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Dame una oportunidad (Tercera parte)

en Lésbicos

María estuvo preguntándose aquella noche a qué hora pensaría ir Saray a por su hija. Los niños salían a las cuatro de clase, pero María solía dejar al pequeño en la Ludoteca hasta que terminara de trabajar, a eso de las seis.

Mientras preparaba la cena pensaba en aquella escena de la piscina, con Saray agachada hablándole a su hija. Ambas iban de verde, un verde que combinado con el pelo rubio de una y otra las hacía más iguales.

‘‘¿Por qué no puedo yo ser como ella?’’ pensaba. Era tan maternal, tan tolerante, tan… ¿cariñosa?

Aquel lunes pudo comprobar que Saray solía dejar también a su hija, Samanta, más horas de lo debido. Venía siempre a recogerla con una sonrisa radiante. El otoño, sin duda, le sentaba muy bien.

-¡Hola María! ¿Cómo estás? ¿Bien?

-Bien, gracias.

-Me alegro mucho-dijo pasándole una mano por el brazo mientras le sonreía.

-Perdona que… es decir, que gracias por lo de ayer. No quería chafaros el domingo, pero el niño estaba en casa y… parece que se ha hecho amigo de Samanta.

-Sí mujer, no te preocupes; siempre que quieras estamos para eso. Mike no suele… ‘‘socializar’’ mucho el domingo…

-Lo que le pasa a mi marido es que sociabiliza demasiado.

Saray la miró perdiendo totalmente de vista a los niños.

-Estás un poco escaldada por su culpa, María…

-Lo sé… lo sé-dijo algo resignada.

-No te preocupes, cuando quieras desconectar sólo tienes que llamarme. Tomamos un café o alguna de esas tonterías que siempre se dicen, hablamos un poco, dejamos a nuestros maridos por los suelos y volvemos a casa tan contentas, ¿vale guapa?

María había sonreído más en los dos últimos días con Saray que en mucho tiempo con su marido. Era un buen detalle para pensar como iba su matrimonio.

-En serio María-siguió Saray-si necesitas hablar con alguien cuenta conmigo.

Una frágil pero inmóvil promesa sirvió para que ambas supieran a quien recurrir en caso de urgencia emocional.

Era un martes convencional y ordinario, pero eso no impidió la decisión de María a irse al cine, ni las ganas de su marido por cuestionar todo lo que quería llevar a cabo.

-Pensaba que eso de ‘‘noche de chicas’’ iba a ser sólo un día…-dijo Pablo recostado en el marco de la puerta.

-Esto no es una noche de chicas, ya te he dicho que voy a ir al cine con una amiga.

-¿Y si vas a ir con una amiga por qué no esperas hasta mañana y así os lleváis a los niños? Además si es el famoso día del espectador os saldrá más barato… no entiendo cual es la prisa por ir ahora.

María miró desafiante a Pablo, queriendo adueñarse con pleno derecho de aquella conversación.

-¿No estarás insinuando lo que yo creo, no?

-No, no…

Pensando que todo había acabado María siguió retocándose, pero su marido no se había callado por la razón que ella creía. El móvil acabó en sus manos y a Pablo le faltó tiempo para mirar todos los mensajes en el buzón de entrada, los enviados, las fotos, las llamadas…

Dos llamadas de un número desconocido a las nueve de la mañana y otra a las doce. Habían estado hablando durante tres minutos y cinco respectivamente. ¿No era aquello prueba suficiente para pensar que a su mujer se la estaba beneficiando otro?

-Lo que yo digo es que si fuese yo el que una nochecita me quisiese ir de copas y luego a ver una peli tú ya habrías puesto el grito en el cielo-dijo él siguiendo minutos después con la conversación.

-¿Pero eso a qué viene ahora?

-Viene a que tú puedes hacer lo que te salga de los huevos y yo siempre me tengo que joder.

-Pablo, te he dicho muchas veces que tú a mí así no me hablas.

-Mira… es igual. ¿Quieres irte? Pues vete, que aquí te esperaremos para cuando decidas volver-dijo él en un tono irónico.

María llegó al cine sobre las diez. Prácticamente estaba desierto, pero allí estaba Saray, con su bolso colgando del brazo y vestida a la última moda. Le pareció tan buena aquella imagen que por un momento llegó a odiarla.

-¿Estás bien María?

-Sí…sí, estoy bien-dijo ella forzando una cara alegre.

-Conozco esos ojos rojos, los conozco muy bien. ¿Qué ha pasado?

-Es… una tontería.

-¿Seguro?

-Sí… seguro. No te preocupes Saray.

Saray hablaba y comentaba algunas cosas mientras María asentía con la cabeza y dibujaba aquella inocente sonrisa. Con una leve disculpa se fue al lavabo. Ese era su lugar: pequeño, algo oscuro y solitario. Encajaba con ella, pues se sentía igual que el lugar en el que estaba.

Se permitió un par de minutos más para sentarse en la taza del baño individual y dejar que algunas lágrimas cayeran por sus mejillas.

No tardó en llegar Saray para unirse a aquel lavabo y a su amiga. Los años le habían enseñado a ser observadora y tenía un buen instinto, por lo que sabía a qué había ido María.

Con cuidado pico a la puerta. No oía nada, pero sabía que estaba ahí.

-Está ocupado-dijo ella con un tono de voz lagrimosa.

-María, soy yo. Déjame pasar.

-Ahora salgo…

-María, déjame pasar.

El pestillo sonó y la puerta fue accesible para ella. Y allí estaba, de pie y secándose los ojos con disimulo, como si no fuese bastante evidente todo lo que estaba pasando.

Los ojos de Saray se volvían de un verde intenso, como si tuviesen que iluminar aquel lugar por la falta de luz interior.

Saray pasó sus dedos pulgares por la cara de María, limpiando esos lagrimones.

-Estás más guapa cuando no lloras.

-Saray, yo no soy como tú…

-Es cierto, no eres como yo porque eres mejor. Si eres guapa, amable, cariñosa… Sea lo que sea lo que te esté haciendo es un idiota porque no tiene ni idea de la persona que tiene a su lado.

-Pero qué dices… si tú eres perfecta…

Con un brazo Saray rodeó el cuello de María, apretándola contra su cuerpo. Ella volvió a soltar unas tímidas lágrimas abrazada a aquella mujer que la consolaba. Las manos de Saray pasaban por su espalda y acariciaban cada detalle.

Un beso dulce contrastó en la mejilla de María con su lágrima salada. Los labios de Saray probaban esa agua salada, convirtiéndose aquel beso en una serie de mimos hechos con los labios que conmovieron a María por el cosquilleo y el hormigueo que desprendían y que se transmitía a todo su cuerpo.

Aquellas muestras de cariño bajaron hasta el cuello de María. Ella miraba aquello, queriendo parar lo que estaba pasando. Pero… Saray era tan segura y la hacía sentir tan bien… ese cosquilleo representaba todo lo que pensaba de ella, era la personificación de lo que ella le hacía sentir con su compañía.

Saray parecía empeñada en probar el sabor de su cuello, en buscar esa agitación que sentía cada vez que la besaba.

Las manos bajaban hasta las caderas de María y la acariciaban, sin impureza y sin querer nada más, tan sólo queriendo palpar el cuerpo de ella para conocerlo mejor.

María cerraba los ojos y se dejaba llevar. Aquel era el placer que quería sentir y que necesitaba, y por eso tardó unos segundos en cuestionarse de verdad lo que estaba pasando. Con una mano la apartó y miró al suelo, sin querer levantar la vista.

¿Se avergonzaba del goce que sentía con Saray?

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