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Una madre violada

en No Consentido

Una madre violada.

Diana era un bombón, una morenaza despampanante a pesar de sus 42 años. La madurez le estaba sentando fenomenal. Era alta y delgada con un cuerpo escultural. Tenía el cabello negro, largo y ondulado, con mucho volumen, piel bronceada, ojos verdes oscuros y labios gruesos. Poseía unos pechos muy redondos y erguidos, con pezones diminutos y aureolas de un tono blanquecino, y un culo perfecto con forma de corazón, con la piel de las nalgas duritas y doraditas. Su físico impresionaba, así es que era raro el hombre que no terminaba piropeándola. Solía vestir bien, de manera juvenil y a la última moda, y además era coqueta para el uso de maquillajes y complementos. Siempre iba bien conjuntada. A pesar de su espléndida belleza, era una mujer muy corriente, muy familiar, simpática y agradable. Le encantaba salir con sus amigas a charlar o tomar algo. Llevaba veintidós años casada con Jorge y era muy feliz con él, era el hombre de su vida, en realidad siempre lo había sido porque llevaban juntos desde los quince años. Jorge era un tipo entregado a su trabajo como director general de un laboratorio químico, pero la quería mucho y la trataba como a una reina. Jorge también era un tipo apuesto que se conservaba joven a pesar de sus cuarenta y cinco años, aún así jamás había tenido un desliz y tanto uno como otro habían sido fieles al matrimonio. Era consciente de cómo la miraban, pero alardeaba de tener una esposa tan guapa, con un aspecto tan juvenil y tan elegante. La conocía demasiado como para estar tranquilo, sabía que nunca le sería infiel. En cuanto a su vida sexual, como todo, a veces resultaba muy rutinaria y a veces muy divertida, a veces más salvaje y a veces más romántica, dependiendo del momento y la situación, pero todo dentro de la normalidad. Tanto uno como otro estaban satisfechos. Vivían en un ático en el centro de Madrid con su hijo Cristian, de dieciocho años, y eran vecinos de Claudia, la hermana menor de Diana, de treinta y cinco años y recién casada. Todo transcurría sin graves alteraciones, como cualquier familia normal, hasta que sucedió un hecho escandaloso que iba a resquebrajar el destino de la familia. Son hechos fortuitos que nadie se espera, pero que destrozan un matrimonio, una amistad o el amor.

Jorge viajaba muy a menudo al extranjero, concretamente a Nueva York, sede central de la empresa donde trabajaba. Se acercaban las navidades y debía cerrar el ejercicio con sus jefes, así es que un lunes a primera hora partió su avión rumbo a los Estados Unidos. Su regreso estaba previsto para el siguiente lunes, por lo que Diana y Cristian pasarían solos la semana antes de la Nochebuena. De lunes a jueves la semana transcurrió como otra cualquiera, pero el viernes por la mañana una amiga de Diana la llamó para invitarla a cenar, una cena de amigas, todas las de la pandilla, sin maridos, una comida de mujeres que solían celebrar todos los años por esas fechas. Ese mediodía, su hijo Cristian y su novia, Adela, estudiante de medicina, viajaban a Segovia a ver a los padres de ella y regresarían tarde. Se tiró cerca de media hora hablando por videoconferencia con su marido, se dieron besitos por la pantalla y se prometieron una noche loca de sexo cuando regresara. Tras cortar la comunicación, se puso a arreglarse. Eran las siete y media y habían quedado a las nueve menos cuarto. Como siempre, se puso preciosa y guapísima. Se colocó un jersey largo tipo vestido de color rojo, cortito y ajustado que definía ese precioso culito con forma de corazón, dándole un efecto de glamour asegurado, con un cuello ancho y grueso con cremallera al lado, y con remates de canalé en las mangas y en toda la delantera. En la cintura un grueso cinturón negro con hebilla plateada acentuaba su exquisita figura. Para las piernas unas medias negras muy brillantes y unos zapatos de charol a juego con el vestido. Iba radiante. Su trasero se contoneaba con estilo y sus pechos se balanceaban con morbo. A la hora fijada, su hermana Claudia, miembro también de la pandilla, se pasó a recogerla. Cenaron en un lujoso restaurante y se lo pasaron en grande, una velada animada sin maridos, una velada de mujeres casadas, maduras, guapas y elegantes. Terminaron en un disco pub para bailar. Bebieron demasiado, mezclaron vino con chupitos y whisky, y más de una tuvo que marcharse a casa antes de perder la cabeza, entre ellas Claudia. Diana no estaba acostumbrada a beber, pero aquella noche estaba entonada y ya llevaba varias copas, ya sus ojos comenzaban a apagarse y ya empezaba a hablar tonterías. El alcohol no le sentaba muy bien y sabía que iba a tener una resaca de escándalo. Sólo quedaban ella y dos amigas más que querían irse a casa, pero vivían cerca y podían irse andando.

Es la una y media, Diana, es tarde y estás muy borracha. Venga, te llamamos a un taxi.

Que no, que sois muy aburridas, que es muy temprano.

Venga, por favor, estamos rendidas y mi marido me va a matar.

Yo me quedo.

No había quien la convenciera y no paraba de darle tragos al cubata y de encenderse un cigarrillo tras otro. El alcohol tiene efectos devastadores en la conciencia de una persona y puede acarrear graves consecuencias. Pidió otra copa más y sacó de quicio a sus amigas, que no conseguían llevársela a casa. Permanecía sentada en un taburete con las piernas cruzadas y sin parar de reír y decir tonterías. Su amiga Consuelo decidió llamar entonces a su hijo Cristian para que pasara a recogerla.

Cristian, tienes que venir a por ella, se ha pasado bebiendo y no hay quien la lleve para casa. Nosotras no tenemos coche. Te advierto que está bastante pasada, ya sabes lo tonta que se pone cuando bebe.

Es que estoy de viaje y tardaré mucho en llegar.

¿Y qué hacemos? Nosotras nos tenemos que ir.

Vale, esperad un cuarto de hora, voy a llamar a un amigo para que se pase a recogerla.

Venga, esperamos. Un saludo.

El amigo en cuestión se llamaba Fran, dieciocho años, íntimo amigo de Cristian y casualmente vecino del piso de abajo. Fran era muy bruto, con un físico robusto, piernas gruesas, algo de barriga, culo respingón y cuerpo muy peludo. Era mas bien bajo, la cabeza muy redonda y casi siempre con barba de tres días, vestido casi siempre con tejanos y camisetas negras. No tenía novia y satisfacía sus necesidades sexuales yéndose de puta de vez en cuando, sólo o con algún amigo. Recibió la llamada de Cristian cuando recogía el coche en el garaje.

Hazme ese favor, tío, se ha pasado y está bastante bebida. Yo tardaré todavía un rato.

Venga, no te preocupes, yo me ocupo de ir a buscarla.

Veinte minutos más tarde se presentó en el disco pub. La madre de su amigo estaba para comérsela con aquel jersey tipo vestido y aquellas piernas tan sensuales. Tenía un polvazo, y encima estaba borracha y tenía que ocuparse de ella.

A ver si tú lo consigues – le dijo Consuelo -. Nosotras nos vamos que nos van a matar.

Vale, tranquilas, que yo me la llevo.

Se saludaron con unos besos en las mejillas y él arrastró un taburete para sentarse a su lado, de cara, para poder fijarse mejor.

¿Has venido a rescatarme, Superman? – bromeó ella con la voz achispada.

Quiero invitarte a otra copa.

Tú que sí no eres aburrido, pero ni mú a mi marido, ¿vale?

Tranquila, seré una tumba.

Fran se ocupó de que no dejara de beber ofreciéndole brindis todo el rato, por lo guapa que estaba, por lo guay que era, por un sinfín de tonterías. Cada vez estaba más borracha, cada vez más sus movimientos eran más lentos, su voz más apagada y su mirada más abstraída. Se tiró fotos con ella, abrazándola, estampándole un besito en la mejilla o riendo. Fran se aprovechaba del estado de Diana. A veces la rozaba, le pasaba la mano intencionadamente por las piernas, le colocaba el cabello tras las orejas, le acariciaba la cara, su polla fue endureciéndose ante el tremendo morbo de estar con la madre borracha de su amigo. Le ofreció unas caladas de un porro y aquello agudizó aún más su malestar. Ya comenzaba a cerrar los ojos y a tambalearse en el taburete. A veces descruzaba las piernas y Fran trataba de asomarse.

Estoy muy mareada y vamos a tener que irnos.

Como quieras.

Pagó la cuenta y se levantaron a la vez. Fran le pasó el brazo por la cintura, como si fuera su novia, y la condujo entre el gentío hasta la salida, momentos que aprovechó para bajar un poco la mano y palpar su apetitoso culito, sentir su pecho apretujado contra él, olerla, tocar una mujer tan madura y tan buena. Ella echaba la cabeza sobre su hombro, sin percatarse de los descarados tocamientos. Ya en el aparcamiento, abrió la puerta del copiloto y la ayudó a sentarse. Apenas podía mantenerse en pie. Rodeó el coche y se sentó al volante. Eran casi las tres de la mañana. La miró. Se había adormilado reclinándose de lado contra la ventanilla. Con una mujer así, cualquiera podía perder la cabeza, por muy madre que fuera de su mejor amigo. Decidió arriesgarse y le pasó la mano abierta por encima del muslo, arrastrando la base del jersey hasta el vientre y dejándole el encaje de las medias y las bragas a la vista.

¡Joder! – exclamó al verle las bragas.

Eran unas bragas negras con la delantera de gasa y se le transparentaba todo el coño, una pequeña mata de vello recortado de forma triangular. Ni se había inmutado, permanecía con los ojos cerrados y la boca abierta. Se desabrochó la bragueta y se sacó la polla para empezar a sacudírsela mirándole las bragas y pasándole de vez en cuando las manos por las piernas, por encima de las medias. Cuando notó que iba a correrse, se colocó sentado de costado, mirando hacia ella, y se tiró fuerte de la polla hasta enviarle algunos salpicones de semen, gotitas que se dispersaron por la pierna manchándole las medias. Ni se enteró. Alguna gota le resbalaba hacia la cara interna del muslo. Se fijó en una diminuta gota que le había caído en la tira superior de las bragas. Contrastaba su tono blanquecino con el tono oscuro de la prenda. Se acercó un poco más y rozó el capullo por la media, dejando impregnado un rostro de babilla blanquecina. Le tiró otro par de fotos con el móvil y un primer plano de las bragas. Se guardó la polla y se tiró todo el viaje de regreso sin parar de ladear la cabeza hacia ella, fijándose en las transparencias de las bragas, esparciendo las gotas de semen por toda la media. No se le quitaba el calentón a pesar de la paja, con una mujer así resultaba complicado. Para sacarla del coche y despertarla, la agarró por el chocho con fuerza, por encima de la braga, y la sujetó por la nuca, como si fuera a levantarla en peso. Ella se encogió cerrando las piernas ante el inesperado achuchón, abriendo los ojos y frunciendo el entrecejo, pero él ya había retirado la mano y no se percató del grosero tocamiento, ni siquiera se dio cuenta de que se le veían todas las bragas. Estrujarle el chocho le originó otra erección. La ayudó a bajar sujetándola por las caderas. Mareada, se abrazó a él y la condujo hacia el edificio. Le llevaba la mano plantada en el culo. En el ascensor pasó lo mismo, continuó abrazada al amigo de su hijo mientras la manoseaba por todos lados, sin percatarse de sus sucias intenciones. Volvió a fotografiarla abrazada a él, enfocando hacia el espejo del ascensor. Iba como dormida con la mejilla apoyada en su hombro y con las tetas aplastadas contra sus pectorales. Le tenía las manos plantadas en el culo, podía verlas gracias al espejo. Le dio un fuerte tirón a los bajos del jersey subiéndolos hasta la cintura. Era un tanga, llevaba el fino hilo metido por el culo, oculto en el fondo de la raja. Le magreó las nalgas con cuidado, las tenía duritas, se las manoseó hasta que sonó el clin del ascensor. Al retirar las manos del culo, se le bajó la base del jersey. La condujo hasta la puerta y la apoyó de espaldas contra la pared. Le cruzó la cara con pequeñas bofetadas en las mejillas, con la palma y el dorso de la mano, tratando de espabilarla.

¿Dónde tienes las llaves, bonita?

Ella entreabrió los ojos ante los golpecitos que le ladeaban la cabeza de un lado a otro. Oía su voz en la lejanía. Estaba demasiado borracha.

En… El… Bolso – tartamudeó.

Le registró el bolso, sacó las llaves y abrió la puerta. La sujetó por las caderas para conducirla al interior de la casa y cerró la puerta tras de sí. La llevó por el pasillo hasta el cuarto de baño, un cuarto de baño amplio y muy iluminado con numerosos focos repartidos por el techo. Todo estaba impecable. Ella caminaba con los ojos entrecerrados. La detuvo frente al espejo, la sujetó por la nuca y empujó obligándola a curvarse sobre el lavabo. Abrió el grifo y le lavó la cara deslizando la palma abierta por todo su rostro, luego volvió a incorporarla con la cara mojada.

Voy a quitarte el vestido.

No… - dijo débilmente, algo más despejada.

Pero sujetó el vestido por la base y tiró hacia arriba bruscamente sacándoselo por la cabeza y dejándola en bragas y sujetador, un sujetador negro de muselina con copas pequeñas, donde se transparentaban sus diminutos pezones y sus claras aureolas. También se le transparentaba el coño por la delantera del tanga y parecía llevar el culo al aire al llevar la tira oculta en la raja. Diana consiguió mirarse al espejo, un destello de lucidez donde entendió que estaba semidesnuda ante el mejor amigo de su hijo. No paraba de toquetearla por todos lados.

Salte… Fran… Trae mi pijama… Quiero mear…

Yo te ayudo.

La sujetó del brazo y tiró de ella para acercarla hasta la taza. Abrió la tapa. Ella trató de resistirse tirando del brazo, pero no pudo.

No… Fran… Yo, puedo…

Fran le atizó una bofetada en la cara volviéndole la cabeza, provocando que algunos cabellos cayeran sobre su rostro.

Cállate, zorra.

Fran.

Siéntate a mear…

Le bajó las bragas tirándole hacia abajo de la tira lateral, dejándoselas enrolladas unos centímetros por encima de las rodillas, con todo el chocho a la vista. La sujetó por los hombros y la empujó hacia atrás obligándola a sentarse en la taza. Sus tetas se balanceaban, incluso un pezón asomaba por el borde superior sin que ella se hubiera dado cuenta. A pesar de la borrachera, era consciente de que estaba meando delante del mejor amigo de su hijo. Sus mejillas se sonrojaron.

Venga, ¿no querías hacer pis?

Sí…

Parecía más espabilada ante la dureza de Fran, y le miraba con el ceño fruncido y cara de pánico. Le acarició bajo la barbilla justo cuando sonaba el chorro de pis y le tiró una foto en aquella postura, sentada en la taza, con las bragas en las rodillas y mirando hacia el objetivo.

¿Qué guapa eres? -. El cuerpo de Diana sufrió una convulsión fruto de una arcada - ¿Tienes ganas de vomitar? -. Ella asintió -. Levántate.

Yo puedo… Yo puedo sola, Fran… Puedes… Puedes irte…

La sujetó del brazo obligándola a levantarse, con las bragas bajadas. La trataba como a una muñeca de trapo. Intentó subirse el tanga, pero sólo consiguió deslizarlo de un lado y sólo un par de centímetros. Aún no había terminado y al girarla hacia la taza, aún vertía pis del chocho, un incesante goteo disperso que caía sobre el borde de la taza y las baldosas. Pero apenas tenía fuerzas para resistirse.

Arrodíllate.

Es igual… Fran… No…

¡Que te arrodilles, coño!

Ante la alterada imposición del joven, Diana se arrodilló. La sujetó por la nuca y la curvó violentamente hasta meterle la cabeza dentro de la taza. El cabello le caía por los lados hasta tocar el agua del fondo. Le mantuvo la cabeza unos momentos dentro y le atizó varias palmadas en el culo, manoseándoselo y metiéndole los dedos por el fondo de la raja. Llegó a percibir sus dedos por encima del ano tierno. Intentó incorporarse, pero le hundió aún más la cabeza hasta casi tocar el agua. Tenía las tetas aplastadas contra el borde de la taza.

Vomita, cabrona.

La mantuvo unos segundos más y luego la agarró de los pelos y la incorporó bruscamente. Ella mantenía la boca abierta, acezando ante el esfuerzo, y de repente le metió la mano dentro de la boca, con la punta de los dedos rozándole la garganta. Sufrió un espasmo y nada más retirarle la mano le inclinó la cabeza y vomitó un caldo amarillento. Volvió a tirarle de los pelos hacia atrás. Las babas le colgaban de la barbilla y le goteaban en las tetas. Una de las copas se le había movido y tenía una teta por fuera, aunque no se había percatado. Volvió a meterle los cuatro dedos de la mano provocándole otra arcada. Derramó babas que resbalaron por su barbilla. Le dio unas palmadas en la cara. Ella respiraba acelerada por la boca. Le tiró hacia abajo de la otra copa del sostén y la dejó con ambas tetas al aire. Le dio unas palmadas a las tetas, zarandeándolas, provocándole muecas de dolor.

Qué buena estás, zorra…

Con la misma brusquedad, volvió a curvarla metiéndole la cabeza dentro de la taza y tiró de la cadena salpicándole de agua limpia toda la cara y parte del cabello. Volvió a pegarle en el culo. Ella se quejaba con todo el rostro mojado. Sin soltarle la cabeza, con una sola mano, de desabrochó el pantalón y se lo bajó junto con el slip, a tirones, hasta liberar su polla gruesa y larga, de glande enrojecido y piel pulida. Se arrodilló tras ella, manteniéndole con la mano izquierda presionada la cabeza hacia el fondo de la taza, mientras que con la derecha se agarró la polla para conducirla a la entrepierna de Diana. Diana sintió el roce en la rajita de su coño y trató de incorporarse, pero se la clavó en el chocho de un golpe seco. Entonces le soltó la cabeza y pudo erguirse aferrándose a los cantos de la taza, cantos salpicados de su propio pis. El agua le corría por la cara. Empezó a follarla velozmente, bombeándole el chocho con severidad. Ella le miró por encima del hombro, acezando como una perra. Sus tetas se mecían rozando el canto de la taza. Le tenía las manazas encima de la cintura.

No… Fran… Para… - suplicó.

Qué gusto follarte, zorra…

Le dilataba el chocho con fuerza, sin tregua, propinándole fuertes embestidas en las nalgas con la pelvis. Seguía mirándole por encima del hombro. Sudaba como un cerdo, sudaba a borbotones, con todo el vello del cuerpo humedecido por el sudor, bufando como un toro al metérsela. Ambos respiraban de manera acelerada. Diana notaba cómo se la incrustaba hasta los huevos, sacándosela hasta la punta y hundiéndola secamente sin descanso. Jamás su marido la había follado con esa potencia. Miraba hacia él con el ceño fruncido y exhalando sonoramente. Le metió las manos por debajo obligándola a incorporarse y la abrazó aplastándole las tetas, despidiendo su aliento sobre la nuca, encogiéndose nerviosamente para ahondar con la verga.

Era tan tarde que Cristian convenció a su novia para que durmiera en casa esa noche. Nada más irrumpir en el hall, escucharon los clamorosos acezos provenientes del cuarto de baño. Se miraron extrañados y Cristian le hizo una señal con el dedo para que mantuviera silencio. Distinguieron claramente los resuellos de su madre y los jadeos secos de Fran.

Joder, tía, mi madre está follando con mi mejor amigo – le dijo a su novia en voz baja.

Sí, hombre, ¿tu madre?

Estaba muy borracha, me lo han dicho sus amigas, no te extrañes que se le haya ido la cabeza…

Vamos a ver, chssss, despacio…

Avanzaron y asomaron la cabeza por el borde. Allí les vieron, arrodillados ante la taza, follando como perros, ambos con los cuerpos envueltos en un sudor brillante. Su madre tenía las bragas tensadas a la altura de las rodillas y el sujetador subido por encima de los pechos. Fran contraía el culo presurosamente sobre las nalgas de su madre, sentada sobre la polla, mientras le sobaba las tetas y la besuqueaba por el cuello. Diana jadeaba con la boca y los ojos muy abiertos.

Me cago en la puta – susurró Cristian petrificado ante la escena -. Es mi madre, joder…

Mira cómo se la folla – añadió Adela impresionada con su suegra y con las maneras de Fran.

Fran detuvo la marcha para asestarle unas cuantas clavadas secas, pausadas, vertiendo abundante leche en el coño de Diana, que expulsaba el aliento dificultosamente.

Vámonos, joder, me cago en la hostia – apremió Cristian retrocediendo.

Vaya con tu madre, no me esperaba una cosa así.

Se ocultaron en la habitación de Cristian, sin encender la luz y dejando la puerta un poco entreabierta, con vista a la salida del cuarto de baño. Al cabo de cinco minutos, apareció Fran abrochándose los pantalones y subiéndose la cremallera de la bragueta. Aún respiraba por la boca, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano. Sacó el paquete del bolsillo y se encendió un pitillo. Unos segundos más tarde, salió Diana, ataviada con una bata de seda blanca. Se detuvo junto a él, a la entrada del lavabo.

Vete de aquí, Fran, no sabes lo que me has hecho. Esto no se va a quedar así.

Fran le apretujó las mejillas y le levantó la cabeza.

¿Qué dirá tu marido y tu hijo cuando vean las fotos? ¿Eh?

Por favor, Fran, borra esas fotos.

Eres muy guapa, me gusta follarte.

Fran… - gimoteó -, olvidemos esto, ¿vale? Yo no diré nada…

Eres mía – le dijo estampándole un beso en los labios.

No, Fran, por favor…

Hasta mañana, preciosa…

Y se dirigió hacia la salida. Instantes después oyeron un portazo. Diana, con las manos en la cabeza, atemorizada, fue hacia su habitación y cerró la puerta tras de sí. Entonces Cristian encendió la luz y se sentó en el borde de la cama, abatido. Adela le acarició el cabello.

- Qué fuerte – dijo ella.

- Se ha aprovechado de que estaba borracha. Joder, esto es muy gordo, Adela, no sé qué hacer.

- Es complicado, sí, tendrás que hablar con alguno de los dos – le aconsejó -. Madre mía, qué papel.

- De todas formas, no me esperaba esto de mi madre.

- ¿Te dejo solo y tratas de hablar con ella? – sugirió Adela.

Cristian asintió. Adela le besó en el cabello y abandonó el ático sin hacer ruido, dejando a su novio sumido en una profunda consternación. Aguardó un rato sin saber qué hacer. Fue a asomarse, vio a su madre sentada en el borde de la cama, reflexionando, con el disgusto plantado en la expresión de su cara. Había supuesto para ella una experiencia muy fuerte que iba a dejarla señalada. Una mujer feliz, enamorada de su marido, a la que el destino, repentinamente, acababa de jugarle una mala pasada. Tenía que ayudarla. Empujó la puerta y dio unos pasitos hacia ella. Diana estaba más espabilada, como si la resaca se hubiera difuminado, aunque le temblaba ligeramente la barbilla, fruto del pánico, por su actitud pasiva ante el amigo de su hijo. Levantó los ojos hacia él.

¿Qué ha pasado, mamá? ¿Qué ha pasado, joder? Te he visto, maldita sea…

Ha abusado de mí, hijo – gimoteó -, Yo… Yo… Yo no quería, no tenía fuerzas, he bebido mucho y…. Por favor…

Percibió su sinceridad y se sentó a su lado pasándole el brazo por los hombros. ****

Maldito cabrón, vístete, vamos a denunciarle.

¡No!

Hay que denunciarle – insistió.

Tiene fotos, Cristian, se aprovechó de mi estado y me tiró fotos. Nadie me creería, ¿entiendes?

Pero te ha violado.

No, hijo, con esas fotos yo no puedo denunciarle. Tu padre no me creería nunca. Por favor, prométeme que no dirás nada.

Como tú quieras.

Olvidaremos este asunto, ¿de acuerdo? Y no le digas nada a Fran, no quiero empeorar las cosas y que este escándalo saliera a la luz. Sería una vergüenza para todos.

Está bien, mamá. Ahora descansa un poco.

La besó en la frente y la ayudó a tumbarse. Luego le apagó la luz y abandonó la habitación para irse a su cuarto. Estaba bastante afectado por lo sucedido, le producía mucho bochorno imaginarse a los conocidos de su entorno si llegaran a enterarse de que Fran había abusado de su madre borracha. También comprendía el peligro si su padre se enteraba. La felicidad de la familia, en aquellos momentos, estaba resquebrajada por un suceso inesperado.

Adela, al salir de la casa de su novio, estaba impresionada y extasiada por la escena de la que había sido testigo. Ver a Fran, arrodillado, follándose salvajemente a su suegra borracha había sido increíble y dentro de lo increíble, tremendamente morboso. Aunque trataba de desvanecer la sensación, la escena le había excitado. Ver al amigo de su novio, su cuerpo robusto y peludo, su forma de follar, la había calentado de manera irremediable. Ella era una chica sencilla, enamorada de su novio, muy tradicional en cuanto al sexo, nunca se había masturbado, ni había visto una peli porno y sus relaciones con Cristian se limitaban a hacer el amor en plan romántico. Para una chica de su talante, encontrarse con una escena tan bestial, la había hipnotizado. Vestía un jersey negro de lana y unas minifaldas negras de cuero, con medias negras y zapatos negros, un color oscuro en contraste con su brillante cabellera pelirroja, larga y ondulada, y su piel blanca. Usaba unas gafitas azules de cristales redondos y solía llevar la cara bastante maquillada. Tras bajar por el ascensor, abrió el portal y al salir a la calle se topó con Fran. Merodeaba por la acera echando un cigarro. Le examinó de arriba abajo.

¡Fran! ¿Qué haces?

Bueno, fumando, iba a guardar el coche -. Se saludaron con unos besos en las mejillas. Olía a sudor. Acababa de follarse a su suegra -. ¿Dónde vas? Es madrugada.

A casa. Iba a coger un taxi.

¿Te acerco?

No quiero molestarte – dijo ella.

Venga, no se hable más. Si vives ahí al lado. Además, no puedo dejar que una chica tan guapa vaya sola a estas horas.

Gracias.

Durante el trayecto, de unos cinco minutos, ella le contó que habían estado en Segovia para ver a sus padres y que tenía los exámenes a la vuelta de la esquina, que Medicina era una carrera complicada y que iba a tener que estar todo el fin de semana estudiando. Adela percibió cómo a veces le echaba una miradita a sus piernas. Quería contenerse, no cometer un error, aferrarse a su habitual timidez, pero ir a su lado, en plan morboso tras presenciar el polvo que le había echado a su suegra, la ponía cachonda. Aparcó frente al portal donde tenía alquilado el piso. Ella iba a abrir la puerta cuando él la sorprendió.

Te acompaño hasta la puerta.

Vale – se asombró percibiendo un ramalazo de pánico ante la indecente propuesta.

Mientras caminaban hacia el portal y sacaba las llaves, comenzó a arrepentirse de haber cobijado semejante sensación lujuriosa. Aquello no iba más que a empeorar las cosas. Estaba dando mucho el cante, se le notaba a una legua su calentura sexual y él lo había notado, no había más que fijarse en cómo la miraba. Giró la llave y se volvió hacia él empujando un poco la puerta.

Gracias – le agradeció con la voz temblorosa.

No podía dejar a una chica tan guapa sola a estas horas -. Ella sonrió -. Porque estás muy guapa, ¿lo sabes?

Gracias, de verdad.

Fran se arrimó unos centímetros más, casi rozándola. Adela reparó en su olor masculino y sudoroso. Levantó las manos y le acarició las mejillas con las ásperas yemas de los dedos. Se miraban con seriedad.

Eres tan guapa y me gustas tanto.

Bueno, Fran…

Iba a separarse cuando la besó, le pegó los labios resecos a los suyos y le metió la lengua gorda morreándola, agarrándole la cabeza con ambas manos. Sintió pavor ante el contacto y le temblaron las piernas, arrepentida de haber propiciado aquel descaro con su actitud complaciente. No se atrevió a empujarle y resistió el morreo y la invasión de la lengua en su boca. Fran aprovechó la mansa actitud de Adela para deslizar las manazas por su espalda y así poder abrazarla, aplastar la blandengue barriga contra su cuerpecito. Separó la boca para mirarla, vertiendo todo su aliento sobre el rostro de la chica.

Te deseo tanto… - jadeó Fran.

Tengo que irme, Fran, esto no es buena idea…

Vamos dentro…

No, Fran, por favor…

La sujetó del brazo y la adentró en el hall del edificio, en penumbra, sólo iluminado en algunas zonas por el reflejo de las farolas de la calle. La colocó de espaldas contra la pared y se lanzó a morrearla de nuevo, esta vez manoseándola por todos lados. Ella trató de apartar la cabeza, pero Fran se la volvió para continuar besándola. Le metía la lengua en la boca a la fuerza, achuchándole las tetas por encima del jersey.

Déjame, Fran, joder, qué estás haciendo…

Me has puesto cachondo, deja que me desahogue…

Fran…

Bruscamente, la sujetó de los hombros y la puso contra la pared, de espaldas a él, con la mejilla pegada al frío mármol. Adela mantenía una mirada de espanto ante lo que estaba a punto de suceder. Le tenía una mano en la nuca para mantenerla inmovilizada mientras que con la otra se desabrochaba a toda prisa el cinturón y se bajaba la bragueta.

Fran, cálmate, por favor, voy a gritar si no me dejas y llamarán a la policía…

Grita, a tu novio le gustará saber que te he traído a tu casa después de haberme follado a su madre, le gustará ver las fotos de esa zorra…

Fran, por favor…

Ya tenía la verga erecta por fuera del slip cuando le tiró de la falda hacia arriba dejándolas arrugadas en la cintura. Llevaba un panty y bajo el nailon unas bragas negras. Le bajó el leotardo en varios tirones y acto seguido deslizó sus bragas hasta las rodillas, dejándola con su culo blanco a la vista, un culo de nalgas pequeñas y blanditas. Enseguida se agarró la polla y la condujo a los bajos del culo, acariciándole la rajita rasurada con la punta, aplastándole la barriga en la espalda y jadeando sobre su nuca.

¡Qué buena estás, cabrona! Sé buena conmigo, te deseo mucho…

Le fue dilatando el coño poco a poco, hundiéndola despacio hasta los mismos huevos. Adela exhaló con los ojos cerrados. La besuqueaba por la mejilla y la oreja, vertiendo la excitante respiración sobre el ondulado cabello. Percibía bastante dolor ante el gravedoso estiramiento de sus labios vaginales, la polla era de una anchura muy superior a la de Cristian y la postura tampoco la había probado con su novio. Y comenzó a follarla, removiéndose sobre su culo, sólo ahondando, sin apenas sacarla, presionándola contra la pared, acezando como un perro salvaje sobre su mejilla y cabello. Ella mantenía las bragas y el panty enrollados a la altura de las rodillas y él sólo tenía el pantalón abierto con la verga por fuera. No paraba de removerse sobre ella. Le metió las manos por debajo del jersey y le acarició las tetas, cada una con una mano. Adela se cobijó en la lujuriosa sensación, no podía evitarla, no podía liberarse de ella y su chocho chorreaba flujos ante el continuo deslizamiento de la verga. Fran cada vez acezaba con más intensidad y se meneaba sobre su culo con más potencia. Ella también acompañaba sus movimientos agitándose sobre la pared, al son de las clavadas, emitiendo ahogados gemidos en la penumbra. Así hasta que notó un gran derramamiento de leche caliente en el interior de su coño, una corriente intensa que se desbordó goteando al suelo. Fran se escurrió embistiéndola secamente un par de veces más, luego extrajo la polla y dio un paso atrás. Goteaba leche incesantemente del chocho. Ella le miró por encima del hombro respirando trabajosamente. Vio que se guardaba la verga y que se abrochaba los pantalones, entonces se inclinó para subirse las bragas, el panty y bajarse la falda. Mientras se alisaba la tela, vio que él sacaba las llaves del coche, como dispuesto a marcharse.

Gracias por el polvo, bonita, tenía ganas de follar contigo.

Vete, Fran, por favor.

Y salió disparada hacia la escalera. Ya dentro de su piso, alarmada y con el pavor circulando por las venas, se sentó en el borde de la cama tratando de calibrar el alcance del incidente. El mejor amigo de su novio acababa de follarla tras haber violado a su suegra. Sintió asco de sí misma por no pararle los pies, pero debía reconocer que ella misma había propiciado la asquerosa actitud de Fran, cuya mente descontrolada iba a arruinar la vida de todos ellos. Allí sentada, con el chocho pegajoso por el semen, atrapada entre remordimientos y confusión, pasó la noche, sin atender llamadas, sin comer ni beber, sumida en una honda incertidumbre.

El sábado por la mañana amaneció lluvioso. La tensión y los nervios caldeaban el ambiente en casa de Cristian. Ni él ni su madre habían pegado ojo en toda la noche tras los abusos sufridos por Diana. Todo había cambiado en sus vidas, un terrible incidente que iba a ser difícil superar y que no sabían cómo afrontar. Cristian trató de convencerla de que lo más conveniente era presentar una denuncia, pero Fran albergaba pruebas que podían poner en entredicho la versión de su madre. Estaba borracha, le tiró fotos muy comprometidas que iban a dificultar su versión ante la policía o ante cualquier persona. Diana quería mantener silencio, que el escándalo no trascendiera y tratar de superarlo. Se moría con sólo pensar en las consecuencias, en las dudas que pudieran surgir en su entorno, y le hizo prometer a su hijo que guardaría silencio. No pudo atender las insistentes llamadas de su marido desde Nueva York, no lograba acaparar el suficiente ánimo como para hablarle. Tampoco Cristian logró contactar con su novia, quería pedirle que mantuviera silencio por el bien de todos. El desasosiego gobernaba la mente de madre e hijo. Ambos se encontraban en la cocina. Cristian, ya vestido, le había preparado una tila para apaciguar sus nervios. Diana acababa de ducharse y vestía un pijama de raso color azul marino, con pantalones muy sueltos y una camisa holgad. Se había hecho una coleta y en su mirada se reflejaba aún el sobrecogimiento. Cristian cogió las llaves del coche.

Voy a ir un momento a casa de Adela, ¿vale? Será un momento, vuelvo enseguida, pero es que no me coge el teléfono.

Ves tranquilo, hijo, quiero que todo se normalice.

¿Estás mejor?

Sí, hijo, todo ha sido culpa mía.

Venga, tranquila.

La besó en la frente y se dirigió hacia la puerta. Al girar el pomo y empujarla hacia fuera, se encontró con Fran, que en ese momento irrumpía en el rellano. Se quedó de piedra, con el corazón desbocado y los nervios azotándole bajo la piel. Iba con un pantalón de chándal y una camiseta blanca de tirantes, ajustada y corta, a la altura del ombligo, dejando a la luz los bajos de su peluda barriga.

¡Fran! – exclamó con la voz desvanecida.

Qué pasa, tío, ¿dónde vas?

Vo…Vo…Voy a casa de Adela… ¿Y tú?

Quiero hablar con tu madre.

¿Con mi madre? – preguntó atascándose, fruto de la oleada de nervios.

Sí. ¿Está levantada?

Se tomó unos segundos para calibrar la visita. Tal vez venía a pedirle perdón, a disculparse por haber abusado de ella por estar borracha, quizás a suavizar la tensión que se había originado. Era lo que su madre deseaba, olvidar el incidente. Se apartó a un lado cediéndole el paso.

Sí, pasa, está en la cocina. Bueno… Yo… Nos vemos, ¿vale? Vuelvo… Enseguida.

Adiós…

Vio que Fran se encaminaba por el pasillo hacia la cocina. Hizo como que cerraba la puerta, pero se quedó dentro, oculto tras el ancho borde del recibidor. Vio que su amigo giraba hacia la cocina e irrumpía ante el previsible asombro de su madre.

Diana se quedó perpleja al verle entrar y se levantó lentamente, como si resurgiera la pesadilla. Fran la miró con soberbia.

¡Fran, qué haces aquí! Por favor, vete…

Siéntate.

Se dejó caer de nuevo en la silla. El joven rodeó la mesa y se detuvo frente a ella. Diana levantó su mirada suplicante en busca de un poco de piedad.

Vete de aquí, por favor – le suplicó con voz espasmódica -. Olvidemos esto, ¿vale?

No quieres que le enseñemos las fotos a tu marido, ¿verdad? – le preguntó acariciándola bajo la barbilla.

No, por favor, no lo hagas, yo no diré nada…

Continuaba pasándole la mano abierta por toda la cara, suavemente, apretujándole las mejillas y pasándole las yemas por los labios.

Eres tan guapa y me gusta tanto follarte -. La mano bajó por el cuello hasta adentrarse en la zona del escote, donde comenzó a desabrocharle los primeros botones -. Seguro que anoche disfrutaste como una jodida perra, ¿verdad? -. Le abrió hacia un lado la camisa del pijama dejándole un pecho a la vista -. ¿Verdad?

Sí.

Comenzó a bajarse el pantalón del chándal, arrastrando a la vez el slip y dejando libre su gran polla empinada, una polla que se balanceó a escasos centímetros del rostro de Diana. Ella miró la gruesa espada, sus huevos gordos y duros y sus robustas y peludas piernas, con parte de la barriga sobresaliendo por los bajos de la camiseta. Fran bajó el brazo y le acarició con la palma la teta libre.

Tócame – jadeó -, vamos, tócame la polla y muévemela…

Levantó el brazo con timidez hasta rodear con su mano delicada aquel tronco duro y venoso. Y se la comenzó a sacudir despacio, deslizando la palma a lo largo de aquel mástil. Se había entregado a él por miedo a las consecuencias. Prefería someterse a sus marranadas a tener que afrontar un escándalo de semejante envergadura. Fran se relajaba jadeando despacio, con los ojos cerrados, concentrado para atrapar el placer del tacto dulce de la mano, acariciándole la teta con las yemas de la mano derecha.

¿Por qué no me la chupas? Seguro que te gusta, vamos, zorrita, chúpame la verga…

No puso reparos en acercar la boca y morder el capullo con los labios, pegando la lengua a la punta, sin dejar de sacudírsela. Saboreó la babilla que segregaba y percibió el mal olor. Pero notó que le ponía ambas manos en la cabeza para sujetarla y de repente comenzaba a follarle la boca metiéndosela entera, rozándole la garganta y provocándole graves arcadas, arcadas que se transformaban en vómitos de babas, babas que discurrían por su barbilla y goteaban sobre las tetas. A veces sacaba la polla de la boca para dejarla escupir las gruesas porciones de babas, con hilos balanceándose desde los labios hasta la punta de la verga. Le dio unas pequeñas bofetadas en la cara levantándole la mirada y la morreó baboseándola, luego volvió a meterle la polla en la boca para follarla.

Qué bien la chupas, hija puta, seguro que a tu marido no se la chupas así… Ahhh… Sigue, cabrona…

Desde el pasillo, Cristian asistía aterrado a la tremenda mamada que su madre le hacía a su amigo, allí, sentada en la silla, ante él. Se la metía tan groseramente en la boca, que a veces tenía que sacarla para que vomitara una gran cantidad de saliva, saliva que manchaba el pijama, saliva que caía por dentro del escote o salpicaba la teta que tenía a la vista. Vio que le agarraba la cabeza, le levantaba la mirada, se inclinaba y le escupía en el interior de la boca, luego, nerviosamente, la obligaba a seguir mamando. La trataba como una vulgar ramera. Y él, como un cobarde, aterrorizado, presenciado la escena. Le sacó la verga y le azotó la cara con ella, embadurnándola de más babas. Ella apartaba la cara ante los golpes, pero él se la ladeaba hacia el frente.

¿Te gusta, guarra? Jodida, vamos, ahora vas a chuparme el culo… Venga, zorra…

Fran dio media vuelta dándole la espalda y se inclinó apoyando las manos en las rodillas y empinando el culo hacia la cara de Diana. Ella tuvo ante sí aquellas nalgas peludas y salpicadas de granos, sudorosas, con una raja inundada de un vello denso y oscuro y con los inmensos huevos colgando entre las piernas. Jamás imaginó una guarrería como aquélla, una humillación semejante.

Vamos, coño…

Plantó sus manitas en las nalgas para apoyarse y tímidamente fue acercando la cara a la raja, envuelta en muecas de asco a medida que avanzaba. Hundió su nariz y sus labios y sacó la lengua acariciándole aquel ano velludo con la punta, ensalivándolo, percibiendo las asperezas, el sabor a heces, la densidad del vello sudoroso y las arrugas pronunciadas de los esfínteres. Movía la cara en la raja como una perra. Desde el pasillo su hijo observaba impasible cómo le chupaba el culo. Podía ver sus ojos por encima de la cintura de Fran. Su madre le descubrió asomado, pero no paraba de lamer mientras Fran gemía como loco ante el hechizante cosquilleo de la lengua. Se lo lamía con suavidad, a veces envuelta en una arcada, pero sin contraer la lengua en ningún momento, mojándoselo por todos lados. Alguna gota de saliva se deslizó por la raja hasta los huevos.

Ummmm… Hija puta, qué bien lo haces… Ahhh… Au…. No puedo más…

Fran se irguió volviéndose a girar hacia ella. Tenía los labios impregnados de babas al haber tenido la cara hundida en la raja. La cogió del brazo y la levantó, curvándola contra la mesa. Diana, asustada, con la boca reseca de haberle lamido el culo, plantó las manos en la superficie, ligeramente erguida hacia la puerta donde la espiaba su hijo, ya con ambas tetas por fuera del escote. Le bajó el pantalón del pijama de un tirón, hasta los tobillos, y acto seguido le bajó las bragas deslizándolas con sus manos hasta dejarlas por debajo de las rodillas. Diana y Cristian se miraban a los ojos cuando Fran se pegó a su culo y le clavó la polla en el coño, comenzando a embestirla severamente. Diana apretó los dientes, despidiendo el aliento entre ellos, sin apenas gemir, con los ojos muy abiertos mientras le destrozaba el coño con duras embestidas. Los continuos golpes de la pelvis contra las nalgas retumbaban en la cocina. La mantenía sujeta por las caderas, jadeando como un cerdo.

Ay… Ahhh… Qué buenas estás, qué coño más rico… Ahhh…

Dio un fuerte acelerón arrastrando hasta la mesa, enrojeciéndole las nalgas y haciendo que sus tetas botaran como locas. Diana ya tuvo que chillar ante las veloces e incompasivas clavadas. La polla resbaló hacia un lado, Fran se la agarró para reconducirla al chocho, pero la verga comenzó a escupir leche y le roció toda la entrepierna de numerosas gotas gelatinosas. Se la sacudió deprisa provocando una lluvia incesante de esperma que le regó todo el culo, con un par de hileras resbalando con lentitud por la curvatura de las nalgas. La puso perdida de semen. Fatigado, dio un paso atrás e inmediatamente se subió el pantalón del chándal ocultando su arma. Diana se incorporó tapándose las tetas con la camisa y se miró el culo para comprobar las numerosas manchas. Le esperaba una buena ducha, se notaba el chocho pegajoso, muy salpicado, pero, abochornada, se acuclilló para agarrarse las bragas y el pantalón a la vez y se irguió tapándose.

Gracias por dejar que me desahogue contigo. Te lo agradezco, guapísima -. Le acarició la cara -. ¿Estás bien?

Sí.

¿Cuándo viene tu marido?

Mañana.

Bueno, no pasa nada, ¿ok? Seguro que él se ha tirado alguna puta en ese viaje -. Se acercó y le estampó un besito en los labios -. Tengo que irme. Ya nos veremos.

Y desapareció. Cuando oyó el portazo, Diana se dirigió hacia el cuarto de su hijo. Le encontró sentado en la cama, desfallecido, casi a punto de echarse a llorar. Sus vidas pendían de un hilo y estaban a punto de derrumbarse.

- ¿Qué hacemos, Cristian? Fran se ha vuelto loco, no va a dejarme en paz.

- No lo sé, mamá, maldita sea, no lo sé… -. Se fijó en las manchas oscuras del pijama, manchas producto de la corrida -. Déjame solo, quiero estar solo.

Diana cerró la puerta y se miró. La pesadilla continuaba. De momento le quedaba una ducha, una ducha para eliminar la leche de su chocho y de su culo. Sonó su móvil. Seguro que era su marido. ¿Qué podía decirle?

No se podía calibrar la magnitud del disgusto. Ni madre ni hijo almorzaron ni volvieron a verse. Cristian no salió de su cuarto, aunque la oyó gimotear. Estaba atemorizado, y comenzaba a ser consciente de que la única alternativa era denunciar a Fran por abusos contra su madre, a pesar del estruendoso escándalo que iba a originarse, a pesar de las estruendosas dudas que iban a surgir, a pesar del estruendoso riesgo que sus vidas iban a correr cuando tuvieran que enfrentarse a su padre. Su madre se había emborrachado, había tonteado y habían abusado de ella. Había que detener a Fran por muy bochornosas que fueran las consecuencias. Fran había enloquecido y no pararía, acababa de demostrarlo esa misma mañana follándosela en la mesa de la cocina. Encendió el primer cigarro de su segundo paquete. Ya sentía calambres en el pecho entre los nervios y tanta humareda para sus pulmones. Abrió las portezuelas del balcón y salió para que le diera el fresco. Se apoyó en la barandilla y estaba inmerso en una calada cuando abajo vio que Adela llegaba en su coche. Al fin, al menos podría contar con su consejo, al menos podría acompañarles hasta la comisaría. La vio vestida con unos tejanos y un jersey de lana de color blanco, de cuello alto, con zapatos negros de tacón y el pelo recogido en una coleta, ataviada de una manera muy informal, como a ella le gustaba. La vio entrar por el portal y abandonó el balcón a esperas de que sonara el timbre.

Pero Adela se detuvo ante la puerta de Fran y alzó el brazo para pulsar el timbre. Le temblaba la mano. Tenía que hablar con aquella bestia y cortarle las alas. Debía rogarle que la dejara en paz y que mantuviera el secreto sobre el polvo que le había echado en el portal, a cambio ella no le denunciaría por los abusos hacia ella y hacia Diana. Una denuncia conjunta le metería el rabo entre las piernas. Hundió el dedo en el pulsador y sonó el timbre en el interior del piso. A los pocos segundos, Fran abrió la puerta y enseguida desplegó una sonrisa, sorprendido ante la visita. Iba cubierto por un albornoz y daba la sensación de que acababa de salir de la ducha.

¡Hombre, princesa! ¿Me echabas de menos?

Tenemos que hablar, Fran, hablar en serio de todo esto.

Pasa.

Fran la condujo al salón marchando delante. Una vez allí, se detuvieron en el centro y él se giró hacia ella.

¿Qué te pasa, preciosa?

Fran, lo de ayer, no puede volver a repetirse.

¿Por qué? ¿No te gustó?

Para ya, ¿vale? – Fran le acarició la cara con el dorso de la mano -. No me toques, si no me dejas en paz, se lo diré a Cristian.

¿A ese maricón? Le tengo agarrado de los huevos. ¿Sabes que me follo a su madre?

Eres un cerdo…

Fran le cortó las palabras agarrándola de la coleta y echándole bruscamente la cabeza hacia atrás.

¿Me estás amenazando, zorra? ¿No te gustó cómo follamos ayer?

Fran, suéltame…

Con la mano izquierda y sin dejar de mirarla a los ojos, fue desatándole lentamente el cinturón hasta desabrocharlo. A continuación, le quitó el botón y le bajó la cremallera descubriendo la delantera de unas bragas marrones. Aún la mantenía sujeta por la coleta y ella apenas oponía resistencia, sólo su mirada suplicante. Le bajó el tejano ajustado a tirones, hasta arrugarlo en los tobillos, y acto seguido tiró hacia abajo de sus bragas dejándola con su coño rasurado al aire. Le zarandeó la cabeza hacia los lados y le atizó unas palmaditas al coño, provocándole unos leves quejidos. La empujó hacia sofá, obligándola a caminar a pasitos al llevar enganchados los pantalones y las bragas en los tobillos, como si estuviera encadenada. Se ganó un par de cachetes en el culo.

Arrodíllate.

Lo hizo, se postró ante el sillón con las manos pegadas a los costados. La abrigaron sensaciones lujuriosas ante aquel sometimiento y respiró hondo para contener el ramalazo de lujuria que le azotaba las entrañas. Era incapaz de resistirse. Con aquellos modos tan dominantes, aquel cerdo la convertía en una sumisa que le caldeaba la vagina. Pensó en Cristian y en las consecuencias, pero las lascivas sensaciones la dominaban. Aguardó viendo cómo se despojaba del albornoz y exhibía su desnudez peluda, su polla endurecida y sus huevos gordos. La rodeó observando su sumisión. Luego, se subió en el sofá y se arrodilló, curvándose hacia el respaldo, de espaldas a ella.

Chúpame el culo, puta.

Adela tenía el culo gordo ante ella, a la misma altura de su cara. Nunca se había prestado a algo así, ni siquiera lo había imaginado ni lo había oído. Olía mal, pero acercó la cara y con los pulgares le abrió la raja para abrir un hueco. Vio su ano áspero rodeado de vello. Primero, le pasó por encima la yema del dedo índice, a modo de caricia. Se chupó el dedo y se lo volvió a pasar por encima provocando su delirio. Fran jadeaba y meneaba el culo ante su cara. El muy cabrón la hacía sentirse como una puta, pero le encantaba. Tras acariciarle el ano con el dedo, volvió a abrirle la raja y esta vez acercó la boca para lamérselo. Primero saboreó el orificio con la punta de la lengua, pero después comenzó a pasarle la lengua entera por encima, dejándolo bien mojado. Fran, echado sobre el respaldo, con la cabeza colgando hacia abajo, gemía electrizado. Adela bajó un poco más la cabeza y le mordió los huevos con los labios, escupiendo sobre ellos y esparciendo la saliva con la lengua. Tras mojarle los huevos, le bajó la polla y se la ordeñó unos segundos antes de chuparle la punta, succionando como una perrita bajo sus piernas, como una perrita que mama de su madre. Su novio Cristian comprobaba petrificado su entrega desde la puerta del salón. Había bajado para advertir a Fran de la denuncia. Tenía una copia de las llaves del piso que en su día le entregó su amigo como seguridad. Se la mamaba con desesperación, como hambrienta de polla. Las babas le colgaban de la barbilla y le goteaban en el jersey. Le pasó la lengua de nuevo por los huevos y le besó el culo varias veces, acariciándole los muslos de las piernas. Su amigo jadeaba como loco ante el desbordante placer. Volvió a golpearle los huevos con los labios, pegando la cara a su culo y deslizando las mejillas por sus nalgas, cachonda como una cerda. Fran bajó del sillón y se arrodilló tras ella. La misma Adela se echó hacia delante y él le pegó la cara al cojín, con la cabeza ladeada hacia la entrada donde su novio presenciaba la terrible escena. Abrió los ojos cómo platos justo en el momento en que Fran se la clavaba en el culo y comenzaba a follarla a una velocidad apresurada, golpeándole violentamente el culo con la pelvis y manteniéndole la cabeza presionada contra el cojín. Mientras la follaba, supo que allí se terminaba la relación con Cristian. Le vio llorar mientras su cuerpo convulsionaba por las embestidas y gemía sin contenerse. Fran chillaba entre jadeos enloquecidos sin desacelerar. Cristian permanecía inmóvil viendo cómo su mejor amigo se follaba a su novia. Permaneció inmóvil hasta presenciar cómo le salpicaba el culo de una leche viscosa y amarillenta, hasta ver cómo se echaba sobre su espalda para abrazarla y besuquearla. Punto y final al amor. Fue la última mirada. Retrocedió resignado y destrozado. Ya fuera del piso, una profunda rabia se apoderó de su mente y subió al ático a toda prisa. Irrumpió empujando violentamente la puerta, dominado por una extrema indignación, y corrió hacia el cuarto donde permanecía encerrada su madre. Ni siquiera se percató de que había dejado la puerta abierta. La indignación y los celos dirigían sus movimientos y le convertían en un monstruo. Abrió la puerta bruscamente y pilló a su madre en bragas, sin sostén, tendiendo la ropa que iba a ponerse sobre la cama. Cruzó los brazos para taparse los pechos y advirtió enseguida el mosqueo de su hijo.

¡Cristian, qué pasa!

¡Zorra, has arruinado mi vida!

¿Qué?

Querías follar, ¿verdad, zorra?

Cristian, cálmate…

La sujetó zarandeándola hasta que la tiró sobre la cama. Las tetas botaban alteradas. Diana se dio la vuelta e intentó arrastrarse para escapar, pero su hijo se echó encima de ella inmovilizándola. Le colocó un brazo encima de la nuca y con la otra mano comenzó a desabrocharse los pantalones.

Hijo, por favor, cálmate…

Eres una puta y a las putas hay que follárselas… Es lo que querías, ¿no, zorra?

En cuanto tuvo la verga por fuera del slip, le tiró de un lado de las bragas y la dejó con medio culo a la vista. Inmediatamente se agarró la polla y la hundió en su entrepierna en busca del chocho. Inmovilizada, Diana cerró los ojos cuando notó cómo la polla de su hijo avanzaba dentro de su coño, cómo poco a poco se menaba sobre su culo follándola. Ambos comenzaron a gemir, gemidos que entraban por los oídos de Jorge, padre de Cristian y esposo de Diana, quien había cogido un vuelo nocturno y había adelantado su viaje para presentarse en casa por sorpresa. Les vio en la cama, a ella tumbada boca abajo y a su hijo encima follándola nerviosamente. Cayó arrodillado ante la atrocidad que se desarrollaba ante sus ojos y fue cuando Cristian frenó volviendo la cabeza hacia su padre. Asustado, se apartó enseguida tapándose y Diana miró hacia atrás por encima del hombro, enfrentándose a los despavoridos ojos de su marido. Terminaba la felicidad de una familia sencilla y corriente, el amor de una pareja fiel que por circunstancias quedaba resquebrajado. Aquel favor que Cristian le pidió a su amigo Fran para que recogiera a su madre borracha había derivado en una situación patética que arruinaba sus vidas para siempre. El morbo puede llegar a ser fascinante, pero en ocasiones, resulta destructor para el amor y la felicidad. Lo perdieron todo. FIN. Carmelo Negro.

Gracias por los comentarios.

Si queréis escribir en el email: joulnegro@hotmail.com

Si queréis hablar estoy en el Messenger. Estaré encantado. Chao.

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