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El regalo

en Amor filial

No puedo decir que nunca hubiese mirado a una mujer madura, aunque no era el tipo de mujer que me atraía mayormente. Cuando uno es adolescente, las hormonas se disparan y nos encontramos mirando a quien, por regla, no deberíamos mirar. Yo me encontré mirando a mi madre. Veía su escote cuando me hablaba, le miraba el culo cuando caminaba e incluso, aunque fuese un tópico, le vi el tanga en varias ocasiones en las que se agachaba. En una de ellas, me enamoré de aquel tanga de cinco colores: era blanco y chiquitín, con flores azules y amarillas o rojas y naranjas. Me excitaba ver como esa figura naranja se me mostraba cuando se agachaba, perdiéndose en el fino hilo blanco que iba hasta límites insospechados.

No tardé mucho tiempo en empezar a coger su ropa interior y restregármela por el pene, variando entre hacer esto y olerla. Lo que más me gustaba era olerla. Aquella olor a limpieza, era su olor; un olor de mujer que hacía que me excitase en dos segundos. Se me mostraba en aquel tanga la mujer que tenía en mi casa, pero añadía un punto de picardía y dulzura el hecho de ver aquel lazito reinando en feminidad.

Mi madre siempre ha sido cariñosa, pero lo fue más cuando mis padres se separaron. Mis otros dos hermanos mayores estaban menos en casa, y eso ayudó a que siguiese siendo yo su protegido. Era el pequeño de los tres, y a pesar de tener ya dieciocho años me seguía tratando como si fuese un niño, en el sentido de que me seguía cuidando. Quizá mi aspecto no ayudaba a que dejase de verme de esa forma. Media 1,70 y era bastante delgado, aunque no me molestaba en gran manera por poder así marcar los músculos del abdomen.

A pesar de ser su niño, no dejó de sorprenderme el hecho de que me propusiera dormir con ella. Pensé que debía sentirse sola, que lo que quería era compañía sin más. Yo no tomé la iniciativa de ir a su cama hasta dos días después. El fuerte invierno de aquel año había pasado, pero aún sorprendía un viento por las noches que hacía necesario arroparse bajo la manta o incluso bajo el edredón. Cuando entré, me sonrió. Su pelo negro y rizado ya le caía por los hombros, y su sonrisa parecía capaz de salvar el mundo. Esos ojos marrones me miraban y me invitaban a pasar y quedarme, sin ningún tipo de lujuria. Al fin y al cabo, no era nada más que volver a dormir una noche con su niño.

Cuando levanté la manta pude ver como iba vestida. Su camiseta negra de tirantes y su pantalón corto azul la hacían parecer una mujer extraordinaria, por la que mi admiración no dejaba de crecer. Al arroparme a su lado, posó su cabeza con sus rizos en mi hombro, dispuesta a matar el tiempo un rato viendo la televisión y feliz por volver a dormir en compañía.

Intentando que no se me notase la erección que tenía en aquellos momentos, no me di cuenta de que había pasado más tiempo del que creía. Ella bajó el volumen del televisor, señalando así que estaba dispuesta a dormir y que no hiciese mucho ruido. Al girarse a un lado y darme la espalda, pude ver, en oscuridad, aquel tanga que me tenía enamorado. Apenas podía ver una tira fina del costado, pero lo poco no hizo que no se despertara en mí el deseo.

Me tumbé hacia un lado, imitando sus movimientos anteriores. Aunque a cierta distancia, le puse mi mano sobre su brazo, a lo que ella respondió acariciándome la mano suavemente.

Creí que se había dormido. Me giré hacia el otro lado, tratando de dormir. En apenas un instante, ella se volvió a girar y me puso su mano en mi brazo. Ahora era ella la que imitaba mis movimientos. Su mano, inquieta, recorrió mi brazo, tratando de buscar algo. De ahí pasó a mi barriga, acariciándomela y jugando con mi ombligo. Para mí, la erección era más que evidente. ‘Mi niño’ me dijo ella cerca de la oreja, mientras hacía círculos con su dedo índice alrededor de mi ombligo. Desviándose de su trayectoria, tocó levemente la punta de mi pene, que en aquel momento estaba tremendamente excitado por aquellos círculos.

-¿Tú me quieres?-me preguntó ella susurrándome al oído.

-Claro que te quiero mamá, te quiero mucho.

Imaginé que en aquel momento había sonreído. Se giró hacia el costado contario, dejándome otra vez solo ante mis pensamientos. Lo comprendí. Aunque madre, era juguetona y pícara, y esperaba una señal para que la hiciese sentir mujer.

Me giré y la abracé por la espalda, dejando mi miembro pegado a ella. Le robé un beso en la mejilla y aparte suavemente su pelo rizado de la trayectoria. ‘Mi niño’ volvió a decirme entre susurros. Su mano no se contuvo más, y bajo hacia mi pene, duro como nunca lo había visto. Despacio, muy despacio, le bajé los pantalones, viendo aquel tanga que me volvía loco. Ella misma, incorporándose y dejando de jugar conmigo, se quitó la camiseta, dejándome a la vista aquellos pechos desnudos que no había visto desde que era un niño. Reflejada por la leve luz del televisor, vi como sonreía y me miraba, acariciando mi torso. Veía yo a una mujer increíble debajo de mí, pidiéndome algo que aún no sabía si podría hacer a la perfección.

Me besó en la boca, acercándome con su mano puesta en mi cuello. Aquel beso cálido diferenció a mi madre de cada día de aquella mujer sensual, juguetona y activa que era. Me tocó levemente el pene mientras me besaba, quizá entendiendo que si precipitaba sus movimientos podía terminar la diversión demasiado rápido para ambos.

En un punto increíble de excitación, hizo algo que no esperaba. Se giró, dejándome a la vista su espalda y aquel culo que tantas veces había mirado, con su correspondiente tanga. Poco a poco, se lo quité y se lo puse en su mano. Quise besarle el cuello, apartando su pelo. Oía ya sus pequeños gemidos en susurros, sin olvidarse de que tenía a otros dos hijos durmiendo en casa.

Mi despiste me paralizó. No entendí por qué mi madre me ofrecía la espalda, cuando había estado ya encima de ella, esperando a quitarle la preciosa ropa interior y darle algo que se merecía.

Le puse las manos en su culito. Nunca imaginé que hubiese estado tan duro y firme, a pesar de haberlo observado tanto. Con la cabeza girada, me miró. Sonrió e hizo un pequeño gesto afirmativo.

Lo volvía a comprender. Mi madre no me había ofrecido ningún tipo de protección, no había sacado cualquiera de los condones  por estrenar que tenía en su mesita de noche y me lo había dado. No. No lo hizo porque no lo creyó necesario. Yo no iba a meterle mi pene por su feminidad, iba a introducírselo por su ano, demostrándome que yo era su niño preferido. Observé de nuevo su cuerpo. De nada servía decirle a aquel culo que yo era virgen, pues estaba pidiendo que le introdujesen aquella arma. Observé la espalda de la mujer que tenía delante. Mi admiración por ella no cesaba, y tuve ganas de besarla. Le llené de besos su espalda desnuda, sintiendo como se estremecía a cada contacto de mis labios.

Con mi pene ya desnudo, mi madre levantó levemente su trasero, dándome el pasaporte necesario que necesitaba para emprender ese viaje. Sus manos se posaron debajo de sus pechos, para marcar más aun la postura que estaba haciendo. Paseé mi pene por aquel agujero, intentando inconscientemente meterla. Ella giró la cabeza. Sacó un dedo de su mano izquierda y lo chupó con su propia lengua.

Intuía sus señales. A fin de dilatarlo, como me había dicho, le metí un dedo en su ano, estremeciéndola en un primer momento. Se incorporó medianamente y se echó el pelo a un lado. Con mi pulgar, hice varias holladuras en el agujero, mientras le cogía la nalga con la otra mano. Metía y sacaba ese pulgar en su culo, intentando dilatarlo para lo que tenía que venir.

Se estiró otra vez y levantó de nuevo levemente el trasero. La dilatación había acabado, ahora pasaba a la acción. Dirigí mi pene hacia su anito, el cual pedía acción. Le metí el pene poco a poco, sin saber si lo hacía bien. Era mi primera experiencia sexual. Poco a poco mi pene se introdujo en ella, oyendo de nuevo sus gemidos en susurros. Yo no podía creerlo. Disfrutaba metiéndole mi miembro por detrás, pero aun así me seguía pareciendo increíble la idea de que volviese a estar dentro de mi madre. Una parte de mí volvía a estar dentro de ella y su regalo era extraordinario. Ignoraba si mi madre era virgen analmente, pero me gustaba su culo. Me gustaba meterle aquel pene sin peligro, sabiendo que ella me lo pedía por aquel sitio.

Deseaba que mis testículos chocaran contra aquellas paredes formadas por sus dos nalgas, pero no pude introducirla hacia ese extremo. Temiendo ahora que no lo hiciese bien, aunque escuchaba sus gemidos que hacían crecer los míos, le pregunté:

-¿Te hago daño mamá?

-Sigue mi niño, es tu regalo.

Las palabras de mi madre me excitaban demasiado, y me preocupaba que fuese a terminar demasiado deprisa. Sin quitarle el pene de su culo paré. Me estiré sobre ella, intuyendo que no iba a durar mucho más. No se preocupó porque la estuviese aplastando. Le besé la oreja.  Ella se pasó la lengua por los labios.

-¿Quieres devolverle la leche a mamá, mi niño?

Aquellas palabras me sorprendieron, por qué me excitaron tanto que estoy seguro de que mi pene soltó más aun ese líquido pre-seminal.

-Sí… sí mamá. Quiero darte leche.

-Está bien mi vida. Pero tienes que darle toda la leche a mamá, sin quedarte nada, ni tan solo una gota. ¿De acuerdo mi niño?

Me di cuenta de la mujer tan morbosa que me había dado la vida. La adoraba, y no pude evitar besarle el cuello y morderlo suavemente para hacerla sentir bien. Ella me respondía con sonrisas y gemidos leves.

-Te daré toda la leche que quieras mamá.

-Le darás toda la leche a mamá sin quedarte ni una gota, ¿lo prometes?

-Sí… sí. Lo prometo mamá.

-Sigue mi vida.

Había llegado a la recta final. Mi madre quería que le llenara el ano de semen, era la recompensa por su regalo. Ella me había dado la posibilidad de follarla por detrás, siempre y cuando yo se lo llenase de leche. Así era la manera que ella quería que le diese las gracias.

Aun con el pene duro dentro de ella, empecé a metérsela como un hombre. Si bien antes ella había diferenciado entre madre y mujer, ahora yo me diferenciaba entre niño y hombre. Me habían hecho un favor y tenía que devolverlo. Toda la leche iba a ir a parar hacia mi madre, no me quedaría ni una gota, tal y como había prometido.

Mi pene entraba y salía de su culo, brotada por entrar en aquel agujero, mientras veía la raya de la columna marcada en la espalda de mi madre. No lo negaba, me encantaba darle por culo después de haberle visto el tanga tantas y tantas veces. Ya no era su niño, ahora era su hombre que le daba lo que necesitaba, sin peligro de dejarle semen en el lugar equivocado.

-Eso es mi vida, sigue.

Sus palabras susurradas me excitaban, y notaba que iba a darle las gracias de un momento a otro.

-Ya…ya casi estoy-dije como pude.

-Eso es mi vida, dale leche a mami. Ella te la dio a ti, sigue.

Noté como me ardía el pene dentro de su culo, y como estallaba al darle su merecido. En tres segundos, le llené a mi madre su ano. Aún estaba dentro ella, pero era la primera vez que parte de mí pasaba a su cuerpo. Intuía que mi semen estaba ardiendo. Cuando noté dolor, segundos más tarde, en mi pene y supe que no podía seguir le quité la carga a mi madre. Le besé la espalda como pude y caí rendido a su lado.

Poniéndome la mano en el pecho, encima del corazón, me dijo:

-Lo has hecho muy bien mi niño. Ya eres todo un hombrecito. ¿Me la has dado toda?

-Sí mamá-dije entre jadeos-. Te lo prometí, te he dado toda la leche.

Sonriendo, se puso otra vez el tanga, sin preocuparse de limpiar lo que yo le había dejado detrás, posó su cabeza con su mata de rizos sobre mi pecho y me dedicó, mientras se iba quedando dormida, un ‘te quiero, mi hombrecito…’

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