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Los secretos de la familia Martínez (capítulo 2)

en Sexo Oral

Los secretos de la família Martínez (capítulo 1)      http://www.todorelatos.com/relato/89199/

Me quedé de piedra al ver que aquella mujer con la que nos habíamos acostado era la madre de Lourdes Martínez, mi compañera de clase. En un primer momento dejé apartado todo morbo que pudiese generar esa situación y mis sentidos se centraron en sentir un miedo y un sudor inquietantes.

Fui yo quien se dio cuenta primero, y cuando ella me miró evidenció, tan solo por dos segundos, que me había reconocido y que sabía perfectamente quien era. Pasado ese instante, se comportó de una manera tan natural que me hizo pensar que le daba igual el hecho de que su marido descubriese lo sucedido.

Lourdes nos presentó a los tres, y supe que eran Juan y Noemí; incluso se me hizo raro darle sólo la mano a la mujer que me había estado follando por todos los sitios posibles. Tras todo esto, decidí que sería mejor irme y pensar la situación con la cabeza fría, aunque la señora Martínez no estaba dispuesta a que eso fuese así.

-Bueno… será mejor que me marche. Lourdes, hablamos luego por el Msn o ya comentamos lo del trabajo mañana en clase.

-Oh si, por supuesto… Si quieres come algo antes de irte, a nosotros no nos importa.

Realmente parecía que Lourdes era muy simpática, no entendí porque solía ser tan solitaria en el instituto. No es que fuese una marginada blanco de todas las burlas, simplemente era algo tímida, tanto como para hacer poco ruido y destacar lo más mínimo.

-No te preocupes, gracias. Ya cenaré en casa.

-Oh… claro, tu madre te estará esperando. Entonces ya hablaremos mañana…

-Si vives muy lejos te puedo llevar en coche. Ya casi son las ocho y empezará a oscurecer- dijo su padre, queriendo sumarse a la conversación más por compromiso que por una sincera preocupación.

-No importa, no vivo demasiado lejos…

-Ya lo llevo yo-exclamó casi con un sobresalto su mujer, Noemí de Martínez.

Los tres nos la quedamos mirando, como si esperásemos alguna explicación o que dijese su frase de la tarde que la culminara en su papel de perfecta anfitriona.

-Quiero decir… hoy he tenido un día menos pesado y…. y tú estarás más cansado que yo, no me importa acercar al ‘niño’ a su casa…

Pensé que me estaba vacilando, literalmente. El que dijese ‘niño’ me determinó la tarea de tener que aclarar lo que había pasado.

-¿Seguro? En fin, sólo serán 10 minutos como mucho… ¿no?-decía el padre de Lourdes mientras se iba quitando los zapatos mentalmente y repasaba todo lo que quería hacer cuando yo desapareciese por esa puerta.

-Sí, estaré aquí lista para la cena; no os preocupéis.

- No te preocupes mamá, ya cocinaré yo. Ahora mismo me pondré a preparar algo.

Cuando hubo cerrado la puerta, sus palabras se limitaron a ‘no te gires hasta que hayas salido por el portal’. Le hice caso, aunque empezaba a sentir en mí el poder de todas las decisiones. Al salir, me giré como si estuviese ansioso por verla, pero una vez más se limitó a decir unas pocas palabras. ‘¿Ves el coche azul? Es el mío. Dirígete allí y no digas nada hasta que hayas podido entrar.’

Y así fue. Casi sentí como alguien nos vigilaba, ella cuidaba cada movimiento y cada palabra hasta que me abrió la puerta y ambos estuvimos sentados en el coche.

No hizo falta decir nada o preguntar nada. Fue ella quien por su propia voluntad empezó nuestro diálogo.

-Si sabes lo que te conviene no le dirás nada a Lourdes. Hazlo y lo lamentarás.

-¿Y por qué iba a hacer eso? Puedo hacer lo que me dé la gana, ahora mismo sé algo de lo que no quiere que nadie se entere.

-¿Cuánto?

-Ella no me miró ni un solo instante hasta el primer semáforo en rojo, en el cual volvió a repetir lo anterior.

-¿Cuánto? ¿100, 200?

-No es dinero lo que quiero. Empiece por estar una noche conmigo, sin esos tres palpándola por todos sitios mientras la hacen gemir con eso que se guardan normalmente en los pantalones.

-¿Me pides que te la chupe y luego me tratas de usted? Empieza por tutearme y deja de hacer el imbécil… No eres más que un niñato que tuvo la suerte de tener a alguien para que le pagase un polvo.

-¿Alguien que me pagase el irme de putas, querías decir eso?

Me dejó algo descolocado esa conversación absurda, como si cada uno hubiese estudiado un guion para saber como interpretar su personaje.

-¿Por qué?-dije al fin.

-¿Qué quieres? Ni preguntas ni videos, ni tonterías.

La hice dirigirse cerca de un parque, donde las hileras de coches abundan por tener polvo acumulado encima y no moverse nunca de su sitio. Cuando paró el coche, me bajé los pantalones hasta las rodillas y le pasé la mano por el cuello.

-Me apetece un poco ahora…

Ni siquiera insistió en regatear. Acercó su mano y me masturbó ligeramente, asegurándose de que la tuviese bien puesta. Cuando vio que hacía el trabajo bien hecho e iba por buen camino aproximó la boca a mi pene y se lo metió dentro, haciéndome recordar lo profunda que podía ser su garganta. Su pelo me hacía cosquillas en mi piel desnuda, y verlo también me produjo una sensación agradable que se complementaba con el hecho de sentir sus labios agarrando mi miembro y su lengua pasando por él. Me encantaba sentir aquel pelo, pero que me rozase llegaba a ser un cosquilleo muy agradable.

No protestaba, ni me miraba; simplemente se la metía en la boca; la agarraba con una mano y se movía de arriba abajo. La chupaba a un ritmo lento e incluso sereno, pero nunca paraba. Se la sacó de la boca para besar la punta, ya sensible y dispuesta.

-¿Tú no dirías nada, verdad?- decía mientras le iba dando besos a mi pene.

-¿Qué…?

-Sé que eres un buen chico y que me guardaras el secreto…

Y le daba otro beso al glande. Me descolocaba totalmente, hubiese sido capaz de decirle cualquier cosa en esa situación. Principió la masturbación con la mano izquierda, mientras me miraba a los ojos esperando una respuesta que fuese de su agrado.

Se la volvió a meter, en un intento por ayudarme a contestar. Sentía como su mano me dejaba un hormigueo que me hacía estremecer. Su boca me succionaba todo el ser y me hacía derretir casi literalmente.

La volvió a dejar en libertad, mirándome otra vez y esperando, esta vez sí, una respuesta.

-Yo…yo no diré nada.

-¿Lo prometes?

-Sí…lo prometo….

Quise tocarla, pasarle la mano por la espalda, levantarle esa camisa que llevaba y poder tocar su piel cálida y suave. Lo hice, y tuve entre mis dedos una piel más fina de lo que hubiese esperado, y supuse que no me había dado cuenta la última vez debido a haber estado demasiado ocupado en metérsela por el culo.

Se dedicó únicamente a lamerme la zona más sensible, sin ningún desprecio, e incluso preocupándose por el bienestar que yo pudiese experimentar con ella. Sin manos, volvió a dedicarse a todo el miembro, mientras notaba como ya se me empezaba a mojar bastante.

Bajé mi mano por su espalda, hasta encontrarme con su ropa interior, ligeramente asomando por allí, como si quisiese echar un vistazo a lo que estaba ocurriendo. Eran unas bragas naranjas, de un naranja brillante que no se disimulaba con facilidad. Sentí ganas de tocarlas y estirarlas, así que las agarré y tiré ligeramente de ellas hasta que le provoqué que se la sacara de la boca y me masturbase sólo con la mano. Especulé que había tirado demasiado de ellas, aquellas bragas habían pasado por un sitio y esa sensación… ¿qué significaba? ¿Le había pasado la ropa interior por su coño y se había sobrecogido?

Cerré los ojos mientras le volvía  a dar un par de besos. Al volvérsela a meter entera en la boca, noté su mano estimulando mis testículos. Los masajeaba y palpaba a su gusto, sin estrujarlos y dedicándose a cada uno de ellos como si fuesen el tesoro más preciado del mundo.

No pude aguantar más, sentía como era inminente que iba a terminar.

-Voy…voy a correrme…

No sentí que parase nada. Seguía con los ojos cerrados, sintiendo aquel primer segundo en el que soltaba las primeras gotas de semen para dejar paso a lo que fue la corrida más caliente, hasta que segundos más tarde solté un gemido mayor con el que se apartó por fin, mientras se limpiaba la boca con un clínex.

Aún con la polla dura y grande me subí la ropa interior y los pantalones, como si nada hubiese pasado.

-Vámonos de aquí-me dijo.

Transcurridos un minuto y medio, sentí la necesidad de hablarle.

-Ha sido… quiero tenerte para mí. Me da igual pagar, quiero tenerte más veces.

-Eso no puede ser. Yo he cumplido mi parte, ahora te toca a ti dejarme en paz.

-¿Pero por qué? ¿No follas con hombres en ese club? ¿Si fuese yo me dirías que no?

Se quedó inmóvil antes de responder.

-Eres un buen chico… no lo estropees.

Tras indicarle la altura de la calle y dejarme enfrente de mi portal, paró el coche.

-¿Por qué no dejas que esté contigo?

-Ya te lo he dicho, hemos hecho un trato. Ahora tienes que dejarme en paz. No seas como los demás.

-¿Es por Lourdes? No le voy a decir nada, apenas me hablo con ella en clase. Y si tu marido no lo sabe tampoco le diré nada. Sólo quiero pasar alguna noche contigo.

-Cuando salgas de aquí… no me busques, ¿de acuerdo?

Me dejó allí ‘‘plantado’’…

¿Volvería a  verla? ¿Pensaba cerrar la boca y no decirle nada a Lourdes?

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