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Sandra, me gustas

en Autosatisfacción

Anoche os oí follar otra vez. En casa estamos al corriente de los problemas que tienes, pero algunos ya nos hemos dado cuenta de que no piensas renunciar al sexo por eso.

La primera vez no pensé que fuese real. Ese gemido que venía de tu piso en pleno verano me hizo pensar que estaba delirando por el calor que hacía. Tuve que dejar el libro que tenía entre manos y acercarme a la ventana para comprobar que era cierto.

No vi nada a causa del muro que separa nuestros dos pisos, pero oía todo perfectamente. En todo el edificio no se escuchaba ni una lavadora, ni el volumen del televisor de otro piso, ni el agua corriendo por las tuberías…

No. Sólo se te oía a ti y a tu amante en vuestra cama, haciendo el amor. O manteniendo relaciones, si es que haces distinción en el significado. En aquella ocasión fuiste tú la que empezaste a gemir, animando a tu compañero. Aquellos primeros ruidos sólo eran gemidos cortos y tímidos, que se convirtieron en unos intensos y más continuados.

Como si estuvieseis representando una obra de teatro, añadisteis detalles y picardía al tema. Su pene empezaba a sudar y a mojarse; ese sonido siempre será inconfundible para todos. Te imaginé encima de él, muerta de placer, mientras se deleitaba en metértela. Tomó el mando y te dio una palmada en el culo, en ese precioso culo que tienes. Al no responder, te dio una segunda. Tú decías que no y él decía que sí. Decías que no te gustaba, pero no parabas. Nadie te estaba obligando más que algo llamado necesidad.

En alguna ocasión nos habías dejado ver tu ropa interior accidentalmente. El perfil de ésta siempre era el mismo: un tanga pequeño. Logré verte varias veces la ropa interior y nunca observé que llevaras bragas.  Lo único que cambiaba era el estilo de aquel tanga y el color de la prenda.

Una vez pusiste tu culo demasiado cerca de mi miembro, pero no te diste cuenta. Esa es tu naturaleza. Te agachaste para recoger algo y distinguí perfectamente aquel tanga negro medio salido de tus vaqueros.

Te hubiese hecho el amor allí mismo Sandrita, en medio de la calle. Ese culo que tienes, estoy seguro, se lo rifaron muchos en tu juventud. Ahora ya tienes cerca de 40 años, pero sigues conservando cosas de aquella época.

No te molesta ser baja de estatura, medir menos de 1.60 no es un problema para ti. Para mí tampoco. Ni para todos los hombres con los que te hayas acostado. Te habrán dicho que eras manejable, una ventaja para ellos.

Tus ojos verdes te hacen parecer buena persona, y tu pelo ligeramente rubio y liso decora muy bien tu cuerpo. El contraste con la piel morena que sueles lucir todo el año te completan para ser mi deseo sexual.

Si pasase por alto ese culo respingón, redondo, pequeño y tan bien formado que tienes sería homosexual. Fue poco después cuando se me presentó la oportunidad de robar uno de tus tangas, y lo hice. Te fuiste a Vic tres días y nos dejaste las llaves de tu piso. ¿No te diste cuenta de que eso fue carta blanca para mí?

Me faltó tiempo para entrar en tu piso y esculcar en tus cajones, tomando en cuenta cada mínimo detalle que pudiese delatar mi presencia allí.

Un tanga rojo, pequeño y de marca. El hecho de que no entendiese como podías ponerte eso tan pequeño hizo que fuese a parar directo a mi bolsillo.

Una vez en el lavabo de mi casa lo observé mejor a la luz de la lámpara. Me lo acerqué a la nariz y lo olí. Tenía tu olor. Mi pene se puso duro como una piedra, como cuando abrí aquel cajón y vi tu intimidad guardada en un simple cajón.

Dudé de lo que tenía que hacer. ¿Lo olía mientras me tocaba o recogía mi semen en él? Opté por lo primero, embriagarme con tus olores, aquellos que se mezclaban en tu ropa interior.

Una persona siempre tiene su olor natural, marcado muchas veces por el perfume que suele usar. Aquella loción, con pequeñas connotaciones de coco, estaba impregnada allí.

Otro olor diferente es el olor corporal. El tuyo está ligeramente manchado por los cigarrillos que te fumas cada día.

No sé en qué categoría entraría el olor que queda. Es una mezcla entre el aroma que tiene la ropa interior sin usar, una fragancia cálida y convencional, combinada con ese bálsamo que produce el tener que usar esa ropa semana sí semana también.

Me era imposible no pensar en tu trasero mientras cerraba los ojos y sostenía mi pene con una mano, mientras olía tu tanga sujetado con la otra.

No sentí ningún remordimiento de haberte robado aquel tanga, a diferencia de las veces posteriores, en que pensé que era un depravado y un salido sexual que se dedicaba a atacar tu intimidad.

Mi imaginación volaba y me veía detrás de ti, imaginando tu forma de besar, la forma en que recibirías mis caricias en tus pequeños pechos, en como tus pezones se pondrían duros por la elevación de temperatura que experimentarías.

Aquella diadema blanca aguantaría tu pelo y reinaría en tu cabeza, mientras tus brazos vuelan hasta mi cuello y lo acarician suavemente.

Quisiera acariciarte tu dulce vagina, tapada por un suave tanga blanco con un corazoncito rojo, mientras mueves refinadamente tu culo para notar mi miembro, erecto y duro. En mi mente imagino que te gustaría. Puedo ver tu sonrisa sensual acompañada de algún pequeño gemido, uno inocente y sin fuerza.

Dudo de lo que haría en esa situación. Todos sabemos que lo has pasado mal y que tu vida no ha sido perfecta, nos has explicado tus problemas con tu exmarido, y los gritos cuando discutes con alguien se oyen desde nuestro piso.

¿Debería tratarte como a la dulce paloma que eres? Te tumbaría en la cama para hacerte el amor, sin protección, para que pudiésemos sentir ambos el contacto íntimo que supone estar encima de ti, besar tus dulces labios mientras mi mano acaricia tu vientre y la tuya recorre mi cara, intentando palparla y conocer cada detalle.

Esas acometidas procedentes de mi cuerpo hacia el tuyo serían suaves y lentas, sin perversidad. Tu cuerpo pequeño y caliente notaría lo mucho que puedes atraer a un hombre joven, que mereces ser querida y que ese momento es para ti, para que te olvides de todo y puedas acercarte humildemente un poco más al placer.

Esos pensamientos recorren mi mente en un segundo, mientras mi mano sigue moviéndose, zarandeando mi pene a punto de explotar.

Salto de un pensamiento a otro extremadamente diferente en un instante. No dejo de pensar en tu culo, ya te habrás dado cuenta de que me tiene loco. Ver esos tangas que lo adornan hacen que mis hormonas se revolucionen aún más y que sienta ganas de desvirgarlo si es que nadie te lo ha hecho ya.

Mi imaginación se excita cuando pienso en esa pequeña entrada y cuando veo como entra poco a poco mi pene sin que rechistes. Te pondría a cuatro patas y no pararía hasta dejarte el culo impregnado de semen, sin tener en cuenta dolor o placer ajeno, tan sólo teniendo en mira el conseguir que mi miembro entre dentro tuyo.

Hay quien diría que eres una puta, pero eres mi puta. Me da igual lo que hayas hecho en tu vida, los errores que hayas cometido o las cosas malas que hayas causado a los demás. Eso no importa ahora Sandrita. Lo único que quiero es experimentar con tu culo, sentir que es tan delicioso como me haces creer siempre.

No me molestaría en dilatar nada ni en tener cuidado. Es una fantasía, y como tal contiene ese punto de irrealidad que hace posible que todo sea exacto o perfecto.

Sueño con verte dominada siendo penetrada por detrás, a cuatro patas, boca abajo o cualquier otra postura. Siempre imagino que te gusta, no sé por qué.

En aquella primera ocasión eyaculé pensando que mi pene lo oprimían tus dos nalgas. Tus gritos se incrustaban en mi cerebro, oía tus gemidos. Me hubiese gustado morderte la oreja mientras me corría dentro tuyo, mientras sentía el placer de poder penetrarte allí donde pocos llegarían.

Fueron segundos calientes y gustosos los que me regaló mi imaginación contigo. Me dejé llevar pensando que tu culo estaba allí conmigo, que recogería todo mi líquido y se llevaría toda mi pillería. Cuando abrí los ojos, volví a la realidad.

Volvía a estar en mi lavabo, con aquel esperma esparcido entre el suelo y la taza. Volví a oler tu tanga. Sabía que era lo más cerca que iba a estar de ti. Pensé en limpiarme con aquella ropa interior, pero no lo hice. Iba a devolvértelo, sin que sospecharas nada o lo notaras.

Desde aquel día he vuelto a robarte tangas sucios que estaban encima de la lavadora. Creo que nunca has sospechado nada, pero voy con cuidado para que no lo notes. Te devuelvo toda tu ropa interior para que no la eches de menos; algunas veces dejándola en el mismo sitio y otras dejándola en el suelo, para que pienses que se te ha caído.

Quizá algún día cambie la situación y llegues a saberlo. Lo que nunca cambiará es ese pedazo de culo que tienes y lo bien que lo mueves andando por la calle…

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