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Los secretos de la familia Martínez (capítulo 10)

en Erotismo y Amor

[RESUMEN DE LOS CAPÍTULOS ANTERIORES: Una noche cualquiera acabo en un club con tres compañeros más. Allí participamos en una orgía con una mujer. Lo que era una simple noche de diversión se convierte en el principio de una obsesión por aquella mujer. Descubro por casualidad que es la madre de la tímida y algo retraída Lourdes Martínez. Así conozco a Noemí Martínez, con quien quiero repetir. Lourdes resulta ser muy simpática, y eso quizá me ayude a acercarme a su madre. Para que cierre la boca ella me concede una mamada en su coche, aunque yo no pienso renunciar sólo con eso. La invitación de Lourdes a la boda de su prima me abre las puertas para dar un paso más hacia ella. Lo que no entraba en mis planes era acercarme tanto a Lourdes como para llegar a desvirgarla. Se me plantea otro problema, pues lo había hecho después de prometerle a su madre que no le haría nada. Ahora es mi novia porque en muy poco tiempo me enamoro de ella, y entre otras cosas un poco de sexo virtual y sexo en los vestuarios me demuestra que ella también me quiere. Sin embargo, sigo sintiéndome culpable y su madre me convence de darme una noche si corto con ella. Guiado por una culpabilidad mantengo relaciones con ella y así consumo una infidelidad entre madre e hija. Haciendo caso omiso de Noemí, vuelvo con Lourdes y ella me demuestra que todo está arreglado dándome sexo anal. En todo esto se han despertado incógnitas que no entiendo, pero poco a poco se va acercando el momento de que todas las verdades se descubran…]

 A veces cuando llega el fin de la etapa en el instituto no te lo crees  o no piensas en ello porque parece algo muy lejano, pero lo cierto es que llega; y yo estaba ya en ese punto. Habíamos acabado las clases normales y las preparatorias para el examen de Selectividad y volvía a ser viernes, una vez más. Un fin de semana entero para estudiar y pasar tres días de exámenes.

Los profesores nos organizaron una cena en el instituto con todos los alumnos de Segundo de Bachillerato. Aquello nos salía gratis y era un regalo que nos hacían. Yo personalmente había pasado seis años allí metido, y estando de pie hablando con gente se me ocurrió pensar en todo lo que había vivido: las excursiones de los primeros años, la esquiada de una semana a Francia, el viaje de Primero a Italia, toda la gente que había conocido… y Lourdes.

Ni siquiera hacía más de seis meses, por poner un número, que hablaba con ella asiduamente, y nada hubiese cambiado si un día no nos hubiesen puesto juntos a hacer un trabajo de Filosofía. No me servía de nada lamentarme ahora y pensar que había pasado años ignorándola, pero eso me servía para pensar qué futuro podía tener con ella.

La vi de pie con sus vaqueros que se debatían entre un color azul pálido y gris y su camiseta negra sin mangas. Estaba hablando con Marc, uno  de mis mejores amigos. Parecía muy interesado en aquella conversación, pero me preocupó el hecho de que aprovechara cada desvío en la mirada de Lourdes para echar una ojeada a su discreto escote.

Sería mi novia, pero no por eso era invisible para los demás. Ella se clavaba el dedo en la sien, diciéndole algo a él y se reían juntos. Al principio me gustó verla tan feliz y contenta, pero poco a poco nació en mí un sentimiento que no había tenido antes con ella. Me puse celoso al ver que se lo pasaba tan bien y estaba tan a gusto con él. Supongo que no era culpa suya, era él quien le miraba las tetas cada vez que podía.

Las voces de mis amigos hablaban a mi alrededor y yo no escuchaba nada. No me importaba, sólo quería saber qué era tan divertido.

Estaba enamorado, era una cosa evidente. Me gustaba besarla a la hora del patio, darle un pico entre clase y clase, abrazarla y hacer el amor con ella en la intimidad.

Muy diferente de su madre, Noemí. Aquella noche fue un ejemplo más de que me había equivocado con ella y que su humanidad estaba por los suelos. Volví a encontrarme con alguien que tenía un enfado infundado encima pegándome y dejándome la zona del pómulo izquierdo tan dolorida como colorada. Noemí Martínez tuvo la delicadeza de esperar a que me hubiesen dado un buen golpe para arrancar el coche e irse.

Me lo tenía que montar de alguna manera para que dejasen de hacerme daño pero de no renunciar a Lourdes, y cada cosa que pensaba era más imposible. Quería contárselo, y le puse fecha, al fin, a todo aquello: después de la selectividad, en la fiesta para celebrarlo, tenía que contarle todo y ella me entendería.

Llegar el lunes para hacer las pruebas de Selectividad y tener a Lourdes preguntándome qué me había pasado no fue una buena combinación. Le dije que había tenido un pequeño accidente y que no le había dicho nada para no preocuparla. Le pareció una irresponsabilidad por mi parte, pero quedamos en hablarlo mejor después de los exámenes.

Tras aquellos días llegó al fin la fiesta que realmente todos esperaban: la fiesta de fin de Selectividad, de fin de curso, del fin de una etapa en nuestras vidas o de todo junto. Lo típico de cada año era comprar entradas a final de curso para ir a alguna discoteca y pasar un buen rato, pero la idea de organizar nuestra propia fiesta cobró mucha fuerza.

Elegimos un local a las afueras de Barcelona para celebrar todo aquello. Casi noventa adolescentes entre diecisiete y veinte años en un sitio alejado, con alcohol de por medio y con ganas de fiesta. Esa era realmente la verdadera tormenta perfecta.

Antes de irnos juntos a esa fiesta quedé con Lourdes el sábado por la tarde. Me dijo que tenía una sorpresa para mí y que me llevaría a un sitio nuevo. Pensé inmediatamente en que yo no le había comprado nada, un fallo más para mí. Aquella tarde iba más sexy que nunca. Se acercaba el verano y ya empezaba a ser hora de quitarse la ropa larga para ir un poco más frescos.

Lourdes cruzó la línea que va de lo sensual a lo sexy y se vistió con una falda corta y blanca que le quedaba algo apretada y ligeramente por encima de las rodillas y lo combinó con una camiseta azul y discreta que una vez más se volvía a quedar sin mangas. La piel rosada que le cubría el pecho invitaba a deleitarse en él más que en pasar desapercibido. Se había dejado el pelo liso como siempre y los tacones de sus botas le daban un poco más de altura.

Noté que no tenía problema a la hora de andar porque le estuve mirando el culo según subía las escaleras. Era increíble la forma en que se lo apretaba y le dibujaba cada detalle.

Me hizo subir algunos escalones y me llevó al lado de una reja donde había algunos candados puestos. Ella sonreía y me fijé en que cada uno llevaba dos nombres escritos. Me señaló un candado plateado y allí estaban nuestros nombres. En la otra cara había una fecha grabada.

-Ese es el día en que todo cambió entre tú y yo. Tú has sido el primer novio que he tenido en toda mi vida y contigo he hecho muchas cosas por primera vez. Pase lo que pase no te voy a olvidar.

No pude más que abrazarla, estrecharla entre mis brazos y sentir todo su cuerpo. La cogía tan fuerte que no sé si la dejaba respirar. Ella tenía la cabeza hundida en mi camisa y me pasaba sus manos por la espalda.

-Lourdes… gracias por todo lo que me has dado.

-Tú me has dado mucho más, siempre vas a poder contar conmigo.

Noté que ella no dejaba de mirarme el moratón que tenía en el pómulo, pero no quería arriesgarse a decir algo que me incomodase.

Nos fuimos a la fiesta de fin de curso hablando de alguna tontería por el camino. La fiesta era en un local con pinta de casa, aunque no estaba tan aislado como para que pudiésemos quemarlo sin que nadie se diese cuenta. La zona principal, y casi la única, era un salón con sofás, sillas y una mesa muy grande. Por la gran ventana, se podían ver los árboles y alguna montaña lejana.

Nunca he visto tanto alcohol junto como aquel día. La música sonaba a todo volumen y todo el mundo hacía lo que quería. No te permitían cosas como emborracharte y crear una pelea, pero podías hacer el ruido que quisieras y lo que te viniese en gana siempre y cuando no molestases a los demás.

A mí me daba igual todo aquello. La única persona con la que quería estar era Lourdes. Los demás bailaban y bebían, pero yo me mantenía sentado en aquel sofá con Lourdes encima. Lo único que hizo fue sentarse encima de mí y besarme todo el rato sujetándose de mi cuello y poniendo su culo cerca de mi miembro. Yo no pude evitar tener una erección, pero a ella parecía que no le importaba. Mi mano recorría su pierna hasta llegar a aquel punto en que notaba su rodilla y no me atrevía a seguir. Volvía a bajarla hasta encontrarme con su bota y volvía a subirla. Ese era el recorrido que me dedicaba a hacer.

La música se clavaba en mis oídos y mi cabeza la aguantaba Lourdes, dejando mi cuello y poniendo otra vez su mano en mi cara. Alguno pensaría que al dejar de besarme y acercarse a mi oreja me estaba hablando, pero lo cierto es que me la estaba mordiendo suavemente y que me estaba echando un aliento tan cálido que me estremecía todo el cuerpo. Tuve que bajar la mirada porque pensé que alguien lo estaría viendo y no me gustaba que viesen mi cara de placer en aquel momento.

Di un paso más y subí mi mano por encima de la rodilla, metiendo mis dedos tímidamente por debajo de la falda. Ella parecía muy tranquila, y yo le pasé las yemas de los dedos casi sin llegar a tocarla.

-Sigue…-me dijo a la oreja.

Sólo sentí como me echaba el aire y no hacia nada más. En el momento en que seguí subiendo lentamente mis dedos ella siguió chupándome la oreja con su lengua. Me mordió con sus dientes, un mordisco rápido e inocente, y luego quiso reparar esa herida que ella misma había causado volviendo a juntar sus labios en mi lóbulo.

Mi pene estaba erecto y duro, escondido debajo del culo de Lourdes. Ella no se movía, pero tampoco hacía gesto alguno de querer apartarse.

Su mano se posó en mi oreja contraria y jugó con ella. Pasaba los dedos por detrás y me acariciaba. No había mirado ni un solo momento a quien pudiese estar observando, aquella era una chica desenfrenada pero que no se olvidaba de lo más importante: el cariño que demostraba siempre. Su cara se escondía a los demás y era la mía la que mostraba todo lo que estaba pasando.

-Quiero que me hagas el amor-me dijo.

Se acercó mucho a mi oreja para que pudiese escucharlo bien y la música no me estorbara, e incluso me tapó la otra con sus dedos para que pudiese oír a la perfección lo que me decía.

Nos levantamos de allí cogidos de la mano. Nos movimos entre las parejas y los grupos de amigos que hablaban y se reían entre ellos. Alguna mirada se cruzó hacia nosotros, viendo como nos íbamos hacia la salida. Quien no se hubiese dado cuenta de lo que queríamos hacer era porque no quería.

Habían uno lavabos allí y no pude evitar pensar en la boda, donde lo hicimos por primera vez. Entonces me di cuenta de que en realidad no teníamos ningún sitio para hacer algo, y que no se me ocurría donde podíamos ir. Afuera había césped, como aquella primera vez en que hice algo con ella.

Nos fuimos a pasear otra vez por el camino más cercano que había. Ella tiraba de mí ligeramente, nos conducía a los dos a algún sitio que yo desconocía.

Cerca de allí había un almacén con un cartel de Prohibido el paso, aunque no estaba cerrado con llave. Era una puerta de madera barnizada y ligeramente brillante. Dentro había varias cosas, aunque no era un lugar muy grande. De hecho, el que estuviese lleno de trastos lo hacía parecer mucho más reducido.

Lo único que dejaba entrar la luz en aquel sitio era una ventana desde la cual se veía el suelo y los pies de alguien si es que pasaba por allí.

Cogidos de la mano bajamos unas escaleras. Me pregunté como podía saber ella que existía aquel lugar. Entramos en una sala llena de vinos. Parecía que todos eran iguales, pero no quería comprobar si era cierto o si era verdad o mentira.

Había un par de sacos de dormir envueltos cerca de una repisa. Lourdes me miró, intentando ver mi cara con aquella luz medio apagada que nos daban un par de bombillas.

-Martín, ¿puedo preguntarte una cosa?

-Sí, claro…

Me asustó el que dijera una cosa así, pero únicamente por la razón obvia: yo tenía algo que esconder y eso me hacía pensar que ella se había enterado.

-Esos problemas que me dijiste que tenías en casa… ¿han ido demasiado lejos, verdad?

Me desconcerté un poco, quizá por el hecho de tener que pensar algo que supuestamente existía pero que nunca había estado en mi cabeza.

-Quizá me meto donde no me llaman, pero creo que deberías hacer algo…

-No…no… la herida de la cara ha sido un accidente, ya te lo dije…

Lourdes desvió su mirada y buscó algo por las paredes sin saber muy bien que era.

-Pensé que… como me dijiste que te habías quemado con la plancha… pero esa quemadura tendría que ser más marrón y de otra textura si fuese por eso…y la tuya es más redondeada y algo más roja… es más bien una herida de ceniza, de cerilla o de cigarrillo, pero… tú no fumas…

No sabía exactamente lo que trataba de decirme, pero desde luego parecía preocupada y su capacidad para deducir las cosas era impecable. El que fuese tan lista jugó en ese momento en mi contra.

-Si…si te están haciendo algo en casa…

Lourdes volvió a desviar la mirada, aunque parecía que ahora estaba buscando las palabras. Yo no decía nada porque creía que sabía algo de toda la verdad.

-Ahora tienes una herida en la cara y creo que también tienes algún moratón en la espalda por el sonido que has hecho cuando te he abrazado… No quise decirte nada el otro día porque pensé que no era tan grave, pero…

-No… no es lo que parece. Nadie me está pegando. Sólo he tenido mala suerte estos días, ya sabes que me agobio demasiado a veces y por eso bajo la guardia.

Las palabras me salían solas ahora, sentía que podía mentir sin necesidad de algún gesto que me delatara.

-¿No te están pegando?-me dijo con miedo.

-No, te lo prometo. Si fuese así te lo diría y haría algo para solucionarlo.

Tras un par de segundos volvió a sonreírme y a decirme que me creía.

Nos besamos sin pensar qué pasaría si a alguien se le ocurría cerrar la puerta con llave o si nos descubrían allí. Tras estirar un par de sacos de dormir en el suelo nos sentamos y seguimos con el juego que habíamos comenzado arriba.

Ahora estábamos solos y casi en oscuridad, y mi mano se aprovechó de ello para retozar debajo de aquella falda blanca y apretada. Lourdes seguía queriendo mi oreja y la tocaba con suavidad, palpándola como si fuese la primera vez que tocaba una.

Ambas manos se pusieron de acuerdo e intentaron quitarle las bragas. No encontré ningún impedimento, y se resbalaron poco a poco por sus deleitables piernas hasta quedar junto a sus botas. Lourdes abrió un poco más las piernas a la vez que volvía a juntar sus labios. Me encantaba besarla, que buscase mi lengua y que jugara con ella.

No dudé en acariciar su zona más íntima con el pulgar, marcando suavemente su vagina, como si fuese algo sagrado para mí.

Nos deslizamos hasta acomodarnos encima de los sacos. Sus dedos despertaban mis sentidos en la espalda y me acariciaban la forma de algún hueso que se marcaba en ella. Me estaba volviendo muy sensible al tacto y quise asegurarme de que ella se acercara un poco más al placer que yo sentía.

Mi mano substituyó a mi pulgar debajo de su falda y acariciaba su coño. Mi dedo se resbalaba encima de su labio vaginal, conociéndolo un poco mejor y dibujando sus detalles. Con el dedo corazón quise acariciar el otro labio y juntarlos ligeramente. Lourdes juntaba un poco las piernas y se separó de mis labios para darme un beso tierno en la mejilla, uno que vino seguido de gemidos rápidos y cortos.

Esos dos dedos tenían que juntarse en su clítoris y acariciarlo. Tiraban hacia arriba, no se separaban el uno del otro, y se movían sin ningún pudor para despertar el baño que quería darse.

Con pasión me adueñé de su cuello y le absorbí la piel, queriendo dejar mi marca. La besaba y le paseaba mis labios por allí, despertando sus deseos más profundos.

-No pares…no pares…

Sabía que era una zona muy sensible para ella y me aproveché para chupar su cuello y estirar su piel suavemente con mis labios mientras mi mano seguía perdida debajo de su falda, acariciando esos labios inferiores que se humedecían poco a poco.

Lourdes se estiró encima del saco de dormir, uniforme y algo desordenado. Tenía el deseo de hacerla mía, de hacerle saber cuanto la quería y demostrárselo físicamente porque con palabras me quedaba corto.

Bajé por sus piernas hasta llegar a esas botas finas y con estilo. Dejarle los pies desnudos fue el primer paso para empezar a desnudarla poco a poco, sin prisas y sin importar lo que pasara en el mundo exterior.

Sus bragas bajaron con la misma suavidad y se enredaron en ellas mismas, creando casi un efecto de espiral que me resultaba erótico.

Mis manos subieron la falda con delicadeza, sabiendo que lo que había debajo era un tesoro para mí y que aquello representaba a Lourdes como mujer.

Acerqué mi boca hacia esa zona, besándola todo lo que pude con mimos y roces, creando ese pequeño movimiento en Lourdes que hacía siempre que se excitaba.

Mi lengua recorrió la longitud de su vagina sin miedo y sin pudor, saboreándola poco a poco e intentando conocerla. Con cada recorrido mi lengua se hundía un poco más en ella hasta llegar a entrar y probar sus rincones más íntimos.

La mano de Lourdes pasaba por mi pelo; sus dedos se separaban y cogían un mechón que acariciaba con ternura y afecto.

Mis labios se impregnaban de aquel líquido y daban la impresión de resbalar con lo que estaba segregando a la vez que mi cerebro me producía una relajación absoluta por escuchar los gemidos de Lourdes. Era el único sonido en el mundo para mí, el que prevalecía por encima de todo y el más importante.

Con mis labios aún humedecidos subí hasta su vientre para besarlo y pasar mi lengua alrededor de su pequeño ombligo hundido.

Podía lamer su piel, escalar hasta sus pechos juveniles adornados por sus pequeños pezones. Ella también quería que disfrutásemos los dos, y por eso quiso que me estirara encima de ella acariciándome el pene por encima del pantalón.

Con un gesto cariñoso me apartó y repitió mis movimientos, quitándome el calzado y resbalando mis pantalones hasta el suelo. Mi camisa le acompañó después de que desatara los botones uno a uno y me besara cada parte que dejaba al descubierto. Mi mano acariciaba su pelo, su hermoso cabello que me hacía cosquillas con las puntas que caían en mi piel desnuda.

Me había creado gran sensibilidad y lo comprobé con su delicada mano en mi miembro, acariciándolo por encima y llegando hasta la pequeña mancha que había dejado en mi ropa interior. Siempre pasaba lo mismo con Lourdes, el líquido no tardaba en llegar; independientemente de lo que tardase en eyacular.

Fue bajando hasta descubrir el origen de todo aquello y hacerlo suyo. Los labios lo oprimían hasta la mitad y luego volvían a subir, concentrándose en el punto más sensitivo de todo mi cuerpo.

Su lengua rodeo con cariño todo el glande, dando una vuelta completa alrededor de él.

-Quiero hacerlo, guapo.

Lourdes sí que estaba guapísima. Tenía mucha suerte de tenerla para mí y yo era el afortunado de haber podido hacer aquellas cosas con ella.

-Pero…quiero probar algo diferente.

No se me ocurría en qué estaría pensando, y tan sólo podía adivinar las intenciones que su cara podía reflejar.

-Si lo haces conmigo sin protección te prometo que mañana tomaré la pastilla.

Me quedé un poco descentrado al oír eso porque el tópico mandaba que fuese yo el que pidiese que la situación fuese así. Sabía lo que se sentía haciéndolo con y sin protección, pero lo importante era que nunca lo había hecho así con ella.

-Si te parece bien…-continuó Lourdes-. Dicen que sólo se debe tomar tres veces como mucho en toda tu vida, que crea malestar y que no sienta bien al cuerpo, pero… me gustaría hacerlo contigo aun así. ¿A ti… te apetece?

-Estar contigo es lo mejor que me ha pasado en años, Lourdes. Eres tan guapa, tan lista, tan buena persona…

Lourdes me pasó su dedo a lo largo de mi brazo, aquel que seguía intacto y sin ningún daño.

-Yo quiero estar contigo.

No pude esperar más a estar en igualdad de condiciones y quedarme desnudo. Lourdes volvía a estar estirada y entregada a mí, esperando que pudiese penetrarla y hacerle el amor.

La punta de mi pene se paseó por aquel coño, dejando a lo largo de él un delgado y leve líquido. El vientre de Lourdes se contraía y marcaba su respiración. Sus pechos subían y bajaban lentamente, esperando que yo entrara.

Poco a poco me deslicé dentro de ella, en aquella vagina medio cerrada tan encantadora que tenía esa mujer. Para mí no era una niña, ni era una joven; era ya una mujer.

La besaba y me movía encima de ella, sintiendo como me apretaba el pene cariñosamente y de una manera que llegaba a sentir una delicia en todos mis movimientos. El cosquilleo recorría mi pene por culpa de esos labios vaginales y a la vez todo mi cuerpo por las caricias de Lourdes y los gemidos placenteros que se posaban cerca de mi oreja.

El ritmo se incrementaba con la misma regularidad que el placer. Sentía que iba a terminar y no quería. Volví a ralentizar mis movimientos y abalanzarme sobre el cuello de Lourdes para llevarla al mismo nivel de sensibilidad que me había creado ella.

Los dedos conocían bien mi espalda, habían aprendido cuales eran las zonas más sensibles y las palpaba mágicamente.

-Ah…dime que te gusto…

Su mano me acariciaba el pelo, pidiéndome algo tan sencillo como necesario.

-Sí…me gustas mucho… te quiero Lourdes.

-Yo…yo también te quiero…

Me movía encima de ella más rápido de lo que su cuerpo adoptaba mis embestidas. Contraje algo mi cuerpo cuando sentí que el semen salía de mí y entraba en ella. Sabía que ambos y a la vez todo a nuestro alrededor estaba ardiendo, y la fuente de todo aquel calor era el líquido que salía disparado dentro de ella hasta las últimas gotas espesas que se escaparon y desplazaron hacia afuera.

No me movía tras aquello, tan sólo la observaba, estando muy cerca de mí. Un pequeño y mínimo movimiento era la delgada línea entre el placer y el dolor en mí; sabía que podía dolerme y quizá por eso no me movía demasiado.

Estaba tan pegado a ella que nuestras narices podían chocar entre ellas. No se me ocurrió adivinar en qué estaría pensando, aunque quizá fuese el hecho de que aquel líquido había ido dentro de ella por primera vez en su vida.

Me aparté sin decir nada, estirado a su lado. Mi pene aún estaba algo duro y mojado. Algún pequeño fluido caía del coño de Lourdes e iba a parar a otro punto más íntimo de su cuerpo.

-Eres muy dulce…

Fueron las primeras palabras tras aquello. Los pensamientos siempre llenaban mi cabeza después de correrme, como si recuperase el sentido y tuviese una visión más clara.

-Lourdes…tengo miedo de perderte.

Ella me miró acariciándome con su pequeña mano. Dejó de hacerlo cuando vio que mis palabras eran muy transparentes.

-¿Por qué dices eso? A mí no me vas a perder.

-No sé, porque…creo que eres demasiado buena para mí.

-Pero si eres ideal… Tú me quieres y yo te quiero, eso es lo que importa. Quiero hacer muchas cosas a tu lado.

-Sí, claro que quiero… si me dejas.

Besarla y saber que estaba desnuda fue algo que convirtió ese simple beso en algo erótico y cálido y que se prolongó algunos segundos más.

-¿Confías en mí, verdad?-me preguntó.

No supe si hice bien flaqueando a la hora de dar una respuesta. Supongo que tendría que haber sido algo más rápido, pero una vez dicho tampoco podía cambiar mis palabras.

-Sí.

Tras haber pensado la frase correcta y llena de amor sólo pude decir ese pobre ‘‘sí’’ que parecía dejar mucha incógnitas. Yo sabía por qué ella me lo había preguntado, y ella sabía que lo preguntaba porque yo no le había dicho toda la verdad.

Pero nadie dijo nada más. Su sonrisa era radiante al bajar la mano y estimularme para que volviese a reaccionar. Ya habían pasado algunos segundos y era su manera de pedirme que siguiese.

Yo quise hacer lo mismo estirando mi brazo hasta restregar la palma de mi mano en su intimidad. Ambos nos tocábamos el uno al otro. Su mano se movía más rápido que la mía. Yo buscaba con una mínima ansia alcanzar el clítoris y ella me agarraba suavemente, intentando que el pene flácido volviese a actuar.

Sus persuasiones no pasaron desapercibidas para mí, y la satisfacción regresó a mi cuerpo para transformar a mi miembro en un objeto duro y rígido.

Lourdes sonrió al ver aquello. Sus pómulos se levantaban ligeramente cada vez que hacía eso y ponía unos ojos inocentes y profundos que expresaban bienestar.

Yo jadeaba más que respirar y no sabía por qué. Estaba listo y eso lo notó ella cuando se puso encima de mí, mirándome y buscándome con su mano. Mi vista recorrió su cuerpo desde su cabeza hasta su parte más íntima, pasando por sus grandes pechos.

No podía dejar de observar la forma que dibujaba su coño cuando le entraba mi pene desnudo. Sus dos labios vaginales se juntaban en aquel clítoris de una forma que sólo había visto en otros sitios, pero nunca en persona. No me detenía a mirar aquella fotografía que creábamos ambos hasta aquel momento.

La sentía botar encima de mí, haciendo crecer sus gritos. La agarraba cada vez más fuerte de su grácil piel y la apretaba cuando un gemido crecía en proporciones que me volvían loco. Ella se movía sensualmente encima, posando sus manos en mi pecho, en mis hombros, en mi vientre…

Variaba su punto de apoyo, pero seguía disfrutando de tenerlo dentro de ella. Me acariciaba lentamente y con algún temblor cuando yo le pasaba la mano por sus piernas o por sus caderas sin controlar hábilmente la convulsión producida por el continuo vaivén.

Su mano cambiaba de rumbo cada vez que yo le fijaba la mirada, admirándola por lo que era, y se posaba en mi mejilla. Sentía que mientras gemía me iba diciendo que allí estaba ella, que no se iría de mi lado pasase lo que pasase y que el amor entre ella y yo podía superar cualquier barrera que me hubiese empeñado en ponerme a mí mismo.

No era el momento de pensar en todo aquello, y por eso aumenté mi pasión y levanté mis movimientos hasta crear un sonido chocante y celestial que resonaba allí donde estábamos.

Quería tocarla otra vez por su vientre, por sus caderas, atreverme a acercar mis dedos a esa parte donde mi miembro no llegaba a penetrarla. Sabía lo que significaba todo aquello. Me gustaba y me sentía poderoso porque no notaba nada que indicase que iba a terminar pronto esta vez.

Lourdes paró de moverse y me agarró más fuertemente. Estaba algo quieta, pero la expresión de su cara era inconfundible. Yo no paraba de moverme y sentí sus uñas en mi piel cuando tuvo ese orgasmo.

Una de las imágenes más bellas y admirable que he tenido nunca ha sido la de verla a ella tener un orgasmo. Representaba todo lo bueno para mí y sabía que no estaba enamorado de una simple ilusión, si no de lo que realmente era ella.

Fue maravilloso poder seguir sin problemas después de aquello con los mismos meneos y la misma fuerza. Posiblemente fuesen aquellos instantes los que mostraron a Lourdes con sus instintos básicos predominando por encima de cualquier cosa.

Noté que la segunda vez eyaculé menos y que el glande había cambiado. Aquella espesura blanca se quedaba en la punta junto con un nuevo líquido que tenía que substituir los restos del anterior.

Ella no dudó en apresar con sus manos el pene aún duro y mínimamente dolorido y pasar su lengua por el brotado glande que se tornaba de un color rojizo. Su lengua dibujaba el contorno y arrasaba con todo a su paso. Yo me debatía a través de sentir dolor y placer hasta el punto en el que el primero se impuso y ella paró, posando su cabeza en mi hombro y quedándonos otra vez estirados.

Había sido un impulso por su parte y eso me animó después a seguir, a morderla cuando la observé boca abajo y sentir aquella dulce película que la cubría, dejando un resto de saliva con cada mordisco y limpiándolo seguidamente con la lengua.

Todo para que los gemidos de Lourdes siguieran taladrándome el cerebro, para que la hormona del placer se disparase a otros límites y pusiese la que era mi banda sonora favorita.

Eran las siete y tres minutos cuando me di cuenta de qué hacía allí. No fue un efecto progresivo, me di cuenta de golpe de que había estado haciéndole el amor a Lourdes hasta que sentí que no pude más.

La primera idea que recorrió mi cabeza fue pensar que todo aquel semen había acabado dentro de ella. Al pensar en eso le pasé la mano por el brazo, acariciando a la pequeña princesa que dormía con su cabeza encima de mi pecho, manteniendo el trabajo incluso cuando dormía con aquellos leves cosquilleos que me propinaba su pelo.

No escuchaba ningún ruido, ni siquiera el viento azotaba aquellos lugares. Era imposible que me atreviese a despertarla, era tan bonito tenerla así que hubiese determinado dormir con ella allí para siempre.

Otras ideas muy diferentes azotaban mi cabeza segundos después, pensando en que su comprensión debía tener algún límite y que nuestra relación se basaba, al fin y al cabo, en mentiras y más mentiras. Pero yo la quería, y no hubiera dicho lo contrario aunque me hubiesen obligado.

Las primeras palabras que me dedicó aquella mañana fueron ‘‘Buenos días, mi amor’’. Mientras nos vestíamos iba pensando que ojalá ese momento durase eternamente porque siempre existía la posibilidad de que no volviese a estar así nunca más con ella.

-Vamos a pasar un verano inolvidable-me dijo.

Luego me confesó que todo aquello lo había preparado ella, que había planeado una noche alejada de los demás para que pudiésemos estar a solas.

Se acercaba el momento. Me lo había prometido a mí mismo y no podía fallar. Lourdes se merecía saber toda la verdad y que no volviese a mentirle; pero… ¿hasta dónde llegaba su comprensión?

¿Tendría final feliz esa historia o iba a ser un final amargo?

Lo sabréis en el próximo y último capítulo de ‘‘Los secretos de la familia Martínez’’.