le morrearon como despedida. Poco después vio que venía hacia el camión. Vestía un pantalón de chándal y una camiseta negra de tirantes. Se sentía un poco cortada por la situación. Su sobrino venía de tirarse unas putas y ella le esperaba allí sentada. Tenía las mejillas sonrosadas cuando subió por el lado del conductor.

¿Todavía estás despierta? – le preguntó corriéndose hacia el asiento de al lado, estirando las piernas y apoyando los pies encima del salpicadero.

Apenas tengo sueño – dijo con la voz entrecortada, sacando un cigarrillo del paquete para simular su nerviosismo.

Uff, perdona, ¿eh? Los camioneros tenemos fama de puteros y es verdad, jajaja…

No pasa nada, lo entiendo – añadió con una sonrisa temblorosa, atizándole nerviosas caladas al cigarrillo.

Con toda la confianza, se quitó el pantalón del chándal para estar más cómodo, exhibiendo un slip blanco muy ajustado donde se apreciaba un bulto enorme en la parte delantera, con el relieve de un pene gigantesco echado a un lado. No era la primera vez que su tía lo veía en calzoncillo, sólo que esta vez venía de putas. Isabel, erguida y con las piernas cruzadas, tragó saliva ante la silueta, aunque se esforzó en aparentar la naturalidad propia de aquella confianza. Tenía las piernas muy blancas y raquíticas, salpicadas de poco vello. Volvió a tender las piernas hacia el salpicadero.

Necesitaba un desahogo, hacía tiempo que no, bueno, ya sabes…

Sí… ¿Y no te da cosa acostarte con esas mujeres?

Sí, pero uno se cansa de hacerse pajas, ¿entiendes? Tengo ahí no se cuántas revistas pornos y estoy harto de hojearlas una y otra vez, ¿me entiendes?

Sí, sí, lo comprendo, eres muy joven y además no tienes novia.

Yo estoy soltero, ¿entiendes? Tú por lo menos…

¿Yo? Sí, tu tío está siempre borracho.

¿No hacéis el amor?

Nunca, alguna vez que llega muy borracho y con ganas de guerra. Pero a eso no lo llamo yo hacer el amor.

¿Te obliga?

Sí.

¿Desde cuándo no te hace el amor? Perdona la pregunta, tía…

No, tranquilo, hará cerca de un año. Ni lo recuerdo.

Armando le lanzó una mirada cargada de lascivia.

¿Y no te entran ganas? – insistió -. Me refiero, eres una mujer joven.

Sí, algunas veces sí, pero tengo que aguantarme. Nosotras no tenemos estos clubes para mujeres como vosotros, jajajaja, y si hiciéramos eso, seríamos unas putas. Es diferente. Todavía hay mucho machismo.

Pues yo lo vería normal – la animó su sobrino -. También tienes derecho a disfrutar, ¿no?

Ya, pero, es lo que hay. El mundo es así.

¿Y no te masturbas? – le preguntó ante su sorpresa.

Isabel precisó de una profunda calada para serenar sus nervios. La pregunta resultaba muy comprometida y el enrojecimiento de sus mejillas se intensificó.

No, hace muchísimo tiempo, de joven.

¿Y no te entran ganas? – contraatacó Armando, al que le palpitaba la verga bajo la tela del slip.

¿Ganas? -. Tartamudeó -. No sé, bueno, a veces te pones a pensar, pero no sé, me da corte.

No pasa nada por masturbarse, es algo muy normal.

Ya lo sé. Vosotros siempre estáis todo el día dándole a la zambomba, jajajaja, pero nosotras no…

Armando bajó los pies del salpicadero y se irguió en el asiento, rascándose bajo los huevos ante los ojos de su tía.

¿Te apetece masturbarte ahora?

¿Qué? ¿Ahora? ¿Delante tuya? – preguntó perpleja por la proposición de su sobrino.

Sí, ahora, nos hacemos una paja, nos desahogamos un poco.

Pero, ¿qué dices? Soy tu tía.

¿Y qué pasa? Nadie tiene que enterarse y sólo nos vamos a desahogar un poco. Diviértete, tía Isabel, te lo mereces. Ese cabrón te tiene como su esclava, y qué joder, me apetece hacerme una paja con mi tía.

Isabel sonrió aún más ruborizada, descruzando las piernas. Vio que se pasaba la palma por encima del bulto.

Estás loco, sobrino.

Vamos, anímate, nos masturbamos mirándonos el uno al otro. Sabes que yo te respeto, sólo quiero que pasemos un buen rato. Te lo mereces. No pasa nada por masturbarte.

Me da corte, Armando, de verdad, aparte de que no está bien que me masturbe contigo…

Venga, no seas tonta, bájate un poquito las mallas. Tú te das y yo me doy. Verás qué buena sensación.

Me da mucho corte, Armando, en serio. No deberíamos estar hablando así. No sabes la vergüenza que estoy pasando ahora mismo.

Yo estoy cachondo y me apetece una paja, quiero compartirlo contigo, no pasa nada, ¿puedo? – le preguntó enganchándose el pulgar en la tira superior del slip.

Armando…

Ese tío es un cabrón, que le den por culo, pasa un buen rato conmigo, no seas tonta…

Armando, que no…

Mira cómo estoy -. Se bajó la delantera del slip y asomó su polla erecta, una polla muy larga y delgada, dura, con un glande reluciente y unos huevos duros y redondos del tamaño de una pelota de tenis -. Aunque sea, ¿me dejas que me haga una paja mirándote? Con eso me conformo, eres muy guapa, tía Isabel, y estás muy buena…

Jajaja, cómo eres, Armando. Anda, guárdate eso…

¿Nunca has visto a nadie hacerse una paja? – le preguntó acariciándosela con la palma.

Isabel tenía los ojos clavados en la impresionante longitud de aquella verga y en cómo se la acariciaba, deslizando la palma a lo largo de aquel tronco duro. Y seguro que acaba de follar con alguna prostituta.

De joven, a veces espiaba a mi hermano.

¿En serio? – se sorprendió machándosela muy despacio -. ¿Y te excitabas?

Bueno, sí, a veces sí.

¿Te masturbabas? – insistía su sobrino.

Sí, algunas veces sí, pero no siempre.

¿Te gustaba la polla de tu hermano?

No era su pene, era la situación.

¿Y mi polla? ¿Te gusta? – preguntó dando un acelerón a los movimientos del brazo.

Isabel la miró, seria, mordiéndose el labio inferior, como queriendo contrarrestar las dosis de excitación que le aportaba su sobrino con aquella conversación tan caliente y aquella manera de acariciársela.

Es muy larga, usarás preservativo con esas mujeres, ¿no?

¿Estás excitada? – contraatacó él.

Un poco sí. A este paso cómo no me voy a excitar.

Mastúrbate…

Me da mucha vergüenza, Armando, en serio.

Vamos, no pasa nada, relájate. Vamos a masturbarnos. Quiero ver cómo te masturbas. Compartirlo contigo. Estoy muy excitado, tía. Venga, quítate el pantalón.

Bueno, sólo por esta vez, y ni una palabra a nadie, que los hombres sois muy malos.

Será nuestro secreto – concluyó dándose fuertes tirones.

Isabel elevó el trasero del asiento y se bajó las mallas hasta quitárselas. Se quedó en bragas, unas braguitas muy pequeñas y ajustadas de color crema, muy ceñida a sus carnes. Armando la veía de perfil. Se fijó en la tersura y blancura de sus muslos, unos muslos anchos y carnosos, y se fijó en la fina tira lateral que se hundía en las carnes. Por la parte delantera se le transparentaba la sombra oscura del chocho, con el vello sobresaliéndole por encima de la tira superior. Estaba muy buena y morbosa por su madurez. Se mantuvo erguida en el asiento, sonrojada, mirando hacia él con una sonrisa avergonzada. Su sobrino se la machacaba con la vista clavada en ella. Se llevó la manita derecha y la plantó encima de la parte delantera de sus bragas, rozándose tímidamente, concentrada en los meneos que Armando se daba en el pene.

¿Estás excitada?

Sí, bastante, al verte a ti, así, masturbándote, cómo no quieres que me excite. Al final, me has liado…

¿Por qué no te metes la mano dentro de las bragas?

Porque me da mucho corte, nunca he hecho esto…

Venga, date por dentro, deja que te vea el chocho…

Se metió la mano por dentro de las bragas acariciándose la rajita y el clítoris con las yemas de los dedos. Soltó un bufido sonriendo ante la avalancha de placer, embelesada con la paja que se hacía su sobrino. Armando se fijaba en el excitante movimiento de la mano tras la tela, refregándose con suavidad todo el chocho. Su tía a veces cerraba los ojos y lanzaba un débil suspiro. Cada uno fue acelerando las vibraciones de los brazos. Isabel miraba cómo se machacaba la polla y Armando cómo se frotaba el chocho con la palma, pudiendo ver por el hueco entre la tira y el vientre parte del vello vaginal. Los dos jadearon. Armando avivó las sacudidas hasta que frenó de repente, cuando unos goterones de leche se derramaron hacia los lados. Isabel se sacudió el chocho un poco más deprisa, hasta que cerró las piernas con la mano dentro de las bragas emitiendo un jadeo largo y profundo. Enseguida sacó la mano de las bragas.

Uff, qué bien, cuanto tiempo, pero qué corte ¿Y tú? – dijo ella.

Fenomenal, he sentido mucho con sólo mirarte.

¿Cuántos polvos has echado en ese club?

Me he tirado a dos tías.

Isabel se reclinó en el asiento y su sobrino le pasó un brazo por los hombros abrazándola hacia él y estampándole un besito en el cabello. Ella le sujetó la delantera del slip y se la subió tapándole.

Anda tápate. Estamos apañados, masturbándome con mi sobrino.

Sus piernas se rozaban y Armando sentía la blandura de un pecho aplastado contra el tórax.

¿Te has sentido bien? – le preguntó él.

Sí, pero, Armando, esto es muy inmoral.

Chsss, no pasa nada, no estamos haciendo nada malo.

Isabel se relajó sobre el hombro de su sobrino. Él la achuchaba. El bulto del slip seguía muy hinchado, con la mancha de esperma en la tela, y el roce de las piernas resultaba muy erótico. Le estampaba besitos en el cabello. Transcurrían los minutos y el silencio entre ambos se prolongaba, sin dejar de rozarse levemente las piernas.

Me estoy excitando otra vez – reconoció él.

Armando – ella se incorporó y él le retiró el brazo de los hombros, aunque se mantuvo reclinada.

¿Tú no?

Te has tirado dos putas, te has masturbado conmigo hace nada y, ¿todavía tienes más ganas?

Es que me pones muy cachondo.

¿Cómo voy a ponerte? Puedo ser tu madre.

¿Quieres que nos masturbemos el uno al otro? – le propuso -. Así matamos el gusanillo. Sé que todavía estás cachonda. Seguro que te han entrado ganas de tocarme la polla. ¿O no?

Armando, de verdad…

Interrumpió su débil queja extendiendo el brazo derecho y metiéndole la mano dentro de la braga, presionándole la rajita con las yemas y moviéndosela en círculos. Isabel no pudo contener un suspiro con los ojos cerrados. Miró hacia abajo y vio a través de las transparencias cómo le acariciaba el coño. Entonces ella extendió el brazo izquierdo y metió la mano dentro del slip, agarrándole la polla, aún pegajosa por los restos de semen, y sacándosela fuera para comenzar a sacudírsela. Ladearon sus cabezas para mirarse y verterse los alientos mientras se daban el uno al otro. Isabel meneó la cadera cuando le introdujo un dedo, un dedo que agitó en el interior provocando su delirio. Ella le apretaba la verga aligerando las sacudidas. Los jadeos secos de ambos retumbaban en la cabina. Isabel elevaba toda la cadera del asiento para soportar el arranque de placer. La follaba con el dedo tensando la tela de las bragas. Sus pechos se meneaban bajo la camiseta. No dejaban de mirarse a los ojos. Le tiraba de la verga muy deprisa y con mucha fuerza. Él le meneaba el chocho con un dedo dentro. Se jadeaban a la cara con mucha pasión. Isabel cerró las piernas con el ceño fruncido, notando cómo vertía cantidad de flujos sobre la mano de su sobrino. También Armando frunció el entrecejo y al segundo la polla emitió unos pequeños salpicones de leche que se repartieron por su barriga y la manita de su tía. Se relajaron sonriendo, acariciándose mutuamente con más suavidad.

Como nos estamos poniendo – dijo ella sin dejar de manosearle, de rociarle todo el tronco de semen.

Te has corrido bien, tía, me has dejado la mano muy mojada.

Tú también.

¿Has probado alguna vez el semen?

No, qué asco, ¿no?

Pruébalo, verás como te gusta.

Retiró la mano de la verga y la alzó lamiéndose los dedos impregnados de semen. La degustó chasqueando con la lengua y tragándose las porciones, volviendo a lamerse otro de los dedos salpicados.

Un poco amargo, es más el morbo, ¿no?

Su sobrino le sacó la mano de las bragas y la elevó hacia su rostro.

¿Quieres probar a qué sabe tu chocho? -. Armando se lamió un dedo y luego le ofreció la mano a ella -. Ummmm, qué rico, pruébalo.

Acercó la cabeza y le chupó los dedos, saboreando las sustancias vaginales que había chorreado su coño.

Teníamos que descansar un poco, Armando, dentro de un rato tenemos que salir y no has dormido nada. Anda, tápate y retira estas manos.

Ha estado bien, ¿no?

Sí, muy bien, siento que me has emputecido.

No digas eso, mujer, hemos pasado un buen rato, ya está – dijo tapándose el pene -. Vamos a dormir un poco o no respondo de mis actos, jajaja

Duérmete. Hasta mañana

Se curvó hacia él para darle un besito en los labios y apagó la luz interior quedando la cabina a oscuras. Luego se acostó de costado en el asiento, en bragas, mirando hacia la ventanilla y de espaldas a él. Tardó mucho rato en quedarse amodorrada tras las grandes dosis de placer. Le acechó el remordimiento, llegó a excitarse reviviendo cada detalle, todo mezclado con una sensación de culpa. Debía enmendar el error, aunque tras mucho tiempo, aquel morbo de masturbarse con su sobrino transformó ese arrepentimiento en una sensación hechizante. El fiera de su marido no tenía por qué enterarse, sólo se había divertido un poco con su sobrino.

Ya entraba la luz del amanecer por las rendijas de las cortinas iluminando la cabina. Armando abrió los ojos y consultó la hora. Eran las siete de la mañana y debían partir. Ladeó la cabeza hacia su tía y la vio acurrucada de costado, de espaldas, dormida sobre la ventanilla. Qué postura, se dijo refregándose el bulto. De removerse en el asiento, una parte de las bragas se le había metido en el culo y tenía toda la nalga a la vista, una nalga blanca y carnosa con diminutos granitos rojos. Por la entrepierna le sobresalía vello del chocho. Qué buena estaba, qué polvo le echaba. Electrizado por la erótica postura de su tía, se arrodilló en el asiento, mirando hacia ella, se bajó la delantera del slip y se puso a machacársela muy cerca del culo. Dado el chasquido de los tirones, Isabel se removió y miró hacia atrás por encima del hombro, descubriendo a su sobrino arrodillado ante el culo, agitándose la polla a una velocidad de espanto.

Armando, ¿qué haces? – preguntó sin alterar la postura.

Uff… Ummm… Qué buena estás, tía…. Ahhhh… No he podido resistirme… - reconoció sin cesar las sacudidas.

Armando, estás salvaje, ¿cuántas pajas te vas a hacer?

Ahh… Bájate las bragas un poquito, por favor… Ufff…. Quiero verte el culo…

Pero, Armando…

Deja que te vea el culo…

Se deslizó un poco las bragas hasta descubrir todo su culo, con una raja profunda y oscura, con un denso vello en la zona cercana a la vagina. Armando jadeó como un loco dándose a una velocidad de vértigo, a una velocidad donde ni siquiera llegaba a verse ni la mano ni la polla. Qué piel tan blanca, que nalgas tan blanditas y abombadas, con aquellos granitos rojizos y aquel vello que se extendía por el fondo.

¿Así? – le preguntó ella.

Sí… Ummm…. Ahhh… Ábretelo un poco…

Echó su brazo izquierdo hacia atrás y se abrió la raja del culo de un lado, mostrando así su ano, un orificio bastante grande, cerrado, con esfínteres muy pronunciados de color rosa, contrayéndose levemente.

¿Te han follado alguna vez el culo?

No.

¿Te gustaría?

No me atrae, debe de doler mucho.

Armando dio un alarido y al segundo la polla lanzó sobre el culo de su tía numerosos escupitajos de leche espesa, escupitajos que resbalaron lentos por las nalgas, con alguna hilera vertiendo hacia el fondo de la raja. Se relajó sentándose sobre sus talones y escurriéndose la polla sobre la tela del slip.

Cómo me has puesto – exclamó ella mirándose el culo salpicado.

No he podido aguantarme, estabas dormida, te he visto y ufff.

Ella misma cogió un clínex del salpicadero y se secó los escupitajos de las nalgas, se limpió las hileras y se pasó el pañuelo por el fondo de la raja, luego se subió las bragas y se incorporó desdoblando las mallas para ponérselas.

Anda, vístete y vamos a desayunar y a irnos cuanto antes o no llegaremos nunca. Y déjate en paz el pito, con tantas pajas de lo vas a romper.

Sí, tía, a este paso me vas a destrozar la polla.

Tras un rápido desayuno en el hostal, reemprendieron la ruta hacia Alemania en su segundo día de viaje. Ella fue dando cabezadas durante gran parte del trayecto tras obligarle a jurar que no diría nada de que se habían masturbado juntos. Trató de convencerle de que aquellos actos resultaban inmorales e incestuosos entre tía y sobrino, pero Armando insistía en el desahogo, en lo morboso que resultaba masturbarse juntos y en confianza. Armando hablaba por radio con sus colegas de ruta e Isabel pudo escuchar cómo de nuevo volvía a quedar en algún punto, al anochecer, seguramente cerca de algún club donde echar un polvo. Condujo durante seis horas hasta que al mediodía paró en un pequeño área de descanso cerca de una alameda, un área sin ningún edificio, un área con bancos y barbacoas donde la gente paraba para estirar las piernas. Se trataba de una parada corta. Se comieron unos bocadillos y se bebieron unas latas. Echaron un cigarrillo deambulando cerca de la alameda y tomaron el fresco sentados en un banco de madera. Allí, Armando se inclinó hacia ella para susurrarle al oído.

Estoy caliente. ¿Tú no lo estás?

Yo no, Armando, ¿cómo puedes tener ganas? Además, tenemos que salir ya. Mira qué hora es, las cuatro.

Hazme una pajita rápida… Vamos al camión, ahora que no hay nadie por aquí.

Se levantaron y se dirigieron hacia el camión. Ella marchaba delante, meneándole el culo con las mallas ajustadas, como si fuera su putita. Le satisfacía cada vez que le entraban ganas. Montaron cada uno por su lado. Ya en la cabina, Armando se deslizó hacia el asiento de en medio y comenzó a desabrocharse el cinturón mientras ella aguardaba erguida y ladeada hacia él, dispuesta a masturbarle.

Nos estamos pasando un rato, Armando – le dijo viendo cómo se bajaba el pantalón hasta los tobillos -. Si se enterara Ezequiel, me mataría.

Ese cerdo no tiene que enterarse. Tú disfruta. Bájame tú el calzoncillo.

Sonrió durante unos segundos, pero al final se curvó hacia él, le tiró de los laterales y se lo fue bajando muy despacio por las piernas hasta los tobillos.

Haces que me sienta como una putita de ésas que te tiras.

¿No te excita ser mi putita?

Le rodeó la polla con la izquierda iniciando unas sacudidas lentas.

A este paso vas a conseguir que me sienta como una puta.

Movía la polla a un ritmo constante y sosegado, agarrándosela por la mitad del tronco.

Tócame los huevos -. Acercó la manita derecha, con sus uñitas pintadas de azul, y le aplastó acariciadoramente los huevos con la palma. Armando soltó un bufido contrayéndose -. No sabes cómo me gusta que te comportes como mi putita.

Pero no está bien, Armando, esto no está bien…

Ummm… Sigue así… Qué bien me tocas los huevos…

Armando permanecía relajado, sin tocarla, con los brazos pegados a los costados, mientras su tía le pajeaba con lentitud y le sobaba los huevos con delicadeza, unos huevos duros y pequeños que estrujaba débilmente.

¿Tú no estás caliente?

Sí, pero yo sé contenerme.

Puedo masturbarte, putita.

Anda, concéntrate, que se hace tarde.

Aceleró las agitaciones del brazo izquierdo sin dejar de manosearle los cojones con leves estrujamientos. Armando bufaba sobreexcitado, con el ceño fruncido y los ojos vueltos, electrizado por los tocamientos de su tía, que se esmeraba en hacerle una buena paja. Paró para sujetársela ahora con la derecha y darle más vivamente, dejando la izquierda para acariciarle las piernas y el bajo vientre, por encima del vello.

Ummm… Ahhh… Qué bien, tía… ¿Quieres beberte mi leche?

Jajajaja, cómo eres de guarro, ¿y si me sienta mal? Acabo de comer.

Bébetela, me gusta que las putas se beban mi leche. ¿Quieres?

Bueno, si te excita tanto…

Isabel retiró las manos del cuerpo de su sobrino. Armando se puso de pie volviéndose hacia ella, colocándose entre sus piernas y dejándose caer sobre el salpicadero, con la cintura a la altura del rostro de su tía. Se agarró la polla y se la sacudió muy fuerte, en posición horizontal, apuntando hacia su cara.

Abre la boca… - jadeó -. Me voy a correr… Uohhhh…

No me manches…

Su tía abrió la boca todo lo que pudo y sacó la lengua, acercando ella misma la cara a la verga. La babilla le salpicaba por todo el rostro. Armando se dio muy fuerte, apoyó el capullo en la lengua y derramó sobre ella una gruesa porción de leche espesa. Se dio otros fuertes tirones provocando otros salpicones dentro de la boca. Continuó dándose, vertiendo unas gotas más sobre el labio inferior. Y se apoyó contra el salpicadero para recuperar el aliento. Su tía degustó la leche, atrapando con los dientes superiores las gotas que manchaban su labio inferior, la mezcló con la saliva y se la tragó toda, pasándose luego el dorso de la mano por la boca para limpiarse.

¿Está rica? – le preguntó su sobrino subiéndose ya el slip y los pantalones.

Está malísima, pero te gusta que me la trague y yo me la trago. Ahora, pongámonos en marcha.

Reanudaron la ruta durante otras pocas horas hasta que sobre las diez de la noche, Armando habló por radio con sus colegas y quedaron en tomar unas copas en un club de alterne. Isabel no dijo nada, aunque se sentía incómoda con la situación y también algo celosa de que su sobrino se divirtiera con otras mujeres. Tras masturbarle unas pocas de veces, ahora tendría que esperar a que se tirara a unas prostitutas. Comenzaba a depender de esa lujuria incestuosa, porque el juego sexual le excitaba, porque le encantaba satisfacerle y porque no le gustaba que se divirtiera con otras. Pararon en una zona muy solitaria y oscura, pero con una explanada para aparcar los camiones. El club de alterne era muy cutre, una vieja casa rodeada de bombillas de colores. Isabel vio a algunos de los colegas de su sobrino llegando o apeándose de los vehículos para dirigirse hacia el club. Armando cambiaba el disco y tomaba algunas anotaciones después de hacer unas llamadas. Luego cogió su cartera y repasó el dinero que llevaba.

Ahí tienes las sobras de este mediodía, creo que hay un bocadillo entero de queso. Y en la nevera hay latas. He quedado con los amigos. No te importa, ¿no?

No, no, tú ves, no pasa nada, además, estoy cansada.

Un polvito no viene mal, y más después de cómo me has puesto, ¿eh?

Sí, sí…

Se apeó del camión y cerró la puerta. Vio que estrechaba la mano de un colega y que juntos se dirigían hacia el club. Y ella allí como una tonta. Corrió las cortinas para aislarse, aunque dejó un hueco para poder espiar su salida. Dio unos bocados sin ganas y se bebió dos latas, poniéndose cómoda en el asiento por si lograba echar una cabezada. Pero no conseguía conciliar el sueño. Estaba excitada con aquel morbo que estaba viviendo durante el viaje. Estaba viviendo unas experiencias muy estimulantes, inmorales, pero tremendamente estimulantes. Su marido era un cerdo, un borracho de mierda que la tenía sumida en la infelicidad, que se hartaba de gastarse el sueldo en putas, no pasaba nada porque ella se divirtiera un poco con su sobrino, un chico que podía ser su hijo, pero en el que tenía plena confianza. Temió por su hermana, que por cualquier circunstancia se enterara de todo aquello. Seguramente no volvería a mirarla a la cara y tendría que irse del pueblo ante semejante bochorno. Pero Armando no contaría nada, a él también le convenía mantener silencio.

Pasaron cerca de tres horas. Casi la una de la madrugada. Se mantenía expectante y aburrida de tanta espera. Finalmente le vio salir rodeado de sus colegas, aunque estuvieron al menos otro cuarto de hora fumando y contándose las batallitas de cada uno. Luego, Armando se dirigió hacia el camión. Isabel se mantenía erguida en su lado, con la luz interior encendida. Se encendió un cigarrillo a toda prisa para simular, aunque quizás lo mejor hubiese sido hacerse la dormida, para que no pensara mal de ella. Al subir al camión se sorprendió de verla despierta.

Eres incapaz de dormir, ¿no?

Aquí, yo sola, me da no sé qué.

Olía a alcohol y se le notaba en la mirada que iba con unas copas de más.

Perdona la tardanza – se disculpó quitándose la camiseta.

¿Qué tal?

Vio que se bajaba el pantalón y se quedaba sólo con un slip, un slip manchado en la parte delantera, una mancha como señal del polvo que había echado.

¿Sabes que me apetece ahora? – le preguntó rascándose los huevos.

¿Qué?

Que mi putita me haga una paja.

Jajaja, ya estamos, tú no descansas, ¿eh?

Ponte cómoda, bájate las mallas -. Ambos se quitaron a la vez sus prendas, Armando el slip, desenfundando su polla erecta, y ella las mallas, quedándose con sus braguitas de color crema. Armando se acarició la verga -. Quítate la camiseta, quiero verte las tetas.

Obedeció sacándose la camiseta por la cabeza y desabrochándose a continuación el sostén para exhibir sus dos tetas grandes, blanditas, de aureolas oscuras y gruesos pezones. Ambas sufrieron un vaivén ante los movimientos del tórax.

Ummm… Joder, qué ricas, que tetas tienes…

¿Te gustan?

Muévelas un poco… Wow…

Agitó el tórax y las tetas se mecieron levemente chocando la una contra la otra. Armando continuaba machacándosela y ella se llevó la mano derecha dentro de las bragas para acariciarse el coño. Se lo refregaba pasándose la palma abierta. Quería tocarle, pero él no se lo pedía, se bastaba con machacársela él mismo.

¿Con qué chica has estado? – le preguntó.

Una rubia que estaba de muerte, veinte años, rusa, se la he metido por el culo.

¿Y te ha gustado?

¿Quieres chupármela? Está calentita, recién salida del culo de esa rusa, te va a gustar el sabor.

Un poco asqueroso, ¿no?

Vamos, sé una buena putita y chúpamela, prueba el culo de esa rusa…

Bueno, si te excita, lo haré.

Armando se soltó la verga y entonces ella se curvó hacia él. Las dos tetas se aplastaron contra el muslo de su pierna. Le sujetó la verga por la base manteniéndola en posición vertical y le lamió tímidamente el glande con la punta de la lengua, rodeándolo a modo de simples roces. Al mismo tiempo, le estrujaba los huevos con las yemas. Tenía cierto sabor a heces y a semen reseco, probablemente por la penetración anal con la prostituta, pero poco a poco fue comiéndosela, elevando y bajando la cabeza para chupársela bien. A veces se la mordía con los labios y mamaba, succionaba como la cría de una perra. Notó la mano de su sobrino por la espalda y cómo se adentraba en el culo para sobarle las nalgas con pellizcos y estrujones. Le metió la mano por dentro de las bragas, hurgándole por el chocho y deslizando las yemas de los dedos por el fondo de la raja, pasando por encima del ano hasta la rabadilla. Estaba húmeda y a veces volvía a bajar masturbándola, profundizando con los dedos en la jugosa rajita. Se la mamaba bien, subiendo y bajando la cabeza sin parar, con las tetas presionándole el muslo de la pierna.

¿Te gusta cómo sabe?

Isabel elevó la cabeza hacia él.

No sé, está rica, jajaja, teniendo en cuenta que le has dado por culo a una rusa. Me estás pervirtiendo, me estás convirtiendo en una putona.

Me gusta que te portes bien conmigo. ¿Por qué no te bajas y me chupas los huevos un poco?

¿Te gusta que te chupen los huevos?

A una putita como tú seguro que le encanta.

Bajó del asiento y se arrodilló entre las piernas delgadas de su sobrino. Acercó la boca y le besó los huevos, le estampó varios besitos mientras él se la machacaba velozmente. Los tenía duros y ásperos, con poco vello y algo arrugados. Sacó la lengua y se los lamió dejándoselos bien mojados, impregnados de grandes porciones de babas. Se comía los huevos saboreándolos cuando sintió caer la lluvia de semen, pequeñas gotitas que se repartieron por su rostro y cabello. Entonces apartó la cabeza, irguiéndose, con media sonrisa en la boca y toda la cara salpicada de gotitas de esperma.

Necesitaría una ducha…

¿Te has corrido? – le preguntó él.

No, pero me estás pervirtiendo, estoy muy excitada, te chupo el pene después de habérsela metido a una prostituta por el culo, imagina cómo me puedes tener – reconoció metiéndose ambas manos en las bragas para refregarse el chocho, aún arrodillada entre las piernas de su sobrino.

¿Y te gusta?

Sí, me gusta cómo me perviertes.

Armando observó unos segundos cómo se refregaba el chocho con ambas manos dentro de las bragas, atenta al pene algo flácido tras la eyaculación, postrada ante él, como una sumisa, tras haberle hecho una buena mamada y haberle chupado los cojones. Bajó el brazo y sacó de la mochila un plátano muy reluciente, muy curvado y bastante grueso. Lo elevó hacia ella y recogió con la punta algunas motas de semen de las mejillas. Luego se lo ofreció para que lo chupara.

¿Quieres que chupe el plátano?

Imagina que es una polla, verás cómo te gusta…

Se lo metió en la boca y ella lo mordió con los labios, como si tuviera un puro en la boca, captando el sabor de las gotas de semen y el sabor agridulce de la cáscara. Se lo fue sacando poco a poco de la boca. Ella continuaba acariciándose el chocho. Le pasó el plátano por las tetas, moviéndole los pezones con la punta.

¿Quieres que te masturbe el culo con el plátano? – le propuso su sobrino.

Me tienes muy caliente, soy capaz de cualquier cosa -. Reconoció con el ceño fruncido -, menos follarme, ¿eh? Somos tía y sobrino.

Levántate y date la vuelta…

Isabel se levantó y se giró hacia el salpicadero, curvándose hacia delante y apoyando la cabeza en el parabrisas. Su sobrino se ocupó de bajarle las bragas hasta las rodillas y dejarla con el culo al aire. Acercó la cara y le olió el culo, con profundidad, para besarle las nalgas con besos delicados. La mata de vello vaginal se distinguía entre las piernas.

Cómo me gustaría follarte…

No podemos hacer eso, Armando…

Ábrete el culo.

Echó los brazos hacia atrás y se abrió la raja exponiendo su ano palpitante. Armando acercó la punta del plátano. Isabel notó el roce áspero. Le clavó poco a poco la punta, la parte más fina. Ella se quejó mirando hacia atrás, abriéndose todo lo que podía la raja.

Au, duele, Armando… Duele mucho…

Relájate…

Fue empujándolo, sosteniendo el plátano como si fuera un mango, dilatándole el ano a medida que avanzaba hacia la parte ancha. Ella contraía las nalgas y cabeceaba para soportar el dolor. Lanzaba suspiros desesperados y se mordía el labio. Le había introducido la mitad del plátano, dejándole el orificio muy estirado.

Me duele mucho, Armando, no sabes cómo me duele…

Date en el coño – le pidió mientras volvía a machacársela otra vez.

Obedeció, retiró la mano derecha de las nalgas para zarandearse el chocho. Su sobrino le extraía el plátano unos centímetros y volvía metérselo dejándoselo clavado por la mitad. Ella se daba fuerte, sin parar de cabecear, mirando hacia atrás constantemente con ojos suplicantes para que le retirara el plátano, pero su sobrino se lo sacaba y se lo entraba follándole el culo muy despacio.

Uo… Armando… Ahhh… No puedo más, de verdad, me estoy corriendo…

Armando vio que retiraba la mano del chocho y que caían unas gotas hacia las bragas, unas gotas brillantes y viscosas, de un tono amarillento. Le retiró el plátano del culo con la misma suavidad, fijándose en cómo le dejaba el ano abierto y enrojecido. Extendió el brazo hacia su cara.

Toma, pruébalo…

Se mantenía de pie entre sus piernas, curvada hacia el parabrisas, con el culo empinado hacia él. Tomó el plátano y se lo metió en la boca para lamerlo como si lamiera una polla, relamiéndolo, probando las sustancias provenientes del interior de su culo. Al mismo tiempo, Armando se sacudía la polla en vertical, apuntando hacia el ano abierto. Le lanzó un escupitajo de leche justo en el centro del orificio y un segundo salpicón un poco por encima, cerca de la rabadilla. Luego se dejó caer contra el respaldo, fatigado por tanta eyaculación en sólo un rato, con la polla volviéndose flácida en sólo unos segundos. Tras relamer el plátano, lo depositó en la superficie del salpicadero y suspiró al salir de entre las piernas de su sobrino. Se subió las bragas y se sentó para ponerse la camiseta. Trató de colocarse algunos rizos revueltos y se ajustó los pechos a la prenda. Armando bostezaba casi con los ojos entrecerrados, hasta que con el paso de los segundo se quedó dormido. Le miró la polla floja, tumbada encima del vientre, y los huevos que le había lamido. Qué bueno estaba y de qué forma la estaba pervirtiendo, poco a poco, con las masturbaciones. Sentía mucho gusto saber que la trataba como a su putita. Le dolía el culo por la dilatación del plátano y tenía la boca reseca de haber relamido la cáscara, con el chocho mojado y los pezones muy sensibles. Qué cachonda la ponía. Qué polla más rica, había sido muy morboso lamérsela tras haberse follado el culo de una prostituta. La estaba convirtiendo en una auténtica guarra, a ella, a su tía, una mujer casada y honrada, pero la recién llegada ninfomanía la cegaba. Tenía más ganas de masturbarse viéndole la polla, pero prefirió relajarse. Apagó la luz y se echó sobre el hombro de su sobrino para tratar de dormir un poco. Y lo consiguió. Cuando despertó, la luz del amanecer iluminaba gran parte de la cabina. Daba comienzo el tercer día de viaje.

Mantenía pegada la mejilla en el pecho de su sobrino y lo primero que vio al abrir los ojos fue su polla, flácida, tumbada hacia un lado. Notó que le acariciaba el cabello con la yema de los dedos, como alisándoselo. Se durmió caliente y se despertaba caliente, y mucho más al tener a sólo unos centímetros aquella verga tan rica.

Buenos días, putita.

Buenos días.

Isabel elevó el tórax y se volvió hacia él para mirarle. Le pasó la manita por el vientre a modo de caricia, y poco a poco pasó por la cintura ladeándose hacia la pierna. La pasión hervía entre tía y sobrino. A Armando la verga se le iba hinchando progresivamente con el tacto de la mano de su tía por el muslo.

Estás cachonda.

La manita pasó del muslo a los huevos, sobándolos con estrujamientos muy suaves, provocando un pequeño bufido de Armando.

Me has pervertido, canalla. Me gusta masturbarte.

Armando también se irguió en el asiento. Su tía continuaba manoseándole los huevos, apretujándolos con la palma y pellizcándolos con las yemas. Le colocó una mano en la nuca, bajo la melena de rizos, y con la mano derecha le atizó unas palmaditas en la cara.

Qué puta eres.

Tú tienes la culpa – le acusó sin cesar en ningún momento de acariciarle los huevos -. Deberíamos irnos, ¿no crees?

¿No quieres hacerme una paja? Ahora sienta muy bien -. Bajó el brazo izquierdo de la nuca, le sujetó las bragas por la tira lateral y tiró de la prenda hacia las piernas hasta correrla al muslo, dejándola con el coño al aire -. Deja que te vea el chocho… Ummmm… Lo tienes caliente, ¿verdad, putita?

Tú me lo pones muy caliente.

Volvió a subir la mano a la nuca y con la izquierda le bajó una parte del escote, dejándole la teta derecha colgando por fuera. Se la achuchó con la mano abierta. Los manoseos en los huevos no cesaban.

Cómo me gustaría follarte el chocho.

Pero eso no está bien entre tía y sobrino, lo sabes…

Tócate, mastúrbate, muévetelo.

Empleó la mano izquierda para tocarse, para rozarse con las yemas la rajita vaginal. La derecha la seguía utilizando para exprimirle los cojones con delicadeza. Armando le empujó un poco la cabeza hacia delante curvándola hacia él. La teta se balanceó al quedar colgando hacia abajo. Se agarró la polla y se puso a sacudírsela procurando que el capullo golpeara la teta. Y enseguida comenzaron los jadeos. Todas las manos ocupadas. Isabel rozándose el coño con la izquierda y sobando los cojones con la derecha. Armando sujetándola por la nuca y aporreándole la teta con la verga. La teta danzaba alocada con cada golpe que recibía. Ella le tenía los huevos agarrados como si fueran una pelota de goma y se había metido una uña en el coño para acrecentar el placer del roce. Los dos se jadeaban a la cara, mirándose con intensidad. Le daba fuertes pollazos a la teta con cada tirón. Armando vio que ella apretaba los dientes y cerraba las piernas con la mano atrapada, señal de que estaba mojando el coño. Entonces aceleró contrayendo el culo para hundir el capullo en aquella masa blanda, hasta que derramó varias porciones de leche viscosa sobre todo el pecho, principalmente en la aureola que rodeaba el pezón. Isabel relajó los estrujones a los huevos y abrió las piernas retirando la mano del chocho. Armando también se soltó la verga, pero le agarró la teta por la base y se la subió hacia la boca.

Chupa, putita, sé que te gusta la leche para desayunar…

Sacó la lengua todo lo que pudo y con la punta atrapó las porciones de semen que cubrían el pezón y la zona circular de las aureolas. La degustó y se la tragó con gusto. Luego su sobrino le soltó la teta.

Pongámonos en marcha – le dijo su sobrino -. A este paso llegaremos a Alemania en Navidad.

Eres un pervertidor.

Me encanta pervertirte.

Reemprendieron la marcha en cuanto se vistieron y tomaron un café del termo. Isabel disponía de momentos para reflexionar. A veces el remordimiento por aquellas escenas le vapuleaba la conciencia, pero como había reconocido ante él, la había pervertido de tal manera que la estaba convirtiendo en una ninfómana insatisfecha. Si su marido se enterara de todo aquello, la mataría. O si alguien de su entorno lo supiera, tendría que huir por lo que supondría el escándalo. Pero la discreción estaba servida porque Armando nunca contaría nada acerca de aquellas masturbaciones tan guarras. Para él también supondría una vergüenza. Era un secreto compartido que nunca vería la luz, masturbaciones con su sobrino que perdurarían en su memoria. Sólo pararon un cuarto de hora para comer, Armando quería aprovechar el disco y acercarse a la frontera con Alemania. Ya estaba anocheciendo cuando recibió una llamada en el móvil de uno de sus colegas. Isabel le oyó cómo quedaban a una hora determinada para irse de putas. Cuando colgó soltó el teléfono en el salpicadero.

El puto Manolo, menudo golfo.

¿Esta noche otra vez?

¿Te importa?

No, no, cómo me va a importar, puedes hacer lo que quieras.

Se la meteré por el culo y luego dejaré que la pruebes.

Eres un guarro.

Están muy buenas. ¿Nunca has tenido la curiosidad de enrollarte con una tía?

Contigo, voy sobrada.

No paró hasta casi las once de la noche, cerca de un polígono industrial donde había aparcado otros camiones de gran tonelaje. Estaban a pocos kilómetros de la frontera con Alemania y a sólo unas horas para el fin del viaje. Se comieron los últimos bocadillos y Armando se acicaló ante el espejo retrovisor.

Volveré en un rato.

Vale, que siente bien.

Y se apeó del camión. Le vio deambular cerca de una nave industrial hasta que un taxi le recogió. Pudo distinguir la figura de su amigo Manolo en la parte trasera. Menuda pieza. De nuevo la larga espera mientras su sobrino y pervertidor se iba a follar con unas prostitutas. Corrió las cortinas, puso algo de música y trato de relajarse, aunque se encontraba tensa y algo sofocada, quizás por los celos de que tuviera que irse con otras mujeres para echar un polvo como era debido. Lo suyo, sólo eran masturbaciones, a pesar de que se prestaba a todas las marranadas que su sobrino le proponía.

Eran casi las dos y media de la mañana, había dado unas cabezadas, cuando le escuchó abrir la puerta y encaramarse a la cabina. Olía a alcohol y se le notaba un poco borracho, también al perfume fuerte y profundo de los clubes de alterne.

Buenas – la saludó quitándose la camiseta y disponiéndose a bajarse el pantalón -. ¿No tienes sueño? ¿O preferías esperarme?

Prefería esperarte, no me gusta dormir sola en un sitio como éste.

Se quedó solo con el slip y se reclinó en el asiento.

¿No te pones cómoda? Hace calor.

Se bajó las mallas, quedándose con las bragas marrones, y acto seguido se sacó la camiseta, aunque con las tetas tapadas por un sostén de encaje a juego con las braguitas.

¿Cómo ha ido? ¿Con cuántas has estado?

Hemos montado una especie de orgía, Manolo y yo y tres que estaban de muerte, te hubieran gustado -. Se fue deslizando poco a poco el slip por las piernas, dejando a la vista de su tía su impresionante polla erecta -. He follado tres coñito riquísimos. ¿Quieres probarla?

Eres un cochino.

Pruébala, verás cómo te gusta, a una putita como tú le gusta el sabor del coño.

Se colocó la verga en vertical sujetándosela por la base. Isabel se curvó hacia él y le atizó unos lengüetazos por el capullo y el tronco, como una perra que lame un hueso, y volvió a erguirse, chasqueando la lengua, cómo degustando el sabor.

Está rica.

¿Te gusta?

Sí. ¿Te la han chupado?

Me han chupado todo. Me ha gustado cómo me han chupado el culo, primero una, luego otra y luego otra. Ummmm, no sabes qué bien…

¿Te han chupado el culo? – se sorprendió dibujándose una mueca de asco en sus labios.

¿Te gustaría chuparme el culo?

No sé, me da como un poco de cosa, es algo un poco raro, ¿no?

Venga, seguro que lo haces muy bien. Me gusta cuando una puta me chupa el culo.

Mientras Armando se incorporaba para subirse de rodillas encima del asiento, Isabel se desabrochó el sostén para destapar sus tetas y se bajó las bragas quedándose únicamente con los tacones. Su sobrino, de cara a la ventanilla del conductor y arrodillado encima del asiento, se colocó primero a cuatro patas y luego inclinó el tórax apoyando la cabeza en el asiento del conductor, quedando el culo empinado hacia su tía. Isabel se fijó. Eran nalgas huesudas, salpicadas de poco vello, con una raja pequeña y poco profunda, y con los huevos en reposo entre las piernas. Era todo para ella. Se arrodilló en el asiento ante el culo de su sobrino, sentada sobre sus talones, y le acarició primeramente las nalgas con las palmas, como admirándolo. Luego se las besó, pequeños besos que le estampaba en distintas zonas, hasta que poco a poco fue acercando la boca a la raja. Se la abrió con ambas manos, descubriendo el ano, un ano ennegrecido y arrugado, rodeado de vello. Primero se lo besó, dos o tres veces, retirando la cabeza para mirarlo. Olía fatal, pero no le importaba, quería esmerarse y hacerlo bien, como las prostitutas que se follaba. Después sacó la lengua y se lo lamió con la punta, muy despacio, recreándose, como saboreándolo.

Uohhhh… Qué bien lo chupas, puta… Ahhhh…

¿Te gusta?

Me encanta, cabrona, sigue chupándome el culo…

Se tiró unos minutos acariciándoselo con la punta de la lengua. Él a veces contraía las nalgas ante el excitante cosquilleo. La mano derecha la deslizó hacia la entrepierna para estrujarle los huevos con la misma suavidad que le acariciaba el culo. La izquierda la bajó para sujetarle la verga y comenzar a ordeñarla dándole tirones hacia abajo. Armando gemía como loco. Con la misma parsimonia, comenzó a mover la cabeza arrastrando la lengua por toda la raja, mojándole el ano cuando pasaba por encima. Llevaba más de cinco minutos lamiéndole el culo. Su sobrino se contraía electrizado. Le masturbaba ordeñándole la verga y apretándole los huevos como una pelota de goma.

¿Te gusta, puta?

Sí, me gusta chuparte el culo.

Le dio unas pasadas rápidas con la lengua por encima del ano y se la intentó meter apretando con la punta, después se irguió y le abrazó todo el culo con ambas manos, aplastando las tetas contra sus nalgas y besuqueándole por la espalda.

Estoy muy caliente, Armando…

Trató de refregar el coño por el culo de su sobrino y le rodeó por la cintura con los brazos agarrándole la polla y los huevos, sacudiéndosela vertiginosamente. Él seguía a cuatro patas y ella parecía montada encima de él. Volvió a apartarse y de nuevo clavó la cara en la raja, volviéndole a lamer el culo, esta vez con más ansia. Bajó un poco más, le mojó los huevos y ladeó la cabeza metiéndola entre sus piernas para darle unos lametones a la polla. Armando se incorporó y se volvió hacia ella, aún arrodillado en el asiento, sacudiéndosela él mismo. Ella también se irguió y allí, arrodillados, se abrazaron. Las tetas se aplastaron contra el tórax de Armando y el tronco de la polla se pegó al coño. Se agarraron los culos, jadeándose a la cara, y comenzaron a removerse uno contra el otro. Se acariciaban por todos lados. Ella trataba de presionar el chocho contra la polla, clavándole las uñas en las nalgas para tenerle más cerca. Se masturbaban rozándose y manoseándose los culos, escupiéndose mutuamente los jadeos. Armando se removió deprisa y se dejó caer sobre sus talones apartándose un poco. Se agarró la verga, se dio unas veloces sacudidas y apuntó hasta salpicarle el chocho de motitas de leche, motitas de semen que se repartieron por todo el vello y por los bordes de la rajita. Isabel también asentó el culo sobre los talones, acariciándose el chocho y untándose de esperma por toda la zona.

Uff – exclamó ella pasándose la mano por la frente -. De qué manera no me habrás pervertido, que hasta te he chupado el culo.

En el fondo eres una putita de primera – dijo acomodándose de nuevo en el asiento -. Anda ven, duerme conmigo, mañana saldremos muy temprano.

Isabel se acurrucó contra su sobrino apoyando la mejilla en su hombro. Armando le pasó el brazo por la espalda y a los pocos minutos se quedaron dormidos. A las seis de la mañana reemprendieron la ruta y tres horas más tarde, Armando detenía el camión frente a una parada de autobús. Isabel ya había colocado todas sus cosas y tenía el equipaje entre las piernas.

Bueno, tía, cada media hora pasa un autobús que te dejará en la puerta de casa. Dale un beso a los abuelos. Creo que me mandarán de regreso dentro de tres días, ahora voy hacia el norte. Te llamo por teléfono.

Sí, y gracias.

¿Te lo has pasado bien?

Sí, aunque todo muy inmoral, muy indecente, así es que no cuentes nada, por el bien de los dos.

Ahora eres mi puta – afirmó acariciándola bajo la barbilla.

Sí, soy tu puta.

Se dieron un beso en los labios como despedida, como si fueran amantes, cuando en verdad eran tía y sobrino carnal. Faltaba el viaje de regreso a casa. CONTINUARÁ. Carmelo Negro.

(Agradeceros vuestros comentarios, los buenos y también los malos, que sirven para hacer autocrítica)

Gracias a los amigos y amigas del Messenger, nos seguiremos viendo.

Estoy en joulnegro@hotmail.com o dejad vuestros comentarios en Todorelatos.

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