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La esposa humillada

en Dominación

La esposa humillada I

Marcos tenía sólo veintidós años cuando empezó a salir con Silvia, de treinta y cinco, una mujer temperamental trece años mayor que él, pero de la que siempre había estado enamorado. Era muy guapa y la madurez le sentaba fenomenal. A juicio de los hombres que la conocían, cada vez estaba más buena. Además de guapa, era coqueta y elegante. Y además era simpática y atrevida. Desde muy adolescente, Marcos envidiaba a los chicos que salían con ella. Alta, piel morena, culo redondito con forma de corazón, tetas abultadas y erguidas, ojos verdes y una media melena negra con las puntas onduladas, muy al estilo de los sesenta. Trabajaba como profesora en un colegio y vivía sola en un apartamento. Silvia salía de una relación larga, de cuatro años, con Eloy, un chico de su edad y con el que había convivido durante los años de carrera pero que había supuesto una mala experiencia. Estuvo un par de años sin compromisos y luego conoció a Marcos, al que conocía de vista, del barrio, era un pijo hijo de unos empresarios de la construcción. Y se enamoró perdidamente de él, a pesar de la diferencia de edad, a pesar de los reparos que pusieron los padres de él, que creyeron que buscaba un braguetazo por su dinero. Pero se enamoró, creyó que realmente había encontrado al hombre de su vida a pesar de su juventud, a pesar de que su carácter, quizás por la madurez, resultaba más dominante que el de su novio, al que todo le parecía bien y que nunca pasaba nada. Marcos era un chico físicamente espectacular, muy guapo, con melena larga de color castaño, ojos azules, tez amulatada y tórax musculoso. Era encantador y cariñoso, siempre pendiente de ella, muy romántico, una persona muy agradable con el que resultaba difícil discutir. Siempre la defendió ante la oposición de sus padres cuando empezaron el noviazgo, incluso amenazó con irse de casa si no la aceptaban. Estudiaba derecho a distancia porque solía ayudar a su padre en tareas comerciales, mientras que su hermana Mónica se ocupa de la administración. Silvia no tenía reparos en hablarle de sus relaciones anteriores y esa falta de reparos, a veces de manera inconsciente, puede conllevar graves consecuencias. Había estado con varios hombres, y Marcos sabía que estaba harta de follar. Él era virgen, jamás había mantenido relaciones con una chica, y cuando ella le hablaba de sus ex novios se sentía ridículo, se sentía inferior a ella, se sentía como un novato, como si augurara que iba a ser incapaz de ponerse a la altura de los otros. Ella le contaba anécdotas con ingenuidad y le habló de lo desastrosa que había sido su relación con Eloy, por su mal genio, porque en más de una ocasión la había forzado a mantener relaciones, a hacer cosas que ella no quería. Por eso cortó con él, a pesar de que lo hicieron de mutuo acuerdo cuando a él le trasladaron a otro colegio. Fruto de tantas conversaciones íntimas, Marcos comenzó a percibir emociones raras, comenzaron a fraguarse en su cabeza fantasías perversas donde su novia siempre aparecía sometida por otro hombre, por sus ex novios, por Eloy. Él era virgen, nunca había visto una mujer desnuda, sólo a su hermana, que en verano dormía sin bragas y se pajeaba viéndole el culo. A Silvia le había mentido por vergüenza, y la primera vez que hicieron el amor estuvo muy nervioso, ella sabía moverse, sabía gemir, sabía tocarle, y él tardó en acertar con la penetración. Poco a poco, en las relaciones sexuales, ella tomaba la iniciativa, ella era la innovadora.

¿Probamos una penetración anal? – le había propuesto ella en una de las veces-. ¿Lo has probado?

No – se sorprendió Marcos - ¿Y tú?

Sí, algunas veces.

¿Con Eloy?

Sí, a él le gustaba.

¿Y a ti?

Probábamos por morbo.

¿Pero te gustaba?

Al principio me dolía, pero luego ya no. Los esfínteres se terminan dilatando, igual que la vagina. Al final llegas a sentir placer, pero las primeras veces es doloroso.

Lo intentó, Silvia se puso a cuatro patas, pero él sólo consiguió taponarle el ano con la punta, a pesar de que ella le animaba a que empujara sin miedo. Pero el pene se le doblaba, no tenía ni la suficiente fuerza ni la suficiente dureza. No tenía una polla ni muy gorda ni muy larga, y ante el bochorno de no poder metérsela, perdió hasta la erección. Se sintió como un inútil, seguro que su ex estaba hastiado de follársela por el culo. Ella le dijo que no pasaba nada, pero ella actuaba con desparpajo, ella iniciaba las mamadas, ella le pedía que le comiera el chocho, ella decidía la postura adecuada para follar, él estaba a su servicio. Quizás era por la madurez de Silvia o por su temperamento, pero ella dominaba siempre la situación. La morbosidad es muy traicionera y a veces la inducimos ingenuamente, como le pasó a Silvia, quien sin quererlo, indujo a su novio sucios pensamientos. Marcos comenzó a masturbarse pensando en cómo la follaban, comenzó a excitarse cuando sus amigos la miraban, cuando hacía top less en la playa y a los hombres se le iban los ojos, cuando la piropeaban, y se corría cuando follaba con ella imaginando que él era uno de sus ex. Una vez eyaculó en los calzoncillos cuando su amigo Alain le dijo que su novia estaba muy buena. Sin tocarse, sólo oyendo a su amigo, sólo observando cómo la miraba. Pero lograba dominarse, se autosatisfacía masturbándose, navegando en sus fantasías constantemente o viendo pelis pornos. A veces se arrepentía de sus malos pensamientos, sus amigos le envidiaban por estar saliendo con una chica tan guapa, tan maciza, tan madura, y en su mente él fantaseando con que otros hombres la follaban.

Marcos cumplió los veinticuatro y tras dos años de noviazgo con Silvia comenzaron a hacer planes de boda. Ella ya tenía 37, se acercaba a los cuarenta, su relación estaba consolidada, se amaban, eran felices y no querían perder más tiempo. Concretaron la boda para finales de noviembre. Sus padres trataron de convencerle de que esperara más tiempo, que aún era muy joven, pero argumentó que Silvia era la mujer de su vida y que quería irse a vivir con ella cuanto antes. Hasta ese momento, Marcos había logrado dominar sus impulsos, sus fantasías jamás vieron la luz, pero a veces se originan circunstancias o situaciones inesperadas que provocan un cambio radical en la vida de uno. A sólo dos semanas de la boda, su padre le encargó un trabajo en Barcelona como asesor comercial para una importante inmobiliaria y debía pasar un par de días en la ciudad condal. Acababa de celebrar la despedida de soltero con sus amigos, habían estado en un club de alterne, pero él no quiso tirarse a ninguna prostituta.

Se alojó en un hotel a las afueras, cerca del aeropuerto. Con todos los preparativos de la boda en marcha, aquel inoportuno viaje le había fastidiado, pero era importante para los negocios de la familia. Aquel viaje iba a suponer un giro en el rumbo de su destino. Pasó toda la jornada negociando con los directivos de la inmobiliaria y llegó al hotel sobre las ocho de la tarde, bastante agotado por las continuas reuniones. Se duchó, telefoneó a Silvia, se colocó ropa informal y salió a dar un paseo. Cenó unas hamburguesas y de vuelta al hotel entró en el bar a tomarse una copa, necesitaba relajarse un poco, aún era temprano y le apetecía una copa de ron. Allí había un hombre, de unos cuarenta y cinco años, alto, pelo corto, vestido de traje, con una densa barba en la cara y una barriga algo abombadita. Marcos eligió el taburete que estaba a su lado. El tipo también se tomaba una copa.

¿Te alojas en este hotel, chaval? – le preguntó a Marcos.

Sí, hoy y mañana, negocios.

Qué rollo, ¿verdad? Soy viajante y cada vez me cuesta más trabajo salir de mi casa. A veces me tiro toda la semana sin ver ni a mi mujer ni a mis hijos. Hoy aquí, mañana allí, estoy hasta los cojones.

A mí también me jode. ¿A qué te dedicas?

Represento una marca de lencería y visito grandes almacenes. ¿Tú?

Construcción, un coñazo, pero es lo que hay.

Por cierto, me llamo Gregorio, pero puedes llamarme Goyo.

Yo Marcos, encantado.

Se estrecharon la mano y Goyo le pidió al camarero que les pusiera otra copa. Y entablaron diversas conversaciones acerca de sus respectivos trabajos, algo de fútbol y política, hasta que después de varias copas y después de haberse caído bien mutuamente, Goyo se adentró en el terreno personal. Ya era casi la medianoche.

Un chico tan joven y tan guapo como tú debe de tener novia o estar recién casado.

Sí, tengo novia y pronto seré recién casado, me caso en dos semanas.

Vaya, pues tu novia debe de ser muy guapa, ¿no?

Aquel comentario alertó la obscenidad de Marcos. Sacó la cartera y le mostró una foto de Silvia, tipo carnet, donde ella aparecía sonriente.

Joder, está buena, ¿no?

Sí, es muy guapa.

Oye, ¿le gusta la lencería? Tengo arriba algunas muestras muy sexy, te las dejo a precio de fábrica, si te gustan, claro.

Sí, le gusta la lencería.

¿Usa tangas?

Sí.

¿Camisones de esos transparentes?

Sí – contestó comportándose con docilidad ante aquel desconocido.

Debe estar muy atractiva con esos camisones, ¿no?

Sí – sonrió -, se pone muy guapa.

¿Quieres verlos?

Vale, como quieras.

Vamos, verás como te gustan para ella.

Goyo pagó toda la cuenta y juntos se dirigieron hacia el ascensor. Aquel tipo parecía su padre, y de alguna manera, fruto de sus perversas fantasías, estaba ligando con él, y todo porque le había excitado al referirse a Silvia.

Irrumpieron en la habitación del tipo. Estaba bastante iluminada, con excelentes vistas, una habitación espaciosa, con una cama muy ancha y confortables sofás. Goyo se dirigió al minibar y extrajo unos botellines de ron y sirvió dos copas. Se acercó a él y le entregó una. Marcos estaba algo nervioso por la morbosa situación, había captado las intenciones del tipo, sin embargo su pene estaba hinchado. Luego, del armario sacó una maleta grande y la abrió para mostrarle las muestras de lencería. Había de todo. Goyo desdobló un picardías de color rosa claro, transparente, de finos tirantes, escote redondeado y muy corto, con volantes de pelusilla en la base.

Mira qué erótico, ¿te gusta?

Sí, es muy sugerente.

¿Te imaginas a tu mujer vestida así?

Uff, sería impresionante.

Extrajo un tanga de color negro con la delantera de muselina.

Y mira qué tanga, tiene que estar para comérsela con este tanguita puesto.

Sí.

Te iba a parecer una putita con esto puesto, ¿eh?

Sí, es verdad.

Goyo le miró con seriedad.

¿Te lo quieres probar? Así verás el efecto.

Tragó saliva, la excitación recorrió todo su cuerpo y le produjo serios escalofríos, con una erección incontrolable. Quiso mantener su ingenuidad simulada.

No sé.

Venga, mira, aquí tengo unos tacones, para que el efecto sea mayor.

Bueno, voy a probar.

¿Te importa si me pongo cómodo mientras te cambias?

No, no, haz lo que quieras.

Cogió las prendas y se encerró en el cuarto de baño para desnudarse. Intentó frenar esa lujuria que se apoderaba de su mente, pero el arrepentimiento no lograba imponerse. Iba a dar un paso arriesgado. Aún estaba a tiempo. Se hallaba a dos semanas de contraer matrimonio con la mujer que amaba. Pero la aventura le excitaba y aquel tipo era un desconocido, que probablemente no volvería a ver, nadie tenía que enterarse, como nadie sabía de sus fantasías, como nadie sabía que se masturbaba viendo el culo de su hermana. Podía ser su gran secreto. Se desnudó, se puso el ajustado tanguita, cuya tira trasera quedó oculta por la raja de su culo y en cuya parte delantera se transparentaba su pollita tiesa y sus huevitos. Se calzó con los tacones y se colocó el picardías. Vestirse de mujer acrecentó su excitación, sobre todo al mirarse al espejo y verse como una prostituta. Y salió del baño. Goyo se había desnudado, sólo llevaba puesto un ajustado slip de color blanco con un enorme bulto en la parte delantera. Tenía una barriga pronunciada y dura, con una piel de tono dorado, con pectorales velludos, un vello muy denso y rizado, y poseía unas piernas robustas con escaso vello. Le miró con ojos viciosos. Se sintió como una puta a merced de aquel desconocido. Caminó hacia él de manera tímida, con los brazos en los costados.

Me siento un poco ridículo – sonrió.

Goyo extendió el brazo y le acarició la cara con la mano abierta.

Estás muy guapa -. Él se miró el picardías, con las mejillas sonrojadas -. Ven, siéntate aquí.

El tipo se sentó en el borde de la cama y Marcos a su lado. Cruzó las piernas, como lo hacen las mujeres, ladeado ligeramente hacia él.

No sé, yo creo que a mi mujer le gustará, ¿no, Goyo? – preguntó por romper el hielo, aunque con la voz temblorosa.

Joder, me has puesto un poco cachondo al verte así. Estás muy guapa. ¿Quieres tocarme y ver cómo me la has puesto?

Marcos alargó el brazo derecho y le palpó el bulto, primero tímidamente con las yemas, percibió la extrema dureza de su pene, un pene de una considerable anchura a juzgar por los contornos que sobresalían por la tela. Goyo le miraba, podía notar su aliento, pero él miraba hacia su paquete. Abrió la mano para manosearle con suavidad toda la silueta, abordando con parte de sus dedos la inflamación de los huevos. Así, sobándole por encima del slip, alzó la mirada hacia él.

¿Te gusta, nenita? – le preguntó el tipo.

Sí.

Bésame, nenita…

Marcos acercó la cara, notó el cosquilleo de su barba y unió sus labios a los de él, morreándose, combatiendo con las lenguas. Tenía una lengua gorda, apestaba a alcohol y tabaco, pero baboseaban apasionadamente. Tomó la iniciativa y le metió la mano por dentro del slip, para toquetearle la polla y los huevos, a modo de pasadas con la mano abierta. Dejaron de besarse. Goyo se miró y vio cómo le sacaba la verga y se la empezaba a sacudir despacio, sujetándola por la mitad del tronco. Le masturbaba con la parte delantera bajada, enganchada bajo los huevos. Goyo resopló echando los brazos hacia atrás para reclinarse en la cama. Marcos cambió de mano, comenzó a meneársela con la izquierda y a sobarle los huevos con la derecha. Era una polla muy gruesa y venosa, de un tono oscuro, y poseía unos huevos flácidos.

Uff, joder, qué bien lo haces, nenita, ¿te gusta masturbarme?

Sí…

Marcos avivó los tirones de verga y el manoseo de los huevos. Goyo cerraba los ojos electrizado.

¿Por qué no me la chupas, nenita? Seguro que te gusta probarla…

Como tú quieras…

Venga, nenita, agáchate…

Goyo se dejó caer hacia atrás, con las piernas colgando por el borde. Marcos se arrodilló entre las robustas piernas, las acarició con las dos manos, hasta que acercó la boca y se comió la verga, se la metió entera en la boca, hasta que sus labios rozaron el vello, hasta que el capullo le taponó la garganta, y comenzó a mamarla succionando, deslizando los labios hasta el capullo y volviendo a bajar, mojándola, percibiendo el sabor de la babilla que brotaba de la punta. Veía su barriga subir y bajar ante las eléctricas dosis de placer que le proporcionaba con la mamada. Al mismo tiempo, no cesaba en las caricias por sus piernas, sin sacarse la ancha verga de la boca. Por iniciativa propia, bajó aún más la cabeza y le relamió los huevos, levantándolo con la lengua, vertiendo babas sobre ellos. Goyo gemía desesperado. Marcos bajó la mano izquierda para frotarse el pene por encima del tanga, estaba demasiado caliente por hacerle una mamada a otro hombre. Quiso ir más allá y se ocupó de levantarle las piernas para chuparle el culo, hundió la lengua y le acarició con la punta el ano peludo, el ano maloliente, a base de cosquilleos con la punta, con ganas de penetrarle con ella. Mientras le chupaba el culo, Goyo se masturbaba. Gemía hechizado por la lamida en el culo. De nuevo ascendió a los huevos, comiéndoselos, dando dos o tres pasadas sobre ellos con toda la lengua fuera, y regresó a la polla lamiéndola por el tronco, con los labios pegados, desde la base hasta el capullo.

Joder…Ahhh… Me voy a correr, nenita…

Marcos se irguió para agarrársela y sacudírsela muy cerca de su boca, con la punta rozándole la barbilla. Al mismo tiempo, se frotaba la izquierda por la delantera del tanga y así se corrieron casi a la vez, primero Marcos, eyaculando dentro del tanga, y luego la polla de Goyo comenzó a salpicar leche espesa sobre su cara, sobre la barriga y sobre el vello. La probó, se tragó algunas gotas, pero una vez escurrida, depositó la polla sobre el vientre y le acarició las piernas a esperas de su reacción.

Goyo se incorporó. Él permanecía arrodillado como una sumisa entre sus piernas, mirándole, con las manos plantadas en sus piernas. Tuvo un destello de arrepentimiento, un destello donde apareció la imagen de su novia, pero la sensación de sentirse como una mujer resultaba incontrolable. Se puso de pie y él le pidió que se sentara en su pierna, como si fuera su puta. Plantó el culo en su muslo robusto. Goyo le acarició la espalda por encima del camisón.

¿Sabe tu novia que eres maricón?

No, claro que no, nadie lo sabe. Además, es la primera vez, ¿y tú? ¿eres gay?

No, pero me gusta follarme los maricas como tú, los que no salen del armario, me encanta. Echa una copa, anda, nenita.

Al levantarse para servirle la copa, le atizó una palmadita en el culo por encima del camisón. Llenó las copas y regresó entregándole la suya. Ahora fue Goyo quien se levantó en busca de un cigarrillo y Marcos se sentó en el borde de la cama, con las piernas cruzadas, al estilo femenino. Volvió y se detuvo frente a él, con la zona de los genitales a la altura de su cara. Tenía la verga algo más floja, el vello impregnado de semen y algunas gotas pegadas por los bajos de la barriga. Olía a macho, podía percibir el olor del pene.

Eres muy guapo, chaval. Y tu novia también es muy guapa. ¿Te gustaría ver cómo alguien se la folla?

Me resultaría morboso, pero no creo que ella aceptase.

Le acarició bajo la barbilla con el cigarro en la boca.

Eres muy guarra para ser la primera vez -. Marcos sonrió algo abochornado -. Me ha gustado cuando me has chupado el culo. ¿Quieres chupármelo otro poco?

Lo que tú quieras…

¿Por qué no me dejas esa foto que tienes de tu mujer y así me concentro pensando que eres ella?

Bueno…

Marcos cogió la cartera de la mesita y sacó la foto tipo carnet de Silvia. Se la entregó a Goyo, que la miró con lujuria, dándose la vuelta e inclinándose un poco, ofreciéndole su culo ancho y abombado. Marcos le plantó una mano en cada nalga y acercó la cara hundiéndola en la raja, lamiendo su ano con toda la lengua fuera, pasándola por encima del orificio sin parar, percibiendo el olor hediondo y el sabor áspero, mientras los huevos se movían entre las piernas, señal de que estaba masturbándose mientras él le chupaba el culo. Goyo se la sacudía con la derecha mientras sostenía la foto de Silvia con la izquierda. Pasado un rato, ya con el ano muy mojado, se irguió y volvió a girarse hacia él. Tenía la polla muy erecta. Marcos le miró sumisamente.

¿Quieres que te dé por culo, maricón, mientras miro la foto de tu novia?

¿Tú quieres, Goyo?

Sí, quiero follarte, me gusta follarme maricones como tú -. Se inclinó para abrir el cajón de la mesilla y sacó un botecito de cristal que le entregó a Marcos -. Dame por la polla y échate un poco en el culo.

¿Qué es?

Una especie de aceite, como vaselina, para que no te duela mucho. Eres una virgencita, maricón, te va a doler un poco.

Se vertió un poco de aceite en la mano derecha y le untó la polla hasta dejarla reluciente y resbaladiza. Goyo no paraba de mirar la pequeña foto de Silvia. Luego subió un poco las piernas y se roció el ano con la yema del dedo índice.

Ya.

Échate hacia atrás y sube todo lo que puedas las piernas -. Se tumbó hacia atrás y elevó las piernas hasta rozarse los pectorales con los muslos y las rodillas pegadas a sus hombros, con las nalgas elevadas del colchón, a unos centímetros del borde. Su polla sobresalía por encima de la tira superior del tanga de lo erecta que la tenía. Le iban a follar, un hombre, a dos semanas de su matrimonio con Silvia, iba a vivir una experiencia increíble -. Ábrete el culo.

Bajó los brazos y se abrió la raja, dejando expuesto su ano. Goyo le apartó la tira del tanga a un lado, dejando libre sus huevitos y su pollita erecta. La base del camisón la tenía a la altura del ombligo. Depositó la foto de Silvia encima de sus huevos para contemplarla mientras se lo follaba, se meneó la polla unas cuantas veces y la acercó al ano, taponándolo primero y empujando después para irla hundiendo muy despacio gracias a la rociada de aceite. Marcos frunció el entrecejo con una mueca de dolor, clavándose las uñas en las nalgas para soportar la dilatación, así hasta notar que se la clavaba entera. Y empezó a darle secamente, extrayendo media polla y hundiéndola secamente hasta el fondo. Marcos resoplaba dolorosamente y Goyo bufaba en cada clavada.

¿Te gusta, nenita?

Ahhh… Sí…

¿Cómo se llama tu novia?

Silvia.

¿Te gusta cómo te follo, Silvia?

Sí…

Goyo aligeró las embestidas deslizando la polla al interior del ano con más agilidad. Marcos le miraba sin desfruncir el ceño y escupiendo el aliento con la boca muy abierta, viéndole jadear. Goyo ya desprendía jadeos más alocados y al instante sacó la polla del culo para sacudírsela nerviosamente. Se encogió y comenzó a escupirle leche sobre los huevitos y la pollita, gotas dispersas que mancharon la fotografía de Silvia, gotas dispersas que le dejaron la zona genital toda manchada de semen. Se soltó la polla y dio un paso atrás, fatigado, en ese momento, Marcos se agarró su polla manchada de leche y se masturbó viendo al macho que le había follado, derramando gotitas de leche sobre su mano.

Voy a darme una ducha – dijo Goyo -. Vístete y lárgate de aquí, maricón…

Diez minutos más tarde ya estaba en su habitación, meditando sobre la experiencia homosexual que acaba de vivir. Más que la relación con un hombre, lo que más le había excitado es que el tipo se imaginara que follaba con Silvia. No podía estropear su vida con aquella perversión, debía enmendar su lujuria, dejar esa experiencia como un secreto. Al día siguiente, tras unas gestiones con los de la inmobiliaria, anuló el pasaje de avión, alquiló un coche y regresó a casa. La boda con Silvia estaba a la vuelta de la esquina.

Marcos cumplió los veintiséis y Silvia los treinta y nueve. Llevaban dos años casados y eran felices, habían querido tener familia, pero el embarazo no llegaba y ella estaba a un paso de adentrarse en los cuarenta. Sus relaciones sexuales eran buenas, aunque como suele ser habitual en los matrimonios, cada vez más regulares y monótonas, con muchos momentos de inapetencia, ya sin grandes innovaciones por parte de ella, salvo algún día esporádico en que se calentaban demasiado y ese día resultaba todo más eléctrico. Marcos le había sido fiel, su esporádica relación homosexual con Goyo dos semanas antes de casarse quedó sólo en eso, en una experiencia morbosa única, que a veces utilizaba para inspirarse y masturbarse. Había logrado contener sus sensaciones, aunque continuaba fantaseando con verla follando con otro hombre, continuaba excitándose cuando la miraban, cuando la piropeaban, cuando en alguna conversación ella recordaba a su ex. A veces la fotografiaba cuando dormía y adquiría una postura erótica o la grababa con el móvil sin que ella se percatara. En alguna ocasión, utilizando un seudónimo y ocultando el rostro de Silvia con el photoshop, había intercambiado fotos con otros tíos a través del Messenger. En líneas generales, todo funcionaba bien, las fantasías sólo eran eso, fantasías. Pero al final una mente tan lasciva como la de Marcos conlleva riesgos, de alguna manera induce trances que al final derivan en insólitas consecuencias. Con una mente tan lasciva uno se vuelve imprudente. Incita el morbo, y el morbo inducido es un desafío.

A principios del mes de junio, la directora del colegio donde trabajaba Silvia se jubilaba y todos los compañeros le prepararon una fiesta de despedida en un lujoso restaurante de las afueras. Acudieron muchos compañeros y compañeras que habían trabajado con ella en los últimos años, entre ellos Eloy, el ex de Silvia. En aquel almuerzo fue donde Marcos conoció al ex novio duro de su esposa. Era de la misma edad que Silvia, bastante atractivo, alto y corpulento, con el pelo engominado y pinta chulesca. Al estrecharle la mano, Marcos percibió cierto estímulo de excitación al saber que aquel tipo se había follado a su mujer y el estímulo se acrecentó cuando le vio cómo la besaba, cómo la piropeaba y cómo ella tonteaba con él. No se separaron ni un momento durante el buffet, recordando multitud de anécdotas de cuando eran novios, de cuando convivieron juntos durante la carrera. Ya en el restaurante, Silvia se sentó entre los dos, entre Marcos y Eloy, y no pararon de hablar durante toda la comida. Marcos apenas intervenía, asistía como un idiota de espectador en las charlas que mantenían. Él estaba separado y sin compromiso, y le habían trasladado a un colegio de la ciudad. Percibía cómo la miraba, Silvia iba muy guapa y sugerente con un vestido atigrado muy corto y ajustado, de escote redondeado, con medias negras y zapatos de tacón aguja que le otorgaban glamour, con toda la espalda al descubierto, muy cerca de la cintura. A él le tenían como al margen, durante la comida apenas Silvia se dirigió a él. Una de las veces, en medio de unas risas, Eloy le acarició la espalda a su mujer y Marcos comenzó a tocarse bajo la mesa, así hasta que se corrió en los calzoncillos. Luego vino el baile en una discoteca cercana y por supuesto su esposa y su ex bailaron juntos, muy pegados, mientras él les observaba tonteando por las mesas. La fiesta fue perdiendo fuelle y la gente comenzaba a irse. Silvia y Eloy tomaban una copa en la barra, ambos sentados en unos taburetes, uno frente al otro, mientras Marcos se encontraba de pie en medio de los dos.

- Me ha dicho Silvia que vas al gimnasio.

- Sí, dos o tres veces a la semana.

- A ver si me llamas y te acompaño algún día, tengo ganas de ponerme en forma.

Pedro y Paqui, una pareja de profesores amigos de Silvia, se acercaron a ellos. Habían venido juntos a la fiesta en el coche de Marcos.

Oye, Silvia, no quiero joder, pero nosotros nos tenemos que ir – le dijo Paqui.

Marcos tuvo un destello de lujuria y saltó sin meditar siquiera.

Yo os llevo, uff, también estoy rendido

¿Nos vamos ya entonces? – preguntó Silvia.

No, cariño, tú quédate si quieres, luego me llamas y vengo a recogerte…

No, tranquilo, yo la acerco – se ofreció Eloy.

Se dieron un fuerte apretón de manos y Marcos se marchó con Pedro y Paqui, dejó a su mujer a solas con su exnovio, una situación que le excitaba enormemente, de hecho, tras dejar a la pareja, regresó a la discoteca con la intención de espiarles. Se iba a arriesgar, tampoco pasaba nada si le descubrían, podría poner la excusa de que había vuelto para recogerla o porque le apetecía tomar otra copa. La discoteca estaba llena y el bullicio le servía de discreción. Pidió un refresco y se ocultó tras una columna de cristal, con una perfecta perspectiva de la zona de la barra, donde aún continuaban Silvia y Eloy, charlando animadamente, sin parar de beber. La veía reírse, ella permanecía sentada con las piernas cruzadas, ladeada hacia él. A Eloy le veía acercarse y susurrarle cosas al oído.

En la barra, el alcohol comenzaba a surtir efecto. Eloy se había vuelto más atrevido y Silvia más accesible ante el hombre con el que estuvo conviviendo muchos años, con el que había compartido muchos momentos íntimos. Y estaban a solas. Silvia quería contenerse, estaba a solas con él, no quería perder su condición de mujer fiel, pero se sentía a gusto con la compañía de Eloy, le venían a la cabeza infinidad de momentos de sexo y de alguna manera comenzó a sentirse atosigada por esas lujuriosa sensaciones que trataba de evitar. Eloy follaba como nadie, solía ser bastante agresivo en el sexo, pero incluso en momentos de sexo no consentido, cuando a veces la obligó, al final conseguía que gozara. Su presencia, en definitiva, la ponía cachonda. Su olor, su perfume, su estampa, su forma de comportarse, todo le atraía, todo hacía que percibiera un hormigueo en la vagina. Con Eloy, el sexo siempre resultaba novedoso, en cambio, con Marcos, el sexo resultaba excesivamente tradicional, demasiado romántico, y ella echaba de menos algo de furia salvaje. Trataba de pensar en Marcos y en que no deseaba hacerle daño, eran felices y le quería, pero estaba muy cerca de cometer un grave desliz.

¿Y cómo que no habéis tenido hijos? – le preguntó Eloy.

Silvia encogió los hombros.

Si pudiera comprar un boleto y quedarme embarazada, pero no hay medio, y se me pasa el arroz a este paso. Cumplo cuarenta ya mismo.

¿Qué pasa? ¿No te folla bien tu marido?

Sonrió ante la pregunta y precisó de un trago.

Cómo eres, Eloy. Siempre has sido tan salido.

Antes te gustaba como yo te follaba -. Le acarició la cara con las yemas y bajó la mano para deslizarla por encima de su pierna, por aquellas medias relucientes, acariciándole casi todo el muslo -. Estás muy guapa, sigues tan guapa como siempre. Echábamos buenos polvos, ¿eh?

Sexo salvaje, jaja – bromeó ella dejándose manosear la pierna.

¿Te gustaba follar conmigo?

Sí.

¿Y tu marido? ¿Te folla como yo?

Bueno, Marcos es más, bueno, está menos salvaje que tú.

¿Te da por el culo?

Anda, calla, Eloy, nos vamos a poner calientes y no quiero. Soy una mujer casada.

Quiero besarte.

Eloy, no me hagas esto… - suplicó apartándole la mano de la pierna.

Pero hizo caso omiso de la débil súplica, la sujetó de la nuca y le acercó la cabeza para besarla con pasión, enrollando sus lenguas, con los labios pegados y las miradas enfrentadas, él acariciándole los muslos de las piernas por encima de las medias y ella con las manos en su espalda. A Marcos se le hinchó la verga al verla besándose con su ex, al ver cómo él la tocaba. Se la iba a tirar y él tenía que presenciarlo.

En la barra, tras el intenso morreo, dejaron de besarse y ambos volvieron a erguirse, pero enseguida Eloy bajó del taburete y sacó la cartera para pagar.

Vamos a algún sitio más tranquilo, ¿vale? – propuso él soltando unas monedas en la barra.

No quiero, Eloy, de verdad… Esto es un error, tenía que haberme ido con mi marido.

Venga, coño, no seas tonta, nadie va a enterarse y necesitas echar un buen polvo…

Por favor, Eloy, no quiero… - volvió a suplicar bajando del taburete.

Marcos vio que la agarraba de la mano y tiraba de ella en dirección a la salida. Parecían una pareja, una pareja de cuarentones bien conservada. Al salir le pasó el brazo por la cintura y se dirigieron hacia el BMW deportivo de Eloy. Marcos buscó las llaves de su coche y aguardó hasta que les vio arrancar. Y les siguió a una distancia prudente. Recorrieron unos cuantos kilómetros hasta abandonar la ciudad y tomaron una carretera camino a la sierra, pero se desviaron en un camino rural hasta que se detuvieron junto a un pinar. Marcos recorrió unos cincuenta metros más para no ser descubierto y apagó las luces para aparcar tras una enorme roca. Se apeó del coche y se acercó hasta ellos, oculto en la maleza, a sólo tres metros del deportivo, por el lado donde estaba montada su esposa. Podía ver su figura en la ventanilla. Vio que abrían ambas puertas para que corriera el aire y que encendían las luces interiores. Ahora la veía sentada junto a su ex. Podía hasta oírles de lo cerca que estaba del coche. Se bajó la bragueta y se sacó la pollita para tocársela.

En el coche, Eloy corrió el asiento para atrás y reclinó algo más el respaldo para acomodarse. La miró, extendió el brazo derecho y le acarició las piernas con la mano muy abierta arrastrando el vestido hasta la cintura, descubriendo sus braguitas blancas de satén y el encaje de las medias en la parte alta del muslo, llegando a tocar su carne fresca a la altura de las ingles. Ella no hacía nada, sólo mirar cómo la manoseaba.

Qué buena estás, cabrona…

Eloy, joder, no me hagas esto… Llévame a casa, te lo pido por favor.

Le apartó de golpe la delantera de las bragas destapando su chochito, un chochito cuidadosamente depilado, sólo con una delgada línea de vello por encima de la rajita. Le atizó unas palmadas en el coño que la hizo encogerse y enseguida comenzó a desabrocharse el pantalón. Ella aguardó respirando nerviosa, sin taparse, ladeada hacia él. Con la izquierda comenzó a bajarse trabajosamente el pantalón para estirar el brazo derecho y bajarle de un tirón el escote del vestido, dejando sus dos sabrosas tetas al aire, unas tetas blandas que sufrieron un vaivén ante el gesto.

Por favor, Eloy, llévame a casa, no quiero hacer esto…

Logró despojarse del pantalón y acto seguido se bajó el slip con las dos manos, tirando ambas prendas encima del volante.

Anda, tú siempre has sido muy puta, sé que estás deseando… -. Se reclinó sobre el asiento y separó las piernas. Silvio se fijó en su polla obesa, de amplio espesor y venas gruesas, de longitud normal, pero con un capullo muy arponado y afilado de un tono rojizo, tal y como ella la recordaba -. Anda, nena, hazme una mamada como tú sabes…

Eloy…

Venga, hostias.

Tuvo que obligarla, la sujetó por la nuca y la forzó a curvarse sobre él, imponiéndole que se metiera la polla entera en la boca. Le agarró la cabeza con ambas manos y él se encargó de movérsela rudamente subiéndola y bajándola para que se la chupara. Sus labios resbalaban por aquel tronco duro y ancho hasta notar el vello, con la mejilla rozando su barriga, hasta que la obligaba a subir hasta la punta. Cuando el capullo le taponaba la garganta, una arcada la obligaba a verter babas por las comisuras de los labios, babas que goteaban en el vello y en los huevos. Le subía y le bajaba la cabeza con fuerza y velocidad, dejándola unos segundos cuando bajaba con la polla entera en la boca, hasta que le notaba una arcada y le volvía a subir la cabeza hacia la punta. No le daba tregua para tomar aire. Permanecía echada sobre su regazo con ambas tetas aplastadas contra su muslo peludo. La dejó que ella mamara. Continuó de la misma manera, aunque cuando llegaba al glande abría la boca para respirar, escupía las babas sobre la polla y de nuevo bajaba la cabeza para metérsela entera. Tenía casi la anchura de una lata de cerveza y le dolían las mandíbulas de tener la boca tan abierta, pero estaba rica, tenía ganas de probar una polla así, una polla inmensa comparada con la de su marido, del grosor de un puro. La estaba dejando bien mojada de saliva. Se lanzó a chuparle los huevos, sabía que le gustaba, unos huevos duros y ásperos, peludos, muy redondos, comenzó a pasarle la lengua para empaparlos de saliva. Desde los arbustos, a escasos metros, Marcos la veía echada sobre él y los continuos movimientos del tórax, mamando sin cesar. Vio que él extendía el brazo derecho y le subía el vestido para acariciarle el culo. Le pasó la mano abierta por ambas nalgas, pellizcándoselas, hasta que le sacó la tira del tanga de la raja, la apartó a un lado y le clavó un dedo en el culo, comenzando a follarla con él, incrustándolo en el ano con potencia. Su esposa encogía el culo en cada clavada.

Qué bien la chupas, perrita… Ahhh… Ahhh…

Aún le chupaba los huevos, los tenía empapados de babas. Le sacó el dedo del culo y la agarró de los pelos obligándola a incorporarse. Tenía la barbilla reluciente por la saliva y algún goterón colgándole del labio. Le dio el dedo para que lo lamiera, para que saboreara las sustancias extraídas de su ano. Ella le chupó el dedo con ansia, sacudiéndole la polla mojada al mismo tiempo. Él le achuchaba las tetas con la otra mano, cogiéndolas por el pezón y zarandeándola hacia los lados.

Quiero follarte el culo…

No – dijo sumisamente.

Pero Eloy bajó del coche y lo rodeó a toda prisa, con la verga empinada y balanceándose hacia los lados. Marcos se masturbaba en la oscuridad ante el trato que recibía su mujer. La sujetó del brazo y la forzó a bajar. La empujó hasta el capó y la obligó a curvarse sobre él. Ella apoyó las manos en la chapa, como si fuera a cachearla. Le dio unos fuertes tirones a las bragas hasta dejarla con el culo al aire. Y se pegó a ella sujetándose el enorme pollón para dirigirlo. Le costó clavarla, pero le dilató el ano y la sumergió de un golpe seco. Silvia chilló ante el brusco estiramiento de los esfínteres, ante el brusco ensanchamiento de su ano. Notó hasta un cosquilleo en el estómago, como si avanzara imparablemente en su interior. Y comenzó a follarla con rabia, dándole fuerte, aplastándole las nalgas al hundirla, colocándole las manos en los hombros para sujetarse. Ahora Silvia sólo resoplaba, con sus tetas danzando como locas en cada penetración. Notaba las manos sudorosas de su ex por la espalda, por el vientre y en el coño, la tocaba por todas partes mientras le daba por culo.

¿Te gusta, puta?

Sí…

Chilla, cabrona…

Silvia comenzó a gemir como loca mientras le abría severamente el culo. Marcos eyaculaba en la hierba viendo cómo su ex le daba caña. Vio que le sacaba la polla del culo y volvía a encogerse para pincharle el chocho. Y aceleró los movimientos follándola salvajemente, obligándola a jadear secamente, mirando al frente, hacia el horizonte luminoso, con sus tetas saltando sin cesar. De nuevo sacó la verga y volvió a meterla en su culo, dilatándolo de nuevo y asestándole duras embestidas. El sudor brillaba en la espalda de Eloy, encogiéndose velozmente para follarla. La sacó de repente apartándose a un lado.

Vamos, zorra, chúpamela.

Con obediencia, su mujer se incorporó y se acuclilló ante él, rodeó la polla con su mano derecha sacudiéndosela sobre la cara. Con la izquierda comenzó a moverse el chocho, a masturbarse mientras se la mamaba. Eloy jadeo encogiendo la barriga, señal de que iba a eyacular. Silvia aceleró las sacudidas golpeándose la cara con la punta. Marcos fue testigo. Fue una auténtica meada de leche, un grueso chorro interminable que la puso perdida, como si le hubiesen vertido una jarra de leche condensada sobre la cabeza. Las hileras blancas le corrían por las tetas y el rostro y del cabello caían gotas incesantemente. Silvia se levantó mirándose, espantada por la meada de semen. Escupió semen en porciones gruesas y se pasó las manos por las tetas. Aún tenía las bragas bajadas y el vestido enrollado en la cintura. Había sido una auténtica ducha.

Mira cómo me has puesto…

En ese momento, Marcos retrocedió despacio hasta su coche. Y salió de allí antes que ellos. Cuando llegó ella en torno a las cinco de la mañana, él ya simulaba que dormía plácidamente. Oyó la ducha y luego la vio entrar con la luz apagada. Se puso el pijama y se tumbó a su lado abrazándole fuerte. A los pocos segundos la oyó gimotear. Estaba claro que se arrepentía del polvo que acaba de echar con su ex, sin embargo él era todo lo contrario, tenía el pene a punto de estallar. Necesitaba masturbarse. Y cuando creyó que ya dormía, se levantó y fue al cesto de la ropa. Sacó las bragas húmedas y las olió, olió el semen impregnado, y luego sacó el vestido, manchado por todos lados. Y con aquellas prendas, con el rastro del semen de Eloy, se hizo otra paja reviviendo la escena en el pinar, cada detalle, cada chupada, cada gota de semen derramada. CONTINUARÁ LA SEGUNDA PARTE donde Marcos compartirá sus sensaciones con un buen amigo. Joul Negro.

Opiniones y comentarios en Messenger o email joulnegro@hotmail.com

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