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El padre de Paula

en Sexo con maduros

Teresa había llegado a España a los cuatro años de edad, pero no fue hasta diez años más tarde que conoció a la que era su mejor amiga, Paula.

Sin acordarse ya demasiado bien de como ocurrió todo, Teresa se fue haciendo amiga de Paula poco a poco. Iban hablando más en clase, cada día se tenían más confianza, hasta que al final fueron inseparables. La combinación que crearon, clásica pero no por eso menos agradable a la vista, siguió el tópico de una pareja de amigas rubia y morena.

Teresa era una latina morena de pelo marrón y preciosos ojos de un castaño claro con un cuerpo delgado y bronceado que dejaba ver detalles como un pecho firme y un culo pequeño y apretado. Todos sus atributos iban acorde con su cuerpo, menudo y provocador. Tenía una cara bonita, incluso alguien diría que de niña buena, que la enriquecía.

Las dos amigas se volvieron íntimas con el tiempo, compartiendo muchas cosas. No tardaron en frecuentar juntas las inocentes discotecas de tarde, los experimentalmente curiosos sitios nocturnos para jóvenes y acabar en las discotecas propiamente dichas cuando cumplieron los dieciocho.  En su largo historial de noches de desenfreno nunca olvidarían aquella vez en que, marcando sus traseros en las minifaldas rojas, acabaron por bailar encima de la tarima a la vista de todos, siendo deseadas por más de uno y provocando más de una erección en aquellos pantalones de chicos emborrachados.

El tiempo pasaba volando, aunque no se lo pareciese tanto cuando se acordaban de lo que había que estudiar a veces en el instituto. Pero todo era diferente aquel año. Habían cumplido ya la mayoría de edad, y eso suponía una responsabilidad. Ya se les exigía que fuese así antes, pero ahora la cosa iba en serio.

Teresa solía frecuentar la casa de su amiga, pero últimamente parecía que se quedaba allí noche sí noche también. Eso, por supuesto, no suponía ningún problema ni para Paula ni para su padre, que era con quien vivía ella.

El tema de la madre de Paula era algo espinado, pues Teresa aún no había entendido muy bien si ella no se había preocupado en cuidar de su hija o si vivía en otro sitio por alguna razón de más peso. Habían hablado muchas veces de eso, pero ambas sabían que no querían forzar el tema hasta que fuese lo suficientemente cómodo el hablarlo.

Sin embargo, había un tema que había empezado a aflorar entre ellas y que no era tan dificultoso, fuese por la razón que fuese. Teresa conoció al padre de Paula, Daniel, Dani para los amigos, cuando tenía catorce años.

Aquella vez había entrado muy tímida en casa de Paula, una cosa normal cuando uno entra en una casa ajena. Poco tardó ella en perder la vergüenza y darse cuenta de que aquel hombre era más dado a la broma de lo que podría haber pensado.

Daniel vio casi al mismo tiempo como las dos chicas crecían y se hacían mayores, por lo que casi podía pensar que Teresa era una especie de ahijada.

Esa noche de octubre Teresa se quitaba la pintura de las uñas con el quitaesmaltes en la habitación de Paula cuando volvió a sacar el tema de su padre.

-Tu padre me ha hecho caso y se ha afeitado la poca barba que tenía.

-Ai, pues a mí me gustaba más con la barbita de tres días, le quedaba mejor.

-Bueno, así no pincha cuando te da dos besos.

-Pues que dé la mano y se deje crecer el pelo, así tendrá a todo el mundo contento.

-A casi todo el mundo…-dijo Teresa.

Paula la miraba sin acabar de entender ese comentario, pero dándole una importancia que no era mayor a cuando pensaba qué pondrían en la tele esa noche.

-Como siempre se tiene que agachar por la altura que tiene y eso…

-Ah…claro-dijo Paula moviendo la cabeza.

-¿Te importa que vaya a la cocina a coger algo?

-Como quieras, pero si vas para allí trae algo para mí también por fi.

Con una sonrisa que delataba su amistad en la cara de ambas, Teresa salió de la habitación. No lo hizo con el propósito de ver a nadie, pero curiosamente allí estaba Daniel con el mando del televisor en el bolsillo de sus pantalones y con una ropa que manifestaba sus ganas de irse a la cama pronto.

-Tienes que dejar de picar entre horas, mira como te estás poniendo-dijo Teresa agarrando el vientre de Daniel.

-Aún queda tiempo para hacer la operación biquini, no hay porque preocuparse-decía él siguiendo la corriente.

-Sí, pues si vas a seguir alguna dieta avísame que yo también quiero adelgazar.

-¿Tú? Si pierdes más peso vas a desaparecer.

-Pues eso, que así dejaré de robarte la comida; que no es la nevera la que se la come, soy yo.

-¿Cómo en el cuento que escribió tu hermana, no?

-Sí, ¡qué memoria!-dijo ella bajando su mirada y mirándolo por detrás aprovechando para darle el aprobado.

-De oro.

-Sí…me parece que no es lo único que tienes de oro…- soltó entre dientes sin dejar de pasear su mirada.

-¿Y cómo está tu hermana por cierto?

-Bien, muy bien; todos están igual siempre en casa. Por eso vengo aquí.

Daniel le dedicó una sonrisa, pensando que siempre era muy agradable hablar con ella.

-¿Cuántos años tiene tu hermana ya?

-Diez, los ha cumplido este año.

-¿¡Diez!? ¡Pero si hace nada tenía seis años todavía!

-Como crecen estos niños…-dijo ella casi riéndose de su propia broma.

-Me estoy haciendo viejo.

-Pobre viejito… mira como se te cae la piel-dijo aprovechando para acariciarle el brazo.

-Entre broma y broma… ya son cuarenta y dos años.

-Y aún te quejaras... Pero si aún lo tienes todo en su sitio…

Acordándose de lo que había ido a hacer en la cocina, buscó por los cajones algo que pudiese llevarse a la habitación. Con un hábil movimiento se echó el pelo detrás de su oreja derecha y se inclinó ligeramente para poder encontrarlo.

Daniel observaba con mirada fija y ojos atentos la espalda que poco a poco se iba desnudando hasta pararse en el punto que le había concedido el fabricante de aquella camiseta.

Las caderas que se dejaban ver iban a parar a aquel culo sin disimulo, como si hubiesen dejado la mejor parte para el final. Parecía que una tira morada sobresalía sin querer de aquellos pantalones de pijama.

Daniel empezó a desear que Teresa buscase  por los cajones inferiores, casi rezaba para que tuviese que inclinarse más y buscase más abajo. Como si el aproximarse fuese a solucionar algo de todo aquello, acercaba a su cabeza, intentado bajar los pantalones con la mirada.

Las plegarias que invocaba fueron escuchadas y con un mínimo movimiento pudo ver medio tanga, fino y encantador, que mostraba como la parte blanca que se suponía era uno de los trozos con más tela estaba cubierto de corazoncitos pequeños de un color púrpura que enamoraba. La diversión para él no acabó ahí, ya que aún pudo diferenciar la fina tirilla que lo unía todo, la parte trasera con la delantera, y que se escondía entre sus dos nalgas, rodeada de piel morena y seductora por doquier.

-¿Puedo llevarme esto?-dijo Teresa ya de pie y con unas galletas en la mano.

-No…no sé-dijo Daniel despistado.

La expresión de Teresa destacaba por esa ceja arqueada, notando que algo raro pasaba.

-O sea que sí.

-O sea…vale-dijo ella burlándose inocentemente.

Se fue con aquel paquete de galletas en la mano, pero él ya se había fijado en aquel culo. Ahora le parecía que Teresa caminaba con una soltura sugerente, dejando caer todo el peso en cada pierna cuando daba un paso con una maestría envidiable. Aquella fue la primera vez que se le ocurrió pensar que Teresa era un caramelito que le hubiese gustado desenvolver.

La noche en que Daniel encontró a Teresa en las escaleras fue tres días después, un sábado normal como otro. Volvía de pasar el día en Les Cabanyes, un pueblo tan perdido que ya ni recordaba el camino que le había señalado el GPS para llegar hasta allí.

Al principio ella sólo vio a una silueta masculina entre tanta oscuridad, a alguien alto que se movía con cierta rapidez. Conforme se fue acercando, reconoció a aquel hombre como a Daniel. Vestía informalmente con una ropa que hacía resaltar lo que se cuidaba todavía, a pesar de las bromas. Su pelo que se debatía entre rubio y marrón, casi como el de Paula, no lo reconoció hasta que él encendió la luz. Volvía a acompañarle la barbita y sus ojos marrones.

Lo primero que pensó Teresa fue que su amiga tenía razón, estaba más guapo así. Luego cambió sus pensamientos para creer que en realidad era un hombre atractivo con un ligero toque que había sacado de los años ochenta.

Ella estaba sentada en las escaleras con unos leggins negros apretados que acababan en unos zapatos marrones y muy femeninos. El suéter suave y de un color beis invitaba a dejar ver su sujetador negro, aquel que le marcaba los pechos. No supo cual era la razón, pero esos pechos se marcaban demasiado y dibujaban muy bien su figura envueltos en la fina tela. Estaba con cara de poco amigos, aunque evitaba aparentar aquello.

-Hola Teresa… ¿qué haces aquí a fuera? ¿No ha llegado Paula?

-No…pensé que quizá viniese antes, pero supongo que habrá decidido quedarse a dormir en casa de su novio.

-Podrías haberme llamado preciosa, a mí no me habría importado venir sabiendo que estabas esperando sentada en las escaleras.

-No, si llevo aquí poco tiempo… sólo quería hablar con Paula, pero la he llamado y no me lo coge, así que… la estaba esperando.

-Pues nada… vamos a ver donde está, porque si ha decidido quedarse con su novio a dormir ya te digo yo que volverá muy pronto.

Daniel escuchaba atentamente lo que ella le decía sin dejar de mirarla hasta que llegaron a la puerta de su casa. Al ir a abrir la puerta, estando todo en silencio, pudo ver que el reloj de pulsera marcaba las diez y cuarto.

-¿Has cenado ya?

-No… todavía no-dijo sonriendo.

-¿Por qué no… por qué no salimos a cenar a algún sitio y hablamos un rato?

-¿Y a dónde vamos?

-A un italiano, un griego, un japonés… tú mandas preciosa. Iremos a donde quieras.

Con aquella licencia para acercarse a ella la llevó por las calles mientras le explicaba lo que le había pasado aquella tarde. Ella se decidió por un restaurante griego para probar la famosa ensalada que nunca en su vida había saboreado.

-Hoy te has librado de cocinar, pero la próxima vez me tienes que preparar algo.

-Sí… me has pillado. Creo que eso de estar a punto de entrar en casa y echarse atrás es demasiado evidente.

-Me he dado cuenta-dijo ella bebiendo un poco de vino para cortar la frase en un punto que no existía- de que siempre hablas de los demás pero nunca hablas demasiado de ti mismo.

-No hay mucho que contar… creo que en realidad ya lo debes saber todo.

-¿Qué hay de novias, mujeres y demás?

-No he tenido muchas parejas estables, aunque alguna vez me hubiese gustado. Ha habido mujeres, pero creo que nunca ha llegado a ser nada serio de verdad.

-Estamos condenados a estar solos…-dijo en un tono burlón.

-Yo quizá, tú tienes dieciocho años y te van a llover los chicos… Incluso me extraña que no tengas ningún novio, si es que no te has echado ya alguno y estoy metiendo la pata…

-No, no; de momento no hay nada ni hay ningún candidato… ¿Pero por qué te extraña?

-Una chica como tú, guapa, lista, simpática, atenta… Me parece que los mozos son más tontos de lo que recordaba.

-A ti también te caerá alguna, seguro que sí. ¡Te buscaré una novia! A ver… ¿Cómo te gustan las mujeres?

-Supongo que lo que todo el mundo espera… una chica divertida, que enamore, lista, simpática, amable…

-¿Morbosa?

Daniel pegó un ligero salto y se removió en su silla cuando notó el pequeño pie de Teresa acariciando su pene. Ella se reía y apoyaba su cabeza en sus dos manos con los codos en la mesa.

Sin esperar respuesta movió el pie lentamente para tantear la posición del miembro antes de poder acariciarlo de arriba abajo con la planta del pie. Daniel no había notado ningún signo de que ella se hubiese quitado el zapato y hubiese levantado la pierna, pero estaba claro que aquel pie era el de Teresa.

-Será…será mejor que pares.

-Lo siento, pensaba que te gustaba…-dijo con una carita traviesa  después de morderse el labio inferior.

-Ese no es el problema…

El pie de Teresa seguía acariciando el miembro ya duro de Daniel. A ella le parecía muy normal que un hombre reaccionase a unas insinuaciones de ese tipo, pero él miraba a derecha e izquierda vigilando la cara de todos los presentes.

-Pero te gusta… se te ha puesto dura.

-Ya…pero…

Los dos se miraron, él con cara de ‘‘ya sabes qué’’ y ella con cara de ‘‘¿por qué está mal?’’.

Teresa bajó su pie y volvió a ponerse su zapato para irse al lavabo.

-Ahora vuelvo, pero no me mires el culo mientras me voy.

-¿Por qué iba a hacer eso?-dijo él irónicamente.

Teresa se fue sin girarse con la mirada de Daniel clavada en su trasero, intentando adivinar qué clase de ropa interior llevaría puesta.

El tiempo que estuvo en el lavabo fue el breve intervalo que él tuvo para hacer que su erección desapareciese.

Durante la cena no dejaron de intercambiarse algunas miradas peligrosas, con segundas intenciones, pero Teresa no volvió a levantar su pie. Se debatieron varios temas durante la cena, algunos tan absurdos que sólo podían ser fruto de aquella extraña situación.

Un inocente vino los acompañó durante la cena casi hasta el momento de ir a pagar la cuenta. Tras darles coba a los griegos, salieron de allí sin saber muy bien quien pensaba ir a casa de quien.

Teresa jugaba inocentemente a coger la mano de Daniel y acariciarla en señal de afecto dejando que fuese él quien dejara volar la imaginación.

Él pretendía ser un indomable león que condujese la situación, pero no podía más que comportarse como un cachorrillo al poner la mano en la cintura femenina y seductora.

¿Era una tontería pensar que quería aparentar ser un hombre maduro delante de Teresa? No sabía si eso lo hacía aún más inmaduro, pero lo cierto era que sentía que le faltaba valentía.

-Puede que Paula ya esté en casa…

-Si no te importa puedo ir a ver si está, y si no está pues ya la llamaré mañana.

-Sí, por supuesto… Tampoco pasa nada si quieres quedarte a dormir, también es tu casa.

-Mm… si ha llegado Paula me quedaré a dormir…

-¿Y si no está?

Teresa pensó que Daniel se estaba sumando al juego, aunque su cara permanente de diversión transformada en cara de irresolución no le dejaba revelar demasiado.

-Si no está no sé si dormiré mucho esta noche.

Daniel ya no sabía si quería que viniese su hija o no. Si había llegado quería decir que perdería toda oportunidad de… ¿lo que le insinuaba Teresa? pero que su hija era responsable y no iba a pasar toda la noche en casa de su novio; por el contrario si su hija no había llegado quería decir que ya se acostaba con chicos, pero que él tendría alguna posibilidad de…

Caminando y caminando llegaron hasta aquel edificio de aspecto familiar en el que vivía él con su hija. Teresa no hizo ningún signo de echarse atrás y entró delante de él, dejándole ver una vez más aquel culo que ya lo empezaba a hipnotizar.

Al llegar al piso y abrir se encontraron con que sólo había una luz encendida. Teresa se paseó por allí y pronunció un ‘‘Hola Paula’’ al llegar a la habitación que él pudo escuchar a la perfección. Con tranquilidad se quitó los zapatos y se fue a saludar a su hija, pero lo que encontró no fue lo que esperaba.

Teresa estaba sentada al borde de la cama con las piernas cruzadas y las manos posadas en el colchón con una sonrisa de oreja a oreja.

-Sabía que vendrías.

Daniel miraba de lado a lado y no veía a nadie más.

-¿Te gusta que quede como tonto, verdad?-dijo él con una falsa ofensa.

-No es eso… es que me gusta jugar contigo.

-Pero yo nunca gano…eso no vale.

-Sí que vale, me tienes que dejar ganar.

-¿Qué? De eso nada.

-Encima que te dije que no me miraras el culo y lo hiciste… ¡Eso es trampa!

-Y… tú también haces trampa-dijo algo descolocado.

-¿Por qué? ¿Por tocártela con el pie o por intentar que te acuestes conmigo?

-Por ambas cosas guapetona… por ambas…

-¿Y aún quieres o ya no?

Daniel se la estaba comiendo con la mirada y ella lo sabía. Fuese por lo que fuese aquella situación le gustaba; se sentía deseada y eso la volvía loca.

-En fin….-decía él sin responder a la pregunta-me voy a dormir. Buenas noches Teresa.

La chica se quedó allí con cara de póker. No era el hecho de que la hubiese rechazado lo que la dejaba así, sino la idea de no poder acostarse con aquel hombre.

Acomodándose de nuevo la ropa y quitándose los zapatos salió de la habitación directa a buscarlo y seguir con el juego si hacía falta, pero no pudo hacer aquello porque tras dar dos pasos los brazos de Daniel la detuvieron sin dejar que se moviera. Teresa sonrió al notar que estaba detrás.

-¿Por qué tienes tanta prisa Teresita?

La boca de Daniel rozaba su oreja cubierta del fino cabello de su cabeza y aquel bulto en el pantalón chocaba con el culo de Teresa, quien estaba en una posición que le permitía tirarlo para atrás. Él podía aspirar el aroma que aquella joven seductora desprendía y podía embriagarse todo lo que quisiese.

Aquel trasero marcado en los leggins negros rozaban con el pene en crecimiento, casi dándole caricias.

Los finos brazos viajaron hasta la nuca de Daniel, mimándola con sus dedos y dejando que el pelo que se encontraba más arriba se colase entre sus dedos.

En aquel momento él supo a que sabía en realidad esa mejilla. La había besado antes un millón de veces, pero no fue hasta entonces que captó su esencia y que sintió ganas de comérsela.

Sus labios sabían aún mejor, una delicia de fresa aderezada por aquel punto de notar como ella no dejaba de moverse para intentar que se le pusiese dura.

La mano derecha subía su suéter buscando aquel vientre y aquellas caderas que tanto había adorado últimamente. Ambos se rieron de pie cuando él descubrió el pequeño piercing que se alojaba en su ombligo.

Poco a poco el suéter desapareció de su cuerpo después de que ella levantara sus brazos para que él se lo pudiese quitar. La dejó en aquel sujetador negro que atendía a sus pechos y no los dejaba escapar.

-Joder Teresa… ¿de dónde has sacado ese cuerpo?

Sus palabras reflejaban muy bien lo que estaba pensando. La verdad era que hasta hacía menos de una semana no la había mirado con aquella intención lujuriosa. Sabía que la chica poseía una hermosura manifiesta, pero no comprendía por qué no se había fijado antes en aquel cuerpo juvenil.

-No es que estés buena, es que además eres preciosa…

Las orejas de Teresa vibraban al oír las agradables palabras tan cerca.

-Yo ya pensaba que no te gustaba…

-No es eso… es que me gusta jugar contigo.

Ella se decantó por girarse y agarrar su pelo, indignándose falsamente al ver que él le había copiado las palabras.

-Así que te gusta jugar… ¿no?-le decía ella mientras le desabrochaba la camisa.

Teresa acabó por tirar la camisa al suelo y desabrochar el cinturón a la vez que seguía hablando.

-Yo conozco un juego muy divertido.

-¿Ah sí? ¿Cuál es?

Aferrándose a la cabeza de Daniel, ella lo besó con pasión y dulzura, impregnándole todo el aroma a fresa de sus labios. Las manos varoniles bajaron hasta la cintura desnuda y acariciaron esa piel morena.

Los labios de Teresa se alegraban y cambiaban de posición, esbozando una sonrisa, cuando él le daba unas palmadas en la nalga. Daniel podía notar como debajo de aquella ropa no se escondía demasiada tela. Seguramente ella llevaría algo con lo que cubrir sus intimidades, pero lo que desconocía realmente era el tamaño de esa prenda. Desde luego tenía pinta de ser minúscula.

-Bájame los pantalones y lo sabrás.

A medida que bajaba de altura, iba rociando su cuerpo con besos cortos pero intensos. Casi doblegando las rodillas intentó meter su boca bajo el sujetador de copa negro. Quería ayudarse con las manos al ver lo que le costaba con esos movimientos deformados por la torpeza que le producía el deseo, pero su ilusa intención fue frenada al notar las manos femeninas agarrándole las suyas para que tuviese que hacer todo el trabajo con la boca.

El pelo castaño de Teresa lo rozaba y lo despistaba hasta tal grado que se decantó por morder los pezones que asomaban por el sujetador, estremeciéndola y provocando el origen de un gemido que parecía que no iba a ser el único de aquella noche. Finalmente el sujetador que adornaba sus pechos cayó al suelo y dejó al aire unas tetas pequeñas y maravillosas que sugerían muchas cosas por su firmeza.

Impaciente por dentro, Daniel bajó los pantalones con la promesa de tener allí debajo la respuesta a algo que no sabía muy bien, pero que no por eso era menos interesante.

Se prometió, quizá para rizar más el rizo y hacerlo más interesante, que no abriría los ojos hasta haber destapado totalmente a Teresa. Su frente chocó un par de veces con la lisa piel por culpa de aquello, pero mereció la pena abrir los ojos y ver aquel tanga rosa con un conejito en la parte delantera.

Aquel animal parecía sonreírle, llevando un atuendo blanco y una zanahoria en la mano. La mirada atenta de Teresa observaba como respondía él ante aquello.

Los corazoncitos púrpuras de antes y el conejito que veía parecían ser prueba suficiente de que Teresa era una chica a la que le gustaba llevar ropa interior sugerente y, al menos, curiosa.

Aquel tanga rosa le daba una pinta de delicadeza, amarrando su cintura con esa cinta plana y de buen gusto que no parecía superar el centímetro de grosor.

-¿Quieres cenar?-le preguntó Teresa.

Ella escogió palabras que se quedaran entre el juego que habían tenido y las ganas, ya muy aumentadas, de hacer el amor con el padre de su amiga.

Daniel atacó sus pies para deshacerse de los suaves leggins negros que ahora quedaban fuera de juego y se quedó de rodillas ante Teresa. Ella lo observaba de pie, con sólo aquel tanga que tenía, y le pasaba las manos por su rostro para notar la fina barba que lo amparaba.

Él tenía sus manos en el culo firme y respingón que estaba casi desnudo, comprobando que tenía una dureza envidiable y que no se había equivocado al haberle dedicado tantas miradas.

Los dedos agudos de Daniel acertaron a la hora de envolver la fina tira lateral y tomarla como apoyo para bajar la única pieza de ropa que le quedaba a ella. La agarró de la cintura, con la chica completamente desnuda, y juntó su cuerpo contra el suyo, dejando que la vagina de Teresa, ya húmeda y caliente, chocara contra su pecho desierto.

Le parecía un cuerpo tan delgado y menudo que era consciente del cuidado y la ternura que tenía que emplear. También sabía que ella explotaba juventud por todas partes, ya fuese manifestándola en su tez lisa y morena o en toda la ropa que solía llevar.

La lengua de Daniel resbalaba por su barriga y sus labios besaban aquel ombligo acicalado, dejando a su paso la tenue saliva procedente de su boca. Las manos de Teresa rodeaban su cuello y lo acariciaban, encontrando allí un acabado perfecto que sin embargo podía revelar su madurez.

Con una mano lo empujó al suelo y lo dejó tendido encima de la alfombra verde y amarilla que se alzaba sobre el falso suelo de madera.

La figura femenina observada desde el suelo era algo distante para él. Podía ver como Teresa dejaba que su cabello rodeara sensualmente sus hombros y como su coño plenamente rasurado y cerrado con gracia unía sus piernas con un seductor encanto.

Poco a poco se fue acercando. Tenía a aquel hombre dominado y lo sabía. Se ocupó de aquellos pantalones medio caídos quitándolos con cierta desesperación hasta dejarlo totalmente desnudo, en igualdad de condiciones.

-Así no podrás hacer trampas…

Tras decir aquello casi susurrándolo se subió encima de él, sin intención de que la penetrara y lo besó teniendo el control de la situación. Movía su boca para hacer que cada beso fuese diferente, un desafío que ella aceptaba y que a él le provocaba el nacimiento de un líquido pre seminal que pedía a gritos salir desde que aquella planta del pie lo acarició en el restaurante.

Los dedos de Daniel volvían a acariciar su espalda, su delgada espalda recta y tentadora, a la vez que ella iba acercándose más y más a la posición que quería hasta que él se encontró con aquellos labios vaginales frente a su cara.

Podía notar el olor que desprendía y lo húmedo que estaba todo, con aquel precioso clítoris que parecía crecer sin parar. No dudó en sacar la lengua y limpiar de arriba abajo todo el líquido que encontró y que empapaba los deliciosos labios vaginales. Las manos le agarraban las piernas y Teresa gemía lentamente al notar como le estaban comiendo el coño.

No había reparos en pegar la nariz y respirar el poco aire que pudiese haber mientras su boca se metía más y más en su intimidad, con movimientos ondulantes y repetitivos que no por eso dejaban de deleitar a la joven desnuda.

Daniel le arrancó un grito más largo y duradero cuando dejó de mover su cabeza y se dedicó a mover su lengua dentro. A ella le parecía que la estaba abarcando entera, de pies a cabeza, con su lengua mojada e inquieta que parecía querer secarla por dentro.

-Sigue….sigue… no pares…

Él hablaba con la mirada, sin molestarse en dejar la labor que llevaba a cabo para decir nada. Fue una sensación algo rara para Teresa ver sus ojos al descubierto, la mitad de su cara en aquellos momentos, sabiendo que era él quien la extasiaba tanto.

Ella sonrió y le pasó las manos por donde pudo en señal de respuesta, cosa que a él lo animó a penetrar por la zona de su clítoris después de haber examinado los alrededores.

Él seguía acariciándola, apretando la piel morena con sus dedos y dejando  incluso una ligera marca blanca cuando le arrancó de sus adentros un orgasmo que resonó en toda la casa. Estar en la alfombra del salón y tener aquel silencio envolvente hizo el eco más agudo.

Con su vagina mojada y abierta se quitó de encima de su amante para besarlo con fuerza y con una furia pasional desatada.

Él no la dejaba escapar, abarcando su estrecha cintura con los brazos. Cada roce de su cuerpo se intensificaba con los segundos, los cosquilleos se convertían en temblores y las caricias en sutiles palmadas que volvían loca a Teresa.

Los dos cuerpos se volvieron a unir en uno cuando se estiraron en la alfombra. El pene desnudo de Daniel chocaba contra aquel vientre sin llegar a penetrar a Teresa, sintiendo como su miembro era aplastado y desflorado poco a poco con una suavidad que no era propia de la postura en la que estaban.

La verdadera pasión se empezaba a desatar entre ambos e intercambiaron posiciones, quedándose él encima de Teresa, sintiendo que tenía el mando y que era entonces cuando tenía que demostrar su madurez. Era ella quien quería saber en aquel momento como era esa espalda masculina, tocándola con fineza y dulzura.

Con maestría Daniel se deshizo de ella dejándola en la misma postura boca abajo, ante cierto espasmo de Teresa viendo como aquellos brazos podían cogerla con poderío y no dejarla caer.

-¿Te gusta mi culito, verdad?-dijo ella haciéndose la víctima.

Daniel no respondió hasta que acercó su boca a la pequeña oreja.

-Mm… un poquito, sí.

Él le apartaba el pelo para poder besar la oreja que siempre quedaba cubierta con el hermoso cabello. Se la mordía sin miramientos, directamente con los dientes, para que la cara de Teresa se tornara en un rostro que reflejaba puro deseo sexual con esos ojos cerrados y esos labios apresados por sus propios dientes.

-Te… ¿te has quedado con hambre? Me vas a arrancar la oreja-dijo ella rápidamente como si quisiese escupir las pesadas palabras de su boca.

-Te comería entera…

Él acabó por ponerse totalmente encima, sin siquiera tocarla con su miembro. Alargó su mano para introducirle dos dedos que entraron con cierta facilidad en su lubricada vagina.

-Empezando por acabarme ese conejito.

-Pero… yo… yo también tengo hambre.

Daniel volvió a acercarse para susurrarle las palabras al oído.

-¿Y qué te apetece preciosa?

El pene casi se dirigió solo hasta la vagina de Teresa, donde entró con gusto. Las primeras penetraciones se marcaron con el ritmo de los besos que se daban y las caricias que se producían el uno al otro con sus labios.

Las manos de Daniel se apoyaron en la alfombra y sus caderas dejaron de disimular lo que querían para penetrar totalmente a Teresa. Le desataba unos gemidos calurosos e intensos que llenaban todo el espacio. Un vaporoso sudor empezaba a entrometerse entre los dos cuerpos y provocaban un característico ruido que no hacía más que acrecentar los deseos de Teresa por ser follada.

Aquellas embestidas la volvían loca y casi la hacían sudar.

-Sigue…sigue…no pares…

-Joder cómo estás Teresita…

-Sigue… fóllame, por favor… fóllame…

Parecía que las paredes vaginales palpitaban y producían temblores que mataban de placer a Daniel. El pene se comprimía en esa posición, sintiendo como sus caderas golpeaban sus nalgas.

El calor iba aumentando y la rapidez con que él hacia entrar su miembro dentro de ella aumentó con la temperatura. Sentía su pene totalmente sensible y acicalado por los flujos vaginales que lo encerraban y lo hacían resbalar con una satisfacción completa.

Sentir como la naturaleza femenina se encargaba de mojar su miembro era lo único que le faltaba para pensar que Teresita había estado escondiendo mucho placer.

El cuerpo de Teresa rozaba con la alfombra y le provocaba un enrojecimiento de la piel que la ponía caliente. Esos pequeños raspados en su piel casi podía notarlos también en su aumentado clítoris, que acariciaba la alfombra descubriendo nuevas sensaciones.

Los gemidos de Daniel animaban los suspiros de Teresa sin saber que ella los había provocado por gemir antes que él. Era una acción recíproca, como el acto sexual que tenían. Él disfrutaba y le daba placer, ella recibía pero también se prestaba a que aquel hombre la hiciese suya.

El pene estaba totalmente crecido, enorme dentro de Teresa, que luchaba por no morirse allí mismo con el gustazo que sentía. Le daba la impresión de que aquel juego tonto e inocente como ninguno había hecho demasiada mella en su apetito sexual.

Contradiciendo lo que sentían ambos, Daniel se apartó y le sacó el pene. Teresa pensó que iba a terminar y a dejarle todo aquello en la espalda. Pero no fue así. Él la levantó por la cintura, provocándole leves cosquillas cuando pasó su mano por la barriga, y la dejó de pie ante él, sentado en el sofá y con el pene erecto.

Ella no podía dejar de mirar aquella figura que cambiaba su tono de color y que le parecía que era tan apetitosa. Daniel correspondió sus manos con cada una de las de ella haciendo hincapié en la invitación. Él estaba al borde del sofá, esperando que Teresa se sentara y pudiesen seguir con el juego.

Le dio un beso tierno en la nariz mientras su mano masturbaba su miembro. Podía notarlo caliente y totalmente erecto en sus manos, duro y brotado. Con sumo cuidado se lo fue introduciendo paso a paso, notando lo mojados que empezaban a estar ya ambos. Daniel la cubría con sus brazos por debajo de sus pechos y la ayudaba a acomodarse.

Poco a poco las manos bajaron cuando supo que ella estaba totalmente a gusto. Las pequeñas manos de Teresa agarraban sus mejillas y la fina piel de su cuello, sus pies casi podían tocar las rodillas duras y varoniles, sus labios se juntaban y despedían ardor y calor.

Sin dejar de besarlo Teresa se movió hacia delante y atrás, clavándose aquel pene entre gemidos acallados por los besos. Parecía que era ella quien estuviese ejerciendo los movimientos del hombre. Así era como la joven se follaba al padre de su mejor amiga. Era en esos instantes en que ella movía sus caderas de fuera hacia dentro sin parar los que mostraban como una mujer también puede decir en pleno derecho que le hace el amor a un hombre.

Con el pene enorme y mojado estrujado dentro de esa belleza femenina, se corrió y envió el ardiente semen dentro de Teresa. Tuvo un par de segundos para soltar las primeras gotas del líquido que daba fe de como le había puesto todo aquello. Tras soltar gran parte de la corrida sintió unos instantes tan placenteros que eran mejores que la propia eyaculación; pero como contraste sintió que expulsaba poco líquido, una miseria si era comparado con todo el semen anterior.

Teresa suspiraba y se quitaba el cabello de la cara mientras él yacía estirado a su lado en el sofá. Al encontrarse otra vez sus miradas sonrieron, orgullosos de lo que acababan de hacer.

Los dos se juntaban en aquel sofá y sintieron el impulso de reírse. Esas risas eran provocadas por el polvazo que pensaban que habían llevado a cabo juntos.

Por un momento solo se oyó la respiración de ambos. Ella enredaba su pierna con la de Daniel, haciéndole saber que aquello era únicamente el primer asalto.

Pocos segundos después la mano de Daniel era la primera parte de su cuerpo que se activaba y que volvía a acariciar el culo de Teresa. Ella juntó su cabeza con el cuello, haciéndole aspirar otra vez su característico aroma. Daniel volvió a propinarle un par de palmadas suaves en el trasero como respuesta.

-¿Quieres que te invite a mi restaurante griego?-dijo ella notando la mano en su culo.

Parecía que aquella chica no se cansaba nunca de jugar…

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Dame una oportunidad (Décima parte)

Mi hermano es mi lechero

Dame una oportunidad (Novena parte)

El culo de mi suegra

Dame una oportunidad (Octava parte)

Dame una oportunidad (Séptima parte)

Dame una oportunidad (Sexta parte)

Dame una oportunidad (Quinta parte)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 11)

Dame una oportunidad (Cuarta parte)

Dame una oportunidad (Tercera parte)

Dame una oportunidad (Segunda parte)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 10)

Dame una oportunidad (Primera parte)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 9)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 8)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 7)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 6)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 5)

Lo que pase en Roma se queda en Roma

Vida de Elena (Primera Parte)

Sandra, me gustas

Lo que las hembras quieren y los machos hacen

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 4)

Jessica en París (capítulo II)

Jessica en París (capítulo I)

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 3)

El bulto

Los secretos de la familia Martínez (capítulo 2)

Sucedió en la playa

Follando como conejos

Los secretos de la familia Martínez

El regalo