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Los secretos de la familia Martínez (capítulo 9)

en Hetero: General

[RESUMEN DE LOS CAPÍTULOS ANTERIORES: En una habitación de un club nocturno yo y tres compañeros mantenemos relaciones con una mujer. Aquella tenía que ser la última y única vez que la viese, pero no fue así. Resulta que es la madre de Lourdes Martínez, una chica tímida de mi clase. Descubrí quien era y quiso callarme haciéndome una felación en su coche, pero deseo demasiado a aquella mujer. Una invitación de Lourdes a una boda familiar era mi excusa perfecta para acercarme un poco más a ella, pero una vez más las cosas no salen como pensaba y acabo haciendo el amor con Lourdes. Estoy algo desconcertado por saber si somos pareja u otra cosa, pero es Lourdes quien se encarga de eso con cosas como una noche en el Msn y un rato en los vestuarios. Siendo mi novia su madre me insta para que la deje en paz, y mis remordimientos me convencen de que es lo mejor. Acepto el trato y me acuesto otra vez con su madre. Me arrepiento mucho de lo sucedido, pero tengo que cumplir y dejar a su hija. Echo de menos a Lourdes y después de una semana hablo con ella. Al quedarnos en un ascensor después de arreglar lo nuestro nos enrollamos y hacemos algo que no esperaba de parte de ella: sexo anal. Ahora pienso que va a hacer Noemí con sus amenazas…]

Habían pasado casi dos semanas desde aquel encuentro en el ascensor. Estaba cansadísimo de tanta cantidad de exámenes por tanto lado y aquel día me dormí muy pronto. Sin embargo, me desperté a las cuatro de la madrugada con una llamada al móvil procedente de un número oculto. ¿Quién llama a las cuatro desde un número oculto? Pensé en seguir durmiendo y no contestar, pero… ¿quién era? Realmente me intrigaba, y siempre podía hacer aquello de no hablar para ver que decían.

Descolgué el teléfono y hasta pasados cinco segundos no habló nadie.

-Soy Noemí-dijo una voz.

Efectivamente, era ella. Podía deducir de donde había sacado mi número, ¿pero por qué llamaba a esas horas?

-Ah, hola…-dije medio dormido.

-Mañana pasaré a buscarte, espérame en tu portal a las ocho y media.

-¿Qué?

Ese ‘‘¿qué?’’ se perdió en el silencio. Ella ya había colgado. Eso era bastante extraño, pero es que Noemí Martínez era una mujer peculiar. Volví a dormirme y no pensé más en el asunto.

Fue aquel día cuando me comí la cabeza pensando qué quería. No era nada bueno con tantas cosas que pensar, pero creí que se dedicaría a lo mismo de siempre: vendría a verme, me diría que soy un mentiroso y que no he dejado a su hija y luego me lo pediría otra vez. Al final se cansaría de tanta tontería, estaba seguro.

Aquella tarde estuve allí, como me pidió. Pensé que había sido una broma porque pasaron quince minutos más de lo previsto y no apareció. Pero allí estaba; casi a las nueve y conduciendo su coche. Tenía una extraña sonrisa en su cara, una que no dejaba entrever muchas cosas pero que me resultaba algo inquieta.

-¿A dónde vamos?-fue lo primero que le dije al subir al coche.

-Tranquilo, he venido a buscarte para que hablemos.

Estaba convencido, había entrado en razón. En realidad no había nada que discutir, sólo tenía que dejar ese protectorado que se había montado alrededor de Lourdes y ya está.

-Mira… sé que quieres a Lourdes y ella te quiere a ti. He decidido cortar por lo sano y olvidar todo lo que pasó entre tú y yo.

-Ya te lo dije, no lo hacía por llevarle la contraria a nadie. Yo también creo que lo mejor es olvidar todo eso.

-Sólo quiero que la trates bien y que no destruyas lo que es.

-No sería capaz, ella es demasiado buena.

Noemí conducía con cierto ritmo por la calle y me hablaba, explicándome cosas y riendo por alguna broma que hacía. Me alegraba mucho de que hubiese dejado aquella tontería de prohibirme nada, sus palabras eran ahora como una utopía para mí.

Eran más de las nueve y ya había oscurecido. Me preguntó cómo me iban los exámenes, y después… me di cuenta. ¿A dónde pensaba llevarme esa mujer? No veía que estuviese haciendo ningún circuito para devolverme a mi casa, aunque no me preocupaba porque aquellas calles no parecían especialmente peligrosas.

-¿Pero a dónde vamos…?

-Tienes razón, es un poco tarde. Creía que tendríamos tiempo de tomar algo, pero tendrás que estudiar y será mejor que te lleve otra vez a casa. Al fin y al cabo, ya lo hemos aclarado.

Noemí paró el coche con toda la tranquilidad del mundo al lado de una señal que permitía estacionar.

-Eso sí, tengo que sacar dinero del cajero igualmente-me dijo con serenidad.

Le dije que la acompañaba y me devolvió el gesto con una pequeña sonrisa. No llegué a cruzar la calle porque dos hombres me cogieron del hombro. No los había visto en mi vida, pero desde luego no se me hubiese ocurrido pegarles.

-Escucha…me cansas-dijo Noemí Martínez girándose.

-¿Qué?

¿Qué era todo aquello? Estaba actuando teatralmente, pero lo peor es que se lo estaba creyendo.

-¿Crees que amenazaría a alguien gratuitamente?

-¿De qué coño hablas?

-Te lo he dicho unas cuantas veces. Quería que dejaras a Lourdes y no me has hecho caso. ¿Crees que me gusta acostarme contigo? Pensé que satisfaciendo las necesidades de un crío como tú quedaría todo arreglado, pero no… eres más estúpido de lo que pensaba.

-Eres muy cabezota…

No pude decir nada más porque no tenía el control. No me salían las palabras y tenía humo de tabaco llenándome la cara. Uno de los hombres estaba fumando y no tenía miramientos en cortarme la respiración con aquello.

-No me gusta que me prometan algo y luego no lo cumplan.

Noemí se acercó a mí despacio e hizo un gesto a aquellos dos hombres para que se echaran atrás. ¿Hubiese servido de algo correr? No lo sé, posiblemente me hubiese dado tiempo, pero el caso es que no lo hice.

Me puso su mano en el hombro y se acercó a mi oreja. Estaba tan cerca que podía sentir su perfume y observarla en detalle.

-¿Sabes lo que me costaría decir que me has violado?-me susurró.

-¿Y quién te iba a creer?-le dije mirándola a los ojos-. Si no le das ninguna prueba a la policía van a pasar de ti.

 Ella sonrió confiada, quizá demasiado confiada.

-¿Y quién dice que se lo vaya a decir a la policía?

-Estás loca.

Me estaba poniendo nervioso y no entendía todo aquello, así que decidí marcharme. Al tenerla delante le puse la mano encima para que se apartara, pero fue un grave error. En medio segundo volví a estar custodiado por aquellos tipos.

Noemí miro a uno a los ojos y éste me subió la manga del jersey. La fuerza con la que me apretaba hacía que mis venas verdes brotaran en mi brazo.

Aquel cigarrillo que no me había dejado respirar pasó a manos de ella. Sus intenciones estaban claras, y puedo recordar a la perfección que no titubeó ni un segundo. Me agarró el brazo y clavó aquel cigarrillo lo más fuerte que pudo.

Aunque logré apartarme relativamente pronto la marca era indudable. Me había apagado el cigarrillo en el brazo. Fue una sensación tan intensamente dolorosa que aún lo sentía mucho rato después clavado.

-¡Maldita zorra! ¡Estás loca!

-Esto no ha sido nada. Ahora no tienes opción, ni le dirás nada a nadie ni estarás más con mi hija.

Me dejaron ir como si nada hubiese pasado, como si les diera igual que me fuera corriendo a decir algo. No me miraron ni me dijeron nada, cada uno se fue por su camino.

Volví a casa pensando que lo contaría todo. Me tenía que tragar la quemadura; había dolido pero poco caso me iban a hacer. Lo que si iba a hacer era contarle todo a Lourdes, forzosamente había llegado el momento.

Y entonces me di cuenta. Si no decía nada aquella mujer podría hacer lo que quisiese conmigo, pero si decía algo perdería a Lourdes… ¿qué era peor?

Había un conflicto conmigo mismo que no podía soportar. Me pasé todo el día, una vez más, pensando en aquello. Esa tarde de viernes quedé con Lourdes. Era la ocasión perfecta aprovechando que venía el fin de semana y teníamos tiempo.

Estuvimos en su casa, con mi cabeza diciéndome una y otra vez que tenía que explicarle todo y queriendo creer que lo comprendería. Era comprensible y cariñosa, seguro que lo entendía…

Estaba sentado en la silla de su escritorio, mirando aquella pantalla de ordenador apagada. Empecé a sudar con sólo pensar lo que iba a hacer, pero no podía esperar más.

Lourdes apareció por la puerta de su habitación poco después. Aquel día se había puesto unos leggins grises y una camiseta amarilla y delgada que combinaban a la perfección sencillez con sensualidad. Lo más importante de aquella ropa era eso, que no parecía una buscona y a la vez estaba guapísima.

-Hay varias cosas, no sé qué quieres comer…

La miré y extendí mi mano, esperando que ella la cogiese.

-Lourdes… tengo que contarte algo.

Su mirada reflejó intranquilidad por todos sitios. Su cara exponía lo que corría por su mente: ‘‘sabía que pasaba algo’’.

-¿Qué te pasa?

-Es que…

El hecho de que me hiciera sentar en su cama no me ayudó, aunque ella pensase lo contrario.

-¿Qué ocurre?

-Bueno…yo…

-¿Es algo sobre los exámenes?-me preguntó al ver que no me salían las palabras.

-No…bueno…sí…no…

-Si quieres puedes contármelo…yo no se lo diré a nadie, te lo prometo.

Me mataba casi literalmente que fuese así conmigo. Tenía mucho miedo a perderla, estaba mucho más colgado de lo que había creído. Me gustaba muchísimo, me había enamorado en muy poco tiempo.

-Lourdes… no sé como decirte esto.

-Estás muy tenso-dijo pasándome la mano por la espalda.

-Es que… no quiero ir al viaje ése de final de curso.

Volví a mentirle, aun sabiendo todo lo que conllevaba. Siempre me acobardaba en el último segundo, y en esa ocasión no fue diferente.

-No importa, no pasa nada.

-Pero… como tú querías ir y… no quiero que te lo pierdas por mi culpa.

-Yo quería ir contigo… pero sólo es un viaje, mucha gente no irá tampoco; y si voy ya te lo diré.

-Si quieres ir hazlo, no te lo pierdas por mí.

Lourdes pensó su respuesta unos segundos y luego me miró para seguir con una conversación inexistente.

-Pero eso no es nada, no hace falta que te pongas tan tenso; no voy a enfadarme.

-Sí…no sé… lo siento. Lo siento mucho.

Ella me puso su mano en mi mejilla en señal de cariño.

-Vale, no pasa nada. Es una tontería.

En aquel momento se me ocurrió pensar que hiciese lo que hiciese iba a salir perdiendo. Si le decía a Lourdes lo que había pasado probablemente pasaría de mí, y si no lo hacía su madre era capaz de seguir agrediéndome físicamente. Lo único que podía hacer era no pensarlo demasiado por el momento.

Besar a Lourdes me tranquilizó. No me cansaba de sentir sus labios rozando los míos y sentir sus manos tocando mi cuerpo. Necesitaba besarla y saber que ella me devolvería el beso. Busqué su lengua para juntarla con la mía, y hasta sentir eso era como una caricia más.

Ella hizo que me quitara la camiseta poco a poco, dejando ver sus intenciones. Sus manos se paseaban por mi cuerpo lentamente, queriendo crear un hormigueo en mí.

-Cierra los ojos-me susurró al oído.

-¿Qué?-pregunté algo desconcertado.

-Cierra los ojos, y no los abras hasta que te lo diga, ¿vale?

Su voz sonaba dulcemente en mi cabeza, como una canción que puede ayudarte a pasar los malos momentos.

Sentí como desaparecía la presencia de Lourdes de mi lado y arrugué la frente ligeramente. Lo siguiente que sentí fue algo rodeándome los ojos. El olor a melocotón me hacía saber que era ella quien estaba allí, tan cerca de mí otra vez.

Sus manos pasaron rodeando mi cabeza e imaginé que sus pechos debían estar muy muy cerca.

-Ya puedes abrirlos.

Todo lo que vi fue un color blanco bañado en una luz de un naranja suave. Adiviné entonces que me había vendado los ojos.

-¿Ves algo?

-No…

-No hagas trampa, ¿eh?

Me imaginé que sonreía otra vez por el tono en que lo dijo. Volví a cerrar los ojos y hacerle caso. Aunque me gustaba ese camino que estaba tomando, se vio interrumpido por algo que, en aquel entonces, no sabía que me iba a delatar.

-Martín, ¿qué te ha pasado en el brazo?

Ella me cogía el brazo y posiblemente me estuviese mirando, pero fue algo curioso que no me quitase ella misma la venda.

-Me…me he quemado con la plancha.

Estuve a punto de quitarme aquello para mirarla y que fuese un poco más serio, pero me detuvieron sus palabras apaciguadoras.

-Ah… tienes que tener más cuidado.

Pensé que el asunto quedaba allí, al menos para ella, pero no iba a ser así. Lourdes era demasiado lista y deducía demasiado bien las cosas.

Me besó en la boca, dejándome que la sintiera una vez más. Ambos nos estiramos en su cama y sus labios viajaron por mi cuello. Se convirtió en una zona muy sensible que recibía sus mordiscos con ansia y cosquilleo. Atrapaba mi piel con sus labios y la convertía en suya, cuidaba de mí volviendo una y otra vez a provocarme temblores. Cada vez que me tocaba con sus labios yo me estremecía un poco más.

Con su mano en mi oreja volvió a acercar su boca para hablarme.

-Sólo quiero que te relajes… ya sé que lleva unos cuantos días agobiado y yo quiero ayudarte.

Bajó lentamente hasta mi pecho, posando sus delgados dedos en mis brazos. Me besuqueaba la zona cariñosamente, y mi cuerpo producía un leve humedecimiento provocado por la situación, el nerviosismo y la temperatura ambiente que ya empezaba  a hacer en esa habitación.

Su lengua recorrió mi vientre como si quisiese dibujar alguna figura. La sentía muy cerca, provocando el nacimiento de escalofríos en mi cuerpo. Poco a poco me provocó una erección con aquellos besos.

El sonido de aquella cremallera bajando dio paso a que sintiera rozar mis propios pantalones bajando por mis piernas. No se conformó con bajármelos y quiso retirar toda la ropa, dejándome totalmente desnudo.

No sabía que cara ponía al verme allí desnudo y a su merced, pero pasaron unos segundos en que oía cosas y no sabía cuales de ellas eran ciertas. Me gustaba imaginar que en algún momento se había vuelto a pasar el dedo índice por sus labios o que había jugado con su pelo, como hacía muchas veces.

-¿Sabes cuánta ropa llevo ahora?-dijo rompiendo el silencio.

-No…

-Descúbrelo.

Lo primero que rozó con mi cuerpo fueron sus manos tocando mis hombros. Quise tocarla y acariciarla, pero no como si intentase descubrir el camino en la oscuridad. Quería demostrarle que la conocía y que sabía lo que me gustaba de su cuerpo, así que imaginé como estaría. No pensaba abrir los ojos ni intentar mirar algo por debajo de la venda.

Acaricié su muslo y pude notar que estaba sentada encima de mí. Su ropa interior rozaba con mi pene duro y desnudo, deslizándose de arriba abajo, teniendo mucho cuidado en no hacerme daño.

Alcé las manos y busqué aquellos pechos firmes y grandes. Seguí las líneas de su cintura y subí lentamente hasta llegar a tocarlos. Estaban desnudos y calientes, como su piel suave y lisa. Lourdes tenía una piel que daba gusto tocar, con la suavidad permanente, blanca y limpia, que sólo era manchada por unos sensuales lunares marrones y pequeños. Se clavaban en su piel como detalles decorativos, no como manchas ni nada parecido.

Mis dos dedos pulgares acariciaban sus duros y pequeños pezones. Me pregunté otra vez como podía Lourdes estar siempre tan limpia. Levanté la cabeza para metérmelo en la boca, y me encontré con algo pequeño y duro entre mis labios. Lo besuqueé con cariño y me llevé una sorpresa al sentir que Lourdes me besaba. Supuse que le había gustado.

Mi mano derecha bajó hasta sus bragas y se detuvieron cuando hallé aquella zona deseada. La froté lentamente y los murmullos vinieron a parar a mi oreja.

Acerqué mi mano a su cara, subiendo por su dulce cuerpo, y le pedí que me chupara dos dedos. Aquella lengua se resbaló suavemente por ellos y sus manos agarraban esa mano como si fuese algo que no debía dejar caer.

El tener otros sentidos más activos hizo que la erección creciese por esa simple insinuación.

Volví a bajar mi mano hasta su vagina y le metí dos dedos, levantando su ropa. Oía, ahora sí, esos gemidos y sentí sus labios vaginales ligeramente mojados. Lourdes nunca se mojaba tan rápido o chorreaba líquidos tan sólo dos segundos después de besarme, pero siempre me dejaba reconocer si lo estaba haciendo bien o no cuando se empezaba a humedecer poco a poco.

Me cogió la mano derecha, aquella con la que le había metido los dedos, y entrelazó la suya con la mía.

-Si los pruebas yo también lo haré.

Esbocé una sonrisa, pensando en la última vez que había probado sus flujos. Fue aquella vez que nos colamos en los vestuarios del instituto, un rato memorable que nunca olvidaré. Quería volver a repetir ese sentimiento, y no dudé en probar mis propios dedos.

-¿Te gustan?

-Me gusta todo lo que tenga que ver contigo.

-Vuélvelos a meter, ahora me toca a mí.

Ella me dirigió hasta su coño sin tener que apoyarme en su cuerpo para encontrarlo. Esos dos dedos los introdujimos entre ambos, con suavidad. Lourdes gemía encima de mí y me decía que tenía que mojarlos un poco más.

Volvió a sacarlos de allí dentro y dejó mi mano sujeta en el aire, para que nada pudiese tocarla. Fue una sorpresa sentir como la venda blanca caía de mis ojos y volvía a ver todo a mi alrededor.

Me iba acostumbrando poco a poco a la luz, e incluso me dolía un poco exponer mi vista directamente, pero el que fuese luz natural ayudó a calmarme un poco y hacer el proceso más rápido.

-Quiero que lo veas, por eso te he quitado la venda-me aclaró ella.

Sin quitarse de encima se acercó mi mano a sus labios. Me miraba con una expresión inocente que escondía muchas ganas de jugar. Lo que me excitó realmente fue ver esa cara y notar su inocencia a flor de piel, ver que seguía estando sin maldad y que únicamente quería descubrir lo que el sexo le podía ofrecer. Era un privilegio que lo hiciese conmigo.

Sin miedo se deslizó mis dos dedos encima de la lengua y cerró la boca. Chupó sus propios flujos mirándome a los ojos, pensando algo que yo aún no era capaz de adivinar.

Estuvo jugando con aquellos dos afortunados dedos hasta que intercambió lo que había en ellos por su propia saliva.

Alargó la mano hacia su mesita de noche y sacó un preservativo del primer cajón.

-¿Quieres hacerlo?-me preguntó.

-Siempre es fantástico hacerlo contigo.

Echándose el pelo a un lado, como tenía por costumbre, deslizó el preservativo por mi pene. Si no hubiesen aflorado mis instintos animales en aquel momento la hubiese parado antes y le hubiese dicho lo que realmente tenía que decirle, pero es muy difícil decir que no o resistirse en una situación así.

Se estiró a mi lado, invitándome a ponerme encima de ella. Veía a Lourdes posando su cabeza en la almohada. Me había llevado hasta su habitación, se había sincerado conmigo, me había permitido hacerle cosas que nunca había hecho con nadie… y yo no había sido capaz de decirle aquello que tenía que saber. Era muy difícil para mí no sentirme culpable, y por eso mis pensamientos se bloquearon.

-¿Estás bien?-me dijo ella incorporándose.

-Sí, sí…

Pasaron unos segundos hasta que me pasó su mano por la oreja y acarició mi brazo.

-No tenemos que hacerlo si no quieres, podemos dejarlo para otro día.

-No…yo sí que quiero, pero…

Tenía que pensar rápido y me quedé sin argumentos. Le daba muchas vueltas a todo y no decía nada.

-No pasa nada. Me lo contarás cuando estés preparado, no hace falta que te veas presionado a decirlo ahora.

Supongo que seguir con aquello fue la forma de darle las gracias. Mi erección no había desaparecido, aunque había disminuido como para que Lourdes se viese en la necesidad de animarme otra vez y masturbarme.

Quizá fue entonces cuando sentí porque su estilo de tocarme era diferente. Sus manos siempre suavizaban mi miembro y me hacían sentir un gusto constante; era como si cambiase la forma que tenía de erguirse y me transmitiese eso a todo el cuerpo.

No quería dejar de besarla mientras entraba dentro de ella, apoyando las manos en el colchón y penetrándola. Estábamos en pleno contacto; sus muslos rozaban los míos, sus pechos rozaban ligeramente mi cuerpo, nuestras narices se juntaban por el efecto que producía el besarla…

Sus bragas me rozaban con su suavidad, sin hacerme daño. Era la primera vez que no le pedía que se las quitara al hacerlo.

Dejó de besarme para mirarme a los ojos y decirme con la mirada que me quería. Me apoyó la mano en mi pecho, encima del corazón, y me pidió que parase un momento.

-Espera…

Me quité de encima y Lourdes se puso a cuatro patas. Veía sus bragas rojas, delicadas y cómodas, que le hacían un culo espléndido. Cada mínimo detalle de su cuerpo me parecía mejor cada día.

Me situé detrás, a punto de penetrarla. No quería quitarle la ropa interior, quería hacérselo a la vez que podía agarrar su ropa y tirar algo de ella.

El pelo de Lourdes se movía y yo la cogía por la cintura, intentando moverme al ritmo de ese vaivén.

-Sigue…sigue…

-Sí… como me pones…-se me escapó entre gemidos.

-¿Puedes…puedes hacer una cosa? …por favor…

Paré estando dentro de ella, acariciándole la espalda y pasando mis dedos uno a uno. Podía notar lo profundo que estaba y como me clavaba dentro de ella, por lo que el grado de sensibilidad que ella me transmitía había llegado ya a un nivel muy alto.

-Pídeme lo que quieras.

-¿Puedes… clavarme las uñas?

Lourdes me miró girando la cabeza, sin avergonzarse de lo que había dicho.

-Sólo…sólo un poco. No quiero que me azotes ni que seas muy brusco, sólo… lo único que quiero es sentir aquel punto que te dije…

-No tienes que darme explicaciones, pero quiero que me digas si te hago demasiado daño y no te gusta…

-Vale guapo…

Volví a moverme poco a poco, con mis manos apoyadas en su cintura. Lentamente volvió a gemir y yo volví a sentir otra vez el placer metido dentro. La rapidez iba aumentando con los gritos de Lourdes y yo me perdía con la sensibilidad y el cosquilleo que me producía.

-Ahora…ahora…

Le clavé las uñas allí donde la agarraba, en las caderas. No quería hacerle daño, pero sabía que todo estaba controlado mientras no me pasase de la raya.

-Sigue…me gusta…

-Tú sí que me gustas…

Chocaba con ella cada vez más rápido, me emocionaba tener todo su cuerpo para mí y no podía esperar más para terminar. La apretaba y me excité mucho más con los gritos incansables que ella despedía sin cortarse y sin intentar bajar la voz. Estaba gritando literalmente y se estremeció en un momento dado. Sus ojos se cerraban y su boca se abría con cuidado. Supe entonces que había tenido un orgasmo conmigo.

Segundos después eyaculé dentro del preservativo, cogiendo a Lourdes y cayendo después a su lado. Aquello fue lo más cerca que estuvimos de acabar a la vez.

Nos quedamos mirando al techo y nadie dijo nada. Por un momento el griterío que había habido fue substituido por su antónimo y todo quedó en un relativo silencio. No pasó mucho tiempo hasta que busqué la mano de Lourdes. Cuando ella me la dio sentí la necesidad de darle un beso en el hombro que fue correspondido por una caricia suya en mi pecho.

Quería repetir, pero ambos entendíamos que necesitaba unos segundos para recuperarme. Entonces lo vi. Lourdes tenía unos marcos con fotos en la estantería, y en uno de ellos salía una niña con un hombre medio alto y europeo.

-Lourdes… ¿quiénes son esos que están en la foto?

Ella se levantó, quizá pensando que era muy extraño que preguntase aquello después de haber hecho el amor y estar esperando que volviese a hacérselo.

-Esa soy yo cuando tenía seis años, y el que está conmigo es mi tío.

Me quedé pensando…

¿Dónde había visto a ese hombre antes? ¿Qué pasaría ahora con las amenazas de Noemí Martínez? 

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