miprimita.com

Historia de un maricón (Segunda parte)

en Amor filial

Historia de un maricón. (Segunda parte)

           

(Llegué al punto de compartir a mi mujer la noche de nuestra boda, olerle el coño a mi hermana mientras él se masturbaba o mirar los ojos de mi madre mientras mi primo se la follaba.)

                   Como narré al final de la primera parte, con la marcha de mi primo, todo parecía volver a su cauce. De alguna manera, me sentí liberado, aunque a veces me masturbaba recordando las pajas que le hice, aquella mamada, el olor de su culo, las veces que se la sujeté para mear, y las increíbles escenas con mi madre y mi hermana. Había vivido con él experiencias extraordinarias e incestuosas, como cuando me besé con mi hermana, cuando olí su coño o aquella mirada de mi madre cuando Ismael le daba por culo.

Todo quedaba atrás, se iniciaba mi nueva etapa universitaria. Tenía claro que mi homosexualidad había sido pasajera, inspirada por el morbo que me causó mi primo Ismael aquella primera vez que me pidió que le masturbase en el camarote del barco. Me gustaban las tías, me empecé a fijar en las chicas guapas, aunque seguía costándome un trabajo enorme intimar con ellas. Tuve una novia que me dejó por aburrido. Simplemente, se lió con otro. Volví a salir con mi pandilla para vencer esa extraña confusión. Sin embargo, mi primo dejó huella en mi mente, me enfrascaba en aquellos recuerdos morbosos. Quería escapar de ellos, pero no podía.

Sólo mi hermana conocía mis tendencias homosexuales, aunque no volvimos a hablar de nuestros encuentros con Ismael. Nos daba reparo y era algo para olvidar.  Me moría de vergüenza imaginar que alguien más de mi entorno las supiera. A veces me masturbaba viendo videos gays en internet. Me fijaba en la polla de mis amigos cuando íbamos a mear juntos. En la sauna del gimnasio me fijaba en los culos de los hombres, cuando se inclinaban y les veía el ano y los huevos entre las piernas. Luego me masturbaba en casa. A veces fruto de la desesperación, me fijaba en la verga de mi padre cuando le veía desnudo.

No se desvanecía del todo, pero esa fiebre homosexual se fue pasando poco a poco. Sólo a veces sufría un calentón y lo solucionaba con alguna paja viendo videos gays. Me fui a la ciudad cuando empezó la Universidad, a una residencia de estudiantes carísima, con habitación propia. Y me concentré en estudiar, quería ser médico y estaba dispuesto a conseguirlo.

        En mi afán por rectificar, mi madre no iba a ayudarme mucho. Era una jodida puta sin remedio, una ninfómana sin escrúpulos. Quizás mi hermana y yo llevábamos sus genes lascivos, por eso nos pasó lo que nos pasó. Mi hermana Sonia parecía haberse enmendado, se fue a vivir con Adolfo a la ciudad, a tratar de terminar el cuarto curso de medicina.

Mis padres se quedaban solos durante la semana. Yo solía regresar a casa los viernes por la tarde y mi hermana y Adolfo lo hacía normalmente cada quince días. Mi padre cayó en depresión y tuvo que acudir a un especialista. Sufría crisis de ansiedad y tuvo que empezar a tomar ansiolíticos. Creo que todo se debía a las fuertes discusiones que tenía con mi madre. No se llevaban muy bien, ella era una dominanta. Yo me parecía más a él, teníamos una personalidad más apocada, y mi madre era más temperamental, más mandona, le gustaba organizar todo y llevar la batuta de la casa.

Llegaron las navidades de aquel año y mi madre celebró la Nochevieja en casa con toda la pandilla de amigos. Formaban una buena juerga. Se iban alternando, cada año se celebraba en una casa distinta y aquel año tocó en la nuestra. Acudieron los tres matrimonios que normalmente solían juntarse, también mi padrino Ángel, de 50 años, recién divorciado, y un amigo solterón de mi padre que se llamaba Teo, en total ocho personas. Mi madre preparó la mesa del salón y lo decoró con motivos navideños. Yo aquella noche no salí, casi todos mis amigos estaban fuera y los que quedaban tenían novia. No me apetecía ir de colgado.

Cené con mis padres y sus amigos. Me fijé en que mi madre no paraba de beber y tonteaba con mi padrino. Llevaba un vestido negro, largo, hasta los tobillos, pero muy sensual por sus amplias aberturas laterales y por lo escotado que era. Al tener los pechos tan grandes, parte de la masa esponjosa le sobresalía por el escote. Era de tirantes, muy finos. Llevaba tacones y la melena recogida en un moño. Mi padre no se lo estaba pasando mal, aunque no se percataba del tonteo que tenía con mi padrino. Tras las campanadas, me tomé unas copas y me despedí de todos. Me iba a la cama. Pero tenían una buena juerga montada y no paraba de dar vueltas en la cama. Oía las escandalosas risas de mi madre, la música a todo volumen y el constante zumbido de los murmullos.

Oía abrir y cerrar la puerta de la calle dos o tres veces. Seguro que los invitados ya se iban marchando. Oí pasos por el pasillo. Me levanté y abrí la puerta. Mi padre pasaba en ese momento por delante.

-          ¿Todavía estás despierto?

-          Hacéis mucho ruido. Cualquiera pega ojo.

-          Ya se están yendo. Lo que pasa que cualquiera echa a tu padrino.

-          ¿Y tú?

-          Yo estoy que me caigo, hijo. No he podido beber y estas pastillas me dejan K.O. Dame un beso.

Nos dimos un beso de buenas noches y se encerró en su cuarto. Me quedé alerta en el pasillo. La música apenas se oía y no se escuchaba ningún ruido. Apagué la luz del pasillo y fui a investigar. A medida que bajaba las escaleras y me acercaba al salón, llegaron a mis oídos respiraciones forzadas y aceleradas, algún gemido esporádico y el ruido de chasquidos y besuqueos.

Recorrí acuclillado el trozo de pasillo hasta que pude asomarme. Ya era un experto mirón. Les vi de frente. Mi madre sentada en el sofá, entre mi padrino y Teo. Se estaba morreando con mi padrino a mordiscos mientras éste le sobaban las tetas con rudeza, estrujándoselas por encima del vestido. Mi madre volvió la cara para morrear a Teo y Ángel aprovechó para zarandearle las tetas con golpecitos en la base. De tanto manosearle los pechos, se le sobresalían por los lados, incluso el pezón del derecho le asomaba por el lateral. Mi padrino acercó la cara para besuquearla por el cuello. Uno en la boca y otro en el cuello.

-          Zorra, que caliente me pones…

Mi padrino le soltó una bofetada para que volviera a mirarle y se lanzó a morrearla metiéndole la mano por el escote para sobárselas por dentro del vestido. Veía los nudillos bajo la tela estrujándoselas rabiosamente. Eran tan grandes y blanditas. Mi madre sólo les acariciaba las piernas por encima de los pantalones. Teo le metió la mano por la abertura lateral para achucharle los muslos y arrastrar la falda hacia la cintura. Le pellizcaba los muslos con nerviosismo mientras se morreaba con Ángel. Comenzó a acariciarla por encima de las bragas, lamiéndola por el cuello. Continuaba morreándose con mi padrino. Teo dejó de tocarla para erguirse y comenzar a desabrocharse los pantalones. La dejó con la falda subida y las bragas a la vista. Mi padrino le sacó la mano del escote, le dejó una teta por fuera y le acarició la pierna. Cuando Teo se bajó la delantera del slip y desenfundó su polla larga, le volvió la cara hacia él achuchándole las mejillas.

-          Vamos, zorra, tócame la verga…

Mi madre se ladeó hacia él y le dio la espalda a mi padrino. A mí se me puso el pene muy duro, por cómo trataban a mi madre y por la longitud de aquella verga que asomaba por encima de la bragueta. Mi padrino, tras ella, le tiró del vestido hacia arriba hasta sacárselo por la cabeza. La dejó con los pechos al aire y en bragas, llevaba unas braguitas azul celeste de tul. Enseguida, mi padrino le metió las manos bajo las axilas y le apretujó las tetas con rabia, besuqueándola tras las orejas. Mi madre extendió el brazo derecho, rodeó la polla de Teo y se la empezó a menear.

-          Mira qué tetas tiene la puta – jadeaba mi padrino meneándoselas -. Muévele la polla más deprisa -. Mi madre aceleró, pero recibió una bofetada en la cara de mi padrino -. Más deprisa, zorra…

Agitó el brazo velozmente. Ángel la besuqueaba comprimiéndole los pechos amelonados y blandos. Deslizó la mano izquierda por su vientre relleno y la metió dentro de las bragas para hurgarle en el coño. Podía ver el movimiento de los nudillos bajo la tela brillante de tul. Teo se inclinó para mamarle la teta libre mientras ella continuaba cascándosela con velocidad. Mi madre se retorcía de placer, apoyando la nuca en el hombro de mi padrino, gozando del manoseo y las lamidas en la teta.

-          Mueve su polla, guarra – apremiaba mi padrino sobándole el coño dentro de las bragas y la teta derecha -. No pares de moverle la polla…

Teo apartó la boca y le escupió en el pezón. Entonces, Ángel sacó la mano de las bragas y le subió la teta hacia la boca.

-          Chupa, jodida cerda…

Mi madre sacó la lengua y lamió el salivazo de su pezón.

-          Quiero escupirle a esta guarra – dijo Teo.

-          Saca la lengua, zorra… - le exigió Ángel.

Sacó la lengua, pero además mi padrino le abrió más la boca con los dedos índices. Teo acercó la cara y le escupió dos veces en la lengua. Yo ya me había corrido, pero volvía a empalmarme otra vez. Mi padrino la inclinó ligeramente para que se golpeara ella misma las tetas con la polla. Sus pechos sufrían ligeros vaivenes al clavársela en la carne blanda. Teo le atizó una bofetada.

-          Chúpamela, guarra…

-          Vamos, zorra…

Mi padrino la agarró del moño y la obligó a levantarse. Sus tetas se columpiaban alocadas. Después la forzó a arrodillarse ante Teo y ella misma se curvó para mamársela. Ahora la veía de espalda, a cuatro patas, subiendo y bajando la cabeza, haciéndole una mamada al amigo solterón de mi padre.

-          Mira cómo me la chupa la hija de puta – decía Teo mirando cómo se la mamaba -. Es una buena mamona…

Oía los chasquidos de saliva al mamar. Ángel se acuclilló tras ella y le tiró de las bragas hasta bajárselas hacia medio muslo. Le azotó el culo mediante severas palmadas en las nalgas. Mi madre lo removía y lo contraía, sin dejar de mamársela a Teo, ya con las nalgas enrojecidas.

-          Tiene el culo gordo la cabrona – señaló Ángel atizándole un último azote antes de ponerse de pie.

Comenzó a desabrocharse el pantalón y se apartó. Pudo verle su culo enrojecido, con las bragas enrolladas a medio muslo. Lograba distinguir el ano blanquecino en el fondo y la raja reluciente del chocho por los flujos vaginales que brotaban. Teo cabeceaba en el respaldo muerto de placer. Mi padrino se quedó desnudo de cintura para abajo. Exhibió una polla gruesa con venas muy señaladas. Teo comenzó a gemir con el ceño fruncido.

-          Sigue chupando, guarra… Sigue… Ahhh… Ahhhh…

Vi que mi madre iba frenando las subidas y bajadas de la cabeza y que Teo se retorcía de placer. Entonces mi padrino la agarró del moño y la forzó a levantarse. Vi la polla baboseada de Teo. Qué rica estaba, llenita de babas de mi madre y resquicios de semen.

Ángel la condujo agarrada del moño hasta la mesa. Los pechos amelonados no paraban de balancearse. Le vi la lengua blanca, aún tenía la boca llena de leche y un pegote espeso le resbalaba por la comisura del labio como un colmillo.

-          Jodida guarra, voy a romperte este culo gordo que tienes…

La colocó contra la mesa. Mi madre se inclinó ligeramente apoyando las manos en la superficie, cerca del borde, con las tetas colgando. Mi padrino le abrió el culo con los pulgares y su capullo se adentró en la raja. Le costó, pero logró sumergirla en el ano de mi madre hasta pegar la pelvis a sus nalgas flácidas. Mi madre aguantó la dilatación anal apretando los dientes y resoplando. Comenzó a follársela removiéndose sobre su culo.

-          Mírame cuando te follo, zorra -. Mi madre, con gesto de dolor, giró la cabeza hacia atrás para mirarle por encima del hombro -. Seguro que tu marido no te folla como yo, ¿verdad, puta?

-          No – contestó ella secamente.

Teo se levantó con la verga por fuera para contemplar el polvo anal. Mi padrino se removía con gusto sobre el culo de mi madre mientras ella le miraba sumisamente.

-          Cómo disfruta la cabrona – decía mi padrino sin parar de menearse.

Mi madre gemía con el ceño fruncido. Temí que despertara a mi padre. Teo cogió un portafotos donde aparecía un primer plano de mi padre. Mi padrino ya se removía con ansia, aferrado a las caderas de mi madre, hasta que frunció el ceño y contrajo el culo, seguramente vertiendo su leche en el ano de mi madre.

-          Ahhhh… Joder, qué gusto correrse en este culo tan gordo…

Mi padrino se apartó con toda la verga impregnada de leche. Entonces Teo se asomó al culo de mi madre y le abrió la raja con dos dedos. Enseguida brotó leche del ano, leche amarillenta y espesa. Colocó el portafotos de mi padre bajo el culo y aguardó a que el pegote goteara sobre el rostro de mi padre. Mi madre miraba hacia delante. Soltó un pedo y escupió más leche sobre el cristal que cubría la foto, esta vez en forma de pequeñas gotitas.

-          Mira la hija puta cómo se corre por el culo…

Sostuvo el portafotos hasta que asomó una porción más y después colocó el portafotos en el suelo, boca arriba. Fue mi padrino quien la sujetó del brazo.

-          Venga, perrita, chupa a tu marido…

La dominación resultó bestial. Mi madre, con las tetas al aire y las bragas bajadas, se arrodilló ante ellos y se curvó para lamer la leche del portafotos como una perrita, deslizando la lengua por todo el cristal, saboreando la leche caliente recién salida de su ano, mientras ellos sonreían y se ofrecían un cigarrillo, ya con las vergas lacias.

Así la dejé, subí a mi habitación y la oí pasar hacia su cuarto una hora más tarde. Era una puta y mi padre un cornudo que no se enteraba de nada.

     Yo continué con mi rutina habitual en la Universidad, aunque me costaba concentrarme. Mi madre era tan puta que hasta se tiraba a los mejores amigos de mi padre, comportándose como una auténtica cerda. Estuve tentado a contárselo a Sonia, pero al final desistí, en el fondo mi padrino y Teo me recordaban a mi primo y me excitaba cada vez que recordaba cómo la trataban, como una auténtica guarra. Pero la hija puta arriesgaba demasiado y temí que mi padre terminara enterándose. Era una ninfómana. Yo recordaba las pollas de sus amantes y no paraba de hacerme pajas, poniéndome en el papel de mi madre. Regresaban a mi mente las escenas con aquel tipo que me folló y las dominaciones de primo. Pero ya habían pasado meses desde que se marchó y al menos había logrado contenerme.

   Cuatro meses más tarde volví a pillarla con mi padrino. Tuve que regresar a casa a mitad de semana para recoger un portátil nuevo que me había comprado y aproveché una mañana que no tenía clases. Primeramente, me pasé por la farmacia para tomarme un café con mi padre y después de recoger el ordenador me fui a mi casa. Sabía que mi madre libraba aquella mañana.

   Entré sin hacer ruido porque había visto el coche de Ángel aparcado en la puerta. Y efectivamente, hacían de las suyas en el salón, iluminado por la luz del sol que entraba por los ventanales del recinto de la piscina. Estaban en el sofá y ella le estaba haciendo una paja. Estaba desnuda y echada sobre él, que permanecía reclinado con la camisa abierta barajando unas fotografías. Le lamía las tetillas de los peludos pectorales mientras le machacaba la polla con lentitud, con las tetas pegadas sobre su costado. Los huevos se movían al son de los tirones que recibía la verga.

-          Ummm… Qué buena está tu hija… Qué polvazo le echaba a la hija de puta…

Pude ver fotografías donde mi hermana aparecía desnuda, bien en el baño o dormida. Mi madre le pajeaba y le lamía los pectorales ofreciéndole fotografías íntimas de mi hermana. No paraba de lamerle las tetillas, primero una y luego la otra, deslizando la lengua por el vello del pecho, rozándole la barriga con las tetas amelonadas.

-          Fóllame… - le pidió mi madre de forma jadeante, con los labios baboseados, habiéndole dejado un rastro de saliva por todo el pecho, sin dejar de cascarle la verga.

Mi padrino tiró las fotos y la miró.

-          Quiero follarte, guarra, quiero clavártela en el coño…

-          Sí… Por favor…

Estaba caliente como una perra. Ella misma se subió encima, frente a frente, y se colocó la verga para sentarse sobre ella y metérsela en el chocho. Mi padrino la agarró por el culo y ella comenzó a cabalgar sobre él como una loca. Las tetas saltaban alocadas sobre la boca de Ángel, que trataba de lamerlas con la lengua fuera. Comenzaron a gemir de placer, los dos a la vez. Podía ver la polla entrando y saliendo velozmente del coño de mi madre, el baile alocado de los huevos y cómo le apretaba el culo para follarla.

-          Mueve el culo, zorra… Muévete como una puta… - apremiaba atizándole fuertes palmadas que resonaban en todo el salón

 Poco a poco cesaron el trote y ella se lanzó a morrearle, con las tetas blanditas aplastadas contra sus pectorales. Mi padrino le sobaba el culo con la polla aún sumergida. Una gota de semen espeso discurrió hacia los huevos. Me corrí en el pantalón sin tocarme y salí de la casa dejando a mi madre follando con su amante. Pobre de mi padre, trabajando en la farmacia, sin embargo, como sentí con Adolfo, me excitaba que fuese un cornudo y mi madre una guarra.

      El tiempo pasaba. Aprobé el primer curso de medicina con unas notas excelentes y mi hermana repitió cuarto. El verano trascurrió dentro de la normalidad. Mis padres seguían con sus altibajos, mi padre con sus achaques y mi madre manteniendo relaciones con mi padrino y a saber con quién más, pero no volví a pillarla en faena, aunque sé que tenían sus encuentros en moteles porque a veces le revisaba el móvil o la oía hablar con él. Mi padrino y ella se volvieron más precavidos. Una tarde la seguí y la vi entrar en su casa. Allí no corrían peligro, Ángel estaba divorciado, se hartaban de follar y después regresaba a casa con total naturalidad.

   El segundo año fue muy normal. Aprobé todas las asignaturas, aunque tuve que estudiar mucho y apenas pude salir con los amigos. Mi hermana dejó la carrera para trabajar con Adolfo en un laboratorio y mi madre seguía igual, yo aún albergaba las sospechas de que continuaba liada con mi padrino, aunque ya pasaba de intentar sorprenderla. No teníamos noticias de mi primo, sólo que andaba embarcado en un petrolero por el mar de Japón. Seguía pajeándome al recordar mis experiencias con él, pero lo hacía sobre todo para aniquilar mis inquietudes homosexuales. Ese año salí con dos chicas, pero ambas relaciones fallaron y no duraron ni un mes, las dos me dejaron por el mismo motivo que la primera, por ser aburrido y estar apasionado con mis estudios. En verano, pasé un mes en Mallorca en casa de unos tíos y regresé para mi tercer año de Medicina.

   Y cumplí, las aprobé todas. Me matriculé en cuarto. Aquellas navidades sucedió algo. Fue en Nochebuena. Mi hermana Sonia se vino a dormir a casa porque Adolfo la pasaría en el extranjero por motivos de trabajo. Se habían casado y ella estaba embarazada, estaba de cinco meses y medio y ya se le notaba la barriguita. Cenamos los cuatro en familia y mis padres se fueron a acostar después de cenar. Mi hermana llevaba casi media hora hablando por teléfono con Adolfo y yo me fui a la cama. Me puse a leer, a esperar que llegara. Dormiría en mi habitación, en la otra cama, porque al no vivir con nosotros, mi madre utilizaba su cuarto para otras cosas.

Llegó al poco rato ataviada con un camisón color crema muy cortito y transparente, con volantes en la base, en la parte alta de los muslos, de tirantes anudados en la nuca. Estaba maciza a sus treinta y tantos y a través de la muselina se le transparentaba el bombo del embarazo, con el ombligo ensanchado, también las bragas negras y las tetas grandecitas, con los pezones pegados a la gasa y la masa esponjosa sobresaliéndole por los laterales de las copas. Tenía cierto morbo al estar embarazada. Se puso a colocar la ropa de la maleta y yo me concentré en la lectura.

Pero comenzaron a oírse los gemidos de mi madre y algunos jadeos secos de mi padre. Se habían puesto a follar. Levanté la mirada y vi que Sonia abría la puerta y se asomaba. Pude ver que mis padres la tenían cerrada. Se giró hacia mí con las cejas arqueadas y, sonriendo, se acercó a mi cama. Se sentó en el borde con los oídos alertas y yo me erguía.

-          Joder, Carlos, cómo grita. ¡Están echando un polvo!

-          Sí, les oigo muchas veces.

-          ¿Y siempre grita tanto?

-          Sí, se ve que papá le da fuerte -. Sonia se mantuvo alerta -. Creo que está liada con Ángel, mi padrino.

-          Anda ya…

-          Va muchas veces a su casa y una vez les vi besándose.

-          ¿En serio?

Mi madre no paraba de gemir como una perra.

-          Sí, y luego folla con papá como si tal cosa.

Noté que mi hermana se estaba excitando. Me senté a su derecha.

-          Madre mía, cómo chilla – dijo mirándome -. Nos va a poner cachondos, ¿eh?

-          Sí – sonreí.

-          Y encima yo estoy ahora muy calentona con este embarazo. Adolfo no me hace nada, dice que le da cosa. ¿Por qué no me tocas un poquito, Carlos? – me pidió con mirada suplicante -. Si te apetece, no quiero obligarte, sé que esto no es normal entre hermanos…

-          Tranquila…

Mi hermana echó los brazos hacia atrás para reclinar el torso y yo extendí mi brazo derecho hacia ella. Le corrí el camisón hacia la cintura y me metí la mano en las bragas para acariciarle el coño. Mi hermana cerró los ojos y suspiró, meneando la cadera al sentir mis deditos. Tenía el chocho blando y húmedo. Se lo presionaba y se lo meneaba. Ella se mordía el labio retorciéndose. Mi madre había dejado de gemir.

-          ¿Y dices que se folla a Ángel?

-          Sí, estoy seguro.

-          Qué puta, y qué cabrón tu padrino. ¿Quieres chuparme?

-          Lo que tú quieras.

Le saqué la mano y ella se levantó para bajarse las bragas. Volvió a sentarse subiéndose el camisón y se tendió hacia atrás. Luego levantó las piernas como si fuera a parir. Las tetas se le salían por los laterales flojos de las copas y el bombo se le transparentaba por la muselina del camisón. Me arrodillé ante ella y acerqué la cara para lamerle el coño. Le pasaba la lengua por toda la rajita, saboreando el flujo vaginal que brotaba. Respiraba de manera jadeante. Bajó la mano derecha para acompañar a mi lengua. No podía verle el rostro por la curvatura del bombo. Se clavaba los dedos nerviosamente y se separa la vulva para sentir mi lengua.

-          Ohhhh, qué bien… Ummmm… Métemela un poquito, Carlos… No puedes dejarme preñada, ¿no? – sonrió sin dejar de escarbarse en el coño.

-          Sí…

Me puse de pie. Permanecía echada en posición de parir. Ella misma se abrió el coño para que pudiera meterle la punta de mi pene pequeño. Era la primera vez que follaba a una mujer y esa mujer era mi hermana. Le metí sólo mi capullo. Lo tenía blandito y jugoso.

-          Así, ahhh… - gemía cabeceando -. Muévete Carlos, muévete… -. Comencé a contraer mi culo para follarla, aunque sólo le hundía un trozo de polla. Ella se agarraba las tetas por encima del camisón para soportar la avalancha de placer y se lo subió hasta dejar su bombo a la vista -. Así… Carlos, sí… Fóllame… Muévete… Ahhh… Ahhh…

No sabía ni follarla, mi pollita resbaló sacándosela del chocho y se lo salpiqué de gotitas de leche. La dejé insatisfecha, tuvo que terminar de masturbarse con las dos manos embadurnándose todo el chocho con mi semen, hasta soltar un rugido de placer. Luego se levantó y se puso las bragas. Yo ya me había tapado.

-          Qué calentón, Carlos. Voy a lavarme.

Y salió de la habitación. Cuando regresó, yo simulaba que dormía. A la mañana siguiente estaba muy arrepentida y me pidió perdón por el calentón que había tenido, me prometió que no se volvería a repetir una cosa así, pero le dije que para mí no había tenido importancia y que no debía preocuparse de nada.

     Unas semanas antes de los exámenes finales, conocí a Cristina, la que años más tarde se convertiría en mi mujer. Fue ella la que se fijó en mí, le gusté y se enamoró. Nos conocimos de casualidad, era la hermana de la novia de un amigo mío. Me llevaba casi once años, tenía cumplidos los treinta y cinco. A pesar de ser mucho más mayor que yo, me atrajo el día en que la conocí, sobre todo por su desbordante simpatía. Estaba divorciada de un profesor de educación física al que yo conocía de vista. Estuvo casada con él cuatro años, pero al parecer era un putero que le había puesto los cuernos un montón de veces, incluso con una de sus mejores amigas. Era tan simpática y divertida que resultaba raro aburrirse con ella. De alguna manera, la llegada de Cristina animó mi vida y recuperé mi antiguo carácter. Físicamente, era una auténtica monada, una pija hija de unos ricos empresarios de la construcción, incluso había trabajado como modelo para una agencia. Me convertí en la envidia de todos mis amigos, que se quedaban con la boca abierta cada vez que la veían. Alta y delgada, con piernas largas y finas, culito estrecho y redondeado rozando la perfección, tetitas pequeñas con forma de pera, erguidas, ojos azules y una melena rubia larga y ondulada con efecto revuelto. Tenía un estilazo. Aún seguían contratándola para hacer pases de moda y cobraba una pasta por ello.

    Me encantó desde el primer momento. Nos hicimos novios y empezamos a salir. Poco a poco, nuestra relación se fue consolidando, yo conocí a su familia y ella a la mía. A pesar de nuestra diferencia de edad, a mi padre le fascinó y a mi madre también. Con mi hermana Sonia también entabló una relación estupenda. Mis estímulos homosexuales parecieron disolverse tras conocer a la mujer de mi vida.

   Aprobé cuarto, pasé un verano fenomenal con Cristina yendo de un sitio a otro, y empecé el quinto curso de medicina atado a una relación seria que me hacía muy feliz. Ella iba a verme a la Residencia una o dos veces por semana. Tras las navidades, ingresaron a mi padre aquejado de una insuficiencia cardíaca. Mi madre y mi hermana se alternaban para quedarse por las noches en el hospital, hasta que yo las sustituía el fin de semana para que descansaran. Aquel sábado por la noche, Cristina me acompañaba. Mi padre estaba mucho mejor y presumiblemente le darían el alta después del fin de semana. Eran casi las once de la noche y le pedí a Cristina que se quedara un momento con mi padre, que iba a casa a por mis apuntes para tirarme toda la noche estudiando en la sala de espera.

Cómo mi madre podía ser tan puta. Vi el coche de mi padrino aparcado frente a nuestra casa y me lo imaginé. La muy cabrona se tiraba a su amante incluso estando mi padre convaleciente en el hospital. Era incapaz de controlar su ninfomanía. No sabía si entrar o no, pero al final me decidí y lo hice con sigilo, aprovechando que toda la casa estaba a oscuras menos el salón.

Mi madre se la estaba chupando a Teo, el amigo solterón de mi padre. Parecía una prostituta, con medias rojas y un liguero de finas tiras laterales rojas unidas a una cinturilla, sin bragas. Permanecía a cuatro patas entre las piernas de Teo, subiendo y bajando la cabeza para mamársela. Meneaba ligeramente su culo gordo por los movimientos del tórax. Tenía la raja abierta y se le distinguía el ano, con el chocho cubierto de saliva. En el sillón de al lado se encontraba mi padrino, haciéndose una paja con la mamada que mi madre le hacía a Teo.

-          Vamos, cerdita, chúpamela… Así… No pares de chupármela…

Se afanaba en subir y bajar a cabeza. Sus tetas colgantes se movían como péndulos. A veces se paraba, imagino que para relamerle el glande. Mi padrino continuaba cascándosela, embelesado en la escena que se desarrollaba a su lado.

-          La puta gorda, cómo mama la cabrona…

Teo la agarró de los pelos para que mamara más deprisa.

-          Vamos, coño, cómete la puta polla, jodida cerda…

Veía a mi madre afanándose en chupársela deprisa. Oía los chasquidos de saliva y a veces la oía carraspear al meterse la polla muy adentro de la boca.

-          Vamos, gorda, haz que se corra… - apremió mi padrino.

-          Así, puta… Sigue… Ahhh…Ahhhh…

Mi madre se irguió para sacudírsela y al instante Teo  le roció las tetas de leche mediante salpicones dispersos. Se me puso dura al ver cómo aquella verga expulsaba aquella leche sobre las tetas de mi madre.

-          Ven acá, cerda – le pidió mi padrino desde el otro sillón. Mi madre se giró hacia él y se acercó caminando de rodillas, con los pechos salpicados de leche espesa -. Vamos, ya sabes lo que me gusta, cerdita…

Se colocó a cuatro patas y bajó la cabeza para lamerle los pies, con el culo en pompa hacia Teo, con sus tetas rozando las baldosas del suelo. Le lamía un pie con la lengua fuera, como una perrita, deslizándola entre los dedos y por el empeine. Mi padrino se la machacaba velozmente.

-          Mírame, cerda

Mi madre se los chupaba tratando de mirarle sumisamente. Yo podía ver sus huevos saltando como locos de los fuertes tirones que se daba. Qué polla, me tuve que pellizcar mi pene y me corrí viendo cómo se la cascaba.

-          Chupa, cerda, no pares de chupar… Le chupaba en ese momento el dedo gordo del pie cuando salpicones de leche le cayeron sobre el cabello y la espalda. Mi madre levantó un poco la cara para mirarle y entonces mi padrino se irguió en el asiento -. ¡Sigue chupando, coño!

Y le arreó un azote en el culo que la hizo contraerse. Volvió a bajar la cabeza para seguir lamiéndole los pies mientras él se relajaba en el sillón soltándose la verga, extendiendo el brazo para alcanzar un paquete de cigarrillos. Teo volvía a enderezarse la polla mirando el culo de mi madre y la lamida de pie. La trataban como a una perra. Me retiré y la dejé sumida en su humillación. Cristina se marchó cuando llegué al hospital. Me excitó ver a mi padre como un cornudo mientras mi madre se comportaba  como una perra ante sus amantes. Me masturbé otra vez en el baño pensando en las ricas pollas que follaban a mi madre. Se despertaron mis instintos homosexuales por culpa de ella.  

       Volví a obsesionarme otra vez con los tíos por culpa de mi madre. Estaba bien con Cristina, pero volvía a fijarme en las pollas de mis amigos cuando meaban y en la sauna del gimnasio se me ponía dura viendo tanto culo peludo. Tenía que taparme con una toalla. A veces me pajeaba viendo algún video de gays. Cuando hacía el amor con Cristina, muchas veces me imaginaba que yo era mi primo Ismael o mi padrino que la follaban. Se me forjaban fantasías en torno a mi novia. Comenzó a excitarme el hecho de que la miraran, de que me dijeran lo guapa que era. Me excitaba que hablara con otros tíos. Cuando íbamos a los pases de moda, los tíos la piropeaban y la mimaban y yo me la imaginaba follando con todos ellos. Todo iba por rachas. La calentura se rebajaba tras muchas pajas y entonces mi mente volvía a su cauce.

No quería estropear aquella relación con Cristina por culpa de mi obsesión. Quería construir mi vida con ella, ser una persona normal, pero tenía que batallar contra mis sentimientos. Aprobé el quinto curso de medicina a pesar de mis trastornos emocionales. Un sábado de ese verano, Cristina me dijo que había quedado para cenar con unos amigos, pero le dije que no me apetecía salir y la animé para que fuera ella. Me excitaba que saliera sola con tres chicos, amigos suyos del mundo de la moda.

Era temprano y estaba muy caliente al imaginármela agarrada a tres pollas. Estaba enfermo de placer. Hacía tanto tiempo que no satisfacía mis necesidades homosexuales. Cogí el periódico y contraté a un chapero de la ciudad. Me cité con él para dentro de hora y media en un barrio marginal para no levantar sospechas y me desplacé con el coche. Iba algo nervioso, pero emocionado y excitado. Mi novia de fiesta con unos amigos y yo con un prostituto.

Me esperaba en una avenida apartada iluminada por farolas de luz tenue. Conocía aquel barrio, era un barrio de maricones y de prostitutas. Aparqué el coche y le bajé la ventanilla del copiloto. Era un chico joven de origen sudamericano, bajito y delgado, de piel mulata, con el pelo negro rizado.

-          Hola, guapo, ¿Carlos?

-          Sí, soy yo. Sube si quieres.

Se montó a mi lado y yo saqué mi cartera.

-          ¿Cuánto tengo que pagarte? – le pregunté con la voz temblorosa.

-          Depende de lo que quieras, amigo.

-          Quiero hacerte una mamada.

-          Veinte euros y te dejo chupármela hasta correrme, ¿te parece bien?

-          Sí, sí… - Saqué treinta euros para convidarle con diez más -. ¿Aquí es seguro?

-          Sí, aquí la gente es discreta, las mariconas vienen todas a lo mismo, ¿entiendes?

-          ¿Vamos detrás? – le propuse -. Hay más espacio, ¿no?

-          Como quieras, amigo.

Nos apeamos del coche y nos pasamos a los asientos traseros. Yo ocupé el lado derecho. Llevaba un pantalón negro de cuero que se empezó a desabrochar.

-          ¿Quieres que te toque mientras me la chupas?

-          Sí.

-          Bájate el pantalón.

Dejó que yo me bajara mi pantalón hasta los tobillos. Estaba nervioso y miraba constantemente por las ventanillas. Sólo veía coches aparcados en distintos puntos. Me quedé puesto el slip blanco y aguardé a que él se bajara sus pantalones y su bóxer. Me quedé impresionado con su polla. Era muy larga, de más de veinte centímetros, con un glande carnoso muy redondo, de tono oscuro, con huevitos redondos como una pelota de gol y vello muy rizado. Tenía las piernas muy raquíticas.

-          Toda tuya, amigo…

Acerqué la mano y primero le sobé los huevos de manera acariciadora. Los tenía duritos. El chico se relajo mirándome. Luego deslicé mi mano hacia su polla y se la empecé a machacar. La tenía tan larga que mi mano sólo abarcaba una parte del tronco. No me atrevía a mirarle a los ojos. Se la casqué unos minutos y luego me eché sobre su regazo para chupársela y sobarle los huevos. Le lamía el capullo y me la comía baboseándola por todos lados. El tipo me plantó una mano en la melena y la otra la arrastró por mi espalda para meterla dentro del slip y acariciarme el culo. Contraía las nalgas para follarme la boca. Notaba sus dedos hurgándome en el ano. Ni jadeaba ni gemía. Deslicé mi lengua para lamerle los huevos.

-          Tienes el culo suave, suave… Estás bueno…

Le mordisqueaba el capullo con los labios, pensando en mi novia con aquellos amigos. Me metió un dedo en el culo, y me empezó a follar el ano. Emití un gemido de dolor.

-          ¿Te duele?

-          No, tranquilo…

Y así, metiéndome un dedo en el culo y yo mamándosela, me llenó la boca de leche. Fue como una meada de caldo blanco, me la bebía como si fuera agua, sorbiendo del capullo. Le lamí las hileras que resbalaban por el tronco y después me erguí.

-          ¿Te ha gustado?

-          Sí.

-          Has hecho que me corra bien. Eres muy guapo y tienes un culito que ummmm. ¿Deseas algo más?

-          Me gustaría chuparte el culo…

-          ¿Te gusta chupar culos?

-          Sí.

-          Puedo cobrarte sesenta euros si te dejo que me chupes el culo. No me gusta mucho, por eso cobro más, ¿entiendes?

-          Sí, no hay problema – le dije dándole los sesenta euros.

-          ¿Quieres que vayamos a mi furgoneta? La tengo ahí detrás, tendremos más espacio.

-          Vale, sí, mejor.

Nos vestimos y caminamos hasta su furgoneta. Entramos por detrás y enseguida encendió la luz interior. Había un colchón cubierto por unas sábanas sucias y una caja de preservativos tirada por el suelo. Olía fatal, como a sudor y a polla. Seguro que utilizaba aquella furgoneta para sus servicios. Me había tragado su leche y me abrigó el temor a pillar una enfermedad de transmisión sexual. Se metió a cuatro patas en el colchón y se bajó el pantalón exhibiendo su culo, un culo estrecho y depilado. Se le veían los cojones entre las piernas.

-          Cuando quieras, amigo.

Me arrodillé tras él y me abrí el pantalón para bajarme la delantera del slip y sacarme mi pollita, una enana en comparación con la suya. Acerqué la cara y le olí el culo, aquel olor me recordó al de mi primo. Después acerqué mis manos y le abrí la raja. Tenía un ano pequeño de esfínteres negruzcos, muy cerrado. Saqué la lengua y se lo empecé a lamer. Primero acariciándoselo con la punta y después pasándole la lengua por encima. Tuve que bajar la mano izquierda para masturbarme, manteniéndole la raja abierta de un lado, lamiéndole por encima del ano con toda la lengua. Él se mantenía a cuatro patas mirando al frente mientras yo degustaba su ano.

-          ¿Te gusta?

-          Sí… - le dije apartando la cara, corriéndome en ese instante.

El chico se echó a un lado tumbándose de costado. Tenía la verga hinchada, le había excitado con su mamada en el culo. Yo me mantuve de rodillas, sacudiéndome mi pene, avergonzado de mi tamaño.

-          ¿Te lo has pasado bien?

-          Sí… Sí, fenomenal. Hacía tiempo que no… Tenía ganas.

-          ¿Estás casado?

-          No, tengo novia.

-          ¿Sabe que eres una maricona?

-          No, no, me mandaría a la mierda.

-          Me has puesto cachondo, tío, estás muy bueno y eres muy guapo. Sólo me entran tíos viejos y gordos. ¿Quieres que te folle? No voy a cobrarte…

-          Lo que tú quieras…

-          ¿Te han follado alguna vez?

-          Una vez, hace mucho tiempo. Un tío viejo y gordo, jajaja…

-          Ven, échate aquí -. Cogió la caja de preservativos -. Voy a ponerme una goma.

Me tumbé en paralelo a él, dándole la espalda. Me bajó un poco más el slip y me empujó la pierna derecha para que la flexionara sobre la otra, así se me abría la raja del culo. Le sentía respirar en mi nuca. Me metió el capullo en la raja y lo pegó a mi ano. Luego empezó a empujar, pasándome el brazo por encima, hasta que poco a poco me la fue metiendo. Tuve que soltar unos gemidos de dolor ante el extremo ensanchamiento. La sentía muy adentro. Noté su pelvis pegada a mis nalgas. Me tenía un brazo por encima y me jadeaba en la nuca.

-          Tranquilo, tranquilo, el dolor pasa…

Y comenzó a follarme, extrayendo media polla y hundiéndomela de golpe. Yo gemía entre una mezcla de lujuria y dolor. Sonaba el choque de su pelvis huesuda contra mis nalgas. Resoplaba en mi oreja.

-          Qué bueno estás, cabrón… Hacía tiempo que no follaba un culito así, medio virgen… La siento muy apretada…

Aceleró violentamente, como de manera incontrolada, pinchándome fuerte, acezando en mi oreja como un perro, mientras que yo gemía como una puta, hasta que frenó en seco y me mantuvo la polla dentro mientras eyaculaba, aunque no pude notar la corrida por el preservativo. Luego al volverse boca arriba, me la fue sacando despacio. Me levanté enseguida para empezar a vestirme.

-          Bueno, tío, espero que hayas disfrutado. A mí me ha gustado follarte…

-          Sí, sí, ha sido fabuloso.

-          ¿Quieres más?

-          No, no, tengo que irme ya.

-          Ya sabes dónde encontrarme, tío…

-          Sí, sí – le tendí la mano y nos la estrechamos -. Hasta luego.

Y salí de la furgoneta, me metí en mi coche y me marché a casa. No pude dormir. Todo era confusión, remordimiento mezclado con placer. Por la mañana llamé a mi novia. Me contó cómo se le había dado la velada y quedamos para comer. Tenía ganas de verla y abrazarla, a pesar del dolor que tenía en el culo por la polla que me habían metido. Me sentí muy cabrón cuando la besé, pero mis impulsos no lograba controlarlos.

    Pasé un periodo de calma donde aprobé el sexto curso de Medicina y por tanto me convertí en Médico. Culminaba uno de mis deseos. Ahora me tocaba estudiar para el MIR y elegir una especialidad. Mi relación con Cristina seguía su curso y ya hacíamos planes de futuro, aunque yo aún era joven para casarme. Ella seguía dando pases de moda a pesar de su madurez, pero era tan guapa que lucía los vestidos como nadie y no dejaban de contratarla. Llevaba años sin ver a mi primo Ismael, la última noticia que tuve es que trabajaba en un petrolero muy lejos de España. Superé las pruebas del MIR y entré a trabajar en el mismo hospital de mi madre como traumatólogo.

Una noche nos encontrábamos Cristina y yo en una discoteca cuando nos topamos con su ex marido, el profesor de educación física. Se llamaba Mario. Tenía la edad de ella y tenía la pinta de un chulo de putas, alto y elegante, con todo el cabello engominado, un fantasma de cuidado. Nos invitó a una copa y estuvimos un rato con él y un par de amigos suyos. Me excitó verle con él, a su lado, que me mantuviera al margen mientras recordaban viejos tiempos y se reían. Yo sólo miraba cómo charlaban, cómo a veces él la tocaba o le pasaba el brazo por la cintura. Cristina también conocía a los dos amigos que le acompañaban. Dijo que seguía soltero y que vivía en un ático, nos invitó a cenar para el día siguiente, pero Cristina declinó la oferta alegando una excusa, creo que lo hizo para que yo no me sintiera incómodo, porque realmente se llevaban bastante bien. Más tarde, cuando paseábamos agarrados de la mano de regreso a casa, hablamos del tema.

-          Ves si quieres algún día a cenar con él, no me importa, cielo, sabes que no soy celoso.

-          Ya lo sé, pero paso. Y menos si tú no vienes. Si tú no vienes y conociéndole, sé que me iba a entrar para echar un polvo y la íbamos a tener. Es un cabrón.

-          ¿Tanto?

-          Siempre iba de putas con sus amigos y luego se acostaba conmigo, el muy cerdo. Pero el colmo fue cuando le pillé en la cama con mi mejor amiga…

-          Joder, el tío, un portento, ¿no?

-          Un cabronazo con mayúsculas. Tú no sabes cómo me trataba. Dejarle fue la mejor decisión de mi vida.

Aunque me ponía cachondo hablar de él, no quise insistir por no llamar su atención acerca de mi falta de celos.

        Un tiempo después, Cristina y yo tuvimos nuestra primera conversación morbosa. Hablamos de pollas y no sé si captó mis verdaderas intenciones. Sucedió un viernes por la noche en su casa. Vivía en un pequeño apartamento de dos habitaciones y cada noche, después del trabajo, me pasaba a verla. No nos apetecía salir con los colegas. Mis relaciones sexuales con Cristina entraban dentro de la normalidad, a veces rutinarias, a veces románticas y a veces divertidas con juegos de pareja. Aquella noche le propuse ver una película porno para calentarnos y nos acurrucamos los dos en el sofá ante el televisor, con ella a mi izquierda. Yo estaba vestido y ella estaba en bragas, unas bragas blancas de tul y una camiseta blanca de tirantes.

Nos pusimos a ver la peli y vi que se excitaba con la escena, donde aparecía un trío, dos forzudos con una mujer. Noté que se excitaba por su respiración. No apartaba los ojos de la pantalla.

-          Vaya pollas que tienen los tíos, ¿eh? – le encajé.

-          Sí… - sonrió sin dejar de mirar.

-          ¿Te ponen ardiente?

-          Como a vosotros las tías ésas.

-          ¿Te gustaría que la mía fuese tan grande como ésas?

-          ¿Qué pasa? ¿Qué tienes complejos?

-          Hombre, un poco sí, mira qué pollas…

-          No te preocupes – me dijo pellizcándome – la tuya es chica, pero matona.

-          ¿Cuál es la polla más grande que has visto? – me atreví a preguntarle, un tanto temeroso del terreno donde me adentraba.

-          La de mi ex, era parecida a la de ese tío.

-          ¿Te gustaba?

-          No follaba mal.

-          ¿Te dolía?

-          Cuando me daba por atrás, sí que me dolía.

-          ¿Te daba por el culo?

-          Me forzaba, pero por no tenerlas, a veces entraba por el aro. Pero me hacía daño -. Volvió a mirar hacia la pantalla -. Era un cerdo. ¿Y tú? ¿Cuál es la polla más grande que has visto tú?

-          ¿Yo? La de mi primo Ismael. La tenía gigantesca.

-          ¿Te daba envidia?

-          Sí. A las tías les encantaba follar con él.

-          No le conozco – subrayó Cristina.

-          Trabaja en el extranjero, lleva años sin venir a España.

-          ¿Tan grande la tenía?

-          Más que la de esos tíos – le dije señalando la pantalla -. Si la de tu ex te dolía, la de mi primo te hubiera reventado el culito.

Me miró a los ojos. La tenía muy excitada.

-          Me vas a poner cachonda hablando de la polla de tu primo, ¿te estás dando cuenta?

-          ¿Te gustaría probarla? – la reté.

-          Ahora mismo cometería cualquier locura. Mastúrbame, por favor – me pidió.

-          ¿Vas a pensar en la polla de mi primo?

-          Ummmm, sí… - sonrió abriendo las piernas y apartándose las bragas a un lado -. A ver cuándo me lo presentas…

-          Qué cabrona – sonreí.

-          Mastúrbame…

Acerqué la mano y comencé a acariciarle el chocho. Primero muy suavemente, comprimiéndolo y meneándoselo en círculos. Ella se reclinó jadeando, atenta a la pantalla, atento a las pollas de los dos forzudos, seguro que imaginándose la polla de mi primo. Le metí dos dedos y la masturbé retorciéndose de placer, sin apartar los ojos de los dos tíos que aparecían en la pantalla. Masturbé a mi novia mientras ella veía las pollas de otros hombres. Fue la primera vez que le hablé de mi primo.

     Empezó una relación entre nosotros cargada de morbo. De vez en cuando, veíamos una peli porno y ella me pedía que la masturbase, se quedaba embelesada con las pollas y los culos de los tíos buenos que aparecían en las películas. Una vez, le puse una peli gay donde sólo aparecían pollas por todos lados. Yo le acariciaba el coño, ella se retorcía atenta a la pantalla y yo me pajeaba solo. Estaba convirtiéndome en un sumiso de mi novia. Tal vez intuía lo maricón que yo era, aunque no estaba seguro. Cuando se le pasaba el calentón, se comportaba cariñosamente y volvía a ser la chica romántica de siempre.

  Le bajaba fotos de pollas y de culos de tíos, de todos los tipos y de todas las clases, y la masturbaba hasta correrse observando la sucesión de fotografías. A veces la masturbaba mientras recordaba la verga de su ex. Se corría hasta empaparse el coño de flujos vaginales. Casi nunca me masturbaba a mí, yo tenía que darme cuando terminaba con ella.

La estaba enviciando poco a poco, la verdad es que con mucho tacto. Llegué a masturbarla en el coche mientras ella miraba a un tío que estaba muy bueno, mientras forjaba fantasías en su mente. Cómo movía el coño con mis dedos metidos sin apartar la mirada de aquel chico joven. Otra noche, en su apartamento, veíamos una peli porno donde se reproducía una penetración anal. Ya le estaba acariciando por encima de las bragas.

-          ¿Nunca se la has metido a una tía por el culo? – me preguntó.

-          Nunca, ni por delante, me has pillado virgen – le confesé -. Tú has sido la primera.

-          ¿Y no te gustaría?

-          No sé. ¿Tú quieres?

-          A veces me gustaba cuando me la metía Mario. ¿Quieres que probemos?

-          Lo que tú quieras.

Se levantó del sofá y se quitó la camiseta y las bragas quedándose completamente desnuda. Parecía desesperada, como con el placer desbordado. Estaba muy cachonda, seguramente recordando las penetraciones anales con su ex. Se subió a cuatro patas encima de una mesita baja de cristal, con el culo en pompa y las rodillas separadas para mantener la raja abierta. Me miró por encima del hombro.

-          Tú tranquilo, ¿vale? Despacio…

-          Sí, sí…

Me bajé la delantera del bóxer y acerqué mi pequeño capullo a su ano blanquecino, pequeñito y arrugadito, muy tierno. Se lo taponé con la punta del pene y traté de empujar, pero se me torcía. Ella se rociaba el ano con saliva para lubricárselo, pero mi verga carecía de fuerzas para sumergirse.

-          Empuja, Carlos, tranquilo, despacio….

-          No entra – sonreí -. Joder…

-          ¿Quieres que me dé con aceite? – dijo ella mirándome por encima del hombro como desesperada.

-          No va a entrar, cariño, ojalá y fuera como la de mi primo o la de tu ex – le solté con una doble intención.

-          Méteme algo, Carlos – me pidió con tono suplicante, a cuatro patas encima de la mesa, como una puta, sin dejar de mirarme por encima de hombro.

-          ¿El qué?

-          Lo que sea, joder, pero méteme algo…

Fui a la cocina y abrí el frigorífico. La vi en el salón esperando con el culo en pompa encima de la mesa, mirando hacia la pantalla donde el tío le daba por culo a la tía. Elegí la zanahoria más larga y más dura y la enjuagué bajo el grifo. Luego fui hasta el salón. Me esperaba sin alterar la postura. Supe lo que le gustaba que su ex le diera por el culo.

-          ¿Te viene bien una zanahoria?

-          Sí… - se pasó el dedo por el ano -. Escúpeme un poco…

Acerqué la cara y le lancé dos escupitajos en el ano. Ella misma se esparció la saliva con la yema del dedo índice alrededor del orificio.

-          Métemela… - me pidió como desesperada.

Empecé a meterle la zanahoria, unos centímetros. Cristina resoplaba sin dejar de mirarme. Meneaba ligeramente el culito. Sus tetitas colgaban hacia abajo.

-          ¿Así?

-          Más… Más… Métemela más… -. Le hundí más la zanahoria hasta alcanzar la zona ancha, dilatándole el ano tierno a medida que se la hundía. Jadeó con el ceño fruncido -. Dame… dame… -. Me sonrió -. Como si fuera la polla de tu primo, ¿vale?

-          Sí…

Empecé a follarle el culito con la zanahoria. Ella giró la cabeza para mirar la frente, meneando la cadera y contrayendo las nalgas cuando ahondaba con la zanahoria. Pronto aparecieron sus deditos entre las piernas para hurgarse en el coño y masturbarse ella misma con aquella sensación anal. Le estuve follando el culito con la zanahoria hasta que se meó en su propia mano, vi el discurrir del pis entre sus dedos goteando en la mesa. Se estaba meando de gusto y me miró de nuevo con la sonrisa temblorosa, cuando yo le sacaba despacio la zanahoria y la dejaba con el ano abierto.

-          Joder, qué calentón, no he podido ni contenerme – dijo apeándose de la mesa -. Trae algo para limpiar esto.

Yo me ocupé de ir a por el cubo de la fregona y limpiar el charco de pis de la mesa. Mientras, ella se sentó en el sofá para terminar de ver la peli porno.

   Sé que yo estaba propiciando que las cosas se torcieran y que estuviera enviciando nuestra bonita relación. Nos estábamos desmadrando. Una vez que mis padres organizaron una barbacoa en la piscina y a la que acudió mi padrino Ángel, le hablé de su polla, que se la había visto varias veces y que sospechaba que se follaba a mi madre, que tenían una aventura. La dejé alucinada. Vi cómo se fijaba en él, en el bulto del bañador tipo slip que llevaba. La masturbé en el salón mientras se fijaba en el bulto de mi padrino, en los pelillos que le sobresalían del bañador, tanto por la tira superior como por los laterales, de donde sobresalían los pelillos de los huevos.

-          ¿Te gustaría comerte su polla? – le susurré al oído mientras le meneaba el coño.

-          Perdóname, pero ahora mismo sí me la comía… Dame… Dame… Qué rica… Cómo debe de follarse a tu madre… Dame más fuerte… Así… Así…

La masturbaba hasta mearse encima de mi mano. Parecía mentira ver a una mujer tan pija como Cristina  comportándose como una puta obsesa. Al final, nuestro perverso comportamiento desembocó en una conversación que sería vital para el futuro. Le confesé mi homosexualidad pasajera. Un hecho, que ella ya había sospechado.

    Sucedió un sábado en casa de mis padres. Se quedó a dormir en mi casa y tras cenar con ellos, estuvimos viendo una peli de ésas romanticonas. Mis padres ya hacía rato que se habían ido a la cama. Sobre las dos, nos subimos a mi habitación, nos desnudamos y nos metimos en la cama, con la intención de dormirnos, yo en slip y ella en bragas. Se acurrucó sobre mí y nos besamos. Cuando iba a apagar la luz, empezaron a sonar los gemidos de mi madre y los jadeos secos de mi padre. Nos miramos.

-          ¿Qué suena? – preguntó extrañada -. Es tu madre, ¿no?

-          ¿No te lo imaginas? – le sonreí.

-          Están follando, ¿no? Joder, cómo chilla… Qué escándalo.

-          No lo sabes tú bien…

Mi madre gritaba como una descosida. Cristina la escuchaba con la sonrisa congelada.

-          ¿Les has oído más veces?

-          Muchas.

-          Joder, Carlos, tu padre le debe dar duro, porque chilla como si la estuvieran castigando. ¿Y les oyes mucho?

-          Desde hace años.

-          Qué morbo, ¿no? Yo nunca he pillado a mis padres. ¿Y les has visto en acción?

-          Sí, alguna vez, me he levantado y les he espiado sin que se dieran cuenta.

-          Ufff, vaya morbo… Cómo grita… Como en las pelis…

-          Sí, sí, follan como locos.

-          Joder – decía alucinada -, nos vamos a poner calientes oyendo a tus padres como follan…

-          Sí, sí, dímelo a mí -. Tragué saliva, decidido a arriesgarme gracias a la oportunidad que me brindaban los gemidos de mi madre -. Imagínate, desde joven, muchas veces estaba mi primo Ismael cuando se ponían a follar.

-          ¿Y qué decía?

-          Se ponía muy cachondo y nos levantábamos a espiar a mis padres.

-          Qué morbo, Carlos, ya están parando. ¿Y qué hacía tu primo cuando les veía en acción?

Solté una sonrisa seca y ella me miró. Llegué a ruborizarme un poco. Iba a arriesgar mucho con aquella confesión.

-          Bueno, me da un poco de corte, pero te voy a contar un secreto. Ya hace años, ¿eh? No digas nada, ¿vale?

-          Vamos, Carlos, me tienes en vilo, cómo voy a contar nada, por favor…

-          Verás, no te burles, ¿eh? Pero él me pedía que le pajeara…

-          ¿En serio? – preguntó sorprendida -. ¿Le hacías pajas a tu primo mientras veíais follar a tus padres?

-          Sí, o viendo pelis pornos…

-          ¿Y él a ti?

-          No, él a mí no.

-          Joder, o sea, que eras como su marica…

-          Sí, más o menos. Todo empezó cuando estuvimos juntos trabajando en un barco de pesca. Por las noches le hacía pajas mientras veía las revistas pornos.

-          ¿Se la chupaste?

-          Sí, le hice alguna que otra mamada.

Cristina sonrió asombrada.

-          Qué morbazo, mi novio ha sido maricón…

-          En el pasado, ¿eh? Mi primo es que era, bueno, muy dominante. También se tiraba a mi hermana, una vez les vi follar juntos.

-          Madre mía, uffff. ¿Te gustaba su polla?

-          Bueno, no es que me gustase, la tenía inmensa, era más la situación, ¿sabes?

-          ¿Y no has tenido más experiencias homosexuales?

-          No, no, me gustan las chicas, me gustas tú, sólo fueron experiencias con él.

-          En alguna pollita te habrás fijado, pillín – sonrió dándome un codazo.

-          Bueno, en alguna, pero tampoco me he obsesionado…

-          ¿En cuál? Dime alguna…

-          En la de mi padrino, por ejemplo.

-          ¿Cómo la tiene?

-          Es corta, pero gruesa con venas señaladas.

-          Ummmm, está bueno tu padrino para tener la edad que tiene. Y encima, se folla a tu madre. Me pone caliente pensar que has sido el marica de tu primo…

-          ¿De verdad?

-          Mastúrbame…

-          ¿En qué vas a pensar?

-          En cómo se la chupabas, no sabes lo caliente que me has puesto.

Sentados y reclinados contra el cabecero de la cama, le aparté las bragas a un lado y le empecé a menear el coño. Ella cerró los ojos para concentrarse, seguramente forjándose una imagen donde yo aparecía con mi primo. Derramó mucho flujo al correrse y luego nos besamos y durmió acurrucada conmigo, como si no le importase mi pasada homosexualidad.

     Nuestra relación se volvió más lasciva. Otro día, hablando de los polvos que le echaba su ex marido, me pidió otra vez que le metiera la zanahoria en el culo, para recordar aquellas sensaciones anales. Se meaba de gusto. Le dije que si quería podíamos comprar un vibrador, pero me contestó que no hacía falta, que sólo se trataba de calentones pasajeros, incluso llegó a pedirme perdón por las cosas que me pedía. Yo le dije que no me importaba, que así nos divertíamos, y luego hacíamos el amor de manera más romántica.

   Era el hombre que tenía más cerca y Cristina se obsesionó con la polla de mi padrino Ángel, quien ya tenía sesenta años, aunque se conservaba bien a pesar de que el pelo se le había vuelto canoso, había echado un poco de más barriga y se le había arrugado un poco más la cara. Mi madre y él apenas se veían, yo no había vuelto a pillarles y mi madre ya no solía salir a deshoras ni recibía mensajes de él. Entre otras razones, porque mi padrino estaba a un paso de arreglar las cosas con su ex mujer. Volvían a salir juntos, se llamaban y él se desplazaba muchos fines de semana a Madrid para verla.  

Pero a mi novia se le iban los ojos cada vez que le veía con aquel bañador tipo slip, los contornos de su nabo, de sus cojones, los pelillos que le sobresalían por las tiras. Había echado una barriga fofa salpicada de pelillos canosos y tenía el culo más contraído. Una vez él tomaba el sol tras el almuerzo y permanecía tumbado boca arriba en una toalla. Nosotros estábamos en el salón y le veíamos tras las cristaleras. Tenía una abertura en la ingle por donde se le veían los huevos. Me pidió que la masturbara. Embelesada en los huevos de mi padrino, removía tanto la cadera que los dedos se me salían del coño, resoplando de placer, imaginándose el polvo que le echaba.

-          Dame, Carlos… - apremiaba nerviosa, elevando el culo del sofá para retorcerse -. Ay… Ay…

-          ¿Te gustaría chupársela?

-          Ummm, sí… Qué rica… Qué rica… Méteme más dedos…

Le metía dos dedos y ella se metía uno más, seducida por aquel bulto que sobresalía del bañador. No paraba de menear la cadera como una loca, sujetándome la muñeca para mantenerse los dedos dentro. Hasta que derramó flujos muy viscosos sobre mi mano. Luego se colocó las bragas del bikini tratando de recuperarse del empuje de placer.

-          Joder, cómo me pone el tío, y eso que es un medio viejo.

-          Además, he visto cómo te mira el culo.

-          ¿Sí?

-          Sí, sí, es muy putero. ¿Te gustaría chupársela? – volví a preguntarle.

-          ¿Tú me dejarías? ¿Te importaría?

-          Me causaría morbo que te liaras con él. Pero sólo un polvo, ¿eh?

-          A mí me excitaría que tú miraras.

-          Y a mí – le respondí.

-          ¿Quieres que liguemos con él y lo intentamos? – me propuso.

-          Estás loca, ¿no?

-          Lo que surja, con todas las consecuencias.

-          ¿En serio te apetece con mi padrino?

-          Su polla me tiene loca – me confesó -. Y tú eres el culpable, tú me lo has inculcado.

A última hora de la tarde nos arreglamos. Cristina se puso muy guapa, se vistió pensando en él, para provocarle. Se colocó un vestidito corto tipo túnica, de color gris marengo, con tirantes gruesos y escote recto, con una curva en la parte trasera que le dejaba media espalda al descubierto. El vestidito era muy suelto y cortito, se le notaban las tetitas sueltas al no ponerse sostén y al ser una tela tan sedosa y llevar tanga, tendía a metérsele por el culo. Y luego acentuó la sensualidad con unos zapatos de tacón, se maquilló con tonos fuertes y se hizo una coleta en la melena rubia. Iba explosiva.

Cuando bajamos, ya estaba anocheciendo y aún estaba en bañador tomando una cerveza con mi padre. Cuando salimos, se le quedó mirando.

-          Qué nuera más guapa tienes, Camilo.

-          Ni que lo digas.

-          Gracias.

-          Vamos a salir a tomar algo, papá. ¿Puedes llevarnos, padrino? No quiero coger el coche para así poder tomar una copa.

-          Sí, hombre, esperad que me cambie. Ya no sé si volveré, Camilo, tengo cosillas que hacer en casa. Mañana nos vemos.

Pasó en bañador cerca de Cristina y me excitó mucho. Le esperamos cinco minutos y salió vestido con una camisa y unos chinos. Cuando fuimos a montarnos en su Todoterreno, Cristina se montó con él delante y yo detrás. Ella cruzó las piernas, luciendo sus despampanantes muslos morenitos, de alguna manera incitándole a mirar. Y la miró, la miraba de reojo cada vez que podía. Le preguntamos por María, su ex mujer, y nos dijo que estaban bien, que las cosas podían arreglarse después de tanto tiempo, él la quería y a su edad le apetecía estar en familia.   

Cuando llegamos al disco pub, aparcó junto a la entrada.

-          Bueno, pareja, a divertirse.

-          ¿Quieres tomarte una copa con nosotros? – le invitó Cristina.

-          Vamos, padrino, es pronto – le animé.

-          Está bien, venga, una copilla. Ir pidiendo, voy a aparcar ahí detrás.

Accedimos al local y nos pusimos en un recodo de la barra. Estaba lleno de gente joven con música tecno. Nos pedimos unas copas y estuvimos conversando un rato, pero luego nos tomamos una segunda ronda y luego una tercera. Cristina empezó a ponerse tonta. La saludaban muchos tíos y más de uno se la quedaba mirando o le lanzaba algún piropo. Invitó a bailar a mi padrino en la pista y me dejaron solo en la barra. Desde allí vi cómo ella le cogía de las manos, cómo bailaba sensualmente ante él, cómo le rozaba, cómo se reía. Luego volvieron y ella fue a saludar a unos chicos. Nos quedamos los dos con una copa nueva. Cristina se reía con los amigos, incluso les pasaba los brazos por la cintura con total confianza.

-          Joder, ahijado, tu novia es una loba – dijo mirándola -. Quita el sentido, macho. Tiene a todo el mundo babeando de lo buena que está.

-          Sí, ya ves.

-          La tía no tiene reparos, le calienta la polla a cualquiera. Mira cómo la tocan…

-          Dímelo a mí, ella es que, con esto de la moda, se mueve en ambientes de estos raros, tengo que acostumbrarme.

-          Vaya hembra, macho. Debe de follar como una loba, ¿no?

-          No se cansa. Ella es que es muy liberal – le solté para encender sus alarmas.

Las cejas de mi padrino se arquearon y acercó la cara hacia mí.

-          ¿Cómo que es muy liberal? ¿Folla con otros tíos?

-          Sí, sí, su mente es muy abierta.

-          ¡Coño, me estás dejando helado! ¿Y tú? ¿No te importa?

Decidí actuar como un bobo.

-          Al principio, cuando empezamos a salir, sí que me costaba, pero luego, con el tiempo, me he ido abriendo. Ella es que es así.

-          Me cago en la puta, me estás dejando alucinado. O sea, que eres un puto cornudo consentido.

-          A ver, ella me gusta, he tenido que aceptar como es. El amor… Jajaja…

-          Hija puta, con lo buena que está. ¿Y a cuántos tíos se folla?

-          No, hombre, cuando surge algo, tampoco está todo el día liada.

-          ¿Y tú la ves?

-          Alguna vez sí me ha invitado, otras veces ha quedado con el que sea en su casa.

-          Hija de puta, no me lo puedo creer, con lo santita que parece la cabrona. ¿A mí me dejarías que le echara un polvo?

Encogí los hombros con una sonrisa.

-          Pfff, no sé, ella misma.

Miró hacia el corro donde estaba con los amigos y extendió el brazo para llamar su atención repiqueteando con los dedos en su hombro.

-          Ven acá, bonita – dijo tirando de ella y pasándole el brazo por la cintura, apretujándola sobre su costado -. Ven que vamos a hablar tú y yo.

-          ¿Qué pasa? – preguntó sonriendo, mirándonos a uno y a otro, simulando su sorpresa.

Se acercó a su oído para susurrarle, aunque pude oírle.

-          Me ha dicho un pajarito que te gusta pasártelo bien -. Bajo un poco el brazo de la cintura y le arreó una palmadita en el culo por encima de la tela sedosa del vestido -. ¿Eh, princesita?

-          Claro, me encanta pasármelo bien – le contestó mirándome.

-          ¿Y pasarías un ratito con un tío maduro como yo? – volvió a susurrarle.

-          ¿Haciendo qué? – le retó ella.

-          Tú sabrás.

Cristina me miró.

-          ¿Estás oyendo a tu padrino, Carlos? Quiere que pase un ratito con él.

-          Quiere que le hagas una mamada – le dije.

Mi novia miró a mi padrino, que la mantenía apretujada contra él con el brazo por la cintura.

-          ¿En serio?

-          Sí, quiero que una chica tan bonita como tú me la chupe. Estoy muy solo, entiéndelo. ¿Quieres chupármela?

-          Sí – contestó ella con seriedad, con la lujuria reflejada en sus ojos, frente a frente con mi padrino, como si estuvieran a punto de morrearse.

-          Me tienes muy cachondo. ¿Quieres comprobarlo? -. Alzó su manita, con las uñas pintadas de un tono rosa claro, y empezó a sobarle el paquete con la palma a modo de caricias. Contrastaba su elegancia y belleza, su juventud y delicadeza, con aquel hombre ya maduro que sobrepasaba los sesenta años. Veía su manita acariciar una y otra vez el bulto de la bragueta -. ¿Te gusta lo que tocas?

-          Sí – contestó mordiéndose el labio -. ¿Puede venir Carlos? Le gusta mirar.

-          Claro, tu novio puede acompañarnos y mirar cómo me la chupas -. Le retiró el brazo de la cintura para sacarse unos billetes y pagar la cuenta -. ¿Vamos al coche? ¿Eh? -. Nos preguntó mirándonos.

-          Sí, sí, ahí está bien, padrino – señalé.

-          Sí, mejor – añadió ella.

-          Vamos, monada – apremió arreándole otra palmadita en el trasero -, que me hierve la polla – le dijo susurrándole.

Y Cristina le rió la gracia cuando emprendimos los tres el camino a la salida, con mi novia marchando delante, como si se tratase de una putita de lujo. Estaba a un paso de compartir a mi novia con mi padrino, el amante de mi madre.

Fuimos hasta unos aparcamientos muy solitarios tras la discoteca. El todoterreno se hallaba bajo una arboleda, junto a una farola, sin vehículos a los lados. Mi padrino se montó al volante y echó el asiento hacia atrás para tener más espacio entre el volante y Cristina a su lado, ligeramente vuelta hacia él. Ambos dejaron las puertas abiertas para que entrara el fresco y yo me monté atrás, en medio, para poder verles. Enseguida, Ángel se puso a desabrocharse la camisa. Cristina le observaba con mirada ansiosa, como si estuviera deseando, a veces me dirigía una mirada y me sonreía.

-          Qué guapa eres – le dijo abriéndose la camisa y exhibiendo su barriga fofa, comenzando a desabrocharse los pantalones -. Estás tan buena.

-          Gracias.

Se abrió el pantalón. Llevaba puesto el bañador y se lo bajó hasta engancharse la parte delantera bajo los cojones. Cristina, hechizada, le miró la verga ancha y venosa, a medio camino de la erección, con unos huevos gordos llenos de vello canoso.

-          Enderézamela un poquito antes, ¿vale?

-          Sí…

Extendió su manita derecha y se la rodeó para acariciársela con suaves tirones. Se la miraba embobada, meneándosela muy despacio. Ángel soltó un bufido con sus manos sobre las piernas.

-          Así… Ummmm… ¿te gusta, verdad? ¿Verdad que te gusta?

-          Sí… - le sonrió acelerando un poco.

-          Ohhh… Qué bien…

Cristina acercó la cara y empezó a lamerle una tetilla rodeada de vello canoso. Eso le volvió loco porque emitió un jadeo profundo. Se la cascaba y le lamía el pectoral, algo que le encantaba a mi padrino.

-          Ummmm, qué gusto, zorrita…

Podía ver cómo mi novia le mordisqueaba con los labios la tetilla y luego le agitaba la punta de la lengua. Le besó por los pelos del pecho para comerse la otra tetilla y arrastró la lengua por su barriga, lamiéndole con la punta dentro del ombligo, agachándose poco a poco hacia él.

-          Así, zorrita, así… Ummm… Chúpame… Chúpame…

Se curvó hacia su regazo de golpe para hacerle la mamada. Mi padrino le plantó la mano izquierda encima de la cabeza y extendió el brazo derecho para tirarle del vestido. Desde mi posición, no la veía mamar, sólo oía los chasquidos de saliva y las subidas y bajadas de su tórax.

-          Chúpame la polla, zorrita… Así… Despacito… Ummmm… -. Miró hacia atrás -. Salté fuera y vigila por si viene alguien. Cómo chupa la jodida…

Me apeé del coche y miré alrededor. Todo estaba muy solitario. Di unos pasos hacia la puerta de ella y la vi echada hacia él. La tenía agarrada de la coleta y la ayudaba a subir y bajar la cabeza de manera lenta, aunque no veía ni su cara ni la mamada. Sé que le estaba estrujando los huevos por el movimiento del brazo izquierdo. La barriga de mi padrino se contraía y rozaba la mejilla de Cristina. Le había subido el vestido túnica hasta la cintura y le sobaba el culito con toda la mano abierta, hasta que le sacó la tira del tanga y le metió los dedos en la entrepierna para escarbarle en el coño. Vi como ella contraía las nalgas ante el manoseo de los dedos. Me bajé la bragueta, saqué mi pequeño pene y empecé a darme, de pie ante la puerta. Mi padrino me miró. Ella seguía la mamada al mismo ritmo.

-          Cómo mama la condenada… Te pone cachondo que sea tan zorra, ¿eh?

-          Sí…

-          Vamos, zorrita, chupa… Chupa…

La mantenía sujeta de la coleta, con la mejilla de Cristina rozando la barriga al mamar, envuelta en chasquidos de salivas y carraspeos, sobándole los huevos. Ángel seguía con la mano en su culito y los dedos meneándole el coño. Me corrí enseguida. Mi padrino entrecerraba los ojos y su barriga se contraía cada vez más. Decidí rodear el coche, ir hacia la puerta del conductor, quería verla mamar. La vi con la polla metida en la boca, con las mandíbulas muy dilatadas. Al notar mi presencia, elevó un poco la cabeza para mirarme. Le colgaban babas de los labios. Pero Ángel le bajó la cabeza con brusquedad.

-          No pares ahora, coño, sigue mamando…

Veía sus labios recorrer aquel grueso nabo. Se lo manchaba con el carmín de los labios. Veía la saliva reluciendo en el tronco de la verga y sus deditos acariciándole los huevos flácidos. Yo volví a tocarme. Mi padrino me miró.

-          Cómo mama la cabrona, ¿eh?

-          Sí…

-          Sigue chupando, bonita… - le dijo acariciándole el cabello, subiendo con su mano izquierda desde su culito hasta la espalda.

Pronto mi padrino comenzó a contraer la barriga y a entrecerrar los ojos medio suspirando. Entonces, Cristina elevó el tórax para mirarle y se la comenzó a machacar violentamente. Se expulsaban los alientos mutuamente como si fueran a besarse. Yo les miraba. Ángel frunció el entrecejo y al instante la polla comenzó a verter leche sobre la barriga, porciones viscosas alrededor del ombligo. Creí que iban a besarse, pero Cristina se agachó de nuevo y le lamió la barriga degustando el semen, metiéndole la punta en el ombligo. Luego se irguió.

-          ¿Te ha gustado? – le preguntó ella.

-          Ufff, no sabes cómo me ha puesto.

-          ¿Y tú? – me preguntó mi novia con una sonrisa -. Mirón, que eres un mirón.

Vi que se colocaba la tira del tanga y se alisaba el vestido. También Ángel se tapó para abrocharse el pantalón.

-          Oye, ¿por qué no os venís a mi casa un ratito y tomamos otra copa?

-          Lo que quieras Carlos – se apresuró ella.

-          ¿Qué dices, Carlitos? – me preguntó mi padrino.

-          Sí, vale, lo que queráis.

-          Pues venga, monta.

Volví a montarme en los asientos traseros y nos desplazamos a su casa. Hasta el portal, Cristina y yo íbamos agarrados de la mano, pero él le pasó un brazo por los hombros apretujándola contra él, como si fuera suya. Yo estaba ilusionado con la idea de montar un trío, de poder tocarle la polla a mi padrino, pero al subir y encender la luz del saloncito, aún le mantenía el brazo por los hombros.

-          Échate una copa, Carlitos. Tu novia y yo vamos a divertirnos un ratillo, ¿vale, amigo?

-          Sí, sí, tranquilos…

Mi novia me sonrió. Fui a echarme una copa a un mueble mini bar mientras ellos se perdían por el pasillo. Oí un portazo. Se habían encerrado en la habitación. Lamenté que no contaran conmigo. Me bebí la copa de un trago y me serví otra. Mi obscenidad me había empujado a ofrecer a mi novia. No se oía nada, pero pronto empecé a oírla gemir. Le estaba echando un polvo. Alargaba los gemidos con satisfacción. Fui hacia allí, hacía la habitación donde estaban encerrados, quería mirar y no me importaba que me vieran mirando.

Giré el pomo de la puerta y la abrí sólo un poco, lo suficiente para verles encima de la cama. Les veía de espaldas. Mi novia estaba a cuatro patas mirando hacia el cabecero de la cama, sólo con los tacones y el tanga bajado hasta la mitad de los muslos. Follaban como los perros. Mi padrino detrás contrayendo su culo blanco para perforarle el coño, sujetándola por las caderas. Veía los chorreones de sudor resbalando por su espalda. Veía sus huevos columpiándose entre sus muslos peludos. No podía verles las caras. Sólo ella gemía, él sólo respiraba aceleradamente. A veces se echaba sobre su espalda y le metía la mano bajo el cuerpo para darle una pasada a sus tetas duritas. Qué contraste, una modelo tan guapa como Cristina y un cuerpo tan maduro y seboso como el de mi padrino.

-          ¿Te gusta, bonita?

-          Sí… Sí…

-          Pídemelo, zorrita, pídemelo…

-          Fóllame, fóllame, por favor…

La agarró de la coleta y le tiró hacia él como si fueran unas riendas. Cristina elevó la cabeza con los músculos del cuello tensados. Sus pequeñas tetitas sufrían ligeros balanceos. Mi padrino no paraba de contraer el culo.

-          Ohhh… Ohhhh…

Le soltó la coleta, volvió a aferrarse a sus caderas y aceleró las contracciones de su culo viejo, hasta frenar en seco, lanzando un rugido de placer. Yo me estaba masturbando con la mano dentro de la bragueta. Seguían en la postura de los perros, Cristina mirando al frente y él arrodillado con la pelvis pegada a su culito y su barriga fofa descansando sobre su cintura. Aún le mantenía la verga encajada. Le asestó dos embestidas secas, como para escurrirse dentro.

-          Joder, qué polvazo…

Vi que Cristina volvía la cabeza hacia él y le sonreía.

-          He sentido mucho – le dijo ella.

-          ¿Sí? ¿Cabrona? ¿Te gusta cómo te follo?

-          Mucho.

Me retiré en ese momento, regresé al salón y simulé que bebía una copa. Me abrigaban los celos porque mi padrino no me había dejado participar y a mí me daba mucho corte pedirle una cosa así. Yo le había dibujado el perfil de mi novia. Oí la puerta y alguien que se acercaba. Era Cristina, envuelta en una sábana. Traía la melena alborotada y el carmín de los labios corrido. Por la abertura de la sábana se le veía el coñito. Se había quitado las bragas y sólo llevaba los tacones. Parecía una puta, así, desnuda y con tacones. Me erguí al verla y se arrodilló ante mí cogiéndome las manos y estampándome un besito en los labios.

-          ¿Qué tal? – le pregunté.

-          Ufff, una pasada. Ya te contaré más despacio. Quiere que pase la noche con él, no te importa, ¿verdad?

Me pilló desprevenido y mi rostro empalideció, la sonrisa me salió temblorosa.

-          ¿Qué? No…No…

-          Estamos pasándolo bien. Tu vete, ¿vale? Mañana te cuento.

Volvió a darme otro beso y se dirigió de nuevo hacia la habitación. Fue un hecho inesperado, primero la decepción por no dejarme participar y después me pedía quedarse toda la noche con él. Me levanté y fui hasta allí. Habían dejado la puerta entreabierta. Les vi en la cama, ambos desnudos, con el contraste de los cuerpos, un tipo de sesenta años con una modelo de treinta y tantos. Mi padrino yacía boca arriba con su cabezota hundida en la almohada mientras mi novia, echada sobre su costado, le lamía las tetillas de los pectorales al mismo tiempo que le masturbaba sacudiéndole la polla con velocidad. Vi cómo se le movían los huevos. Cómo deslizaba la lengua entre el vello canoso del pecho para ir de una tetilla a otra. Cómo contraía su culito para refregar el chochito sobre el muslo robusto de mi padrino. Cómo le rozaba la barriga con los pezones de las tetitas. Con qué energía le movía la polla. A pesar de mi decepción, me hice una paja viendo a mi novia masturbando a otro hombre y me corrí enseguida. Luego me retiré y salí de la casa.

Ni siquiera llegué a acostarme. Me pasé el resto de la noche tomando el fresco en el recinto de la piscina, imaginándola con él, muerto de envidia y de celos por no poder participar con ellos, enrabietado por haberme mantenido al margen. Pero yo era el culpable, fui yo quien la arrastró hasta aquella lascivia al ofrecérsela a mi padrino.

     Por la mañana temprano, recibí una llamada de Cristina. Me pidió que pasara a recogerla, que me esperaba fuera. Cuando aparqué frente al edificio donde vivía mi padrino, la vi salir toda desmelenada y desmaquillada, con ojeras. Montó en el coche y se inclinó para besarme.

-          ¿Cómo ha ido? – le pregunté esforzándome en ocultar mis celos.

-          Ufff, demasiado, Carlos.

-          ¿Por qué?

-          Hemos estado follando toda la noche, hasta que ha caído rendido.

-          ¿Tan bien te folla?

-          Sabe follar, y con esa polla que tiene… Pero es un animal, mira cómo me ha puesto el culo -. Se levantó un poco el vestido y me enseñó una nalga enrojecida.

-          ¿Te ha hecho daño?

-          No, no, pero le gusta pegarme cuando me folla. Es un marrano. Pero ha estado bien. Llévame a casa. Estoy muerta.

-          ¿No vienes a casa? Es el cumpleaños de mi padre, y seguro que él vendrá.

-          No puedo con los huesos. Necesito dormir. Paso de más sexo.

La llevé a su apartamento y regresé a mi casa. Por mi culpa la tenía inmersa en tal grado de perversión, que hablaba con toda naturalidad de pasar la noche con otro hombre y de hablarme de follar con otro como si fuera algo natural. Le había abierto la mente, la había vuelto más liberal, la había vuelto una auténtica puta.

Mi padre invitó a unos pocos de amigos a una paella en la playa, frente a nuestra casa. Hacía un día espléndido. También acudió mi hermana con Esteban y los niños y mi padrino fue uno de los últimos en llegar. Todos estábamos en ropa de baño y mi padre se ocupaba de la paella. Enseguida que me vio, vino hasta mí. Me fijé en el bulto de su bañador, en cómo le botaba, en los pelillos que le salían por arriba, en la forma de sus huevos. Esa polla había estado follándose a mi novia toda la noche. Su presencia me puso muy cachondo y tuve que bajar las manos para ocultar mi erección.

-          Ahijado, vaya regalito que me hiciste ayer con tu novia.

-          No digas nada, padrino, por favor.

-          ¿Cómo quieres que diga nada, criatura? Y más ahora, que tengo posibilidades de volver con mi mujer. Lo que pasa que joder, tu novia folla como una cabrona. No te importa que hayamos pasado la noche juntos, ¿no?

-          No, no, tranquilo.

-          Podías haberte quedado, pero eso de que alguien me esté mirando, ¿entiendes?

-          Sí, sí…

-          ¿Dónde está Cristina?

-          No ha venido, estaba cansada.

-          ¿Por qué no os pasáis esta noche por mi casa? ¿Eh? ¿Qué te parece?

-          Luego se lo diré a Cristina.

-          Muy bien, ahijado.

Me dio unas palmaditas en la cara y se unió al grupo de mi padre. Nos comimos la paella y algunos se quedaron dormidos en las toallas, como mi padre. Roncaba como un angelito. Yo estaba jugueteando con mis sobrinos en la arena cuando vi que mi madre y mi padrino se dirigían hacia la casa. Mi madre llevaba un bikini rojo que tendía a metérsele por el culo. Jodido cabrón, la noche antes se había follado a mi novia y ahora iba a follarse a mi madre.

Fui tras ellos. Les oí acezar en la cocina. Empujé un poquito la puerta y les vi en el fondo, ante la encimera. Les vi de perfil. Mi madre de pie ante la encimera con las bragas del bikini bajadas por las rodillas y mi padrino tras ella removiéndose nerviosamente sobre su culo gordo, aplastándole las nalgas con la pelvis para poder ahondar en el chocho, despidiendo su aliento sobre la nuca de mi madre. La tenía rodeada con sus brazos por la cintura y se removía con tanto empuje que las tetazas de mi madre botaban de tal manera que tendían a salirse de las copas, de hecho un pezón ya asomaba por el lado. Estaba tan pegado al culo, con la barriga tan comprimida sobre la espalda, que no veía la entrada de la verga. Acezaba exaltado.

-          Cuánto tiempo sin follarte, zorra… Seguro que tenías ganas, cerdita…

Mi madre giró la cabeza hacia la puerta y me vio allí plantado, con la delantera de mi bañador bajado y masturbándome con la escena. Su cuerpo convulsionaba por los empujones de mi padrino. Las nalgas de su culo no dejaban de vibrar y sus tetas saltaban como locas. Nos miramos a los ojos. Miró cómo me la machacaba. Mi padrino le apretujó las mejillas y le giró la cabeza hacia la ventana.

-          Mira hacia la playa, cerda… Quiero que mires a tu marido cuando te estoy follando, joder…

Mi padrino comenzó a despedir bufidos desesperados contra la melena de mi madre y a removerse más deprisa, hasta que fue aminorando los meneos, como si se estuviera corriendo. Cuando paró, se mantuvo pegado a su culo gordo. La embistió secamente dos veces más para escurrirse. Entonces me retiré.

Subí al baño, abrí el grifo y me enjuagué la cara con agua fría. Qué vida tenía, que ofrecía a mi novia como si fuera una puta, que la masturbaba enseñándole pollas, y miraba a los ojos de mi madre mientras su amante se la tiraba. Mi madre entró precipitadamente y cerró la puerta tras de sí. Iba con el bikini rojo y se colocaba los cabellos que le había revuelto mi padrino con su aliento. Me pasó los dedos por la espalda y se colocó a mi derecha.

-          Hijo, lo siento, ¿vale? Sé lo que puedes pensar de mí, pero me siento muy sola, tu padre…

-          No pasa nada, mamá, tranquila, no diré nada.

-          Tu padrino y yo tuvimos una aventura hace mucho tiempo, ¿sabes? Lo pasó mal cuando se separó y yo estaba pasando una mala racha con tu padre. A veces tenemos sexo, pero no tiene importancia, de verdad…

-          Mamá, que lo entiendo, de veras, es tu vida y cada uno hace con su vida lo que quieres.

-          Pero pensarás que soy, no sé, una puta.

-          No, mamá, no pienso que seas una puta. De verdad…

Me puso una mano en el hombro. Noté en mi costado la blandura de sus tetas.

-          He visto cómo te masturbabas.

-          Lo siento, mamá, me excité al veros.

-          Chssss, tranquilo, ¿quieres que te masturbe? – me pidió -. ¿Sigues excitado?

-          Sí…

-          Muy bien, relájate. ¿Quieres que me baje un poco las bragas?

-          Sí.

Se bajó las bragas unos centímetros por debajo de las ingles exhibiendo su chocho peludo y se bajó las copas del sostén para liberar sus monstruosas tetas. Luego se pegó a mí, aplanándolas contra mi costado, y bajó la mano derecha por mi vientre hasta meterla dentro de mi bañador. Me agarró mi pequeño pene y me lo sacó por fuera. Me la empezó a machacar a un ritmo constante y aligerado.

-          ¿Te gusta así, hijo?

-          Sí…

La miraba por el espejo, su chocho, sus tetas aplanadas contra mí. Pensaba en mi padrino, en su polla, en lo que debía sentir cuando estaba con mi madre, quise interpretar su papel. Enseguida mi pollita comenzó a salpicar gotitas de leche sobre el lavabo y mi madre disminuyó los tirones.

-          Qué pronto…

-          Estaba muy excitado.

-          Qué morboso, ¿verdad? Madre e hijo, pero si alguien se entera, nos matan.

-          Ya lo sé…

Seguía pasándome la mano por el pene.

-          Yo también me he excitado masturbándote…

-          Me gustaría chuparte – le dije.

-          Sí, chúpame, hijo. Ven…

Mi madre se acercó a la taza y se curvó hacia la tapa apoyando las manitas, bajándose un poco más las bragas y ofreciéndome su culo en pompa. Las tetas le colgaban como dos campanas. Me arrodillé ante su culo y acerqué los pulgares a la entrepierna. Le abrí el chocho. Estaba inundado de semen, semen de mi padrino, un semen semitransparente muy espeso. Acerqué la cara y empecé a lamerle el coño, pasándole la lengua entera por el fondo de la raja, paladeando la leche de mi padrino. Mi madre bufaba meneándome el culo en la cara. Vi su manita aparecer entre las piernas para menearse el chocho al mismo tiempo que mi lengua. La dejé hurgándose el chocho y le abrí la raja del culo para lamerle el ano, de la misma manera, pasándole la lengua entera por encima. Lamer culos es lo que más me excitaba. Vi que se agarraba el chocho estrujándoselo como una esponja.

-          Para ya, hijo… Me he corrido.

Le dejé el ano muy ensalivado cuando me levanté. Ella se irguió y enseguida se subió las bragas y se forró las tetas. Luego abrió el grifo y limpió con la mano el semen del lavabo.

-          Voy a la playa, hijo, al menos, nos hemos quitado este calentón, ¿no?

-          Sí, sí…

-          No digas nada, ¿vale?

-          Tranquila.

Había follado con mi hermana y le había lamido a mi madre el culo y el chocho. Estuve un rato en la taza pensando en ese grado de perversión al que había llegado. Desde aquella vez en el barco con mi primo, no había logrado dominar aquellos impulsos tan fuertes. Y todo, la noche después de que mi novia pasara la noche follando con otro hombre.

Cuando regresé a la playa, mi padrino volvió a insistirme en que llamara a Cristina para que nos pasáramos por su apartamento esa misma noche. La llamé y me dijo que sí, que le apetecía follar otra vez con él.

      Nos presentamos a las once de la noche. Acababa de ducharse y nos abrió con una toalla liada en la cintura a modo de minifalda, con la barriga cayéndole por los bordes. Cristina iba tan preciosa como siempre, aunque más informal, con unos vaqueros ajustado, una camisa blanca por fuera y tacones.

-          Hola preciosa – la piropeó besándola en las mejillas.

-          Hola, Ángel.

-          Pasad.

Nos condujo hasta el salón. Enseguida se pegó a ella, pasándole el brazo por la cintura y apretujándola contra él.

-          ¿Le has dicho a tu novio lo bien que lo pasamos anoche?

-          Sí.

-          Carlitos, échate una copa. No te importa esperar aquí, ¿verdad?

-          No, tranquilo.

-          Ya sabes que no me gustan los mirones -. La pellizcó en la mejilla cariñosamente -. Con esta monada necesito estar tranquilo, ¿verdad, bonita?

-          Sí.

-          No pasa nada – les dije.

-          Vamos, zorrita – le arreó una palmada en el culo -, venga para adentro…

Cristina me miró por encima del hombro antes de desaparecer por el pasillo. Se la llevaba como si fuera una puta que había contratado. Me asomé al pasillo y la vi entrar primero. Mi padrino ya se había desliado la toalla y caminaba desnudo. Pude verle su culo blanco y encogido antes de que empujara la puerta. Aguardé asomado al pasillo muerto de envidia. Cómo deseaba participar con ellos, probar su polla delante de mi novia. Pero me dejaban al margen. Sólo la deseaba a ella. Por el resplandor veía sombras moviéndose y murmullos. Le había oído decir a mi padrino que se desnudara. Continuaba inmóvil como una estatua, a unos metros de la puerta.

-          Vamos, perra, no dejes de lamer… - le oí decir.

Cómo la trataba, a una mujer tan delicada como ella, a una modelo que rozaba la perfección. Avancé despacio, tenía que mirar, me daba igual si me veían.

-          ¡Que chupes, perra!

Hacía lo que hacía con mi madre, la obligaba a lamerle los pies. Era su perversión, como la de mi primo ponerle a mear. Mi padrino permanecía sentado en una butaca cascándosela muy despacio. Sus huevos apenas se movían. Y Cristina, sentada sobre sus talones y echada hacia delante, con sus tetitas pegadas al suelo, le lamía los pies como una perrita. Le pasaba la lengua por encima de los dedos y por todo el empeine. A veces levantaba el dedo gordo y tenía que lamérselo como si fuera un pene. La veía hacer gestos de repulsa cuando metía la punta de la lengua entre los dedos huesudos.

-          Así, perrita, lo haces muy bien… -. Se curvó hacia ella y le arreó un azote en el culo que la hizo contraer las nalgas -. Jodida perra, sigue chupando… Así, cabrona… - le decía acelerando, volviendo a arrearle otro severo azote -. Puta… Sigue… Sigue… -. Extendió el brazo hacia una mesita y cogió un platito azul marino para tazas de café -. Levántate, me voy a correr…

Cristina se irguió y él le entregó el plato. Lo sostuvo con ambas manos mientras él se la machacaba velozmente. Tardaba en eyacular, pero al final paró, se apretó el capullo y comenzó a verter leche espesa sobre el platito. Lo dejó rebosando por los bordes. Después Cristina lo colocó en el suelo y volvió a curvarse para sorber la leche como una perra mientras él la miraba acariciándose la polla, lo mismo que hizo con mi madre aquella vez con Teo.

Volví al salón. Estaba excitado, pero también sentía miedo de aquella situación. Toda mi vida podía desbaratarse con aquellas experiencias tan duras. Lamiendo el chocho de mi madre y permitiendo que a mi novia la trataran como una perra. Cuando me estaba sirviendo un whisky solo con la intención de relajarme, les oí gemir como locos. Se tiraron varios minutos follando, luego los gemidos cesaron poco a poco. Esa vez no quise asomarme.

Estaba en el sofá cuando apareció mi padrino. Estaba sudando como un cerdo. Llevaba un albornoz amarillo abierto y la polla hinchada e impregnada de semen. Se la miré con descaro, con muchas ganas de lanzarme a ella para probarla. Creo que se dio cuenta y enseguida se abrochó el albornoz tapándose.

-          Dame un trago, anda.

Le entregué la copa y me levanté.

-          ¿Y Cristina?

-          Se está vistiendo. Yo voy a ducharme otra vez, mira cómo estoy.

Fui hacia la habitación. Estaba sentada en la cama abrochándose la camisa, desmelenada, con el rímel corrido. Me miró y me sonrió, aunque parecía exhausta.

-          Me preparo y nos vamos, ¿vale?

-          Sí, ¿estás bien?

-          Claro.

-          ¿Qué ha pasado?

-          Follar, Carlos, hemos follado, qué va a pasar…

Se curvó para recoger sus bragas del suelo y le vi el culo enrojecido y la rajita del chocho rellena de semen. El hijo puta se corría dentro, menos mal que tomaba la píldora. Me sentí muy patético mirando cómo se vestía. Cuando nos fuimos, mi padrino seguía en la ducha y ella entró a despedirse. Les oí besarse. Ya en la calle, me contó que había estado bien, pero practicaba sexo muy duro que a ella le asustaba. Quise decirle que no me gustaba que me mantuviera al margen, que quería participar con ella, pero no me atreví, me daba mucho corte recordarle que en el fondo yo era un maricón y que llevaba tiempo sin probar una polla tan rica como la de mi padrino. También pensé que aquella relación nuestra tan liberal, no podía llevarnos por el buen camino. No es una cosa normal entre parejas corrientes. Íbamos a tener nuestra primera crisis de pareja seria, una crisis que casi nos costó el fin de nuestra historia.

   Mi padrino Ángel, el hombre que se follaba a mi madre y a mi novia, rehízo su vida con su ex mujer y se fue a vivir a Madrid al poco tiempo de las relaciones que mantuvo con Cristina. Su marcha fue positiva para nuestra relación, volvimos a nuestros momentos morbosos con las pelis pornos, con las fotos de pollas que le bajaba de internet, recordando aventuras con su ex marido o mi primo, aunque a veces me hablaba de los numerosos polvos que echó con Ángel aquella noche. Creo que echaba de menos la polla de mi padrino, su forma de follarla, mi pene no tenía ni punto de comparación y hasta me abochornaba cuando le echaba un polvo, tenía la sensación de que la dejaba insatisfecha, que fingía sus gemidos. Me arañaba el culo cuando me echaba encima de ella, como si necesitara más caña. A pesar de nuestra morbosidad, no volvió a proponerme una experiencia real con otro hombre, como ella decía, cuando yo la masturbaba, sólo eran calentones que se esfumaban tras una buena masturbación. Prefería que la masturbara a que la follara.

Un sábado por la noche me tocaba guardia en el servicio de urgencias. Pasamos todo el día juntos, estuvimos en un parque de atracciones y fuimos a pasear por la zona del río. La dejé con unas amigas tomando una copa en un pub y prometí llamarla en cuento terminara la guardia. Tendría que estar trabajando toda la noche. Pero cuando llegué al hospital, un compañero me pidió el cambio de la guardia, él me hacía esa noche y yo le hacía la del próximo sábado porque tenía un compromiso.

Volví al pub donde había dejado a Cristina porque no me contestaba al móvil. Vi a sus amigas y le pregunté por ella, pero me dijeron que se había ido a casa. Entonces fui a su apartamento. Tenía llave. Era un apartamento pequeño y sus gemidos retumbaban en la penumbra del recibidor. Me quedé helado. Gemía sin parar, como de manera sincronizada. Me quedé helado, sentí frío, me estaba poniendo los cuernos.

Encendí la lamparita del salón y fui hacia el cuarto. Los gemidos cada vez resultaban más escandalosos. Habían dejado la puerta abierta, no me esperaba, pensaba que estaba de guardia. Un tío fuerte y musculoso se la estaba follando. Estaba encima de ella y no paraba de contraer el culo, un culo moreno y depilado. Cristina permanecía debajo, con las piernas cruzadas en la cintura del tío, arreándole palmaditas en el culo forzudo del tipo.

-          Dame más fuerte… No pares… No pares…

A veces el tipo paraba, como para descansar, pero ella le obligaba a reanudar las penetraciones apretándole las nalgas con las manitas. Podía verle los huevos depilados entre las piernas robustas y musculosas. Se besaban a mordiscos, aunque a veces veía su cara de placer por encima del hombro del tipo.

-          Ahhhh… Dame… ¡Dame! … Ahhh…

El hombre paró. Se morreaban y ella le acariciaba el culo, no dejaba de pasar sus manitas por las nalgas. Yo me moría de celos, era la primera vez que no tenía una erección por verla con otro hombre. Entendí que no contaba conmigo, que yo no le servía sexualmente y creí que allí terminaba nuestra atípica historia.

-          Déjame respirar – le pidió ella.

El hombre, alto y fuerte, tipo culturista, rubio y con una perilla, se echó a un lado. Tenía una buena polla, bastante larga, completamente depilado, parecía un actor de película porno. La vi con las piernas separadas y el coño abierto, de donde comenzó a brotar semen espeso que discurría hacia la rajita del culo. Fue cuando elevó la cabeza y me vio. Sus ojos se desorbitaron y se irguió de repente.

-          ¡Carlos!

El hombre también se acojonó y se apeó de la cama a toda prisa en busca de la ropa para taparse. Yo di media vuelta y fui al salón, me senté en el sofá. Apareció al minuto abrochándose una bata de seda. Se sentó a mi lado y trató de cogerme las manos, pero yo se lo impedí.

-          Lo siento, Carlos, de verdad, no sé que me ha pasado.

-          ¿Desde cuándo?

-          Es un amigo de la agencia. Antes follábamos mucho, tuvimos una aventura cuando yo estaba con Mario. Me ayudó mucho, era cuando peor lo estaba pasando. Llevábamos tiempo sin vernos, lo siento, Carlos.

-          Eres una puta, Cristina…

Apareció el tipo ya vestido. Evitó mirarme. Cristina se levantó y le despidió con dos besos en las mejillas. Luego volvió a sentarse a mi lado.

-          Perdóname, cariño. Yo te quiero, no puedo vivir sin ti, esto ha sido solo sexo entre amigos, tú y yo hemos hecho cosas así, con tu padrino, joder…

-          Eres una puta…

-          Maldita sea, Carlos, ¿Qué soy una puta? ¿Te sientes mejor?

-          Adiós, Cristina.

-          No, Carlos, no te vayas, por favor, yo te quiero…

La dejé llorando, di un portazo para demostrar mi indignación y decepción por engañarme de aquella manera. Estuvimos varios días sin contacto, pero empezó a llamarme a casa. Yo no atendía sus llamadas, hasta que un día fue a buscarme al hospital. Me dijo que no podía vivir sin mí, que me amaba. Fuimos a la cafetería. Allí la perdoné.

-          He cometido un error, Carlos, sé cómo te sientes, te he engañado. Nos divertimos con el sexo a nuestra manera y yo he cruzado la raya. Pero te quiero, te quiero mucho. Me gustaría que te vinieras a vivir conmigo.

-          ¿En serio?

-          De verdad, Carlos.

-          ¿Quieres que nos casemos? – le pedí cogiéndole las manos.

-          Sí.

Y nos besamos. Reconstruíamos nuestra felicidad. Pero mi primo Ismael, tras muchos años de viaje por el mundo, regresaba a casa cuando ya teníamos planeada la boda. CONTINUARÁ CON LA LLEGADA DE ISMAEL. Carmelo Negro.

Emails y Messenger: joulnegro@hotmail.com

Mas de Carmelo Negro

Las putas del huésped

Esposa mirona

De pijo guapo y casado a transexual

Esa perra es mía

La cerda de su sobrino

Cornudos consentidos: pub liberal

Putitas de mi sobrino

Críticas a todorelatos

Historia de un maricón (Final)

Historia de un maricón (Primera parte)

Madres e hijas: El novio de su madre

Madres e hijas: Queremos follarnos a tu madre.

Cornudos Consentidos: Cumpleaños Feliz

Cornudos Consentidos: Acampada Morbosa

Cornudos Consentidos: esposa preñada

Humillada por su hijo

Una viuda prostituida por su hijo

La guarra de su vecino 3

La guarra de su vecino 2

El coño caliente de su amiga

La guarra de su vecino 1

Tu madre y yo somos unas cerdas, cariño.

Una madre muy guarra

Humilladas y dominadas 3 (Final)

Humilladas y dominadas 2

Humilladas y dominadas 1

El coño jugoso de mamá 2 (final)

El coño jugoso de mamá 1

Sensaciones anales para su esposa

Masturbaciones con su sobrino 2

Masturbaciones con su sobrino 1

Una madre violada

Convertida en la puta de su hijo

La esposa humillada 3

La esposa humillada 2

La esposa humillada

Las putas de su primo 1

Las putas de su primo 2 (Final)

Encuentros inmorales con su prima y su tía 4

La historia de Ana, incesto y prostitución 4

La historia de Ana, incesto y prostitución 3

Encuentros inmorales con su prima y su tía 3

La historia de Ana, incesto y prostitución 2

Encuentros inmorales con su prima y su tía 2

Encuentros inmorales con su prima y su tía 1

La historia de Ana, incesto y prostitución 1

Historias morbosas de mi matrimonio (4)

Historias morbosas de mi matrimonio (3)

Historias morbosas de mi matrimonio (2)

Historias morbosas de mi matrimonio (1)

El invitado (2)

Violando a su cuñada

El invitado (1)

La nueva vida liberal de su esposa

Favores de familia 2

Favores de familia 1

El secreto y las orgías (1)

Juegos peligrosos con su tío 2

Una cuñada muy puta (3)

Juegos peligrosos con su tío 1

Encuentros bixesuales con su marido

Una cuñada muy puta (2)

El sobrino (3)

Intercambios con mi prima Vanesa 4

Una cuñada muy puta (1)

Intercambios con mi prima Vanesa 3

El sobrino (2)

Intercambios con mi prima Vanesa 2

El sobrino (1)

El Favor (2)

El favor (1)

La doctora (3)

Intercambios con mi prima Vanesa 1

La doctora (2)

Asuntos Económicos (3)

Desesperación (3)

La doctora (1)

Desesperación (2)

Asuntos Económicos (2)

Un precio muy caro

Asuntos Económicos (1)

Desesperación (1)