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Travesuras en el vestuario

en Orgías

Jennifer cerró el nuevo privado que le habían abierto. Llevaba casi cuarenta minutos hablando con ‘‘MrHyde’’ y poco a poco se había ido centrando en la conversación que le estaba dando.

  ¿Y alguna vez te han dicho algo?

No suelen decírmelo… aunque alguna vez sí que recuerdo que se estuvieron riendo mucho rato antes de decirme que me tapase.

¿Y qué pensaste?

Que se debían alegrar la vista supongo… Pero me gusta ser un poco original en ése sentido, no me molesta.

¿Hay alguno que les guste especialmente?

Los chicos suelen mirar bastante el tanga de Hello Kitty…

Normal… Con eso sugieres mucho, gatita…

-¡Jenny! ¡Ya van a ser las siete!-gritó una voz procedente del salón.

Sin apartar la vista de la pantalla, ella siguió escribiendo.

¿Sí? ¿Y a ti qué te sugiere?

Me sugiere muchas cosas gatita… Muchas cosas…

Ella miró el reloj, consciente de que había prometido a sus padres que les iba a hacer el favor de ir a buscar a su hermano. Suponía que no podía echarse atrás.

Ahora, por ejemplo… si estuviese detrás de ti, viéndote sentada en esa silla… ¿con qué me alegrarías la vista?

Con unas bragas rojas…que…

Sí…

Que llevan escritas las palabras… ‘‘Prohibida la entrada a los menores de 18…cm’’.

¿Es que siempre prohíbes la entrada a ésos?

¿Te preocupa?

Lo pregunto por curiosidad, yo nunca tendría problemas para entrar…

¿Ni después de una ducha con agua fría?

No si pienso en lo que debo… o en lo que no debo…

-Jenny…-volvió a inquirir su madre desde el salón.

-¡Ya va mamá, sólo cinco minutos!

-Dijiste lo mismo hace diez…-le recordó su madre.

-Joder…

Así que de angelito… nada, ¿no?

-No te lo vuelvo a repetir…

-Mamá, es que ya no quiero ir…

-No me salgas con esas… vete a recoger a tu hermano.

Eso depende un poco de lo que te mole a ti… aunque algunos no somos del todo santos…

Tengo que irme…  Lo siento.

¿Me vas a dejar así, gatita?

Si supieses cómo me dejas a mí…

Tras darle su Messenger y despedirse, Jennifer salió de su habitación haciendo sonar sus tacones en el suelo y con el móvil en la mano.

-¿Y por qué no vais vosotros a recoger a Jordi?

-No salgas con esas… lo prometiste. Además nosotros nos vamos ahora a ver a tu abuela, ya te lo dijimos.

-Pues genial…-murmuró ella.

Lo cierto era que lo sabía. Había prometido la semana anterior que iría a buscar a su hermano en moto si la dejaban llegar media hora más tarde a casa. Se había vendido por un plato de lentejas, y todo por treinta cochinos minutos en los que no probó nada más que la lengua de Miguel en su paladar.

Le esperaba un largo recorrido en moto hasta el campo de rugby, dónde resultaba que su hermano pequeño de doce años se había empeñado en jugar. Normalmente su madre era quien iba a buscarlo, pero ésa vez le tocó a Jennifer…

Con las bragas húmedas y acarameladas con su coño, se subió en la moto y se fue. No se equivocó, pues el campo de rugby estaba a poco más de media hora de distancia. Cuando llegó se encontró a chicos de doce años llenos de barro y desfilando hasta los vestuarios.

-Jordi, date prisa-dijo ella pensando que el misterioso Mr Hyde aún podía estar conectado.

Los amigos de su hermano pasaban atentamente a su lado observando a Jennifer teclear con el móvil. No la amparaba ni una pizca de Wi-Fi.

-¿Es tu hermana?-le preguntaron a Jordi.

-¿Ésa? Ah, sí…-dijo él poco orgulloso.

-Pues vaya culo…

Y bien que lo sabía Jennifer. Ella misma se había declarado pija cuando vestía ropa interior de Snoopy y apretaba sus nalgas en pantalones que acentuaban su figura. Jennifer era una chica rubia, con su flequillo alisado y su piel ligeramente aceitunada. Sus ojos eran grandes y marrones, como los que se dibujan en los cómics de manga, y su nariz era atractiva y respingona. Se podía pensar que sólo con esa nariz ya hubiese sido guapa.

Pero no era así. Se completaba además con un cuerpo delgado y unos pechos firmes aunque no muy grandes. Eso sí, y no se equivocaban los amigos de su hermano, Jennifer tenía un culo con el que podía partir nueces.

-Tu hermana está muy buena-le dijeron en el vestuario a Jordi.

-Qué dices, si es muy fea…-le respondió él.

-Tú lo dices porque es tu hermana, claro…

-No…-aclaró otro quitándose la camiseta llena de barro-… Lo dices porque eres tonto. Si mi hermana tuviese ése cuerpo aún le pediría que nos duchásemos juntos.

La conversación derivó hasta el punto en el que todo el mundo sacó a relucir ése familiar que tenían y por el que cada uno de ellos había sentido morbo alguna vez en su vida: las primas.

Jennifer esperaba ansiosa fuera, con el cielo ya oscuro y pensando que ya llevaba seis días sin fumar. No se moría de ganas, pero fumar uno lo habría importado. Sólo por pasar el rato…

Mirándose en el retrovisor de la moto, dio un codazo al casco rosa, haciendo que cayese al suelo y resonara en todo el campo de tierra.

-¡Me cago en la puta!

Jennifer se apresuró a recoger el casco, momento en el que se dio cuenta de lo que su madre le había dicho antes de que empezara a hablar con el misterioso Mr Hyde. ‘‘Llévale estos calzoncillos a tu hermano, que me ha enviado un mensaje diciendo que no llevaba de recambio’’.

Su madre no había tenido mejor idea que alistarle unos azules con fichas de dominó, como si quisiese recordarle que todavía era un niño.

Ella los dobló y se fue a la puerta del vestuario, sin llegar a entrar pero estando lo suficientemente cerca como para ser oída.

-Jordi… sal un momento.

Oía las voces de los chicos a lo lejos, pero nadie le contestaba.

-¡Jordi! ¡Sal un momento!

Le pareció oír alguna risa entre el rumor de las conversaciones, cosa que la cabreó aún más y que la incitó a gritar.

-¡Jordi te lo advierto, si entro vas a pasar vergüenza, será mejor que salgas!

Tras esperar unos segundos y darse cuenta de que su hermano seguía riéndose con sus amigos, decidió entrar.

‘‘Muy bien. Si no quieres salir ya entro yo y me encargo de que todos tus amigos sepan que sigues utilizando ropa interior con dibujitos’’.

-Jordi, ¿estás sordo?

-¿Hola?

Un chico moreno con los pantalones blancos llenos de barro y su torso desnudo y marcado salió a su encuentro, motivado por la curiosidad.

-Lo… lo siento, me he equivocado.

-Espera guapa, ¿a quién buscabas?

El agua resbalaba por el cuerpo de aquel chico, que con los pies desnudos se sostenía en el marco de la puerta como podía para no caerse.

-A… mi hermano, pero creo que no está en éste vestuario.

-¿Cómo se llama tu hermano?

-Jordi.

-Mm… ¿quieres pasar a ver si está?-dijo dándole un repaso.

-Sí… puta a domicilio-dijo ella con cara de asco y dispuesta a irse.

Apenas se hubo girado cuando sintió otra voz diferente hablándole. El chico moreno seguía de pie, apoyado, y un chico rubio vestido con el uniforme a rayas del equipo le hablaba.

-Espera… ¿qué te ha hecho éste idiota?-le preguntó a Jennifer.

Ella se quedó quieta, pensando en lo tontos que podían ser a veces los chicos sólo para poder ligar con ella.

-¡Eres imbécil, tío!-dijo empujando a su amigo.

Jennifer arrugó su nariz y se dio otra vez la vuelta para irse cuando el chico rubio volvió a hablar.

-Me llamo David. ¿Y tú?

-Pues felicidades-respondió ella apáticamente.

-¿Quieres quedarte? Pareces simpática-mintió él.

Jennifer iba a decirle de todo a la cara cuando un tercer chico apareció por la puerta. Éste era más alto que los demás y era sin duda el que estaba más marcado. Si los otros ya tenían un abdomen considerablemente definido, éste último podía parecer que tenía más músculos de los que correspondía. Con un rápido vistazo, Jennifer se perdió en la cuenta de cuantos cuadrados veía.

Los ojos verdes de aquel chico rapado miraban directamente a los marrones de Jennifer, sin darle ningún repaso ni reparar en sus atributos de mujer. Sólo contacto visual.

-¿Te puedo ayudar?

-Sólo buscaba a mi hermano…

-Si tu hermano es Alevín debe estar en el otro vestuario.

-Quería…darle esto-dijo levantando tímidamente la ropa interior.

-Si quieres puedo dársela yo. Así te ahorras el apuro.

-No… no importa.

Una toalla blanca rodeaba el cuerpo de aquel chico, quien había contactado de primeras con Jennifer. Ella podía reconocer que era guapo, y cuando veía un chico así no lo negaba.

-¿Tienes frío? Puedes entrar aquí si quieres.

-No, no es eso… es que… he dejado de fumar hace poco y estoy algo nerviosa…

-El entrenador tampoco nos deja fumar… y a mí también me está costando. Lo que me va muy bien cuando tengo ganas de fumar es hablar con alguien y explicarle como me siento.

La excitación que había sentido al hablar con aquel chico en el chat volvía a estar presente. Jennifer se imaginó que ‘‘MrHyde’’ podía ser así, un atractivo moreno de cuerpo atlético.

-Si quieres puedes pasar y contármelo… de verdad que a mí me va muy bien. Puedes estar tranquila… nadie se desnudará.

¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Qué intentaran jugar con ella e intentaran seducirla? No hacía tanto frío, pero…

Jennifer se acercó picando sus tacones en las baldosas hasta entrar en el vestuario, donde vio a través de una pared medio opaca de cristal a un chico ducharse desnudo.

-Ahora le digo que no salga hasta que te hayas ido…-le dijo él.

-Déjalo… no voy a tardar tanto…

-Me llamo Roberto-dijo mirándola.

-Jennifer. Encantada.

Roberto le dio dos besos con ganas, sin importarle que ella pudiese sentir el olor a sudor. Había notado que se cuidaba y no quería estropearlo. Él tenía una voz muy seductora, como aquellas que les ponen a los actores de las series americanas cuando los doblan al castellano.

-Lo siento si… son como una panda de animales, a veces no controlan…

-Oh, no… Son monos…

El chico que se estaba duchando salió de detrás de la pared y por un segundo se quedó dudando de qué debía hacer. No esperaba encontrar a una chica allí sentada, y lo cierto era que la tranquilidad que mostraba Jennifer lo asustaba antes que calmarlo.

-¿Qué edades tenéis?-preguntó ella como si ver el pene desnudo de aquel chico fuese lo más normal del mundo.

-Dieciséis y diecisiete. Somos Juveniles-contestó de pie aquel joven desnudo.

-¿Y tú cómo te llamas?

-Erik.

-Entonces sois Roberto, Erik, David y… ¿y tú, guapo?-preguntó señalando al chico que había visto en primer lugar.

-Ginés.

-Yo soy Jennifer.

Ella se acomodó el pelo pensando de quien estaba rodeada.

-¿Y sólo jugáis cuatro en un equipo de rugby?

-Casualidad… Hoy hemos sido cuatro en el entreno…-contestó Roberto.

-Am… ya… Bueno, podéis ducharos si queréis, a mí no me importa.

Roberto se quitó las bambas y se bajó los pantalones blancos llenos de barro, quedándose delante de ella en calzoncillos.

-Puedes explicarme cómo te sientes, que yo te escucho-dijo muy seguro de sí mismo.

-Pues… un poco acalorada y… algo nerviosa…

Acalorada por los chicos que se desnudaban delante suyo y nerviosa por pensar que se le iba a notar demasiado la excitación.

‘‘Maldito Hyde’’, pensó. ‘‘Ojalá hubieses calentado la conversación mucho antes, ahora estoy así por tu culpa…’’

-A mí también me pasa. Pero si tienes la mente ocupada en otras cosas ni lo notas.

Ginés se quitó la ropa ante la atenta mirada de Jennifer. Empezaba a morderse las uñas, viendo que aquel chico estaba bien dotado.

-¿Os importa que me duche yo?

Al oír esas palabras, Roberto fue el único que no se mostró sorprendido. Los otros, aunque querían disimularlo, no conseguían creerse que una chica así estuviese en su vestuario, pidiendo desnudarse y mirando como se quitaban la ropa.

Pero Roberto no era así. Había controlado la situación desde el principio y no se le veía nervioso. Y eso le gustaba mucho a Jennifer.

-Tranquila, nos ducharemos por turnos.

Cuando Jennifer se estaba quitando la camiseta, dejando el sujetador a rayas al descubierto, pensó en lo que estaba sucediendo, y, por alguna razón, en sus amigas.

Marta había mentido sobre su edad para quedar con un chico de treinta y tantos. Clara se había masturbado por la webcam con su novio. A Lara le gustaba irse al lavabo de las discotecas y enrollarse con desconocidos. Sí, personas que le gustaban con un simple hola. Iba y se los follaba en el lavabo. Luego no se volvían a ver nunca más. ¿Tan terrible era que ella se estuviese desnudando delante de cuatro chicos, esperando a ver qué pasaba?

Al dejar su culo al descubierto y mostrar las bragas rojas al público, los cuatro pensaron lo mismo: ‘‘Joder, vaya culo’’.

-¿Y eso?-preguntó Erik.

-¿El qué?

-Lo que tienes escrito en las bragas, digo…

-Una broma…

Los cuatro habían leído el mensaje. ‘‘Prohibida la entrada a menos de 18… cm’’. Era un detalle que no dejaba indiferente a nadie.

-¿Y tienes novio?-preguntó David.

-Seguro que sí…-aseguró alguien.

-No me extrañaría…

-No soy celoso-dijo Roberto sin levantar la vista.

Con toda tranquilidad se desnudó por completo. Estando en ropa interior, Jennifer se dio cuenta de que ya fuese porque no se habían vestido o porque se habían desnudado, los cuatro chicos estaban tal y como habían venido al mundo ante ella, disimulando con que no encontraban la ropa o haciéndose el tonto para observarla.

-¿Te duchas primero?-le preguntó Roberto.

-Puedes ir tú… yo esperaré.

Con toda tranquilidad se fue con el pene al aire, bajo la mirada de Jennifer. Al oír como caía el agua y mirar el vapor que quedaba en los cristales, se levantó y se quitó la poca ropa que llevaba, ante la alegría y, por qué no, sorpresa, de los otros tres.

-¿Tienes jabón?-le preguntó Jennifer totalmente desnuda a su lado.

-No he traído. Ahora vuelvo.

Roberto vino con la misma parsimonia, con la pequeña botella de jabón en la mano y con una esponja naranja en la otra.

-¿Te importa frotarme la espalda? Hay sitios donde no llego.

-No te preocupes.

Las manos de Roberto movían la suave esponja por la suave y juvenil espalda, llenándola de un jabón blanco y espumoso que dejaba ver a su vez la limpieza de Jennifer.

Ella no se asustó al abrir los ojos y encontrar a Roberto, de pie, mirándola con ganas de jugar. Unas manos seguían llenándola de jabón, y de hecho no se habían parado nunca.

-¿Te importa frotarme a mí? Yo tampoco llego-dijo él mostrando una esponja en su mano.

Jennifer no tuvo reparos en hacerlo, pero dejó a la esponja como a un instrumento inútil. Amasaba la piel lisa y llena de lunares de Roberto con sus propios dedos, resbalosos por el jabón que aún no se había encontrado con el agua.

-Gírate.

Las manos que limpiaban a Jennifer bajaron hasta su cintura, provocando unas sensibles y tiernas caricias que la hacían sonreír.

Con los mismos dedos con los que había puesto el jabón amarillo en su espalda, amasó los duros abdominales de Roberto, dibujando su figura y repasando con el dedo índice cada fragmento.

Apenas quedaba ya jabón en sus dedos, y lo único que había quedado eran esas ganas de seguir tocando. El pene erguido y largo de Roberto se endurecía a cada caricia de Jennifer, que quería conocer también cada detalle.

Erik, que había comenzado frotando su espalda y había acabado en su culo, no esperó más para besarle el cuello y mordérselo con pasión. El pelo de Jennifer se había mojado bastante, al contrario que alguna parte de sus piernas, donde había caído el barro procedente del sucio cuerpo de Roberto y se las había manchado.

-Rober, muérdeme el cuello…

Los jóvenes se convertían en hienas devorando su cuello, atacando por sitios diferentes pero con el mismo objetivo: poner cachonda a la chica que tenían delante. Jennifer cerraba los ojos y disfrutaba del espectáculo que estaban dando. Se sumía en el placer y dejaba que la besaran, que la tocaran y que hicieran de ella un ser sensible y vulnerable.

El detalle de haberse quedado sin visión hizo que Jennifer no notara a David hasta que éste estuvo entre sus piernas, chupando del dulce líquido que se escapaba, diferenciándolo del agua por ser más espeso y más escaso.

-Ah…joder…-dijo ella con gusto agarrando el pelo de David.

Él la miró desde abajo, siguiendo el recorrido que dibujaba su torcido cuerpo, aguantado únicamente por las manos de Erik. Roberto no se molestaba en aguantarla, sólo le mordía el cuello entre chorro y chorro de agua. Si caía al suelo consideraría que estaban haciendo las cosas bien.

-No, no pares-le dijo a David al notar que éste paraba de mover la lengua y la miraba esperando una autorización.

La lengua de David. Las caricias de Erik. Los mordiscos juguetones de Roberto. Los besos de Ginés… El único que faltaba por sumarse a la fiesta lo había hecho de una manera hogareña, con las muestras que tienen las personas para demostrarse afecto: los besos. Fuese cual fuese la razón por la que Jennifer estaba bajo el agua de la ducha, Ginés la besaba porque no quería que se sintiese como una puta. No como una cualquiera.

-¿Tienes sed?-le preguntó entre gemidos a éste último al ver que mamaba de sus pechos.

Ginés recogía toda el agua que se depositaba en sus senos y la chupaba. Era un agua muy limpia, una que ni se había mezclado con el jabón ni desprendía el barro que algunos llevaban.

Roberto era un experto chupando y mordiendo orejas. Se notaba que a él le gustaban los preliminares, y eso volvía loca a Jennifer. No había nada que la mojase tanto como el juego inicial y el tonteo con un chico deseoso por acostarse con ella.

-¿Dónde… dónde está tu polla?-se preguntaba ella misma toqueteando como podía.

Pronto volvió a encontrar el miembro de Roberto, que estaba encantado de recibir la masturbación a cambio de los arrumacos en su oreja. Un quid pro quo que los demás también querían.

Pocos instantes después, Jennifer ya estaba tocando penes sin importarle de quien fueran. Todo aquel que la acariciaba, que la besaba, que la mordía… todo aquel que la pusiese a tono se merecía una agitación en el cuerpo que procediese de su mano.

Alguien estrujaba el suyo contra el culo de ella, como si estuviese en una discoteca o en un autobús abarrotado de gente.

¿Cómo respondía Jennifer a aquello? Tirando su cabeza hacia atrás y dejando que ése alguien le succionase el cuello. No era otro que Roberto, el chico que la enamoraba y que estaba ansioso por penetrarla.

-¿Por qué no te apoyas contra la pared y te inclinas un poquito?-propuso él apretándose contra la chica.

Las otras manos no querían despegarse de Jennifer, y casi la trasladaban pesadamente hasta la pared, donde no tardó en levantar su culo.

-Tienes uno de los mejores traseros que he visto nunca…-pronunció alguien.

Jennifer sonrió. Bici, ejercicios, caminar… e incluso las zapatillas novedosas que habían salido en la teletienda. Las mujeres se mataban por tener un culo como el suyo. Y Jennifer lo único que había hecho era no prestarle ningún cuidado, que ella supiese…

-¿Queréis follarme?-preguntó ante la jauría de perros hambrientos.

Vio a Erik lanzado mirando sus magníficas nalgas, metiéndole un dedo dentro antes de que pudiese darse cuenta. Para él era como catar la realidad de lo que estaba viendo, comprobando que lo que observaba era cierto…

Y lo era. Jennifer se estremeció con aquel dedo en lo hondo de su ser. Aquel dedo la había tocado de verdad y aquella carne había atrapado realmente a Erik.

-Lo único que pido es que no os corráis dentro.

La simple frase bastó para que Erik fuese el primero en metérsela hasta el fondo, aprovechando que no estaba disconforme con lo que le pedían.

El coño de Jennifer estaba mojado y más que lubricado. Su pene prácticamente resbalaba dentro de ella.

-Qué…qué mojadito…

Erik pegaba los labios a su cuerpo, como si el acercarse fuese a darle más placer.

Jennifer era insaciable, y pronto pidió con sus gemidos que otra boca la besara, que juntara su lengua con ella, que fuese el próximo en metérsela…

David la agarró de las caderas para oprimirle el pene entre los labios vaginales, esos hinchados labios que agarraban bien su miembro, dejándolo sujeto a la delicia.

-Sigue…sigue… joder no pares, fóllame…

Cuanto más gritaba, más le mordía Roberto los pezones. Esas pequeñas piedrecitas estaban duras como diamantes, atrapadas dentro de su boca.

Sabía que Roberto se la iba a meter, y aquel esperado momento no la dejó defraudada. El pene entraba con facilidad, se escurría como ninguno por la mojada excitación.

Roberto se desfloraba y le llenaba la oreja de gemidos, erizándola y derritiéndola de la mejor manera que sabía.

-Seguid…seguid tocándome….-pedía Jennifer.

Ellos respetaban a su amigo y no habían seguido con las caricias cuando él se la metía. Aunque no era difícil intuir que Roberto era el capitán del equipo y se hacía respetar, Jennifer no pensó en eso. Creyó que aquellos chicos no sabían cómo seguir y por eso pidió más manos que le sobaran las tetas, que la acariciaran por las zonas más sensibles de su cuerpo, que la ayudaran a llegar al orgasmo tocando el dulce botón prohibido…

-¿Nunca…?

Jennifer sentía las insinuaciones de Ginés, rozando el miembro contra aquel lugar prohibido. Él también debió entender su cara inocente, una cara que no era fingida y que se apoyó en los movimientos de negación que llevaban a su cabeza a lado y lado.

-¿Con el pedazo de culo que tienes nunca lo has hecho?-preguntó David asombrado.

-Por detrás no…

-¿Podemos?-preguntó Erik entusiasmado.

Jennifer sentía las pesadas gotas de agua caer por su frente.

-¿Puedo?-rectificó Erik como si el cambiar eso hiciese la pregunta menos comprometedora.

Jennifer no sabía a donde mirar, e incluso buscó consejo en Roberto con su mirada. Sus compañeros no querían saber su opinión, tan sólo querían oír la credencial que les permitiese encularla.

Roberto, con su pene metido dentro de ella, no le decía nada. Notaba que estaba más tensa, pero no hizo ninguna caricia que declinase su respuesta. Era una cosa que iba a decidir ella.

-No… no, lo siento. Por la puerta de atrás no…-dijo Jennifer algo atemorizada e intentando hacerse la simpática.

Como si nada hubiese pasado, Roberto siguió metiendo el pene dentro del chorreante coño de Jennifer, a la vez que le daba besos en la espalda libre de imperfecciones.

-No lo sientas… no estás obligada… no lo sientas…-le susurraba él.

El parón quedó en nada y pronto un cúmulo de manos palpaban su cuerpo. A Jennifer le parecía que había mucha gente tocándola, dos manos por persona… ocho que en movimiento parecían muchas más… ella ya no sabía cuánta gente había realmente ni quien la estaba tocando…

Y le daba igual. Sí, disfrutaba con cuatro chicos a la vez. Sí, no quería conformarse sólo con Roberto. Sí, si desear a cuatro jóvenes atléticos y guapos la convertía en zorra lo era. Pero Jennifer estaba contenta…excitada…y muy mojada.

-Rober…deja algo para los demás…-pidió ella morbosamente.

Sus manos se apoyaban en las baldosas de la pared, queriendo creer que se resbalaban.

Ginés se la follaba mientras Erik la miraba lujuriosamente. Desde la negativa a darle por culo, pedía cada cosa como un niño regañado.

-¿Quieres ponerte a cuatro patas?

Jennifer se agarró a Erik y lo besó con los labios empapados, un beso que lo hizo empalmar aún más.

-¿Por qué no me pones tú a cuatro patas?

Él se vio con la autoridad de cogerla y postrarla en el suelo, amortiguando las duras rodillas de Jennifer con la leve agua encharcada que había. Cuando Erik se puso detrás de ella y la penetró con fuerza, haciéndola gemir como nunca, se dio cuenta de lo duro que estaba el suelo.

Intentando tapar el agujero que se tragaba el agua rápidamente para tener una base en la que estar más cómodo, el cubría otro agujero más íntimo juntándose a ella, dejando que todo su cuerpo la rozara.

Fue entonces cuando Jennifer lo vio y lo sintió. El pene de Ginés le entraba por la boca. Era un sabor diferente, un sabor a limpio con una pizca de masculinidad. Ella lo recibía sin agarrarlo con las manos pero metiéndolo en su cálida boca.

-¿Estás bien?-le preguntó por alguna razón Roberto al ver que tenía la boca libre.

-Me… mejor que nunca…

Roberto metió el suyo dentro de su boca, ensanchando sus labios con más fuerza. Ella lo podía notar. Era más grueso que los demás.

Las manos se iban sucediendo por su espalda y podía notar que los otros tres se rifaban su coño. Pero aquí nadie perdía. Todo el mundo jugaba y todos ganaban hasta que les temblasen las piernas.

-Rober…

Roberto la aguantaba viendo los esfuerzos que hacía ella por no derretirse.

-Rober… ¿tú quieres darme por detrás?

En esos momentos de excitación, él no podía reprimir sus deseos, aunque su cara seguía siendo seductoramente la misma. Tenía el mismo semblante.

-Te la metería hasta por las orejas si me dejaras.

Dos golpes secos despertaron a Jennifer devolviéndola a la realidad. Por un segundo sólo se escuchó el sonido que ella hacía antes de hablar.

-Solamente la punta.

Los cuatro miraban lo que se les exponía delante. Se conformaban con aquello. Más valía el glande en mano que perder la oportunidad.

La primera fue la peor. Tensa, pensando en lo que ocurría… Jennifer no se relajó ni con los besos de Erik, que se moría de ganas por clavársela entera pero que se retuvo de sus instintos.

No eran gritos de placer, eran gritos de dolor puramente. Alguien la besó en la boca. Aunque la calmó, no fue suficiente para aliviarla del todo.

Ginés se tomó mucha más calma para hacerlo. Quiso tantear el terreno, probar el producto antes de comprarlo. El pene la rozaba, la hacía sentir extraña…

Con el primer contacto sintió algo nuevo. Cosquillas dolorosas. Una sensación que casi podía matarla. Le parecía que era tan peligrosa como excitante.

La punta entró por completo. Había metido parte de los dos miembros en su culo.

Ginés se levantó dejando paso a otra persona, quien no llegó a realizar lo que se proponía.

-Erik… vuelve aquí y métela…

¿Quién iba a cuestionar las palabras pronunciadas por Jennifer? Poco a poco él metió su pene rígido dentro, haciendo que gritase.

-La primera vez siempre duele…-le susurró Roberto en la oreja.

Lo notó. Ardía por dentro, gemía por fuera. Dolía, pero le gustaba. Poco a poco le cogía el gustillo y disfrutaba de la situación.

Cuando Erik se retiró lo supo. Pudo sentir que le habían abierto el culo. Supo que ése pedazo de culo había sido abierto.

Roberto le pasó la mano por la vagina. No iba a dejar al clítoris solo mientras otras partes del cuerpo disfrutaban…

En su espalda, en su cara… los cuatro chicos se habían corrido encima de ella. Cumpliendo la promesa de no hacerlo dentro, recibieron el último adiós. Un beso sincero y caluroso de despedida.

Jennifer salió por la escalera de atrás y dio toda la vuelta a los vestuarios para que su hermano no la viese salir. Como había supuesto, él hacía rato que esperaba junto a la moto, jugando aburrido con la correa del casco.

-¿Dónde estabas?-preguntó enfadado.

-Tardabas tanto que me he ido a tomar algo…-se excusó ella.

-¡Qué dices! ¡Pero si no he tardado casi nada!

Sin saber qué decir, Jennifer encontró la solución en los calzoncillos de su hermano.

-Jordi, ¿qué llevas puesto de ropa interior?

-Pues los calzoncillos que llevaba puestos, claro-dijo como si fuese lo más normal.

-Anda… sube, que nos vamos.

Jennifer cogió la moto y pasó la pierna al otro lado, quedándose quieta cuando estuvo en posición para sentarse.

-¿Qué pasa ahora?

-Nada…-respondió ella.

-Vale, pues vámonos, ¿no?-preguntó el medio enfadado antes de subir a la moto.

Ya sentados ambos, Jennifer no se movía. Ni hacía siquiera un gesto de querer irse.

-¿Nos vamos o no?

-Sí…sí.

-Cualquiera diría que no te puedes sentar-dijo Jordi mirando la posición en la que estaba su hermana.

-Qué tontería…-dijo antes de bajar el cristal del casco y arrancar la moto.

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