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Jessica en París (capítulo I)

en No Consentido

Era una noche lluviosa en las calles de París. Las gotas de esa fría lluvia de noviembre parecían cebarse sobre la espalda de Jessica que, empapada, no podía más que dar vueltas por la ciudad sin saber qué hacer. Apenas había gente en la calle, y los coches pasaban deprisa, echando el agua sobre el andén de aquella apagada ciudad.

Fueron varios los coches que mojaron a Jessica, pero sólo uno se paró a recogerla. Era un coche negro y elegante, conducido por Jean Paul Lacourt.

Bajó del coche y observó a aquella pobre chica, mirándole con odio y rencor.

-¿Estás bien pequeña?

No obtuvo respuesta, y Jessica siguió caminando como si aquel remojón no significase nada. Jean Paul la detuvo cogiéndola del brazo y haciendo que ella lo mirase.

-Vamos, sube. Te llevaré a tu casa.

Al ver las escasas alternativas que tenía, decidió entrar en el coche.

-¿Qué haces caminando con esta lluvia?

-La vieja Madame Bovary me ha echado.

-Mm… ¿tú no eres de aquí, verdad? Vamos, entra.

No costó nada hacer que subiera al coche. Jessica observó a aquel hombre que se había parado a recogerla. De pie, había notado que medía cerca de 1,85 y que su físico no era nada descarnado. Viéndolo más de cerca podía notar su fuerte mentón y sus ojos ligeramente teñidos por un color miel. Era la viva imagen del éxito, pensó. Observó ese coche, con los asientos de cuero y la limpieza que se respiraba en el ambiente.

-¿Puedo coger uno?-dijo señalando el paquete de cigarrillos que había encima.

-Sí, claro.

Jean Paul arrancó el coche. Se había fijado en las piernas de aquella muchacha, que se acentuaban con los pantalones grises pegados a su piel por el agua. Su camiseta había hecho lo mismo con aquellos pequeños pechos, dejando ver unos pequeños pezones marcados en aquella fina camiseta. Se preguntó de donde habría sacado una gabardina que parecía más propia del Inspector Gadget que de una chica de su edad.

-¿Y por qué dices que no soy de aquí?-le preguntó ella.

-Porque tu acento no es parisino. Si quieres hablar como la gente de aquí tienes que arrastrar más la g.

La mirada de Jean Paul voló por un instante al lugar donde se juntaban aquellas esbeltas piernas. Fue en aquel momento cuando supo que se la llevaría a su casa, de cualquier modo o  a cualquier precio.

-¿Y si no eres de aquí de dónde eres?

-De Burdeos.

-Ya…-dijo desconfiadamente.

-¿Qué?

-Nada… Únicamente que no me parece que tengas un francés muy fluido, por lo que imagino que no debes ser francesa.

-Soy española, pero española de Burdeos. Y si me vas a hacer un cuestionario prefiero bajar del coche.

-No te preocupes mujer. No es un pecado no ser francés.

-Tú debes de ser un tipo rico, lo digo por el coche que llevas y las pintas que tienes. ¿Eres empresario, abogado, político…?

-Estoy dedicado a los negocios, sí-le dijo él alternando su mirada en la carretera y en sus grandes ojos.

-¿Y por qué me has recogido? ¿Te ha dado pena?

-No le des muchas vueltas. Tú necesitas a alguien que te lleve y yo he parado. Te habrás fiado porque no tengo pinta de ser un muerto de hambre, pero no soy peligroso. No temas por eso.

-Ya… entendido- dijo ella con un tono irónico.

-¿Dónde te llevo? ¿A casa?

-Si la tuviese probablemente iría.

-¿Y dónde se supone que vives? ¿En las calles de los suburbios?

-He querido decir que no tengo hogar. Vivo en casa de un pintor, uno no muy bueno.

-¿Y no eres muy joven para andar así? ¿Qué es lo que ha pasado?

-Era princesa en Mónaco, pero preferí vagabundear por estas calles.

-¿Y no te echará de menos tu príncipe?

-No lo creo. Su mujer se enfadó porque tonteaba con él.

-Esa parece una versión más creíble.

Jean Paul paró el coche, sin ningún ademán de preocupación por parte de ella.

-¿Por qué no subes conmigo y te secas un poco?

Jessica miró a través de la ventana y se fijó en aquel edificio gris que se distinguía con cierto esplendor. Era como una luz gris que brillaba en el oscuro panorama.

-¿Vives aquí?

-¿Quieres subir?

Ambos bajaron del coche, con la lluvia aun cayéndoles encima. Corrieron en el corto trayecto que iba del coche a aquel gran recibidor. Tras decirle al portero que llevara el coche al parking y subieron al ascensor, donde Jessica miró a Jean Paul con una sonrisa incierta.

Jean Paul le pasó la mano por el hombro, recibiendo sus miradas de desconfianza e intentando transformarlas en caricias de compañerismo.

-No soy una puta- dijo ella rápidamente.

-Nadie ha dicho que lo seas.

-Sólo he subido porque está lloviendo.

-Está bien, pequeña. No te enfades.

Al llegar y entrar al apartamento supo que no se había equivocado de hombre. Aquel era un tipo rico. Por supuesto, ninguna chica va de buenas a primeras con un desconocido, pero Jessica necesitaba algo y creía haber encontrado su medio con aquel hombre que, al parecer, estaba cubierto de triunfo.

-¿Por qué no te quitas esa gabardina mojada?

El pelo mojado de Jessica se enredaba ligeramente en su cabeza, y las prendas mojadas que cubrían su cuerpo apretaban sus facciones. Su ombligo se transparentaba a través de aquella fina prenda, y por la manera en que se marcaban sus pechos Jean Paul supo que ella no llevaba sujetador. La lluvia la había empapado, alimentando el deseo del francés de hacerla suya.

-Puedes ir a darte un baño si lo prefieres.

-No tengo otra ropa. ¿Puedo confiar en que no vas a entrar?

-Por supuesto, ya te he dicho que puedes fiarte de mí.

Mientras se iba observó aquel culo pequeño y respingón que meneaba a cada paso que daba. Era una chica delgada y eso le gustaba a él. Aquella piel entre rosada y morena era de un equilibrio justo que contribuía a sus pretensiones.

No tardó mucho en abrirse la puerta del lavabo, muy despacio, mientras veía a aquella chica ducharse de pie. Aquel culo era mucho mejor al desnudo, y su espalda decorada con ligeras gotas hacía de ella una chica muy atractiva.

Jessica se giró al notar su presencia y notó el gran miembro de Jean Paul. Lo vio de pie, desnudo, con aquel pene largo y duro que se sacudía con su propia mano. Se masturbaba delante de ella, mirándola, mientras Jessica era humedecida por el chorro caliente de agua. Poco a poco pasó sus manos por los pequeños pechos, jugando con sus pezones, deslizando por su fino y liso vientre hasta llegar a su cerrada vagina medio depilada.

Jean Paul se acercó a ella, con aquel pene puntiagudo y entró en la ducha.

La besó en el cuello mientras le apartaba el pelo y le echaba el aliento en la oreja. Esas orejitas pequeñas completaban un cuerpo delgado y apetecible para él, una chica apuesta con la que podía disfrutar al verla desnuda.

-¿Cómo te llamas, pequeña?-le susurró.

-Jessica…

-¿Qué es lo que quieres?

-¿Qué es lo que quieres tú, pequeño?

-¿Esto te parece pequeño?- dijo él mientras apretaba el pene contra su culo.

-Cocaína.

-Déjame probar tu culo y te daré toda la que quieras.

-No, eso no… si quieres te la puedo chupar.

-¿Crees que con una mamada lo conseguirás? Vamos, ven aquí.

Poco a poco se acercó el mismo el cuerpo de Jessica, mientras metía su pene dentro de ella. Temía aquel momento, pero ella pensó que aquella absurda idea de practicar sexo anal se había escapado de su mente cuando sintió que le habría lentamente el coño mientras se introducía, dando como señal unos pequeños pero audibles suspiros.

Se apoyó con una mano en la pared, mientras él hacía lo mismo tomando ese esbelto cuello como apoyo. Notaba su calor entrando dentro, y sabía que sus ganas eran máximas por las embestidas que le daba. Pese a llevar un ritmo enérgico, se detuvo para mover su cintura y sentir el placer máximo de mover en círculos su pene estando quieto. Se apretó a ella intentando juntar sus cinturas, intentando encajarse más adentro aún.

-¿Te gusta puta?

-No soy…no soy una puta…

-Sé que te gusta…

La cogió de la cintura con ambas manos, mientras Jessica se apoyaba en la pared de la ducha y sentía aquel pene clavado, produciéndole escalofríos y temblores, un placer constante que tocaba su sensibilidad y la hacía mayor en su cuerpo, convirtiéndolo en un ser sensitivo y perceptible.

Jean Paul aceleró el ritmo de sus sacudidas e intentaba introducirle todo el cuerpo dentro, sin descanso, intentando romper a la joven que gemía otra vez con su pelo enredado y mojada por todo su cuerpo con pequeñas gotas que se establecían en su espalda.

-Vamos pequeña…. dame tu culo….- trataba de decir él mientras se la follaba.

No obtuvo respuesta. Jessica gemía de placer por momentos e ignoraba tener que dar una respuesta que compensase a aquel hombre.

-¿Qué…? ¿Qué dices?

Jessica no tuvo tiempo de notar como la mano de Jean Paul le estrujaba las mejillas y giraba bruscamente su cara, dejando que sus miradas se encontraran en un punto que no era nada agradable.

-Vas a venderme tu culo.

-Déjame salir-dijo ella con miedo.

Jean Paul le quitó la mano de la cara, en un intento por calmar a la joven.

-Vamos, vamos. No te asustes.

Jessica se quedó de pie, inmóvil, mirando a la pared que tenía ante sí. Dejaba de espaldas a Jean Paul, esperando que este se olvidara de su idea inicial y siguiese deleitándose con su coño. Nada más lejos de la realidad.

Apreció aquel pene acercarse a su culo mientras la punta se asentaba en su orificio, sin un intento firme de querer entrar dentro de ella.

-Si te estás quieta y relajada no te dolerá.

Antes de que ella pudiese hacer nada le puso la mano en la boca. Jessica intentó morderla, pero el miedo la dejaba indefensa. Esos dedos agarraban sus labios, estirándolos con cierta fuerza e impidiendo cualquier movimiento voluntario.

Con la mano que tenía libre, Jean Paul indicó a si mismo donde debía meter el pene.

-Inclínate un poco pequeña.

Jessica obedeció, pensando que así podría hacer él cediese. Aquella señal fue la que hizo creer a Jean Paul que podía dejar de taparle la boca.

-Eso es.

Justo en ese momento hubo un contraste en los sentimientos de cada uno.

Jean Paul sentía como esas nalgas le oprimían el pene y lo acercaban más al placer, como desfloraban su miembro, una sensación de quitar la piel y dejar al descubierto todos los sentidos.

Jessica, por el contrario, notó dolorosamente y de manera apresurada introducirse aquello dentro, sin ningún cuidado ni pudor; sintió romperse y crecer un dolor que se acentuaba cada vez que él entraba centímetro a centímetro. Quiso apartarse, pero desistió al primer indicio que le decía que no se moviese porque eso dolía más aún.

Él la había penetrado sin ningún cuidado. El ano de Jessica había cedido a la fuerza, y era ella quien daba gritos cada vez que se movía forzosamente.

Intentó no apretar el culo, pero fue algo inútil. Era una sensación nueva, no sabía de qué manera o como tenía que responder. Había intentado apretarlo, pero eso acentuaba mucho su pequeño sufrimiento; pero relajarse era dejar que aquel hombre… que aquel hombre la violase. Y se daba cuenta de que lo estaba haciendo.

-Ves pequeña…vaya culito tienes…

Un par de palmadas fueron a parar al culo de Jessica. Se enrojeció la piel de aquella zona en cuestión de segundos, provocando un ardor intenso. Las lágrimas empezaban a nacer en sus ojos. A aquel dolor físico se estaba añadiendo un dolor emocional. Probó de echarse hacia delante, para sacarse el pene que tenía en el ano, pero el brazo de Jean Paul no tardó en alargar su mano y rodear su cuello para que no se moviese.

En aquel momento se detuvo. Aquel hombre se extasió metiendo lo poco que quedaba por introducir y apretando las dos cinturas como había hecho antes.

Jessica se arrepintió de no haber huido antes. Se sentía culpable por haberle hecho creer algo que en realidad no quería hacer.

-Mírame pequeña.

Se miraron cuando Jean Paul la estimuló estirándole el pelo. Él vio como la primera lágrima caía cuando pronunciaba la palabra ‘‘pequeña’’.

-¿Vas a llorar? ¿Es qué ya no quieres la droga?

-No… déjame, por favor…

-Si que la quieres…. ¿por qué dices que no? Vamos, no llores…

La mirada de Jessica se clavó en sus ojos con una expresión de rabia. Al oír las palabras ‘‘maldito francés bastardo’’, Jean Paul se acercó con suavidad, intentando no sacar su miembro. Sabía tan bien como ella que si lo sacaba podía pasar cualquier que la ayudase a escapar. Con un susurro, le prometió contarle un secreto.

-No voy a parar hasta que te desgarre por dentro. Puede que no seas una puta pero te has comportado como tal. Si quieres la maldita cocaína te la daré, pero este culo es mío.

Esas palabras, como si hubiesen servido para animarse a si mismo, le dieron energías para cogerla de la cintura y follársela hasta el fondo.

Sentía que esas nalgas oprimían su cuerpo entero, que le daban roces para enloquecerlo. Su pene se puso rojo en cuestión de segundos, pero eso no frenó su ímpetu. Cada ofensiva cometida por él era un acercamiento al placer; para ella era un malestar que se intensificaba.

Los sollozos provocados por las penetraciones se intensificaron hasta que Jean Paul volvió a cogerle la cabeza y girarla bruscamente.

-¿No me has oído puta? ¡Te he dicho que no llores!

El culo de Jessica se cerraba, pero eso no era ningún impedimento para él. Su miembro brotaba mientras luchaba por esconderse ahí dentro, por una entrada que prácticamente estaba cerrada.

Los gemidos de Jessica dieron paso a los gritos, y luego a gritos ahogados, que sólo cesaron cuando él terminó. Jean Paul le agarró de la cadera fuertemente cuando le llenó el culo de semen. Ambos gritaron, pero por circunstancias muy diferentes.

Para bien o para mal, todo había acabado. O eso pensaba Jessica…

Continuará…

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