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Dame una oportunidad (Sexta parte)

en Lésbicos

María iba pensando en todo lo ocurrido mientras conducía de camino a casa. El ruido que hacía el motor del coche apenas dejaba entrever los pequeños ronquidos que expulsaba su hijo en el asiento de atrás.

El móvil vibró otra vez. Era Pablo, que llamaba para saber donde estaba. Ya le había dicho que iba a estar en casa de Saray, pero seguramente él habría sospechado algo más. Con esos pensamientos, María se dio cuenta de lo que estar con Saray en la piscina suponía. ¿Le había sido infiel a su marido?

No pensaba darle la razón a Pablo, pero tenía un sentimiento en su interior que iba creciendo y creciendo sin saber qué forma adoptar. Eso era lo peor, dejar que no optase forma porque así no sabía contra lo que luchaba.

Al llegar a casa no esperaba menos que encontrar a su marido esperándola para que la bombardease a preguntas, y así fue la situación cuando entró por la puerta.

-¿Dónde has estado María? Te he llamado y no me contestabas.

-Ya te dije que estaba en casa de Saray, y no me he dado cuenta de tus llamadas hasta que estaba en el coche.

-Ya… Está bien…

Al ver que ella se dirigía al lavabo y cerraba la puerta, Pablo corrió a la habitación de su hijo y lo despertó. El pobre estaba con los ojos cerrados y apenas se daba cuenta de lo que pasaba.

-¿Te lo has pasado bien hoy Álex?-dijo él cogiéndolo de un brazo algo nervioso.

-Sí…

-¿Con quién habéis pasado la tarde?

Pablo le acariciaba el pelo en señal de cariño para intentar calmar el agresivo arranque que había mostrado al principio.

-Con Samanta…

-¿Y no habéis estado con nadie más?

-Con Samanta y su madre. ¿Ya es de día?-preguntó inocentemente.

-Pero… ¿habéis ido a su casa o es lo que mamá te ha dicho que digas?

-Hemos estado en su piscina.

-Si mamá te ha dicho que mientas me lo puedes decir, no me voy a enfadar campeón-le dijo en un tono amigable.

-No…

El niño desvió la mirada sin hacer mucho caso, aunque entendió la presencia de su madre como señal para volver a dormirse.

-Pablo, ¿se puede saber qué coño haces?-dijo en un tono estricto.

-Creo que tenía una pesadilla…

-Y encima intentas tomarme el pelo… ¿eres capaz de despertar a tu hijo de cinco años a las dos de la mañana sólo para preguntarle si su madre se ha acostado con otro, verdad?

-¡Joder María! Es que…es que…

Pablo se perdía en sus propias palabras. Tal era el grado de desesperación que no podía ni sostener una mentira.

-¿No ves que me preocupo por ti? Es eso, no lo hago por nada más.

-Pablo, por favor… eres penoso.

Su semblante volvió a enfadarse y ya no dio su brazo a torcer.

-¿Eres tú la que te follas a otro y yo soy penoso?

Aquella frase desencadenó una discusión que figuró entre las más arduas que habían tenido nunca como pareja. El resultado final fue tener a Pablo enfadado y durmiendo en el sofá mientras María lloraba por toda la situación que estaba viviendo por las dos bandas; su marido y Saray.

La almohada tenía que ser su única consejera para despejar todas las dudas, pero al levantarse aún no tenías las cosas demasiado claras. Quien había pensado mucho aquella noche era su marido, que se levantó con ganas de solucionar las cosas.

Ver el culo de María cuando estaba de pie en la cocina lo impulsó a disculparse.

-María…siento lo que te dije anoche. Fue un arrebato, no lo pensaba realmente. Sé que he hecho muchas cosas mal y que no estás contenta conmigo, pero vosotros sois mi familia y quiero manteneros a mi lado.

-Las palabras también hacen daño, sean intencionadamente o no, y parece que nunca te das cuenta de ello.

-Lo sé, lo sé… y lo siento. Perdóname cariño.

Pablo intentaba cogerle las manos, pero aunque ella se dejaba se resistía a ceder tan rápido.

-Me he cansado de recibir una disculpa y que a los dos días se te olvide…

-Te prometo que me esforzaré para que eso no sea así, sólo tienes que confiar en mí.

Él la rodeó con sus brazos fuertemente, casi queriendo pensar que cuanto más fuerte abrazaba más solucionaría las cosas.

María no pudo evitar acordarse de Saray cuando los labios de su marido le besaron el cuello. Por un momento le dio la sensación de que el agua la estaba mojando otra vez y ese escalofrío volvió a pasearse por su piel.

Las manos actuaron e intentaron apartarlo, pero su marido le decía con sus gestos que echaba de menos su cuerpo y que hacía demasiado que no lo probaba.

-El niño se va a despertar…

Los sentimientos hacia Saray y una posible infidelidad declinaron la balanza para que su marido pudiese satisfacer sus necesidades y llevar a cabo aquel polvo mañanero.

La cara de Saray se dibujaba en cualquier sitio, cada frase que decían en la televisión recordaba a Saray, Saray… Saray. Era una obsesión enfermiza que le preocupaba, no era bueno obsesionarse tanto ni por nada ni por nadie.

Aquella mañana fueron a la iglesia, pero allí no estaba ella. Esperaba verla, pero no supo si fue alivio u otra cosa lo que sintió al ver que no había ido.

Ya le había dicho a su marido que quería confesarse con el cura, y eso no hizo más que volver a avivar las llamas de la desconfianza. Pablo no había apagado aquel fuego, tan sólo lo había calmado por medio de la satisfacción sexual.

El lunes por la tarde fue el día clave para ella. Ese día Saray sí que fue a recoger a su hija. Tenía un atractivo marcado, esta vez, por su bello perfil.

-Hola María-dijo recogiéndose el pelo antes de volver a hablar.

-Saray… no me gustan las mujeres-dijo sin saludarla y sin precedentes.

-Yo Iba… iba a decirte que te he echado de menos…

-Estás casada y yo… Pablo es el padre de mi hijo.

-María, cielo… sólo quiero que seas feliz y… esto no es una locura para mí. No soy infiel por naturaleza, pero no voy a decirte que me merezco una oportunidad porque eso lo tienes que decidir tú.

-Lo… lo mejor será que olvidemos esta tontería.

María salió de allí con su hijo decidida a olvidarse de Saray. No había pasado nada, iba a considerarlo una simple ilusión y a borrarlo de su mente. Saray sintió como todo el esfuerzo que había puesto se esfumaba a pasos agigantados, y aquella fue la primera vez, aunque María no lo viera, que su cara desdibujaba su sonrisa y que sus ojos verdes se apagaban.

Lo que no le prohibió María a su hijo fue seguir jugando con Samanta, ni siquiera mencionó aquel asunto. No pensó en ello hasta que él le preguntó si podía invitar a Samanta a jugar en casa porque quería enseñarle donde vivía ya que ella lo había llevado a su piscina.

No iba a ser ella la que rompiese la ilusión de su hijo y dijera que no trajera a su amiga. Así, tan sólo un día después de haber echado a Saray de su vida, la vio otra vez, combinando el rosa y el blanco con una gracia que hacía acentuar su feminidad.

Excusándose por tener que llevar su coche también, viajó en el suyo propio sin Saray. Al llegar a casa, ella ya había presentido todas aquellas sensaciones.

-Bueno… yo… será mejor que me vaya. Vendré a buscar a Samanta a las nueve, si os va bien.

Saray lo decía todo con alegría, era una maestra a la hora de disimular sus verdaderos sentimientos y aparentar muchas cosas. María se sentía otra vez culpable, pero porque sabía que estaba dando de lado a aquella mujer que había sido su único apoyo en los momentos difíciles, la mujer que no le dio con la puerta en las narices cuando se presentó en su casa sin avisar, esa que siempre la escuchaba y que le había limpiado las lágrimas adivinando lo que estaba pasando con su marido…

-Saray… no hace falta que te vayas. Quiero tenerte como amiga, pero aquello…. aquello no puede ser.

-No quiero que mi presencia te incomode, deseo respetar lo que pienses. Tú sabes que siempre me vas a tener para cuando te apetezca hablar.

María sabía que ella decía la verdad, quizá la respetaba más que a cualquier otra persona.

-¿Quieres… quieres un café?

Saray solo había bajado un triste escalón de aquella impoluta escalera cuando las palabras armoniosas entraron por sus orejas.

-Me encantaría.

Una vez más, la misma postal se trazaba entre los cuatro. Los niños hacían sus escasos deberes antes de ponerse a jugar y ellas estaban sentadas en el sofá, hablando como si nada hubiese pasado.

-Álex ha estado hablando mucho de la piscina, le encantó estar allí.

-Cuando queráis estáis invitados, podéis venir cuando os apetezca. Podríamos invitaros a comer un fin de semana.

-Eso le encantaría…y a mí. Es decir, que agradezco tanta hospitalidad.

-También es vuestra casa mujer.

-Saray… ¿por qué eres así conmigo?

Ambas supusieron que los pequeños no estaban tan lejos como para no oír esa conversación, pero también sabían que esa pregunta iba dirigida por un solo motivo.

-Eres mi amiga, y por eso quiero ayudarte en todo lo que pueda. Ya sabes que…que…

Saray miró con cierto recelo a la mesa para ver que los dos niños aún seguían haciendo los deberes.

-Que… te ayudaría de la manera que hiciese falta.

Esa fue la primera vez que Saray bajó la mirada antes que María, y por un momento se intercambiaron los papeles entre ellas.

-Si no te importa… iré a buscar más café.

En el momento en que Samanta vio como su madre se iba a la cocina miró a Álex sabiendo que había bajado la guardia, y cuando él vio como la suya seguía sus pasos le envió una sonrisa maliciosa e infantil a Samanta porque se quedaban sin vigilancia.

Saray dejó la taza en la pica antes de cerrar los ojos dos segundos y girarse, teniendo un pequeño sobresalto por ver de pie a María.

Iba a decirle algo, pero sus palabras nonatas fueron acalladas por los labios de María, unos labios calientes y deseosos que aplacaban los suyos, calmando esa sed sensualmente activa que parecían tener siempre.

Los mismos argumentos escondidos en diferentes palabras paseaban por la cabeza de Saray; cobraba fuerza pensar que no le hicieran eso si luego iba a sufrir, argumento que no era suficientemente fuerte para prevalecer sobre las ganas que tenía de besarla.

Las manos de Saray agarraban con fuerza la cara y la cabeza de María hasta poder manejarla a su gusto para hacerle sentir un temblor por el ímpetu que ponía en ello.

María acariciaba con ganas la espalda de Saray, moviendo sus manos con rapidez. Quería abarcar todo su cuerpo con sus pequeñas manos, acariciarla por todos los lugares. Una mano traviesa y anticipada se coló debajo de su blusa rosa para hacerla subir según sus dedos palpaban su cálida piel.

Saray no dejaba de agarrar aquella cabeza mientras paseaba su lengua por aquella oreja fría. Era su objetivo calentarla, ponerla a una temperatura elevada para pasar de cero a cien, y su boca iba a encargarse de ello creando sensaciones maravillosas para María que poco podían hacer para comprimirse dentro de su cuerpo.

Los gritos eran ahogados a la fuerza, haciendo intentos como el de besar la mejilla de Saray para tener la boca ocupada y no poder gritar como le hubiese gustado.

Sintió que se derretía cuando los dedos de Saray mostraron que también podían seguir el juego y entraron por debajo del pantalón para acariciar aquellas bragas naranjas que vestía con gracia.

La ropa interior empezaba a pegarse en el cuerpo de María por la excitación de todo aquello. Era tan intenso que no podía acapararlo todo con su mente porque eso le hubiese causado la lentitud en sus movimientos.

Los dedos de Saray se movían en círculo debajo del pantalón, en un sitio que tan sólo momentos antes parecía inaccesible. Los besos de María la animaron a no dejar su oreja ni un solo segundo. Tenía un propósito y no pensaba dejarlo hasta que esa tierna oreja estuviese ardiendo.

María sintió el impulso de imitar a su amante y buscar debajo de sus pantalones para encontrar aquel tanga blanco, otro más que Saray llevaba con estilo y que la hacían más sensual que cualquier otra mujer que hubiese conocido nunca.

Lo estiró hacia afuera, creando totalmente el apoyo en esa puerta de la cocina que estaba siendo testigo de aquel encuentro apasionado.

Saray dio un paso más y acrecentó el contacto en aquel cuerpo posando sus dedos directamente sobre la raja rociada de arriba abajo. Allá donde tocaba encontraba la evidencia de que a María le gustaba estar con ella.

Dos dedos de su mano se juntaron en la oscuridad que producía estar dentro de los pantalones y se introdujeron en la vagina de María, lubricada por un instinto natural.

La posición del cuerpo delataba que la fogosidad era demasiado grande para ella, haciendo que flexionara las piernas y forzándolas a que tuviesen que aguantar todo el peso del cuerpo así.

Los besos de Saray la iban derritiendo, la mano que se debatía entre su cuello y su cara la estimulaba, los dedos que se introducían dentro de ella y la abrían la excitaban y la llenaban de un calor sofocante.

La mano de María dejó de estirar aquel tanga, pensando que si lo estiraba más lo iba a romper en mil pedazos, y su mano roja por el esfuerzo acarició su culo, juntándolo y pensando que podía comprimirlo a su gusto.

Ante esa tarea casi imposible deslizó su dedo a lo largo de la seductora línea que separaba las dos nalgas, con la clara intención de llegar hasta el final.

Sólo eso hizo parar a Saray del furor con el que había arrancado, e incluso se estremeció de pies a cabeza cuando sintió la mano de María juguetear por un sitio tan íntimo pero a la vez tan estimulante.

Fue el único momento en que ella dejó tranquila a esa oreja que ya ardía con un color bermellón, dando prueba de como había cambiado su temperatura. Pero eso no la frenó, y la mojada lengua de Saray volvió segundos después a introducirse dentro, lo más hondo que una lengua podía llegar en un órgano así, menguado por el espoleo de aquel dedo que restaba ímpetu a aquel encuentro en la cocina.

Saray se separó de María, de la que había sido por un momento su mismo cuerpo, y miró como iba a reventar de placer. Sentía sus dedos mojarse y sabía que aún podían mojarse mucho más.

La miraba con sus pómulos rojos y realzados y sus inagotables ojos pidiéndole que le bañara un poco más los dos dedos.

María cogió a Saray del brazo cuando vino el orgasmo. Ambas gemían y ambas intentaban callar a la otra de la manera que fuese para que sus hijos no las escucharan.

Los dedos de Saray volvieron a ver la luz cuando salieron húmedos de dentro de María. Suspiraban juntas con los ojos cerrados, chocando nariz con nariz mientras se besaban.

Por un momento María pensó en el hecho de que Saray le hubiese provocado dos orgasmos y de que ella no hubiese recibido ninguno. Podía gustarle lo que hacía, pero no había estallado de placer por su causa.

Cuando María y Saray volvieron al salón los niños ya se habían olvidado de los deberes y jugaban. Las dos mujeres se sentaron y se acaramelaron en el sofá a su manera, para que los niños no pudiesen notar nada.

Volvieron a enviarse señales a la hora de la cena, cuando Saray se despidió  y acarició la hermosa cara de María. Ella hizo lo mismo resiguiendo los detalles que marcaban su rostro.

-¿Vendréis a comer esta semana?-le preguntó Saray cariñosamente.

Su mirada decía que necesitaba verla, que no podía faltar aquel día.

Con la promesa de que iría aquel domingo, Saray y María se despidieron antes de que sus hijos pudiesen sospechar nada. Aquellas eran las primeras personas de las que sentían que tenían que esconderse, al menos de momento, para que nadie supiese lo que había entre ellas.

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